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1.7.24

Cuestionario Marcel Proust a Mariano Combi


¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?

Vivir haciendo lo que me gusta totalmente despreocupado por la mirada ajena.


¿Cuál es tu miedo más grande?

Vivir una vida totalmente alejada de lo que me gusta hacer. Sería realmente una pesadilla. Eso y la enfermedad.


¿Cuál es el rasgo que más deplorás de vos mismo?

La hiperpreocupación por la mirada ajena.


¿Cuál ha sido tu mayor atrevimiento en la vida?

No sé, no soy particularmente atrevido.


¿Cuál considerás que es actualmente la virtud más sobrevalorada?

La fortaleza.


¿Qué es lo que más te disgusta de tu apariencia?

Mi escasa cabellera, admiro y envidio a los viejos con mucho cabello. Y mi baja estatura, pero con el tiempo la voy aceptando.


¿Cuáles son las palabras que más usás?

Ridículo, no tiene sentido, específicamente, cuestión. Hay muchas más, pero justo ahora se me olvidaron.


¿Qué es de lo que más te arrepentís?

Haber perdido tiempo con estupideces y titubeos durante mi juventud.


¿Cuál considerás que es tu estado actual de ánimo?

Entre neutral y bueno.


¿Cuál es tu posesión más preciada?

Varias. Libros, discos, objetos, plantas. No puedo pensar en una sola ni en un orden jerárquico.


¿Cuál considerás que es la peor miseria?

La miseria material (pobreza).


¿Con qué personaje histórico te identificás?

Me identifico con los rasgos poco prácticos de Leonardo Da Vinci, no con su gran inteligencia y genio y demás. Me siento cercano a su espíritu inquieto y disperso, caprichoso, y a su tendencia a empezar varias cosas y dejarlas a medio hacer. También me identifico con artistas marginales como Henry Darger o Kalervo Palsa, aunque todas estas identificaciones son exageradas.


¿Cuál es la cualidad que más te gusta de una mujer?

La cordialidad.


¿Cuál es la cualidad que más te gusta de un hombre?

La cordialidad.


¿Quién es tu héroe preferido de ficción?

Joseph K.


¿Cómo te gustaría morir?

Dormido y sin haber sufrido dolores ni malestares profundos previamente.


¿Qué apodos tenés?

Marian. Algunos amigos me llaman por mi apellido, Combi, porque es más corto que mi nombre.


¿Dónde y cuándo sos feliz?

En la ciudad donde vivo, cuando sé que tengo tiempo y ganas de hacer lo que me gusta. Y cuando estoy entre amigos y gente con la que me puedo entender.


¿Cuál es el rasgo de personalidad que menos te gusta de un hombre?

El canchereo.


¿Cuándo mentís?

Cuando no quiero hacer algo o ir a algún lugar y tampoco quiero ofender o ser desconsiderado con la persona en cuestión. O cuando la verdad es algo muy íntimo y prefiero no decirlo.


¿Cuál es tu idea de la muerte?

Es el fin.


¿Qué no perdonarías?

Si me piden disculpas tiendo a perdonar todo con el paso del tiempo.


¿Qué te hace reír?

Todo aquello que se manifieste como algo absurdo (me pasa con casi todas las cosas).


¿Qué te hace llorar?

Las historias de amor, sean buenas o malas.


¿Cuál considerás que es tu mayor logro?

Haber podido hacer todas las cosas que hice teniendo en cuenta mis limitaciones (psicológicas sobre todo).


¿Qué es para vos un buen insulto?

Una buena síntesis.

17.5.23

La ruta de la edición: KUNSTFLUG EDICIONES

 


Seis preguntas a editorsx
Hoy responde Julieta Messer de Kunstflug ediciones



Nuestra editorial se llama Kunstflug ediciones y actualmente nos distribuye Waldhuter libros. El nombre de la editorial es una palabra en alemán que significa “Acrobacia áerea”. Me gustaba la idea de que editar es algo medio acrobático, que tiene que ver con el vértigo y con el concepto artístico de ese vuelo. De hecho, en alemán “Kunst” es arte y “Flug” es vuelo. Pero las palabras combinadas significan “Acrobacia aérea”. Soy yo sola editando y trabajo con un maquetador que se encarga del armado del libro y del diseño de las tapas. Arrancamos hace seis años. Por el momento tenemos siete títulos. Publicamos varios géneros: crónica, teatro, poesía, etc.- No hay un criterio: me interesa un libro y voy y lo publico.


¿Qué estás leyendo?

Leo varias cosas a la vez -siempre-, mientras preparo el último final de mi carrera (Lic. en Artes), tengo a mi lado varios libros diferentes para ir mechando entre el material académico y algo menos árido. En este momento volví a re-leer un libro que me gusta mucho que se llama “¿Cuánta tierra necesita un hombre?” de Tolstoi. También siempre anda por ahí alguna antología de poemas de William Blake que funciona casi a modo de oráculo de mesa de luz. Y siempre revolotea el muy vigente libro de Foster Wallace “La broma infinita”. En el medio sigo estudiando y tengo apuntes tirados por todos lados: Brecht, Pasolini, Ricoeur, cosas académicas. Dentro de poco termina este -bello- martirio.


