Mostrando entradas con la etiqueta mariano massone. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta mariano massone. Mostrar todas las entradas

23.1.12

Sobre Claridad de Saltimbanqui, por Mariano Massone






Claridad de Saltimbanqui
, Hugo Savino (Ediciones Cada tanto, 2010)

Mientras pasaban las manifestaciones en España, Hugo Savino, desde su departamento de Madrid, le decía a Laura Estrin con una breve sonrisa irónica: “Esto ya lo viví”.

La ausencia de odio en su poética es lo que lo hace brillar. El saltimbanqui se caracteriza por mostrar todas las deformidades sociales desde una mirada aparentemente ingenua y jocosa. Esa es la treta. Como dice Hugo Savino en su primer poema: “memoria extralúcida” para recordar todas las tensiones del pasado que vuelven a resurgir como parodia.

huyen del ritmo

de la línea voceada

se refugian

en el rencor

El libro es un juego burlesco donde varios payasos intentan crear sistemas y estrategias. Obviamente, siempre llegando al fracaso. El horror es “la filigrana del odio el borracho”.

Hugo Savino se aburre de su queja, se duerme viendo pasar la caravana de jóvenes que protestan y puede ver con acertada claridad de saltimbanqui esos sistemitas ausentes que, según ciertos poetas, son verdades inamovibles. “En mi mano está mi voz”. Con esas simples palabras nos damos cuenta que sabe.

El desfile de las Bovarys y las preciosas populistas, los esmerados kierkegaardianos, los retóricos, los poetas delatores y los coloquiales conforman una “tribu escritora”. Es mejor mirar esa tribu de costado. Volviendo a Libertella: toda tribu se define por estar arriba o abajo del árbol del ghetto.

El saltimbanqui da cabriolas entre un esquema y otro. Sólo mantiene dos cosas: el ritmo y “la línea invisible de lo que florece”. Ninguna vía esquizo, ninguna ilusión ni mentira. El saltimbanqui no tiene una estrategia ni un programa, tiene una voz.

el cochero

de Bernard Malamud leía a Spinoza

y no daba gritos de mea culpa por todas las revistas

no

sólo leía a Spinoza y comía nueces

quemadas

Mejor no encontrarse en el lugar donde todos creen que uno está. Mejor sacarse el pijama, ponerse los zapatos, salir a la calle, sentir el viento que pega en la cara y el sol radiante sobre nuestras cabezas.

del lado de los

saltimbanquis que se ponen trajes gastados

entran por la puerta del vacío del tiempo

juegan a caballo mancado

complotan contra el parasitismo de la

anécdota

y buscan una sintaxis

11.12.11

Cosa por cosa, por Laura Estrin




(Libro de Sombras de Mariano Massone)

Eso es lo que he aprendido en mi profesión de autor; no importa cómo se digan las frases. Lo que importa es lo que quieres decir. Lo que sale del corazón va al corazón. El resto son voces extrañas.

David Mamet.


1– La foto en el puente (?) es linda, la de la viñeta de la solapa, pero ahí Mariano se hace el vivo, el interesante –como se decía antes. Yo soy seria. A los dos, con eso, nos va bien y mal. Hablo de mí. Hablo de mí pero hablo del libro de Mariano, no se confundan. Y me dicen que esto lo pone Shklovski en una biografía de un amigo…


2– El epígrafe de Nicolás –que es un documento de amor entre nosotros… ¡¡¡¡cómo de un padre malo salieron tantos hijos buenos!!!!– creo que viene de un tiempo anterior: tiempo de fractales, de suspensión. Una historia que va pasando. Lo que vos decís que podé Mariano... ¿A dónde vas Mariano? Y Mariano sabe: le teme a lo que funciona, esa quietud máxima, fracaso certerísimo del escribir que es, en cambio, siempre, un seguir, nunca un funcionar.


