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5.6.25

Sobre literatura argentina, por Néstor Sánchez

 

 

¿Qué opina del llamado “boom” de la literatura argentina?

El llamado “boom” ha representado, en alguna medida, un buen negocio algo parcial y bastante contradictorio, para unos pocos sellos editores. Asistidos por el azar –o por esa espantosa necesidad de “inventar la noticia”– ciertas revistas redactadas por poetas y escritores un poco desalentados de la actividad estética no remunerada, iniciaron el fenómeno sumando inflación a la retórica de la contemporaneidad absoluta. Reaparecieron, con mayor desenfado y menos autenticidad, los lugares comunes de todas las revistas literarias de “vanguardia” editadas en el país. De esta manera, me parece, la masa que va de odontólogos a psicoanalistas –con sus numerosos estratos en crecimiento de avidez– tuvo una vaga impresión de inteligencia propia, de gusto, de entusiasmo literario. De ahí que los libros más vendidos en los últimos años difieran tanto entre sí. Recuerdo, por ejemplo, cierta lista de best sellers de unos pocos meses atrás: en ella figuraba un libro de Arlt, otro de Marcuse y otro de Huxley.

Creo que las ventas bajan y bajarán porque el aluvión de papel escrito por cualquiera sobrepasó toda esperanza de cultura propia. Por otra parte: la poesía no se ha vendido más, y ahí están los verdaderos lectores. Tal vez tengan que crearse nuevas revistas con nuevos escribas desalentados y entonces volverá a entenderse que la literatura no es ni ha sido nunca una actividad ni un tema privilegiado, que no existe razón para que despierte un interés mayor que una sonata para piano. Lo contrario sería recaer en los dominios de Sartre proponiendo un destino mesiánico a un hombre que sólo puede pretender descifrar (con un instrumento tan limitado como es la respiración de una lengua) esa cosa un poco extraña que es su relación con la diversidad del mundo durante una vida tan cortita.

¿Existe crítica literaria en la Argentina?

La crítica literaria, tal cual aparece habilitada por nuestra precarísima noción de cultura heredada de la vejez europea, existe de por sí cuando un señor se sienta frente a una máquina de escribir a explicar por qué él no escribe un libro mejor que el comentado. Después existen sociólogos sin empleo –absolutamente convencidos de la comunicación- y que se dedican a escribir más largo, con más bibliografía, con muchas esperanzas de imponerle una preceptiva a ese pobre tipo dedicado a los reinos de la imaginación en prosa, o en verso. En nuestro país no puede haber crítica porque hasta hace muy poco el noventa y ocho por ciento de lo escrito en libros se podía, a su vez, contar por teléfono. Un crítico sería antes que nada un mediador, un adelantado; desde este punto de vista es casi inimaginable porque tiene que tratarse de una persona con humildad casi patológica, con disponibilidad real para reavivar en él la experiencia. Morirá solo y pobre, en un país como el nuestro.

¿Cuáles son sus proyectos inmediatos? 

Mis proyectos son: terminar un libro de “monólogos” sobre mi experiencia de escritura sobre la base de notas que he ido acumulando en cuadernos con espiral de alambre, durante cada uno de mis tres libros. Al mismo tiempo escribo algo que podrían llamarse relatos pero que en realidad no lo son aunque integrarán, alguna vez, un volumen.

¿Cuál es para usted el mejor libro de ficción narrativa publicado en la Argentina en 1969? ¿Por qué?

El amhor, los orsinis y la muerte, Sudamericana, 1969. Porque se parece mucho al libro que quería leer hasta antes de escribirlo.

 

Tomado de: Los libros, ENERO/1970

27.1.18

Un americano yéndose a París, por Pablo Moreno


Robert me consiguió un pase para ver a los Doors. Janet y yo habíamos devorado su primer álbum y casi me sentía culpable de ir sin ella. Pero tuve una reacción extraña cuando vi a Jim Morrison. Todas las personas que me rodeaban parecían paralizadas pero yo observé todos sus movimientos con atenta frialdad. Recuerdo aquella sensación con mucha más claridad que el concierto. Mientras lo observaba, sentí que era capaz de hacer lo mismo. No sé  decir por qué lo pensé. No había nada en mi experiencia que me indujera a creer que aquello podía ser posible, pero abrigaba esa vanidosa presunción. Percibí su vergüenza además de su honda seguridad. Exudaba una mezcla de belleza y odio hacia sí mismo, y dolor místico, como un san Sebastián de la costa Oeste.
Patti Smith. Éramos unos niños.

