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6.9.25

Un paraguas, mil historias, por Javier Fernández Paupy

 

 

Soy un ala redonda a la que no dejan volar. Me han dicho que en realidad soy un techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve. Me abren y enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre mí. Cuando me cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor… como un fósforo apagado.

 

Ricardo Zelarayán, ‘La confesión de un paraguas’, Traveseando

 

Como decía el doctor Johnson en el siglo XVIII, hasta la vida de un palo de escoba puede volverse interesante en manos del narrador sagaz. Nicolás Schuff demuestra esa premisa en Vida de un lápiz (Limonero, 2021), historia sobre las posibilidades que supone la existencia y sobre el hilo misterioso que une las acciones más inesperadas, sobre la vida mágica de un lápiz pero también sobre el magnetismo invisible que hay detrás de los objetos.

 

Hijo de un hijo de un hijo de Scheherezade, Schuff cuenta historias. Inventa mundos donde prevalece la emoción. Sus libros son objetos parlantes con aventuras en las que ilustraciones desconcertantes, oníricas o quiméricas dialogan con sus palabras. Sus poemas también son viajes del lenguaje, sean acrósticos o metáforas literalizadas. Una literatura pensada para niños, pero en la que los adultos encontramos un reducto de evasión y fantasía. En su vasta obra aparecen piedras preciosas, relatos en los que la vida de las cosas inanimadas se vuelve motor de la narración.

 

En El paraguas (Lecturita, 2025), ilustrado por Andrea Antinori, Schuff cuenta la historia de un paraguas verde que, acostumbrado a ser olvidado, deja crecer su espíritu aventurero y descubre el placer del extravío. En cada una de las personas que tuvo relación con ese objeto se desgranan aristas de la condición humana, ya sea el descuido, la generosidad, la aversión, el entusiasmo o la inspiración. Reflexivo, el paraguas parece observar a los personajes que lo manipulan, sin pretensiones sociologizantes. Disfruta de los viajes y de las peripecias. El libro, reforzando el mecanismo milunanochesco de una historia dentro de historias, lleva en la guarda un sobre que esconde el tesoro de un pequeño fanzine silente: Momentos incómodos en la vida de una niña y un paraguas.

 

El arte de Andrea Antinori evoca la famosa idea del pintor que afirmaba que a los doce años ya pintaba como Rafael, pero le llevó toda una vida aprender a pintar como un niño. Sus trazos gruesos, en apariencia torpes, sin el manierismo de la perspectiva y el color académico, devuelven el asombro inicial con que vemos las cosas por primera vez: la lluvia detrás de un vidrio, la saliente de un precipicio, el trazo infantil cuando se lo observa con atención o la capa de indeterminación que a veces se extiende sobre el pensamiento.

 

El paraguas, de Nicolás Schuff, nos devuelve esa capacidad de mirar el mundo con extrañeza y maravilla, como si los objetos nos devolvieran la piedad de su mirada. Una literatura que sigue contando historias para mantener viva no solo la vida de los personajes, sino también la de las cosas que nos acompañan.

16.8.23

Polonio, por Lucía Aguirre

Polonius is a man bred in courts, exercised in business, stored with observation, confident of his knowledge, proud of his eloquence, and declining into dotage. His mode of oratory is truly represented as designed to ridicule the practice of those times, of prefaces that made no introduction, and of method that embarrassed rather than explained. This part of his character is accidental, the rest is natural. Such a man is positive and confident, because he knows that his mind was once strong, and knows not that it is become weak. Such a man excels in general principles, but fails in the particular application. He is knowing in retrospect, and ignorant in foresight. While he depends upon his memory, and can draw from his repositories of knowledge, he utters weighty sentences, and gives useful counsel; but as the mind in its enfeebled state cannot be kept long busy and intent, the old man is subject to sudden dereliction of his faculties, he loses the order of his ideas, and entangles himself in his own thoughts, till he recovers the leading principle, and falls again into his former train. This idea of dotage encroaching upon wisdom, will solve all the phenomena of the character of Polonius.

