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18.11.18

Luis Thonis, un teatro de guerra, por Laura Estrin



 “Teatro de guerra”: “Una porción de espacio tal en la que prevalece la guerra y tiene sus límites protegidos, de modo que posee un tipo de independencia. Esta protección puede consistir en una fortaleza, o en importantes obstáculos naturales presentados por el país, o incluso en la distancia que lo separa del resto del espacio comprometido en la guerra, si esta es importante. Una porción tal no es solo una mera parte de la totalidad, sino una pequeña totalidad completa en sí misma.” (Clausewitz).
“Luchamos como ‘salvajes’, no como organizados, contra un viejo poder organizado”
(Franz Marc en “Los salvajes de Alemania”).

 Luis Thonis no era un profesional de la escritura, en el sentido en que Muray dice que hay vanguardistas profesionales, polemistas profesionales, intelectuales, discutidores profesionales, profesores y escritores profesionales. Profesional es lo contrario de guerrero, es lo opuesto a un cuerpo. Luis era un guerrero, había elegido muy explícitamente esa figura.

 Luis leía, arremetía y escribía. Un hombre excesivo para estos tiempos. Nacido en un mundo que fue asordinando las discusiones reales, su grito en el desierto ofuscaba[1]. Luis no tenía miedo cuando hoy se dice temer a la violencia que en realidad es diferencia, distancia, ética incluso; la no correspondencia que un tipo como Luis Thonis recibía se debía al recelo, a la limitación de los espacios y de los críticos, a la falta de lectura. Y cuando vivimos con el miedo a la marginalidad inevitable del escritor la voz que dice y discute es doblemente condenada y mal vista. Hugo Savino alguna vez afirmó que “intervenir es un arte de la delicadeza”, Luis lo sabía y escribió: “Parece un lujo carecer de identidad en una ciudad en la que no estoy expulsado, soy considerado una suerte de cómplice de un estafador, o, peor, un idiota útil. Me empeño vanamente en el trabajo de volverme anónimo. Es imposible. El vecino me niega ese derecho radical…”

  Luis hacía sus propias revistas de un solo número. Luis escribió poesía y prosa múltiple. Luis pasó muchas épocas en Argentina –si no confundo él contaba de una noche en que la policía de los 70 persiguió alternativamente a Osvaldo Lamborghini, a Perlongher y a él, siempre su presencia y su obra confirmarán que “la crítica (verdadera) es incómoda por naturaleza y tiende a producir incomodidad” –como dice Panesi, quien alguna vez pensó como ensayos enloquecidos a los de Luis Thonis[2].

   Lo primero que admiré de Thonis fueron sus “sonetos a Shakespeare”, escritos geniales de su primer libro que me capturaron para siempre porque encontré que él podía ir y venir por las formas como si fueran aire propio. Mucho después su ensayo sobre Giacometti/Genet, la increíble lectura que es “La vigilia de las estatuas”, me devolvió esa gran perfección que tenía. Luis Thonis tuvo sus géneros, sus formas, sus ademanes y sus postulaciones, su enorme y rápida inteligencia le permitía nombrar sin atenerse a lo esperado, a lo remanido, al campo arado –como suelo decir[3].
   Era extremadamente riguroso y reconocía de lejos a los sofistas que nos rodean. Mientras casi todos cantan una pajera y tenaz melodía, él inventaba, seguía pensando en literatura e historia como guerras, revolviendo verdades y mitos entre los enemigos que hoy borrosos, ubicuos, omnipresentes y casi inasibles nos rodean. Luis era imprevisible y seguidor como perro de sulky –hubieran dicho mis abuelos, no controlaba pero siempre armaba un litigio en este mundo dormido, de zombis o pelotudos atómicos–como lo llamaba, según el registro que teníamos en los 80. En Cuerpos inéditos escribió: “Quien haya pasado los cuarenta años no debería escribir más. Ese supuesto apogeo, descubierto por timoratos, nos ha parecido mortífero, especialmente en su caso ya que en los escritores la sensibilidad, que no sabe andar en puntas de pies, suele rastrear siempre lo mismo, hablamos aquí más como amigos del Autor que como lectores o críticos de la misma obra que somos, haciendo cuerpo con ella, en un final que es comienzo”. Afirmación que desenvuelve sujetos o cuerpos ocultos, inéditos, contrasentidos, biografía y desveladas ironías en un registro que se acerca al modo dramático de El pueblo está más seguro que hoy presentamos[4]. Un autor siempre es autor de una sola obra.