La vitalidad perfomática. Patti Smith ancla su mirada en eso porque es la condición de un poeta observando a otro. Es el cómo recitar esos versos, cómo atestar en la auditorio el linaje de poetas malditos salpicado por la inevitable carretera beatnik. The Doors eran demasiado “arty” para el panorama el rock de la costa oeste de los 60’s. Ni la metáfora tan transparente de los Byrds en “Eight miles high”, ni la mística tripera de los Dead, ni la descarriada lucha de egos de los Buffalo Springfield, ni el ensueño canadiense de Joni Mitchell, ni la diatriba política de los Jefferson Airplane, ni el sueño hippie rumbo a la colisión de la pesadilla americana de Neil Young, ni la solitaria deconstrucción política del rock de un Frank Zappa.

La poesía y, sobre todo, la voz de Morrison era una premeditada conjunción del lenguaje visual heredado de la
UCLA, el viaje chamánico, Huxley, Blake, Brecht materializado en un  Rimbaud de bares de mala muerte. La banda seguía la literatura propuesta por el barítono. En los momentos felices los Doors podían pergeñar un álbum exquisito como Strange Days. Cómo no quedar embriagado por esa diatriba pletórica de deseos resumida en We want the world and we want it now! Y en eso radicaba la elegancia porque carecía del carácter efímero de un slogan político. Demasiado inteligente para la horizontalidad californiana. Ni un ápice de la nostalgia residual de los Beach Boys porque jamás narraron sobre la juventud perdida. En los momentos soporíferos descarrilaban sin red de contención como en “The Celebration of the Lizard”: poesía mala nacida para crispar los nervios. Cuando el barítono se ausentaba componían un experimento innecesario como The soft parade (la absurda megalomanía de Manzarek). El incesante bombardeo etílico de Morrison lo trajo nuevamente al estudio de grabación. En L.A. Woman Morrison pierde la sofisticación de antaño. Ha visto la ciudad, se ha sumergido en ella y de esa experiencia surgen imágenes imperecederas. La poética de aquel que observa. Ahí está la belleza sobrecogedora de “Cars his by my window”, un auténtico tratado sobre la mirada.

La costa oeste nunca pudo edificar una teoría de la imagen. La
UCLA fundamentalmente era (y es) una institución de la fosilización (la historia del cine). La industria del cine está dos pasos, fabrica sueños, no elabora teorías. La fuerza teórica siempre surgió de la costa este. Nueva York cobijó a Mekas, a Warhol (con o sin los Velvet, con o sin la cámara), Cage, a Sontag a la vanguardia que luego perteneció la propia Patti Smith. Las Notas sobre la visión (Mansalva, 2017) de Morrison escritas en el año 1964 y luego editadas en 1969 conforman un híbrido de anotaciones personales, diario, poemas y apuntes teóricos sobre la mirada, pero particularmente sobre el cine. El recorrido se inicia en la ciudad, establece una genealogía de las películas anclando en un principio mitológico. Despliega el más allá del cine en el happening y el multimedia. Teoriza sobre la cámara y el espectador. Describe a los Dioses que nos sumergen en el poder totalizador de las imágenes: Los dioses nos apaciguan con las imágenes. Nos dan libros, conciertos, galerías, espectáculos, cines. A través del arte, nos confunden y nos ciegan hasta esclavizarnos. Debord denominó a los dioses como “espectáculo”. Hoy vulgarmente se lo denomina como corporaciones.

Simple y llanamente (una prosa poética contundente para un estudiante de cine) estipula dos formas de evolución del cine: el espectáculo (creación de un mundo sustituto totalmente sensorial) y el espectáculo voyeurístico (observación erótica y observación de la vida real). Algo que Serge Daney describió como” lo visual” (nuestra manera de decodificar las imágenes/verificación óptica de un procedimiento de poder) en contraposición a la “imagen” (que se apoya sobre una experiencia de la visión).

