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26.4.24

Las puertitas del Hotel Pelícano, por Gustavo Calandra

(Sobre Hotel Pelícano, de Agustín Caldaroni, El Fatalista, 2023)

 

I

 

Si pensamos que imaginar es ausentarse, es lanzarse a una vida nueva; y lo pensamos, porque adherimos a esa visión filosófica de Gastón Bachelard (La poética del espacio), y tocamos de oído, entonces podemos sumergirnos en la conciencia del creador. Escuchamos, tenuemente, un piano prostibulario en la lejana Nueva Orleans de Nell Kimball. O nos invade una sensación agradable de intimidad hogareña frente a la casona descuidada que nos recomendó un viejo. Un universo vivo.  Porque un día brotó la vida dice el narrador de “La casa de los Morgan”, la casa empezó a respirar, se pobló de ruidos, de siluetas de nenes que corrían jugando, de música.

La voz que narra los cuentos asume la problemática de cómo habitamos nuestro espacio vital, cómo nos enraizamos, día a día, en un rinconcito del mundo.

Puede pensarse la casa como un primer universo en la historia de una persona, un cosmos completo donde habitan nuestros seres protectores, un cosmos que alberga el ensueño y protege al soñador.

Pero la casa también puede producir agobio doméstico y, entonces, la necesidad de buscar una línea de fuga hacia un espacio fantástico, un hotel donde se trabaja en la arqueología de los recuerdos, por ejemplo.

En el relato “Hotel Pelícano” se propone una sectorización de vivencias, nada más cruzar el umbral de un pasillo mal iluminado.

Será preciso dilatar, para el protagonista, el momento antes de saltar al fuego y encontrarse con el cuarto de la adolescencia. Allí espera Kula, doncella medieval, mujer sin vagina, casi extraída del catálogo de fantasías sexuales infantiles de Freud. Su gran teta nutricia convida a un letargo delicioso.

Nos sacan de esa modorra unos aplausos que terminan siendo el cacheteo de la carne en una orgía. En la siguiente pieza nos aguarda un Valhalla pornográfico.

El regocijo de una evocación confortante. Una puerta puede ser la entrada a la gran concha, la vuelta al útero. Nada. Soledad. Silencio.

Lugar del ratoneo y de la liberación de pulsiones era una mansión llena de puertas y recovecos, pero en todas se repetía lo mismo, aunque en algunas habitaciones pude reconocer escenas de las primeras películas pornográficas que vi en la adolescencia.

Y a uno, que carga con horas y horas de cine argentino, le es inevitable pensar en la escena de Katja Alemann y Lorenzo Quinteros, en moto;  ese funcionario sumiso, de cabeza gacha, panza llena y sin esperanzas, protagonista de Las puertitas del Señor López, nacida del ingenio de Carlos Trillo y Horacio Altuna, como historieta para la ochentosa revista Humor. López que evade la realidad cada vez que entra al baño, a algún otro recoveco y aparece en sitios impensados, teniendo aventuras impensadas hasta que regresa al presente, a su vida apática y resignada.

 ¿Para eso naciste, viejo? Nunca pegaste cuatro gritos, nunca diste un portazo, reprocha el Dios-Dolina a López cuando éste acaba de confesarse un esclavo en las mismísimas puertas del cielo. Tus jefes te basureaban, de tus amigos mejor que ni hablemos. Nunca le diste un beso de amor a una mujer de verdad. ¿Y ahora venís aquí a llorar la carta, López? Pa´qué te di la vida, López? Vos allá abajo te la ibas de bueno, pero conmigo esa no va. Vos allá abajo no eras bueno, eras un cobarde, un gil, un pelandrún. Y ahora tomatelá

 

II

 

La casa será una gran cuna. Sostiene a la infancia en sus brazos. La casa integra los valores particulares en un valor fundamental. Guarda un tesoro en recuerdos. Es su esencia íntima.

Es la dolce vita.

Y es un poco más.

Entonces el narrador buscará sensibilizar los límites del albergue, vivir la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños. Los límites se extienden cual llanura infinita.

Este libro nos ofrece muchas habitaciones para explorar. El desafío es cruzar el umbral. Tenemos que animarnos y “de esa puerta pasamos a otras. También repetimos las mismas puertas pero con aventuras nuevas, todas se renovaban. Era imposible parar.”

Sería, tal vez, un refugio donde no existía el tiempo como la casa de los Morgan, donde pueda pellizcarse un poco de misterio y experimentar un estado de eternidad verde. Un espacio donde cabía el universo.

En el “Hotel Pelícano” también nos encontramos con una especie de Aleph erótico: Eran los pedazos de todos los romances que tuve, combinados con los de Lúa, todos los gustos y todos los perfumes y los objetos iban sucediéndose y mezclándose hasta llegar al momento donde estábamos.

La morada puede convertirse en trepidante. Es un furancho, refugio contra la gran peste, contra el asco de vivir en el revoque artificial. El antro fúnebre y carnavalesco que enaltece al espíritu del narrador de “Obertura paceña”, que desea vivir en otro cuerpo y se siente presa del aggiornamento perpetuo.

Se avanza un poco más, un paso delante de la nostalgia, porque no sólo es añoranza sino hay un desafío hacia ese tipo de recuerdo estático.

Dice Bachelard que el soñador de ensoñaciones conserva bastante conciencia como para decir: yo soy el que sueña la ensoñación, el que está feliz de soñarla, el que está feliz del ocio en el que ya no tiene la obligación de pensar.

Y podemos participar de una tertulia vanguardista, con Gómez de la Serna y Marinetti, en el “Café Pombo”. Y en una comilona de mis viejos, convertir la pileta en una parcela de la eternidad.

Solo se puede ser corpóreo en tanto que se sueña. El cine de Fellini sueña y nos vincula a estos relatos. La naturaleza es volátil como el 8 ½ de Fellini. Un sueño vertido desde el insomnio y un adulto, que cohabita con un niño. Y aquí también el protagonista, Guido Anselmi, accede a su sensibilidad cuando sueña. Como los personajes de este libro, acerca a su yo. Nada puede salir mal si huele al perfume de antaño. Restablecerse, cambiar de escenario, rastrillar el pasado.

El sol ilumina esa cuadra donde cabe todo el barrio, como dice uno de los personajes. El mismo sol, el mismo barrio. Bolivia, Argentina. España, Japón, todo cabe en el Hotel Pelícano.

La expectativa de un desenlace apasionante supera todo discurso. Hay mucha curiosidad por oír el final de cada de estas historias fellinescas. Imaginamos a Mastroiani diciendo: mañana, mañana.

Y una mañana, casi sin pensarlo, me rajé.

