25.3.18

Entre las vías y otros poemas, por Nicolás Ricci




De la luna


Salgo para fumar al patio y ver la luna
no hace calor ni frío y se escuchan en el aire
un rumor televisivo y voces y risas
y puteadas superpuestas a las risas
como exigidas esta noche por las risas
y las puteadas no sucesivas de la televisión
que llegan saltando por los postes a las casas
y de las casas al patio, su rumor
que me recibe, acá, cuando salgo
al patio para fumar y ver la luna
porque acosté temprano a mi hijo
y siempre que fumo, acá, miro la luna
cuya fase a esta altura del mes ignoraba
pero el paredón del vecino hoy
no deja ver ni el disco ni el semidisco
ni la variable moribunda o naciente de la luna
solo lo negro azulado del fondo por encima
de los últimos ruidos comunales de la noche
después no quedará, cuando entre, más que
un efluvio de humo y el sabor del humo
en mi boca y la consecuencia del humo
en el futuro quieto de la noche vacía.




Veredas

Salir por la mañana y ver
después de haber pensado y discutido
las configuraciones de la posmodernidad;
salir y ver, digo,
a la luz real de la mañana
un caballo solo
pastando en la vereda.
Pero también
el revoque conurbano de las fábricas
que se asienta en el país, y se decanta.
Artero, el elemento de la tarde
colmada una vez más
de voces que recaen
disímiles en la vereda baldeada del vecino.
De una casa corre hacia el cordón
un trazo perpetuo de agua sucia
no hay hora que no esté
y con los meses
y con los meses
ha aparecido un verdor
casi invisible pero vivo.
También ahí, en ese charco: vida.
Pero también
escuchaba en la distancia
el bajo de una cumbia:
tres notas (undos-trés)
que se repetían (undos-trés)  
o mejor, un modelo
que variaba pentatónico el sonido pero
cuya figura se conservaba inalterable
para felicidad de la especie humana.
Nada más llegaba:
los gritos de los chicos se quedaron
en la tarde. Y de repente
algo se hizo sentir
no mucho más allá
era de noche como ahora
y se sintió
ineludible como una duda
atravesó el patio de baldosas y
abrió su paso entre las sábanas colgadas y
subió después por las paredes ásperas y
paseó audiblemente por los techos y
levantó las viejas capas de membrana y
cuando estuvo adentro
nadie lo nombró pero
ahí
estaba.



Los polos

Cruzaron transversalmente los días
las horas de casualidad asintomáticas fueron llenando
el espacio vacío entre aquel pedazo de vida
y este otro pedazo apenas de latidos
y metabolismo; entre las dos porciones
(digamos) de homeostasis
temporaria; entre las dos
paciencias sobornables; entre
la vulnerabilidad de un hueso expuesto
y las voces de alto ante la maquinaria servil de la paciencia;
entre las bocas de las hojas verdes
que sabían tragar la tarde sofocada y la visión
de un hombre sentado entre las vías, visto de arriba,
el hombre más solo del mundo entre las vías.




16.3.18

Bajo las lilas, por Jorgelina Vittori



Debajo de las sábanas frescas, todavía sé que fue el nombre de una novela que fijé hermoso en mi memoria temprana de verano. Lo guardé pragmática en todas las estaciones para usarlo alguna vez; lo guardé involuntaria cada vez que por una razón u otra se me presentaba.

Y Lila además era el nombre de la muchacha que limpiaba la casa y cuidaba a nuestros amigos, hija e hijo de madre profesional y separada. Excepcional para un pueblo en tiempos de no divorcios.

Debajo de las lilas había kilómetros de personajes y escenas de calor sofocante de verano. Las lilas eran un paliativo sonoro y visual, fresco en la tapa de un libro de colección de época.

Ahora bien, bajo las lilas, y no debajo, rebota poética y consume todo intento racional, se lo chupa, lo devora. Da cobijo a la mirada, oveja negra de la familia, y atrae un cuerpo que de vez en cuando se da cuenta de que siente intenso y por sí solo.

La galería en verano era lo más fresco y Lila se sentaba ahí a descansar la frente y el cuello sudados, mientras yo sacaba el libro y me ponía a leer en el cuarto a dos o tres casas de distancia, casi a oscuras por completo y con un solo hilito de luz mientras mis hermanas simulaban dormir. La oscuridad amortiguaba el calor temprano de la siesta y el temor fantasma de mamá a las calles vacías tomadas por algún sátiro. La tapa era dura, con un cartel de fondo rojo, de un tamaño adecuado para una mano de nueve o diez años y la figura predominante de un muchacho sentado en un umbral a lo Tom Sawyer o Huckleberry Finn.

