21.12.22

Temporada de conquistas, por José A. García

  

 

 

Al amanecer del día siguiente supe que algo había cambiado; se sentía como algo similar al rumor lejano de un dolor de cabeza que avanza poco a poco, al principio podemos engañarnos creyendo que no se encuentra allí o que es una molestia diferente, luego comienza a crecer y su presencia se vuelve innegable. Podía hacerme el desentendido, pero sólo estaría engañándome a mí mismo y, al igual que las veces anteriores, terminaría sintiéndome peor.

                Todo había comenzado cuando separé apenas los postigos de una de las ventanas de la cabaña, oteé el aún oscuro amanecer y aspiré la brisa. Entre el aroma de la orina de los caballos en el corral, el de la madera cortada los días anteriores en la leñera, la tierra removida detrás del cobertizo, los últimos rescoldos apagándose en el hogar con la marmita, la fermentación de la levadura para el pan del día y la lluvia cercana, sentí su aroma. Ella regresaba una vez más.

                No tenía tiempo para perder, si me era posible sentir su aroma era porque se encontraba demasiado cerca preparando su ataque mientras yo dormía desprevenido. Como pude, sin siquiera terminar de vestirme, huí de la cabaña para esconderme entre los árboles cercanos donde arrojaba la ceniza sabiendo que podía caminar sobre ella sin hacer el menor ruido. Allí, escondido en medio del sotobosque, la vi llegar.

                Llevaba el vestido blanco casi transparente que, aunque de paño suelto, le marcaba muy bien el cuerpo. Ella lo sabía, yo lo sabía. Completaban su atuendo el cabello enmarañado y el rostro apenas pintado para no distraer con minucias y concentrarse sólo en lo importante. El arco, el carcaj lleno de flechas y la ballesta no me molestaban tanto como los brazaletes de bronce. En verdad venía preparada y lo único que tenía conmigo era mi torso descubierto y una pequeña daga escondida en una de las botas. Con mis propios brazaletes olvidados en la cabaña llevaba todas las de perder. Y no sería la primera vez.

                Se quedó de pie fuera de la cabaña, la puerta abierta le decía que yo ya no estaba allí; buscó las huellas que inevitablemente dejara en la tierra y que no llegara a borrar. Pero esa no era mi primera temporada de conquistas, por lo que cuando llegó a las cenizas no me encontró allí.

                Creí estar conduciéndola hacia el pequeño arroyo cercano, luego supe que era lo que ella pretendía desde el principio, solo dejó que creyera que no era así. Caí en su trampa como un principiante.

                Un poco de barro, cáñamo tensado a la altura de los pies, el golpe de una rama y pierdo el equilibrio cayendo al agua que se lleva las botas y la pequeña daga. Quedo a su merced, lo sé en cuanto logro salir de la corriente y la encuentro de pie en la ribera opuesta. Desde ese lugar me lanza una, dos, tres flechas de advertencia, una que no acepto y echo a correr nuevamente sin dirección entre los matorrales sintiendo como las piedras, las ortigas y cualquier otra cosa que hubiera por allí cortan las plantas de mis pies; su risa, diabólica, sensual, sugerente, también me persigue. No puedo volver a la cabaña que quedó del otro lado, no tengo armas, no tengo los brazaletes de conquista, no tengo más ideas, sólo me queda esperar a que mi resistencia física sea mayor que la suya. Aunque, sabiendo que ni siquiera pude desayunar y la noche anterior apenas sí cené alguna cosa, lo dudo.

                De alguna manera surge d entre los árboles frente a mí, como si conociera los pasos que ni yo mismo sabía que daría, o hubiera corrido en círculos. Esta vez sus flechas no son advertencias, son heridas directas pero leves en mis brazos, en mis piernas. Su puntería es perfecta con la ballesta, lo sé, podría matarme más de una vez si así lo quisiera, pero no es lo que quiere.

                Nos enredamos en un abrazo que poco tiene de tal revolcándonos entre mordiscos, rasguños, sangre que mancha su vestido, cabellos que se meten en mi boca, entre hojas secas, tierra, barro e insectos que huyen de nosotros y, en medio de todo eso, uno de sus brazaletes acaba en mi brazo. Eso pone punto final a la lucha.

                Regreso a la cabaña derrotado. Caminando unos pasos más atrás Ella no deja de sonreír.

                Compartimos el pan, la cama, el día, la noche. Como ella fue quien logró la conquista es quien decido qué y cuánto hacemos, yo sólo puedo cumplir con sus demandas lo mejor que me es posible.

                Al amanecer del día siguiente supe que algo había cambiado; se sentía como algo similar al rumor lejano de un dolor de cabeza que avanza poco a poco. Podría ser eso, o algo diferente, como la ausencia del habitual ardor de sus rasguños en mi espalda, pero esa, aunque mínima, no era la única. Su brazalete continuaba en mi mano, como una señal, una marca. Mirándolo supe que la temporada de conquistas se había terminado para mí, al menos hasta que acabara de engendrar nuestra próxima camada de cachorros.

                Deberé buscar la forma de que la siguiente vez sea ella quien los engendre. Tengo varias lunas por delante para planear mi conquista, algo se me ocurrirá.