Samuel Johnson, Preface to Shakespeare 

El consentimiento tardío de Polonio arrancó de la casa de su conciencia a Laertes, su triste hijo y a él, estúpido lord danés, y también a su hija, la pobre Ofelia. Hamlet, después de matarlo, dice que era un miserable y un bobo. ¿Lo mata porque lo confunde con el tío? Puede ser que lo confunda. Pero cuando Polonio le dice a Hamlet, estando Guildenstern y Rosencrantz presentes, su opinión sobre los cómicos, ahí él todavía no sabe que la obra que van a representar va a terminar con su muerte. Y miente con alevosía para seguir la corriente de la conversación. Dice: “Son los mejores cómicos del mundo, tanto en lo trágico como en lo cómico; en lo histórico como en lo pastoral; en lo pastoral-cómico como en lo histórico-pastoral; en lo trágico-histórico como en lo trágico-cómico-histórico-pastoral, escena indivisible o poema ilimitado; para ellos, ni Séneca es demasiado profundo, ni Plauto demasiado pesado. Sea para recitar reglas de arte o de la libre improvisación, son los únicos en el mundo.” Les pregunto: ¿Qué sabría Polonio de Plauto o de Séneca o de reglas para improvisar? Revisar a los personajes secundarios muestra otras perspectivas de las obras. La idea ya está en Toqueville, cuando dice que hay que seguir de cerca a los actores sociales secundarios o de poca embergadura en los sucesos históricos complejos como un buen termómetro para medir la frecuencia de una época. Polonio es el cortesano que adula, el consejero turro que espía lleva y trae rumores. El viejo choto que sermonea a sus hijos sin saber. ¿Cómo es Polonio? Es controlador y metido. Sí, también estricto y egoísta. Porque cuida de su imagen sin respetar las propias opiniones de sus hijos. ¿Busca saber si Hamlet no tiene los patitos en fila o lo que siente por Ofelia, o asume de entrada que está loco? No. No sabe. Polonio siempre se mete en cosas que no le importan. Más sirviente que servicial, aconseja a los reyes, pero el príncipe Hamlet no lo trata como si fuese alguien de confianza. Polonio aconseja a sus hijos porque necesita cuidar su reputación y estabilidad social. Desde esa perspectiva, siendo un Lord Chamberlain, tiene que mantener el abolengo, y para evitar ser difamado y otras consecuencias ligadas al posible peligro de su posición en el reino, aconseja a Ofelia como lo hace. El mensaje que Polonio da a sus hijos es que no confíen en las personas. Como si pensara que se puede evitar que la gente sufra o viva engañada. ¿Quién es Polonio? El que mató Hamlet. ¿Por accidente? Cuál podría ser su epitafio? Sí, un epitafio, para su tumba. Podría decir: “Invaluable consejero, los reyes recordarán tu fidelidad” Otro podría ser: “Acá duerme para siempre Polonio, buen ratón”.

8.4.20

El sistema Viñole/García, por Rolando Pérez





Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo es un libro escrito por Luciano García. El texto tiene más de quinientas páginas; diecisiete de fotos y de ilustraciones; veintiuna de bibliografía en cuerpo
8 y algo más de diez años de lenta y minuciosa pesquisa por bibliotecas mundiales, públicas y privadas, librerías de viejo y colecciones de toda laya y legalidad, además del rastreo cibernético por la red, la de superficie y de profundidad. Es un trabajo monumental que sólo es posible empezarlo, continuarlo y darle fin por dos razones: por dinero o por pasión. Luciano García publicó Omar Viñole antiescritor y antifilósofo en Ediciones del Trinche, sello que fundó él mismo hace más de una década. Por lo tanto, me aventuro a descartar al poderoso caballero de Quevedo. El libro salió finalmente a la luz del público lector desde la cafetería del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires donde un puñado de escritores y amigos nos dimos cita para festejar su salud, su robusta energía y para verlo dar los primeros pasos que lo llevarán, en tiempos venideros, a establecer una marca excepcional dentro de un campo que no se caracteriza por ofrecer placeres originales de lectura. Como era esperable, no salió una sola nota en ninguno de los suplementos literarios al uso de parroquianos interesados por la cultura literaria o de cualquier otra especie, incluidas las artes performáticas, de las que Viñole fue maestro inigualado y padre fundador. Un padre no reconocido, es cierto.

