23.6.12

El pasado irreal, por Jorge Quiroga





11



¿Qué ve que nosotros
no vemos?
detenida en el pasillo
(está como queriendo decir algo
que ignoramos qué es)
Un rictus en la mirada
se empaca
y tiene un estremecimiento
que hay que calmar.




12



A la orilla
la pequeña Sofía
juega en la arena
barrosa.
El mundo se reduce
a esos hechos
sus dedos vacilan
en el charco turbio
manchando su cuerpo
que se enlaza.




13



El abuelo presiente
hay cosas que se caen
prepara su brasa con lentitud,
(ordena las fotos
ceremoniosamente,
cumple años)
De madrugada regó las plantas
de la quinta
y anduvo entre los zapallos
El viejo se protege la cabeza
al reparo
del árbol.




14



El retrato está guardado
en algún lugar de los cajones,
mezclado con cuadernos
y tarjetas.
en ese momento nos olvidamos
pero en el invierno
pensamos recobrarlo,
nada más que un instante
el imprescindible
para que el tiempo
haga fluir su existencia,
entonces el hilo se deshace
y se entra
en los recuerdos
que ese boleto de colectivo
o la postal desatinada
de una época incierta
condensan en una letra
minúscula.
La incredulidad
de gente extraviada
esos antiguos retratos
de los que se olvidan los rostros,
o las circunstancias que permanecen.




15



El maestro insólito
se asoma a la entrada
de la secretaría.
Por miedo no se anima
a saludar
(tiene una mirada huidiza)
ronda y entonces
rápidamente sale
dicen que
apenas lo supo, sufrió
ya no hay ningún compañero,
solo el ordenanza
aguarda lo que estaba allí.




16



Desaparecen en el desorden
nunca las voy a encontrar,
tropiezan,
disueltas en la nada.
(las cosas que se escabullen
de la mano
se arrojan el vacío
y no se las encuentra,
se apartan de nosotros
en un estante
o en algún sitio
están
es cuestión de postergar
un día mas y ya se
mostrarán
como si se hubieran diluido.




17



Del hombro
como si murmurara
es llevado
entre la muchedumbre
que lo abriga.




18



La luna del espejo
de la cómoda
refleja estrías del toldo
que a esa hora del alba
deja entrar la luz
que se difunde en la pieza
Será una jornada de fin de verano,
un poco calurosa y húmeda,
ya se escuchan los movimientos
y ruidos de la calle.
Ningún preparativo
se advierte en la casa,
los automóviles cruzan
el asfalto
Sobre la biblioteca se destaca
una pila de libros
el cristal del espejo
algo empañado
refleja levemente la claridad.




19



Envuelta en un cuerpo
duro, color café
laminado, la semilla
cabe en un puño
estamos debajo del aromo
que nos da sombra.
Apenas llegamos
vimos flores amarillas
silvestres
en el surco,
y el río se confunde con el pasto,
juntamos semillas
esparcidas por el suelo,
algunas chicas
otras muy bruñidas
y otras que no cayeron
al piso.
El día está nublado,
a veces pensamos
qué tenemos tiempo
para recorrer las barrancas
cortadas a pique
de las que se baja
por escaleritas empinadas
de piedra
y más allá una vegetación
visible.




20



La desolación de la vida
eso es lo que no quiero.
Un golpe
en vano pasó,
aunque el dolor pronto se olvida.
Los restos tienen
una fuerte atracción
sobre el pasado
que cae sobre nosotros




21



La familia solo quedó en hilachas
Los hermanos
no esperan en el ventanal
durante el frío invierno.
del palomar y las cañas
La infancia se elude,
el viaje los separó definitivamente.
y nada se dicen
Uno y los demás mareados
Alimentando
Esa condición simple,
cuando nuestra casa
se cierra en el olvido.




22



Se cortan, y hay voces
que visitamos
despacio.
Existe porque no es
simultáneo,
atrás, aquello que se nos fue,
y sin embargo
está guardado.




23



Un hombre sin futuro,
los ritmos se acumulan
y no poseen el mismo significado
ahora.
Se distraen y lo alertan
confunden las situaciones
sonríen.
(No saben que estaba )
mientras tanto
se dirige lentamente al bar
bullicioso de los peruanos,
casi no puede llegar
se abraza y toca con los dedos
las paredes.




24



En los cajones
hay sitios ignorados
que nadie se atreve a revisar
. instantes ajados
que el tiempo deteriora
Cuando los volvemos frecuentar
es como si una sorpresa
tardase en sobreponerse,
luces que se fugan,
rincones inciertos
es mejor clausurarlos
para que sigan manteniendo el secreto
de historias interrumpidas
Son conmociones ocultas
que no alcanzan su sino
cuerpos velados
que vagan en el cielo
adormecidos y temblando
con el miedo en la boca
tal como si un pedido fuera suficiente.




25



Los pájaros se le acercan
hasta donde ella está sentada
le requieren auxilio.
Entonces los repone.
Ellos la guían por el corredor,
La llevan al río,
piando la conducen
entre las plantas.
Siempre la vuelven a buscar
al filo del tiempo,
en ese instante denso
donde la suerte se hila
y se desprende
casi no puede negarse.




26



El dolor es haber permitido
que la infancia se fuera
en seres ignorados
y repetir idénticas frases, pronunciando
palabras dichosas.
Una mujer las une
expresando lo ya vivido,
lo que sobrevive.




27



En aquel cuarto
ya no cumple
el sosiego.
La pared blanca
detrás suyo
está intacta.
Hay un silencio
o una frecuencia de sonidos
que no saben simular.
rendido en la baranda
del puente
un hombre piensa.




28



Los pájaros beben ilusionados
como si pasara el último minuto
en el piso del Parque España
dejaron una migaja




29



Cuando corre apurada
mojándose
sus movimientos continúan,
se fugan.




30



La imagen no se corresponde
con el que conocí,
su piel está herida
y me mira
con indiferencia,
entrecierra los ojos
y no emite señales,
como si volviese
de un largo sueño.
después se va
y todo se reanuda




31



Se inclina y se balancea
levantando
el cuerpo desnudo
y la pared
del hospital
destaca sus roces
obsesivos,
obteniendo lo que desea
en la cama de sábanas blancas
con agobio,
mansamente.




32



El borde del escalón del andén
se pierde
la mano abrazando
los huesos del costado.
(La terraza de baldosas rojas
en la siesta de la calle Urquiza)
Las ramas y la ventana
el verano,
una salida postergada.




