27.1.15

mueca, por hernán


una mujer
barriendo
el otoño

hace una pausa
y sube con sus ojos
hasta los míos
que pasan pedaleando

llenos los oídos de ladridos

como miembros
de una misma familia
se repite la mueca
de la perra
en la boca de la dueña .


Tomado de: hernán. que esta palabra te encuentre, 2008.

20.1.15

Oliverio, el más allá literario, por Jorge Quiroga




En 1957 Oliverio Girondo  publicó un libro de poemas absolutamente extremo, en términos de propuesta de lenguaje poético, por su calidad y rigor, libro que aún no ha sido suficientemente medido en la historia de nuestra poesía y en los efectos que provoca y provocará pensándolo como investigación y proyecto.
Girondo es un poeta de neto corte experimental, lo que quiere  decir que trabajó, en última instancia, con materiales que le sugerían el diálogo interior, con un fondo o una masa de lenguaje, a la que llegaba a través de una búsqueda signada por la incertidumbre.
En la Masmédula es el resultado provisorio de esa interrogación, que trasciende la expresión habitual y corriente, para encarar el desmembramiento de los vocablos y su recomposición, hasta llegar a la médula  de lo hablado, pensado, escrito, y sentido, en un verdadero estado de conmoción.
La obra poética de Oliverio Girondo accede a ese desenlace de su producción, primero determinada  por  la  Vanguardia  histórica del 20/30 , y luego envuelta en las consecuencias de la neovanguardia de mediados del Siglo XX  que hace su eclosión en la década del 60, y que se extiende hasta la virulencia estética del 70.
En este sentido, es precursora de lo que vendrá, en términos de investigación que indaga, con sus propios recursos, una situación, en  su  caso de existencia, límite y de intensa crisis espiritual.
Por esos años, Rodolfo Walsh arma un juego aparentemente diferente en confluencia con la hiperpolitización de la época, y descubre con Operación masacre un nuevo territorio textual, que conlleva la transformación de acuerdo con la experiencia misma de la escritura.
Esta va modificándose, en la medida que se modifica, al propio escritor, colocándose al borde de su particular búsqueda.
¿En qué se parecen, y en que se separan estas dos obras fundamentales de la literatura argentina?
En las dos, se configura un imaginario que se sumerge en las densidades de la experiencia que se va viviendo. En el libro de Oliverio es la presencia insistente de la orfandad, y de la muerte acaso cercana, en el de Walsh la mirada acuciante de los otros, el peligro y la incógnita  misma de la imagen de esos fusilados.
Los dos encierran una  pasión  por el lenguaje, el uso extremo de procedimientos de escritura, que niegan la acostumbrada ficción, en procura de aventuras inéditas.
El libro de Girondo es impensable en relación a lo escrito hasta allí, inclusive por Oliverio, por las características de una lengua imprevista, pero de ninguna manera frívola ni arbitraria. Formada por palabras inventadas, residuos y yuxtaposiciones, nuevas maneras de fusión que tiende a una significación entrevista, que quiere ser un grito de estremecimiento. Es indudablemente producto de una circunstancia límite más acá y más allá de lo literario.