Lo que vengo a ofrecer son algunas reflexiones que la lectura del libro me empujó a anotar en un cuadernito y que luego de algunas visitas y charlas con mis muertos, traté de organizar con algo de coherencia y de buena voluntad en los párrafos que siguen. Me disculpo de antemano porque no pienso usar ninguna de las herramientas tan del gusto de críticos y reseñistas, y que hacen las delicias de sus felices lectores. No voy a hablar, por lo tanto, de signo y significante, ni de estructuras fantasmáticas, ni de las diferencias (discursivas, de campo semántico, de niveles connotativos) ni, el Dios de Viñole no lo permita jamás, el no lugar de las intertextualidades. No olvido mi paso por la casa de estudios de la calle Puan, pero tampoco perdono. 

Vamos entonces por partes, por las partes. Son nueve. La última se titula “Vida y Obra”. ¡Epa!, dice el lector más avispado que es el que suele leer la tabla de contenidos antes de comprar el libro, ¿cómo es que tengo que tragarme el libro entero (y ahí revisa las páginas y nota que son más de quinientas) para llegar a la vida y la obra de este escritor o antiescritor o antifilósofo? ¿Y antes de qué se habla? ¿O de quién? Bueno, le prevengo, de un montón de cuestiones y un montón de gente. Por empezar hay cinco tipos que inauguran la lista, son Tristan Tzara, Rousseau, Nietzsche y los hermanitos Lamborghini. Ellos aportan las citas del epígrafe. Lindas citas que hablan de farsantes y bromistas, del goce del recuerdo que es también goce, del mito de la belleza y, atenti lector, de aquellas vacas que han llegado más lejos que nadie. Podríamos muy bien hablar de ellos pero no lo vamos a hacer porque es cosa de eruditos y otra gentuza de peores costumbres si cabe. 

Vamos a ser ordenados. Dijimos que íbamos a empezar por las partes. Lo primero que hay que decir es que están tituladas. La costumbre de dividir un texto en fragmentos y secciones y ponerles títulos se originó, como el lector atento sabe, hace mucho y con el objetivo explícito de poder comprender sin perder tiempo de aquello que se trata dentro de esa parte o de encontrar sin dificultades lo que uno anda buscando sobre una materia de lectura. Los títulos en que se dividen las partes del libro de Luciano García cumplen con ese objetivo pero le agregan algo más, una especie de sorpresa de la que dimana luego una mezcla de perplejidad cómica. Veamos algunos: «Cómo desprestigiar a la letras (libros de Omar Viñole)»; «“El acto panfletario” y la conquista de Buenos Aires»; «Omar Viñole póstumo (recepción y lecturas flagrantes)»; o la que es a mi juicio la más lograda, la que corresponde a la sexta parte: «Antiescritor y antifilósofo, extroducción al viñolismo (panfletos y bolazos críticos postliminares)». Dentro de las partes hay secciones menores o subpartes que también están tituladas y que, por supuesto, muchas de ellas llevan subtítulo en el mismo estilo que acabamos de notar. Pero hay más, dentro de estas pequeñas secciones hay todavía aún más pequeñas indicaciones titulares que funcionan a veces como un localizador y a veces como orientadores de lectura, de modo que la idea que se desprende del conjunto del libro y por extensión lógica, de Omar Viñole, al leer con cierto detenimiento solamente el índice, es la de un trabajo algo más complejo que una simple biografía. Mi tesis entonces va tomando forma y dice así: Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo no es una biografía, sino una especie muy distinta de libro, una que justamente fue el centro de la cultura del libro y del conocimiento cuando los hombres de letras empezaron a introducir títulos y a separar párrafos, a colocar imágenes y todo tipo de llamadas y aclaraciones. Ese tiempo es conocido como la Edad Media y la especie de libros, las Sumas. De haber escrito Luciano en aquellos años, su libro podría haberse titulado así: Summa Vitae Omar Viñolensis. Ahora me parece que siento que usted, curioso lector, me pregunta, ¿Por qué no es una biografía si trata de la vida de un escritor? Bueno, en todo caso y para ser consecuentes con el título del libro, digamos que trata de un antiescritor. ¿No sería acaso lógico o al menos razonable pensar que, para ser consecuentes con la idea que se desprende del título, lo acertado en el caso de Viñole, fuera escribir una antibiografía? ¿Colocar al final, en el último capítulo del libro una parte que trata o dice tratar sobre la vida y la obra del biografiado, no va en contra de todas las definiciones conocidas del género? Y además, de la sola titulación que acabamos de mirar con algún detalle más arriba, ¿no se desprende que el centro de toda biografía, la narración, construida en base a operaciones de lógica y de consecuciones temporales, está trastocada al menos en el orden expuesto? Es cierto que el libro, por su extensión y por su detalle tiende o aspira a la totalidad. Pero esa totalidad, haríamos bien en sospechar usted y yo, querido lector, no es Omar Viñole. Quizá sea su sistema, como si dijéramos, el viñolismo.