33



Los muebles de la pieza
están arrumbados
y por la luna del ropero
(o el espejo de la cómoda)
pasarán destellos.
El roble ha soportado
noches y días
y una vigilia profunda
de seres
que la lluvia siembra
en la avenida.
No se cambian de lugar
donde se los ha instalado,
como si fueran
el refugio,
el adiós.
Nunca volverán a su sitio
desaparecen en la bruma
de los que partiendo
se olvidan de sí.




34



El hombre que sobrevive
sale
sin percibir detalles innecesarios.
Por lo que se entiende
o ayuda.
Lleva huellas
en su semblante.
Como el negativo de una foto
el rostro se detiene
y queda negro y fijo.




35



Casi no sabe nada
su vida pende de una palabra
que no fue dicha.
Se retuerce
pegado a su indecisión
Por una hendija
la brevedad silenciosa
cruza en la luz encendida.

17.6.12

Robert Creeley – La propuesta inmoral y otros poemas

La Flor


Creo que cultivo tensiones
como flores
en un bosque al que
nadie va.

Cada herida es perfecta,
se cierra en un diminuto
imperceptible brote,
que causa dolor.

El dolor es como una flor, como aquélla,
como ésta,
como aquélla,
como ésta.




The flower I think I grow tensions / like flowers / in a wood where / nobody goes. // Each wound is perfect, / encloses itself in a tiny / imperceptible blossom, / making pain. // Pain is a flower like that one, / like this one, / like that one, like this one.




Acechando al pájaro


El sol se pone desparejo y la gente
se va a la cama.

La noche tiene un centenar de ojos.
Las nubes bajas, sobre las cabezas.

Cada noche es un poquito más
difícil, un poco más

duro. Es mi mente
un estropicio para mí.




Chasing the bird The sun sets unevenly and the people / go to bed. // The night has a thousand eyes. / The clouds are low, overhead. // Every night it is a little bit / more difficult, a little // harder. My mind / to me a mangle is.




La conspiración


Tú me envías tus poemas,
yo te envío los míos.

Las cosas suelen despertar
incluso en la conversación espontánea.

Déjanos de golpe
proclamar la primavera. Y burlarnos

de los demás,
de todos los demás.

También te enviaré una foto de mí
si me envías una de ti.




The conspiracy You send me your poems, / I'll send you mine. // Things tend to awaken / even through random comunication. // Let us suddenly / proclaim spring. And jeer // at the others, all the others. // I will send a picture too / if you will send one of you.




La propuesta inmoral


Si nunca haces nada por nadie
te estás ahorrando la tragedia de las relaciones humanas -

Si silenciosamente y como en otro tiempo
hay un pasaje a un algo inesperado:

con que lo mires ya es más
de lo que era. Dios sabe

que nada es adecuado nada es
todo lo que hay. Tan inseguro

el egoísta no es
bueno consigo mismo.




The inmoral proposition If you never do anything for anyone else / you are spare the tragedy of human relation- / ships. If quietly and like another time / there is the passage of an unexpected thing: // to look at it is more / than it was. God knows // nothing is competent nothing is / all there is . The unsure //egoist is not / good for himself.




Algo


Me acerco temblando
tan cuidadosamente y siempre
siento la tonta pregunta final

de qué se siente,
y luego, qué hubo de sentirse,
y por quién. Recuerdo

una vez, una habitación alquilada en
la calle 27, la mujer que, literalmente,
amaba por entonces, después de

que hubiéramos hecho el amor sobre una
enorme cama, frente a un lavamanos
con dos grifos, tenía

que mear pero estaba nerviosa,
avergonzada supongo, de que
pudiera ver ese culo que

tan solo un instante atrás se
abría a mí por completo, desnudo, en
la misma cama. En cuclillas, su

cabeza reflejada en el espejo,
su pelo oscuro allí, la
totalidad de su rostro, los hombros,

se sentó de piernas abiertas, abrió
uno de los grifos y meó con timidez. Lo que
el amor aprende de una visión así.




Something I approach with such / a careful tremor, always / I feel the finally foolish // question of how it is, / then, supposed to be felt, / and by whom, I remember // once in a rented room on / 27th street, the woman I loved / then, literally, after we / had made love on the large / bed sitting across from / a basin with two faucets, she // had to pee but was nervous, / embarrassed I suppose I / would watch her who had but // a moment ago been completely / open to me, naked, on / the same bed. Squatting, her // head reflected in the mirror, / the hair dark there, the / full of her face, the shoulders, // sat spread-legged, turned on / one faucet and shyly pissed. What / love might learn from such a sight.




En Famille


Vagué solo como una nube...
al parecer había perdido a la multitud
Había vuelto con, familia - padre, madre, hermana y hermanos -
parte de una sangre común.

Ahora no hay nadie,
sólo mi cara en el espejo, un abrigo en un perchero de un sólo gancho,
una cama que podría hacer con sólo salirme de ella.
¿Adónde se han ido?

*

Qué fue esa vaga determinación
cortar el cultivo del vínculo
en toda su densidad, - su desinteresada compañía -
¿qué le hace a uno sentir tal desesperación?

irse, irse lejos de casa, desaparecer para aquellos
que nos reconocerían con sólo ver nuestras narices o nuestros dedos,
ponerle buena cara a nuestro irreparable desorden,
¿dar por sentado que es parte de nosotros?

*

Mis amigos, las manos en los hombros,
bien agarrados, manteniendo su palabra
de ser para uno y para todos, un centro de seguridad,
no importa si en las buenas o en las malas, a diestra o siniestra -

mantener la fe, seguir contentos, seguir juntos,
seguir en lo mismo, así que sigamos
pese al hecho de una necesaria deriva.
¿Será el hogar el lugar más feliz sobre la tierra?

*
Solo no llegarás lejos.
Está oscuro ahí afuera.
Hay un largo camino que andar.
El perro lo sabe.

Él es quien más nos quiere,
o eso parece, en las noches oscuras del alma.
Aguanta.
Aguanta firme, no estamos perdidos.

*
Pese a las manías tristes,
enamoradamente anclado, un lugar
en un círculo de jóvenes y viejos, una ronda -
El amor es producto de este vínculo.

Un día uno mirará hacia atrás
y pensará en ellos -
adónde se fueron, ya idos ahora -
recuérdalo todo.

*

Vuelto del revés como en un sueño,
la cara desfigurada que quiero para mí,
la gente amada y aún conmigo,
yo puedo ver su dolorosa fe.

A crecer, queridos, ¡luego echar a volar!
Pero cuando se haga de noche, volved a casa.
La luz seguirá en la ventana, el corazón aún leal.
Llámame - yo acudiré.