El libro de Walsh  inaugura un nuevo género, difícilmente  clasificable. Ya  que el autor escribe como trasponiendo el umbral de lo previsible. Tiene que ver con la ética y por lo tanto excede el marco de lo meramente verosímil, para rozar y ahondar la verdad, transformada en circunstancia política.
Un texto y otro utilizan elementos puestos en circulación y de alguna manera irrepetibles. Para la poesía argentina, el modo particular del último Girondo, encontrará aciertos y desmesuras que  parecen ser adecuados a la extrema estética de su escritura.
Operación  masacre inicia una literatura  hiperpolitizada, que lo vinculará estrechamente y de forma indeleble, con las preocupaciones y la sensibilidad de un tiempo histórico.
El libro de poemas de Girondo aparece también en un momento especial de nuestra historia social y política, la primera entrega es de1954, luego en 1956, y otra edición ampliada en 1963, es decir en los finales  del  gobierno de Perón, después  en  el llamado período postperonista, que tanta importancia tuvo en la configuración  de  un contexto de crisis.
Por lo que se puede afirmar que surge en una coyuntura cultural, que estaba de alguna manera condicionada por el estado estético del retorno de la vanguardia que aquí estaba construyendo su  actitud de descubrimiento del lenguaje con su propia lógica que irrumpía a través de una lengua muy particular.
La voluntad artística con que se escriben estos poemas consiste en entablar un diálogo interior, interpelación que trata de buscar un idioma singular que va traduciendo vivencias llenas de quiebras y aristas.
Es un libro desafiante, un modo de intervenir con un soliloquio en el campo cultural de la época, que era pequeño, quizás provinciano, aislado, como  correspondiendo a un país periférico, pero también cruzado con líneas artísticas de avanzada en la plástica, en la literatura. En el teatro, y que explicarán las expresiones posteriores del Instituto Di Tella.
Claro que como sabemos estas tendrán  unas especial relación con la suma politización del 60, producto de las encrucijadas sociopolíticas.
El  cosmopoliticismo de Buenos Aires es un ingrediente que determina estas realizaciones de la vanguardia, que en el caso de Girondo se presentan en su obra, como receptoras de una circunstancia límite, la angustia y la desesperación llegan juntos de una indagación extrema Algunos poemas son vertidos casi evitando la lectura, porque ella solo será posible si se aceptan los procedimientos de esa poética girondiana que se muestra interesada en fijar sobre todo sus inquietantes significaciones.
Girondo escribiendo  un libro como este, que publica muchos años después de la  moderada propuesta del Martinfierrismo, del cual el poeta fue propulsor y protagonista, cuando la mayoría de los escritores que procedían de esta corriente, ya había  entrado en otros caminos estéticos, al  insistir en la frescura de su búsqueda, plena de actitud de ruptura, reivindica así ese pasado y el ejercicio de una escritura poética que lo obligaba  a ser riguroso.
Trabajó entonces incansablemente, rodeado de libros  y diccionarios en el silencio de su escritorio, eligiendo palabra por palabra, sentido por sentido, uniendo y deshaciendo, operando y manipulando el lenguaje.
Su vanguardia consistía en un gesto desmesurado que se explica por su voluntad de culminar su obra, en un momento crucial de su vida.
El libro no era resultante, inevitable de la poesía que se venía escribiendo, por lo tanto se constituye como algo no aguardado y que indirectamente expresaba estados de conciencia, que se fragmentaban en sentidos y significaciones inéditas.
Producto de preguntas vitales de carácter individual, encerraba una posición aristocrática, pero que clamaba por una comunicación renovada. Incluía por un lado, un estremecimiento existencial, una evidente verdad, puesta en  estado de ebullición. Se centraba en la obtención de climas que ya dejaban de ser frívolos y que iban presagiando un destino inexorable.
De alguna forma podía leerse como un trance trágico, una especie de exorcismo y que mediante una detallada elección de vocablos, y el movimiento creador de nuevas palabras, iba en procura de la expresión exacta y el desprendimiento.
Dice Daniel Freidenberg: “Desde Veinte poemas  para ser leídos en un tranvía (1922) a  En  la masmédula ( 1956 ) Oliverio Girondo llevó a cabo una de las mayores aventuras de la lengua castellana. El juego  con la imagen brillante  y la irreverencia  en un principio, un desolado rastreo en la incertidumbre más tarde y finalmente la reelaboración  bullente y desquiciada de las posibilidades de la lengua son los principales rasgos de una obra que, a más de un cuarto de siglo  de la muerte de su autor, vuelve a nacer ante los ojos de quien quiera leerlo” (1)
La aventura, en este sentido la palabra mencionada es muy significativa tratándose de una época que localizó lo heroico de la aventura humana como riesgo y mirada hacia los otros, como acto cargado de significado activo, Girondo, auscultándose de todos modos, realizando una entrega personal.
El mecanismo esencial empleado primero es la negación, la mezcla, el autosondeo  hacia lo incierto de la vida y la muerte, como dos polos fascinantes y aterradores. Indagando en  el ser, con la marca y la alimentación de la nada, asimilando imágenes contradictorias y graves.
El movimiento tiende a la dispersión y al ensamblado de partículas que cobran nuevas direcciones, mitologías intransferibles volcadas en un  lenguaje cifrado pero que es transparente y que con claridad dice su intención. Esto significa explorar hacia dentro y desdoblarse para ser otro. Encontrar quiebras, grietas, erosiones que muestran lo indefenso del ser, su condición de búsqueda.
El tiempo se despedaza en tropos, las palabras se unen, formando secuencias y líneas interminables. Es el darse sin límites, como si la escritura poética consistiese en estar alerta a un llamado incierto que nos conmociona, rodando entre estertores de la muerte.