Los intentos de comprender la totalidad de una vida tienen larga historia. El caso más conocido y el de más fama es el de James Boswell, que inmortalizó a un oscuro crítico del siglo
XVIII en su biografía titulada Vida de Samuel Johnson. Muchos la consideran la mejor de todos los tiempos. Por lo común, esos muchos suelen ser ingleses (y Borges, claro, en recaídas de su francofobia). El bueno de Boswell dedicó más de veinte años a anotar cada palabra que salía de la boca de su biografiado. Para ello le fue necesario no sólo conocerlo, sino hacerse amigo, compinche, secretario a veces y molesto casi siempre; un abusivo personal trainer de las fulguraciones conversacionales del Dr. Johnson. Ciertas personalidades imponen este registro. Jesús (quizá el más biografiado de la historia), Sócrates (cuya vida no es más que una larga conversación según Platón), Buda (personaje central no sólo de cientos de biografías sino de una entera literatura menor formada por cuentos que lo presentan como hombre, como maestro, como mendigo, rey, elefante o liebre). Al igual que nuestro Macedonio Fernández, son genios conversacionales cuya magia, como todas las originales, sólo reside en el soplo organizado de las palabras. Las vidas que se han obtenido de casi todos ellos ha sido un subproducto de lo que fue primero una colección de dichos y sentencias. Los evangelios, que no son algo distinto de un grupo de biografías concordadas por especialistas, fueron creados en base a un primer texto o protoevangelio conocido como Q y que consistía en frases oídas y anotas por los apóstoles y seguidores del maestro de Nazaret. La mayoría de estas figuras del recuerdo son hombres que no han dejado escritos. El caso de Borges, el libro, es curioso por varias cuestiones: lo voluminoso de la edición; la organización descarnada; la sinceridad con que se muestra el carácter mordaz y malicioso del biografiado. El caso es más o menos así. Hacia 1946 Adolfo Bioy Casares tuvo que encargarse de hacer un prólogo para la edición de la biografía de Boswell. Al año siguiente, bajo el influjo de aquel encargo, comienza a anotar todas las conversaciones y salidas de Borges. Se convierte voluntariamente en el Boswell de Georgie. Bioy muere en 1999, por lo tanto, podemos sospechar que la edición de aquel florilegio borgiano, salió sin la corrección final del autor. Es tal vez por eso que dentro de la cronología anotada de cada una de las charlas se haya dejado indicaciones desprovistas de un sentido preciso. Me refiero a esas entradas en las que sólo figura un hecho, sin sentencias del protagonista, bajo la fecha y el año: “Borges come en casa.” Recuerdo que muchos amigos escritores se sintieron ofendidos por la implicación que ese detalle, obra de un almacenero meticuloso, ofrecía de nuestro ciego más ilustre. Como los dos volúmenes de Boswell o las exhaustivas literaturas basadas en el Buda o los cientos de evangelios que la Iglesia se encargó de podar oportunamente, el libro de Bioy ofrece un ensueño de totalidad. Es lo más que se puede hacer y ya es mucho, ¿no es cierto?