¿Cuáles son esos autores a los que siempre volvés?

Los rusos, casi todos: todo lo que sé de literatura lo sé de los rusos. Bueno y de Kafka también, la verdad. También me gusta mucho Flaubert, pero no todo, algunos de sus libros. Y poesía leo bastante, me gusta mucho Yves Bonnefoy por ejemplo. No leo mucha literatura contemporánea. Prefiero leer literatura clásica. Igualmente trato de estar al tanto de los contemporáneos, porque además de la editorial, tengo una librería y estoy permanentemente en contacto con libros nuevos. Siempre aparecen algunas joyitas, esas pequeñas revelaciones contemporáneas como por ejemplo Alejandra Kamiya, una escritora excelente que escribe unos cuentos que son realmente muy buenos, con un muy buen nivel.


¿Cómo es el proceso de lectura de un manuscrito?

Es un proceso bastante obsesivo. Leo de 7 a 10 veces el manuscrito. Siempre algo se te pasa cuando empezás en el proceso de corrección, pero en general venimos bien y el máximo de errores una vez impreso el libro puede ser uno o dos. Es difícil cuando estás muy sumergida en un texto, entrar en una cosa estéril y objetiva. Antes de leer completo un manuscrito, igual siempre pedimos un resumen y el primer capítulo, en general se ve enseguida si el libro va a interesar o no. Es algo muy personal, realmente.


¿Qué tiene que tener un libro para que te interese publicarlo?

Tiene que ser original, genuino, en lo posible apolítico. No panfletario. O sea, puede describir a través de la narrativa o crónica un momento histórico, pero sin dejar una marca tendenciosa. Porque ya de por sí el libro es un dispositivo para pensar. Que cada persona cuando lo lea piense lo que quiera, pero no me interesa que el libro tenga una marca fuerte “de bandos”. No soy una editorial que busca hacer marketing con eso. Todo lo contrario: mi editorial pierde plata o la recupera tarde. El libro que edito tiene que ser acerca de un tema en dónde se note que quién escribe es curioso y tiene intereses relacionados con algún género literario. Luego claro la originalidad de cómo escribe. Es decir: forma y contenido. Todo es importante. También tengo que llevarme bien con el autor/a. Que entienda que una editorial pequeña en principio pierde plata o la recupera tarde -como dije antes- Pero que su porcentaje de precio de tapa que acordamos siempre se le va a liquidar en tiempo y forma. No cobro por editar los libros, leo algo, me gusta, lo edito. Me hago cargo de todo. Es un poco un hobby caro, pero con responsabilidad de ir formando un catálogo de calidad, con libros cuidados en todo el proceso de edición.


¿Cuánto intervenís en los textos que publicás?

Hago sugerencias de todo tipo, sin tratar de comprometer a la persona que escribe en que me diga que SÍ a tal o cual cosa. Por ejemplo, tratamos de consensuar el diseño gráfico de la tapa haciéndole llegar varias versiones. En general los escritores tendemos a escribir más y a tener poco poder de síntesis, entonces también puedo sugerir hacer “recortes” en pequeños pasajes que me parecen redundantes. Trato de meterme lo menos posible, pero a veces es interesante una mirada externa, en este caso la mirada de la “Editora”, o sea yo, jaja, para poder tener una persona externa que ve de otra forma el corpus y que a partir de esa mirada nueva, da sus propias opiniones, en general es una negociación permanente.


¿Qué relación buscás entre el arte de tapa y el texto que presenta?

En primera instancia que la tapa tenga un mensaje claro, que no sea para nada críptica, que no tenga demasiada información. Sino que simplemente refleje el contenido del libro de un solo pantallazo. Prefiero lo antiguo que lo moderno. No me interesa una tapa barroca. Prefiero que sea visualmente atractiva sin ser muy ornamentada. Me gusta lo clásico y lo colorido. No me gustan las tapas que melancolizan los interiores, todo se trata de poder buscar una coherencia entre lo que editamos, lo que quieren los autores/as y lo que es más “vendible”. Equilibrio difícil pero no imposible. Es cuestión de tener en cuenta a todos/as y trabajar con mucho ahínco y también con mucha alegría.

12.8.21

Literatura del escándalo, por Javier Fernández Paupy

 

Todas las noches escribo algo (Mansalva, 2021), libro póstumo de Carlos Correas, se lee como una autobiografía o, por lo menos, da cuenta minuciosa de la vida de un autor inigualable. En este tomo están los elementos para descifrar su obra con más perspectiva. La época en la que vivió, sus lecturas, su derrotero en el universo revisteril de su tiempo, la aventura y el conocimiento de un querer citadino, su soledad, su sexualidad, su afición al diario como un registro y trabajo sobre sí mismo, la práctica de la autobiografía novelada, su amistad con Masotta, sus lecturas de Sartre, Arlt y Borges, sus traducciones de Kafka, Kant, Kierkegaard. Es un contrapunto único para entender la obra de Correas. Compilado por Jorge Quiroga y Federico Barea, el libro está divido en seis apartados. Asistimos a una disección temática de la obra de Carlos Correas.