*
El viento sopla entre los árboles revoltosos
detrás de la ventana, por los campos de abajo.
Emblemas del crecimiento, del joven, del viejo,
de un tamaño monumental o tanta esperanza vulnerable

mientras el eco en la imagen de los árboles
mira con tal reflexivo placer,
tan diversos, tan próximos entre sí. Permanecen allí
esperando oir una música que conocen bien.

*
Me gusta la manera en que los dos me miran,
no sé por qué pero a veces es difícil ser humano.
Los brazos y las piernas empiezan a estorbar,
haciendo de uno una carga aparatosa, embarazosa.

Dime que tu felicidad es simplemente leal.
Dime que puedo aún aprender a ser como tú.
Dime que la verdad es lo que hacemos.
Dime que la clave está en cuidar de los demás.

*
Estamos aquí porque no hay otro lugar al que ir,
en la fe hemos aprendido lo mismo que con lo demás.
Alguien nos lo dijo una vez y lo sabemos desde entonces.
Nadie se queda afuera en un sitio tan modesto.

Nadie llega tarde jamás, nadie demasiado temprano.
Nos acomodamos uno junto al otro, nos hacemos lugar.
Soñamos un cielo al que llegar trepando una escalera.
Miramos las estrellas y nos preguntamos dónde y por qué.

*

¿Te habíamos dicho todo lo que pensarías para saber?
¿De verdad el tiempo de partir es ahora tan veloz?
¿Sucedió algo que no fueras a olvidar?
¿Hay lugar suficiente para todos donde estás?

¿Sabiduría es sólo una palabra vacía?
¿Es la vejez un tiempo que al final se echa de menos?
¿Guarda lo humano en sí su recompensa?
¿Es esto la felicidad?




En famille I wandered lonely as a cloud... / I'd seemingly lost the crowd / I'd come with, family - father, mother, sister and brothers - / fact of a common blood. // Now there was no one, / just my face in the mirror, coat on a single hook, / a bed I could make getting out of. / Where had they gone? // What was that vague determination / cut off the nurturing relation / with all the density, this given company - / what made one feel such desperation // to get away, get far from home, be gone from those / would know us even if they only saw our noses or our toes, / accept with joy our helpless mess, / taking for granted it was part of us? // My friends, hands on each other's shoulders, / holding on, keeping the pledge / to be for one, for all, a securing center, / no matter up or down, or right or left - // to keep the faith, keep happy, keep together, / keep at it, so keep on / despite the fact of necessary drift. / Home might be still the happiest place on earth? // You won't get far by yourself. / It's dark out there. / There's a long way to go. / The dog knows. // It's him loves us most, / or seems to, in dark night of the soul. / Keep a tight hold. / Steady, we're not lost. // Despite the sad vagaries, / anchored in love, placed in the circle, / young and old, a round - / love's fact of this bond. // One day one will look back / and think of them - / where they were, now gone - / remember it all // Turning inside as if in dream, / the twisting face I want to be my own, / the people loved and with me still, / I see their painful faith. // Grow, dears, then fly away! / But when the dark comes, then come home. / Light's in the window, heart stays true. / Call - and I'll come to you. // The wind blows through the shifting trees / outside the window, over the fields below. / Emblems of growth, of older, younger, / of towering size or all the vulnerable hope / / as echoes in the image of these three / look out with such reflective pleasure, / so various and close. They stand there, / waiting to hear a music they will know. // I like the way you both look out at me. / Somehow it's sometimes hard to be a man. / Arms and legs get ofter in the way, / making oneself a bulky, awkward burden. // Tell me your happiness is simply true. / Tell me I can still learn to be like you. / Tell me the truth is what we do. Tell me that care for one another is the clue. // We're here because there's nowhere else to go, / we've come in faith we learned as with all else. / Someone once told us so it is we know. / No one is left outside such simple place. // No one's too late, no one can be too soon. / We confort one another, making room. / We dream of heaven as a climbing stair. / We look at stars and wonder why and where. // have we told you all you'd thought to know? / Is ir really so quickly now the time to go? / Has anything happened you will not forget? / Is where you are enough for all to share? // Is wisdom just an empty word? / Is age a time might finally well have missed? / Must humanness be its own reward? / Is happiness this?




Por Robert Creeley


Selección y traducción: Martín Abadía

9.6.12

La mañana sol de limón (V), por Hugo Savino





Nos separamos sólo porque ellos no quieren saber. Seguí con esos libros prohibidos y me quedé casi solo. Mi vejete de tío silencioso que no se dejó engañar por las remanidas historias de la italianidad la vaca sagrada de la memoria operística los chuchos resecos de las glorias garibaldinas las aventuras industriales a él no le tocó el bien común no pudo digerir esa caca poética del progreso no pudo fue a parar a una pieza en Suarez al fondo. Un hoyo. Desde ahí veía las luces de La Boca. Jubilación de mierda nadie al que decirle algo. Sabía. Y estaba mejor solo. Sus amigos: dormían hablando en los cafés, bonchas del eterno presente de la mentira, y él estaba en la ventana, miraba algo, no sé qué, algo, miraba y se pasaba las palabras por la boca y fue el principio de su soledad loca. Cama vieja, radio antigua, cepillo para el traje. Pasarse las palabras por la boca. Es la condena social. Me dejó esa costumbre. Lo veo mirar por la ventana. O en casa. Irma le arrima un café, Irma con vestido floreado del verano, él rasca la mesa, no habla, un anís para acompañar, yo lo miro y sueño, no me acuerdo pero seguro que sueño, marca de fábrica familiar. El camino que hicimos de Olavarría y Patricios a Avellaneda por esa calle amarillo lavado años cincuenta, llena de negocios, gente por Montes de Oca, y yo sabía que en algún lugar de ese camino estaba mi ensoñación, la perla rarísima, los cuatro acordes de mi solo. Ese fue el camino. Después salí, me metí en lugares que no me correspondían, y me marcaron el camino de salida, astillitas en el alma, me dejaron, me pusieron en mi lugar, ¿por qué? Pero muchos años después. Cuando se me ocurrió progresar y tuve amigos de buenas familias. ¡Las buenas familias! Mala frecuentación para mí. Quise meterme un poco en otro ambiente. Un poco de respetabilidad. Algo así. Me ajustaron las cuentas. Amigos de vidriera. Y no digo como al otro. Excluido el como de esta novela. Un aprendizaje es dejar de progresar. Necesité libros. Los libros de salida. Y decidí dejar de estar loco y seguí leyendo. Dejé mi personalidad de persona cordial, que cae bien, que trata de no hablar de lo que leyó. No es que me puse a hablar de esos libros, casi nunca hablo de lo que leo, salvo con poquísimos amigos curtidos en cielos, amaneceres y colores. Y que no juzgan. No puedo ponerlo blanco sobre negro. No lo puedo resumir bien. No le busco una solución a este embrollo, eso seguro, detesto las soluciones narrativas. Un poco de luz para mí. Busco una frase que me vengue. Que no tenga solución. Que flote.

