23.9.14

Stephane Mallarmé - Cartas a Méry Laurent





5.
                                                                                         Papel, si no te alimentas
                                                                                         De las esperanzas que más decepcionan,
                                                                                         Es en el número quince de la calle de la Paix
                                                                                         que te desplegarán, en lo de Evans

     Mi querida amiga
     Desde hace varios días soy un largo gemido cubierto con una gorra de carretero, de lana: ¡oh!
ignoraba el reumatismo en la cabeza.
     El primer paso que podré dar al aire libro, que me restablezca bien de mis nanas, usted ya sabe bien de qué lado mi caminar me llevará y que la calle Roma no tiene necesidad de descender, como para que uno se sienta ir del N 89 al N 52.
     Beso las estampillas con tanta pena que no tengo punzadas en esta maldita cabeza.
                                                                                         STEPHANE MALLARME

     En mi desasosiego olvido lo principal, y es que conté, hasta el último momento del día de ayer, con ir a verla, no esperaba este malestar: si no el cuarteto habría partido mucho antes.

12.
Valvins,
Sábado (2 de junio de 1888) aún
(para que tú tengas
algo mañana)

     Tú, o tu voz que me atrapa en la fuente del ser, tu gran presencia con ese apretón de manos querido más misterioso e íntimo y lejano a través de tu guante, - todo el paseo de ayer a la noche, tesoro -, todo esto no me deja y lo siento cerca, abriendo bien los postigos de una habitación aislada donde nada fue pensado desde hace mucho tiempo; ¡y cómo entra el día, tú lo llenas! Méry, todo lo que sabes dar, con sólo ser la mujer que eres, aquí, junto a mí, con un sentimiento tan completo, rico, joven, simple y serio, no sospechaba que eso se pudiese… Un sosiego, ¡usted! Benéfico me invade. La beso; ¿y la garganta? sé prudente, hasta la noche.
Tu
                                                                                                                                      STEPHANE

22.
                                                                                                     Valvins, viernes (9 de agosto de 1889)
     Querida mía, termino el día de ayer escribiendo al tal señor Mene, al Padre (1), a Huysmans, para reiterarme, precisar y tener todo, listo. Quieres que esta carta sólo sea un beso para ti, porque sé poner todo ahí, si llega el caso. Tu buena presencia me envuelve, más que nunca. Tú eres una mujer poco frecuente, paloma, y hasta tal punto renuevas la emanación exquisita e íntima de ti misma, que me parece que no te conocía como ahora, después de años ya, te das cuenta de esa. A no ser que aumentes tu encanto día a día, algo que es muy posible. Tengo por ti el sentimiento más hermoso que me es posible sentir por alguien. Y también eres muy linda. Te beso. Bueno, aquí está tu recorrido, que tendrás
en la mano, ya que no supe darte uno en la estación, a la que tuviste la amabilidad de acompañarme.
     Adiós
     Tu
                                                                                         STEPHANE MALLARME

24.
                                                                                               Miércoles al atardecer (14 de agosto de 1889)
                                                                                                  Estación de Lyon.
     Sé tu dirección: Villa Romana. No nos perjudiquemos más, emperatriz. Esto no es otra cosa, mientras ceno de pie y de prisa, que la carta proyectada para esta tarde, pero que, decididamente te despertaría por la noche, y la tendrás lo bastante temprano despertándote para cuando te levantes por segunda vez, como para recibir las novedades del día y un beso por tu santo.
     El matrimonio (2).
     -“¡Ya está!” me dijo Huysmans al oído, cuando el franciscano partió; y como te imaginas, no fue poco trabajo. Villiers morirá a causa de todo esto varios días antes, por otra parte, está muy decaído. Testigos, Huysmans y yo, Dierx y un amigo. La pobre Marie de negro con un velo y dando pena verla. De repente subió algunas copas de champaña y biscuits y figúrate que Villiers nos ofreció e hizo beber, y ofreció al alcalde, tu Cliquot. Estabas ahí por esa razón, por la alianza, y por alianza, y por nuestros pensamientos. Mañana te escribiré con más tiempo. Adiós, palomita, te beso, si Elisa lo permite.
     Tu
                                                                                                                                           STEPHANE M


25.
                                                                                          Valvins, 15 de agosto (1889),
                                                                                          tu santo, ¡por desgracia!, ambos estamos lejos