La literatura de Correas apunta en contra del aburguesamiento. «La literatura agoniza por exceso de críticos» anotaba a sus veintidós años, cuando reseñaba una novela de Valentín Fernando para la revista de Héctor Murena, Las ciento y una. En esa nota que hoy se lee como un manifiesto, el joven Correas proponía su programa de escritura en contra de una literatura anodina: «
Nuestra tarea de escritores debe abarcar la totalidad sintéticamente. Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo. Una literatura de suicidas para suicidas. Podríamos decir, que la nuestra tiene que ser una literatura homeopática, es decir, que cure los males con los males mismos. Y debemos hacerla con todo rigor, inflexiblemente, sin pedir ni dar tregua ya que no tenemos otra manera de amar a nuestro público y este es nuestra única esperanza».

En este libro vemos la transformación de la mirada de un autor. Desde esos textos tempranos y belicosos, al aplomo minucioso y mordaz con el que desacredita malas traducciones, hace exégesis de distintas versiones de traducciones de Marx, elogia casos aislados como la traducción incompleta de El idiota de la familia que hizo Patricio Canto.
Correas se burla de traductores a los que define de “garruleros y botarates”. Con gracejo destruye la impericia de las malas traducciones y de los divulgadores de mala estofa. Así, anota: «La traducción de Manuel Lamana, en 1963, de la Critique de la raison dialectique (edición francesa de 1960), para Editorial Losada, es execrable y sólo puede llevar al lector a la idiotez». También dice con desacato: «De Ruggiero sufre de pereza mental y confusionismo y ramplonería y se desliza al inevitable parasitismo que brota “como hongos” en todo movimiento filosófico que cobra influjo espiritual». Agresión, ironía, burla, sentido profundo, talento.

Para mí, Correas es el heredero absoluto de Roberto Arlt. Carlos Correas es un escritor del futuro. Y las generaciones venideras lo van a seguir descubriendo. Van a encontrar la fuerza y la precisión de su escritura para dar cuenta y reponer las condiciones materiales de una época y su mirada singular de la vida. En una entrevista con Jorge Quiroga, Correas dice sobre Arlt:
«Desde y por Arlt sabemos que hasta ahora no hay cultura argentina posible si no comienza ejerciéndose en el elemento de la violencia opresiva y la prepotencia. Y que toda respuesta a esa situación deberá fundar y practicar la cultura a través de la contraviolencia y la contraprepotencia. Contra los cultos que necesariamente nos violentan y los violentos que necesariamente nos cultivan, no seremos cultos de otro modo ni haremos otra cultura si no violentamos y prepotenciamos a nuestra vez». Correas entiende que «Arlt, (…) nos divulgó que el secreto de la cultura yace en la violencia». La tragicidad de su obra y de su vida aparecen en sus personajes pero también se desliza en sus comentarios críticos. La presencia de la muerte como un reconocimiento ineludible. La posibilidad del suicidio como una voluntad soberana.

Correas, lector de Kafka, analiza la obra del checo desde categorías singulares: detalle, amor, deseo, clarividencia, alienación, soledad, prostitución, el mundo. Correas afirma que «habría que vivir 300 años para leer todo lo que hay que leer». Y en esa entrevista publicada hace más de veinte años en El ojo mocho muestra sus intereses como lector y sus relecturas. Casi nada de “novedades” y la insistencia de unos pocos autores.
Se podría pensar que el característico y minucioso detallismo de Correas que sugiere con la descripción material la atmósfera moral muestra en sus crónicas de la televisión argentina la decadencia de nuestra civilización. Mariano Grondona, Mario Pergollini son los títeres de turno para mostrar la idiotez de nuestro Gran Guiñol espectacular y sin vida de la decadencia local. Me parece que el lenguaje claro y limpio de Correas, su registro variado y preciso, su tono reconocible, ese es su estilo y lo llevó a todas partes. Hay algo que me parece absolutamente extraordinario en Correas y es su capacidad de decirlo todo en un lenguaje llano no exento de profundidad. Haber dejado por escrito, en clave autobiográfica, lo que cualquier otra persona que aspira a la decencia burguesa se cuidaría en ocultar.