Se sigue un más allá del lenguaje, entonces las ausencias no son tales, en la intensidad del olvido.
La inmovilidad ante esas formas que no cambian, el exilio más urgente, dejan extender el pensamiento hasta el vacío más inminente, amenaza el buceo en el mismo yo, el lenguaje interno, cercano al grito y a la angustia, lindando con el llanto, fuera del tiempo, en un espacio flotante.
La atmósfera y  la poesía se encuentran  relacionados con la pesadilla y un espacio existencial  de intemperie vinculado, con una sensación de profundo miedo. Son anotaciones de un viaje interno que astilla a las imágenes.

  
Hay un registro minucioso de situaciones de vértigo, que se trasladan al poema extraviando su  turbio angustiante bagaje. El tiempo se difunde en los huecos, porque lo que se desea es capturar el íntimo secreto de las cosas, hechos y  planos de la orfandad extrema.
Es un destino errante en el cual todo está distorsionado y tenso y tiene que ver con la entrega total. Se vaga por un mundo erosionado desgastado, desprovisto. Evidentemente, en el marco de una crisis existencial, cuando rige la nada, el destiempo, el yo minimizado, ante la inmensidad de lo incierto.
Alguien vive todavía en un déficit de asombro y se encuentra dispuesto a trasponer los umbrales del sueño o la pesadilla. Girondo se enfrenta en su último libro con un universo contradictorio, horrendo y hostil a veces, dulce otras, del que sólo podrá salir con la intensidad del fondo de una cerrada noche, utilizando capas de insomnio.
Siendo fiel a su búsqueda peligrosa, escribe una poesía hundida en interrogaciones y hallazgos de lenguaje, que lo hacen renacer y reencontrarse en la ausencia.
Testigo de su propio naufragio de vida, este viaje hacia la nada atisbando el más allá, es uno de los documentos más inquietantes de la poesía argentina contemporánea.
La época no explica esa aventura poética, pero nos ayuda a intentar interpretarla, el desgarramiento y la ruptura eran partes esenciales del sentimiento de esos años, por un lado, de alguna manera eso tiene que ver con la crisis y el cuestionamiento individual, cercano a la muerte, la extrema politización es otro signo, trágico en sus efectos y quizás necesario, de un clima de encerrona, de encrucijada y de avance popular. Los vientos de la Historia, empujaban, según la famosa frase de Walsh, así como la lógica de la ruptura que propiciaba la neovanguardia de mediados del Siglo XX, estaba preanunciada, o por lo menos hacía posible el desborde del legado último de la poesía de Oliverio Girondo.
Acercar estas realidades. no solamente significa  constatar una coincidencia de época, el mismo Paco Urondo, resaltaba en un libro de esos años (2), que Girondo había sido el poeta del 22, más consecuente con una estética que tiene sus raíces en el Martinfierrismo, y que supo ser fiel a la ruptura como estética, sin hacer concesiones, y  con una fulgurante coherencia.
También  en ese tiempo una revista, Zona de la poesía, se encargó de exaltar la figura de Oliverio Girondo, dedicándole un número y  exhibiendo su fotografía como homenaje en la tapa. Es decir que debemos enmarcar esta obra de Oliverio, como un encuentro de ciertas  preocupaciones, que sobre todo están en el clima de esos poemas. Ellos son atravesados y tienen cruces con otros textos con los cuales en algo dialogan, y se acercan en puntos, convergencias y divergencias, que conforman un haz de posibilidades inscriptas en un determinado lapso de tiempo y una literatura.
Transcurridos años de la muerte de Oliverio Girondo es pertinente tratar de reflexionar como su poesía se constituye en un punto de referencia inevitable, si queremos pensar el sentido de  una obra experimental que nos sigue convocando, y que se seguirá releyendo una y otra vez.
Oliverio Girondo es un poeta que de alguna manera arriesga bastante en este su último libro porque él tenía ya un prestigio que provenía  de su trayectoria intransigente, pero con estos poemas se colocaba en una posición radical que lo alejaba bastante de lo que fueron sus compañeros generacionales y  planteaba una escritura poética sumamente extrema.

Habría que pensar este  trabajo poético de Girondo, contextuándolo, a pesar que la escritura de En la masmédula se resiste, porque su intento es el resultado de una crisis existencial que se transfiere a una intensa búsqueda de lenguaje.

