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17.4.22

Marc, la sucia rata, por José Sbarra

 Humean montañas de basura a ambos lados de la carretera. Seres andrajosos suben y bajan por ellas. Un adolescente, recostado sobre una pila de cartones y trapos, lee.

Ha encontrado un libro y lo lee con dificultad, pero hechizado.

Para él ha desaparecido el basural, sus manos heladas y sucias pasan las hojas del libro.

El adolescente ha terminado de leer su libro. Se encienden estrellas sobre la basura. Es la primera vez que lee un libro desde el comienzo hasta el final. Es la primera vez que descubre que alguien que no lo conoce y a quien nunca vio, sabe exactamente lo que le pasa y lo que piensa. Aprieta el libro. Llora. O casi. Acaba de comprender que no está solo en el universo.

Hay alguien que lo entiende y se lo ha contado por medio de un libro. Vuelve a la primera página, a la primera frase. Se repite a sí mismo el nombre del autor. Es un escritor de otro país, de Alemania.

A la mañana siguiente le dice a su maestra que ha leído un libro de un escritor alemán y que durante la noche le ha escrito una carta, pero que no sabe a dónde tiene que enviarla para que le llegue. La maestra le pregunta cómo se llama ése escritor. Y él responde que en ese momento no lo recuerda. Entonces le pregunta por el título del libro. El responde que lo tiene en la punta de la lengua pero que no le sale. Ella le pregunta cómo puede ser que le haya impresionado tanto un libro, que hasta lo ha impulsado a escribir una carta y que no retenga el título ni el nombre del autor. El adolescente se queda en silencio. No quiere revelar esos datos por vergüenza. La maestra podría conseguir el mismo libro y sería como si lo espiase a él por dentro. Ella le dice varias cosas. El sólo repara en una; embajada de Alemania.

Se ha aplastado el pelo con agua jabonosa. Trata de no pisar charcos para no manchar las alfombras que imagina detrás de la palabra embajada. Lleva mal abrochado el cuello de la camisa.

Hace dedo. Se detiene un Renault color mostaza.

El chico de la basura sonríe. Agradece. Sube al coche. Agradece. En su mano izquierda palpita una página de cuaderno doblada, sin sobre.

La humareda semeja niebla y el día es gris.

–¿Y para qué tenés que ir a la embajada de Alemania?

Para enviarle esta carta a un escritor. Ahí me van a dar la dirección.

–¿Quién escribió esa carta?

–Yo.

–¿Y cómo se llama el escritor?

El adolescente revela por primera vez el nombre del escritor.

El hombre reprime un impulso. Mira a los ojos al adolescente. Siente el humo caliente del basural que entra por la ventanilla. Sonríe ante la asimetría de la camisa del chico. Le dice:

 –Te voy a llevar hasta la puerta de la embajada. Aprieta el acelerador y, poco a poco, el entorno empieza a urbanizarse. Sintoniza la radio en una música alegre.

Intenta imaginar cómo recibirán a ese jovencito en la embajada. Tal vez lo traten con indiferencia –piensa–, tal vez le tomen la carta sin darle mayor importancia o quizás alguna secretaria le diga lo que él no se atrevió a decirle, que ese escritor ha muerto hace ya muchos años.

 

 

Tomado de: José Sbarra, Los pro y los contra de hacer dedo, Ediciones subterráneas La Rata, 1988.-

17.10.21

Revelación de un mundo, por Ezequiel Alemian

 


(Sobre
Informe sobre Moscú, de José Sbarra, Palabras amarillas, 48 páginas)

A fines de 1990, José Sbarra (1950–1996) se encuentra en la Unión Soviética. Viajó hasta allí para terminar el guión de una película que se hará con su novela Marc, la sucia rata (1988), y para negociar la traducción al ruso de ese libro y de dos de sus títulos infantiles. Lo entrevistan para el Pravda, ofrece conferencias de prensa, es invitado de honor en estrenos diversos, se aloja en hoteles históricos y pasea en comitiva, con un intérprete, por Moscú y Leningrado, o Petersburgo, porque entonces nadie se pone de acuerdo sobre el nombre de la ciudad.