     No soy yo, justamente, la mejor lectora de la obra de Thonis pero sí soy lectora de otra literatura –como llamé a fines de los 90 a su obra[5], otra literatura: la que cree que la literatura es guerra. Esa otra literatura es un animado golpe en esta sociedad literaria profesional, vacuna, que en la espuma de los días rumia solo una escritura banal de cuento para dormir la siesta perpetua mientras otra serie literaria, arrumbada, inédita, fue y vino muchas veces dejando la vida en eso.

     Esta otra literatura, esa otra tradición, atrozmente lúcida, donde los nombres de la historia argentina no se olvidan al mismo tiempo que también –como escribió Luis- “leer la propia letra genera incertidumbre, pero es arduamente ilegible reconocerse en ella”.
  
     Luis Thonis pertenece a una tradición letrada y, a la vez, oral, perorante, la de Macedonio a quien él alguna vez definió como “está en contra del autor porque es autor de un personaje, que se revela comediante de su propio ideal” y separó apropiadamente del rapaz Borges. Una tradición de escritura también lírica que como en “Santidades”, poema de Cuerpos inéditos, en su imperturbable conciencia trágica, define así: “Se puede tener en cuenta / cierto estado de excepción / que tiende a ser permanente / y ante la inminencia de la carnicería / hablar y escribir / de modo que los cuerpos / no hagan caso omiso / de la división que los trabaja / sean solamente cuerpos / y emprendan con plena suficiencia / su reeditada marcha / a los nuevos mataderos”. En Luis Thonis hay una extrema conciencia de esa tradición literaria.

     En “Aquiles a las cuatro” irrumpe escribiendo: “Demasiado sé que los mortales hablan / y los dioses ya callaron... es casi imposible / hablarle de amor a quien se ama” o ”con esos recursos de poeta / pierdo la línea / me es en mucho necesario / que el razonamiento tenga cuerpo de teorema / hábito mediante ellos/ no se cansan de repetirme / que soy ficción...” o “me han dicho que orinar mucho / es signo de gran lucidez mental / hago mi chorreante tributo / a una omnipresente diosa de Rencor”. Última línea que recuerda un retazo de La gran salina de Ricardo Zelarayán, otro gritón perorante.

    Pero mi memoria guarda tenaz de Cuerpos inéditos “A tres sonetos de Shakespeare”, relato o ensayo donde el camino que hace la escritura es un encuentro luminoso, un caerse perfecto porque no se ve el salto. Thonis en toda su obra unirá motivos y sentidos sin término alguno: historia y lengua, relato como narración de las acciones y escritura, novela y ensayo o alucinación y existencia poética armando un difícil continuo. Difícil para este mundo que perdió literatura. Así es “Terminal”: largos pasajes entre Shakespeare-mujer amada aunados en frases crueles, justas y hermosas porque –dice allí- “no hay un antes ni un después cronológico en su universal intersección”.
   Manera analítica feroz que fermenta y desequilibra toda lectura que se proponga y detenga en algún punto aislado de ese recorrido instantáneo. Filosofía o saber o conciencia vertical del decir en la totalidad de su letra porque cada sintagma, cada fraseo aloja, veloz y en primer plano, la sabiduría literaria de todo lo que leyó y recuerda.