3– Entonces respondo que el autor del libro es Mariano Massone, respondo su interrogante inicial. Acá se puede elegir: yo elijo. Y es de Mariano aunque sea nebuloso arriba y de tinieblas en el subsuelo: aunque ni siquiera eso que escribe ahí lo hace un libro negro, pero sí herida... tal vez sea eso el libro… algo que pasó… una experiencia… no es poco, es lo único que hace a un libro real, realísimo.


4– "Cuando escribas algo que entienda..." –me amenazaron hace un tiempo...–. Pero hay experiencias desesperadas y desesperaciones herméticas, y hay diarios, están acá, en este libro, las dos cosas. No voy a decir que se miran como espejos, porque lo digo, sin embargo sé que sólo algunos escriben diarios (esto lo dice Tsvietáieva para la amazona, no hace falta que me lo recuerde…). Libro mezclado –supongo y anoto si hablo de Libro de sombras–. Libro de amor: acerca el pensamiento al sentimiento y teje las trizas de ese encuentro, él mismo lo dice más o menos así.


5–"Velan por el limite/ los que debajo del sol esconden"... ¿De qué hablan los versos? Hablan de acá, de nosotros, no voy nunca más lejos porque la literatura no va a buscar nada, grita acá. "Las campanas doblan por ti"... Película y frase que Milita Molina después inmortalizó cercana en “Ni en Polonia”...


6– Libro expuesto, quizá un verso lo salve del escarnio. Libro sin reparos –palabra de mi abuela–, y, ¿cómo entonces de sombra si nada lo cubre, nada lo guarda, nada se pone a resguardo en él?
Pero una singular inversión ocurre entre una y otra cara, entre verso y anotación, una es futura, otra pasado. Una vaticina, espera, ¿piensen cuál?: "es la voz de otro que espera" –registra un verso–…
Y yo creía que me gustaba más la página que es crónica cuando no me gusta otra cosa que la frase conseguida.


7– Mariano es un radar que sintoniza rápido, mira bien y se ríe, siempre o casi siempre se ríe, oportuno-inoportuno, también es un hombre inteligente. Por desatinado. Así escribe. Ana dijo que había una palabra de él en el libro: "fluidos". Mariano estuvo de acuerdo. Sabemos a qué tradición nos lleva, saben lo que digo de ella a veces... Pero también por un delicado saber no fluido los versos se escurren, escapan, una y otra vez en la lectura. Y se salvan de devenir. ¡Gracias a Dios! Y el libro vuelve a empezar cuando me lleva a escribir esto, ¿hay otra cosa para decir de un libro?


8– Libro de sombras, pese al título, pese a la tapa medieval –como me explica Mariano: hay cosas que por suerte no sé, eso aclara mi pertinaz soberbia–, repito que pese al título y a la estampa, Libro de sombras es un libro moderno. Mariano es un chico moderno y también alguien que se sabe rezagado: eso también lo salva. Eso es un reaseguro involuntario. Como dice Rosset siguiendo a Pascal: "hay todo por ganar si, solo Si, parece que se está perdiendo", yo antes hubiera citado el triunfo del fracaso... de Kierkegaard. Lo digo de otra manera: Libro de sombras es un libro religioso porque cree en lo imposible, lo sigue buscando.


9– Mariano Massone, además, en el libro, me regala un mundo… vaya regalo… al nombrar Magadán, que es un lugar de Siberia, que para él, parece, es un apellido familiar... Los nombres se agradecen, no sé si son destinos como dijo el gastado escritor argentino, creo que son magias y violencias, vienen de atrás, no callan nunca. Los nombres son piedras ("el que está libre de culpa que tire la primera piedra" –me jugó Mariano en una clase hace poco–), piedras que pueden ver: "cuánto espacio hay en lo que no se recobra..." –como dice justo un verso suyo. A veces se recuerda no por nostalgia sino porque el tiempo se nos va sin poderlo creer entonces nos repetimos, tiramos piedras, escribimos, conservamos.