Este entramado de escritos sobre el cine constituye la última obra escrita editada por Morrison (paradójicamente los escritos de juventud). Es a la vez la escritura fundacional de una poética ligada al rock. La lírica necesitaba de un mito fundacional que reclama un horizonte final: la ciudad. Luego Morrison va al otro lado del Atlántico, a París, la ciudad de las teorías del cine. En este sentido, la obra de Morrison se estructura en un diseño que narra una vida. El mito que nos cuenta las historias de la ciudad angelina y que terminaron siendo una oda a la misma.

7.4.11

Lecturas cruzadas de Adán Buenosayres y Macunaíma, por Gustavo Calandra






¡Volved a ese Santo Engendro vuestro, maldito por la Naturaleza, que no ha dejado un solo momento de nacer y que sin embargo, continua Nonato! ¡Marchad, marchad para que él no os deje Vivir ni Reventar y os mantenga siempre entre el Ser y la Nada!

Witold Gombrowicsz, Trasatlántico.


Dos novelas. Adán Buenosayres y Macunaíma. Dos héroes. Dos itinerarios diferentes: uno barrial y otro nacional. Será la búsqueda –en el pasado– de un espacio no corrompido por la inmigración y la modernidad. Hoy podríamos hablar del imperialismo y de los gérmenes de podredumbre que tenemos que descubrir y extirpar de nuestras tierras y cerebros. La lucha nacional y la liberación de los pueblos. El pasado debe utilizarse para abrir el futuro, asegurar la esperanza y darle densidad.

¿Es hacia la ciudad, dónde habría que mirar para forjar una cultura americana? San Pablo es la ciudad elegida por Mario de Andrade. Hasta entonces, el afán artístico buscaba contornear la figura del nacionalismo y no había resultado. Seguir tendencias universales no era suficiente para quien se dice “brasileiro abrasileirado”. La contemplación y el adorno no matan el hambre: “essa fome da Pátria, porca parida que devora os próprios filhos”. (Jornal do Comercio, 24/05/1925. Reeditado en Neroaldo Pontes de Azevedo, Modernismo e Regionalismo -Os Anos 20 em Pernambuco.)

Antes de llegar, Macunaíma dejará su conciencia en la isla de Marapatá. Reproduzco una nota de Gilda de Mello e Souza, en la edición en español: "Se cuenta que en la época de extracción del caucho en Amazonia, los exploradores que se internaban en la espesura, antes de irse, dejaban su conciencia en la isla de Marapatá, ya que liberándose de ella se sentían más cómodos para enriquecerse." (Mario de Andrade, Macunaíma, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979.)

La escolta de la papagayada imperial da media vuelta y enfila hacia el mato. Un paisaje industrial y mujeres blancas, “filhinhas da mandioca”. El héroe, párrafos atrás, había mudado el color de su piel, en agua encantada que lava su prietura. Deseo y jugueteo. Cuando regrese a su tierra, Macunaíma, va a anhelar la “joda” paulista, la “sacanagem feliz”. Penetra el espacio promiscuo de la multitud y la masa sin nombre. Abundan –y saturan– los objetos, los rostros, las imágenes. “Máquinas”. Todo son máquinas. Ya no es el cacao la moneda tradicional. Tanto “arame conto contecos milréis borós tostao duzentorréis”, tanto “selos, bicos-de-coruja massuni bolada calcáreo gimbra siridó bicha e pataracos”, produce flojera. “Ter de trabucar, ele, herói”. Estrechez de sensibilidad y a-u-t-o-m-a-t-i-z-a-c-i-ó-n. Se perturba la inteligencia. Es en éste mismo capítulo del arribo a la morrocotuda ciudad de San Pablo, donde se produce la primera muerte del héroe.

Prostitutas de lenguas extranjeras chismean. ¡Qué cháchara! Entre la chusma, un estudiante da un discurso antiestatal. ¡Bien, Che! Hay trifulcas y los inmigrantes austríacos búlgaros polacos se visten chanchos con el uniforme del orden, sin ser muy respetados. Los chiflan. Para Macunaíma, un arma de fuego y experiencias alcohólicas. Otra de chicha.