En la televisión escucha repetirse todo el tiempo una palabra: “perestroika”. El ruso le suena a música. Escribe un diccionario fonético en el que anota cada término que aprende. “Pañiatna, pañiatna, spasiva” (“Entiendo, entiendo, gracias”). Se inyecta opio con una jeringa de quince centímetros, toma unos hongos que le regala una pareja de artistas y fuma marihuana para no aburrirse.

Su amante ha preferido quedarse en Buenos Aires. Sbarra lo extraña, se mortifica con la idea de que su pareja esté con otro, presiente una ruptura. La situación, la distancia que los separa, lo atormenta. “Todo Moscú con sus cuervos y su nieve, con sus ramas dolorosas, me recita a los oídos: suicídate.”

¿Dónde está el escritor? Sbarra ha superado, o ignorado, esos ilusionismos formales. Su escritura es de una observación casi pura, no en el sentido descriptivo de los naturalistas, sino en el sintético que adquieren las imágenes en la mejor poesía.


“Informe sobre la situación en Rusia”
 es el título que encabeza este texto brevísimo: veinte páginas, escondidas en veintitrés incisos y un epílogo. Informe sobre Moscú es el título que figura en la tapa del libro. Son formulaciones similares pero distintas: una hace referencia a lo general del contexto, la otra puede pensarse más en términos personales. “Informe” puede leerse bajo dos acepciones: como “noticia sobre algo” o como “sin forma”, o “de forma vaga”, pero en este caso en particular, las acepciones deben combinarse: “Noticia sobre algo, de forma vaga”.


Sobre la escritura del texto, Enrique Symns elogió que le resultara ingenua, obvia y enunciativa. Es que, de manera refleja, cuando uno lee ficción, espera encontrar en el texto un espesor literario, una suerte de intermediación estetizada que nos detenga en el saber hacer del escritor, en los devaneos de la velocidad enunciativa. No encontrar ese espesor nos decepciona. ¿Dónde está el escritor? Sbarra ha superado, o ignorado, esos ilusionismos formales. Su escritura es de una observación casi pura, no en el sentido descriptivo de los naturalistas, sino en el sintético que adquieren las imágenes en la mejor poesía. Informe sobre Moscú parece un texto escrito hoy por un joven de veinticinco años. Ha triunfado el capitalismo, y lo que campea a su alrededor es “el horrible estilo de los que han dejado de amar”.



Tomado de: Los Inrockuptibles, abril, 2014.-

1.9.17

El mal amor de José Sbarra, por Javier Fernández Paupy


Abrir un libro
¡qué síntoma inequívoco de que se está solo!
El mal amor

No, doña Paloma, no sé fingir, no quiero o no puedo. Yo quiero una felicidad que sea cierta o nada.
Aleana

Esperábamos este libro. Los lectores de Sbarra sabíamos que antes o después íbamos a leer sus textos inéditos. El mal amor (Dagas del Sur, 2017), en una cuidada edición encuadernada a mano, ya circula por las librerías para que podamos completar las piezas sueltas que quedan por descubrir de este autor genial. El libro incluye facsimilares y fotografías, así como un posfacio de Nadia Sol Caramella donde, con mucha claridad y amor manifiesto por la obra de Sbarra, aparecen desplegados momentos centrales de su biografía y las implicancias con sus libros. Vida y obra en una misma reflexión.

Un proverbio chino sirve para pensar la obra de José Sbarra: “Un idealista que se ha sobrepasado en su idealismo es un peligro para la sociedad, pero un cínico que se ha sobrepasado en su cinismo es una de las personas más bondadosas sobre la tierra”. En la contratapa de Cielito dice: “Ya tengo más de treinta años, por eso algunos me dicen: “José, comportate como un adulto”. Yo les respondo: “Voy a intentarlo”. Pero por dentro pienso: “Ni lo sueñen”. Para ustedes, que no me dicen tonterías como esas, escribí Cielito, el personaje que más quiero y que más se parece a mí”. Hay algo entre infantil y marginal en la obra de Sbarra. Entre Billiken y Playboy. La primera edición de Marc la sucia rata se llamó Los pro y los contra de hacer dedo. Era una edición de autor, con el sello de fantasía La rata ediciones, de 1988. El mismo sello con el que en 1992 editaría Plástico Cruel. En la contratapa de esa primera edición se lee: “LA RATA ediciones subterráneas. LA RATA no tiene editor responsable ni tampoco registro de la propiedad intelectual. Los libros de LA RATA no se venden en librerías, se consiguen en nuestros puestos clandestinos o se roban en las casas de la gente que pagó 10 dólares el ejemplar”. En 1991 la editorial Torres Agüero publica la novela con su nombre definitivo y ya mítico.  La obra de Sbarra durante décadas circuló como samizdat, como tesoros clandestinos, y una legión de lectores devotos se encargó de mantener vivo el fraseo de su voz. Es una alegría saber que la editorial Dagas del Sur va a encargarse de reeditar sus obras completas y que finalmente vamos a poder leer Bang! Bang!