 

22.9.20

La mujer de los perros y otros poemas, por Marina Serrano

 




ANENCEFALIA


En un hospital vive un niño con anencefalia,

lo extraño de esto es la palabra: vive.


Un cuerpo boca abajo,

extremidades anfibias,

donde la cara termina

detrás de las orejas: nada,

lo que llaman

un gran defecto de la bóveda craneal.


Un cerebro reptiliano,

bulbo, protuberancia y mesencéfalo,

incapaz de conservarse

entre la progenie omnívora.


La próxima vez que entre en paro

no lo reviviremos,

dice el médico.


(¿Lo revivimos alguna vez?).




CONTAGIO


En una habitación restringida

hay una nena con tuberculosis,

el tipo que se juntó con la madre

le pegó el sida,

a ella y a su hermana.


A él no le importó, a la madre

tampoco.


Él amenaza

con su sangre resentida,

la enfermera no se arriesga,

nosotros

tampoco,

lo esquivaremos varias veces

antes de que termine el día.


La nena, tosiendo en la máscara, va a morir.

La madre

tomará el bondi a Mataderos y tendrá otros hijos

con ese tipo,

los parirá aquí mismo,

y los traerá después muchas veces

antes de la definitiva.




LA MUJER DE LOS PERROS


                                                      Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas

                                                      y reconocidas una vez que los intereses heridos y los

                                                      afectos por ellos despertados han desahogado su violencia.

                                                      Sigmund Freud

 

Muere.

Cinco horas muerta.

Hombres que trabajan de eso

la resucitan,

el chofer conduce,

las consecuencias quizá sean analizadas

más adelante.


Está dañada. Nadie la reclama.


Un olor profundo impregna

las paredes de su casa,

las cosas llevan ya

demasiado tiempo quietas

¿Morirán sus perros encerrados?


La intuban

¿Para qué?


La cubren

con telas azules, ligeramente celestes,

la sangre estalla en la incisión,

apenas se apoya el filo

se abre el anillo traqueal,

anexos la nariz, la boca,

la garganta

acumulan saliva inútil.


Mantienen el orificio abierto

con la pinza mosquito,

introducen el tubo

¿Para qué?


Y las paredes de la terapia

se borronean.


Camino al corredor

llego ciega a las manos de una enfermera vieja.

Me acomoda en una silla y me pregunta:

¿Desayunaste, nena?




JUAN ANTONIO FERNÁNDEZ


Yo esperé, Juan Antonio Fernández,

ponerme a prueba, resolver,

actuar con celeridad y tino

en las primeras sangres.


La abrupta manera

en que terminan algunas vidas

no pareció fortalecerme,

las almas del sifilicomio

aún sudan mercurio

y soplan su inminencia.


Quise, pero no pude.

Esperé el final

que se osifiquen o mueran

y nunca anhelé tanto

nociones de chamanismo

ni fui tan impotente

y el hombre que la medicina era

devoró mi fe.

 

     (De Formación hospitalaria)




FELIZ CUMPLEAÑOS

El rastro amarillo de los mingitorios

el ángulo del cordón

el atractor de la mugre.

La garganta

como una cañería llena de pelos

un abdomen perfecto encerrado en el placard

y 30 años dando filo a la imaginación.


¡Mujer!

¡A errar o al banco!




RESILIENCIA


Lo esperaba, sucedió (tal como lo había deseado) y sin

     embargo

estoy en similares condiciones iniciales.


Absorber las perturbaciones sin alterar, significativamente,

las características de estructura y funcionalidad

es de provecho en los metales

pero en el hombre

resulta insuficiente semejarse al acero austenítico

y recobrar la forma original tras haber sido sometido a

     presiones.


Parece que comprendo las cosas un poco mejor:

el objetivo, la búsqueda, el resultado,

y sin embargo, no es más que media cosa la que veo.


No podré evitar la resiliencia, pero

cómo quisiera destrozarme en las tragedias

y no volver a empezar, aunque digan que fortalece

que es necesario erguirse de nuevo

dispuesto al desastre.


     (De La diástasis de las tibias largas)




                                                      Ella derramó perfume sobre mis pies

                                                      Evangelio de Lucas

 

Magdalena llora y habla sola

mientras lava la ropa,

seca sus mejillas con el reverso del antebrazo.

Nadie la ve.

Magdalena se regocija

con el regocijo de los demás.

Comete errores, por supuesto:

no mirar a través de sus ojos,

sus ojos, por ejemplo,

servir la comida a gusto del hombre,

a gusto de los hijos.

La felicidad se encuentra en algunas cosas,

dijo. En alguna de esas cosas.

 

                                                      Sálvate a ti mismo y baja de la cruz

                                                      Evangelio de Marcos

Movidos por ese tremendo tirón en el pecho

ponen fin los hombres a todas sus historias.

Y Dios los hace agusanar en la tierra

para que aprendan

a no escuchar consejos, ni siquiera de su boca,

para que aprendan

a tomar la decisión

de pudrirse, o rearmar el presente,

o morir,

pero nunca abandonarse a la salvación.

 

     (De La única cosa necesaria)


26.1.16

Macedonio Fernández: vigilia y ensueño, por Jorge Quiroga


Cuando Macedonio Fernández, en una detención de su derivar errante, fue a vivir con su hijo Adolfo de Obieta a un departamento cuya ventana daba a la vegetación del Jardín Botánico en la calle Las Heras, durante un tercio del día se acuesta y duerme, y según su costumbre anota en un cuaderno sus experiencias, quiere saber si dormita o sueña despierto, lo que repite desde hace muchos años. Adolfo le dice que eso no tiene importancia y que lo principal es poder descansar. Pero para Macedonio conocer su estado es crucial para seguir pensando, esa grieta entre la vigilia y lo que él dulcemente llama el ensueño, esa flotación en el que el cuerpo y la mente están sumidos, y para Macedonio es de sumo interés el umbral, en el que no sabemos si estamos soñando, y las imágenes nítidas que invaden nuestro ser pertenecen a un territorio que no dominamos y perturba nuestro ánimo de tal forma que enrarece nuestra percepción del mundo. Durante mucho tiempo, Macedonio medita sobre esta cuestión, y su pensar lo llevó a adoptar costumbres cotidianas, al parecer raras y excéntricas, pero que correspondían a su investigación sobre la vida, que significaba unas verdadera obsesión, a partir de su enclaustramiento y de una soledad que experimentaba hasta rozar el sentido, entre otras cosas, de su misma situación en el orbe. Para Macedonio el mundo exterior es fantasmático, esto quiere decir que está compuesto de restos que se agrupan, vendrían sus imágenes de la nada, no serían copia, sino libre creación del sujeto. Todo debe pasar por nuestra conciencia para tener entidad. La irreductible posición antirrealista macedoniana es decisiva para negar el tiempo, y por lo tanto la evocación se vuelve trunca y su sistema digresivo, e interminable, para lo cual el registro de los estados tiene la virtud de poder ubicarse en una condición, casi siempre de duda constante, porque interrogarse acerca del dormir, el sueño y el mundo externo, ese el comienzo de un pensamiento en el cual la Filosofía se torna Literatura, señalando los altibajos del ser.