Allí, comenta luego, por carta, a las Icamiabas, las costumbres y modas son importadas desde Europa. El virus de la imitación innecesaria. Que “puito” de acá, que “puito” de allá. Compre esta excelente bicoca. Cuidado con amancebarse con una lusitana, perderá el favor de una diosa. Dos lenguas: el brasilero hablado y el portugués escrito diagnostican la falta de libertad e identidad. La voz del autor: “No dia em que nós formos bem filhos da nossa terra, a humanidade se enriquecerá de mais uma expressao que me parece bem gostosa: o brasileiro”.

De la mano de Leopoldo Marechal, pasamos a “la Reina del Plata”. “A Buenos Aires se lo interpreta con los ojos porque ha sido construido para ser visto. Y de ahí el poder de fascinación que ejerce: mirando la ciudad se inhibe la facultad del raciocinio y uno niega o afirma en estado hipnótico”. (E. Martínez Estrada, “Las ciudades diversas”, La cabeza de Goliath.)

Adán Buenosayres despierta en Buenos Aires, “la ciudad-nación”, (E. Martínez Estrada, “Argirópolis”, Radiografía de la pampa), según el pensador arriba citado. Las coplas y los versitos se disuelven entre los gritos de esa “mazorca de hombres” que se disputan la posesión del día y de la tierra. Pluralidad de idiomas en escalas tanas, rusas, gallegas, turcas. Serpenteados por el Riachuelo, la muerte en el matadero y el sur fabril de chimeneas con cielo gris. Por el puerto, la invasión extranjera. Nótese la metáfora que utiliza el narrador: una figura que remite al ámbito rural para hablar de la ciudad. La mazorca de hombres como fruto de la ciudad, por un lado; y la más-horca como cuerpo policial de la época rosista que, si seguimos esa línea de asociación, nos recuerda varios pasajes de Amalia donde las calles de la ciudad eran asediadas por los asesinos del Restaurador.

Buenos Aires muere de vulgaridad. Si vivís ahí, podés ser víctima de lo mediocre y su contaminación. Tiembla el protagonista ante “el frío de una realidad sin vuelo”. Elevación gallinácea. Dicho por Samuel Tesler: “La perra que se come a sus cachorros para crecer.”

Adán es el expulsado del Paraíso. Ha muerto. Murió el poeta-creador en el prólogo. Adán, el desarraigado de la perfección, dirá Cortázar. Atrás, vestigios de sueños, queda la infancia de una vida rural, patria idílica del comienzo. El proyecto intelectual es de una doble recuperación: la tradición criolla, acorralada por la ciudad, que sobrevive en el campo y las tradiciones de los antepasados europeos.

Cuando el astrólogo Schultze reproche al lanchero de Cacodelphia, un gallego colectivero, haber olvidado aquella dignidad que tenía en su aldea, en Galicia, haber trocado sus valores por un mimetismo grosero, no nos sorprenderemos: “podabas tu viña, matabas tu chancho, cantabas los villancicos de tu madre y profesabas la sabiduría de tus abuelos”. ¿Y después? Metamorfosis en un compadrito de melena y pañuelo al cuello. La “bravura criolla” viene evolucionando desde Martín Fierro al malevo.

Más adelante, los héroes encuentran a un abogado, hijo de un zapatero. Típica historia de tango (“Giuseppe, el zapatero”, cantado por Carlitos Gardel), el hijo oculta al padre, reniega de su linaje, aún cuando su progenitor se ha deslomado por costear sus estudios y, ya doctor, se entrega al lujo burgués. “Y olvidaron su tabla de valores por aquel fácil estilo de vida que les enseñaba el país. Y la obra de corrupción iniciada en los padres fue concluida en los hijos: los hijos aprendieron a reírse de sus padres emigrados, y a ignorar o esconder su genealogía. Son los argentinos de ahora, sin arraigo en nada”.

No sólo este ritmo de vida infernal, “un urbanismo traicionero que amenazaba con envolver en sus redes lo más puro de la tradición argentina”, confunde, sino desdibuja el ser nacional. Los colores del estandarte mixturan sus pigmentos. ¡Oíd poetas, el profundo reclamo!... “La tristeza del barro que pide un alma”.