10– A Mariano, y ese fue su primer gesto de mágico encuentro para conmigo, le gusta Libertella, y Libertella anda en las sombras muy claras de este libro: es el ojo ciego que decide no ver tanto y se divierte en lo oscuro (así parafraseo de memoria recuerdos de libros de Héctor).
Mariano escribe acá que hay mil voces, yo creo que las voces que hablan en nosotros se pueden contar, nunca son muchas… eso sí, cambian… tampoco tanto… vuelven, eso también. Pero se me hace que es una sola, algo variopinta, que nos sigue hasta el final…


11– Y cuando un libro cuenta de sí, verdaderamente, verdaderamente enseña algo, "nos llevamos algo a casa" como dijo alguna vez Juan Lagomarsino de las clases de Nicolás Rosa. Mariano Massone habla de sí, de un tiempo que tuvo, de cosas que hizo, eso escribió en Libro de sombras.


12– Y locos, imprevistos, caprichosos, son los diagramas que incrusta en un libro todo incrustado, ¿qué le tocó de Bulgakov a Mariano? La fantasía de algunos es su necesaria realidad, lo digo mejor: ¡para ser fantástico hay que ser hiperreal! Así un ruso puede vivir en un libro nuestro. Acá mismo, en este Libro de sombras.


13– Versos modernos, dije, ahora agrego, despatarrados que interceden por nosotros, para que aprendamos a esperar que todo al final se aclara. Y sino, fíjense como cierra algunas páginas en perfectas repeticiones de palabras, como "arrimo", o cómo marca aquello que uno hereda de una madre.


14– Suspiros, cicatrices, un guiño, flores o yuyitos. Lo dice él. Por ahí va. Pero también va por los recuerdos de la literatura, cuando lo releo (¡ya sin poder podarlo!, ajetreada soberbia…) entreveo tonos antes que ocurran, vaticino un tono o una velocidad Link y Link, citado, aparece luego, muy rápido. Y los encuentros, algunos recuerdos, son milagros, lo vengo repitiendo... También Mariano insiste en ser un baqueano del tiempo, ¿a qué recuerdo obliga? Mariano Massone se quiere gaucho y se quiere provinciano. Ahí también hace algo distinto. Un poco, vamos a ver…


15– Creo que el libro es potente, tanto que mata algunas zonas propias que intentan llevárselo: no hay ausencia, no hay nebulosa, hay tanteo y pelea. Mariano tiende una pelea porque está en ella, la guerra de seguir, de reír, de ser impertinente, de ser un desconcertado como cuando dice al escucharnos: “mirá, mirá”, y la literatura es de los buenos descarados, de los que pierden las formas porque buscan, rebuscan y, a veces, pueden dar a leer, publicar.

14.9.11

No vas a ser astronauta, por Mariano Massone






Sobre No vas a ser astrounauta, de Ariel Idez, Pánico el pánico, (2010)



El cuerpo siempre es potencial, virtualizable. También, es un objeto sintomático. Las circulaciones y procesos que produce nuestro cuerpo (el yodo y la sal del mar, las achuras, la eyaculación) muestran un todo orgánico total.

No vas a ser astronauta de Ariel Idez es un recorrido clínico por el cuerpo. A través de sus cinco cuentos –como si fuesen nuestros cinco sentidos– entramos a un mundo de cuerpos potenciales, virtualizables pero también sintomáticos.

El primer cuento "La falla" nos muestra un hipocondriaco sadomasoquista que es cooptado por el síntoma. Este se le vuelve cuerpo. Rellena y virtualiza su cuerpo a través de arneses. Su autoflagelación pasa "los beneficios del corsé, posteriormente reforzado con arneses de acero". La zona activa de la enfermedad (el ano) lo coopta por completo y no hay solución para ese problema.

El segundo cuento "Modus Operandi" ofrece una secta de peatones suicidas que se brindan a los automóviles para que su cuerpo sea elevado por los aires. La ofrenda de esta secta es inexplicable. Es tan inexplicable que el Estado genera todo un mecanismo del horror, una bioética para que las personas no salgan de sus casas y se queden en sus guaridas temiendo cualquier "movimiento sospechoso" de este grupo de subversivos- peatones suicidas.