La tradición apuntada por Freud dice que “el sueño, si es que no proviene de otro mundo arrebata al durmiente a otro mundo” justamente esa traslación hacia otro lenguaje, hacia el fondo de las cosas es la que arrastra al durmiente, que sabe que ese pasaje lo contiene y lo conduce hacia un retiro o aislamiento en el que el ser se reduce a un procedimiento asombroso. Porque lo que busca Macedonio es estar atento a esa oscilación, de los ojos abiertos en la vigilia y la entrada al ensueño

Si las imágenes del sueño son más débiles, según el estado del sujeto que sueña, él insistirá que las imágenes que registra en su atención, por el contrario, son nítidas y no se diferencia en su onirismo, que se dirige a sustentar el mundo, impactan en la conciencia y ese golpe provoca una inminencia de la pura experimentación. “En el ensueño el Mundo cesa, pues fluye libre y variadamente la Afección y nuevamente se asocian las imágenes de la Presentación sin ninguna eficiencia causal” (No todo es vigilia la de los ojos abiertos) Macedonio quería pensar su Metafísica, en ese sentido se puede decir que su filosofar, tiene parta él implicancias vitales y cotidianas, por lo que no se las puede juzgar, sino como un pensamiento que, digresivamente, va montando un entramado visible de entradas, salidas, y postergaciones, con un lenguaje muy propio y excluyente. En realidad es un proyecto que consiste en escribir Literatura, encubierta en una reflexión constante, y entonces semeja una escritura filosófica, pero el proceso es inconcluso, se ha dicho cesante y arrastra cuerpo y espíritu, mediante un proyecto de idealización y de una negación sistemática al ser un mundo que se encierra en sí mismo, pero que se expande en sus incrédulos lectores. Escritos obsesivos, como buscando el nexo que los reinicie, un pensamiento extremo, casi utópico, sobre las circunstancias de su propia elaboración y dispersión.

“Si todo necesariamente es psíquico, si lo no psíquico es ininteligible e inconcebible, y si nuestro total de estados sentidos comprende millares de estados que no son visuales ni táctiles”, dice Macedonio y esta característica lo conduce a pensar a su experiencia formada por esa multiplicidad, que conjetura sus posibilidades afectando su existencia, de modo, que lo que se puede repetir es que el Mundo, aparece o desaparece, que esa inmaterialidad es inconstante. “El Mundo no es necesario es pasajero, contingente”, al soñar puede ser que esté, pero negar, o predecir su presencia no tiene sentido, porque en el ensueño y en la vigilia mi psiquismo lo convoca o ausenta.

Diferenciar ese Mundo exterior y el sueño, para saber si sueño o no, mientras las cosas se mueven en una causalidad engañosa (tigre y dolor) por lo que es preciso constatar su secuencia de aparición, y entonces es imprescindible intervenir en el juego. El Mundo exterior no depende de nuestra voluntad inmediata, y es igual, dice, a las imágenes mentales que disponemos, y ellas sí que son voluntarias, el sujeto recibe entonces esta imaginería y, como dijo antes Macedonio, todo es psíquico y por lo tanto, se incorpora a nuestra experiencia. El. Ser libremente crea la imagen, que no es copia de nada, el mundo externo es como vimos fantasmático, lo comprueba el caso del ensueño, porque tanto en aquel estado como el de los ojos abiertos (Macedonio duda de que esto pueda distinguirse, por eso insiste tanto en corroborar su verdadera circunstancia). La sensibilidad tiene esta condición de hacer surgir diversos estados. Los movimientos corporales alteran la significación y las imágenes se modifican, como lo hace el mundo externo.

“Los realistas quieren que el mundo exterior sea algo en sí y exista sin llegar a ser hecho psicológico.”
Macedonio entiende que no se puede ausentar de su existencia, pero todo tendrá que ser puesta en duda, y en su pensar solitario, el solipsismo no se cumple enteramente del todo. ¿A qué llama ensueño? ¿A una suspensión de la vigilia? ¿A un estado intermedio al estar despierto o adormilado? Su irrealismo le dicta que el Mundo no es, no se trata de algo en sí, y esto es una controversia y una manifestación de su idealismo absoluto, que tiene mucho de procedimiento ilusorio.

¿Habrá rozado la locura, el completo vacío, en esta especulación, o esta le servía solo para pensar? La obra de Macedonio es un intenso diálogo con él mismo, que demanda una deriva constante de la lectura, un lector salteado como él dice, que pueda atravesar por sus escritos, porque aparenta un pensamiento sistemático, rígido, pero construye una divagación, a la que es posible acceder por destellos y reverberaciones, que fragmentariamente dejan a su paso señales de una interrupción que desorienta, si uno cree entender su sentido. Las imágenes del sueño, “el interés emocional y agitación psicológica percibida como un tercero son iguales a los de la vigilia” (“El mundo es un almismo ayoico”) La vigilia es lo que aparece como un estado pasible de angustia, aún el pensar y recordar, prever, y evocar, por lo menos no son tan nítidos, los llama de carácter débil, por lo tanto les niega como posibilidad. Estamos ante un pensamiento que trata de cambiar los rumbos acostumbrados, para generar por lo menos una bifurcación de lo ya pensado, también quiere decir que en la vigilia hay algo más que no conocemos. La irrealidad es suponer una causa a la vigilia, esta no está causada quizás por ningún elemento, porque nuestro hecho psíquico, conciencial, crea lo exterior. Entonces debemos atender a nuestro propio interior, porque allí estarán las claves de la existencia o de la no-existencia.

Macedonio establece una especie de fenomenología del sueño y la vigilia, el umbral donde el que sueña se vuelve real/irreal. Estos dos órdenes son equivalentes, y si el Mundo es supuesto, antes y después de percibir, los anulamos, porque la vigilia es un tiempo intermedio, una suerte de flotación en el vacío. Puede ser un ensueño, entonces es real, porque nuestra mente está en estado de receptividad, esto se refiere a ese modo de permanecer. Es ensueño cuando se fusionan, y están por así decirlo, intercambiados.