Es un lugar común pero no por eso menos cierto decir que hay editoriales que publican libros para un público que existe, mientras que  hay otras que arriesgan capital económico y también simbólico para un lector que quizás todavía no existe. Habría que decir que los textos que estaban dispersos de Carlos Correas, ahora reunidos en un libro editado por Mansalva, me lleva a pensar en esos lectores y esas lectoras que todavía no existen. Como en su momento fue un hallazgo de la editorial la publicación de Los jóvenes (2012). Estaba faltando este libro que ahora existe con el título de Todas las noches escribo algo. A la vez ya existía pero no en forma de libro sino como una suma de textos dispersos que un grupo reducido de lectores apasionados ya conocía. Es un libro fundamental para nuestro presente y también para las futuras generaciones.

8.11.20

Kafka y su padre, por Carlos Correas



Valga para el caso la siguiente anécdota. Una tarde, no hace mucho, yo caminaba junto a un paredón del cementerio de la Recoleta. Delante de mí, a unos metros, iba una pareja, un matrimonio, probablemente. La mujer llevaba de la mano a una niñita de unos cuatro o cinco años, quizás su hija; estaba absorbida en la conversación con el hombre y desatendía a la pequeña; ésta, de pronto, se inclinó y, sin dejar de trotar a la par de su madre, agarró una ramita de un montón próximo al cordón (los árboles habían sido recién podados). Los tres seguían su marcha, y la pequeña empuñaba la ramita y la azotaba como si empuñara el aire. La madre todavía no lo había advertido, hasta que repentinamente la vio. Medio se detuvo, se cernió sobre la chica y exclamó con voz aguda: “¿De dónde sacaste ese palo?” El acento se empinaba aún más en el “dón…”, en el “…cas…” y en el “pa…”, y el tono era de estupor escandalizado, desconcierto, extrañeza. Una madre demasiado nerviosa, tensa, se dirá. De acuerdo. Pero me interesa el contenido de esa frase. Además de la transformación de la ramita en palo, y a pesar de toda la trivialidad que se tienda a ver en el episodio, hay ahí la significación de lo que se podría llamar una pedagogía para la monstruosidad. ¿Se ha comprendido? Así –aunque no solamente así– se crían monstruos, a saber, hijos minados por la conciencia imbuida de ser anómalos, o ajenos, o raros, o malsanos. En consecuencia, hijos en quienes la humanidad resulta mutilada. No “Dejá ese palo”, o “Con ese palo te podés lastimar”, etc., sino “¿De dónde sacaste ese palo?”, es decir: “¿Qué es eso? ¿Qué llevo yo a mi lado? ¿Qué extraño ser es éste que saca palos de la nada? ¿Qué clase de demonios lo poseen que le ponen palos en la mano para dañar y hacer el mal y…?



Fragmento tomado de: Carlos Correas, Kafka y su padre (Leviatán, 1983)


6.4.20

Encuentro con Néstor Sánchez, por Luis Thonis



El presente diálogo con Néstor Sánchez tuvo como punto de partida la publicación de su libro de relatos La condición efímera, Sudamericana, 1988. Me fue solicitado por un suplemento literario pero luego por motivos varios no llegó a publicarse. Data de febrero de 1989.
Ni Néstor Sánchez quería un reportaje convencional ni yo sabía cómo hacerlo. Ambos estábamos de acuerdo en que es un arte donde no debe evitarse el conflicto, que éste era preferible a la fusión adormecedora. La convención fue monástica: si uno podía escuchar mínimamente a otro, habría leña para el fuego. Este encuentro surgió de abdicar de la formalidad maniatada, sin abandonar por eso el orden retórico de los tópicos, para que un diálogo tenga lugar.
Cabe al lector adaptar las coordenadas temporales, el registro de las señas del mapa cultural del momento, inferir si estas voces que a veces intercambian sus lugares, permiten que pase algo de la obra diversa de alguien que desde su primera línea trazó –encontró– una frontera, un límite desde el cual atravesar esa “maldición escolar” a la que refiere: guardiana de mil caras de un malestar vencido una y otra vez en su escrito que se transforma en sinónimo y causa de un malentendido acérrimo para la “voluntad de consenso”.
L. T.

Luis Thonis: Néstor Sánchez, tengo cierta hipótesis sobre su escritura. Pienso que hay una velocidad en sus frases donde reside la dificultad, el desafío de leerlo. No es que vaya rápido, en el sentido de correr. Es más bien lo contrario: la velocidad es la interrupción de un circuito, donde todo circula dócilmente. Ante todo, el de la lengua. Si el lector no capta el ritmo, el no reconocer los códigos habituales, puede dejar de leer. Habría que empezar por la música. En Siberia blues está el jazz, y el tango. Son, por decirlo así, ataques diferentes.
Néstor Sánchez: En Siberia blues  trato de la memoria del cuerpo en relación a las mitologías populares: el jazz, el tango, la poesía, el baile, el turf. Las extiendo sobre una mesa de disección, como juegos de lenguaje. En mi último libro, La condición efímera, en el relato “Adagio para Viola de Amore” menciono a Telemann. En Siberia blues hay una celebración y un homenaje al jazz en tanto improvisación profunda sobre un tema dado. Estas mitologías han sido condenadas a la ley de la entropía. Por eso en “Adagio” hablo de la historia invertida de una creencia.