Claro que la pasional circunstancia que vivía la llamada generación del 60,  debe incluir al 70, formando una unidad porque allí está el núcleo de una transformación de las expresiones artísticas que debe ligar y  cruzar estos órdenes, que en apariencia están polarizados pero que necesita encontrar vínculos, porque al mismo tiempo que se cuestiona una política, se comienza a gestar una propuesta integral.
Es por eso que los poetas y narradores más conscientes de esa  época, se dan cuenta y  pensaron  a su obra, que es de indagación y de literatura, cuya característica es dejar que la realidad tenga lugar en ella, y además sean permeables  a la investigación y a la problematización estética. 
Rodolfo Walsh es un ejemplo, siempre se mostró atento a las manifestaciones renovadoras de nuestro Arte, Francisco Urondo como vimos pensaba Girondo constituyendo un precursor y un antecedente que formaba parte de una verdadera tradición rupturista que había que recuperar (junto con Macedonio Fernández, Raúl González  Tuñón, Juan L. Ortiz, Roberto Arlt, Nicolás Olivari, los Discépolo, etc.), la  poesía de Juan Gelman está traspasada en muchos poemas de elementos  residuales productos de la neovanguardia, hasta inclusive un poeta como Luis Luchi aparentemente reacio a toda, tesitura escribe algunos textos que únicamente pueden ser  leídos en esa óptica.
La figura del escritor anti-oficial era dominante, y convocaba a la escritura, Girondo  fue tomado como el ejemplo que invitaba con su conducta, a  continuar el camino de su intransigencia, su carácter transgresor lo colocaba en una situación privilegiada. Pero lo que hay que remarcar es que la trayectoria de Oliverio Girondo excede el marco de la mera Literatura para convertirse  en una figura muy emparentada con una sensibilidad poética de cambio. El que lee sus poemas, comprende en esta actualidad  que no necesita continuadores de su poesía, sino más bien comprender su actitud de cambio, de cuestionamiento  y de incesante crítica, una especie de más allá literario, que en realidad es la asunción de una ética.


(1) Daniel Freidenberg: en “Imágenes en vuelo” ( Poemas Inéditos ) Ed. Losada – Nobel Fotografías Eduardo Longoni. Bs. As. / Oviedo 2004

(2) Francisco Urondo: “Cuarenta años de poesía argentina” (1920- 1960) Editorial Galerna, Buenos Aires 1964.



*


EN LA MASMÉDULA - Oiverio Girondo


El pentotal a qué


Lo no moroso al toque

el consonar a qué la sexta nota
los hubieron posesos
los sofocos del bis a bis acoplo de sorbentes subósculos
los erosismos dérmicos
los espiribuceos
el ir a qué con meta
los refrotes fortuitos del gravitar a qué con cuanta larva
      en tedio languilate en los cubos del miasma
los tantos otros otros
la sed a qué
las equis
las instancias del vértigo
el gusto a qué desnudo
los tententedio tercos del infierneo en familia
las idóneas exnúbiles
el darse a dar a qué
el re la mi sin fin
los complejos velados
el decomiso aseto
los tejidos tejidos en el diario presidio de la sangre
los necropiensos con ancestros de polvo
el “to be” a qué
o el “not to be ” a qué
la suma lenta merma
la recontra
los avernitos íntimos
el ascopez paqué
cualquier a qué cualquiera
el pluriaqué
a qué
el pentotal a qué
a qué                          
                       a qué
                                           a qué
                                                                      y sin embargo


La mezcla


No sólo

el fofo fondo
los ebrios lechos légamos telúricos entre fanales senos
y sus líquenes
no sólo el solicroo
las prefugas
lo impar ido
el ahonde
el tacto incauto solo
los acordes abismos de los órganos sacros del orgasmo
el gusto al riesgo en brote
al rito negro al alba con su esperezo lleno de gorriones
ni tampoco el regosto
los suspiritos sólo
ni el fortuito dial sino
o los autosondeos en pleno plexo trópico
ni las exellas menos ni el endédalo
sino la viva mezcla
la total mezcla plena
la pura impura mezcla que me merma los machimbres el
        almamasa tensa las tercas hembras tuercas
la mezcla
la mezcla con que adhrerí mis puentes


Arindandantemente


Sigo
solo
me sigo
y en otro absorto otro beodo lodo baldío
por neuroyertos rumbos horas opio desfondes
me persigo
junto a tan tantas otras bellas concas corolas erolocas
entre fugaces muertes sin memoria
y a tantos otros grasos ceros costrudos que me opan
mientras sigo y me sigo
y me recontrasigo
de un extremo a otro estero
arindandantemente
sin estar ya conmigo ni ser un otro otro