     Voy a escribirte frases cortas, yo que tendría tanto que contarte, porque necesito descansar al cabo de algunas palabras: abusé de mi brazo en este día en París. Lo peor es no poder llevar un cigarrillo a mi boca, Geneviève se convierte en mi negro, ¡tú harías otro tanto!
     Esa misma mañana Villiers todavía no estaba decidido, a las cuatro apenas si teníamos todos los documentos, porque Marie es extranjera, de Luxemburgo. Así que, Elisa, ten cuidado (3).
     Cuando llegué me dijo “Hoy me caso, beberemos la botella de champaña, ese ajetreo va a causar mi fin”. Estuvo muy metido en sí mismo, muy sombrío, todo el día; y finalmente muy extenuado. ¡Gran cambio! Es un nuevo estado, que podría durar algunos días, si comiera; pero ya no come. Le di setenta años. ¿Llegará hasta los primeros días de la otra semana? Esta vez, lo dudo. Un modesto empleado de la alcaldía, que resultó ser un gran admirador de Villiers, decidió la inscripción de los bandos y todo se solucionó: ¡extraordinario azar! Muy silencioso, el matrimonio civil, con nosotros cuatro; y cuántas humillaciones para el pobre, hasta Marie que no sabía escribir y dijo “Firmaré como hice en mi primer matrimonio”. Te imaginas los silencios. El alcalde muy bien, y con un respeto y una deferencia por el gran escritor que es Villiers evidentemente, fue el único bálsamo. ¡Brindamos, los pobres habían comprado copas de champaña! Felicitamos a Villiers por la calidad de su vino. Totor, ahí, un poco repantigado, me agujereba, al salir, la espalda con un bastón que nos sacó a alguno de nosotros. Marie, de negro, con una mantilla. Y todo eso era grande y grave. El padre juntó las manos de todos, cerca de la cama, pro quizás, creo entender, esta mañana, hay misa sin duda y tal vez extremaunción; el santo hombre también quiso que Marie pase la noche en la habitación. ¡Oh! ¡esta noche! Marie, atontada, sollozante; e implorando que te escriba para que estés aquí. El anillo tan hermoso “¡y de un peso!” es  un poco ajustado (4). Villiers casi nos echó “para que fuéramos a cenar, todos” y dijo “¡ahora viene la agonía!”.
Volví, en el tren de la noche, tuve tiempo de poner estas líneas, en el buzón mismo del expreso de Royat, y tuve la impresión de estar cerca tuyo.
     Me parece, que no recibiste mi carta, con rapidez; no me habías dado tu dirección, mujer muy poco habladora, en tu vagón. Resulta que tus dos cartas me llegan juntas, al mediodía, hace un rato. Eres muy gentil, tus cartas también: estoy contento, porque sé que estás bien instalada, con más intimidad que en el Splendid; pero, palomita, como ves, no puede, irme de aquí, por muchos motivos, uno que tú sabes; y va a ser actuar, de manera rápida, después de la muerte, ¡y hacer cosas ya vagamente concertadas!
     Espero alguna noticia, a cada minuto (todavía en el aire, aún no hice nada, un trámite en París, estoy siempre por y ya es el día siguiente, todavía no me siento de vacaciones, y esperaba sacar tanto de estos dos meses): lo que me molesta es no poder distraerme en el agua, a causa de la herida en el codo, que supura (5). La cadera, también está arruinada, un ligero inconveniente para mí, palomita: va de lo negro a lo amarillo, la inflamación desaparece, y si me quedo quieto el dolor también. ¿Estás al tanto? Aquí hablé de una puerta del tren que se abrió violentamente. La verdad la sabes solo tú, no cuento nada de lo que pasó. No sé si te diste cuenta. El tren iba a gran velocidad lejos del jefe de la estación, con un “minuto de detención”, quise descender justo en el momento en que disminuía su marcha, para discutir todo y resolver las cosas a tiempo. Era de noche, me caí cuan largo soy, con una violencia loca, y me arrastró debajo del estribo, que me golpeó en el hombro, casi siete y ocho metros. Sentí muy cerca mi última hora, como Villiers en estos momentos: con una impresión que yo traduciré por “¡Oh! es posible, qué tontería”. Lo que me fastidia, es que grité en vos alta ¡Oh! ¡la la! Pero no por miedo, me doy cuenta ahora, sino para protestar, por última vez. Ahora lo absolutamente curioso es que cuando la gente se acercó rápido a la puerta del vagón y el empleado venía hacia mí, una vez que el tren se detuvo. Hui como un ciervo, y le hablé al jefe de la estación. Recién a la noche sentí la conmoción, en la cama, y ayer no podía mirar un tren; pero aquí estoy libre de ese estado nervioso.
     Te escribo todo esto, para hablar hasta el final de la página, la octava, si te gusta y muy apretada; perdóname también algunas veces las pequeñas esquelas. Te beso, muy fuerte, ya sabes que hay en ti alguien a quien quiero mucho, e imperdible. Me haces falta.
     Tu
                                                                                         STEPHANE MALLARME