20.11.22

¿Qué es o qué no es Los Pincén?, por Nadia Gómez

La historia del indio mestizo trabada con la historia de los antepasados familiares, los Roca y los Shoo, podría ser una novela de aventuras desopilante y sangrienta, un western criollo en clave de parodia, podría ser una tragedia política de ajuste de cuentas con la historiografía oficial-familiar y en ese sentido sí,  progre, higiénica, digamos justa pero

 

Los Pincén (Omnívora, 2022) hace una pirueta alternativa al maniqueísmo  y se entrevera en un entremedio incómodo para implosionar discursos heredados. Quien escribe el libro, personaje, narrador e investigador del texto pertenece a un clan  cuyo abolengo y hazañas militares sabemos, hemos leído, sentaron, torcieron la identidad patria. Carlos Roca, el tío abuelo Bebi, escribe a su hermano Quique una serie de cartas en las que se propone reconstruir la historia familiar. En la portada de su proyecto, una foto de Segundo Roca, padre de Julio Argentino. La aventura mnemotécnica de tío Bebi es el punto de partida, una de las excusas, Dónde está la tumba del cacique legendario, otra excusa que pone en marcha este gran artefacto narrativo-poético que es Los Pincén.

 

Todo el libro se lee como una novela en la que cabe todo, tal como se leía antes del siglo XIX, libertad compositiva, alternancia de narración y digresión (o, si se prefiere, de narración y reflexión) mezcla de géneros.

 

De  un experimento que trasvasa fronteras para enrostrarnos un berenjenal discursivo,: testimonios orales de la familia, lo que escribió Dionisio Shoo Lastra, el pariente por  el lado de los Shoo que publicó El indio del desierto, La lanza rota y Alarido, fuente del tío Bebi en su Los Roca y los Shoo que lo lee y lo recita y lo desvía, las conversaciones con Taretita, la abuela centenaria más los desvíos que el autor  propone en lo que lee de Bebi, y en lo que Bebi no escribió y no podría haber escrito y por eso mismo exige que alguien lo escriba

 

Relato de intereses diversos empezado con un tono, engordado a pedido.

 

Año 2016: Milagro Sala es detenida por instigadora del orden social, el mismo verano que se empieza a escribir Los Pincén.

 

Leemos en página 83: “Yo no quiero contar historias de indios. Yo voy a contar historias de indios. Yo no soy indio, qué te creés. Ese es indio, me dijo. Yo no quiero contar las historias de los sin voz., de los que fueron acallados. Sí me gustaría contar de los que se callaron por propia voluntad, pero como no hablaron, no hablaron porque no quieren, no sé qué podría decir”.

 

Hablar de y no por, modular una voz en una lengua que no le ha sido robada ni suprimida sino que al contrario detenta y ostenta es tomar posición.

¿Por qué escribir sobre ese indio, terror de los fortines al que el coronel Villegas le perdona la vida y Ataliva Roca le concede el derecho a un rancho en tierras pampas ya repartidas? ¿Por qué escribir sobre el periplo vital de ese indio con todo lo que  en ese nombre regurgita de la herida patria se postula como cosa distinta al progresismo en su sentido acomodaticio y servil a las buenas conciencias? Tal vez esa sea la gran pregunta que vertebra el libro, e  instala, quien escribe, en el medio como un carozo de  fruta despeluzado, agrietado y  en confesa descomposición. 

 

Leemos en página 100: “Yo quería hechos y verdad la verdad de los hechos los hechos de verdad. Yo quería a la bisnieta de Pincén (...) Yo quería pedir perdón por mi familia pero sin decir la palabra perdón”.

 

En el Prefacio a Metahistoria, Hayden White identifica estrategias que los historiadores emplean para obtener “efectos explicativos” de los datos del pasado, esas estrategias serían lo que emparenta la labor historiográfica con la literatura, organizar en una estructura narrativa hechos acontecidos supone una configuración que se vale de moldes del lenguaje, tropos, propone White,  y  por eso esa configuración sería de naturaleza poética.

 

Leemos en nota al pie de página 70: “Buscarle la vuelta a la prosa para buscarle la vuelta al tema para buscarle la vuelta al libro de Bebi, que se mostraba ahí, imperturbable, como origen negro del neoroquismo que estábamos sufriendo en el país”.

 

La historia como poética, decía.

 

Un epígrafe del Popoh Vulh, el origan como postulación fabulosa, irremediablemente incorroborable.

 

Boroas, pueblo migrante que llega de Chile hasta tierras pampeanas cuyos caciques supieron tener cautivas españolas , mezclas étnicas, alianzas, sangre. Periplo de migración  y muerte que   se narra con el carácter hipotético de un recuerdo imaginado en vidas pasadas.  Seis veces se arranca con quizá o se obtura una frase con ese adverbio sospechoso. Y cada largo párrafo empieza con un “O no”, una conjunción negada, una unión que levanta sospecha sobre la información. Cito: “El origen detrás del origen detrás del origen del nombre” hay que leerlo al pie de la letra, Valle verde es Carhué, y la historia de ese poblamiento no es vana llega hasta Los Pincén. Una historia en la que los boroganos fueron  también realistas y patriotas, aunque distinto. En cualquier caso, no se trata de “hacer hablar a los indios” aunque sí, aunque no. La deriva terminológica del nombre boroas, borogas, boroganos condensa: exterminios, huidas, asimilaciones, nuevas mudanzas forzadas. La palabra como documento encriptado y aproximado de vida.

 

Y ahí el discurso historiográfico se vuelve música. La sintaxis hace rodeos impensados. Frases que duran más de lo que se llega poder decir con una sola toma de aire y cuya excesiva prolongación atenta contra el sentido que se va armando por decantación inversa, como ocurre con la rumiación,  Los Pincén nos exige una lectura enrevesada, de idas y vueltas acaso un procedimiento que coincide con una escritura que parece pensada frase a frase sin ninguna improvisación cuyos matices s se esculpen con técnica.