El “onirismo” macedoniano es muy particular, porque las dos instancias se entrelazan, y se diferencian a la vez. Hay una violencia dulce en lograr que el ensueño sea nuestra situación permanente. “El sentir y el imaginario es lo único existente, nada existe que lo cause, no existe en la vigilia ni en el ensueño algo sentido o imaginado, sino solo el estado de sentir e imaginar que es la plenitud del ser, que no es sombra, representación o efecto de nada.” Esta plenitud del ser, manifiesta entonces un estado, de tal forma que la atención está puesta en ese movimiento oscilante que nos hace existentes. Sentir e imaginar (lo que él llama Afección/Placer/Dolor y proliferación de imágenes) no representan nada, y esto es una forma de negar lo exterior.

El encadenamiento causal es una construcción ficticia, lo que quiere decir que debo ponerla en duda. Macedonio opone “en el dormir” con la vigilia, a pesar que esa reflexión (pensar, imaginar, sentir) es ensueño. En el dormir vivimos la intensidad del ensueño. La vigilia es sólo hipotética y precaria en su iluminación, todo lo oculta; se pregunta qué hay en ella que está llena de olvido, falsas imágenes e insistencias. Para Macedonio la vigilia y los fenómenos que derivan de su estado, provienen de una preocupación lejana, su libro No todo es vigilia la de los ojos abiertos es de 1928, y así lo indica su vida que estuvo dedicada a pensar y describir estos instantes primordiales. La vigilia es un dormitar en el que el ser responde a sus propias palpitaciones.

“Los hechos de la vigilia no se suceden por asociación, sino por causación. ¿Será esto así y hará ello la diferencia entre sueño y realidad?” La muerte como dato radical se iguala con el olvido (la muerte continua del contenido psíquico), donde se dan recuerdos y en la vigilia aparece el ser fantasmático.
¿Alucinación?, ¿ausencia de un objeto que referencie y sea representación de la imagen? Pensar las cosas es ensoñar, entonces se ilumina la escena que figuro. Meditar profundamente en ese estado especial comprende mi angustia de ser. Lo externo, la interrupción, el desaparecer de seres y cosas en el Mundo que ser extingue a cada paso, que muere en mí. El ensueño (regularidad y repeticiones) es la representación agradable del que duerme o cree hacerlo. Repetición de la realidad, es entrar en el ensueño sin interferencia en ella, donde el rastro de lo real es inhallable.

Para Macedonio “el tiempo nada separa”. Y el sueño de la aparición de su padre, con el que entabla un diálogo que evoca, pero que para él es una presencia en su ser, es el ensueño con virtud de retrotraerse e imaginar. Es lo más voluntario, y encierra una predisposición frecuente. Hay momentos regocijantes y angustiosos, envolviendo nuestra existencia. Entre sueño y realidad presume una disparidad “formal”. “Estaríamos en el idealismo absoluto con un doble soñar del ser”. El sueño otorga existencia, estar despierto (vigilia la de los ojos abiertos). Es seguir soñando, es prolongar un estado. Macedonio es el único que sueña, porque soñar es vivir plenamente, los seres existen cuando son soñados, y el Mundo que ellos ven, si duermen, cesa. Macedonio despierta pero sigue soñando. ¿Qué distingue el ensueño de la realidad? Sentir es algo externo que se da en esa emergencia.

Que algo “sea” en el sentir, o en el llamado Mundo, es todo misterio, significa un asombro que compromete nuestro entendimiento. La no existencia es una mera palabra, como otras veces el “ser” es nada más que verbalidad, para un soñador esto es así. Macedonio negando al tiempo, que no es nada, anula el dato radical de la muerte y se entrega meditando al proceder del tiempo. Algo nos estremece y convence, nos conduce a un espacio de sutiles reverberaciones que posibilitan el pensamiento profundo. No sabe cuándo se está soñando o no, que es lo mismo que decir la transmisión de un modo de estar. ¿Estoy despierto? ¿Estoy soñando? La meditación se da en el ensueño o en el instante que uno cree soñar o pensar. La representación es formular qué imágenes corresponden a determinado objeto, pero cuando esto se encuentra por lo menos dudoso hablamos de algo que falta. “En el sueño hay todo esto: una zona de imágenes acompañada de estados emocionales, como en la vigilia.” De estas imágenes se dice que no son percepciones, que no son reales. ¿Esta es una contradicción o una constatación? Macedonio siempre tiene en cuenta al que lee, dialoga con él pero no obtiene respuesta, porque eso es imposible.

Las imágenes visuales, táctiles y musculares que percibe la mente se crean y se extinguen de la nada. Hay una repetición de eternidad que le hace además creer en la causalidad y en sus efectos Las secuencias son producidas por un conjunto de causas que él llama “situación”. Se pregunta acerca de las condiciones para que la escena sea soñada o real. Si la causalidad es esta duda, qué cosas deben darse para mantener una seguridad. No parece que quiera solucionar esta situación dilemática. La invención literaria, el novelar, nos trae todos los sueños, para emprender el continuo soñar, en que consiste escribir literariamente. Macedonio no diferencia entre lo sucedido y lo imaginado, manteniéndose en posición receptiva para los sueños. ¿Qué significa para él pensar? Sobre todo evocar de manera presente lo visto, lo tangible, lo oído, forman un conglomerado de imágenes meditadas. Todo es pensamiento, mi cuerpo y la evocación. El ser y los fenómenos son cruzados y muertos de la nada de la que provienen, de donde surgen, y la sensibilidad es eterna, reside en el vacío que es el tiempo negado de por sí. El ser asombra, deslumbra, en su persistencia, en lo que es. Y el yo significa “el otro”. Hay una traslación continua, que el estado de ensueño no hace sino redoblar.

El ser es plenitud, inmediatez y lo soñado es la única realidad y el verdadero misterio. Entre el despertar, o en él, y el comienzo de la percepción en la vigilia, estas imágenes, del ensueño y la afección, en el sueño, o en el momento de los ojos abiertos, ellas dan su versión. Tanto en un estado como en el otro, las imágenes indelebles persisten. El Mundo material es un sueño de la afección, es decir que percibimos diversos elementos, placer, dolor, y entonces los soñamos transformándolos o traduciendo en imágenes. Lo mismo ocurre en el ensueño, imaginación/ideación o imágenes signo, pensar con palabras, engendramiento afectivo. ¿El sueño está compuesto de imágenes que son producidas en ese tramo intersticial? La imagen hace visible esa realidad del mundo exterior amenazante, que yo creo y durante el dormir no se quiere abandonar. Esa imaginería del sueño donde pienso que estoy, quiero glosar esas apariciones, antes de pasar a las nuevas imágenes de la vigilia.