El tercer cuento "No vas a ser astronauta" produce una masturbación mirando películas pornográficas en internet, el cuento es una oda a la soledad de lunes a la noche, cuando tu esposa se fue a una fiesta y vos quedaste solo. Así, en segunda persona, como los libros Elige tu propia aventura, está escrito este cuentito, breve, de tres hojitas.

El cuarto cuento y el más largo del libro: "Carne" nos sumerge de lleno en una bioética de la carne -la comestible, la vacuna- y sus transformaciones según los momentos sociales de la historia Argentina. Cuenta la historia de Manfreddi, un cocinero-matarife que de buenas a primeras se ve trabajando en el Instituto Di Tella. Su material es la carne pero la carne en su contexto socio-ecónomico, en la Argentina de 1960-1970. Su crítica social pasa por para quiénes es dirigida la carne que se produce en la Argentina en esa etapa. ¿Será realmente para los obreros? ¿Quién se queda con el dinero de su producción? Manfreddi termina inmolándose.

Su última obra se produce de la siguiente manera: lo faenan a él. 1976.

El quinto cuento, también breve, cuenta el tránsito a nado por el mar. El cuerpo físico en su pura transparencia de sal y yodo. El mar infinito y dos cuerpos hermanos (el cuento se llama "Hermanos") nadando hasta el infinito y más allá. Siempre más y más.

Estos cinco cuentos muestran un recorrido por diferentes cuerpos que se van metamorfoseando según la situación socio-histórica en la que viven o el tránsito que causan, es decir, estos cuerpos se orientan hacia la virtualidad de su organismo. Todo sólido se desvanece en el aire y nuestros órganos no están excluidos de esa disolución con el tiempo pero tampoco nuestros órganos están excluidos de su potencialidad, el espacio del poder ser: poder ser sadomasoquista, poder ser suicida, poder ser masturbado, poder ser nadador, poder ser faenado. Es necesario tener memoria para recordar a Manfreddi y operar a veces de manera suicida como los peatones, nadar juntos a la par con un hermano o volverse sintomático como al que le falta porque no le encuentra la vuelta, como le decía un paciente a nuestro querido Jacques Lacan. Sin embargo, todo sadomasoquismo, por suerte, tiene una safe word, esa palabra que usan los que lo ejercitan, que sirve para decirle al otro que ya es demasiado golpe bajo.

25.6.11

Por el lado de las cosas sagradas, por Mariano Massone






Sobre Por el lado de las cosas sagradas, de Martín Rodríguez


La religión católica se basa en una mítica antropofágica: esa gran comilona humana se desplaza por los siglos de los siglos –amén– desde un comer al otro a una consumación como comerse a sí mismo, autosatisfaciéndose en el propio sufrimiento. Por el lado de las cosas sagradas (Editorial El niño Stanton, 2010) de Martín Rodríguez produce esta licuefacción religiosa pero no sólo eso. Este libro de poemas narra tres historias que, disolviéndose éstas entre sí, generan una cuarta dimensión, que es la dimensión del hecho poético.

En primer lugar, es una historia bíblica que remite a momentos claves del libro judeo-cristiano: la caminata de Jesús sobre las aguas, la conversión del pan en carne humana (acto sacramental que sigue hasta nuestros días), el jardín del Edén y la caída del paraíso por la manzana del saber. Pero si de saber se trata, hay una segunda historia, ya no fundante (como la primera) de la cosmovisión occidental, sino parte de nuestra carne nacional (a ser consumida en este libro de poemas). Aparece una abuelita que, en su delirio, habla con Rosas y un personaje, Facundo, que su nombre nos lleva directamente al libro homónimo del escritor Domingo Faustino Sarmiento, fundador y promovedor de la institución educativa pública a la cual pertenece, seguramente, ese niño de clase media que se llama Facundo en los poemas. Por último, la tercera historia es una historia familiar: los preparativos y los sucesos de las festividades navideñas argentinas. Los ritos familiares como tirar un tiro a las doce de la noche y esa sospecha que, con nieve y en un país del norte, se pasan mejor las fiestas.