La palabra moscardón. No sé cómo ponerla. Me gusta. Tiene que traerme una buena frase. La saco de un poema: “Todo prometido, ella se duerme, flor bajo el dardo del moscardón.” Tomo también “el dardo del moscardón”. Palabra y frase. Ese dardo. No se me escapa. Se me pegan los moscardones. O los pego como dice Miriam. Veremos. Ella trabajaba en la instalación de palabras. De ahí fraseaba. Era pobre. Fue rica. Se volvió pobre. ¿Qué pobreza? No sé, no se puede hablar de la pobreza de los otros. Sólo se puede decir: es pobre. Lo aprendí en un libro. Ya sabía que un pobre es invisible. Pero ese libro me enseñó muchas cosas más. No sobre la pobreza únicamente, no, de eso sé mucho. Los hizo hablar y eso es sorprendente. Los detalles de la pobreza. Nadie soporta los detalles. Así es la lectura. Un momento de soledad que se va ampliando. A soledad, obvio. A más soledad. De manotazo a manotazo. Y los que renuncian a la lectura; ¿a qué renunciarán? Es un poco básica mi pregunta. Pero me asombra esa renuncia. ¿En nombre de qué originalidad? Son mis divagaciones, pero daré vueltas y al final no me alejaré de esta novela localizada en un momento del tiempo. Acá no se condena a los perdedores sociales. Y uno tiene que decirse las heridas de la lejanía del tiempo. No están tan lejos. Si uno empuja. Animarse y se toca, la lejanía, como se toca el aire de la noche de verano de 1950. Es como el desorden. Bendito sea. ¿Moscardón de la familia de pesado y copión? Escritores moscardones. Falsos amigos moscardones. Gama de moscardones. Como la gama de los coches Citröen. No puedo ver estas cosas de manera desapegada. Para eso hay que nacer en otro lugar. Las componendas del lugar de nacimiento. Los retoques y maquillajes. Para gente respetable. Hay muchas maneras de ser respetable. Sutiles. Huelo un respetable a una cuadra. Me enervan. Uno de los yeites del respetable es el kitsch de la emoción, llora, llora por todo, por la humanidad, todo a distancia, ausentes, son ausentes, nunca serás tan respetable como ellos, nunca. Sentimentales, desesperadamente. Y los sentimentales te matan. Lo sé y los frecuento. ¿Seré un horrible sentimental? ¿De la cobardía? Le tienen miedo a los pobres, a la pobreza, asco al pobre, asco al fracasado. No caer en la tentación de querer seducir a esta gente. Respetables. Alejarlos. Patearlos. Te piden que les inspires piedad, te la cuelan, te la regalan cuando tienen tiempo, no te dejan contar. Pero quiero resumir: no se puede frecuentar a brutos letrados, es injusto. Irse al culo del mundo no quiere decir irse del momento del nacimiento. Patio de inquilinato es para siempre. Es un infinito si lo quieren más delicado. Se verá en tu cara. En tu lenguaje. No se podrá ocultar. Para qué. No se puede usar como pasaporte. Tampoco. No sirve para nada. Hay que dejar atrás a esas garrapatas que venden delicadeza. No siempre se nace. No quiero meterme ahí. Conozco a muchos no nacidos. Clandestinos. Queridos amigos no nacidos. Andrajos que se obligan a frecuentar el mundo. Leo el artículo de un imbécil que glosa la gran novela americana, no la va escribir nunca. Anuncia que sólo lee americanos. ¿A quién quiere asustar? Y bueno. ¿Por qué no? Debe ser hijo del otro imbécil que anuncia que no le gusta Joyce. Lo anuncia al mundo. A sus discípulos. A sus lectoras. Los autoriza a no leer. Los no nacidos son otra cosa. En principio no hay imbéciles del presente entre ellos. Cómplices de los desposeídos. Pero desposeído es para tesis. Sólo que no nacidos y desposeídos son sospechosos. Pero tengo que volver a los revolcones, las ideas generales son una tentación. Tengo que escribirles a Esteban y a Mariano. Me mandarán una carta rajante. Les confesaré que salí a buscar respetabilidad literaria. Se cagarán un rato de risa. Hay sol. Me achicharro y busco la sombra de los árboles de Paláa y Berutti. Rasco el aire de la memoria, medio tuerto, pero no importa. Te espera el vacío, el viento. Hay que tejer. Palabras: agüita, sombra, tijera de podar, limonero, viejo. Paro. Cosa vieja palabra vieja. Es una lista. Amo las listas de palabras. Me las hago cuando escribo. Atrás del cuaderno. Toco. Ilusión. Manía de lo interminable. ¿Mudanza es derrota o ilusión? Desalojo. Poco prestigio. El que te que pone distancia, el emocional, el lloriqueante, todo eso reunido en su persona de burgués de familia, en su tradición berreta, como todas las tradiciones exhibidas, gente que no dice más ropero o pava, y tiene edad para decirlo, qué poco se puede contar con ellos, tanto rezongo de aullido que se derrama como leche hervida, para un teatro de lo ridículo, y mejor no tomarla en cuenta porque todo termina en lágrimas de cocodrilo o desplante. Tendría que ir cortando esta queja, este lamento de los amigos no amigos, voy a exceso de novela sentimental, me pone en mal lugar, le doy pan a los intérpretes de la psiquis, a las eternas lechuzonas de la vigilancia, tengo que cortar. Casi ninguna amistad se puede anudar.


Con la gente que no te deja leer, que te deja en el umbral de los libros, que se angustia porque uno lee mucho. Es raro. Es como pedirle a un boxeador que no boxee mucho. Condenar o llamar boludo a alguien porque lee es juntarse con las voces mierdosas del sentido común y de la prudencia y el buen juicio, con lo permitido.

¿Qué miedo? El miedo a que nos expulsen. Ese temblor. Pobres víctimas de mi amistad. Me les caí encima. Pero en mi defensa: un poco: le otorgo a muchos de esos desechos del alma que fueron mis amigos el poder de echarme de su amistad. ¿Qué amistad? Nunca me miraron en realidad. Ni me vieron. Tampoco es traición. No estoy en esa dimensión de las coordenadas y la traición. Mucha pretensión. No me vieron. Perdí tiempo.

Vagabundo de tren debajo de los siete puentes: saco de lona, sombrero de ala no muy ancha. Cómo me harta la gran novela paranoica. Los paranoicos. Los celosos. Los canas de los sentimientos. Los tipos que ven mierda en todos lados.