 

Sentido, decía que  vamos armando con el ojo en una lectura abductiva, podemos dar por cierto un fondo, aunque lo que se arma desde ese fondo materialmente corroborable empieza a ser un desvío probable, si, una serie de desvíos que nos convencen de que así podrían haber sido las cosas después de todo.

 

Una genealogía india que  sirve para ir abriendo relaciones entre Pincén y los Roca, en este registro particular que abre Jurado Naón en la reescritura, comentario , enmienda a Los Roca y los Shoo de Bebi, ese texto que el nieto lenguaraz le roba o le toma prestado o le plagia  y le oye decir  palabra por palabra  y del que se repetirán con fuerza alucinatoria segmentos en conversaciones seniles y que se van ordenando como una impostura a lo largo del libro como hipótesis y desvíos. Notas al pie de palabras robadas de contexto, contextualizadas, re contextualizadas.

 

Felisa Shoo esposa de Agustín Roca  dormía en su estancia cuando un malón al mando de Vicente Pincén casi se la lleva cautiva. Ese episodio le deja una afección cardíaca, Felisa Shoo, sin embargo, pudo haber sido secuestrada, como otras que sí lo fueron, una biografía hipotética que nos entretuvo insufriblemente con la fuerza centrípeta de una escritura envolvente  y aditiva sin puntos, literalmente, una extensa oración con acontecimientos posibles que se extiende tres páginas y que de alguna manera, tangencial y burlona, exhibirían el miedo, el gran miedo del tío abuelo Roca de quedar del otro lado de la frontera, fuera de casa, allá lejos en la intemperie sin la luz dorada de los candelabros y el tapiz antiguo en los pies y de lo que ese casi cautiva  que retardaría el traqueteado corazón de Felisa hubiera supuesto para la parentela bien. Procedimiento que se replica en el final del libro  pero en el siglo XX, cronología de las acciones probables.

 

Emilio Jurado Naón juega con la memoria familiar y al completar en un registro potencial  las opciones que la escritura del pariente obturada por la propia posición social, las posibilidades que la  historia fáctica no arrojó, las posibilidades que la propia imaginación demencial permiten postular hace estallar el referente, nos enrostra que la historia  es, sobre todo, relato. 

 

“Los Pincén representan tres escalones descendentes de una historia de salvajes.” Escribe , el tío abuelo, Carlos A. Roca, y Emilio Jurado Naón se lo imagina mientras escribe con la ansiedad de subir la escalera pisando aquellos tres escalones, cada escalón una cabeza de indio.

 

No se trata de negar la referencialidad de los hechos para dejar todo en el limbo de la especulación del lenguaje sino subrayar que a la hora de escribir, se sabe, sabemos, los acontecimientos pasan por un tamiz y esa modulación es una manera de entenderlos, de ofrecerlos a los otros. Cito: “Representar es realizar una interpretación e interpretar se vuelve un acto de representación.” (p. 72) También Ricoeur sumó un aporte a la discusión sobre el discurso historiográfico y ahí aparece lo de la manipulación de los documentos, eso del archivo al que se hace hablar.

 

En cualquier caso, de eso se trata Los Pincén, ¿no es cierto? Un artefacto curioso que deliberadamente explora diversas estrategias para mostrar el envés del relato cronológico,, para hacer polvo el documento, para jugar con la enunciación ajena, ideológicamente marcada, desmarcándola con una nueva enunciación. 

 

Leemos en la página inicial: “el odio es debería ser combustible”. Podríamos seguir jugando con las asociaciones paradigmáticas a la que prestan las palabras así combinadas, odio como  deseo que lubrica los intersticios de los discursos pacatos, ideológicamente tramposos y enmascarados tras la pose objetiva y neutral,

 

El odio deseante y explosivo que recorre una escritura  llena de humo radas para hacerse leve, eterna y opaca. 

 

El gesto es revolver el cajón de las medias del tío abuelo disfónico, de las joyitas heredadas, de la opulencia complicada de ese apellido que se abraza como deleitable al mismo tiempo que se reconoce como criminal. Qué voz propia se modula, se posiciona, digamos, en el conjunto de esos puntos de partida, cada nombre elegido supone una forma de reimprimir al referente.

 

Charqui o charque, carne sometida a un largo proceso de deshidratación para ser un comestible duradero, una analogía con la escritura,  desnaturalización de la lengua, extrañamiento..  Una disquisición, digresión, diatriba contra, cito: “Una prosa pobre o devaluada que apareció bajo la hipótesis de la sinceridad y contra la hipocresía”

 

Deleitarse, entonces, con las frases que escribió tío Bebi, fuera de la prosa historicista, es también una posición no hipócrita. Abrazar el cuento del pasado que llega de las mujeres de la familia, como las nanas infantiles entrañables, a la vez que terroríficas, nanas del pasado familiar cantado por estas señoras que podían despreciar a la chusma misteriosa y a sus lanzas dispuestas a penetrar en el patio, en la alcoba opulenta, en la comodidad del hogar amoroso. Abrazar esas nanas para desafectarlas, quitarles el afecto y mostrar qué dice la voz entrañable de los parientes, oficiar como el lenguaraz Vargas, un traidor sonriente, el allegado a los Roca que sabe la lengua pampa, ese problema de tener un secreto en la lengua, una papa caliente entre los dientes, porque decir y no decir es mucho más que pronunciar una frase, es decidir un destino, desviarlo, hacerle justicia o no.