     Pormenores, algunos más, Huysmans me dijo que te escribió, se lo agradeceré, con tus deseos de amistad. Alguien (6) (ni una palabra de nadie de esto) en frente, en la calle Oudinot, dio a entender que no sería testigo en el matrimonio, pretextando que partía por la noche. Villiers lo entendió. También tuve, ante la angustia, de embargos futuros. Que destrozaba al moribundo, que firmar con Marie un acta donde me transfiere su mobiliario. Me parece haberte contado todo, Señora Méry Laurent. ¿Quieres que no me relea? Te amo, bueno, un poquito. Y pensar que tenía el revólver en el bolsillo en esta caída, saca tus conclusiones.

27.
                                                                                                    París, martes, (20 de agosto 1889)
     Mi buena amiga
     Estoy junto a Villiers mientras te escribo, acaban de ponerlo en el cajón, era muy viejo, muy hermoso, con un aire un poco arrogante y docto, sin lugar a dudas uno de sus ancestros. No tuvo agonía, pero se sintió morir, le dijo a Marie: Agárrame bien, quiero irme lentamente, y se dejó deslizar en paz, al abismo. En el día y en la víspera nos había designado a Huysmans y a mí como los únicos que podían tocar sus papeles, y le dio a su viuda lúcidas recomendaciones. El entierro es mañana. Al mediodía, sería muy digno, un simple paño negro y sus escudos que estarán también sobre la carroza fúnebre: muchas flores y coronas, tu ramo magnífico el primera está en la cabeza, y yo puse una flor de lis en el ataúd. Sobre todo, (¡ah! qué pesadilla desde ayer, depositarlo en Ivry, Bagneux, o Pantin) conseguimos el cementerio de Batignolles lleno de sombra y decente, y no pagamos los precios de los cementerios de París, más allá de nuestros recursos. Todas estas gestiones me extenuaron y te envío estas líneas, con un beso; Marie me dice que ella también quiere besarte, se acabó.
     Rápido, tu
                                                                                                                                           STEPHANE M

28.
                                                                                                              (París) Miércoles
                                                                                                              (21 de agosto 1889) las seis
     Te escribo desde el coche, mientras vuelvo a la estación, porque estoy extenuado y quiero dormir en Valvins.
     Ya se acabó, y todo estuvo perfecto, hasta el lugar en el cementerio, se encuentra fácilmente, en ángulo a las alamedas. Tantas flores, y colgando la simple corona natural de laureles del poeta; el franciscano apareció para la absolución, el paño negro humilde y los escudos de armas, todo eso fue muy Villiers. Pero él ya nos falta: es difícil acostumbrarse a la idea de que no vamos a verlo más. Adiós, ahora hay que ocuparse de Totor y de Marie, en firme, en estos días, ya hablaremos de todo esto. Te beso, mañana escribiré con más comodidad, pero fijate cómo pienso en ti, hermosa y buena palomita.

S.M.
Hablé de ti con Dierx.