   Así puede permitirse crónicas de serpenteante cronología, como “Fábulas vedadas” donde afirma: “la de las emanaciones de un continente que conoce a la crónica como un modo de apaciguar la extensión” y de ese modo desanda el desierto americano tan mal escrito hoy con inauditos y extravagantes pero verosímiles personajes como ¡el piojo y la chinche! Thonis sabe de enhebrarse en la gran literatura argentina, en alguna primitiva versión de “Viento agrio”, relato que alguna vez pensó dentro de la serie El vuelo del narrador, un enfermo Mansilla, residente ya en Europa, recuerda, no importa si por escrito o no, su empañada hazaña con los indios. El atildado pero decaído prócer literario es ese buen realista que entre malón estatal y excursión de autor parece ya saber la teoría invertida del desierto helado de Aira diciendo: “Estoy seguro de que mi enfermedad no es la tuberculosis sino la contracara de una salud pampeana donde mi rostro era abofeteado por el viento: no soy baqueano ni científico para poder explicar esa erosión de vida que nos hacía mejores en estos lugares”. Thonis, siempre, con desaforados personajes-escribas, tiende un precioso puente con autores abandonados como Holmberg y si puedo pensarlo, además, en la serie de Martínez Estrada y Murena es porque ley y creencia, saber bíblico (los recurrentes vasos rotos o la vasija en pedazos, el poema “Baruch persevera” de su primer libro), fábulas cristianas y los clásicos se combinan sin tregua en un presente catastrófico y campean en su obra de modo hoy desacostumbrado[6]: hoy lo desacostumbrado es la literatura.
  
    Su escritura es por momentos aforística, incrustante de singulares e intempestivos “tu”, donde algunos comienzos dicen teorías[7] y sus motivos pueden componer fórmulas últimas: el desastre del mundo, la santidad, la conquista de América, la mujer largamente perseguida, la historia política argentina; son “los dogmas rígidos en su frescura” -como justo los nombra en Cuerpos inéditos en el constante y cruel retorcimiento de su excesiva conciencia.

    Luis iba por aires libres, su pensamiento tenía el piso de sus lecturas pero el donaire de su intrépida cabeza, de su seguro pensamiento. Luis apisonaba saber sobre saber como en “Mosaico para una reedición inédita” aunque dirá también que lo que hay es “la soberbia en la falsa y recelosa humildad” (“A tres sonetos de Shakespeare”).

    Su obra deja oír una risa aún encantada porque en ella se entiende cierto humor, se percibe algo de parodia, Luis pudo anotar en Cuerpos inéditos que “algunas órdenes pescan con redes, otras con cañas” y que “la cronología no entra en la escuela, rebota contra el convento”. Y, encima de eso, aparece en su escritura una amasada gota biográfica que conmueve su cielo y hace de sus libros prismas exasperados con Irlandas y Orientes (“Anales de Sei Shonagon” y “Conjetura irlandesa” entre sus poesías): diría que son los libros barrocos de un singular Lezama que escribe en Buenos Aires –como pensé hace más de 20 años. Y todo esto replica, tintinea nuevamente, en la obra que hoy presentamos.
   
    Luis Thonis, interlocutor de Osvaldo Lamborghini, de Perlongher, de Savino, siempre irá mezclando, como en el último poema que da nombre a todo ese primer libro, “modos de mentar lo nuevo / dejando todo cuerpo inédito / para lavativa en reclusión” porque su obra vuelve al encuentro de amor y fantasía, de historia y política, de literatura que retorna al enigma y al rito de escribir siempre explícitos. Retazos de ella son: “no seas familiar, estrella, no seré vehemente” o “Se puede tropezar con algo peor / con enterados que imitaron su plétora” o “Conozco la mentalidad / de aquellos que hablan bien de lo que detestan / y critican lo que les gusta / por eso lamento que hayan leído mi libro” o “las únicas gracias que damos... es cuando no hallamos el modo de expresarlas”.