De las contratapa de alguno de sus libros: “José Sbarra sostenía que divertirse con el miedo era una actividad saludable. No estaba de acuerdo con que encerraran animales en jaulas, ni en zoológicos, ni en acuarios, ya que el lugar de los pájaros es el aire libre y el de los animales marinos, el mar abierto”.

La escritura sincrónica, en mosaico, con racimos de historias escalonadas que presenta Sbarra y eso que inventa con el diálogo caracteriza su estilo rápido, ligero, con historias en montaje. El mal amor participa del tono de sus otros libros. Con desesperación e inocencia, escribió una obra donde la orfandad y el amor parecen instancias de mismo movimiento. El tono del libro recuerda el de Obsesión de vivir, una narración en verso o poema novelado del que se lamentaba Sbarra desde la guarda: “Lo terminé hace muy poco y sin embargo ya lo escribiría de una manera completamente distinta. Lo que me fastidia más es su falta de optimismo, de humor. Es un libro triste, demasiado triste”. Anecdótico y emocional, autorreferencial hasta la médula, José Sbarra en El mal amor muestra la cara más desesperada del amor.  

¿Vos sabés la cantidad de pendejos que andan con mi libro? A esos pibes nadie les habla, no tienen interlocutor ¿Sabés lo que debe ser que encuentren un libro de alguien que fue igual que ellos? Para ese pibe de 14 o 15 años, mi libro está vivo. De los 30 años para arriba, no me interesan los lectores.
(Entrevista con Enrique Symms, revista El cazador, nº 1, octubre 1992.)

Los libros de Sbarra trafican aventuras, peligro y buen humor. Transitan distintas formas: novela, cuento, informe, poema, teatro, guión radial y televisivo, relatos infantiles, historieta. ¿De dónde viene esa fuerza? Avanza; no describe, escribe cinematográficamente historias yuxtapuestas. Su obra es un arco que se tiende en la biblioteca argentina. José Sbarra inventa algo en forma de diálogo. Intercala un teatro de historias en caleidoscopio de voces. Integrados, apocalípticos, esperanzados, optimistas, cínicos, enamorados que obedecen y desobedecen, perdidos y apasionados, víctimas, sabios, delincuentes, prostitutas, drogadictos. Imbuidos en la perturbación del afecto, sus personajes están atravesados por el deseo, siempre motor de las acciones y movimiento de las pasiones, a veces brutales, a veces fatales, siempre matizadas por una obsesión en letra de molde.


20.10.14

Los que se equivocan de víctima, por José Sbarra


(fragmento inédito)


Estaba en una fiesta. Sabía que existían personas interesadas en hacer el amor conmigo, del mismo modo que yo intentaba hacer el amor con otras. Entonces visualicé un círculo de seres humanos cada uno de ellos intentando seducir a otra persona que no era la que tenían delante, y así hasta el infinito.


 *   *   *   *


Una pareja entra a un hotel por horas. La llovizna borra las huellas de la tarde. Bajan las últimas persianas. Se encienden los faroles. La gente satisfecha abandona la calle. La noche queda en poder de las ratas, los gatos, la policía, los travestis, los vagabundos y yo, buscando a alguien que borre tu recuerdo.


Revista La Maldita, año 1, número 1, 1997.


26.8.14

Entrevista a José Sbarra por Enrique Symns



COJER, DROGARME Y ESCRIBIR 

Lo conocí en el hospital de los artistas, en ese hotel-nosocomio sito en la calle Defensa entre Brasil y Garay, por donde han pasado las desgraciadas y decadentes vidas de tantos amigos nuestros. Estaba atravesado al ángulo de la pared como un audio de heroína. Le tomé odio al tipo. Un algodón en el piso y el aura de Marc, la sucia rata que lo rodeaba en aquella época. Hace poco lo volví a conocer y me bastó un comentario que hizo sobre la muerte de un amigo para darme cuenta que el tipo era un tipo, me gustara o no. Es homosexual, algo frívolo y también denso. Pero muy querible y sobre todo: esta apasionadamente vivo. 