Las voces apretaban fuerte palabras de amor ahogadas, de labios contra labios. El novio de Lila se movía nervioso y expectante en la vereda después de haberle tirado, apasionado, del brazo para que saliera. Entonces Lila era una palabra fresca y sensual en la tapa de nuestras bocas, ahora precoces, que, dos o tres persianas de por medio, cuchicheaban.

Había que juntar coraje y pronunciar la palabra, el nombre propio que hacía arder el cuerpo zigzagueante; la frase, confesar el estado de la cosa: primero era frío, frío; luego, caliente, caliente; y finalmente quemado.

No había mucho más para agregar. El resto se completaba solo.

Enero de 2018


8.3.18

Parafern, por Francisco Garamona




Marcela se frotó los labios
con una raíz alucinógena,
y de la noche bajaron
los desiertos del sonido,
aquellas soledades luminosas
en las patas de los caballos.
En un jardín hundido por el peso
de las mazorqueras ella me dijo
otra vez su nombre, algo como
el ala extraviada de una novia
en la seda, o esas ligaduras
de punky encadenada con aguafresas.
Pero la gravedad del aire
nos exprimió pomelos;
palabras sin sentido, levemente
nórdicas, cuando intoxicados
tragamos los restos de la música.
Pensé que alguno de los dos
debió tomar otro camino,
algo distinto entre los utensillos
de goma del encaje. Cuando ya se abrían
selvas de verde canibalismo sexual,
y un ruido de pisadas en la maleza
nos hizo levantar la cabeza.


Hay una base de agua mansa
en el laboratorio creado
por el papá y el bebé
en el altillo de la casa.
¿Quién los agarra entonces
cuando el vapor se esfuma y empieza
a apretar en el cuerpo dolorido?
Un pajonal con casas se recrea
en la imagen desordenada que se aproxima.
La bañera se llena, la ballena es de hule,
sustancia puesta a discurrir sobre las formas,
el encaje del método y las partes
destinadas al pudor.
Un ojo esgrime el peso muerto de los relicarios,
la luna es gris materia que se atrasa,
en el plato de chapa bajo la iglesia,
hay rumores sordos, efebos vestidos raramente.


Aquí la pongo, a la nota,
sin ser un convencido de nada;
la realidad fotocopiada
en el cielo que surte efecto
en estas tripas, pampas señeras.
Un cuerpo esqueletea al aire,
su celda que es campo y chaca:
niña torcida en los minaretes,
del polvo rosado su montoncito
de pescado. En pequeñas partes
lo que alguna vez fue amado:
es olvidado. Y esto es lo que aprendí
al final. Lo amado se recobra
en el leño de la fogata,
señas torcazas en el puro tiempo,
y no en lo lento o sea rápido:
océano. Allí lo incierto
de lo que se tiene por probado
entre cardos de bestiales cabezas,
su fuente un paraíso detenido,
figuras/estambres de carbón rizado
que un pobre diablo grabó
con su tridente. Todo lujo fausto,
todo toque sabático que interpola
frasesillas del tiempo en los granaderos.
La mañana allá en el cielo
como el último alimento. Se fuga,
señales de excremento en el techo
de paja. La tristeza aciaga
de las callecitas y las citas
punguistas bajo el gris ozono,
lana de pichón que se agota
en los puestos, tejido huero
verlo allí en lo desnudo.
La comadreja de los ojos transidos
y la liebre de los dedos diestros
para el pillaje, no saben terminar
lo que comienzan, como ellas
yo también me pongo en marcha,
y tin tin la carnuza avanza
y lo que se queda espanta,
la sangre que hace resbalar
en los chiqueros.


La desproporción de ese crimen
con el castigo que le toca,
la desproporción de ese cigarro
con el riz de la boquilla,
la desproporción de esta garcha
con esta cajetilla,
la desproporción del veneno,
con lo que se percibe tomándolo,
lo que se expande,
con lo que se contrae
lo que se rompe,
con lo que se queda colgado de la nada.
La desproporción de esa mano
con el anillito de la abuelita,
la desproporción de la grafía china,
con los versos a la japonesa.
El morbo horroroso de esa milanesa herida,
allí troncal bajo la mesa,
su pedal es tristeza,
mecedoras blandas, enjutas en los inviernos de la federación,
polvo de nieve golpeando las primeras cabezas del siglo,
desproporcionadas, doloridas.
Huesos rotos en la mochila de la espalda,
porque yo también combatí la ley
desproporcionado en el no o en el hado.
Ah, el puto tiempo ya da igual…,
a todo San Martín le llega su Merceditas de horror,
el cenotafio trip de un largo viaje. 