29.
                                                                                          Valvins, miércoles a la noche
                                                                                           (11 de septiembre de 1889)

     Sin decir una palabra, cuando en el invierno, rompiste tu encanto, que llevaba en el alma, adiviné, sabiendo tu bondad, que había un motivo considerable, y respeté el secreto.
     Tú lo piensas, esa es la razón por la que no quería ir a Royat, para nada; en este nuevo estado, comenzaba a darme la razón, y sufrir adrede no tiene sentido. ¡Pero resistirte! ya lo hice he pasado dos de esos días de silencio, sin calma, en cada uno de mis impulsos negado por ti a pesar tuyo, días atroces.
     Te entiendo, querida mía, el absurdo de ser tal. La existencia, ese desnudar mis fibras por un sueño literario excesivo, no me conceden más alternativamente que esta sensibilidad aguda, o la vaguedad: a veces me resistí alternativamente que esta sensibilidad aguda, o la vaguedad: a veces me resistí a la indiferencia, tú lo comprendes, contigo para nada. Tú acoges una buena y muy vieja amistad, creo que ese sentimiento quién lo hubiera dicho ya lo poseo, y encontraré sin inconvenientes, oh tú que has deseado que él nos una hasta la muerte, una oportunidad para demostrártelo, aunque no va a ser ni en la pena ni en la enfermedad: quizás en tu alegría actual, y, en este minuto, te juro que saber que eres feliz me hace… No, es muy difícil de decir – en fin una muda felicitación, va de mí a ti, cree en lo que te digo. Un hombre no puede más, al abstraerse: en la frecuentación cotidiana, es más difícil, también, querida nos hará falta vernos con menos frecuencia.
     ¡Qué hacer contigo! Eres, a pesar de todo, simple y tienes un brillo (a mis ojos soberbio) y es ese tú, tu ser entero el que adoro. En cuando al corazón, no sé qué quiere decir eso. La cabeza sí, con ella disfruto de mi arte y amé a algunos amigos. Fijate entonces, casi no hay relación entre nuestros pensamientos, y solamente el atractivo que tienen para mí en tanto que mujer, es maravilloso que sobreviva a eso, ese milagro sufrido representa en general lo que se llama amor: fuera de él, ¿qué? Sí, un gran afecto seguro. Tú lo tendrás.
     Muchas cosas separan nuestras vidas, aquí tienes razón, como para acercarlas a pesar de todo, sin desvirtuanos. Todos los días, tenemos que vernos menos; jamás en esta intimidad tan cercana que, ante la imposibilidad de seguir siendo total entre dos personas marcadas en un rincón con un poco de excepción, es desazón.
     Una amistad fuerte, independiente, puede soportar esto, que será la prueba. No dudes que ante cualquier llamado, iré…
     Has hecho bien, después de todo en hablar, como una amiga valerosa: o, se perpetuaba una amenaza aun para ti que de la única manera que terminabas por estar a mi lado era a la defensiva y lista para reprimir cualquier ternura que sin embargo reclamabas. ¡Mi suplicio! fijate en que terminaba nuestro hermoso encuentro.
     Traté (sin igualar la gracia de tu estilo) de responderte con el mismo tono de cordial soltura, donde no descubrirás amargura y evito la pena que expresada tiene la apariencia de un reproche. Sólo gratitud, Méry. Gracias.
     Lo único que puedes pensar es que mi mirada no fue razonable, tú la causaste: dame tu frente y no ignoras de qué lugar saco en este momento algo así como una alegría, antes de besarla, es haber podido contigo decir la verdad.
     Buenas noches, Paloma.
     Tu
                                                                                         STEPHANE MALLARME

39.
                                                                                                      Valvins, sábado (23 de agosto de 1890)

     Sí, fue así como así que usted pasó, no me atrevo a decirlo, bajo mis narices, Señora. Yo estaba en el tren, según su indicación, pero el jefe de estación me había frustrado. Así, hasta ese punto es difícil este albergarse en Evian; que está de fiesta, si tengo que creerle a los diarios donde este nombre está todo el tiempo. Algo que no necesito para pensar en usted. Aquí tenemos el tiempo soberbio y agradable de septiembre, ti también lo tienes; pero envidio tu lago, porque se vacía el Sena por algunos días. Aprovecho, después del primer frenesí de regata y antes de una hamaca. Algo que me fue mucho más cómodo ayer puesto que estaba enfermo, y es día en cama, sufriendo la segunda parte, y pienso la última de mi malestar en París: aquí, más cómodo. Por un instante me pareció ver que tu rostro se inclinaba hacia mí, como un ramo de rosas que fue de lado todo cumplido; esta impresión me perseguía, en mis alternancias del calor al frío. Adiós, paloma, calle grande (1), por ti, al llegar, elegida sin molestarte, naturalmente. Te deslizo debajo del sobre el beso de la otra noche y otros.