  Hoy presentamos El pueblo está más seguro (Ascasubi, 2018), una pieza del mejor realista, allí escribe: “Tengo una navaja con la cual me corto los callos que me salen de mis hábitos de paseante sin bulevares. Sin esa melancolía no puede haber poesía”.

  El pueblo está más seguro sabe que es farsa, tramoya social, intelectual, risa y verdad. Un personaje, Plácido, dice: “Tengo mis dudas. Simpatizo con una elite medianamente civilizada, que imaginé en el mangrullo de mi infancia, entre dos palmeras erguidas. A mi poeta predilecto le gustaba echar pestes contra la lámpara de gas pero no usaba velas. Me aburren los progresistas esquemáticos (…) que quieren igualarlo todo. Creo que cada pueblo tiene el comisario que se merece y en éste las reses se asan a un fuego demasiado lento. En el fondo, soy un aristócrata. Norma Regules (se toma la cabeza, escandalizada, pero al mirarlo le gana la emoción): Qué hombre maravilloso. Esas provocaciones tan sutiles me excitan más que los discursos revolucionarios”.

  Luis Thonis-dandi guerrero, como quiso pensarse, igual que su personaje Plácido, sabe que sus únicas armas son sus libros y también como Bataglia, otro personaje de esta plaqueta, entiende que sus “dichos encantan damas” aunque rápido retruca el autor: “Bataglia espanta ánimas”.

  No soy la mejor lectora de la obra de Luis Thonis, tampoco me gusta el teatro salvo alguno, donde rumbo a peor la cosa parece hablar de nosotros. Eso pasa en el de Beckett, en el de Jane Bowles, en el de Copi, en el de Milita Molina.  El pueblo está más seguro pertenece a la rara tradición contemporánea argentina de Los Sospechados de Milita Molina, en la devastadora escena de una sociedad de máscaras donde la escoria cultural compone el pensamiento oficial. En estos libros todo está dicho pero pocos quieren leerlo, con Savino pensamos a veces que nadie quiere reconocerse y en ellos ¡estamos casi todos!

  Luis Thonis retrata progresismos que matan, monos con navaja que sufrimos muchos, pueblos que aman a sus dictadores, filósofos portátiles -para decirlo con el libro de Milita, poetas que se ganan la vida como policías. Y, a la manera de Kafka, la acción está en “El pueblo más cercano”, el de los cielitos patrióticos –escribe Luis mezclándolo todo pero siendo más claro que el agua.

  Luis retrata lo que tenemos al lado, escritores conciliadores, políticas económicas mortíferas, teorías salvíficas, mujeres que quieren ser encantadas mientras hacen negocios literarios, la repetida historia argentina de denuncias, coimas, buenas intenciones y escritores profesionales o funcionarios.

  LuisThonis-guerrero es uno de esos genios insoportables que siguen hablando cuando todos acuerdan que lo mejor es callar. Luis seguía leyendo y pensando, y el que sigue fuera del rebaño nunca es bien visto. Secreto claro, valga la imagen que me lleva a Murena, a ese realismo inesperado, fatal y abierto que puede incluso con la risa que esos mismos devaneos traen. 

  La literatura-otra, realista, de Luis Thonis, ajustada, anacrónica a la berreta que hoy circula que debiera llamarse cualquier cosa –como dice Christian Ferrer, es una obra casi desatinada, plegada y entendida en subjetividades muy fuertes y únicas; literatura extraña, brillante, sabia, que marcó que la vanguardia era un negocio[8] y que la historia literaria una guerra de sensibilidades.
 Literatura como guerra de amor es la obra de Luis Thonis porque como él bien dijo: “Los grandes escritores no son sentimentales: son hipersensibles”.