 (Ediciones del Diego, Buenos Aires, 2000)


1.3.18

Mi corazón es un tiburón blanco, por Valentina Vallejos


(fragmento)



Un desierto enorme y un oasis solo para otros y no para Valerie Solanas el centro de esta historia. Valerie recuerda que los oasis son ilusiones que estimulan a los tiburones en busca de sangre, no importa si el resto los tiene y ella no. Finalmente se nos arrebatará todo de las manos en algún momento, sin distinción y eso la consuela. El problema es que a Warhola, Andrew, no le han quitado nada.
Lee una carta que se sabe de memoria.

VALERIE
Andy,
Te dije que me pagarás por el manuscrito.
¿Te consideras muy genial?
¿Cómo no puedes soltar un par de dólares por una obra de teatro?

Eso escribí una semana después de haberte pasado la única copia que tenía de mi obra.
No me contestaste el teléfono en todo un día. Entonces te fui a dejar esta postal que hice con una cartulina estampada de rosas que había robado de un diario mural de la Universidad. El mural hablaba pestes de las pastillas anticonceptivas. Rompí las hojas impresas y me quedé con la cartulina para hacer un mural con la cara de la mujer más hermosa del mundo, pero en lugar de hacer eso, te hice una postal a ti.
Vine a tu departamento.
No me recibiste, se la di a uno de tus “amigos” y me prometió pasártela. Pero sentí temor y se la quité, se asomó uno de tus amantes y me dijo que él te la daría y la dejó sobre un mesón al costado de la puerta, que tenía una de esas bufandas de plumas que usaban los travestis amigos del arte. Vi esas rosas sobre esas plumas horribles destinadas a una mujer hermosa y cuando se dieron vuelta a seguir tomando champaña, la saqué. Hubiera preferido mis rosas sobre tu peluca platinada que sobre esas plumas teñidas.
Lamenté no haber hecho un mural con su cara.
Si la hubieras leído podríamos haber hablado de rosas y tiburones y no de balas y dinero.
Seguiste sin contestar el teléfono.
Estabas deprimido. Encontrabas tu vida vacía. Eso me contó esa gorda rubia y drogadicta que se decía tu asistente.
Maricón, deprimido con cuatro hueones grabándote para hacer una película de tu acontecer.
Yo también me deprimí.
Los actores que había invitado para actuar en la obra necesitaban leerla y como no les pagaba, no los podía retener con una idea solamente. Trataba de volver a escribir la obra pero la había olvidado por completo. Les decía que la llevaría pronto, les hablaba del concepto y esas mierdas para dilatar el momento de la entrega, pero estaba convirtiéndome en una charlatana, en una intelectual de café que habla de sus proyectos y no lo los concreta.
No tenía cigarros y fumaba el té de las bolsas que botaban en la basura y con eso mi deseo de dejar de ser puta me iba ahorcando. Estaba casi asfixiada y salió este anuncio de la editorial que buscaba escritores nuevos, pedían dos manuscritos y yo tenía S.C.U.M. y tú, la ameba del Pop Art, mi obra de teatro.
Podría haber escrito otra cosa pero en vez de eso me obsesioné con tu bisoñé.
Tú, rubio falso, cuando saliste de tu depresión, contestaste el teléfono y con toda la indolencia presente en todo el legado maricón que has dejado, me dijiste que lo habías perdido.
Lo perdió.
¿Qué me dirías tú, el muy maraco, si te hubiera perdido una de tus fotos polaroid de Elvis Presley?
Otra depresión y de dos semanas.
Fuiste cruel.
Yo me defendí y gracias a mi defensa te hiciste millonario, más amigo de las modelos y más frío y traidor que la antigua versión de ti mismo.
Los tiburones son de tendencias carroñeras y prefieren atacar animales que estén viejos, heridos o agonizando. Un nadador activo en el agua representa más una amenaza que un plato de comida.

Las imágenes se desfiguran, todas se derriten y esa baba se esparce por todas las paredes y pisos.