                                                                                           STEPHANE MALLARME

(1) En francés rue grande, juega con la dirección de Méry, Rue Grande.

40.
(Sobre:)
                           Para reír mientras se recupera
                             El bazo o el encantador hígado   
                            Señora Méry Laurent
                             En las aguas de
                                                        Evian
                                                                  Saboya
                                                                                                      Valvins, viernes (29 de agosto de 1890)

     Me mortificas, nunca haré tu retrato de una manera tan bella, retrato que yo prefiero a la fotografía; tengo ganas de atármelo de alguna manera, decorado con la orden del pavo real. Tú decides si los ciclámenes despertaron la codicia.
     Sabes que no puse malicia, acerca de tu escapada tunecina, recién pensé en eso después y sonreí en mi larga barba de campo, es todo, te juro. Nunca soy malintencionado, como dice la niña que eres, salvo cuando estás aquí y entonces tiro un poco de tu pelo. Ahora te beso. Tengo hambre de verte; y si por momentos falla tu memoria, al borde de tu bello lago, es porque no estás allí, surges sin saberlo, en el borde del río aquí entre los juncos, cuando me paseo. Me habías pedido una cuarteta, y salió, esta mañana y le doy como pretexto esta pequeña tarjera, que contiene besos, en lugar de un texto impreciso. Raphael de paso por aquí me había contado el retorno entusiasta de su madre. Adiós, gatito
     Tu
                                                                                                                                           STEPHANE M.

60.
                                                                                                      Medianoche
                                                                                                 1 de enero de 1892

                                                                  Bajo sus cabellos de luz
                                                                      También amo a Méry Laurent
                                                                     Siendo ella la primera
                                                                      Y con razón en adorarse


                                                                                                                                      SM

61.
                                                                                                      (París, febrero de 1892)

     Gracias, mi Palomita. Antes de escribirte esta mañana quise permanecer un poco de pie, te puedes imaginar cómo estaban mis fuerzas esta tarde... nada de un fauno.  Pero esto no anda para nada, el cansancio es total y cuando llega la noche no doy más. Ayer me acosté antes de la cena y esta noche haré lo mismo. Necesito que este estúpido estado termine con la semana, y por supuesto te digo “Hasta el domingo”. Ve a lo del vendedor, cuya carta está adjunta, hoy mismo. Pasaré por allí cuando me haya levantado. Dame tu opinión ya. Beso a la tramposa.
     Su
                                                                                                                                      SM

63.
                                                                                                      (París, martes 8 de marzo de 1892)

     ¡Bueno! Hoy no me levanto, y lo más tonto de esta gripe es que no iré a abrazarte. Decididamente no se puede luchar en contra de ella y lo único que hace es prolongar el aburrimiento. Sin embargo espero pasar del N 89 al N 52, mañana por la noche, con tu chal sobre la nariz. En los diferentes casos vas a responderme en seguida. En primer lugar, ¿es seguro, el deseo expresado por el Doctor Fournier, o su hijo, de un gato negro? Algo hablé con relación a esto en casa, y quizás no cumplan por otra parte como ya lo hicieron una vez para el Crapitoche en cuestión. Es deliciosa y sin una cerda blanca. En segunda lugar, rápido la dirección de Arthur, que tuvo la bondad de escribirme; para que reciba mi esquela antes de que se apure mañana por la mañana, no saldré, quiero que estos dos días de cama me liberen, y sólo me quedo con la cita del sábado. En tercer lugar, puesto que yo también tengo un archivador: quieres que te bese ¿no? Me da pena no hacerlo más que sobre el papel y ni siquiera un buen papel, me gusta más tu piel.
    
                                                                                                                                      Mr. MALLARME

65.
                                                                                           1 de abril de 1892

                                                                  ¡Elegiste tu tiempo para renacer!
                                                                      Todo, desde la flor ebria y de pie
                                                                     Hasta el destello de la ventana
                                                                      Sonríe, y tú haces lo mismo.


                                                                                                                                      SM

73.

    
                                                                                       Honfleur, ¿es martes (2 de agosto de 1892)?
    