Lo real es lo soñado, y lo que llamamos Realidad es una suposición, el ser es lo que se constata. En Macedonio aquello que es lo que vuelve, hace inteligible esa reflexión interminable es la Pasión, que es del orden de la Altruística-vivir en la vida del otro, sin cuerpo, en estado emocional metafísico, casi anulando la propia vida o inexistiendo. La “eternidad” conciencial del individuo, no se afecta con la destrucción de mi cuerpo. De esto deriva su novelística y su concepción, o no creencia en la muerte. La inmortalidad consiste en estar no ligado al destino de un cuerpo, y quizás sí de la mente. El sufrimiento indica que siento, pero “ser” es una mera verbalización según esta forma de pensar, con las palabras no se piensa, pero ellas sirven d comunicación, y para recordar, se lo hace para sí, no pueden suscitar en otros el recuerdo, siempre está presente esta capacidad que nos permite a toda hora imaginar. El asombro de ser (emoción) nos recubre y compensa. Toda “concepción de existencia” Macedonio la vincula con su propio ser. Su doctrina es de “plenitud, y eternidad de toda sensibilidad, de la única sensibilidad”.  

Hay, dice, “una imposibilidad de creer”, nada más que en su conocimiento limitado, que se enfrenta aparentemente con lo fatal e inevitable, hay que continuar pensando. Le sigue su fundamentación de la eternidad, de su Metafísica que es personal, y él divaga en su transferencia, que define como un estado de Autoexistencia, porque si es así es lo único que vale. “La Metafísica es hacer del Cosmos es decir del No Ensueño, Ensueño, de traerlo al enigma del ensueño, por el robustecimiento de la Afección y una actitud enervante de la sensación”. Se trata de un traslado, de una peculiar sensación de un sujeto de cambiar de lugar, un estado para que se pase a otro orden de acercamiento.

El pasado es eterno y la máxima sensación es que de algún modo la anulación es posible, la Metafísica de Macedonio busca convertirse en mística en la forma extrema, uno no se suicida del Cosmos, porque todo es experiencial y la Afección reestablece su trayecto. Eternidad y pasado se dan de tal manera, entrelazándose de tal forma que conviven. “La Metafísica, en suma, es hedonística, es hija del miedo” y la intelectualización procura amortiguar, enriquecer y ejercitar “los buenos ensueños y la Afección”. ¿La eternidad es la no-muerte, el ensueño que nos transporta a la ideación, o formación de imágenes, que es la metafísica? “La metafísica es la investigación intelectual de las vías genéticas del hecho espiritual de emoción de infamiliareidad de lo ya conocido, de lo nuevo, que tal es el “choque metafísico”. Investigación de aniquilamiento es pensar cabalmente, la búsqueda macedoniana, pasa por caminos donde su aislamiento lo lleva a la soledad de su cuarto, donde pequeñas muertes de las que sobrevive, lo convencen de que sus empeños se justifican. Se pregunta sobre el sentido de pensar, concebir o ser objeto de un pensamiento. ¿Qué significado tiene representar la nada? ¿Se puede pensar el ser o el no-ser? Pensar es concebir-poseer una imagen para lo que se nombra. Esta peripecia es total, pertenece al territorio de su cuerpo y los esfuerzos de conocerse y rodear el riesgo espiritual de extraviarse en el pensamiento. El objetivo es acceder al “choque metafísico”, el momento en el que todo el ser se conmociona con una interrogación que es impostergable. Macedonio deambula por la filosofía, pasa largos años meditando y ahí lo importante es que su manera inconclusa de indagar piensa siempre en las mismas cosas, como si su asombro del ser no tuviera límites. No se trata de un sistema cerrado, sino de una lectura sobre su propia condición efímera y por lo tanto incesante en su reflexión.

El sueño, que algunas veces llama ensueño, lo envuelve comprometiendo su ser y lo inunda de significación que quiere dilucidarse. Se puede caer en la nada psíquica, entonces el mundo no es forzoso, y termina su misterio. ¿Hay mundo o no hay mundo? El ser y el no ser no son pensables, por lo que son meras verbalidades. Tenemos continuamente instantes de no ser, esto hace que pensemos en el ser que es presente. El dormir, sueño y vigilia, es inmediato, el pensamiento está ligado a una imagen privativa. Si la “angustia” pertenece al ser, cómo puede intervenir en el no ser. Las categorías macedonianas las intercambia, porque así no tiene seguridad y es posible reformular-deformar constantemente sus derivaciones. El no ser ni siquiera es cotidiano en la vida, no hay discontinuidad en el tiempo, porque éste sin sucesos es inconcebible y casi absurdo. Hablar de angustia o de ansiedad es un estado psíquico que se refiere al “infinito”, al “ser” y al “no ser”. Aludiendo a Husserl menciona la contingencia del ser que desaparece o habiendo desaparecido permanece. “El despertar del sueño como si fuera la metáfora de un resurgimiento de la vida después de la muerte, esa una dimensión del ser místico –siempre presente: ser y presente son la misma cosa– que se halla interrogada”, dice Horacio González y esa divagación macedoniana se corresponde con una investigación sobre el significado de esa grieta entre el despertar (que no es del todo) y el soñar que también es inconcluso.

Hay enunciados dilemáticos que pueden mostrar alternativas que señalan dos caminos posibles, el sueño-ensueño, tiene su negación en el Cosmos, lo exterior, que como juego de falsos espejos reverberan en las vida diaria Macedonio busca separar los regímenes, porque no está seguro si está despierto o sueña, o es soñado por otro que lo involucra.

El resucitar de las personas en el sueño comprueba la existencia que le otorgamos como soñadores, y de algún modo cómo ellos han podido evitar la muerte, y que nuestra fe confía en su supervivencia. ¿Qué es real para Macedonio, el sueño o la vigilia? ¿Qué diferencian las personas tocadas a las que soñamos y que por eso resucitan? Macedonio se pregunta por qué causa se disminuyen los sucesos del sueño, cuando sus imágenes son más fuertes y contundentes para nuestra conciencia, para lo que ocurre con los ojos abiertos como si ahí se presintiera lo que hay que creer. Por lo menos duda y por eso se interroga. Él dice que la intensidad conciencial del ensueño es tal vez más grande que la de la vigilia. Aunque no puede explicar así el olvido –la muerte– en los sueños y en la vida. La diligencia de nuestro ser hacia los sueños. Macedonio hace resucitar a su padre en un ensueño soñado del pasado y se pregunta si no se puede intentar resucitar o torcer el destino del padre, niño que lo ve morir ante sí. El Mundo para Macedonio puede estar o no estar, es percepción y contingencia, igualmente existe el sujeto o lo que se llama sujeto. El yo no es nada, sin yo, es un fenómeno no adventicio. Yo existe en un cuerpo, no es algo conciencial, no puedo concebir la no existencia ni por un momento. La muerte se entiende como el no- ser, esto es imposible, casi de todo sentido. El ser y la existencia es no presente ni actual.