 

El mestizaje, después de todo, por la sangre compartida y derramada, la sangre que supo pisarse después de descabezar salvajes, mestizaje por usurpación material de tierras, de nombres, el mestizaje, ese cruce entre fronteras territoriales, étnicas, lingüísticas  es el gran tema de Los Pincen.

 

En “Consejo y Confidencia”, Mansilla elige un epígrafe que menciona al primer naturalista que hizo avances en la anatomía comparada y dice : “Cuvier ha podido reconstruir todo un mundo de animales fósiles mediante algunos huesos y dientes. Pero con algunas ideas y frases apenas se puede bosquejar imperfectamente un carácter.”   Una charla en la que Mansilla,  discurre, alrededor de cuatro párrafos, acerca de las correspondencias entre la obra y su autor.

 

Para Mansilla memorias, autobiografías, retratos, reportajes serían géneros de interés, confesiones públicas de sus autores aunque no necesariamente un aporte al conocimiento humano.  Las afirmaciones, claro, empiezan a enrarecerse, a salirse de la recta, bifurcar la pregunta inicial o por lo menos de la invitación del título que no termina de resolverse del todo sino que da paso a un ejercicio   un poco egotista en el que el autor nos  da una clase acerca de la necesidad que tuvo de ser sincero, de mostrarse tal cual es y ofrece un semblante medio delirante acerca de sí mismo al punto de afirmar que es un violento, tan violento que podría descender a uno de los escabrosos embudos de Dante aunque con un consuelo: no haber sido hipócrita sobre la tierra. Pese al didactismo y a ese juego indagatorio sobre su persona que rápidamente nos preguntamos hacia dónde va, el ejercicio es bastante entretenido.

 

Algo de ese ejercicio egotista al que no le podemos creer del todo explota en Charque, en lo que tiene de diagnóstico de época, de indagación sobre la propia lengua y la historia familiar. Anatomista de los cadáveres familiares, los huesos del árbol genealógico se van poniendo de pie en una versión fantástica e  incorroborable de la historia de los Roca y los Shoo.

 

Cuvier con algunos dientes y huesos erigió la hipótesis de una civilización animal demencial, inmensa, ¿bastan algunas frases e ideas para reconstruir un carácter? La carne que le falta a los huesos de la parentela nuclear  despunta en  un documento escrito del tío abuelo Bebi compuesto a su vez  de las historias oídas por Papá Marcos, por  todas las disquisiciones que Bebi, Papá Marcos, las tías y los menos famosos de la familia grande van armando en torno a las andanzas de los Roca hasta llegar a un Pincén siglo XX, carne que ahora Emilio, un carroñero profesional, vivisecciona , rellena y coce como un matambre tremendo y sazonado. 

 

No es discreto. No es amable. No es tierno. No se lee rápido. No se lee de un tirón. 

No pide lectores amistosos. ¿Qué relación se tensa entre la cultura, el negocio de lo cultural, la enunciación de una época, las  políticas de la amistad literaria en este libro que coquetea con las contradicciones?

 

Volver en el final sobre el aviso de comienzo del libro  que firma el autor y que hace al montaje atado con alambre de eso que él confiesa haber estirado y que con alambre atado, un alambre que en “Charque” se hace púa nos hace pensar en una deliberada apuesta por la por exhibir un posicionamiento que arde, que va saltando como si el piso se hiciera de lava que no quiere escribir sobre indios porque no es indio porque no hace hablar lo que no es y porque en eso hay una genuina voluntad de no violentar una traducción. 

 

Hay sí un regodeo, obsceno y juguetón en torno a la lengua del enemigo, digamos, la lengua que en el propio seno familiar ha sostenido las historias en torno a la Familia Grande y que es la propia lengua que se ama y se fisura, se puebla de llagas, se hace doler. Este libro en el que Emilio Jurado Naón investiga su lengua, la somete a una vivisección voluntaria, la despelleja, la ve de atrás para desandar un carácter, una voz que no busca en los bordes de la  verdad, que no tiene miedo a recorrer la sombra del relato, incluso ridiculizarse, crecer egóticamente hasta parecer invencible, derrapar. Ese gesto, exhibir en los reveses de la lengua la sombra de la historia con y sin mayúscula conjura, con alambre, el cinismo de la cultura  y de nuestra época.

16.11.22

Entrevista a Mariela Coronel Silva, por Isaac Castro

 

 

 

“La realidad no es más que un manto para empezar a bordar las historias”

 

Entrevista a Mariela Coronel Silva, quien presenta su primer libro de cuentos, Cornish Rex.  La escritora nos habla acerca de sus inicios, el estilo de su propuesta y cuáles son las sensaciones que experimenta ante este ansiado lanzamiento.

 

 

“Creo que siempre quise escribir. A los 12 años hacía poesías muy cursis que dedicaba a los integrantes de una boysband llamada Take That. Todavía tengo ese cuadernillo y es el primer registro de creaciones literarias. Yo no vengo de una familia de intelectuales. Mi papá y mamá son laburantes pobres que vinieron de Paraguay. Pero mi abuela era de contar historias a la hora de dormir. Todas de terror. Si no era sobre seres y leyendas de la mitología guaraní, eran de la biblia, y ambas me daban pesadillas”, relata Mariela Coronel Silva -lectora empedernida, cinéfila, hacedora de cuadernos artesanales, madre y esposa-, que se encuentra próxima a presentar Cornish Rex. Editado por Astronauta Ruso, este libro reúne una docena de relatos que se reparten entre un realismo asombroso y cierto costumbrismo perturbador que tienen como tema recurrente los vínculos familiares.