Creo que nos hemos ido algo lejos de las costas viñoleanas. Volvamos. El libro que ha escrito Luciano García sobre Viñole no tiene mucho que ver con estos antecedentes famosos. No es una colección de frases, ni de discursos (aunque hay algunos muy buenos), ni un análisis de las obras (a pesar de que se detiene sobre varias y las expone con amoroso detalle), ni siquiera es una narración que devela el sentido profundo de una vida significativa de nuestro pasado cultural. Es todo eso y algo más.  Es la suma explicada de todo el universo originado a partir de un hombre que fue muchos hombres, que escribió mucho y para mucha gente, y que fue olvidado como lo seremos todos en un futuro impreciso pero certero. Porque todo está condenado a borrarse de la nuestra memoria: los hechos de algunos seres especialísimos y los lugares que le sirvieron de escenario, aquellas palabras que dijeron para otros hombres y la lengua en que esas palabras fueron dichas, todo está corroído por la nada del futuro. Por eso es que la única forma de encontrar sentido en una vida por lo demás absurda, es enterrarse voluntariamente en una tarea y hacer de ella algo luminoso y enriquecedor, algo por lo que valga la pena obedecer la rutina de las estaciones y ponernos abrigo o desvestirnos para seguir con vida, algo como un libro único, algo irrepetible, algo como este Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo.

Toda fragmentación explicitada implica un objeto superior que la abarque y contenga, sin embargo, en este caso la totalidad no es la vida del hombre Omar Viñole, sino algo superior a él mismo, tal vez podríamos denominarlo, el sistema Viñole, como si dijéramos, el aristotelismo, o platonismo. Viñole, como antifilósofo, va más allá de su vida.