Salimos de Barracas. No sé muy bien adónde voy. No sabíamos. No éramos como Hudson. No teníamos experiencia. Sólo la del pateado. Pero no había drama. Éramos gente de patio. Chirusas o chirusos en camioncito. Bártulos. Paquetes. Vajilla envuelta en papel diario. Gritos. Unos días antes de la mudanza hubo un picnic en el parque de la ancianidad. Roberto tocó el bandoneón. Todos bufamos. Como años después mi amigo plomo novelista que querrá leer sus maravillas de tedio y sabiduría sentado en su saloncito. Bandoneón o lectura de manuscrito, mismo aburrimiento. Todos escapamos para los árboles, Roque Juan se divierte, incentiva el bandoneón, Irma pasa las empanadas, Nélida saca las berenjenas, toda la italianidad se dispone a comer, Roberto mata algún tango. Pero yo no incentivo lectura en voz alta de poemas. Costumbre del esteta, el paralítico de la escritura, unas copas y saca a Juan Ramón Jimenez de la biblioteca ordenadita. Me gustaría seguir ese hilo entre el primo de Irma bandoneonista y el esteta y su amigo esteta. Malos payasos –si lo tengo que decir, sé que es fácil, pero me viene a la mano– de la noche porteña, de la carnecita asada, la empanada, el vino tinto. Pero no, me agota. Es un facilismo, la burla es el supremo facilismo. Me caigo del lado de la burla. El esteta angustiado es un especialista en burla. Detesto la burla. Y el bandoneonista es un pan de dios en el cielo. Él caminó por la ciudad, años, solo, con sus jaquecas histriónicas, empleado, yugador de escritorio, amable, decente, la decencia ordinaria, los estetas de la carnecita y el vino tinto “deben formar parte de la intelligentsia para pensar todas las estupideces que piensan, un hombre común nunca puede ser tan estúpido como esos dos”.

No importa si pregunta por mí. No caigas. Tragate la curiosidad. Es sentimental, los sentimentales llevan la crueldad pegada a la suela de los zapatos. ¿Qué preguntó? Formulismo. Algún dejo de mordida del alma. No averigües. La curiosidad en el bolsillo. Pregunta es señuelo. Esfuerzo por dejar de berrear quejas. No vayas donde no te quieren. No preguntes más. No vayas. No berreo más. Me callo. Hay amistades que son un error.

Miro el cielo de estrellas manoteo el aire de alegría escucho voces medio alucinadas y yo alucino o las voces o el cielo de la noche pero no es la vieja depresión o el pánico. Eso pasó.

Querida prima coneja ¿dónde están los muebles laqueados? ¿A quién se los diste?

Porqué tanto miedo a los libros que hacen escribir. ¿Por qué ese miedo a que no me quieran? ¿Por qué? ¿Por qué no cambio de barrio? Lecturas secretas. Es lo mejor para despejar el alma. ¿Por qué pido permiso? Una lista de los miedos. Como las de los demonios interiores. No soy furibundo como ese sentimental. Pero lo que no soy: fácil. Odio a los furibundos. Y a los sentimentales. También nombrar más los lugares.

Guardo las escenas de los libros que amo: la del perro en ese vagón del tren al sur, que comió un poco de la hamburguesa del vago que viajaba acostado sobre su mochila. O “ese guarda que entra y pregunta de una: ¿quién paga?” ¿Todos, nadie? De una, para sorprender al seco. Siempre estará ese puto guarda. Cambiarán los gobiernos pero un guarda entrará a preguntar quién paga.

Cambio de lecturas. Cambio de alma. Desertar. ¿Cómo cuándo? ¿O al final se trata de ser un estudioso de la literatura? ¿Querés que te lleven al coloquio? Querés eso, ¡quejoso! ¿O querés dejar de ser invisible? ¿El reconocimiento? ¿Cuál? ¿El hegeliano? ¿El de poeta? ¿Algo así? ¿Dejar la invisibilidad? ¿Terminar poeta o novelista o escritor? Hay que estar loco, muy loco o muy apático para abandonar la invisibilidad. ¿Por qué no me junto con los que me quieren? Leo el Vagabundo de las estrellas. Preparo El Valle de la luna. Me escapo de algo, no sé muy bien, pero me escapo, siempre estuve escapando. Y seguiré. Esa herida puta. Y ahora dejo entrar la luz del mediodía. Sol color sopa de calabaza. Divagaciones. Leo ese relato donde él lleva a su hermanita cerca del río y le enseña cómo saltan los peces. Le muestra el reflejo del sol y le promete hacer lo mismo a la tarde, a las siete justo cuando un fragmento de la luz sube hacia el sauce y se escapa por la copa. El verde es intenso, y no hay como la promesa de una ensoñación a la hora del mediodía. Desertar.

¿Prima coneja tenía un sueño personal? ¿Tenía un gran amor al final? Tengo que averiguar. La recuerdo llamándome en ese bar. ¿Con qué soñaba?

Un ejemplo de moscardón: el escritor burlón al que después vi corriendo a los brazos del profesor que bajaba por la escalera. El abúlico burlón. Insaciable de gloria de provincia. Los moscardones llevan la burla pegada a la suela de los zapatos. Toda una vida en esa noria. Conozco alguna que otra carancha burlona.

Mis venganzas, algo así como Mis odios. También puede ser: mis rechazos.

La sensación de ir a ningún lugar. La chifladura de la normalidad ya fue. Ambición de un día. Hay que saber olvidar. Terraplén del Pato al Sur. Tiro un tronco quemado por la barranca, estoy en esa ensoñación. Infancia. No salir de allí. Un hilo de agua que baja de algún lado. ¿Con qué sueño? Ahora está la desesperación. No pongo un mameluco duro de pintura parado en una pieza, no soy pintor, pero nunca me olvidé de esa figura. Los pintores no hacen imágenes hacen cuadros. Ese mameluco ahí parado, duro, solo, duro de pintura es la vida de la desesperación. ¿Miedo a repetirme? No. Tendría que hacerme más preguntas. Una, sí: ¿qué hago entre toda esta gente, si nací del otro lado? Tener el don se paga caro. Socialmente caro. El ser se perdona, el don es un regalo de Dios. ¿Y ese dúo cómico atragantado por la envidia? Uno saca su cine B, el otro su loro teórico. Los dos me envidian el don. Yo amo a los tipos de las tardes de calor, de sol, de humedad, esos tipos en la ventana del café, que vienen de la tarde de los años cincuenta. Esos no van. Se mueven apenas. Cigarrillos. Pocillo. ¿Camina el pasado? Tengo que ir despacio. La desesperación no se ventila, o: sermón. O caranchas te ponen en libertad condicional. Mudanza en camioncito es éxodo. Hay que reforzar la clandestinidad.