“Como si dijéramos: las cosas se ven con los ojos abiertos, las imágenes se ven con los ojos entrecerrados”. Pero lo que realmente interesa son las imágenes, como si en ellas residiera un caudal que hay que transferir. ¿Hay efectos inmediatos en los sueños? El Mundo, el exterior es un invento, increado por uno, en el ensueño el Mundo cesa. En la imaginación del sueño hay causalidad, pero puede no haberla, ya que se niega la secuencia, y el tiempo que la contiene. Las agresiones del Cosmos, o del propio cuerpo, son respondidas analgésicamente, evitando o tratando de anular el dolor con la conciencia que hace que la Afección se postergue. ¿Esta Metafísica es no literaria, pensadora, o es una forma proposital de escritura? La clave de su acción descriptiva, está basada en la experiencia que se tiene, niega también lo discursivo o la verbalidad con que las nociones se vuelven mera abstracción.

El ser pleno, cognoscible, es esa indagación sobre las condiciones de experiencia, porque se procura en el extravío las peculiaridades del asombro. La conciencia es un continuo, dice, lleva claridad. El hecho metafísico está reunido en un estado “momento conciencial de infamilareidad” en donde con lo conocido nos introducimos en el Misterio.

El estado místico, que es de plena verdad, sabemos que es el objetivo vital que Macedonio anhelaba para sí mismo, es decir el acceder a una claridad de pensamiento, el haber y acontecer plenamente, reflexionando en una atmósfera de saber-ser. Toda la labor conciencial requiere retrotraerse a la Mística primitiva, conocer-desconocer el haber y el ocurrir, sumergiéndose en el sin yo que es el saber místico. El ser verbal nada es, lo nuevo, es ese impulso, no para explicar lo inaccesible, sino para ahondar en lo aparencial. Los momentos del pensar provocan estados múltiples, variedad que con o sin pensamiento da la pluralidad de estados. Hay variedad porque hay complejidad de situaciones y lugares. Pensar exige esa pluralidad. Macedonio considera las alternativas de aquello que piensa, como una reflexión  aparentemente sin nexos pero que se  relaciona con cómo ve el ensueño, siendo la posibilidad de encontrarse en un momento no muy diferente a la vigilia de un hombre despierto.

Freud dice respecto del estado onírico que se da “el estricto retraimiento o aislamiento del sueño respecto a la vida real” (La interpretación de los sueños, T IV 1ª parte) en la indistinción de Macedonio esto en parte es así porque para él la vigilia constituye otro aislamiento. El tema de la intensidad o nitidez de las imágenes es un elemento primordial. Para Macedonio aquellas que provienen de los recuerdos son vivaces. Sigue Freud, “alguien podría presuponer que la intensidad sensorial (vivacidad) de las imágenes oníricas singulares tiene alguna relación con la intensidad psíquica de los elementos que corresponden dentro de los pensamientos oníricos”. La teoría de Freud que construye el concepto de inconsciente (censura y represión ) no es afín a las elucubraciones de la introspección macedoniana, el que no hablará del contenido de sus sueños, más bien le interesa la intención de soñar y todos los fenómenos que envuelven la salida, la entrada al sueño, y todas sus derivaciones. El trabajo de Macedonio es arduo porque no busca comprender sus ensoñaciones, su descripción es de estados físicos y de psique.
“Macedonio consideraba a la escritura como una imperfecta transcripción del ensueño”. La nada lo acechaba, entonces esta maniobra le resultaba inevitable. Y necesitaba por eso escrudiñar, entre la realidad y el ensueño, colocándose en un lugar intersticial. La intensidad de las imágenes en el ensueño, en la demencia se compara a las sensaciones.

“La alucinación, las imágenes del sueño, las voces de la locura, son formas de la Pasión, que no necesitan otra prueba de realidad que el soporte del apasionado”. ¿Estoy dormido o estoy despierto? O en el ahora me encuentro en ambas situaciones, y el tiempo es eliminado. “El ensueño –es a su vez– era un medio (instrumento poético) y una forma de vida, a la que se puede legar por el trabajo de la reflexión y la escritura”. German García: “La teoría del ensueño en Macedonio –no la explicitación sino la práctica– sería la clave de la comprensión de las figuras de su estilo y en esas figuras se juega el sentido manifiesto de su escritura y de su ser”. La palabra debe advenir, en forma de metáfora o de Lenguaje, por encima de las imágenes-ecos, que provoca el sueño. El deseo y el recuerdo y sus posibilidades y emergencias son señalados como puntos nodales, donde se debe enfocar la reflexión interminable. Sueño, recuerdo y deseo se vinculan en la poemática del casi-filósofo, que con sus estados de ensueño difuminan o sabotean la realidad visible o lo perceptible.

La vida bonacible o penosa, se repite durante un tiempo y nos remite a un Mundo identificable y familiar. ¿Hay unidad en ese Mundo, lo hay en la vida individual? O tenemos mejor que estar atentos a la multiplicidad de estados en los cuales existimos. Encerrado en su pieza y en sí mismo, Macedonio niega el tiempo, la muerte de los que aman, y se propone vivir envuelto en el ensueño que lo deja deslizarse por las fronteras de su ánimo, de su asombro de ser, y en el desmayo y en el sueño, cree experimentar los límites de su existir, y eso le hace tener visiones de sus recuerdos. Estados mentales, pasados, presentes y futuros son admitidos por ese idealismo absoluto que Macedonio profesa, instancias propias y ajenas, que lo relacionan a un pensamiento original y espontáneo. Sabe que no se puede ausentar, y que no vale negar la existencia porque esto no es concebible. Todo debe pasar por nuestra conciencia para ser algo, de otra manera es nada.

La imagen difiere de la sensación original, que se altera con movimientos y aptitudes. La imagen del sueño permanece, no la ve efímera. Por eso Macedonio prefiere esta figuración, y la extiende a la vigilia de ojos abiertos y a la escritura. El mundo se da como deseo, fantasía, evocación, volviendo al mundo exterior. Hay que sumergirse porque ello nos arroja a un profundo mundo interior, en el que nuestro espíritu emprende un viaje a los límites de nuestra experiencia y contemplación. Pensar, expresa en algún momento existencia. “El sueño, el desmayo son esas situaciones supuestas de inexistencia (pues el que nada siente nada es” (No todo es vigilia la de los ojos abiertos). Suponemos una muer que no es tal, por eso cuando sobrevivimos, entramados en la plenitud del ser, se sigue soñando en un estado “místico” que es exultante. Más despierto que una vigilia es ese tránsito a la “eternidad nemónica individual”.