  Thonis supo que el compromiso, la moral que adoptó en general nuestra crítica y nuestra literatura triunfante, a la que luego siguió la vacua forma posmoderna que no termina, eran cosas muertas y no la verdadera ética, la verdadera guerra que él fue el primero en ver en nuestra pampa como el Gulag. Eso es imperdonable, lo sé bien.

  Luis leyó y gritó la genialidad de Néstor Sánchez, de Di Benedetto, de Arenas.

  Luis escribió que “Clausewitz no sin un toque de ironía enseña que el que declara la guerra no es el que la inicia sino el que decide repeler la agresión”. Y voy a repetir lo que dije en el retrato que escribí para su homenaje a comienzos de este año, voy a repetir lo que Luis Thonis dijo de Osvaldo Lamborghini: “Carecía, hay que decirlo, de los celos de la peor especie: los que le envidian a uno su relación con la verdad.”





[1] En “El pueblo está más seguro” dice un personaje-escritor: “Charlie: Es que vos siempre discutís todo. No hay que ponerse en contra de la corriente. Si no dejás títere con cabeza no podés quejarte. Yo busco la conciliación”.
 
[2] Dirá Luis Thonis, en alguna versión de su libro sobre O. Lamborghini inédito, que Jorge Panesi, en un reportaje donde le preguntan sobre la lectura, defiende la crítica del valor que se abre con la literatura de Borges y lo cita como un lector excéntrico: Tal vez la única crítica que yo recuerde como enloquecida es la de Luis Thonis, una crítica que resulta muchas veces deslumbrante, arriesgada en sus gustos, en sus falacias ideológicas.” Y Luis Thonis comenta que “habla de falacias ideológicas de mi parte porque tiene en cuenta la reacción de un público cautivo por décadas de cultura castrotercermunista que son obstáculos insalvables para pensar algo... Las falacias ideológicasde las que habla Jorge Panesi tienen que ver con que no soy ni populista y nunca adherí al marxismo leninismo castrotercermundista, desde los ochenta quise que mis contemporáneos leyeran a Carlos Franqui y Reynaldo Arenas. La condición para que sucediera algo nuevo en el país era un corte crítico con el utopismo de los sesenta y setenta que reproducen la estructura de un duelo crónico.” Luego continúa: “El único que sintonizaba conmigo era Hugo Savino: era el único que había leído a Simon Leys que mostraba la lecturaque Barthes podía tener de la China maoísta, hecha a la medida de los consumidores contestatarios (…). Savino por mucho tiempo fue intratable para la vanguardia tercermundista, maoísta, sartreana que hoy ha culminando en la producción de vergüenza ajena, terminó siendo kirchnerista y chavista (…) Osvaldo optó por el disfraz: se decía “marxista” cuando era anticomunista y se llamó “homosexual” cuando era inequívocamente un puritano impuro de tan duro…”

[3] En Cuerpos inéditos (1995) leemos: ”Había cosas que no toleraban nombre”, como el amor, como el error de escribir... donde a la vez que se supone dicha imposibilidad, se da comienzo a un trabajado enigma nominal que recorre todos los ensayos y condensados relatos de este libro.

[4] Donde escribe: “Es la primera vez que me entrevistan como poeta. Sabía que este día iba a llegar. Cuando era chico le tenía miedo a la oscuridad... alguna vez alguien dijo que si el miedo del niño se debe a la oscuridad o a los cuentos de las niñeras. Bueno, yo no tenía niñera. Era un chico solitario que miraba el cielo... de ahí debe venir mi pasión, bien nacional por otra parte, por los cielitos. Usted tiene que entenderme porque vestida de celeste y blanco…”
[5] Laura Estrin, “Literatura argentina, otra literatura” (Acerca de Cuerpos inéditos y otros textos de Luis Thonis), Rev. Universidad Austral, “Semiosis Ilimitada” N°1- “El otro”, 2002.-
                
[6] Dice Thonis: “Murena resultaba ilegible: hería los mitos argentinos, no era marxista leninista, populista ni adhería a los liberales que justificaban dictaduras. Sus lecturas de la religión lo alejaban de las vanguardias en su mayoría alienadas, a excepción del dadaísmo, a la Kultur y en contra de la civilización…” (Versión inédita de Un guante para O. Lamborghini).