 

 

¿Y cómo continúa tu recorrido literario?

 

 A los catorce años empecé a hacer relatos que eran justamente de terror. Era una edad en la que solo leía historias de miedo y de ciencia ficción. Y a los 17 fui a mi primer taller de escritura creativa. Después ya entré a Puán para hacer Letras. Me acuerdo de que fue el profesor de este taller el que me dijo que, si quería escribir en serio, debía ir a Filosofía y no a Letras. Mientras cursé solo escribí monografías, seguía haciendo algún que otro cuento y empezando a enviar a suplementos culturales y concursos literarios. Tuve alguna que otra publicación en revistas de barrio por esos años, entre el 2007 y el 2011. Escribí también para blogs de reseñas y críticas de cine. Fui a talleres del Centro Cultural Rojas. Y en el 2019, leyendo a Virginia Feinmann, la empecé a seguir en facebook y un día me enteré de que iba a dar taller. Ella dijo que fui la primera que me contacté. Y fue en su taller que me terminé de encontrar como escritora. El año pasado participé en los mundiales de Santiago Llach para entretenerme, y debo ser hija del rigor porque me benefició la exigencia de su propuesta. Lo disfruté mucho. Se me destapó algo que todavía no puedo creer que haya salido a la luz.

 

Escribís ficción, ¿cuáles son los materiales con los que trabaja tu narrativa?

 

Yo me agarro del recuerdo para la mayoría de mis relatos. Estos recuerdos no son reales en su totalidad, tienen mucha manipulación. Son completamente selectivos y editables. Yo los uso como disparadores en muchas historias. Después se mueve solo hasta terminar en cuento. También uso a la memoria para los detalles y objetos. Para mí, la memoria es la que se mete en el recuerdo para que pueda salir de mi cabeza y explotar en el papel. Los recuerdos no siempre son propios. Soy una buena oyente de las anécdotas de otras personas. Soy mejor llevándomelas. También escribo desde la observación de esas pequeñas historias que hay en la ciudad, en mi barrio. Yo no viajé mucho, todo lo que consumo para hacer un cuento tiene que estar a mi alrededor.

 

 

¿Qué incidencia tiene la realidad en tu tarea de escritora?

 

La realidad tiene que ser parte de lo que escribo. No hago bioficción. Puede que muchos personajes sean una especie de caricatura de personas que conocí o que fueron parte de mi vida. Mis influencias del realismo mágico se notan en muchos cuentos. El terror se mete, aunque no quiera, aunque sea en una frase, aparece. Yo escribo en primera persona muchas veces eso puede prestarse a confusión, pero la realidad no es más que un manto para empezar a bordar las historias. Si la pregunta es si algunos de estos cuentos sucedieron en su totalidad, tengo que decir que no.

 

¿Existe algún rasgo común entre los cuentos que, finalmente, integraron la edición?

 

A primera vista no. Pero capaz esto que mencioné antes. El recuerdo. Muchos cuentos hablan desde la niñez o desde la adolescencia. El rasgo en común que yo le veo son las relaciones humanas simples: Familia, hijos, amores de verano, exparejas.

 

¿De qué manera seleccionaste los textos?

 

Son los que más me gustaron. Dejé afuera algunos que consideré muy oscuros. Pero no pensé mucho, la verdad. En el orden de cómo aparecen, sí. Quise manejar los climas de cada relato. Los más tensos y dramáticos los fui intercalando en los relajados y tiernos para dar aire al lector o lectora que gusta leer sin saltear cuentos, del primero al último.

 

¿Cómo fue el proceso creativo de Cornish Rex?

 

Algunos salieron del taller de Virginia. Fui corrigiéndolos, se los mostré a gente amiga y que considero que saben leer para que me hagan devoluciones y volví a corregir lo necesario. El resto fueron creados en el Mundial de escritura y también tuve que corregirlos, pedir opiniones, volver a corregirlos. Igualmente, más que dos o tres correcciones no hago. Si un cuento necesita mucha confección, lo abandono. Cuando va a salir, casi la totalidad del cuento sale en el primer borrador.

 

¿Qué expectativa te genera el hecho de publicar?

 

Estoy en un estado casi ausente. Un poco como en esos sueños en los que sabés que estás soñando. Son todas las sensaciones cliché, si se quiere. Tengo mucha alegría, pero el vértigo de que esté sucediendo me deja más callada de lo común. Estoy ansiosa por ver el libro en las librerías. Quiero relajarme y vivir como tiene que ser, un poco el momento del postre, pero mi personalidad tampoco me lo va a permitir.

 

¿Con qué se van a encontrar los lectores?

 

Supongo que van a leer historias con mucha nostalgia. Muchas historias salen de mis recuerdos como hija de inmigrantes paraguayos que vivió durante el menemismo. Otras van a tener un acento porteño inevitable, personajes y calles de la ciudad en la que nací y crecí. Creo que será fácil meterse dentro de ellas.

 

 

/

 

 

Mariela Coronel Silva nació en Buenos Aires en 1984. Estudió Letras en la UBA y fue integrante de varios talleres de escritura, entre ellos los de Virginia Feinmann. Textos suyos fueron publicados en diferentes revistas culturales. Es prejuiciosa, adora los gatos, la cerveza y las películas clase B. Jamás se mudaría al campo para llevar una vida neo sustentable. En su adolescencia, vio a Fun People unas 14 veces de las cuales 11 fueron en Cemento.