L.T.: En la revista Innombrable en el 86 se publicó un ensayo de Liliana Guaragno que indagaba el motivo –más que el tema– del doble en su literatura. Lo vincula con la música, dice que cada vez que hay un cuarteto se produce la irrupción de un quinteto.
N.S.: Eso está muy bien. Pero no tuve ninguna intencionalidad. Si hay dobles en los Orsinis tienen que ver con la recurrencia.
L.T.: Por ejemplo, Heriberto Orsini encuentra, o recurre ¿en Donald Gleason?
N.S.: Sí, hay líneas de vida. Un intelectual tiene un espejo en otro, un gánster en otro gánster, un músico en un músico…
L.T.: Pero se cruzan: Heriberto es un intelectual y un gánster. Hay que estar muy atento y seguir en qué líneas deriva la ruptura de la identidad.
N.S.: Hay líneas indefectibles, definidas, del orden. Pero están las que responden a la fatalidad. En las líneas definidas es lo mismo ser cajero que albañil, o corredor. Son las otras las que aluden al drama de la individualidad.
L.T.: La fatalidad suena un poco al azar en las experiencias no definidas…
N.S.: Son líneas que responden a lo clandestino.
L.T.: En su caso, Néstor Sánchez, lo clandestino es algo fiel a sí mismo porque hay una estética. Pero puede ser el oficio más unilateral cuando se trata de determinar la marginalidad cultural, no hablo de la social. Hay cierto, mucha vanguardia que declama estar “fuera” cuando es notorio que está perfectamente ubicada como el cortesano en el ala del palacio. Recuerda la paradoja del barbero que no puede afeitarse a sí mismo. Abundan los “anti”, tanto que “cultura oficial” ha llegado a ser una expresión sin significado… con la chata jerga que cultivan no pueden estar en contra de nada… de la literatura tal vez sí.
N.S.: La antiliteratura es eterna. Por eso mi libro se llama La condición efímera. A diferencia de otros libros míos se escribe en torno a disyuntivas éticas.
L.T.: Yo voy a hacer un poco de historia, entrar en el terreno más prohibido de una franja de vanguardia. Aclarando primero que en sus años de ausencia en el país –de 1969 al 86– se aseguraba que estaba muerto. Alguna vez en una de esas reuniones de escritores para romper el conmovedor aburrimiento –todos, qué maravilla, estaban de acuerdo en todo lo que mencioné: casi todos dieron vuelta la cara, buscaban un apuntador ausente para preguntar quién es ese Sánchez, tal vez el padre de una precoz narradora. Bueno, yo también soy un malo por excelencia en esta vieja película, siempre la misma. Sigo con la historia. Su nombre a partir de los Orsinis pudo sonar junto a otros escritores latinoamericanos de lo que se llamó el “boom”.
Algunos publicaban en Seix Barral, estaban los elogios de Cortázar, dijo que Cómico de la lengua era un milagro, incluso que usted había ido más lejos que todos ellos. Una palabra de peso, generosa y cierta. Pero usted da un giro: se dedica al estudio del sánscrito. En más de diez años lo único que llegó fue el reportaje de Héctor Bianchotti en la Quinzaine Littéraire, que publicamos después en Innombrable. Creíamos que estaba muerto: lo hicimos como homenaje. Me disculpo por eso… quiero señalar qué clase de clandestinidad se trata en su excepcional caso. Yo hablaría más bien de un anonimato que sucedió al amontonamiento publicitario del “boom”.
N.S.: No entiendo cómo pudieron meterme con los escritores del “boom” en las antologías. A mí Vargas Llosa me parece peor que Pérez Galdós. Dije entonces que los escritores del compromiso eran los más irresponsables.
L.T.: Ese tipo de opiniones fue otra contribución a la omisión total. Se puede o no compartirla, pero basta leer especialmente Cómico de la lengua para comprobar que se trata de otra estética, inimaginable entonces, de otra respiración de la lengua.
N.S.: Estos escritores para mí representaban el momento más bajo de una lengua por su falta de relación con la poesía. Julio pensaba lo mismo. Lea lo que escribió en La vuelta al día en ochenta mundos. Y por otra parte, que yo piense así ¿es algo tan grave?
L.T.: En esa época para el medio, sí. Y hoy también. Hubo alguien que se llamó Taine. Hoy está refutado, no lo mencionan por desconocimiento o vergüenza, pero reaparece siempre, hasta posmodernizado. Para él el medio lo explica todo y el sujeto refleja su ambiente. Un paso más y nos hallamos ante el positivismo descarnado: la supervivencia de la lucha por la vida donde triunfa el más apto, es decir, el que mejor se adapta, el que mejor hace deberes para el “eterno” dictum de turno. Por otra parte, usted no hace concesiones: parece que en esta época no se salva literariamente nadie.