Lola. Sí Román, protomártir de mis confesiones, Lola. Sí. Que no vive enclaustrada en la casa. No se deja meter en el placard. Lola hará feliz al que la vea con el oído. Mira fijo porque quiere que la escuchen. Ese, el que la escuche, a ese, le romperá el corazón con esos pantalones rojos, esas botitas rojas, esas piernas largas y chuecas, el holluelo justo donde empieza el escote, y lo matará de celos amorosos y él tocará la luna, su recompensa. Lola está destinada a la felicidad amorosa. Aprenderá a leer y escapará de la vigilancia de brujas, de la retórica del fiolo universitario, de las compañeras de oficina, o de peluquería, abuelas, tías, jefes, de los tipos con la mano atada, piojos monologantes que no le dejaban abrir la boca. En la mañana luminosa de Avellaneda bajará la ropa tendida a la noche, la rescatará del sol. Y ninguna preocupación por el futuro: ¿qué es eso? Murmullos de la cama. Tendrá ese marido irrealista, ese gavión, lo mantendrá, se morirán todos de envidia, ella aprendió en algún lado la palabra a-social. Escrita con ese guión. La anotó en su cuaderno de notas, se la escuchó a alguien y aplicó el instinto de azares y la escribió. ¿De quién aprendió esta piba arrulleta a llevar cuadernos de notas? Una pista dudosa: de la misma Lola: la leyó en un relato de un desconocido, vaya a saber de qué siglo. Ella hará el mate, clásico, fatal, por qué no, y bajará a la luz, y se meterá en el día extendido, la perderemos de vista. Lola con solera, brazos de planchadora de verano, dejará el aura de la vieja ternura mientras dobla en la esquina del baldío. Mientras todos van al revés como ese río verde sublime y la miran ir. La felicidad recíproca a la luz de la media mañana, los que la miran y la mirada chanfle de Lola. ¿Alguien le dijo: Lola, hacé cuaderno de notas?

Pero está la mirada. Lola mira. Y él está ahí. Arrinconado contra la barra. Toma un café. Él mira primero. Primero es su mirada. Lola la devuelve y la deja ahí, en sus ojos, y eso dura lo que dura, y a él le queda como una alegría dolorosa, un recuerdo, instante, se lo lleva para la noche. Hará algo con eso.

A la mañana Lola mira las ramas que apuntan al cielo, esperan el viento, quietecitas, llenas de hojas verdes. Se pone las botas rojas, pasa los cordones, murmura al techo, no se recita nada, no hay nada que temer por ese lado, ¿qué espera de la caja pandora del día?, es secreta, no confiesa nunca, nunca caerá en manos de un poeta.

Lola sigue pasando.

2.6.12

Mar negro de Ana Arzoumanian: una prueba de origen, por Luis Thonis


Un libro tiene que ser un hacha para el mar congelado dentro de nosotros. La literatura sólo es digna cuando descongela la sangre de quien lee.
Franz Kafka

Mar negro de Ana Arzoumanian, Ceibo ediciones, 2012.