Voy pues a escribirte, palomita; aunque nunca llegué a tener una pereza como la que me toca en suerte.
     Después de un pésimo día, ayer, me parece que nuestra enferma se recupera y me parece que sacará algún provecho de su estadía aquí; pero esta última crisis dejará huellas, y habrá, me temo, debilitamiento. Vas a sonreír, es a mí a quien me curaron. Me agarré, en el tren, con la ventanilla baja, uno de esos resfríos, con fiebre, que me atormentan y que arrastré durante dos espantosos días. Te recomiendo, oh doctora, las cápsulas de eucaliptos, que te lo sacan poco a poco.
     Región divina, una mezcla de los paseos de Royat y del Léman; pasto y agua, Valvins se magnificó, y hay algo suavemente marino que es exquisito. Pocas ganas de salir, el cercado de manzanos y el césped alto nos cautivan. Ahí leo la Débacle: ¡ah! sí, es hermosa; y no dejes de buscar en sus páginas la curiosidad de tu bella mirada. ¡Nada de París, sí! La respuesta de Leconte de Lisle que acepta, con satisfacción, la presidencia del comité para el monumento de Baudelaire. Me correspondía ofrecérsela.
     Tendrás, por cierto, camarones, en dos o tres días, me dicen,  porque hay marea roja y son minúsculos. Agregaré un Pont-Léveque, elegido con mi olfato. Te dejo, los gritos de la juventud me llaman para vigilar el baño, y me pongo tu manta de viaje sobre los hombros; pero tu recuerdo me envuelve sin eso;
     hasta luego. Besitos.
     Tu, tu
                                                                                           STEPHANE MALLARME

74.

                                                                                                 Honfleur, martes (9 de agosto de 1892)

      Estoy molido, ayer estuvimos, los jóvenes, en el Havre, palomita, con el barco de Honfleur y visité la ciudad, trepé por una ruta de polvo, al mediodía, por el acantilado de Sainte-Adresse: hay una vista del mar, una verdadera, y sublime. Vi los yates más bellos del mundo y pensé en llevarte a alguna parte.
     Mucho más, la vida está en los prados, entre los manzanos, con un ojo en las páginas de un libro y el otro en el Sena; que es el Lemán. Entonces partes decididamente para Evian; a propósito, no estaremos lejos, aunque en algunas horas estoy muy cerca, palomita. Nuestro retorno no es antes del veinte. La enferma me da mucha lástima, tiene un día bueno, otro malo; pero ha perdido mucho y ahora que la veo, sin el aturdimiento de París, me pongo, con Vece, triste.
     Ni qué decir que no fuimos al teatro, tampoco volví a ver a Gaillard, llevado por el flujo de su gira. Los Whistler no vendrán, evidentemente y, si nada lo impide, volveremos a partir aproximadamente el veinte, para estar en Valvins los últimos días del mes. Sin embargo aquí estamos todo lo bien que se puede estar fuera de casa. Mi resfrío nada más, que insiste, me molesta un poco. Sí, pienso regularmente en esas comidas íntimas y la sidra no me hace olvidar la cerveza; ni a Eva, Madame Laurent. Que tu patita recobre hermosas líneas, me da mucho placer, oh persona elegante.
     ¿Ahora que los contratistas cobraron, convocas a los farmacéuticos? Te hago rabiar y te beso