N.S.: Rescato las primeras cincuenta páginas de Cien años de soledad. Ahí cuando se señala con el dedo hay cierto efecto de Génesis. Pero no hay llegada del lenguaje, quiero decir, a Márquez le falta una sensibilidad refinada para dar con el ritmo que esto exige. Se queda flotando, se ahoga, abandona la “soledad”, nos condena a otro siglo de novelas por encargo, entramos en la demagogia, la sensiblería, el fascismo…
L.T.: Sánchez… ese último epíteto es de tono muy subido. Suena a invectiva y hoy carecemos de un arte de la injuria. Va a ganarse nuevos enemigos, esto está bien, pero no van a decir nada, sólo añadir un San Benito más a los otros, tantos que pesan sobre su obra.
N.S.: No es un insulto. Lo que ocurre es que hay fascistas tímidos. Devotos de arquetipos. El que sepa leerme entenderá qué estoy diciendo.
L.T.: A mí la palabra fascismo no me escandaliza. Pero me parece vago aplicarla a la literatura, incluso a la que se detesta. Pasolini decía que bajo diversas expresiones el fascismo era la religión de nuestro tiempo. Pienso que quien sepa leerlo interpretará –algo muy distinto a comprender– que hay cierto “fascismo” en el mercado. En el sentido que se está perdiendo, extinguiendo una forma específica de novela argentina que es posible leer en Arlt, en Cortázar, hasta en el mismo Viñas, además de lo hecho por las vanguardias del 70. Está siendo aplastada por las burbujas estereotipadas, enchapadas en el policial norteamericano y el cine correlativo: leemos pésimas traducciones en un tipo de novela que ha perdido el diálogo, el temblor del estilo, el conflicto, y en ese aspecto podría considerarse letal al ejercicio.
N.S.: En el fascismo la bestia en el poder es peor que un anarquista. Ya se sabe qué queda después de un anarquista… un poco de tierra para cultivar. Después de un fascista, en cambio, queda su cuenta de banco, la que decía no tener. No digo que sean “ogros”, eso es “filosofía”, mala literatura, lo son por sus buenas intenciones. Cuando éstas entran en conexión con una política cultural las consecuencias son aberrantes. Si esa palabra molesta, recordaré que más de una vez afirmé que la Argentina sufría una maldición escolar, esa gente refuerza eso…
L.T.: Quieren reeducar absolutamente todo sin…
N.S.: Quieren ganar plata como sea, nada más.
L.T.: En Cortázar yo admiro la primera parte de su obra. Pero están sus llamadas veleidades. Él cayó en una de esas redes donde la necesidad de coherencia política puede llegar hasta diluir la ética.
N.S.: Julio fue leal, siempre. Tenía mucho miedo a la muerte y eso lo llevó a asumir la política como un adolescente.
L.T.: Usted le reclama a la novela una relación con la poesía ¿Tuvo en su obra en cuenta a algún poeta argentino?
N.S.: A Francisco Madariaga. En Siberia blues le hago un pequeño homenaje.
L.T.: En su cuento “Ley de tres” hay un hombre entre dos mujeres. Al leerlo pensé que se puede estar –iba a decir “tener”– con una, ninguna o mil, pero estar así entre dos, bueno, es el principio del fin de la aventura…
N.S.: Depende de la inteligencia de las mujeres. La mujer no inteligente es la mujer madre. En “Ley de tres” lo que podría suceder queda en suspenso. Concedo que el dos es un número muy burdo. El tres en cambio es un número sagrado… la Santísima trinidad. Yo tengo la preocupación que la tecnología en avance va a tirar por tierra lo que queda de las religiones. Hablo de las computadoras, de los bancos de datos que están en Rusia y en los Estados Unidos. El marxismo siempre fue una teoría económica.
L.T.: Se postuló como filosofía dividida, creo, entre materialismo histórico y dialéctico. Habrá que pensar por qué derivó en una religión a veces alucinante, por ejemplo, Marx redujo al pueblo judío a una clase histórica, el pueblo-clase lo llamaba, o sea era sólo una categoría económica…
N.S.: Pero qué bueno es eso de Marx…
L.T.: Fue una reducción pero no hay nada en sus escritos –¿cómo escribe, no? – que justifique lo que el estalinismo llevó a cabo, me refiero a las masacres. Habría que indagar –aunque interese poco ya que no es temático, es un tópico, un lugar de discusión– si en los nudos de las vanguardias no prosiguen las llamadas guerras de religión aunque por otros medios. Piense en el lugar que la Trinidad tiene en la obra de Joyce, o cómo Kafka toma la ley del Antiguo Testamento, en el sentido literal de “edicto”… en cuanto a la cuestión judía…
N.S.: Nosotros los argentinos también somos judíos. Y los peruanos, los uruguayos, todos nosotros estamos listos. Somos un eco de lo que la física llama el quark. El testigo obligado del fenómeno.