 

 

En Cornish Rex, Mariela Coronel Silva despliega con oficio lo más puro y descarnado que tiene el arte de narrar: dar cuenta de aquellos pequeños mundos que solo son posibles dentro del lenguaje. Si las experiencias muchas veces no caben en aquello que permiten las palabras, en estos relatos sucede lo contrario. Las situaciones cotidianas, los breves acontecimientos que ocurren a cada instante se vuelven verdaderos a fuerza de oraciones precisas y frases certeras. Y con ese pulso narrativo, estas historias logran un nivel de verosimilitud capaz de conmovernos e inquietarnos por partes iguales. En ellas, con un sobrado estilo propio, los recuerdos, la familia y la amistad se convierten en el escenario de frescas postales en las que todos podemos vernos reflejados.

24.10.22

Silencio, por José A. García

 

 

―Más o menos eso fue lo que sucedió ―dijo apoyando el pocillo de café vacío sobre el diminuto plato de loza mientras sonreía.

Por momentos los ruidos de la cafetería resultaban un tanto ensordecedores y molestos cuando no eran reemplazados por un breve instante de silencio que rápidamente volvía a ser roto por los mismos ruidos, en una secuencia que se repetía como si formara parte de un bucle, como algo de lo que por más que se lo intente no puede escaparse.

―¿Qué cosa? ―preguntó ella un tanto sorprendida por la respuesta que acababa de recibir.

―Para lo que me preguntaste, esa fue mi explicación.

―No es cierto.

―¿Cómo que no? ―esta vez él era el sorprendido.

―Te quedaste en silencio por casi veinte minutos mirando el contenido del pocillo. No dijiste nada. Al principio pensé que no sabías cómo responder o qué decirme. Luego pensé que te sería difícil encontrar las palabras adecuadas, como solías decir. A los diez minutos de silencio pensé que tal vez no tenías una respuesta para darme, porque no sabías qué decir o porque no habías comprendido la pregunta y no tenías el valor para reconocerlo. Llegaba a la conclusión de que no te importaba y que esta no era más que otra de tus formas de tomarme el pelo cuando te escuché decir: “Más o menos eso fue lo que sucedió”. Pero no has dicho nada.

―Eso es imposible ―respondió él―. Te di una respuesta, no una simple justificación sin más, sino una explicación para mis motivaciones, mis razones y lo que pretendía lograr con mis actos. Te lo expliqué todo haciendo énfasis en que no pretendía lastimarte en modo alguno aunque tal vez hubiera sucedido como consecuencia de mis acciones u omisiones. No me quedé en silencio, hice todo esto.

―Tal vez pensabas que lo hacías ―dijo ella―, pero tus labios estaban sellados. Nada salió de tu boca.

Se miraron en silencio. Él hizo una seña y el mozo reemplazó los pocillos vacíos por otros llenos luego de repasar la mesa y dejar más sobres de azúcar a la mano.

―¿Y bien? ―dijo ella luego de probar su café.

―¿Qué?

―¿Necesitas que repita mi pregunta?

―No hace falta ―respondió él removiendo el café al que acababa de agregarle más azúcar―. Te escuché la primera vez.

―¿Me darás una respuesta entonces?

―Claro ―respondió él una vez más levantando lentamente el pocillo antes de mirar al vacío más allá de la mesa que ocupaban, más allá de todos esos ruidos interrumpidos por momentos por el frágil y tenso silencio, más allá de la cafetería, más allá de las palabras.

Él seguía mirando mientras ella se levantaba, tomaba su abrigo y su cartera y se alejaba sin volver la mirada, dejándolo solo, hundido en sus pensamientos, buscando la clave para salvar aquello que sabían que entre ellos dos ya no existía.

18.8.22

Una vida de Marcelo Fox, por Javier Fernández Paupy

  (Sobre Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, Borde Perdido Editora, 2021)



La maestría de Marcelo Fox en el arte del escándalo es, no caben dudas después de leer este libro, evidente. Buena parte de la eficacia de Matías H. Raia y Agustín Conde De Boeck obedece al impulso de no regodearse en los aspectos que habrían vuelto esa vida ultrajante sino en recuperar la escritura de Fox. Si bien el libro responde a la lógica del prontuario razonado antes que una hagiografía, entre sus méritos figura el de no encasillar a Fox con el fácil mote de escritor maldito o de artista conceptual sino volverlo a leer. La operación, hecha a partir de documentación fragmentaria, fuentes orales, memoria de cercanos y requechos de sus textos, es también una nueva forma del relato biográfico y del ensayo. Es el retrato de una época. Una mezcla concentrada de crítica, biografía, écfrasis
 y crónica. Una forma de la narración de la vida donde participan distintas textualidades: croquis, punteos, frisos epocales, mapas de la ciudad, fotos, retratos de grupo, recortes de diarios, tapas e índices de revistas, viñetas, poemas, fragmentos de otras biografías, fotos de afiches, solapas de libros, portadas, carteles, dedicatorias del propio Fox de libros, cuadros sinópticos, comentarios, entrevistas, imágenes. Un archivo abierto, como anuncian sus autores en el prólogo, sobre Marcelo Fox. El libro sigue algunos pasos en la vida de poetas, artistas y personajes de una época, rotos y delirantes. Es, también, la historia de unas revistas que desde los márgenes promovieron otras voces. El mapa de una ciudad que ya no existe. En el trazado de esa cartografía aparece la persona y el contexto social que de alguna manera hizo posible su obra. Libro objeto. Las imágenes arman un contrapunto con otros lenguajes. Incluso me parece que los momentos más reveladores del libro son las descripciones de revistas, sus tapas, su estética. Raia y Conde De Boeck diseccionan el humor negro de Fox, recuperan reseñas de difícil acceso. El libro no pretende la clausura del autor sino todo lo contrario, expandir conjeturas, sospechas, preguntas.