2.3.13

Jack Kerouac - Shakespeare y el outsider





El secreto de Shakespeare: dos partes: una, escribió poesía dramática con vestuario de época para el Estado – Ahí está su fortuna – Tenía (entre sus Ovidios y Montaignes) una copia de las Vidas de Plutarco y un libro sobre los Reyes de Inglaterra, y puso los escenarios como un cuadro histórico de vestuario de Holywood (piensen lo que hubiera hecho con los equipos de DeMille sobre los Casacas Rojas de Canadá, la corte de Catherina la Grande, Napoleón y el olor a metralla) – Hizo a la boca de dandis, mensajeros, señoras, tontos y emperadores y generales decir a los gritos – un bu un bu un bu ¡BUUM! el cañón entre bastidores. Esto es poesía, poesía dramática. La visión de la vida, en la que estaba metido como una perla en un chiquero, un cantante gloriosamente magnífico. “En tiempos de paz”, les dice a los nobles del palco, “nada conviene tanto al hombre/ como la modestia tranquila y la humildad;/ pero cuando sopla la tempestad de la guerra en nuestros oídos,/ entonces imitemos la acción del tigre”. – Esto es como el consejo de Krishna al príncipe melancólico en el Bhagavad-Gita. Este es dado por el Rey Enrique V con una escalera móvil en mano, en las puertas de Harfleur, acto III escena I, y con razón “… ¡nobles ingleses/ que tienen en sus venas la sangre de los padres probados en la guerra!” – Ahí nuestro Bardo Inmortal hizo de Nym para la platea alta – Y representó una forma del Tao (no acción china) con el “Chico”: –
CHICO: – ¡Que no me encuentre en una taberna de Londres!
Daría toda mi  fama por una cerveza y la seguridad de mi nombre.
La verdadera astucia poética de Shakespeare está en Nym. El Chico, Ariel, el Clown, Pistola, el Tonto, el Sepulturero, etc. – y después, para desplegar la historia, sus monólogos y soliloquios despliegan la sencilla explicación que concierne al fondo de la obra. No es más que una técnica brillante en medio de la penumbra, y solamente sale cuando salen las estrellas. Enfréntenla, si pueden, Señores, a las estrellas no les importa.
Parte dos: el canto de la “lengua de miel, meliflua de Shakespeare”: – Un adolescente violado abajo de un manzano en Avon por una mujer grande, casada y después cuerneada por su hermano mayor Edmund Shakespeare el Villano, en el camino a Londres, no hospedado en el hostal, en Londres, agarrando las riendas de los caballos delante del teatro, le preguntan: “Ey, Willy, ¿no podés venir acá y sostener una lanza?” y después “Will, ¿podés agregar unas líneas al último acto?” y finalmente “Oh, dulce Will, ¿cómo podrás superar eso?”
Está solo en el Cielo como el escritor más grande de todos los tiempos, de todos los  idiomas y de todos los países en la historia del mundo: – “La humanidad y su mundo nunca estuvieron tan nítidamente tamizados ni tan severamente consolados, desde Lucrecio, como en las tragedias de Shakespeare” (Oliver Elton). – Comparado con él Homero gruñe, Dante también – Cervantes no podía combinar drama y poesía en aluviones concentrados y singulares como Othello o Hamlet o Enrique V que van a romper tu corazón año tras año – Tolstoi pescó una crisis – Goethe se maravilló y mordió sus labios – Nietzsche enloqueció – Dostoviesky suspiró – Blake y Smart sonrieron – Los poetas chinos y japoneses se habrían tapado los oídos y corrido preguntando por Londres – Burns tembló – Pound sucumbió en unos celos injustificados basados en las cadencias provenzales – Donne y Vaughan y Herbert rieron – Chaucer  se sentó en su tumba y miró con curiosidad  – Balzac, irritado, afiló su pluma y corrigió a su maestro – Villon, inspirado, contempló el futuro – Molière, encogiéndose de hombros y concentrado en meras costumbres – Dickens quedó exultante – Carlyle brilló furioso en la oscuridad en busca de esa luz – Masey, Dan Michel y Spenser lloran envueltos en sus capas – Los idiotas modernos como Apollinaire, Maiacovski y Artaud simplemente escupieron a las estrellas desafiándolo – Johnson lo saludó con la cabeza – Pope se inclinó – Melville sonrió exageradamente – Whitman aceptó – Emily Dickinson hablando sobre flores
Perfumadas al marchitarse, indican
un hábito laureado
sobreentendido, y James Joyce miró con malicia para entender.
Porque (y acá quiero presentar una nueva teoría que realmente debería ser revisada por los técnicos pertinentes de las investigaciones shakespereanas), cuando Shakespeare dice “Esclavos harapientos como Lázaro en ropas pintadas, donde los perros glotones gustan de sus llagas”, o “Joan el grasiento y su copa volcada, y los pájaros sentados rumiando en la nieve” (combinando el pensamiento con el SONIDO de elipse de un haiku japonés) o esas líneas horribles que conspiraban sobre “los deslumbrantes trancos de Tarquin”, o “y el camino vino como la catástrofe de la vieja comedia”,  siempre me pregunto: “¿De dónde sacó ese sonido rítmico?” y siempre pienso “Eso es lo que me gusta de Shakespeare, la gran noche del mundo en donde él Delira como el viento salvaje en una vieja catedral” (el entrenamiento de eso). Condell y Heminge dijeron que sus manuscritos están raramente borroneados, cuando lo están, así como aparentemente fluía en sus escritos y escribía en un inspirado apuro lo que inmediatamente escuchaba como un sonido-sabio mientras la tapa de acero de su cerebro se cerraba a las exigencias de una trama y de personajes en ese mar inglés de depredadores avaros que salieron de él. Y mi presentimiento, a pesar de los pesados dobles sentidos que exigen una cierta reflexión, él lo hizo todo con más intuición que deliberación y habilidad de eso. Mi teoría es que Joyce entendió esto completamente, el primer hombre en hacerlo desde 1615 con la única posible excepción de Laurence Sterne: – quien se negó a ser austero y severo para tapar la gloria de Shakespeare. La prosa de Shakespeare, “la más natural y noble de su tiempo”, así como aparece en sus obras, a diferencia de sus versos, no persiste en la literatura inglesa sino languidecida con sus “tendones y nervios de lenguaje” debajo de la avalancha de “un romance pausado y amoroso” de “influencia y ejemplo francés” que generó la ira de la época, y estuvo seguida de enormes trabajos diseñados a pedido para contrarrestar vigorosamente el llamado “eufemismo” elizabethiano, ay, así, la parte más gruesa del inglés fue reconocida como “prosa inglesa”, a través de Jhonson, los absurdos matemáticos e hipócritas que lo siguieron, y la prosa del Times de Londres (y de Nueva York). Hoy ellos encuentran algodón para rellenar una idea precaria dentro de la enorme almohada de un párrafo. Este tonto engaño es conocido como “bombástico”, derivado del francés medieval bombace,  algodón significante, relleno y acolchado del discurso de palabras grandilocuentes, todas infladas, rimbombantes y ampulosas, oraciones áridas y extensas que hacen mueca con la superioridad de inútiles adverbios amortiguados, saturados hasta el hastío de verbos. (“indeleblemente mal informados” o algo como eso) los “éstos” y “los de más allá” y los “a priori” y “per se” y los “efectivamente” y los “necesariamente”, todo eso dicho con la única preocupación de repetir miles de veces las frases desmedradas sin significación precisa, como la lengua mentirosa que usan los políticos al hablar, en una palabra, JERGA. El rico canto natural enronquecido, el lamento sonoro del bardo y su enorme arte fueron olvidados a favor del apocado Soso y el Experto, y el último Gramático.