Los enredos macedonianos no son muchos, aunque una claridad traspasa sus tropiezos, la reverencia, un alegato por Pasión, la muerte del cuerpo en su ocultación a los ojos, son tan solo una maniobra. El estilo del ensueño constituye al ser como concebible y posible, ahí se manifiesta, lo llama como todo lo que se presenta como integrante de la subjetividad, exceptuando al mundo externo, en la sensibilidad donde está todo mi existir, al ser plenitud inmediata, es el sueño. “El deseo o la voluntad de acción directa sobre la imagen y no sobre la sensación”. ¿La vigilia consistirá en una serie de sueños cortos? ¿Hobs estuvo en realidad en Buenos Aires? ¿Realidad o ensueño?

El ensueño tiene que ver con la asociación de ideas, y el sueño no posee efectos. Habrá buenos y malos ensueños, y puede instalarse la angustia, desapareciendo las imágenes agradables, la llamada vigilia es una construcción ficticia, que separa el ensueño de la realidad. La vigilia, como ya dijimos, es una hipótesis precaria que se establece para delimitar campos y ordenar la vida. La costumbre macedoniana de dormir-dormitar, y anotar el sentido, contaminan los hábitos, y son un componente de su extravío. Se pregunta qué es lo que hay en esta vigilia, compuesta de olvidos, brusca muerte súbita, ensueños y recuerdos recientes o remotos, que la caracterizan. Aparece como un estado latente, no del todo cierto, que guarda un misterio que no consigue develar, poblado de imágenes diferidas. El ser de los sueños es también fantasmático, no se consigue asir, y el de la vigilia comparte esas cualidades por extensión o presencia del pasado. Acomodamiento fisiológico el dormir, puede desaparecer en el transcurso de la evolución humana y es un acto de adaptación a circunstancias que pueden cambiar. Pensar, imaginar, prever, recordar, durmiendo en el ensueño, nada se diferencia en la vigilia, lo que está diciendo Macedonio es que tales disposiciones se igualan y se complementan, son espacios continuos e inmediatos. Convertir estos procedimientos en Literatura es el propósito de este escritor atípico.

Solo no es puro sueño lo que tenga que ser anterior, y como este a veces es mera verbalidad, y en otras ocasiones plenitud, se duda de lo que sea efectivamente sueño. La vigilia en verdad pertenece a este punto de inflexión donde se deberían partir las aguas. Hechos y cosas desaparecen continuamente o son inhallables en el ensueño, en la “realidad” y sus rasgos no surgen claramente. “Podría decirse que si los ensueños son tan angustiosos o regocijantes, no vale la pena de que sean irreales, y si estamos acostumbrados a la perdidumbre de muchos hechos calificados en el momento de reales, es porque la realidad tiene un valor hedónico apenas diferente o superior al de los ensueños”. En broma o en serio Macedonio trastoca los tiempos y convierte el ensueño en realidad, no solo de los tramos de una vida personal, ya que los lleva al tiempo que no existe. ¿Soñó que vio al intruso o lo ha soñado, ocurrió efectivamente la persecución? Mediante esta vacilación Macedonio se pone al resguardo y enrarece las certezas del acontecimiento, no se somete a ellas, vive en estado de sueño, donde no hay seguridad tampoco de que la imagen sea cierta. Su mente es receptiva de los cambios que se dan en esa escena.
La vigilia, una serie de sueños encadenados, tiene trayectos desechables, restos de una experiencia ya conocida, y núcleos significativos conmocionantes para la conciencia del soñador.

Las palabras son para comunicarse, no para pensar. El verdadero conocimiento metafísico se presenta en forma de imágenes, que no es preciso descifrar. En la mente del lector o del interlocutor hay inadecuaciones que la comunicación procura corregir o por lo menos intenta actuar con nuevas inadecuaciones. “Lo que sueño a veces ocurre luego: puedo soñar cuando estoy bajo un temor o una expectativa grata”. Siempre esta oscilación entre el placer y el dolor hace residir al sueño en la esfera del pensamiento, porque lo que se piensa existe, y debo entregarme a ese movimiento que se da en imágenes, sobre todo visuales, que continuamente se refieren a ese estado de consuelo o desconsuelo, en el que Macedonio se refugia y se retira a su ser pleno. Existe una secuencia causal externa, que es la fuente de las imágenes, como una repetición de la realidad. Aunque la huella de lo real sea difícil de encontrar para el soñador, como si estuviera envuelto en una zona, más allá, que tiene sus propios modos de ser. La contigüidad de los estados de por sí aniquila al tiempo que para Macedonio nada separa ni es.

Estar despierto no es únicamente tener los ojos abiertos, significa seguir soñando, y la metafísica no es más que esa condición del sueño, porque su permanecer ahí es abrirse a una infinidad de manifestaciones del alma. Un pensamiento de sentido común diría que Macedonio no sabe distinguir si sueña profundamente o si dormita, sobre todo cuando está bajo el influjo de la ensoñación, por imposibilidad mental, pero también es cierto que ese diálogo incesante con el que recuerda, lo conduce al ensueño, como el único espacio donde, de un estado al otro, conserva su integridad, con su yo desintegrado.

Dice Horacio González: “El texto macedoniano contiene la preguntan de su cesación y por el acto de su conclusión. Pero no por ello el ser queda vacante. Al contrario Macedonio tiene un escribir “abierto al vacío” porque busca el momento áureo y místico en que el escrito se transforma en vida” (Macedonio Fernández: El filósofo cesante). Este llegar implica una propensión hacia nuevos significados que solo residen, cuando este pasaje se realiza otorgando vías a lo que ese instante, se convierte en otra cosa. Si no hay yo, tampoco hay identidad, si el Mundo exterior es conjeturable, queda el misterio del sueño/ensueño. ¿Son dos cosas o una sola? Donde quizás es posible que los fantasmas, recuerdos y experiencias vivan derramando una luz al ser y sus vicisitudes.