Estas tres historias conviven simultáneamente y se convierten en una sola: “caminando por el desierto de la sopa/el humo derrite de sus almas lo bueno, la sopa/ se abre en dos ríos hacia el fondo de la olla donde bulle.” El comienzo de la cena navideña familiar se convierte así en la caminata por el desierto (¿éxodo judío, pampeano, o acaso el Martín Fierro huyendo de la frontera?) que abre a la sopa en dos, como Moisés abre las aguas.

Los poemas de Martín Rodríguez se producen en una intersección macro-micropolítica: no es sólo la constitución familiar con sus mitos edípicos (presupuestos freudianos totalmente refutables), sino la constitución de una familia atravesada –carnalmente– por la Iglesia Católica por un lado y por la Historia Nacional por el otro. El cuerpo, en este libro, es literalmente martirizado por esas dos configuraciones político-culturales, cuerpo que año tras año tiene que volver a reunirse con su familia (aunque sea a la fuerza).

Cuerpo mártir también es el de la figura retórica central de este libro de poemas: Ceferino, ese aparecido al que siempre se lo llama. El beato Ceferino Namuncurá, otro pasaje de la Historia Nacional que cruza historiografía con misticismo, es utilizado generalmente por los albañiles y plomeros para publicitar sus trabajos. Es decir, junto con el gauchito Gil y otras figuras místico-populares argentinas se disputan el puesto de íconos de los obreros de la construcción y afines. Podemos decir, que la construcción de los poemas de Martín Rodríguez se debe a la invocación de Ceferino, puesto que esa familia es de clase media, posiblemente con un padre plomero, de esas familias que comen las garrapiñadas en el patio, con la pelopincho y la planta de jazmines al lado, aromatizando el verano.

Decimos que Ceferino es un cuerpo mártir porque él se murió de tuberculosis. Como dijimos al principio de esta reseña, su cuerpo pasó de comer al otro (acto sacramental de la comunión) a comer su propio cuerpo, mediante la enfermedad -¿Podrá Fernando Peña entrar a la lista de mártires católicos, lo beatificarán a él también?-El cuerpo que se debate entre la Nación y la Iglesia no es otro que este cuerpo autofagocitante que en su despliegue demuestra su destrucción: “¡Bendito sea Dios y María Santísima!; basta que pueda salvar mi alma y en los demás que se haga la santa voluntad de Dios.” Estas palabras son las últimas que Ceferino Namuncurá dijo en su lecho de muerte. Quería que Dios lo salvara, y lo termino matando. Martín Rodríguez, en el final (última parte del libro de poemas) expresa: “dijo al final:/talar un árbol,/ quemar los libros,/y sólo tener hijos.” Al obrero de la construcción, cuerpo mártir entre las regulaciones estatales, privadas y las eclesiásticas, lo único que le queda como producción son los hijos, ya que las rentas por sus edificaciones se la llevan otros.

1.5.11

Tres canciones, por Mariano Massone





Horacio Guarany vive en Luján, como yo. Y tuve la suerte o la desgracia de conocerlo cuando era muy chico. Mi viejo le fue a hacer unos trabajos de herrería en Plumas Verdes y se hicieron muy amigos. Tanto que Horacio le regalaba los discos a mi papá y mi viejo le decía “tengo que soportar la voz de mierda que tenés todos los días, querés que encima te escuche en mi casa” y se los devolvía. Lo único que aceptó mi viejo de Horacio son tres entradas para ir a verlo en el Gran Rex. Yo tenía entre nueve o diez años. Me acuerdo que fuimos a saludarlo al camarín y el cantante nos invitó a comer asado a una de esas parrillas que hay cerca de la calle Corrientes. Mi viejo, obviamente, se negó y fuimos los tres (mi mamá, mi viejo y yo) a comer un asado a una parrilla pero solos. Esa relación que tenían mi viejo y Horacio donde mi papá se negaba al arte del cantante mientras él se desvivía en invitaciones me enseñó algo de los artistas. Nunca hay que darles mucha bola a los artistas, es la forma de tenerlos siempre cerca.