- ¿Plástico cruel es literatura para homosexuales? 
- No. Todo lo que escribo lo hago desde lo heterosexual. Porque todos los homosexuales estamos acostumbrados a leer Romeo y Julieta y traducirlo a nuestros códigos, no me interesa obligar al lector heterosexual a decodificar nuestro lenguaje. Escribí Plástico cruel para demostrar que no existe el amor. Que el amor es cultural, que la vida es sexo, que en el sexo estaba todo claro y no lo conseguí. Todo lo contrario, mi pareja se apoyaba en mi hombro y me decía “si ponés tantas conchas y tantas vergas nunca vas a ser un escritor reconocido”. Era un acto de amor. Pero se me estaba yendo, él me quería dejar y yo me daba cuenta y no soportaba no ser el mejor del mundo para él, estaba desesperadamente enamorado. Estaba enamorado. La gente cree haber amado, pero no les pasa, se mueren sin conocer el amor. Yo casi lo mato. Me tuve que ir a Madrid. No soportaba que cogiera con otros. Con ese pibe tuve los celos más grandes de mi vida. Lo llamo por teléfono un día y le digo que me voy a ver a mi abogado, le miento, me voy a una orgía. Seis o siete tipos cogiendo. Hay un tipo que me la está chupando y yo lo llamo por teléfono a él… ¡Para ver si estaba solo o si estaba con alguien! 

- ¿Tuviste una vida sexual intensa, promiscua? 
- He hecho de todo. He vivido prácticamente de prostituto, fui prostituto de hombre y mujeres hasta los 25 años y no tengo una verga de dos metros ni mucho menos y sin embargo he competido con tipos “súper” que hasta traían modelos de los Estados Unidos. Lo que pasa es que yo en aquella época hacia tarifas especiales, servicios especiales: yo pegaba, meaba, hacía sadismo, pero hacía todo eso porque era escritor. ¿Qué puedo hacer si soy escritor? Porque ojo, y hoy se lo decía a Bobby Flores en un reportaje por radio, para mí ser escritor no es Piglia, escritores son tipos como Symns que no viven de nada. Todo eso yo lo hacía para poder vivir. Porque para mí la vida siempre se dividió en drogas, sexo y literatura. Aunque te parezca raro, leer y escribir son dos cosas que si no las tengo no me interesa la vida. Las tres tienen la misma importancia. Tengo 42 años y me voy a morir a los 20. Pero sin sexo y sin drogas tampoco me interesa la vida. A los 16 años era cadete y me miraban las mujeres y los hombres. Los hombres me tocaban el culo y las mujeres el bulto. 

- ¿Qué clase de cosas sádicas hacías? 
- Apagar cigarrillos en las tetas. Mojo el cigarrillo, queda la braza encendida pero el cigarrillo viene apagándose con la saliva que puse, cuando llega a la teta la mina o el tipo siente el calor y cuando se lo apago en el pezón ya está apagado. A mí me gusta coger y que cuando termine me duela la pija y los huevos. Hay gente que no sabe usar la violencia. En la homosexualidad hay que saber. El alcalde de Nueva York, cuando aparecieron los Black Bell Leaders, (una onda de cuero negro, el machismo gay, ya no eran maricas, a los europeos no les pegó nunca, pero a los yanquis sí), bueno, el alcalde tuvo que tomar medidas: aparecían muchos gays muertos por los zarpes sexuales, se les iba la mano a los putos cojiendo y ahí mandó una mano médica, una cartilla explicando cómo ser pesado pero sin dañarse. 

- Me hablabas que curtías también con mujeres… ¿existe entonces la famosa bisexualidad? 
- No, en absoluto. Existe la heterosexualidad y existe la homosexualidad. La bisexualidad es una cuestión totalmente cultural. A vos te puede gustar un pendejito de 12 ó 13 años porque es casi como una nena. Pero te tiene que gustar un tipo de 40 años, peludo, grandote. A mí siempre me gustaron claramente los hombres pero nunca le dije “NO” a la mujer, porque para mí el sexo es casi franciscano, no en el estricto sentido religioso sino por un tema de hacer servicio. La gente que me conoce, mis amigos lo saben, si una mujer está caliente y me necesita me la cojo y lo hago por el franciscanismo. Yo preferiría que ella tuviera una pija en vez de una concha. La mujer que coge con un puto tiene la fantasía que no la vas a violar, que no la vas a usar. 