Existe miedo, al soñar y al despertar, como algo invariable, ese sentir atraviesa zonas aparentemente opuestas, pero en verdad se diluyen en el olvido-muerte, o se recuperan con la labor reflexiva. “Pero reduciendo al régimen del Ensueño el mundo del no Ensueño o Cosmos, nos encontramos sintiendo únicamente las espontaneidades, creaciones continuas de nuestra Afección, que no por falta de cosmos dejará de presentar la suprema variedad de dolor-placer. Y así ocurre que es vano refugiarse en el régimen del Todo Ensueño, pues en nuestras pesadillas de todas las noches podemos sufrir todo lo que el cosmos nos puede causar…”

Pero esto en la casi teoría o Filosofía fracasada, Macedonio está desmintiendo que la vigilia perfila un desorden y no se la debe eludir, el ensueño cubre con su modo todo aquello que se formula. Cuando apareció No todo es vigilia la de los ojos abiertos, en 1928, la mayoría se desconcertó. Los que seguían a Macedonio lo consideraban una persona singular. Su pensamiento parecía utópico, fuera de lugar, se dividieron los bandos y los que lo veían como un loco lindo, no lo tuvieron más en cuenta. Su reclusión encapsuló a los escritos. Pero el entusiasmo acerca de Macedonio persistió en otros, continuó pensando en la vigilia y el ensueño como señales de su meditación.




19.12.15

El ombligo de la imagen, por Luis Thonis

(Sobre la serie Nuditas Criminalis de Malkka Bentivegna)

Hay un ombligo de la imagen como sucede en el sueño y como hay a veces un ombligo del poema. La imaginería posmoderna es una huida hacia delante de la angustia o ante una falta de origen: lo que falta a una imagen es rápidamente sustituido por otra y su función es la del relevo.

Como si lo que falta a una imagen pudiera ser completado por otra. La iglesia del espectáculo es la promesa de que habrá una última imagen. No es tan ingenua como se cree la prohibición bíblica de hacerse imágenes: la imagen es excedida por la creación y retorna a ella como un agujero que interroga y donde la imagen se corta de la sucesión mediante un efecto primero.

Es una operación estrictamente poética.

En la serie de fotos Nuditas Criminalis de Malkka Bentivegna la imagen habla hasta en su mismo silencio, cava en la representación y el lugar del relevo lo ocupa el llamado de una memoria abierta. La foto es a veces un diálogo tenaz entre la sombra y la luz con una placa de testigo. Testimonia una imagen que en las lenguas latinas tiene una raíz en referencia a lo mental. ¿En qué imagen cada sujeto está capturado? ¿Resuena en ella algún nombre? Hay quienes no quieren saber nada con imágenes de sí mismos: temen que la imagen se lleve algo de ellos. Otros quieren quedarse, perpetuarse “ahí”.

La imagen puede fascinar como reposo del ser pero también puede ser su prueba. En toda imagen fuerte hay el deseo de capturar un objeto primero. La imagen es un modo de integrarlo. Aveces integrarse a través de él supone la expulsión del otro como si fuera un excremento. Es la forma más fácil de integración. No hay expulsión de lo otro sin incremento del la propia imagen. Las Nuditas traen la huella de algo que ha sido expulsado sin que se integre dócilmente: lo criminal por esta vía no pertenece al orden del crimen sino al de la creación.

Para una artista como Malkka la imagen coexiste con un agujero en la representación que se abre en el entre dos mismo de lo porno y el arte a través de un ritmo que habla de una memoria que pudo no haber existido como las fantasías que puede suscitar la pornografía que se imaginan pero nunca se practican. Inciden en las tramas del sujeto. No creo mucho en los ismos, salvo como una aproximación a las obras. En las estas fotos veo cierta tendencia expresionista. Pero acusan una marca propia. En esas figuras que exceden a la “buena forma” hay mucha tensión radioactiva, como si se tratara de plutonio al punto de alcanzar su masa crítica. Malkka también escribe poemas afines a esta estética: “Es hora de hurtar las manos/ al asesino que sin compadecerse/ Ha Mirado dentro de mí./ No alcanzo a ver esa gratitud inesperada. /La lujuria del pescador ha arrebatado mis sueños en la marea.”

La desnudez de las nuditas no es natural, no está desnuda como la pornografía no es pornográfica en la novela del mismo título de Gombrowicz y es tratada con humor.


Como todo hoy es pornográfico no se advierte en una primera mirada que es arte porno. La retórica porno –videos, películas, imágenes– tradicionalmente ha sido asociada a los usos del género masculino pero en esta última época las mujeres se han interesado en ella. Muchas reconocen haber visto pornografía alguna vez y haberse excitado con ella. La pornografía, señalan otros, no está exenta de romanticismo y es aceptada como una forma hogareña. Se extiende hoy a los mismos ideales. Nada de esto tiene que ver con el arte de Malkka. Su espacio no es afiebrado, está hecho de fibras: niveles de memoria que sacuden el ser, con un quantum de energía visual y la frecuencia granulosa de corpúsculos de tiempo.

Malkka, creo, no quiere contribuir a la “salud sexual”, “mejorar” la sexualidad femenina, masculina o el sexo que quiera imaginarse. Tal vez muestra la otra cara, lo que no se dice en su prédica pre o posporno. El sujeto porno tiene mucho de melancólico: no dice “yo no soy nada” sino el Otro –todo lo que desconoce– no existe para mí. Malkka dice que su “drama” es ser demasiado apasionada y esto no es ajeno a su tratamiento humorístico y satírico de eros. Prefiero no polemizar con una bella maestra en artes marciales pero en estas nuditas lo porno desaparece como exhibición como también su cara obcena para que aparezca lo siniestro como repetición de lo semejante.

El gadget y el fetiche y la identificación al cuerpo son modos de eludir la prueba de tener una memoria que abre la instancia de otro cuerpo haciendo un eco retroactivo en el origen que sólo puede ser reinventado a través del amor. Pocos salen indemnes de tal prueba.

En su ensayo sobre lo siniestro, lo no familiar –unheimlich–, Freud dice que nadie osaría considerar algo siniestro cuando Blancanieves abre los ojos el en ataúd, en las historias de resurrección de los muertos del Nuevo Testamento, que de pronto se anime la estatua de Pigmalión.

Lo siniestro aparece en la mano cortada de un relato de Hoffmann. La desnudez es esa mano cortada: se convierte en un crimen contra la misma pornografía en bloque, sacudida por el retorno de lo reprimido.

Lo siniestro irrumpe como repetición de lo semejante en el ombligo de la representación.

Nuestra época favorece la cosificación de la imagen, quiere reducirla a un potencial cero: gadget o fetiche, política de cerradura para la imagen que paga ese ahorro con su indefensión ante lo siniestro. El humor de Malkka convoca y trabaja lo siniestro y lo convierte en material de esta serie donde cada foto lleva en sí un grano de tiempo que la empuja más allá de sí misma donde hay algo encorsetado que pugna por salir y parece custodiado por impotentes gnomos.