                                                                                       STEPHANE MALLARME

85.
                                                                     Valvins, lunes por la noche (12 de septiembre de 1892)
     Palomita, cuántas cosas para decirte; desde que me levanté, todo se conjuró para impedirme escribir una carta. Apenas me instalé, Nadar viene a despedirse, se va, por un mes o dos, lejos, a Jerusalén. Víctor, que todavía está aquí, llega de improvisto para llevarnos a todos a comer a lo de su mamá, en Samois, donde había alguien de la familia… En primer lugar, no te agradecí por el recorte del diario, que publica la desgracia de esta desdichada marquesa (7); y me entristecí, sobre todo por no estar en condiciones de hacer algo, aun a escondidas. Roujon, desde luego, no puede agregar nada a la pensión, por poco que sea en la actualidad; y ya no hay que recurrir a su buena voluntad en lo relativo a un busto, dado que después de esta nota van a pregonar que primero hay que ocuparse de los que están vivos. Pero me abandono hasta pensar en voz alta como hago a veces ante ti. Ayer, en una subida pequeña y angosta, Geneviève y yo precedíamos al landó de Carnot (8) y para que la lentitud de nuestros caballos no lo impacientase, le dejamos paso en el talud, gentileza a la que el personaje respondió con un saludo y una sonrisa. Es el único acontecimiento importante de nuestra vida plácida. Qué día de verano resultó repentinamente, y pensé que vas a extrañar Evian; pero mi codo, que hace mucho golpeé, te acuerdas, en el andén de la estación de Moret, me anuncia que este tiempo no va a durar mucho. Hasta pronto, algo tarde, en quince días; ¡por desgracia! Si leíste la carta de la otra vez, comprendiste que no me estaba permitido moverme, pagamos Honfleur, adonde fuimos con esta única condición y ninguno de los pretextos que se dicen por decir serviría, lo presentí en muchas oportunidades. No me provoques pues una pena, forzándome a que parezca que soy el que aparta lo que más me importaría, verte, a pesar de que te tengo siempre presente; y hay que decirse, mientras me quedo por lo bajo: ¡Qué significan unos días más de separación, para una amistad que ya es vieja y duradera! Te besa mucho
     Tu
                                                                        STEPHANE MALLARME

200.
                                                                                        Valvins, miércoles (14 de octubre de 1896)

     El diluvio, verdaderamente; pero lo peor, Palomita, es que estamos nuevamente sumergidos en el mismo aburrimiento del comienzo de la temporada, mi mujer acaba de sufrir una recaída, ahora muy inquietante. Incluso diré que es la primera vez que no abandona la cama. El médico sólo ve una gripe muy fuerte, la misma o influenza, del ramos. El tiempo está enfermo, también: cada mañana, asisto a sus esfuerzos para levantarse, en vano. Has hecho bien, en preparar alfombras nuevas, y aplaudo que la literatura de Paul-Víctor M (9) no sea ajena a ellas. Me diviertes con los proyectos de Víctor; Peau Neuve es indecente y exitosa. Te beso mucho
                                                                                                                                      Mr MALLARME
     Buenos días, Elisa (10) : estoy seguro que ella piensa en el Zar, mientras cose, en el comedor.

218.
                                                                                        Valvins, sábado (22 de mayo de 1897)

     ¡Oh! ¡mi pobre! cómo, te sangró la nariz (11) y tanto, de repente y durante mucho tiempo; me inquietas retroactivamente. Qué piensa Baraduc (12) nuestro amigo, cuéntame; se debe a tu estado general, forma parte de la desfoforización, quizás. No sé y me aflige. Valvins, sí, derrama un encanto; pero le tengo algún rencor porque no está cerca tuyo. ¡Desafortunadamente! Sólo se compra una satisfacción al precio de una dificultad. Más pienso, más creo, en tu caso, en alguna época climatérica de la salud en las mujeres; menopausia, aunque esta palabra tenga algo de ridículo aplicado a tu hermosa persona. No hay que dejar de cuidarse y hay que tomar siempre precauciones, mientras dura la crisis.
     Hace ocho días, Paloma, pasaba alternativamente del frío al calor, con tus misivas; y qué noche, la luna admirable apartada sobre el río, la noche hizo cálculos: siempre te veo llegar en el tren. Esperamos a las pequeñas Manet (13); mañana tengo otro visitante, un joven poeta (14), pero no es el domingo pasado. Te beso muy fuerte, mi pobre enferma. Cuídate, hazlo.
     Tu
                                                                                                                                      STEPHANE M.
     Buenos días, Elisa.

236.
                                                                                        París, lunes (24 de enero de 1898)

     Tienes razón en quedarte donde hace buen tiempo; sobre todo si recobras las fuerzas, Paloma. Acá todo es triste, eso sólo eso; no muy desagradable, sin embargo; pero la temporada es desapacible, o en cuanto a las cosas. Te juro que ya tengo mi cuota de salidas por la noche o de todo lo que no es quedarse trabajando, tranquilo, sin molestias. París, en esas condiciones, se vuelve inútil. Vi a Whistler, sin embargo, en la noche de ayer, cené en una vieja sala francesa del Café Cardinal.
     Aparte de eso, ninguna otra cosa que no sea el eterno affaire Dreyfus y los eternos “abucheos” en la calle. Degas dio una impresión terrible acerca de este tema a las señoritas Manet, quienes lo iban a invitar para el último jueves, se fueron sin haber dicho cuál era el motivo de su visita (15). Le escribí al “pequeño Monvel” para el palco de estas Damas, que todavía no vieron Paris qui marche que está a punto de terminar.
     Respira, mira y llénate de horizonte, algo que es un espectáculo preferible, donde se vive. Te beso fuerte.
     Tu
                                                                                                                                      S M

     Si la Señora Noele está todavía allí, que Princess le sonría y, para mí, que ofrezca la pata.

