30.10.18

La amistad y los libros, por Susana Campos


(Sobre El Andante, de Bettina Bonifatti, El Amarre, 2016)


La novela de Bettina Bonifatti narra una historia de amor de una manera escurridiza, bastante particular, que se escabulle permanentemente a los lectores. Sin embargo, mediante un trabajo minucioso con el lenguaje, la narradora protagonista nos va acercando esta historia y también a su musa: un hombre, el Andante. Ella ha encontrado una manera muy personal de hacerlo llegar: “Llevaba una paz nada obediente”, “la boca tenía infancia y hombría”, “él parecía mitad cóndor mitad vicuña”. La descripción (por llamar de alguna manera el modo en que este personaje va penetrando en la historia, en nosotros) parece estar siempre a milímetros de la contradicción o a algo parecido al oxímoron. Sin embargo, no se trata exactamente de eso. Es algo menos clasificable, menos definido: especie de tironeo o de rodeo en el que lo material del Andante nos revela su sombra y la sombra nos devela a la vez su materialidad. Es un tironeo que no genera tensión sino que revela como, cuando desde lo abisal, una fuerza empuja para que algo salga a la superficie.

Se dijo ya que la musa de la novela de Bettina Bonifatti es el Andante. La voz que narra es la de una mujer singularmente femenina. Se trata de una voz que al lector sólo le arrima trazos —ciertamente inesperados—, ningún lugar común.  No hay descripción convencional: “Entró tranquilo, de una manera liviana y hablante” o “su costado era para una mujer”. Estos instantes, como tantos otros, parecen construidos con palabras que pronto habrán de levantar vuelo para dejarnos acá, de este lado de la página, como lectores a los que el Andante también se les ha escurrido y sin embargo… La “forma” de él no es fantasmal, sino absolutamente real aunque indefinida, compleja, nunca del todo descifrable como, en definitiva, somos todos los seres humanos.

El escamoteo es una característica importante en El Andante, aunque no obstante comienza con una certeza: “En Salta tiene que pasarme algo y no me voy a ir hasta que me pase”. Sin embargo, una vez más, esa certeza no es del todo descifrable: “yo tenía que procurar el hecho que esperaba (pero no sabía qué era)”. Como otros personajes de la literatura (Zama, por ejemplo), la narradora espera. Su espera no es pretenciosa, espera sin certidumbre, sin imaginario previo: “¡Que entre lo que tenga que pasar!” Señales o indicios que podrían pasar desapercibidos para el ojo (o el espíritu) con poca disponibilidad, para ella resultan fundamentales: “un cubo blanco”, “la hamaca roja”, “la casa en miniatura”. Es así como encuentra lo que no sabe que busca.

El Andante no sólo nos lo revela a él sino también (y mucho) a su narradora, capaz de arribar a algunas conclusiones que no se presentan como sentencias: “Pensando en no dirigir la vida. Hacer cosas con la muerte, y tras ella. No pensar en lo que uno se merece o no se merece.” Y Bettina Bonifatti, de manera sutil y profunda, nos cuenta esta historia conmovedora, emotiva y, sobre todo, vital. Encontró para ello las palabras, la sintaxis, el desorden que le permitieron componer esta novela  que nos demuestra, una vez más, que no hay una forma única de amor. Afortunadamente.

18.10.18

Nuevas sentencias y apotegmas, por Luciano García del Mar



“En atención a las 1000 páginas de los cuadernos póstumos de Omar Viñole”.


Si la muralla no va al zócalo, cualquier tímpano se hará trinchera.

Ningún negocio de florituras cae con la vejiga encordonada.

Viajé por todas las arenas, puse mi diapasón protervo al servicio de las ojivas de los estúpidos en indivisas caléndulas.

La turbamulta siempre postergará a aquellos que de un lápiz de labios hacen desaparecer un ventrílocuo.

Desprecio a todo aquel que enviste una ojera al azar como si no amaneciera todos los santos días.

El recuerdo repercute en el cerebro como un grisín desnucado.

Sólo quien se permite una madre aprende a repudiar la tormenta detrás de un mostrador. Y cuando la tormenta es eléctrica, dobla las razones.

No es lo mismo nacer en Alemania que torcer el destino de un clavo herrumbrado.

El hombre común no ha nacido todavía. En la forja del hijo próspero cabrestean los electrones libres de la decencia pública. No por nada el ser no es, ni de pañolenci están urdidas las estaciones al alba. 

Sobre mi tumba pasará aquel que no sepa del sueño levantar un acorde con cuarta aumentada para ofrendar su trino baladí al río de los sociópatas.

Icé mi monolito en el mar y lo llamaron iceberg. Fueron los sionistas.

***

La porra de un corazón enfebrecido puede demoler más de 134 tabiques nasales por cada siesta, en término medio.

De cada naufragio recolecto un sufragio sacro.

El pendón de los dramaturgos adolece por donde lo meneen.