La solución rapsoda. “Allí fuera, los hombres vivían bajo la tiranía de las cosas. Su conducta era determinada en todos sus detalles por los mandatos de lo material, por el dinero, por las herramientas de sus profesiones y por las leyes nada juiciosas de la costumbre y la convención. Pero dentro de la librería me sentía a salvo de las asechanzas de la materia, aislado de los peligros de la actualidad; allí, en donde un viejo barbudo, superviviente de otros tiempos, tocaba con furia la música romántica.” Aldous Huxley, “La librería”, Limbo.

Y, por supuesto, en el oficio de juglar existe una necesidad apremiante: hacerse entender en todo momento. Histórica ha sido “la urgencia de renovar el repertorio heredado, haciendo que el habla de los vulgares usos cotidianos entrase más y más en la prosa recreativa.” Una elección que más bien es una corazonada. “Los juglares, no por decisión unipersonal sino colectiva, en esfuerzo difuso e instintivo (…), echaron llaves al arte de los clérigos, continuador de una tradición latina docta , extremamente empobrecida, y dejándose conducir del gusto vulgar al que inexcusablemente debían atender, crearon una nueva tradición popular en la lengua románica de los nuevos pueblos medievales.” (Ramón Menéndez Pidal, “Los juglares y los orígenes de la literatura española”, en: Francisco Rico y Alan Deyermond, Historia y crítica de la Literatura Española). Esto me lleva a reflexionar sobre las instancias de recepción de ambas novelas y la incomprensión de varios intelectuales contemporáneos. Libros inclasificables, inacabados, fragmentados.

No puedo no pensar en los textos antropófagos de Oswald de Andrade. Manifiestos que convocan una lengua “sin arcaísmos” ni “erudición”, y que se nutren de millones de errores y faltas del habla. Y no sorprende que, cuando enumere elementos estéticos modernistas a utilizar, junto a la libertad de creación, destaque la valorización del inconsciente, de lo cotidiano y de lo mecánico. Porque “en lo cotidiano, que llega hasta lo vulgar, están lo popular y lo revolucionario. En el inconsciente se esconden lo primitivo, lo nativo, lo geográfico y lo telúrico”. (Oswald de Andrade, Escritos antropófagos.) Recordemos la filiación modernista de Mario de Andrade y su recorrido inicial que, poco a poco, fue desviando su norte.

Nacionalismo combativo. Un arte de acción. “Brincamos com a arte”. Gilda de Mello e Souza en “O tupí e o alaúde”, analiza el plano de la composición de Macunaíma en analogía con el proceso creador de la música popular brasilera. Basado en juegos infantiles donde se unen los cantos de modo espontáneo, la improvisación del cantor alcanza una pieza híbrida. En cada repetición se mudan uno o más elementos sin dejar de ser reconocible la fisonomía de su constitución. Mediante la combinatoria –que incluye fallas mnemónicas repuestas con variaciones inconscientes– se enmascara, transforma, deforma y adapta texto y melodía. Aplicada en la escritura corrobora la subversión del material lingüístico en la novela. Y, también, utilización de artificios y frases hechas desprovistas de su sentido fijado- estereotipado por la lengua. Recordemos que Macunaíma colecciona garabatos –cuando niño soñaba con malas palabras– así como el gigante piedras preciosas. Esas palabras “feas” son consideradas cosas materiales que funcionan como instrumento de lucha. (Eneida María de Souza, “A pedra mágica do discursos”, en: Mario de Andrade, Macunaíma, Edición crítica, Telé Porto Ancona Lopez, coordinadora, Fondo de Cultura Económica.)

Un pre-realismo, forma salvaje de contracultura, se acerca a la narrativa oral indígena o arcaica popular, Alfredo Bosi, “Situaçao de Macunaíma”. El resultado será un embrollo cronológico y geográfico, con persecuciones al mejor estilo de los dibujos animados. Desde Itamaracá a Guajará Mirim pasando por Paraná, atrás viene el cachorro Xaréu. La vieja Ceiuci te persigue de Mendoza a la Guayana Francesa, sin parar. ¡Borren las fronteras políticas que dividen a Latinoamérica!