La lectura de Mar Negro de Ana Arzoumanian le quita a uno las ganas de comer y dormir. Se debe al ritmo, a “el mismo tono para amar y destrozar” de la cita de Tsvietáieva que lo encabeza. Después de un aleteo de aves migratorias hay un renacer y la certeza que esta vez Eros ha vencido a Thanatos.
Alguien dijo que este libro no era demasiado argentino. También la estupidez tiene una larga tradición, busca perpetuarse en esencias, no se banca que le muevan el piso. Mar negro es tan argentino como el mate o el fútbol cuyos orígenes como tantas cosas que hoy parecen nativas no son nacionales. Hasta quien inició la narrativa argentina, Esteban Echeverría, fue considerado por algunos académicos como Calixto Oyuela “no haber sido suficientemente americano” por haberse apartado de lo español y castizo. Echeverría se apartó de la tradición colonial apoyándose en el francés para escribir El Matadero, la escena que consideraba inenarrable. En Mar negro hay que pagar cierto precio, salir de los paradigmas habituales de lectura.
Aquí se trata de una guerra y un exterminio reales en tanto la Argentina desde sus orígenes ha estado luchando contra enemigos imaginarios y los sujetos matándose entre sí, incluso se fue a la guerra, a un suicidio para encubrir un exterminio inenarrable.
Al no poder separarse del Origen mediante instituciones –es el único modo de hacerlo– nuestra historia retrocede siempre a lo que Murena llamó el Campamento: un lugar de paso para saquear y enriquecerse que no puede fundar un nombre y abunda en grandes palabras vacías.
Hay una siniestra confusión entre el pasado –histórico– y lo arcaico que está siempre presente: el niño que dice “caca” habla en griego arcaico.
Repudiar lo arcaico es condenarse a la circularidad del tiempo y a un presente que reproduce fetiches del pasado.
Nuestra psicología de masas no puede salir del incesto colectivo y la fusión de los antónimos como, por ejemplo, en la siniestra década del setenta entre los montoneros y las Tres A que respondían al mismo liderazgo. Estos pares se reproducen en otros dobles de dobles, copulan y hablan una lengua común: basta escuchar los cantos de las hinchadas y las expresiones xenófobas para entrar en materia.
La lengua es la institución por excelencia y se oye más demanda de caudillismo que instituciones que suelen confundirse no con limitaciones del Unico sino con los edificios.
Aquí la lengua ha sido extirpada y el crimen convertido en institución: “Si hablaban en armenio les cortaban la lengua. El uso de siete palabras seguida en hayeren era causa de blasfemia. Les clavaban las uñas en las frentes de los niños”.
Es desde una poética que se oye una lengua en sus voces desaparecidas. La narradora de Mar negro, como esas criaturas de Kafka que van por una calle de campo no conoce el reposo. Está entre dos lenguas en las que muere una vez y renace en otra: “Para estar cansada hay que tener historia y no tengo pasado porque se me deshace. Cuentan que los niños nacen sabiendo y que luego baja un ángel y les da un beso del olvido. Así se forma la línea del labio”.
La única referencia que encuentro en la literatura argentina es Onagros y hombre con renos de Antonio de Benedetto donde en el principio no está el verbo sino el exterminio. Es un relato de origen, un génesis que actualiza lo arcaico, siempre impensado, el único modo de que el futuro no sea una reescritura del pasado.
Abundan las crónicas y los materiales sobre el genocidio contra los armenios aunque el Estado turco se empeñe en no reconocerlo. Aquí no se trata sólo de eso: la novela es transhistórica en tanto el exterminio es vivido desde una delgada línea genealógica, la del abuelo, cuyas cuatro hijas fueron asesinadas y que a veces imagina vivas y prostituidas a los turcos. Hace eco en la historia actual.
Los armenios que hoy viven en Turquía, luego del giro de la política de Erdogan que ha visto los réditos de hostilizar de emprenderla contra las minorías de su propio país que vuelven a estar en la mira del Estado turco actual que no es precisamente un modelo a imitar por los países que transitan la primavera árabe. En un santiamén puede transformarse en un invierno regimentado. Armenios y judíos son, pese al éxito económico, experimentados como figuras inquietantes de lo arcaico. (1)
Mi cuerpo es un cuerpo de batalla”, dice la narradora que se encuentra con ecos con la literatura árabe actual más audaz, con Joumana Haddad que demuele los mitos árabes a lo Edward Said, se enuncia como guerrera, introduce a Sade y otras “corrupciones” occidentales en el Líbano donde Hezbollah practica la limpieza étnica.
El Mar negro no es el pontos euxeinos, el lugar hospitalario de que hablaban los griegos y abría el juego de los ciclos del nostos –retorno– que le permitía a Ulises ejercer sus astucias. El abuelo sueña con una Itaca que ya no existe, tiene una vieja Biblia con fotos sin imágenes donde intenta reconocer a sus hijas que se van transfigurando en la pesadilla interminable en que vive.
Los turcos a ese mar lo llamaron Negro, lo convirtieron en un Sheol apilando los niños en canastos y luego arrojándolos a las aguas. En contraste, las imágenes de la Virgen y el niño recurren en las historias de armenios, ella es Star of the Sea (Hopkins), la enemiga de Astarté que quiere maternizar los sujetos en el Templo. Tampoco la novela se escribe desde la civilización como lo hace Pushkin en plena campaña de 1828 contra los otomanos en su viaje a Arzrum –ve el Arca de Noé resplandeciente el monte Ararat–, entre las tribus bárbaras.
La novela de Arzoumanian pasa por esos lugares, es también un viaje entre hermosos paisajes que gotean sangre pero no hay los gestos de generosidad que se observan hacia los vencidos en Puskhin.
Entramos en el siglo veinte y el genocidio turco es la referencia ineludible que anticipa de las masacres del siglo XXI: una guerra impune contra los civiles indefensos que puede leerse desde Bosnia hasta lo que hace Siria hoy con su población.
Los talibanes hicieron volar los milenarios Budas de Bamiyán que vigilaban la Ruta de Seda: demostraron una impotencia ante lo arcaico. Arzoumanian recuerda a Giacometti, su necesidad de que nos vigilen las estatuas para recordarnos que estamos vivos mientras ellas nos cuentan de la muerte.
Las rutas están sembradas de piedras funerarias, los "khatchkar", caligrafías que hacen con las piedras aerolitos que nunca cayeron del cielo. Si los talibanes asesinan así las viejas piedras, al arte, lo inmemorial al fin de cuentas –no quieren que los miren, pueden disolverlos– qué les espera a las personas.
El Sultán durante el imperio otomano practicaba la tolerancia con armenios y judíos pero carecían de derechos civiles. La Sharia, no reconoce el testimonio de ciudadanos de segunda –dhimmis– contra un musulmán.
El mundo no habla pero los dragones se entienden entre sí. El genocidio contra los armenios se sostuvo en un mito de origen: los Jóvenes turcos evocaban al legendario Turán que luchaba contra los arios del mismo modo que el mito Ario justificó el asesinato de seis millones de judíos.
Fue Churchill el primero que nombró como “holocausto” el genocidio turco.
La narradora no está entre las dos muertes donde Lacan sitúa a Antígona, por la del hermano sin sepultura y muerta en vida por haber violado las leyes de la ciudad. Aquí no hay un Creonte, un tirano visible que al menos reconoce su acto que a su vez lo condena. Aquí no hay Estado ni ley que asuma algo, salvo el querer de algunos que las víctimas resuciten para volver a asesinarlas.
La juventud –los jóvenes turcos que sacan a reos de las cárceles para que lleven a cabo las masacres en los convoyes que simulan deportarlos– es hipnótica y está hechizada por su nuevo estado nación, hay que liquidar a los que allí vivieron durante veinte siglos.