Has usufructuado el brillo de tus ojos como fuerza de choque hiperbórea. Ahora siéntate impávido a soportar su ombligo.

Nadie da lo que recibe, salvo quien no lo recibe. Y así acaricia el talante cetrino de la maravilla arropado por el aire detrás de su mampara ansiolítica.

No soy comunista.

El que contrae un nuevo vicio aupado a un desdoro merece con creces ser monitoreado por la CIA desde su última app.

Le dijo la zorra al soldado: “Caerán mil imperios después de que tu ala delta se desplome en alta mar. Y aun así embeberás tu horizonte entre hilos de algodones”.

El hombre es el único instrumento que suena cuando duerme.

No existe el cambio en la sociedad capitalista. Como observó Saramago es más fácil desmontar una antigua verdulería en Ramallo que tipiar un capítulo entero de La República.

La diferencia fundamental entre un hombre noble y un canguro clonado estriba en el punto de paralaje del observador.

Quien no atiende al detalle dispara en las fiestas.

***

He preguntado al hombre sabio acerca de tu mirada. Me ha abofeteado arrodillado y de espaldas.

Sobre un upite que huele bien levanta el canalla un parque temático.

Cuanto más conozco al genoma más medito la Cosa.

El próximo siglo será de los bicípites y alacranados, como fue el anterior un contubernio entre el condón y el polinomio.

El hombre sin mujer es un escorzo fallido del astrolabio. Mas si la mujer que lo abandonó es indogermánica pongamos su tribulación en la cuenta del cagatintas o en el equipaje áureo del hombre rana o buzo militar.

Me has preguntado si soy feliz. Te he llevado a la Montaña y a mi salón de fiestas con pelotero.

Quien espera y se desparrama sabe coaligar el humo con la cigarra.

La nueva narrativa argentina paréceme un retablo davídico con un semáforo dentro y un antropólogo embalsamado en la puerta cortando tickets y haciendo la venia. La nueva poesía argentina paréceme una mercería saqueada en cuya entrada hay un partisano sobre un yunque de pómez sermoneando a un policía sobre la identidad del himen y el ente en sí mismo.

La identidad de género descansa sobre dos pilares. Franco en cambio descansaba con una.

Lo que en Bolivia es un chiste conceptual en Turquía es un gesto indescifrable, en Rumania un ruido, y en el Oriente una plegaria vacía. En el Uruguay es apenas un emblema tenue. En tu boca un canto. Y en mi canto un paredón descascarado, Matilde.

Ríome de aquel que se baña dos veces en un mismo día. Pero se evapora la risa al toque.


***

La duda es un contrabandista estrafalario que sabe constiparse a la hora señalada.

Así como no necesito tres orejas ni cuatro ojos, dos narices o seis piernas, así tampoco demando que tu rebenque tornasolado flamee en mi buhardilla como un pichón de gnomo beodo asaltado por un inopinado brote psicótico.

Nada debe esperarse de la mano tendida del primate si tu vida es un vano teorema rosa.

Me he refugiado en la soledad para soliviantar la chispa de los equinoccios.

A veces la mera compra inconsulta no es un rapto vertiginoso sino un reto vigoroso para la billetera y su portador.

Antes de fusilar al presidente pensarlo dos veces. Después, dos veces más.

Filósofo con suegra a mano es como micro vacío sin nafta camino al chapista equivocado.


(Escritos en tiempo-record [proeza]: 5 m)

8.10.18

Megan Amram: Carta a mi futuro hijo



Es extraordinario cómo no existís,
cuando he sido ensamblada y puesta en marcha con
tubos esponjosos específicos para parir. Al menos

sería preferible hacer brotar un hijo,
como pétalos emergiendo desde el centro.
Me disculpo profusamente con vos,

pero estoy satisfecha en mi egoísmo y
mi amor por esta muchacha que he creado.
Hoy observé a las abejas alimentarse,

la mezcla perfecta de peligro y música y frenesí,
y sentí que yo también podía revolotear y maniobrar.
Supongo que me recordaron a vos:

tu paso a tropezones, tu modo ausente de mamar,
tu mera adisión al enjambre.
Serías una larva rechoncha en una madreselva,

si llegaras a ser algo, pero no vas a
ser. Es algo que he decidido.
Hay una cantidad limitada de vida; tomaré

dos raciones. El pétalo y el pistilo.
Y por qué no el cáliz. La habilidad de compartir es mítica,
como vos, y ¿quién necesita otra criatura,

otro monstruo marino? Si ya tengo
mi escoliosis en la espalda; tengo mis huesos
por debajo y por encima de la piel

llena de la cantidad ideal de personas:
Una. ¿Cómo podría traer un hijo a este mundo
si lo quiero todo para mí?

La vida -llena de amor, flores, et al.- es ese derecho.
Lo lamento por mí, seguro. Pero sobre todo, abejita,
lo lamento por vos.



Traducción: Nicolás Ricci