242.
                                                                                        Valvins, sábado (14 de mayo de 1898)

     Sí, estaría contento si me desterraran a los Talus, mañana por la noche; pero, fuera de este placer de pensarte ahí, no pido moverme. La lluvia interminable, en las baldosas, pone una gasa a un paisaje admirable de pastos; la estufa tonca, trabajo más o menos bien, y disfruto con esta libertad y estas caminatas  intensas, en una habitación y varias, espaciosas.
    En París, criaría moho, encerrado, en la calle Roma. Lo molesto es que el sol, que hubiese tenido que secar “tus” Platreries y el conjunto de la casa antes de la llegada de estas Damas, deja a los interiores en su estado invernal. Así te resfrías incluso en el Talus, un invernadero; o te pones ronca, es una pena para tus partituras.
     La grosería de los Literatos hacia Rodin es total (16): me pone furioso o siento mucha vergüenza, aunque casi no soy uno de ellos. ¡Ah! esos señores a tanto la línea ante la evidencia del genio que lo único que les debe es el engaño.
     Hasta luego, las nubes se descargan, de nuevo, y me privarán, esta vez, pude eludirlas, de llevarte este beso al  buzón, distante, de la vieja Perries: miedo de eso; y que las buenas noches no te lleguen a tiempo. Lilith (17), a la que le encargo este recado, dormita y me dice que le teme al agua más que yo. Al menos, recibe nuestra intención.

                                                                                                                                     S M

     ¡Ah! las mujeres en tu casa son de temer; no para mí, felizmente. Buen domingo, Elisa.




Traducción del original: Hugo Savino

Las notas fueron extraídas de la notable edición de Betrand Marchal.


                                           Selección publicada inicialmente en Tokonoma 5, agosto de 1997.



(1) El Padre Sylvestre, franciscano, confesor de Villliers en San Juan de Dios.
(2) Mallarmé y Huysmans habían preparado el matrimonio in extremis de Villiers para asegurar el futuro de su hijo Víctor. Sólo faltaba obtener el consentimiento de Villiers que no se decidía a hacerlo salvo en caso extremo. Fue el Padre Sylvestre, su confesor, el que lo obtuvo.
(3) Elisa Sosset, doncella y protagonista de Méry Laurent. Elisa era de origen belga.
(4) Los anillos eran un regalo de Méry.
(5) Puntuación habitual de Mallarmé. El poeta reemplaza a menudo los tres puntos suspensivos por los dos puntos.
(6) Francois Coppée.
(7) Se trata de la viuda de Villiers.
(8) El presidente Sadi Carnot, que pasaba el verano en Fontainebleau.
(9) Se refiere a los hermanos Margueritte, Paul y Víctor, escritores ambos, quienes escribieron algunas obras en colaboración.
(10 )Elisa Sosset, mucama y protegida de Méry Laurent.
(11) El mismo día, Mallarmé escribe a su mujer y a su hija: “La Señora Laurent (…) acaba de estar muy enferma, una hemorragia nasal que se prolongó durante tres horas, y después una gran debilidad”.
(12) El Dr. Hippolyte Baraduc (1850-1909), especialista en enfermedades nerviosas.
(13) Julie Manet y sus primas Paule y Jeaninne Gobillard.
(14) Paul Valéry.
(15) Relato de Julie Manet en su Diario: “(…) fuimos a invitar al señor Degas, pero lo encontramos en tal estado contra los judíos que nos fuimos sin decirle nada.”
(16) El Comité de la sociedad de escritores había afirmado el 9 de mayo “la obligación y el disgusto de protestar contra el boceto que el Señor Rodin expone en el salón y en el cual este comité se niega a reconocer la estatua de Balzac.”
(17) La gata de Mallarmé.