A mí, ahora, me gusta mucho un tema de Horacio, pero no me gusta cantado por él sino por su archienemiga (que fue amiga en algún momento) la queridísima Mercedes Sosa. El tema es La villerita y ya desde el principio me alucina por su parecido con el devenir Marta perlongheriano:

La villerita
rancho de chapa, cartón y lata
pinta sus labios
peina su pelo, rubio dorado
recién teñido, que ayer fue negro
tacos de engaño
escasos años, los diecisiete recién cumplidos

Si el esmalte Revlon se vuelve ícono cuando Perlongher quiere pasar por el pasillo a las ocho de la noche, la villerita utiliza los últimos productos de belleza para dorar su testa. Máscaras que, de alguna manera, muestran un cadáver con colores vivos, como si ese cadáver quisiera escaparse de la triste realidad, de la chapa, del cartón y de la lata, colores oscuros, fríos. Que el tema sea un chamamé también muestra este arte travestido: la letra es tremenda y, sin embargo, el ritmo que se utiliza es el de la alegría y del baile, el ritmo del sapucay, grito animoso de guerra. Pero claro, los tacos son de engaño y es imposible que la villerita pueda volver atrás, lo único que le queda es volar…

Otro chamamé que canta Mercedes Sosa y que, creo, cantaron todos los provincianos argentinos en el colegio primario es El cosechero. Quizás con un final no tan angustiante como el de la villerita, el cosechero pasa todos los días juntando algodón y pide “un ranchito borracho de sueños y amor”. Las imágenes impresionistas de esta canción crea un friso precioso de una situación dolorosa: el trabajo en medio del Chaco. El algodón se va, quizás para llenar los silos de algún señor adinerado, y lo único que le queda al cosechero es “plata blanda mojada de luna y sudor”. La canción comienza con un recorrido por un río y el personaje de la canción que parece decirse a sí mismo “rumbo a la cosecha, cosechero yo seré”, como produciendo una marca en sí mismo: desde hoy no tengo más nombre, simplemente seré el cosechero. En esta canción el sapucay se vuelve ronco y el chamamé se ralentiza.

Para terminar con esta ralentización del ritmo, me gustaría terminar con una zamba, mi zamba preferida: La zamba del carnaval. Es del Cuchi Leguizamón y la versión que me gusta es la del Dúo Coplanacu, aunque Pedro Aznar tiene una versión muy buena con Liliana Herrero. A diferencia de las otras, si esta tiene un ritmo ralentizzimo tiene una potencia de fe que las otras dos canciones no tienen. El yo viene “desde el olvido” y quiere matar penas carnavaleando, no tiene un mango en el bolsillo, no tiene nada de alcohol para tomar pero, sin embargo, todo ocurre en esta vida. Siempre hay empujones del diablo que dan vuelta la tortilla y de esta manera el yo trampea el alma de la enamorada con su gualicho. Podríamos decir que es una canción bruja, una canción de carnaval, donde todo se da vuelta: “los caballos atados vuelven a la luna al galope tendido”. La felicidad, a veces, se encuentra en un simple carnaval… que no existe porque estamos en Polonia, agregaría Perlongher.

14.2.11

Religión a destiempo, por Mariano Massone






y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.

Pier Paolo Pasolini, La religión de mi tiempo


Encuentro una nueva forma de divinidad en cada una de las obras que me interesan. No es por insistir, o quizás si. Pero quizás sea un deseo contenido dentro de mí que se expresa en todos mis escritos: se necesita una nueva forma de creer. Y el problema de la fe es hoy uno de los temas centrales aunque todos quieran mirar para otro lado.

