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31.7.23

La enfermedad de escribir, por Charles Bukowski

  

Charles Bukowski a A Joyce Fante

 

18 de Diciembre de 1985

 

Siento que me preguntaras por el libro de John; me he pasado varios días y noches pensando en cómo contestarte y no me queda otra que decirte que no me gustó, ni tampoco el siguiente. 

Es posible mostrarse rencoroso con estilo y también ser un amargado divertido, pero esos dos libros me dejaron mal sabor de boca. Causar estragos no está mal si implica cierta valentía, pero causar estragos sin más, porque sí, pues no sé, eso pasa a diario en nuestras vidas, en las autopistas y en los callejones de nuestras idas y venidas y esperas.

John fue mi principal influencia literaria junto con Céline, Dostoievski y Sherwood Anderson, y escribió algunos de los libros más emotivos de los tiempos modernos, pero creo que hubiera sido mejor no publicar estos dos libros. Podría equivocarme, claro está. Muchas veces me equivoco.

Conocer a mí héroe (si me permites que lo llame así) al final de su vida y en circunstancias de lo más dolorosas fue triste y maravilloso a la vez. Y espero que lo poco que hablé con John le ayudara en medio de aquel terrible infierno.

Siempre recordaré Pregúntale al polvo, para mí la mejor novela de todos los tiempos, una novela que seguramente me salvó la vida, por si sirve de algo.

Nadie escribe una obra maestra tras otra, es imposible. John estuvo muy cerca de conseguirlo. 

Viviste con un hombre amargado que superó esa amargura gracias a un amor que teñía y llenaba y transformaba cada palabra en un milagro inolvidable que decía

 

sí a pesar de todo

sí por todo

que decía

sí sí sí

 

y que continuaba diciéndolo incluso cuando lo conocí moribundo.

Nunca habrá otro John Fante...

Era un bulldog con corazón en el infierno.

 

 

Tomado de: La enfermedad de escribir, Anagrama, Barcelona, 2021.
Edición y traducción: Abel Debritto
Título de la edición original: On Writing, Eco, Nueva York, 2015.


7.1.23

La enfermedad de escribir, por Charles Bukowski

 


Charles Bukowski a John Fante:


     (2 de diciembre de 1979)

 

Me gustó oír el final de tu novela por teléfono; como siempre, material de primera. Me levantó la moral saber que sigues escribiendo igual de bien que siempre. Fuiste mi principal fuente de energía y después de tantos años vuelves a serlo.

Estoy atravesando un período de sequía, cosa rara en mí. No digo que todo lo que he escrito sea excepcional, sino que nunca he dejado de hacerlo, salvo últimamente. Bueno, la otra noche escribí varios poemas, pero no es lo mismo. Le he hablado mal a Linda e incluso le di una patada al gato. Detesto comportarme como un divo, pero si no escribo me pongo enfermo, dejo de reír y de escuchar música clásica en la radio y cuando me miro en el espejo veo a un hombre mezquino, de ojos pequeños y rostro amarillento... Demacrado, inútil, como un higo seco. Cuando se deja de escribir, ¿qué nos queda? La rutina. Movimientos mecánicos. Pensamientos huecos. No soporto la monotonía.

Escuchar a Joyce leyendo el final de la novela, escuchar la llama de la pasión y el valor de Fante me ha sacado del letargo. La botella de vino está abierta y la radio encendida y voy a poner papel en la máquina de escribir y, gracias a ti, las palabras llegarán de nuevo. Llegarán gracias a Céline y Dos y Hamsun, pero sobre todo gracias a ti. No sé de dónde has sacado el talento, pero los dioses te dieron de sobra. Para mí has sido, y eres, más importante que cualquier otro hombre vivo o muerto. Tenía que decírtelo. Ahora vuelvo a sonreír un poco. Gracias, Arturo (Bandini).

 

 

A John Fante:

 

     (31 enero de 1979)

  

Gracias por la excelente carta. Recibir una carta tuya me produce un sentimiento de lo más extraño. Han pasado décadas desde que leyera por primera vez Pregúntale al polvo. Martin me envió fotocopias de la novela, he empezado a leerla de nuevo y es tan buena como la recordaba. Es mi novela favorita junto con Crimen y castigo, de Dos,y Viaje..., de Céline. Perdona que no te contestara antes pero ando metido en muchas cosas: un guión, la corrección de un guión ajeno, un relato, y también bebo, apuesto a los caballos y me peleo con mi novia y voy a ver a mi hija, luego me siento mal y luego bien, y todo lo demás. Perdí tu carta, y mira que estaba orgulloso de ella, y anoche la encontré, había estado usando el sobre para anotar sugerencias para la corrección del guión (una adaptación de mi primera novela Cartero). Aquí llueve y te escribo a toda prisa porque quiero ir al banco para cobrar un cheque para ir al hipódromo mañana.