Dijeron los martinfierristas en manifiesto girondezco (Martín Fierro. Nº 4, del 15 de mayo de 1924): “nos hallamos en presencia de una NUEVA sensibilidad y de una NUEVA comprensión”. La primera definición de estos jóvenes fue reaccionar contra una situación cultural que juzgaban rutinaria y caduca. Rasgos centrales de la revista eran el desenfado y la irreverencia con que consideraban la crítica artística, el tono festivo del que aparecía rodeada la actividad literaria, la virulencia de las polémicas, la búsqueda de un criollismo que conjugara la tradición nacional con estéticas europeas.

Así el “lector agreste” debería estar orgulloso, él es un “porteño leal”. Lealtad que conserva y legitima la tradición. El campo, como espacio aún no contaminado por la inmigración y la modernidad, es el reservorio de un pasado nacional ligado a la tierra, asentado en el linaje o en las posesiones y saberes de los antepasados. Porque “cuando lo presente ya nada nos insinúa y lo futuro no tiene color delante de nuestros ojos, ¡bueno es dirigirlos a lo pasado, sí, allá, donde tan fácil es reconstruir las bellas y sepultadas islas del júbilo!”. El ámbito rural, donde las cosas vuelven, tal vez, a tener un valor primordial, brotadas “recién de las manos de su Creador”.

Es la confianza en un ascenso por la belleza. Beber de las fuentes de la tradición y enaltecer el alma. La dignidad en lo simple, en lo noble del trabajo. Es la nobleza original del poema del domador de caballos, sabio en la medida de su fidelidad, “como templar una guitarra”. Civilización y barbarie. La famosa “i” de Sarmiento que une los polos. El dilema de la generación del 37 casi un siglo después.

Marechal no puede rastrear las huellas patricias que –aunque un poco fabuladas– rescata Borges de sus antepasados. Su tono se hace cargo de ese cambalache que hereda la cultura de Buenos Aires y lo resuelve uniendo extremos opuestos, yuxtaponiendo, superponiendo. En el fango sagrado crece la mortífera hoja de cicuta para que mastiquen los Sócrates del arrabal. Criollismo y lunfardo, Homero y catolicismo.

Y la pregunta por el argentino auténtico... un enigma nacionalista. Si ya no es ni país, esto es una factoría… “¡Inglaterra es el enemigo!”, sentenció el petiso Bernini. “El argentino, por naturaleza, fue y debe ser un hombre sobrio, como lo era y es todavía nuestro paisano, como lo fueron y son los inmigrantes que nos han dado el ser a la mayoría de nosotros. Pero, ¿qué ha sucedido? Que el extranjero nos ha embarcado en una mística de la sensualidad y el vivir alegre, inventándonos mil necesidades que no teníamos, para vendernos, ¡claro está! Los cachivaches de su industria y rescatar el oro con que nos paga nuestra materia prima.

Macunaíma reivindica la necesidad de asumir una particularidad latinoamericana, desenvolviendo el propio potencial cuestionado por la civilización europea: “Paciência, manos! Nao! Nao vou a Europa nao. Sou americano e meu lugar é na América. A civilizaçao européia de-certo esculhamba a inteireza do nosso catáter” (c. XII). No bien se alejaron de San Pablo, Macunaíma, ante la imposibilidad de encontrar la suya, dejada en la isla de Marapatá, “pegó una consciencia dum hispano-americano”, demostrando ser un héroe no absolutamente brasilero. Y reafirma que los brasileros comparten parámetros con el resto de América. El mismo sol nos dora a todos.

Esta mirada –integradora– hacia la región es imposible hallarla en Adán Buenosayres. Pienso en una biografía ideal del poeta de Villa Crespo: niñez y experiencias de la vida rural, un lazo prolongado con la tierra y la tradición, el nudo de un linaje heroico, conocimientos perspicaces y contagiosos como la risa del abuelo Sebastián. Desaparecen el mundo barrial y hogareño, y podría agregar matero decentito infeliz. No se oculta esa necesidad de recuperar las raíces europeas.