- ¿Sos violento en el sexo? 
- En absoluto. Nunca me copé con la onda violación. Por supuesto que me han pegado y he llevado a la gente a dolores muy fuertes. 

- ¿Nunca violaste ni forzaste? 
- No, soy un moralista. 

- Yo te tenía por un mal tipo, un corruptor bravo… 
- No, es por la fama de los pendejos. Claro que los pendejos me seducen pero los curto por seducción. Cuando trabajaba en televisión tenía los pendejitos de 15 que venían a proponerme coger para ver si entraban a la TV. La gente cree y le gusta la idea que para entrar ahí hay que coger. Tienen ganas de hacer ese sacrificio. 

- ¿Qué hiciste en televisión? 
- Siempre hice programas pelotudos desde Canela hasta Hiperhumor. Los hice para ganar plata. Hace tres años dije basta, nunca más. El problema es que odio la televisión, nunca veía y los tipos que laburan en TV no bancan eso. Me toleraban porque soy muy eficaz trabajando pero yo odiaba todo ese mundo, nunca me interesó… 

- Desconozco tu historia… 
- Mi familia era rica y mi viejo era un boludo que se peló. Vivíamos mal, sin agua caliente y yo tenía que ir a bañarme a la casa de mi abuelo. Mi viejo le fundió la fábrica a mi abuelo. Vivía en una casa con calle de tierra. Pero en verano me sacaban y me llevaban a Mar del Plata. Siempre trabajé de todo. Durante 10 años llevé gente a Bariloche, llevaba turistas. Desde los 18 años hice eso. Hasta los 18 fui cadete, me metía en los piringundines y me hacía coger por las putas. Yo iba por eso, pero también porque los tipos me tocaban la pija. Después también me los cojía. 

- ¿Viviste en la miseria? 
- Nunca viví en la miseria porque siempre hice prostitución. Tenía clientes de mucha plata y aún hoy tengo amigos ricos. La ventaja que tenemos los homosexuales es que podemos trabajar la calle. Siempre tuve un buen cuerpo y resulté atractivo. Mis viejos, de pendejo, me metieron en esos clubes y yo hacía trapecio, barra, esas cosas. Lo raro es que si un hombre me toca la pija se me para, y si me la toca una mujer también. 

- ¿Pero te gustan o no te gustan las mujeres? 
- No, me gustan los hombres. Aunque los hombres tuvieran concha me acostaría con hombres antes que con una mujer. De la mujer siento el encanto, el encanto de una flor en un florero ¿por qué se me para? Porque si la mujer se copa conmigo me siento el mejor… 

- Me identifico con vos en el sexo y las drogas, pero escribir… 
- ¿Viste? Es cierto. Yo me veo escribiendo y me parece la imagen más desagradable, un tipo escribiendo es un pajero… 

- ¿Y entonces…? 
- Me acuerdo que en Ciudadela yo untaba bronce y aluminio en la quema, de eso vivíamos todos los pibes del barrio. Y en esa quema encontré un libro, no voy a decir qué libro es, para no perder la magia, pero ese tipo sabía mi vida, ¡Ese libro era mi vida! El personaje hasta tenía una hermana que se la quería coger otro amigo y yo también tenía esa hermana y ese amigo y el tipo se había hecho amigo de otro tipo que lo adoraba y a mí me pasaba eso. ¡El autor hablaba de mi vida! Y en la quema nadie me hablaba como ese escritor. Entonces, te diría que escribo libros como ése que encontré, escribo literatura para gente de la quema, para pendejos como ése que era yo, ¿Vos sabés la cantidad de pendejos que andan con mi libro? A esos pibes nadie les habla, no tienen interlocutor ¿Sabés lo que debe ser que encuentren un libro de alguien que fue igual que ellos? Para ese pibe de 14 ó 15 años, mi libro está vivo. De los 30 años para arriba, no me interesan los lectores. Me chupa un huevo y te soy sincero, si el libro gusta o no gusta, si es bueno o si es malo. Yo escribo parta unos cuantos pendejos. 

