23.8.07

Crisis en infinitas tierras, por Juan Dos






Está bueno cuando los poetas montan un oráculo paranoico de representaciones onírico-apocalípticas y caminan sintonizando los indicios de nuestro final alucinado describiendo la nevada invisible dispuesta sobre todos los diálogos que hacen interminables las veinticuatro horas de este colectivo ofrecido a la soledad y el silencio. End of the world kind stuff. Un mutador acelerado arrasa edificios, parques, calles, niños, fuentes de soda de manera imperceptible, noche y día, a cualquier hora y sin estirarla reemplaza gradualmente la vida por otra cosa. Hoy lo real es otra cosa. Tu corazón late de horror pero no se ve. El campo visual está siendo monitoreado, de otro modo lo intolerable del paisaje resulta aun más estremecedor y algo, por el momento en algún punto, alguien, los otros, los manos, no sé, halla la superficie estimulante. Hablo de mirar tras la cortina de números verdes que titila bajo la retina de los ojos aunque nadie elija en la barra del bar mientras conversa con amigos descubrir ocultas en ciertos flequillos un par de antenas mal disimuladas. O de quizás sorprender tentáculos escamosos moverse dormidos entre los diarios de un linyera o tal vez de comisionar la promo de los nuevos extinguidotes de letras y asistir a la parálisis inducida del estilo. No es curioso, la sustancia vudú de esa telaraña succionadora involucra pares, personal jerarquizado, simples desconocidos. El hechizo vincular materializa su trama flexionando series de sujetos posesos encargados de ajustar funestos enclaves, meter fichas y sonreír lozanos, generar malestar, incubarlo por separado, propagar sensaciones o eventos incómodos, pequeños o grandes tropiezos y a veces imprimir la suma entera del dolor. Desde este contexto recuerdo a los simbolistas rusos:
"¿vale la pena vivir entre engaños sombríos?
jamás tuvimos en el pasado otoño tan triste
y qué arduo es andar entre la gente,
te callas extenuado ante el estúpido, el ignorante

en lenta sucesión desciende el día otoñal
y gira lentamente la hoja amarilla
pero el alma no elude la corrupción,
lo inesperado vendrá de repente,
entonces miraré con tristeza y sin vacilaciones
Y sin espanto te llamaré como a mi propia juventud


Blok, Bieli, Soloviev.
(1884-1910)

El anhelo del pasado como zona intocada de presente (atribuladísimo) instó a elaborar formas discursivas de fuga o de sosiego, sólo formas; como la inclemencia del viento desfiguraba el reflejo tradicional del sus rostros, Blok, Bieli y Soloviev enrocaban el plano objetivo de la cosa deslizando responsabilidades hacia el moroso transcurrir de la naturaleza, susurrando vagas premoniciones. Pero en Francia, casi de inmediato, Artaud combina hermética y química al denunciar las maniobras de embrujamiento oculto que imponen las dicotomías del yo, entonces la metodología del susurro supera sus límites y rápidamente el grito y el hambre textualizados exhiben el circuito y el progresivo alcance de las satánicas fuerzas disolventes que desde siempre han conspirado contra la expresividad resonante de algunas individualidades insistentes. Este particular poema, indagación magnética inervadora de la insondabilidad inexplicable de nuestra iniquidad semiótica, contra la planetaria mala fe de ignorar el bestial flujo de la Nada y la ingerencia renovada de sus entidades provisionales animadas por imitación, respondía con lóbregos ucases conminatorios, tiraba coces, devolvía las descargas invasoras de mala voluntad uniforme repeliendo o al menos perjurando la ignominiosa arrogancia de la sintaxis consagrada (subordinada) al vil horizonte de lectura. Sin embargo hoy, lamentablemente la escritura subsiste despojada de salto, riesgo o aventura, pocos se internan más allá de escribir bien. Chequeo al joven Bustos, a Casas, a la Medrano o a los Plebeyos, chequeo al azar y la pericia poética no se agota en sí misma, está bárbara y asimismo convendría deslindar por ejemplo en La máquina de hacer paraguayitos la vibra amena o el adorno meditado (siempre bienvenidos), del flagrante sorteo a través del humor y la banalidad con que elude ya no el rumor del tiempo, como el simbolismo, sino la insoportable estridencia actual del naufragio diseñado para ensombrecer a diario el contorno de la experiencia sensible. Por otro lado la persecución de éxito-lírico, reconocimiento o becas de investigación maquilla-disimula-mella cuando no de frente niega y sale a exterminar-borrar-disolver las comprensibles marcas gramaticales del dolor inherentes a cualquier dealer letrado más o menos sincero. La desesperación no garpa, produce cosquilleos inoportunos en la oficina de publicaciones, molesta y es lógico, natural, nadie promociona locos de mierda, la ambientación artificiosa del campo creador como la del tongo académico o gráfico se profundiza con la agudización de la crisis y reacciona sumando glam, camp, trash, kitsh a mansalva, promoviendo esa falsa distensión. Imágenes gratuitas, distanciamientos insidiosos, esa trascripción de sueños montados para un público de cerdos despierta varios interrogantes: “¿A dónde apuntan los cosos estos?” Escuché preguntar al fantasma de Alberto Vanasco acodado sobre la niebla del Riachuelo mientras aquella memorable tarde observaba, junto con él, el triste carnaval de artistas y tinterillos que desde La dolce vita suele rodear sobre la negra arena al diminuto Armagedón que llora y llora, todavía lo veo, todavía llora, aterrado por la furiosa ambición de la comparsa. No supe responder, saqué la petaca y serví el resto del whisky.