Existe un armazón católico que estructura la novela y que no permite un acercamiento más consciente hacia otras culturas de Argentina, especialmente, las desarrolladas por los pueblos originarios (aunque aparezca una conexión con la tierra como fuente de vida). Menos aún hacia otras partes de América Latina. Cuando se hable de los indígenas, Echeverría y Mansilla respaldarán la erudición. Asistimos al recurrente tópico literario del indio, el malón, la cautiva, los ranqueles. Shultz nombra, antes del encuentro fortuito y etílico –“yapay”– con el cacique Paleocurá, a Incas y Aztecas, presuntas raíces nuestras pero remite el origen a la Atlántida, al Critias, a Platón. Toma la palabra el narrador: “nuestros aborígenes descendían de aquéllos focos norteños, o mejor aún, de grandes contingentes que por desertar a la servidumbre o la guerra se habían desplazado hacia el Sur y habían descendido luego a la barbarie; (…) Schultz hubo soltado ésa y otras especies que volvían a convertirnos en la resaca del mundo;” (la cursiva es mía.)

Un pliegue hacia adentro que excluye posibilidades de integración. De cabeza, al útero de la patria. Es tiempo del “neocriollo”. Poética y metafísica. Un hurto al cuerpo latinoamericano. La selva amazónica está en el corazón de Brasil. Hasta allí rastreamos altivos pechos de la resistencia, pateando muros, pisando fronteras. El “hérue” va por “debaixo do salto da Felicidade”, luego toma “a estrada dos Prazeres” para arribar a “capao de Meu Bem que fica nos cerros de Venezuela” , donde Ci comanda asaltos matreros.

Cuenta Gilberto Freyre que, con el indígena, en la formación de la familia brasileña, se produjo una hibridez armoniosa. (Gilberto Freyre, “El indígena en la formación de la familia brasileña” Casa Grande e Senzala.) Cambió el esquema uniforme del modelo católico europeo. Habrá sido la Tía Ciata con una de sus macumbas. El vetusto arquetipo acusó la influencia de la magia y la mística, el totemismo y el fetichismo, los tabús. (Y los modernistas brasileros pretenden transformar el tabú en tótem.) “¡Va-mo sa-ra-va!” La “Casa Grande” amplió el horizonte brasilero, fue heterogénea la colonización y la familia gozó de plasticidad social. Uno aprende a caminar la selva y la jerga de las aves. (Y los modernistas brasileros se engullen al enemigo sacro.) No así es considerada la “casa grande” de las pampas por Martínez Estrada. Una casa de las afueras. Casa mala, sin ruido, pensamientos reprimidos, casa tabú. Silencio. Porque el campo puede ser también un espacio hostil, de telúricas maldiciones, de sequías rabiosas, y hay que salir a cuerear cadáveres con tío Francisco. Y así también curte su ser, el estoico resero.

Apertura de un lado y cierre de otro: los procesos históricos son diferentes. En Argentina, sabemos del exterminio aborigen en el sur. “Campaña del desierto” le dijeron, como si no hubiese habido habitantes, comunidades, vida. Aunque un mismo punto de fuga hacia la pureza natural o la naturaleza pura y la denuncia o la certeza de una ciudad que aniquila, que oblitera la autonomía espiritual. En cuanto a la instrucción, “los nacionalismos criollos de las Américas fueron, durante muchas décadas, débiles, eficientemente descentralizados y bastante modestos en sus ambiciones educativas.” (B. Anderson) Un llamado, una nueva voz. Por el lado de Macunaíma, la voz indígena, censurada, suprimida, inaudible en su forma originaria, apropiada y mal transmitida por los conquistadores. Esa mudez del vencido, sobrevive en un lorito.

Macunaíma no consiguió armonizar las dos culturas: Uraricoera, de donde provenía y el progreso, donde llegó ocasionalmente. Cuando regresó fue tarde, el rancho se había hecho tapera. Ni selva ni ciudad, concluye, ambas causan tristeza. Desterrado en su tierra, solo resta un exilio cósmico. El epílogo enmarca la historia y le da carácter de apólogo. El poeta traductor decanta la lengua para redescubrir el canto. Ese himno errante que podría entonar el pueblo brasileño en su búsqueda por una identidad tan plural y tan indeterminada. La gesta de un héroe antinormativo que apunta a un mundo futuro, eventualmente más abierto. Y un eco que se propaga: AMÉRICA LATINA UNIDOS O DOMINADOS.