28.7.22

La ruta de la edición: LA FLOR AZUL

 

Preguntas a editorxs
Hoy responde Pablo Franco de
LA FLOR AZUL

 

 

La Flor Azul es una editorial de Mar Azul que tiene un catálogo referido a temas argentinos. Se interesan por los libros de no ficción, rescates, testimonios, libros biográficos y también los que retoman temas de la historia del país. En los últimos años publicaron libros como Memorial de los infiernos, de Julio Ardiles Gray o Bepo, vida secreta de un linyera, de Hugo Nardio o Indios, ejército y frontera, de David Viñas, pero también una versión libre de un texto de William Henry Hudson escrita por Juan Forn y María Domínguez, Nieblita del Yí, ilustrada por Teresita Olhaberry.  Tienen una línea sobre pueblos originarios en la que publicaron libros como Mi sangre Yagán, de Víctor Vargas Filgueira o Tehuelches y Fueguinos en zoológicos humanos, de Norma Sosa. Este año abrieron otra de autores contemporáneos de novela.





¿Qué estás leyendo?

Este último año leí muchos libros raros y desconocidos, ediciones de autor, escritores de pueblo, porque estoy escribiendo un libro que lo requiere. Me llevé muchas sorpresas muy gratas, con libros que no fueron muy bien escritos pero que cuentan historias increíbles. Y al mismo tiempo, para el mismo proyecto, volví a los clásicos rioplatenses de la conquista. Ulrico Schmild, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y también el diario de viaje de Colón transcripto por Bartolomé de las Casas, todos textos fundacionales de nuestras letras. Ha sido un viaje maravilloso.

Por otro lado leo bastantes autores contemporáneos, inéditos que llegan para la editorial, y ya publicados que me interesan y voy siguiendo.

¿Cuáles son esos autores a los que siempre volvés?

Estos años volví a leer algunos clásicos, porque tenía la curiosidad de saber si lo que yo pensaba de algunos textos leídos en la juventud resultaba ser lo mismo después de una segunda lectura. Me pasó con Moby Dick, por ejemplo, y con Pedro Páramo y el Llano en llamas. Pero no entré en la etapa de las relecturas, todavía estoy buscando, me atrae mucho más lo que no conozco, creo que siempre hay algo bueno por descubrir.

¿Cómo es el proceso de lectura de un manuscrito?

Básicamente una lectura introductoria de unas 25 o 30 páginas, que son decisivas para saber si hay un tono, una historia y una manera de escribir que pueda interesarme. Y después ir hasta el final si hay todo eso. Es medio bravo leer en la computadora, así que ahora estoy pasando los textos al libro electrónico, y así es más fácil.

¿Qué tiene que tener un libro para que te interese publicarlo?

Yo soy mucho de buscar buenas historias, pero no es lo único. Es un conjunto de cosas. Y algo mágico también. Cuando te cruzás con un buen libro hay algo maravilloso. Me ha pasado que un libro está muy bien escrito, impecable, casi para ser publicado como está y sin embargo no es lo que buscamos en la editorial. Le pedimos al autor, entonces, que no deje de enviarnos otros trabajos, que nos interesa su escritura, pero que justo ese que leímos no era el texto para La Flor Azul. Porque tenemos una limitación en cuanto a la cantidad de títulos para publicar. Y también nos ha pasado que un texto está a medio terminar, con problemas de estructura, con muchas cosas para arreglar, pero así y todo tiene mucha potencia y queremos trabajar con el autor hasta que se publique.

¿Cuánto intervenís en los textos que publicás?

Como decía, depende el caso, hay libros que nos han llevado meses de trabajo y correcciones, y otros que ya estaban listos. Pero también está la predisposición del autor a realizar algunos cambios o a no hacerlo. Cada uno es libre de aceptar o no las sugerencias, y nadie tiene la verdad, ni el autor ni el editor. Pero debo decir, también, que algunos libros hemos desistido de publicarlos porque los autores no estaban dispuestos a modificar nada, cuando era muy evidente, por ejemplo, que había una introducción muy larga y aburrida, aunque lo que se contaba después era muy interesante y encajaba con el catálogo de la editorial.

Muchas veces los mismos autores tienen dudas sobre algún aspecto, como el título, y conversando se llega a algo nuevo y mejor. A veces como editor también dudamos de cambiar o no algo, pero con la explicación del autor se entiende mejor y se deja como está. Cada caso es único, y cada texto también, tiene sus propias reglas y hay que ver las cuestiones en cada contexto.

En general es un trabajo en conjunto, para eso es indispensable el diálogo, y que sea presencial. Con varios autores nos juntamos una semana entera y así es mucho más fácil, porque llegamos a acuerdos y soluciones. Y en general, cuando logramos trabajar así, los textos se convierten en libros mucho mejores.

¿Qué relación buscás entre el arte de tapa y el texto que esa tapa presenta?

Nosotros amamos las fotos. Es una tradición que se está perdiendo, sobre todo en la edición independiente, pero que a nosotros nos atrae retomar y seguir. Sobre todo con fotógrafos argentinos. Es difícil porque también tiene un costo, y el libro en una edición independiente muchas veces no soporta ese costo, pero vamos haciendo lo que se puede. Los fotógrafos nos ayudan mucho, les gusta ver su trabajo en libros.