[7] Diversos aunque extremos, algunos de sus cuentos como “Exculpación del museo” o “Xirden” son Kafka y un poco Deleuze, por su intensa inmovilidad –el primer caso pertenece a Cuerpos inéditos y el segundo a una versión perdida de El vuelo del narrador en la perspectiva de entrar en una ciudad muerta, única para el que espera pero a la que se llega siempre a destiempo. Además, es, ya por el elaborado género policial, ya por la denunciante retórica, un poco borgeano. Igualmente, en “Hombres del nido” (Cuerpos inéditos) un enigma como una lucha, es un perfil-Borges que podemos entrever en, por ejemplo: “Los hombres del Nido... no eran sino una de las expresiones encarnadas de aquello mismo que combatían y fue de mucha ayuda la presencia de ese intruso, ahora llamado huésped... sus hombres decidieron tácitamente hacer silencio por siempre en esa noche que fue su mayor proeza”.
  
[8]A poco de conocida, la vanguardia comenzaba a aburrirme. Nadie quería pelear en serio, era un mundo distinto al que había conocido en los años de plomo. No hay cosa peor que dejar los combates a medio terminar: la literatura estaba en otra parte y prematuramente yo había escrito sobre Murena, Néstor Sánchez, Cerretani y Di Benedetto demostrando que con las teorías de Ricardo Piglia era imposible leerlos” (Thonis en una versión del inédito sobre Osvaldo Lamborghini).


9.4.13

Sobre Sánchez de Baigorria, por Laura Estrin





Alexander Herzen en mitad de la tragedia que vivió y en el derrumbe de su esperanza en el ´48 francés escribió: 

Hombres de fe, hombres de amor, como se denomina en oposición a nosotros, hombres de la duda y de la negación; no saben lo que es arrancar de raíz las esperanzas alimentadas a lo largo de toda una vida; no conocen la enfermedad de la verdad..."


 Sobre Sánchez es un buen libro mezclado. La palabra goterío que vale todo un continente, una Siberia en las letras argentinas: Este es un libro de geografía pero también de vida, es decir, que se trata en él del tiempo: “El tiempo vuela. Y las moscas del tiempo también vuelan…” y ese juego pronto deja de serlo porque ¡¿quienes son moscas!? me lleva al epígrafe donde Zelarayán y Kant (¡!) piden piedad por las inútiles moscas, con ironía, que es otra piedad, una piedad dura, durísima, sin atenuantes, como con la que trató Sánchez.

 No es lo mismo querer ser que ser: hay gente que es. Sánchez. Uno se cansa de esperar a la gente para que sea, sentí-escribí una vez. Algunos hombres son sin proyecto. Vigilia eterna, sinceridad perpetua. Carne viva, ningún engaño sobre sí mismos ni sobre los demás-tristes-moscas… el punto de existencia debiera ser ese. También terriblemente porque “para sobrevivir, casi siempre uno necesita mentir”.

 "Cuánto cuesta un poema?": Sánchez fue un narrador que quiso narrar poesía. Su novela poemática. Todo lo contrario a lo que puedo llamar hombres de prosa o cómodos de letras, como los llamaba Nicolás Rosa. Porque todos hoy quieren ser novelistas: Sánchez quiso ser poeta.

 El libro de Baigorria está guiado por interrogantes. El registro es mezclado, a lo mejor eso lo hace buen libro. Querer seguir leyéndolo es la mejor garantía de que lo es.