- Pero le debés haber tomado el gusto a la fama, por más pequeña que sea… 
- Claro que me gusta entrar a un boliche y que venga una minita y me diga: “Ay, lloré con el final de tu libro”. Soy frívolo pero conozco la medida de eso. Cuando llego a la noche a casa busco mi droga, mi amante y un buen libro. 

- ¿Cuál es la mejor droga? 
- El LSD. Lo rechazan los que se tienen miedo. Yo coincido conmigo mismo. Cuando me voy a dormir, me voy yo. Yo leía a Epicuro y Epicuro me enseñó que el placer es posible todos los días. Todos los días peleo para que el placer sea más grande que el dolor. A veces digo “ando mal” porque disfruto andar mal, pero igual cojo y en la cama gozo con lo que se le ocurra a la otra persona… no es una habilidad, es una dedicación. 

- ¿Te gustó la obra de teatro que hicieron de tu texto Marc, la sucia rata? 
- Yo creo en la acción, Enrique. Si hay un montón de mediocres de no sé dónde y quieren hacer la obra de algo que escribí pues que la hagan. Yo respeto mucho a Omar Chaban, a Omar Viola, a vos. Te defiendo donde voy. Si alguien te critica, le digo: “pero ustedes ¿qué hicieron?”. Enrique Symns hace una revista, yo nunca la leo, pero la espío en la casa de algún amigo y encuentro alguien que ve el mundo como yo: si dos pendejos tiran a un viejo de un tren para sacarle el reloj, todos están con el viejo. Y Cerdos y Peces estaba con los pibes: “El viejo es un hijo de puta por andar con el reloj”. Vos sos el tipo que das esa versión del mundo y yo te agradezco, aun cuando no te conociera. 

- Además de optimista te describís como si no sufrieras, ¿no tenés bajones? 
- Tremendo bajones, pero no los cultivo. Sé cual es la medida: si ando por la calle y veo gente y ni siquiera me la quiero coger entonces estoy muy mal. Aunque se haya muerto la persona mas querida, agarro y voy y cojo o me hago una paja y duermo bien. Me gusta el placer, me gusta morfar bien y tomar el mejor whisky y me gusta sentar mi culo en el avión y aparecer en Nueva York, soy feliz cuando entro a los casinos. Vivo bien y cuando vivo mal, escribo. 

- ¿Y todas las relaciones que tenés son satisfactorias? 
- Cuando no me la chupan bien, cuando siento que no me la chupan en serio, entonces no les doy lo que se merecen, la generosidad y el egoísmo son lo más importante en el acto sexual. Estoy viendo una concha y no me pasa nada, igual la miro y alimento las ganas, me doy máquina. Te tienen que hacer sentir grande. Yo estoy chupando una pija en un baño de un bar y al tipo lo hago sentir el macho de la tierra. Hay que evitar coger con los mezquinos. Los mezquinos son lo peor del mundo. 



Publicado inicialmente en la revista El Cazador nº 1, octubre de 1992. 

1.2.14

Los pro y los contras de hacer dedo en Moscú, por Fernanda Rotondaro



Del escenario under porteño a los sets de filmación en la URSS


En pocos meses más los rusos tendrán en las pantallas de sus cines a Marc y el policía, los protagonistas de Los pro y los contra de hacer dedo. ¿Recuerdas, itinerante del teatro under? Sí, se trata de nada más y nada menos que de la novela de José Sbarra y –obviamente– de la obra de teatro que durante el ’90 se dio en el tristemente desaparecido y nunca bien ponderado Medio Mundo Varieté.

Así, con algunas idas y venidas, Marc y el policía huyeron de las oscuras noches de Buenos Aires con rumbo conocido: Moscú. Allí, en este mismísimo momento están filmando la película sobre su historia, la primera coproducción argentino-rusa. Y gracias a la “perestroika”.

José Sbarra, argentino, escritor, guionista de historietas de Billiken y Playboy –vaya extremos–, publicó su novela Los pro y los contra de hacer dedo en 1988, en ediciones La Rata. (Tenga una rata en su biblioteca, publicita la contratapa del libraco.)

En el ‘89 un grupo de teatro decidió llevarlo al escenario: Adrián Blanco y Daniel Di Napoli oficiaron, respectivamente, de Marc, la sucia rata, y el policía en el Medio Mundo hasta el año pasado. Cerrado Medio Mundo, dieron un par de funciones más en ese otro templo llamado Cemento.