 

 

Destino


Y para acá o allá

y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste o
      aquello o de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajoarriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en
       pleno vuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y decuartos
al entrevero exausto de los lechos deshechos
a darse noche y día sin descanso contra todos los nervios del
    misterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno
       de lo apasrente a lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás

13.1.15

Dos relatos breves, por Omar Requena Medina





Mandala

Dedos le faltan a Gerardo para contar el número de amantes que pasan por su vida y por su cuerpo. Conquistas fugaces, admiradoras, amigas; alumnas que vienen y van. Todas se llevan consigo trozos de él. Sin maldad, me atrevería a decir. Yo a Gerardo llegué a llamarlo Baygon porque en un principio su acción con las muchachas era la misma del famoso insecticida. Las marea pero no las mata. Es que, si el asunto es un deporte o tal vez un vicio (solitario como todos los vicios), él debía entonces ser consecuente. No basta con ser buen conversador, ocurrente y divertido: hay que pasar a la acción. Al final me hizo caso. Todas las chicas que entraban en sus cánones de belleza o deseo subieron, una por una, a camas de hotel una vez seducidas. Luego me regalaba detalles durante los aburridos descansos entre asesorías en la universidad. Gerardo es profesor de psicometría. Una vez, cuando en medio de una corta discusión, le hice notar que su vida personal era un perfecto desastre, la dio por pintar mandalas.

Un mandala es un símbolo del macrocosmos y el microcosmos, esquemáticamente representado. Una suerte de diagrama del mundo y el hombre. Es distinto al yantra hindú porque su diseño no es lineal sino más figurativo, con círculos concéntricos que sugieren una idea de perfección. Fíjense que repito la palabra perfección. Gerardo dibujaba con la finalidad de meditar, y se entregó a ello con la misma pasión que ponía en acariciar a un par de muslos bronceados y endurecidos por horas de gimnasio. Ésa paciencia en deshojar un cuerpo era la misma al tomar el pincel. “Camino de perfección que se toma su merecido tiempo, amiga Soledad”, me decía. Y el dichoso mandala, que crecía y crecía sobre aquélla pared comiéndosela, sí, pero sin dar señales de terminar nunca. Una mancha voraz que yo, impaciente y retorcidamente llamé: “el mandala de Dorian Grey”. “Qué mierdecilla eres”, soltaba él, disparando su verdosa mirada en mí.

Pero sólo de cuando en cuando Gerardo necesita reponer fuerzas. Entonces lo ves como ahora, reconcentrado, ascético en ése sofá-cama mientras campanea un vodka con jugo de naranja y mucho hielo picado. La penumbra del pequeño apartamento se alimenta del humo de interminables puros, al tiempo que un disco de Morrisey le va estrujando el corazón hasta dejárselo de nuevo ligero, aliviado. Ya podrá salir de ahí y lanzarse otra vez como fiera a los ruedos de la piel… ¿a la piel misma del mandala probablemente? Yo soy su confidente. La única mujer a quien no se ha atrevido a tocar y a quien le muestra ése diseño de formas y colores, cada vez más complicadas. Un mapa que se engendra a sí mismo. Una explosión en cámara lenta que, en lugar de borrar, libera ¿qué cosas? No lo sabe con certeza. Luego repite una cita de Nietzsche con solemnidad. Esta ceremonia puede durar toda la noche.

Con abrirme la blusa y acercarle un pincel sé que bastaría para que encuentre verdadero sentido a su dibujo: un mandala entre mis pechos. Pero me abstengo. Quién sabe si eso del respeto no será el precio que debo pagar antes de aspirar a un pedazo suyo. Claro, yo nunca se lo he dicho o insinuado siquiera. Tal vez nunca lo haga. Para qué. En su lugar, ésta complicidad del alma lo hace enteramente mío, puede que hasta de una manera que ni sospecha.  




Valle Verde

A Betsa Kundalini.

1
Carmen vuelve a  contarme de su vida en Panamá. Aquellas calurosas tardes de póquer y vodka helado que servían criados dominicanos. Su sangre: un cóctel sefardí, portugués y canario. Me cuenta del loco marido libanés que la persiguió dos años con un cuchillo escondido en un maletín luego del divorcio porque lo carcomían los celos. La única manera sensata en que logró quitárselo de encima fue llevándolo por última vez a la cama. Me habla de amistad, de las tentaciones, del tiempo compartido, del calor, del lastre que se le deja a la memoria para que no flote o apenas muestre su joroba tantas veces coronada de absurdos.