En el documental Jesus Camp. Soldados de Dios se muestra una tarea de aleccionamiento por parte de unos evangelistas hacia unos niños que, vestidos como militares, danzan, gritan, lloran y bailan. Todo de una manera desastrosamente extática. Estos evangelistas relacionan directamente, sin ninguna mediación lógica, la idea de amor a Dios con la guerra de Irak y rechazan un libro por difundir la brujería, ese libro es Harry Potter. Locos hay en todos lados, pero parece que más en Estados Unidos. O quizás los locos norteamericanos tienen un andamiaje simbólico que los locos de nuestro país no tienen. Los de acá se quedan en una simple mueca de oposición a… sin que se les caiga una idea de la cabeza, aunque sea alocada (esto se puede ver en la oposición frígida que tuvieron como posicionamiento ciertos diputados frente al matrimonio gay).

Pero más allá de estos bordes de alocamiento de las religiones creo que es necesario creer en algo. Esas creencias tiñen nuestras opciones, también estéticas, y quizás yo pueda, algún día, trabajar tranquilamente, sin replantearme tanto de qué manera se construye ese mundo simbólico que cada uno puede vivenciar en su cuerpo y que, si tiene las armas suficientes, lo puede traducir en obras de arte.

Pasolini, quizás, puede ser la clave para dar una salida de lo religioso, tal como lo entiende el Vaticano. En el libro Divina Mímesis presenta el ascenso trunco hacia una mímesis con lo real, ya no como real sino como espacio divino. En ese ascenso se irá encontrando con diversos personajes. La rememoración del título a dos libros que trabajan el problema de la divinidad es demasiado obvia. Recordemos el capítulo “La cicatriz de Ulises” de Mímesis de Auerbach donde se contrapone, por un lado, el trabajo con el lenguaje en la épica griega, donde se produce un recorrido de superficie, es decir, la trama se desarrolla a partir de los objetos y los personajes y de su estar y transitar en el mundo (mucho más parecido a lo que, en la poesía argentina de los ochentas, se llamaba objetivismo pero con el dinamismo que esta poesía no tenía, siempre tan fiel al objeto fijo y estático) y, por otro lado, el trabajo con el lenguaje en la épica judía, donde se produce un recorrido en profundidad, donde ya no importa tanto el accionar de los personajes sino cuán hondo cala la palabra de Dios (como un cuchillo que produce un tajo en el cuerpo) en los hombres que son perseguidos por otros hombres. En este sentido, la Biblia tiene una conciencia de la multiplicidad y de la opacidad de la palabra que La Ilíada y La Odisea no tienen. En el siglo XIX, Gustave Flaubert le escribía a Louis Colet una de sus tantas cartas de amor:

"¡No, no soy un hombre antiguo! ¡Los hombres antiguos no tenían enfermedades nerviosas, como yo! Tampoco tú eres la griega, ni la latina; estás más allá: el romanticismo ha pasado por ahí. El cristianismo, aunque queramos negarlo, ha venido a engrandecer todo esto, pero estropeándolo, introduciendo el dolor. El corazón humano no se ensancha sino con una hoja que lo desgarre."
La idea del amor, ya no platónico, sino unido al dolor, según este autor, es causa del cristianismo (podríamos decir que también es causa del barroco, que vio en el momento de la comunión un acto de antropofagia: ahora nos comemos un dedito de Cristo o uno de sus intestinos… y que se renovará cuando Perlongher explique en uno de sus reportajes que se recopilaron en Papeles insumisos que el neobarroco es un tajo textual-sexual en el cuerpo).

Después de todas estas marcas históricas, ¿podemos ser tan ingenuos de pasar la hoja y decir “Dios ha muerto”, lobotomizarnos de esa manera? Es necesario creer sino nos suicidaríamos. La creencia tiene más que ver con un suelo desde donde orientar nuestra vida que con un paradigma bien establecido dictado por el Vaticano. Quizás, podríamos llamarle prejuicios, creencias, plano simbólico o como quiera llamárselo, da lo mismo. Eso es.

Para finalizar, quiero agregar que una sola persona, en una ficción, se dedicó a escribir ese mundo donde Dios realmente había muerto. Ese fue Héctor Libertella en El árbol de Saussure: Mundo utópico pero escalofriante, donde el presente se comía todos los tiempos y sólo quedaban sujetos sin historia, sonámbulos, que sólo se definen por un estar abajo o arriba de un árbol, el de Saussure.