El amor es una prueba de origen. Vivir es dar una versión del origen, no tenerla, querer ahorrarla, supone el refugio en el mito y sus consecuencias aberrantes. El mito opera para que el origen permanezca intacto, fijo. Las religiones tratan de darla apartándose del mito, instruyen al creyente pero el origen resuena fuera de ellas. Cuando se toman los textos a la letra se cae en el discurso del mito. El fóbico odia al que dice amar porque su religión privada se lo prohíbe. No puede desplazarse de su fantasma fijo en el origen, cree en el como un fetiche que va reconstruyendo a través de cada historia en la que triunfa al fracasar.
El amor es un modo de desplazar el origen pero también de reactivarlo de modo que no pese sobre los hombros. Alguien en medio de un encuentro pasional, de la luminosidad de los cuerpos que parecen completarse uno en otro, huye en busca de un origen que teme perder: lo arcaico está presente en el sexo y el arte no se cansa de recordarlo.
El amor es un pathos con el origen, una crisis para la cual no hay solución final. Cada entre dos es único, intraducible. La narradora no está en la situación de Antígona ni de Hamlet –que es informado por la voz del padre y toda una serie de pruebas que se van dando en medio de una locura donde debe vengar al mismo padre que debe “matar” en lo simbólico– por lo tanto debe no sólo desplazar sino reinventar el origen desde esa delgada línea enrojecida por todas las sangres que asume como heredera, argentina y armenia. Crea puentes entre el dolor y el deseo que tienen en común no responder a causas orgánicas y posibilitan encuentros inéditos.
No apunta a drogar el origen como los posmodernos o las feministas que combaten el “imperialismo heterosexual” –al hombre es considerado un signo de lo arcaico– según Judith Butler, tampoco pensar que hay un origen puro de la lengua como Heidegger y los nacional populistas que se encuentran con ellas en asociación nihilista. (2)
La narradora descubre que lo que se cuenta modifica lo contado y su única alternativa es demostrar que el origen es múltiple por retroacción, se abre así la infinitud del sujeto, experiencia que la Sociedad trata de ahorrar, bloquear a los suyos con ruidosas consignas y no pocas veces suicidándose. Para la cultura posmo todo ya ha sido dicho en el Circo, pero para esta literatura todavía no se ha dicho nada.
Por eso luego de ir hasta el fondo del Sheol como una suerte de sacerdotisa de sus muertos, renace en el Ararat como esposa de Armenia y describe entre resplandores de un cielo perforado la transmutación de la tristeza en gozo: “Los príncipes enfundaban sus penes porque pensaban que los ayudaban a resucitar. Una montaña oscura que aumenta su tamaño. Yo, el Ararat, o la brasa de tu sexo”.
Aquí la narración planta una cabeza de playa, un territorio cero –fuera del incesto colectivo que supone el exterminio– donde las imágenes se van atenuando, perdiendo “como un gigantesco rompecabezas” sobre todas las babilonias del pasado y del porvenir.
La novela en ningún momento pierde intensidad en todos los niveles enunciativos. Una mínima concesión la haría perder ese delgado hilo genealógico: “El abuelo vio fotos de colgados, de decapitados. Elige de su museo interior la imagen de cuando se quebró la costura del cielo y los astros empezaron a girar. De cuando la luz se hizo fuego y el fuego dio origen al agua. De cuando todo lo multiplicable le hacía decir, exaltado sea”. El origen es tomado desde el vamos por una multiplicidad retrospectiva, operación que hace que su simultaneidad sea el infinito en acto apelando a recursos pictóricos, fotográficos y cinematográficos ante los cuerpos ausentes.
Se trata de que el duelo no configure ese grito hacia adentro, esa hemorragia de sangre que es su única herencia –del cuadro del Papa Inocencio de Francis Bacon donde, dijo, quiso pintar no el horror sino ese grito que lo devuelve al silencio. Es el grito mismo de lo arcaico, un grito doble –dirigido al Otro, al prójimo o a nadie– que por resonancia nos dice que no es el dolor el que produce el grito sino éste al dolor que como el sexo no tiene un lugar orgánico localizable.
Es así como el dolor se torna deseo y los muertos piden que la narradora viva.
La narradora muere y renace en un grito que es silencio, pasa del yo al vos, como si inventara a otro –que puede estar o no estar– para desplegar juegos eróticos y confesiones y casi en simultaneidad transita al pasado, a una suerte de prehistoria, a ese tiempo arcaico donde sospecha que está la semilla de las guerras del futuro.
Hay que ganar la guerra de lo arcaico en vez de repudiarlo mediante mitos, parece decir la narradora al inscribir en la lengua los nombres armenios. Freud se preguntó si el dolor físico puede producir placer sexual en tanto el deseo funciona fuera de las pautas del cuerpo fisiológico. Las formas de erotismo que despliega la narradora son un conjuro, la contra cara de los múltiples modos de matar, de reducir a la esclavitud y al infantilismo al otro que, irrumpe como fuego en la noche para revivirla con el semen de Moisés.
El genocidio armenio fue sin chimeneas, calculado: liberaron asesinos de las cárceles para no mancharse las manos. Este pragmatismo resulta espeluznante cuando se entra en las escenas descarnadas. Ambos genocidios tienen en común haberse realizado en nombre del Progreso, sobre un fondo de mito y repudiando lo arcaico que siempre estará presente…los exterminios los realizan los que de antemano han perdido la guerra del origen, esto bien lo sabe el pueblo del Libro.
El armenio era para el Joven turco una figura arcaica, del mismo modo que el judío era una presencia que opacaba el futuro milenario que se prometía el Tercer Reich.
A través de la línea genealógica del abuelo –un Ulises sin mar, imagina una Itaca que ya no existe– y sus hijas asesinadas la narradora lleva en sí la carga de un millón y medio de víctimas por inevitable sinonimia con los suyos. y escribe desde el Sheol mismo, esa región donde los muertos solicitan ser escuchados desde las profundidades de lo arcaico.
Extiende un sudario sobre ellos mientras el erotismo se abre en los orificios del cuerpo, ante tanta muerte mayor es la vibración del deseo, el te amo final es el retorno no de lo siniestro sino de lo que nunca ha sido.
El vuelo literario hay que experimentarlo, abre una frontera inédita donde se inscriben los nombres armenios pero al mismo tiempo contamina a otros tan enraizados y burocratizados que son muertes viviendo una vida demasiado humana. Este libro supone una prueba posthumana que se vislumbra en la forma misma del duelo que se lleva a cabo.
Mar negro es una prueba de origen que deberán asumir las culturas que se para no ser indiferentes a la situación de las minorías amenazadas. Para saber de qué se trata y no ser vapuleadas por la voluntad de ignorar y la servidumbre voluntaria que supone.
Leerlo supone atravesar varios infiernos para encontrarse con otro tipo de sujeto, ajeno a clones y clownes posmodernos. Esta prueba de origen es una prueba de fuego que sacude los paradigmas estratificados en una circularidad letal, es una voz exterior donde resuena –to enter heaven, travel hell, decía Joyce– la risa del paraíso del trashumanar de Dante. También el mar, por negro que sea, tiene que alcanzar lo marítimo, decía Marina Tsvietáieva en su libro sobre la pintora Groncharova, para la cual lo divino puede existir sin Dios pero no Dios sin lo divino que permite el retorno de lo que no ha sido.
Este libro bien podría ser un hacha como decía Kafka para que un mar negro se descongele en nosotros.



I) Luis Thonis, Túnez y el modelo turco, Libros peligrosos, diciembre, 2011.

2) Basta leer los diálogos entre Zizec, Judith Butler y Ernesto Laclau para notar el descerebramiento de los sujetos que producen estos ideólogos que sin ninguna versión del origen salvo la regresión a una etapa anterior a la mercancía donde lobos y corderos se amarían fuera del lenguaje. Pasan del posmodernismo light a la vindicación del estanilismo y el fascismo. Butler ataca el entre dos entre hombre y mujer en nombre del “imperialismo heterosexual” en función de un neo matriarcado: la performatividad ha llegado a los cuerpos. En “Iraq: The Borrowed Kettle”, Žižek afirma: “Better the worst Stalinist terror than the most liberal capitalist democracy” (“Mejor el peor terror estalinista que la mejor democracia capitalista liberal”), es decir, hace una apología de Stalin, insultando a más de veinte millones de víctimas y Laclau es admirador del “todo dentro del Estado” de Mussolini y de el jurista nazi Carl Schmitt: propone como “progresista” la concentración de poderes y la reelección indefinida.Estos “antiimperialistas” hablan para un público de consumidores contestatarios, enseñan en universidades extranjeras, proponen la revo pop en pesos pero cobran en dólares o libras esterlinas. Prefieren a un Chávez –al que Carlos Fuentes llamó “flatulento y destructor de las instituciones”– que una modesta democracia. De ahí cierto efecto político, mínimo pero inmenso, del libro de Arzoumanian cualquiera hayan sido las intenciones de la autora.