 Baigorria ve los pesares de Sánchez: ser duro, pelearse por una afirmación del gusto. Baigorria dice en este libro lo que pone nerviosos a los hombres-de- prosa: Sánchez no hizo ficción ni buscó recursos ni procedimientos que se precisan cuando la vida no puede convertirse, ella misma, en materia estética, así lo dijo. Por eso es biográfico, sin miedo, y muy claro: “Sánchez debatía con todo el peso de sus músculos y su metro noventa de estatura contra el realismo literario, la escritura comercial, los vendidos al mercado”. Sánchez jugó todo. Siempre hay que leer con el pecho y medirse con todos los brazos. Esos autores se juegan la vida. La del cuerpo, otra no hay. Por eso Baigorria dice que para Sánchez la mentira es lo contrario de lo sagrado: una nueva sinceridad, una honestidad como ética propia: otro realismo o realismo extremo. Ahí la revelación de Gurdjieff, que siempre recordarían los que trataron a Sánchez, le hizo decir: “Si esto fuera realmente cierto merecería dedicarle la vida”.
 Y más: “Porque ´la nostalgia de escritura´ (quizá una forma de la repetición…), replica Sánchez, se vuelve insignificante frente a la dimensión de conocimiento que aparece al contar con un instrumento que ya no es el lenguaje sino la experiencia del cuerpo en vínculo con lo sagrado… La noción ´sagrado´ habría que revisarla, aparece plagada de prejuicios… Sagrado es todo aquello que me demuestra cabalmente, en la experiencia concreta, en la experiencia viviente, que no se puede mentir. Ahí está el credo: la experiencia no miente”.

 Y los pesares de Sánchez, su vida entera, están bien agarrados cuando Baigorria anota: “Seguro, está en la lista negra de los que rechazaron en forma literal al mundo. Sin otra operación más que sobre su propia carne. Mostrando la herida, como un santo. Se dirá: ´silencio literario´”. Pero la literatura se juega en la vida, entonces, el silencio es la muerte.

Sánchez sabía que la vida era escritura en presente, así entiendo cuando este libro apunta que el relato del antes rompe el sentido, el de después, el de la experiencia, imposible o inútil. Acá (en Rusia –quiso decir el insoportable Jodasievich), es imposible, afuera (en París), inútil. Jodasievich fue un lúcido poeta quejoso que penó el exilio enloqueciendo. Por eso es bueno leer a Baigorria notando que el viaje de Sánchez es el del anti-flaneur, el que no mira perdido una ciudad extranjera y el del anti-exilio. Y Baigorria de esto parece conocer: “Hay que cuidarse de no meter el pie en el agujero negro. No caer en la depresión del sedentario, ese aparato de captura con música de tango: ´el viajero que huye/ tarde o temprano detiene su andar´”. Sedentario y nómade para la literatura extrema son lugares intercambiables y simultáneos, ese punto donde se conoce la vida, el mundo –según Mansilla, otro enorme viajero–, es lo mismo.

 Hugo Savino escribió sobre Sánchez, acá está citado y escuchado. Los libros son siempre islas de comparación (“no se puede explicar un gusto, sólo se puede comparar con otros”), de formas, de modos, paralelos desgarbados de allá, Kerouac, y de acá, Puig.

 Biografía y autobiografía pelean sin molestarse, abundándose, se tratan una a otra en Sobre Sánchez. Baigorria sabe que “el que más habla de sustraer el yo, es el que más preso está en la cárcel del yo”. En la ciudadela siempre alguien levanta la ceja y dice: ¿Quién puede escribir una autobiografía? O, directamente: ¿Quién es para escribir una autobiografía? Hay autores que lo primero que escriben es una. Shklovski. Este libro no es ni biografía ni autobiografía, ojalá siempre haya libros sin género como éste.

 Si me apuran –como dijo Viñas… digo que me gusta más la segunda parte que la primera: el encuentro entre él y Sánchez fue imposible. Entonces hay que leer y escribir, y escribir sólo se puede de lo propio, lo único que se sabe. Entonces Baigorria tiene algo para decir y ahí lo dice. Aunque se demore en el relato de drogas, claro dice que el problema de Sánchez estaba más acá o más allá de ellas.