Pero mientras tanto… Muy lejos de aquí, a miles de kilómetros de distancia, otro Marc y otro policía estaban por surgir. “La cosa fue así –intenta explicar Sbarra–. En el ’90 vino a Buenos Aires Pablo Moyano, un director de cine argentino de 28 años, radicado en Rusia desde chico y egresado del Instituto Tarkovski. Y uno de los souvenirs que le dieron fue mi novela. Cuando llegó a la URSS, la leyó, se copó y le propuso filmarla a Lola Asrapova, la primera productora de cine independiente. Impulsa especialmente proyectos de gente joven.”

Lola también se entusiasmó. Inmediatamente sacó dos pasajes con destino B.A. y llegó sana y salva con Pablo, el argentino-ruso. Hablaron con Sbarra y, de paso, vieron la obra de teatro. Trato hecho, dijeron en un castellano con acento ruso. O en ruso con acento castellano.

Pero para que fuera una coproducción, alguien de la Argentina tenía que aportar algunos australitos. La agraciada resultó ser Cipe Fridman, la productora de Enrique Pinti u el programa de Antonio Gasalla (del invierno).

Cipe quería que Marc fuera Fito Páez, pero Fito no tuvo ni la oportunidad de decir que no, porque la parte argentina sólo tiene injerencia en lo comercial, no en la parte artística.


Un argentino suelto en Rusia

En diciembre, Sbarra –como a su debido tiempo lo había hecho Lola– sacó un pasaje de avión. Pero, en este caso, hacia la gélida Moscú. Todo el equipo de la futura filmación lo estaba esperando. Entre agasajo y agasajo, Moyano (director de la peli) y Sbarra hicieron la selección de actores mientras este último también corregía el guión.

“El personaje del policía lo va a hacer un actor excelente y famosísimo, que es como un Lupi acá. Y él de Marc, el mismo Moyano”, cuenta Sbarra. Resumiendo: los 40 actores de Los pro y los contra de hacer dedo son rusos, y de primera.

La cuestión actoral se complicó un poco cuando tuvieron que buscar un travesti para hacer uno de los personajes. “En Moscú no había ni uno. Fuimos hasta Leningrado y ahí encontramos a un pintor de 22 años que hace transformismo. Lo que pasa es que Leningrado es más bohemia, hay más artistas, es más europea que Moscú –dice Sbarra mientras muestra algunas fotos–. Leningrado es como una Venecia gigante, está llena de canales.”

En enero, el novelista-guionista volvió a su tierra natal para seguir con su segunda novela, Plástico cruel, que saldrá en septiembre. Pero antes de eso, en marzo, Torre Agüero editará Los pro y los contra… También los soviéticos se entusiasmaron con editar la novela y prometieron una versión en ruso y otra en polaco, con una tirada de 10 millones de ejemplares, aproximadamente. Una pavadita.

“En la URSS todo el mundo compra libros. Son baratísimo, como el cine –cuenta Sbarra. Y sigue– Y ahora se están liberando gracias a la “perestroika”. En Moscú fui a ver un grupo de cuatro chicas idénticas a las Gambas al Ajillo. También abrieron una radio, Paris plus Moscú, que pasa rock. Antes sólo pasaban música clásica.”

Volviendo a la película, Sbarra apunta que “ahora están filmando en Moscú y en Leningrado. En dos o tres meses yo tengo que ir allá para el montaje. Tiene partes en color y partes en blanco y negro. Los encuentros y la persecución del policía y Marc son en colores. Y las historias que Marc escribe están hechas en blanco y negro.”

Cuando esté terminada, la peli competirá en los festivales de Cannes, Biarritz y quizás por le Oscar como película soviética. Según Sbarra “tiene una onda de comic. La cámara en general está fija: los personajes entran y salen del cuadro. La escenografía también evoca la historieta.”

La noche cae y el calor nos recuerda que estamos en el verano de Buenos Aires, lejos de la invernal URSS. Marc y el policía deben estar hablando en una lengua extraña, pero diciendo las mismas cosas. Las que le pasan a un chico como Marc, acá o en cualquier planeta.


Publicado inicialmente en el suplemento SI del diario Clarín, viernes 8 de febrero de 1991.