Tus libros me ayudaron, me hicieron sentir que es posible escribir y dejar que las emociones salgan a flote. Nadie lo ha hecho tan bien como tú. Voy a leer el libro poco a poco para saborearlo, y espero escribir un prólogo que esté a la altura. (H.L) Mencken tenía buen ojo, entre otras cosas, y creo que ya era hora que un talento como el tuyo reapareciese, y aunque Black Sparrow no es una editorial neoyorquina tiene prestigio y empuje y es posible que sus libros perduren más y que no solo los lea el gran público, que se traga todo lo que le eche Nueva York.

Me alegra saber de ti, Fante, sin duda alguna eres el número uno. En cuanto acabe el libro, escribiré el prólogo y te lo enviaré para ver qué te parece. Mis mejores deseos para tu mujer e hijo. Hoy llueve y mañana la pista estará embarrada pero pensaré en ti y en la suerte que tengo de poder contar al mundo por qué Pregúntale al polvo es tan buena. Gracias, sí, sí, sí...

 



Tomado de: La enfermedad de escribir, Anagrama, Barcelona, 2021.
Edición y traducción: Abel Debritto
Título de la edición original: On Writing, Eco, Nueva York, 2015.


11.12.13

Mozart, el vino y John Fante, por Elvio E. Gandolfo




Textos y cuentos de Charles Bukowski


Stephen King y Charles Bukowski son dos nombres de la cultura popular estadounidense que suelen o solían sub-promocionarse. Desde el punto de vista de la cultura o la literatura “alta”, desde luego. El autor de El resplandor tuvo la mala idea (según admiradores como Peter Straub) de comparar su tarea creativa con la confección de hamburguesas. Mientras vivió Bukowski, por su parte, tendió no solo a exhibir sino también a subrayar su fama de borracho, drogón, pendenciero y gustador de las así llamadas “mujeres de la vida”.
La aparición de este grueso volumen de “relatos y ensayos inéditos (1944-1990)” hacía temer los mismos excesos de búsqueda de “inéditos” en autores como Roberto Bolaño o W. G. Sebald a los que nos tiene acostumbrados el sello Anagrama. La lectura confirma sin embargo que al hacerse la selección sobre un material mayor ya seleccionado y publicado en revistas, resulta un libro tan sólido como otros del autor. El porcentaje de textos claramente menores no es mayor que en otros libros suyos.

POETA Y CUENTISTA. Cuando Charles Bukowski pudo abandonar al fin el odiado mundo del trabajo menor asalariado había producido ya incontables poemas. Fue justamente el editor decidido a recopilar en libros más largos lo que hasta entonces había circulado en cuadernillos, quien le propuso pagarle un sueldo para que solo escribiera. De inmediato Bukowski se descubrió como narrador. Tanto en la poesía como en el relato breve consiguió logros dignos de la mejor tradición norteamericana.
El lugar común de un Bukowski dedicado a tocar solo la samba de una sola nota de sus propias experiencias queda triturado en cuanto se recorren sus cuentos y poemas. El bien ganado prestigio en el campo acotado de la poesía lo consolidó ya 1969 su inclusión en un volumen de la serie “Penguin Modern Poets”, junto a Philip Lamantia y Harold Norse. En estas páginas de ahora no hay poemas pero sí ideas muy bukowskianas sobre la poesía.
Nada correcto políticamente, dice: “En algún momento del trayecto, en algún momento del puto colegio, se te meten en la cabeza. Te dicen, en resumidas cuentas, que el poeta es un maricón. Y no siempre se equivocan”. Y remacha en otro texto: “Un hombre con el menor sentido en la cabeza o sentimiento en el corazón no iría nunca a una universidad aunque se lo pudiera costear. No hay nada que aprender allí salvo lo que ha ocurrido en la historia de las cosas y él ya sabe lo que ha ocurrido en la historia de las cosas con sólo dar una vuelta a cualquier manzana en una ciudad”. Plantea además que la palabra escrita debiera abordarse como la pintura o el sonido. Y apuesta sus fichas: es posible que a la larga Matisse perdure más que Van Gogh, que el novelista O’Hara pase al olvido junto con Mailer. “D. H. Lawrence”, en cambio, “perdurará, aunque por qué, no puedo decírtelo ahora. Mi cerebro no lo tiene; sólo los sentidos”.
Si no hay poemas sí figuran en cambio cuentos. Uno de ellos, “Ejercicio”, muestra hasta qué punto el directo, autobiográfico, caótico Bukowski puede arriesgarse a experimentar con eficacia sin proclamarlo. Ennoviado con una mujer que toma pastillas así como el bebe, van juntos a buscar provisiones a la casa de una “dealer”. A una velocidad feroz el encuentro degenera en una mezcla de violencia y sexo entre las dos mujeres, con Charles B. de espectador. Como es literatura, lo que importa es el lenguaje: sencillez, repetición al máximo, reducción al hueso. Para redondear, más adelante se repite la visita, y la escena, aunque más corta, vuelve a funcionar. El texto tiene un punch que más parece oriental que estadounidense. Hay también un eficaz, veloz relato de ciencia ficción paranoica (“Tal como ocurrió”). El más clásico y “literario”, con el tema del doble (“El otro”) es también el menos original