James Joyce, 300 años más tarde, trató de volverse “Shakespeare en sueños” y lo consiguió. Finnegans Wake es un puro delirio con Shakespeare detrás, debajo de, por todas partes: – “Además no me había pasmado su temeridad que estaba soplando el miedo pendiente algunos versículos todos para manosear el fjorg de mi quinto pie”  – y esto que es sólo el final de una larga oración en la que despotrica en un puro Sonido y Ritmo a lo Shakespeare pero con las prolijas particularidades irlandesas oscuras como la muchedumbre en Yeats. “TODO AHÍ ASUSTA KNUD EN ESE MUNDO RETORCIDO A PLENO SVEND TAMBIÉN EN EL MOMENTO EN QUE SE DILATA POR LA MEJORA DE NUESTRAS FUERZAS DE LA NATURALEZA GRACIAS A TU MUY AMPLIO DISOLVENTE EN REFRACCIÓN SOBRE MÍ COMO SI FUERA UN ENEMIGO ÍNTIMO” – Ni tu Webster de estudiante ni tampoco tu antiguo Diccionario Stormonth pueden ayudarte acá – “¡Papaísta! ¡Exiliado de la apuesta! ¡Agarrá el graznido del viento! ¡Yis! ¡Tu último perdigón! – ¡Smash! – ¡Crash! – Cañón  entre bastidores, ¡BUUM! – “y” (Shakespeare) “así como nunca fueron algunos soldados, pero desechados injustos servidores despedidos, hijos jóvenes a hermanos jóvenes, revoltosos encargados de cabarets y ordinarios comerciantes caídos, las aftas de un mundo calmo y una larga paz – “ (pasaje que prueba que Shakespeare escuchaba el sonido primero y después las palabras estaban en su CABEZA RÁPIDA). “Bueno,/ Para el final de una querella o para el comienzo de un banquete/ Encaja un peleador sin brillo con un invitado entusiasta” él agrega – y todo el mundo sabe cómo los chicos diciendo siempre parecen salir un momento de su lengua-sonidos en vez de sacar “pensamientos”, como en “La lluvia no sobra más que al cielo” o, “¿No podés mear afuera de una bota?”, o incluso el viejo dicho quebequiano medieval: “Tengo más hambre que sed el mar”.
Para sonidos más suaves, la divina escucha creativa de las más finas lluvias en su cerebro: El Duque de Borgoña hablando sobre Francia: – “…sus campos sin labrar/  la cizaña, la cicuta y la tenaz fumaria/ crecen, mientras permanecen inactivas las rejas de los arados/ que deberían desarraigar estas hierbas malignas:/ La pradera de superficie plana, donde crece tan dulce/ la primavera pecosa…” O Hamlet, sobre el amor de su padre hacia la Reina: “…tan afectuoso con mi madre/ que no hubiera permitido que las auras del cielo/ rozaran con violencia su rostro” – (En un soneto, se encuentra: “Cuando por primera vez miré tus ojos mirar”) – y en Lear la hija llora como una paloma: –

… para mirar – ¡pobre

perdido!

Con este ligero timón?
“Toda la ensenada con su nobleza muerta”, Shakespeare habría agregado, y fue Joyce el que escribió esa última línea, en Ulysses, consciente de cómo la poesía está modulada por la boca y por ondulaciones del cerebro y brujerías del espíritu y no necesariamente siempre hundida y mesurada por introspecciones inductivas y consultas angustiadas sobre lo que se debería o no se debería hacer.
Pero Joyce nunca pudo combinar al drama con esa poesía, y los argumentos traidores con vistas como esas, y llantos, y ser, entre todos los escritores de todos los tiempos, el más Divino Dramaturgo, para Siempre.



Traducción: Javier Fernández Paupy