L.T.: Quarks es un término que Gell Mann tomó de Finnegans Wake para denominar, no sin humor joyceano, a unas partículas que acaecen en millonésimas fracciones de segundo. En Joyce, quark, es un personaje no visto ni oído por nadie. Yo me acuerdo de otra palabra: “quaks”, uno de sus sentidos es “embaucadores”. Si testigo significa etimológicamente “mártir”: ¿no habrá martirios embaucadores? No creo que la satelización del mundo sea algo terrible, apocalíptico. La prueba de fuego es cómo las culturas van a evitar ser americanizadas totalmente, o caso de la Unión Soviética, rusificadas, como Polonia. Pero a su vez no caer en “fascismos”. Porque ante la a veces brutal modernización en ascenso recrudecen los fundamentalismos, intentos desesperados de recuperar una identidad perdida. En ellos la palabra suele coincidir con el código: sentencia a muerte a todo lo diferente.
N.S.: ¿Y China? A mí me interesa todo lo chino, incluso Mao. No deje afuera a los chinos que son muchos y enormemente correctos.
L.T.: En su literatura hay más de un toque de arte clásico chino. También está, creo, lo hindú. En su antológico –para mí– relato “Diario en Manhattan” de La condición efímera el narrador toma verbalmente la isla desde una posición “zen”, como si la escritura pulsara el temple del arco en esa ciudad eco, doble, “sostén” de Nueva York. Imperceptiblemente se oye la impostura sexual que trabaja la vida americana, la ausencia de estilo en primer término, es decir, la brutalidad, la liberación del boy-scout, la militancia homosexual, la voz del matriarcado, la segregación, los mass media que “llegan a producir el deber instantáneo de aullar”, todo el furor egoísta que no es incompatible con la tenacidad comunitaria, según escribe. Y se nota que no tiene nada en contra: atraviesa la isla desde lo singular…
N.S.: Sí, es el mito de la Isla contra mis propios mitos. El primero de ellos es el de la condición lumpen: ”Y si un imbécil se ríe es porque es el Tao”.
L.T.: Se detiene en las fruterías, abiertas día y noche. ¿Lo asombra que estén en manos de chinos?
N.S.: Los chinos conforman una isla en medio de la Isla. Un descanso de la usura, de los sacerdotes gigantes que rezan al dios Dólar, los altoparlantes. Los chinos son “reductos a contraimagen”, cito, el narrador aprende de ellos.
L.T.: Y transmite… se ocupa en detalle de los movimientos del cuerpo, a derecha, izquierda, descriptos con minuciosidad, son como acordes, una música que va separándose de cuanto acontece, sin influir ese continuo plebiscito.
N.S.: Son ritos, oraciones, contra la mecanicidad del cuerpo. Propongo ahí la conducta como oración cotidiana, es una disyuntiva ética. Eso es lo lumpen: sé que esta palabra suena peyorativa, pero para mí es santa.
L.T.: Muchos escritores “antiimperialistas” caen de rodillas cuando pisan yanquilandia. Algunos hasta predican desde allá, a buen resguardo, la revolución. Otros transcriben la última película que llegó acá. Sarmiento en su Viaje descubrió algo que sería decisivo en su obra: que ser pobre allá no era un mérito. Usted habla del “lumpen”, alguien que no se explica para nada por la necesidad, tiene, en todo caso mucho más que ver con la libertad que esas figuras macizas, que parecen salidas de un pandemónium conductista. Creo que pocos escritores actuales norteamericanos hayan ido más lejos que usted en eso, salvo Thomas Pynchon, quien establece nuevas conexiones entre el dinero, la mierda y la Bomba. Es otro ilegible, en el “Diario…”, por otra parte la cosa no tiene que ver con ideas, sino con ciertos circuitos, esos relámpagos interrumpidos de sus frases…
N.S.: A mí me interesó por un tiempo la literatura beatnik. Ginsberg escribió “Kaddish”, una oración fúnebre judía, que es uno de los mejores poemas en lengua inglesa.
L.T.: En otro relato de La condición efímera, “Las grandes maniobras”, la mujer dice que la desdicha es “un viejo asunto calumniante”…
N.S.: Eso no es distinto de algo que afirmó Nietzsche: que sólo quienes atraviesan un gran dolor tienen la posibilidad de la risa. Una escritura sin humor no tiene posibilidad, pero sin sufrimiento, cómo inventar el humor. Ahora dígame, usted, Luis Thonis, ¿cuántos universos hay?
L.T.: No sé. Giordano Bruno habló de infinitos mundos, lo quemó un tribunal véneto. Sé que la teoría del Big Bang trata de un estallido que sucedió… ¿hace 18.000 millones de años, no? Una detonación irreconstruible para la conciencia. Casi como el pecado original, tal vez más tenue…
N.S.: Eso suena antropomórfico.
L.T.: Dije el pecado original. No hay que confundirlo con otra clase de actos…
N.S.: Explíquese.