MANUAL DE INSTRUCCIONES. En “Allucinager” describe por qué le gusta apostar: “Para mí el hipódromo es lo mismo que la plaza de toros para Hemingway: un lugar donde estudiar la muerte y el movimiento y tu propio carácter o la falta del mismo”. Después hace algo más técnico. En “Escoger los caballos. Cómo ganar en el hipódromo, o al menos quedarse igual”, destila su experiencia, en beneficio de los neófitos. Recomienda no gastar dinero necesario para otros menesteres (alquiler, comida, gastos comunes), no prestarle atención a los bocones que recomiendan ganadores y cómo elegir un probable ganador. Aunque sabe que lo que hace es inútil: “La razón de que no me importe revelar estos secretos es que conozco la naturaleza humana. No asimilarás lo que te he dicho, creerás que es una estafa. Todo hombre o mujer tiene que quemarse a su manera. Nada que yo te diga puede salvarte”. El dato final es claro: “Mi mejor consejo con respecto al hipódromo es: no vayas”.

LA LECCIÓN DEL MAESTRO. El trabajo más extenso y conmovedor del volumen es el perfil de John Fante (denominado “Bante” en el texto), complejamente transmitido. Todo escritor tiene un momento de revelación en que lee algo que es exactamente lo que él quiere lograr (le pasó como cuentista a Roberto Fontanarrosa con Dar la cara, de David Viñas). En el caso de Bukowski, cuando descubre a Fante al leerlo en una biblioteca ya ha recorrido una buena cantidad de grandes nombres clásicos. Pero lo que descubre en el texto cambia hasta la percepción misma de la página: “¡Las palabras eran sencilllas, concisas y hablaban de algo que ocurría aquí mismo! Hasta la letra en la página parecía distinta”. Embalado, cree reconocer el hotel donde ocurre el relato y sale a buscarlo. Recién años después, cuando por fin encuentre a John Fante (hospitalizado, mutilado por su diabetes) descubrirá que un pequeño error lo había hecho equivocarse.
El fastidio, la furia ante el estado casi terminal de Fante se convierte en agresión: “Había oído hablar mucho sobre Bante durante mis borracheras. Sobre cómo el mundo era tan estúpido que no era consciente de que sus escritos existían. Cómo el mundo era tan estúpido para honrar a tipos como Mailer y Capote y Bellow y Cheever y Updike cuando un simple párrafo de John Bante podía decir más con una sencillez pasmosa”. Aunque también descubre que, incluso en el deterioro, nada reemplaza el encuentro directo: “Allí estaba ese hombrecillo bajo su sábana. No le quedaba mucho de las piernas. Le habían dejado los brazos, las manos. Las manos se le veían muy pálidas. Pero tenía una cara estupenda, tenía una carita de dogo. Había mucha tenacidad en ella. Una palabra más amable es ‘valentía’” Así como Bukowski tenía como faro a Fante, al propio Fante le había pasado lo mismo con Sinclair Lewis (a quien Bukowski no apreciaba en absoluto). Como Bukowski, él también lo había buscado y conocido, para desilusionarse. Pero el contacto entre los dos escritores de la vida de los “losers” en las calles y los campos estadounidenses resulta mejor: se aprecian mucho. Bukowski (en ese momento en plena fama) colabora  a reeditar la obra del maestro. Al fin asiste a su previsible entierro, y reconoce: “Había conocido a mi ídolo. Muy poca gente lo consigue”.
Además hay múltiples “escritos de un viejo indecente”, un texto sobre Los Ángeles, un apoyo tenaz al viejo Ezra Pound, un comentario sobre Artaud, e innumerables datos sobre escritores, editores, revistillas culturales, y notas de rechazo. En el final reconoce: “Quería perdurar pese a las trampas, morir ante la máquina con la botella de vino a la izquierda y, pongamos, Mozart sonando en la radio a mi derecha”.






FRAGMENTOS DE UN CUADERNO MANCHADO DE VINO, de Charles Bukowski. Anagrama, Barcelona, 2009. 360 págs.


Publicado inicialmente en: El País Cultural N° 1059, 12 de marzo de 2010, pág. 5.

12.9.10

John Fante - Home, Sweet Home

I AM SINGING NOW, for soon I shall be home. There will be a great welcome for me. There will be a spaghetti and wine and salami. My mother will spread a great table piled high with the delicacies of my boyhood. It will all be for me. The love of my mother will come over the table, and my brothers and my sister will be happy to see me among them again, for I am to them the big brother who never errs, and they will be a little envious of the welcome that is poured upon me, and how they will laugh at the things I say, and how they will smile when they see me swalow those squirming forkfuls of spaguetti, and shout for more cheese, and roar my pleasure. For they are my people, and I will have returned to them and to the love of my mother.





John Fante. The Wine of Youth: Selected Stories of John Fante, (1985)