 Cita a Sánchez: “-Pero la improvisación tiene un límite”. Sanchez ritmó pero supo. Supo de la tonta repetición y del sabio decirse otra vez. Dice Baigorria: “Un sensible que no soportaría demoras en su intento radical de dejar todo atrás, de dedicarse a una disciplina que pudiera romper lo que funciona en automático, abolir la esclavitud del hábito mental y corporal, suprimir la repetición de gestos que se hacen por costumbre. Por supuesto que debía insistir, querer que los demás lo siguieran. Debía ser difícil de soportar”. La literatura y su inhumanidad, el fracaso absoluto del humanismo, esa política de la bondad en prosa, una de sus formas: los hombres de prosa son soportables, buenos, amables, corteses, comprensibles, ubicados, correctos y comprensivos en su paternal entender, variante del dejar caer al otro, del denuesto de esa obra que viene a importunar, a confundir.

 Variantes, diferencias: Zelarayán decía que había dejado la poesía cuando dejó de escuchar bien, Sánchez cuando perdió lo que llamó épica. Quizá lo que aquí se llama el “carácter hipnótico de la vida”, “había perdido el sentido de la vida. Para él, todo tendría sentido si no existiese la muerte”.
Y uno agradece a Baigorria la cita, el recuerdo.





Baigorria anda por recuerdos, citas, cosas que le dijeron, cosas que supo, lo que hizo… en un momento agrega: “habría que procurar siempre incluirse de otro modo”. Baigorria piensa y escribe que Sánchez “difícilmente reía de los chistes de otros”, que “huir es rechazar todo lo que te rechaza”, que escritura y experiencia se unían en él, que Sánchez peleó contra lo invencible, la muerte: parece que sentía que no podía ser que “uno se pase la vida como un imbécil y que cuando empieza a entender algo tenga que morir”. Baigorria trae pensamientos crudos que ayudan a vivir y a entender. Saberes. “Aun cuando todo funcione, hay días miserables”: saberes de vida, de la vida de Baigorria, de la vida en la ribera. Como Wernicke. Saberes de la derrota. Como de Wernicke escribió Monteagudo.
 Sánchez fracasó al esperar que Gurdijeff le funcionara como un salvoconducto, pero sólo la condena del escepticismo es la que crea, la que hace escribir. El que grita, insatisfecho, escribe. La escritura es una queja a la que no se la lleva el viento.

 Sánchez escribió lo que tenía que aprender y perdió en la tarea el ánimo, eso también lo leo en Sobre Sánchez. Un libro bueno porque se pierde, digresiones –dirán algunos, yo le llamo vida-propia entre la ficción alambicada que puede ser ajena. “Intento escribir sobre Sánchez y de pronto hay crecida y el terreno se inunda” – es hermosa esa frase y es una especie de fracaso también, luego sigue anotando y anuda: “Como decía Haroldo Conti, en Sudeste, hablando de otra época pero que todavía se constata en los isleños viejos: los habitantes del río son semejantes al río y por eso sobreviven y por eso también parecen hoscos, sombríos, lejanos, solitarios. Destemplados. ´No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él. Son tan lentos y constantes como el río. Y sobre todo, tan indiferentes como el río¨”.

 Baigorria va destilando: “Se precisa poder para desacatar, para ser libre”, también comenta justo que la vida se complica en placeres u obligaciones que a veces se confunden. Baigorria cuenta su vida y lo que fue juntando, sus trabajos en otra Siberia, Canadá, lejana a la Chacarita que retrató Sánchez pero muy dura e imprevisible, como aquella. Dice: “la vida sedentaria tiene más problemas que la nómade. Pero es algo que a la larga se vuelve inevitable. La velocidad merma, la energía también. Hay que aprender a administrar los recursos, incluidos los fantásticos”.