2
El libanés tiene cara de niño dócil y reconcentrado. No combina con la desenvuelta Carmen que le abraza desde atrás. Una fotografía de hace quince años. Quince años. Miro mi vaso de whisky sin hielo. Carmen y yo bebemos desde poco más del mediodía. Bien mirado, ni tan mala es la combinación del calor con el mareo. Tiene su misticismo. Como ciertos instantes raros, en ciertos días raros.

3
Más fotos movidas. Todas de gente desconocida, elegantísima, congelada en algún rincón de Key West o de Miami para siempre. Seres que te hablaban con familiaridad de los carnavales de Bahía y de Venecia con sonrisas bellas y perfectas. Anfitriones glamorosos que esnifaban cocaína para aguantar la farra, para vivir momentos de sexo sublime como pasaba con el doctor Larralde. Aquí está su foto. Un hombre alto, impecable. A Carmen le brillan los ojos recordando eventos que no me confía, que se reserva solamente para ella. La entiendo. Iré por agua a la cocina.

4
Carmen enciende un cigarrillo y le da una larguísima chupada. Luego vuelve a la foto del doctor Larralde. Habla con ella: “Eras el hombre más especial, bello y sensible que conocí. Mi amigo, mi protector, mi confidente. Mi trofeo”.

5
Una cosa es cierta; ese último lance con el Jairo la ha dejado en el suelo. Carmen ya no cree ni en su propia sombra. Hundida, se cuelga por horas al teléfono para contarme los sueños que tiene con sus ocho gatos. En el último de ellos, le cagaban toda la salita y al ir a levantar aquello, no eran mojones sino pedazos de oro sólido. Una cosa bellísima, según ella. También le dio por la cartomancia. Insiste en leerme el futuro que a la postre, es sólo una palabra para mí.

6
Futuro. Runas vikingas. Terapias de renacimiento. Tarot de Marsella, Tarot egipcio, Tarot Celta. Visualizaciones. I Ching. Libritos de Coelho y de Deepak Chopra con su montón de soluciones obvias. Si la gente supiera la verdad. Y Jairo ahora es un marihuano convencido, que se la deja chupar por travestis y anda por ahí contando porquerías de ella. Siempre tuve la sensación de que era un hijo de puta de campeonato; una calamidad con ojos, manos, mocos, y de horizontes tan anchos como la punta de un alfiler.
Así terminan los romances de caricatura. Pero ni una palabra de esto a Carmen. No vale la pena. Se decepcionaría.

7
Subí por la promesa del whisky y la excusa del cumpleaños a Valle Verde. Carmen quiere que lea cosas de mi cuaderno de notas. Mis "chismes", lo llama cariñosamente. "Un día te van a sacar del pueblo a patadas, muchachito". Yo digo amén y toco madera. Ella ríe de buena gana en mucho rato. Eso nos distrae unas horas del vaho de los álbumes de fotos. Pero luego vuelve a lo mismo: quiere un relato sobre ella; desea que hable sobre sus fotos, que sobre todo no la deje disolverse entre tantos recuerdos que ya no le pertenecen. Ahora son de otra mujer, mucho más joven, que la vida zarandea de aquí para allá como una polilla ciega. “Porque, ¿sabes?,  el futuro... El futuro no existe, Carmen. Porque el dinero... Mira, sin plata no hay futuro, así que no nos preocupemos de eso”.
—Entonces reinvéntame, coño... Te exijo que me reinventes.
—Carmen, estás borracha ya. Mira, las lágrimas te están corriendo el maquillaje.

8
A la cocina de nuevo, mi whisky necesita hielo. Es de noche. Si lloviera, refrescaría un poco del calor aquí dentro que ya se ha vuelto insoportable.
Carmen pregunta desde la salita si continúa siendo una mujer hermosa. Abro el grifo del lavaplatos y dejo que el ruido del agua abra un razonable paréntesis. Hay que hacer algunas consideraciones, medir las palabras. Sopesarlas.

A ver... yo sólo pienso en acabar la botella y pedir un taxi para marcharme. No sé, de pronto se me ocurre una respuesta que no le haga daño. O quizá sea mejor responderle con sinceridad.