La relación de la imagen con el texto para nosotros siempre es indirecta, casi metafórica, cuando menos ilustra más dice. Es un arte hacer tapas. Muchas veces las imaginamos de una manera y termina siendo muy distinta, incluso con lo misma foto. Nuestra diseñadora, Ana Armendáriz, es una genia proponiendo tapas, y siempre nos sorprende con opciones buenísimas. Teresita Olhaberry, que es artista plástica, aporta una mirada indispensable a la hora de elegir. Hay discusiones, pero cuando encontramos la solución es como una iluminación, y una alegría enorme.

 

15.7.22

Monte Grande, por Juan Rocchi

Castas

 

I

 

Parece que rompieron

el tanque de agua del parque

de Monte Grande escuché

que lo vaciaron

fracturaron el frente y

 

desde la avenida

se ven los escombros.

 

 

Cuando lo tiraron era

la torre de un pueblo ruinoso

a más de diez

estaciones o envejecido,

públicamente

suministrado.

 

Lo rompieron, aunque

estuviera estampado contra

las nubes los días de sol

y diera sombra a los borrachos

a nosotros

al cemento recalentado.

 

 

 

 

 

¿Te acordás que tomábamos

vino te acordás que tenía el fondo

resbaladizo lleno de

moho encapsulado

como un cerebro?

 

Cuando lo rompieron, no sé

cómo, era el sobreviviente de una

ciudad que guardaba en los

rincones de sus moles

impuestas en hierro oxidado

su porquería orgánica, su

grela blanda cerebral.

Te acordás cómo tomábamos vino

y esperanzados

queríamos que un día lo rompieran

y cayera sobre nosotros

 

el agua

 

disgregada

 

los cascotes

                mojados

 

alguno se habría muerto

 

seguro

no todos.

 

 

 

 

 

Pensé que habían

desarticulado reducido a escombros

el tanque de agua enorme del

parque de Monte Grande.

 

 

Pensé que lo habían roto

pero era sólo una pila de piedras

prolijas fracciones de cemento

en otro barrio

en una foto.

 

 

 

 

 

II

 

Las cisuras, huellas

superficiales del cerebro

producto de una torsión

integral: movimiento cerebral organizado.

 

 

Te acordás que era pleno plenario

bajo el sol del verano

cuando pensábamos en las castas

esa palabra no existía, después

nos llenó la boca hasta hartarnos.

 

¿Te acordás que tomábamos

vino abajo

y unas chicas ciegas

de mirar para arriba

jugaban a atajar las gotas

ciegas pero veloces

que caían?

 

 

El que se fue suicidado

primero a otro país y después

a tirarse, no

 

como un fragmento

orgánico del tanque, no como un

bloque de cemento organizado

dejarse caer suelto

“crítico”

después de acomodar las zapatillas.

 

Para todos hay

castas, para los esclavos

y los comerciantes. El que se mudó

con el único fin de matarse

deliró movilidad social

descendente

 

eso está prohibido.

 

 

 

 

 

Loco, qué fiasco

el fracaso de nuestra militancia:

el día que lo rompan

no nos van a invitar.

 

 

 

 

 

Comercio

 

I

 

La pasión de la tosca la remoción

del suelo para la mezcla del

obraje y el agua filtrada que vuel

ve todo un barro inmundo

                conforman la

doctrina de los nadadores

 

sumergidos en agua de lluvia ceden

sus tejidos mansos o bien la arcilla

bloquea todo

comercio será que

                algo tragan mientras respiran

 

cuando tienen los músculos

pesados siempre hay

un mamífero torpe

frenando el crol

arrastrándose por las

corrientes. No interrumpe

el paisaje sólo

inventa el tránsito.

 

La retroexcavadora sí

rompe el paisaje dismi

nuye el cielo atestado

de esquirlas. Esta tierra

dice y estos cimientos para

fundar otra más firme.

A seiscientos metros de

la ruta los senderos basurales con

ducen al estallido sonoro

del calcio que hace

suyo lo que poseen.

 

 

 

 

 

La ingeniería obsesionada

por hacer ese pozo

                arbitrario en el pastizal

sin nervio esas

contradicciones gestan la placidez

del nado en la tosquera con vista

al plástico clavado

en los matorrales

 

 

 

 

 

No tienen bordes filosos las

tosqueras no

tienen volumen las decisiones.

 

 

 

 

 

II

 

Cómo sobrevivirán las señoras

de la gimnasia acuática los giros

toscos del pozo desfon

dado habrá hecho

efecto su macumba semanal

 

cuando circunvalan

a pique estanque abajo

sabrán que la retro

no se compra en cuotas

 

los hombres que nadaron ahora

fuman y ríen

al margen del sacrificio

por el nuevo lago:

 

las múltiples viejas centrípetas con

métrica reducida sacuden

pliegues

que imitan la bachata

huesos de chapa

 

seguro se van a romper.

Lo único que dejan son

boyas para este siglo más

baratas que la piedra caliza

 

las señoras llegaron

tarde a la obviedad

una tosquera no es

                un natatorio

 

 

 

 

 

III

 

vení chiquito recordame

cómo te venía 1 yo

comentando que para el

ejercicio de la natación es

siempre doblarse lo mejor

                porque do

blarte te vas a doblar.

 

 

 

 

 

 

 

1 qué hiciste con la palabra / juventud otra vez vos felándote la cloaca / no nos da vergüenza / yo a tu edad / sabía que íbamos a ser / algo pasado vos / flaco ni lo pienses venite / a desintegrar al pulso de /  la brazada magra que los km / los contamos con aparatitos / ese mogólico que ves / ahí es un tarado pero / la junta y a la noche / se va y juega la cosa pura