5.2.10

Retratos salvajes, por Pablo Moreno



El malestar de una época engendra escritores, produce obras, construye un imaginario en el espacio literario. El reinado de Nicolás I albergó, involuntariamente porque ese no fue su propósito, una lengua,la rusa, en una geografía, en un sistema político en vías de extinción que era la monarquía feudal zarista. Es en ese estado cuando la lengua deja de balbucear, abandona su timidez, como cuando nos lanzamos a hablar de corrido por primera vez, y se asienta en la idea rusa. Rusia era una idea que necesitaba de una lengua. La literatura rusa surgió en una época que no le pertenecía, tomó el habla popular del presente, y la lanzó al futuro.

Los sueños de la literatura rusa eran los sueños del porvenir, un porvenir de revolución. De hecho, sólo unos pocos zares luego de Nicolás I reinarían para luego ser devorados por el fuego de la historia. Pero una literatura que se sueña invariablemente no deja de reflejar el hoy, y como no puede asentarse en esa contemporaneidad, se proyecta al futuro, porque la actualidad es un sentimiento intolerable: “¡Tristemente yo miro a nuestra generación!/ Su porvenir…o esta vacío u oscuro,/ en tanto, bajo el peso del saber y la duda/ se hará vieja en inacción…” (Mijail Lérmontov, Pensamiento.)

O bien Pushkin: “Hoy, sin embargo, caminamos en las tinieblas, y las buenas costumbres nos dan sueño. El vicio se nos hace grato en las novelas, donde casi siempre es el mal el que triunfa.” (Alexandr Pushkin, Eugenio Onieguin). Y Lérmontov dice en Un héroe de nuestro tiempo: “Confío en que el aire de mi salón disipe su spleen.” El spleen es la descripción de un vacío existencial a la manera narrativa occidental. Ese hastío y vacío se le denomina en Rusia jandra. Eugenio Onieguin: “Poco a poco se fue apoderándose de él un mal cuyas causas venían de lejos: algo parecido al spleen pero en realidad no es otra cosa que la clásica jandra rusa”. Hay que reflexionar este hecho.

Uno supondría que una literatura surge del deseo de emanciparse de una lengua dominante, las operaciones dentro de una lengua mayor según la teoría de Deleuze acerca de Kafka y las literaturas menores, Joyce y Beckett dentro de la lengua inglesa, o de procesos revolucionarios que obligan a repensar, o a pensar por primera vez, qué modelo de nación es en el que se quiere vivir y habitar, por ejemplo Sarmiento y el Facundo en nuestra literatura.

La literatura rusa nace del hastío. Y volviendo al movimiento involuntario de Nicolás I, se forma y se piensa en el destierro. Petesburgo y Moscú no fueron las usinas de este surgimiento. Lo que parecería ser una formulación positivista, Rusia se piensa en las afueras de sus grandes ciudades, su génesis es en el Cáucaso, una región sin leyes, un espacio donde puede habitar una nueva lengua, que se diferencia de las existentes en esa geografía. El Cáucaso fue el lugar del exilio forzado de Pushkin y Lérmontov. Lugar común en el estudio de la literatura rusa es el de pronunciar el nombre de Pushkin antes de teorizar sobre Lérmontov. En otro escritor podría haber sido un destino cruel el de ser condenado perpetuamente a esa dualidad. Es que el caso Lérmontov se repite en escaso margen de años al modelo Pushkin: contemporaneidad de obra, de vida, de vicios, por ejemplo el del duelo, de mismo final trágico, obviamente en un duelo, y de hastío.

Pero a no dudar que ante el peso de un personaje tan importante como Eugenio Onieguin, Lérmontov responde con su héroe, o antihéroe, Pechorin, no como una revancha necesaria ante la posteridad, sino como una actualización formal en la concepción de una obra en la que se narra un mismo sentimiento, un mismo malestar. Ambos autores navegaron en las cenagosas aguas del romanticismo, aunque con propósitos y alcances formales diferentes. Pushkin necesitó del tetrámetro yámbico para narrar las peripecias de su héroe, pero el narrador disgresivo, el propio Pushkin, es romántico, suponemos que influenciado por Byron.

Lérmontov obró con otra matriz. Primero en la elección del dispositivo narrativo, una ¿novela? configurada de la siguiente manera: un prólogo del propio Lérmontov provocando al lector, ni qué decir que Pushkin era mas amable, con un efecto político solapado, un discurso que aguijonea su época, zarista. Luego dos relatos, Bela y Maxim Maxymich, en donde el narrador de esos relatos termina apropiándose de la historia a través de los diarios de Pechorin, considerándolos propios. Es como si el propio Lérmontov ejecutase a los narradores mucho antes que el postestructuralismo hubiera hecho alarde de su incapacidad de fabricar ficciones y terminaran asesinando al autor. Por último, los mencionados diarios de Pechorin. Lo que se dice un endiablado sistema de cajas chinas. Cajas chinas que devoran a narradores.

Y en eso radica la diferencia con Pushkin, que no deja de ser romántico aun en su spleen, ahí están Lenski y Tatiana para confirmarlo. Lérmontov y todos los narradores que pueblan Un héroe de nuestro tiempo son despiadadamente cínicos, profundamente sumergidos en su hastío: “Nuestro público es aún tan joven e ingenuo, que no comprende la fábula si no encuentra el final de la moraleja. No adivina la broma, ni percibe la ironía: está, sencillamente, mal educado.”

El propio Lérmontov: “Hace poco me enteré de que Pechorin había muerto a su regreso a Persia. La noticia me complació en extremo; me permitía publicar estos apuntes, y no desperdicié la ocasión de poner mi nombre al pie de una obra ajena ¡Quiera Dios que los lectores no me hagan expiar tan cándida falsificación!”. Y el narrador que se apropia de los diarios de Pechorin: “¡Bah! ¡Si viene la muerte qué venga! No perderá gran cosa el mundo, además todo esto me aburre ya bastante. Soy como el que bosteza en el baile, y si no se va a dormir es tan solo porque no ha llegado el carruaje. Pero el carruaje ya espera en la puerta…¡Adiós!...” Uno de los rasgos más característicos del romanticismo es la introspección, una verdadera epopeya del yo. Pero en el romanticismo el héroe actúa, nos hace partícipes de su sufrimiento. En Un héroe de nuestro tiempo los diarios de Pechorin exponen al héroe desde adentro, en una abierta contraposición a los dos primeros relatos, que son la representación exterior del mismo, y no nos referimos al aspecto físico solamente, sino como es visto por los otros personajes. En el camino de esta realización narrativa algo se trastoco y se torció.

Un exceso de introspección se suele transformar en un salvaje retrato en el que poco queda del espíritu romántico. Un deliberado memorial fruto de una época sombría sólo puede culminar en un exacerbado realismo. En las playas del romanticismo Un héroe de nuestro tiempo deviene en crueldad para transmutarse lisa y llanamente en el realismo de su tiempo.