L.T.: En el pecado original Adán imita a Dios bajo dictado femenino. Ahí está la falta, irrepetible. Los que imitan a Adán, hablan del nuevo Hombre, etcétera, son adamitas. Jesús dijo que el hombre justo peca por lo menos siete veces por día, imagínese uno… por eso hay teólogos que hablan de la libertad de pecar; San Agustín dice que no hay que tener miedo de equivocarse, la lujuria para él no es algo tan grave como puede serlo la soberbia con la fanfarronería de los dioses cotidianos…
N.S.: No cambie de tema ni se alegre demasiado. El drama del Big Bang es que tiende a la entropía. Y la entropía significa el fin de las religiones, por ingenuas.
L.T.: Pero para que eso ocurra tienen que pasar miles de millones de trillones de años. Y, entonces, seremos ¿inocentes?, ¿otra vez?, ¿no habrá antes otra detonación, en otro agujero, esta vez, blanco?
N.S.: El hombre del futuro va a ser menos ingenuo. Se va a establecer el fin de todas las religiones, por geocéntricas. Ha de haber miles de millones de sistemas solares…
L.T.: Pienso que las religiones son diferentes y por eso no pueden terminar de la misma manera, como por decreto. También está la ética, ahí tampoco puede haber demasiado “progreso”.
Por ejemplo, quienes hoy éticamente se pronuncian contra la condena a muerte de un escritor dictada por el imán chiita aún si son ateos adhieren implícitamente a posturas éticas que se fundan en los mandamientos.
N.S.: A veces no queda sino atarse a una roca. Como decía Eliot: en una playa distante y a riesgo, agrego, que la roca se tome revancha.
L.T.: Otro relato de La condición efímera se llama “Job”. El Job bíblico vive más de ciento cincuenta años, el suyo está en el trigésimo año de su existencia.
N.S.: Desenvuelve un poema de Dylan Thomas, “En memoria de Anne Jones”, que fue su ama de leche.
L.T.: Pienso que en Job hay un reproche hacia el lenguaje. El purismo invertido se manifiesta cuando pregunta cómo de mujer puede nacer algo puro. En el fondo quiere ser inmortal, usted retoma eso, o es su arte el que me hace atribuírselo.
N.S.: Es que el hombre debería poder vivir trescientos mil años, sin escoria.
L.T.: Admiro su apego a la vida. Sé que lo que dice no es potencialmente imposible. Sé que morimos de desinformación: el ADN, que parece es imperecedero, no puede, como sistema recibir el mensaje de las células para que se regeneren, dividiéndose. O sea que se ha descubierto algo inmortal. Pero hasta ahora sólo se ha conseguido doblar, creo, la vida de ratones.
N.S.: Lo que dice es extraordinario. Los ratones, además, son los lúmpenes por excelencia.
L.T.: En todo caso le digo que la cifra hiperbólica que propone postula la inmortalidad de contrabando.
N.S.: Nada de eso. Yo ayer salí del vientre de mi madre. Esa cantidad de años es poca considerada en términos científicos.
L.T.: Usted, para recordar lo dicho por Cortázar, encuentra caminos nuevos, casi desconocidos en literatura. A propósito de eso me acuerdo de una frase casi proverbial, que quien se asoma a lo desconocido no puede ignorar. A ver qué le parece: “Los tontos toman los caminos que suelen evitar los ángeles”.
N.S.: ¡Qué hermosa es! Si me dice quién la escribió la pongo de epígrafe en mi próximo libro.
L.T.: La cita es de Burke, en sus Reflexiones sobre la revolución en Francia, no me acuerdo de quién es, seguro no es jacobina. La vanidad es otro tema importante en su obra, su último libro se abre con una cita del Eclesiastés. ¿Qué le sugiere lo que dice un arrogante personaje de Jane Austen: “But vanity, not love, has been my folly?”
N.S.: Que suena bien, pero que no es así. La vanidad engendra vanidad, nada más. Y el amor locura. En toda experiencia amorosa profunda –y no sólo con mujeres– el organismo comienza a producir anfetaminas. El amor vuelve loco y si no es loco se vuelve loco. La monogamia es un criterio ético ante eso. El odio es inconcebible. Se necesita una enorme pobreza para odiar.
L.T.: No creo que se necesite mucho para eso. Una enorme pobreza ya habla de amor si recuerdo a Ignacio de Loyola. Hoy, además, no hay tiempo para odios personales, lo más abominado suscita tan sólo una etiqueta, o una bomba. Es una época de odio programado donde el otro no llega a tener un rostro. ¿Y los celos, están a medio camino? Me acuerdo de un personaje de Calderón que dice que ella no es sino “toda celos” y que Proust escribe cómo los celos suelen ser mucho más intensos que el amor.
N.S.: También está quien tiene celos de quien está celoso porque no siente siquiera eso… el odio programado es el más destructivo. Yo escribí el “amhor”, con h, porque sé que es imposible. Si querés algo mal te embrutecés. En La condición efímera digo que estamos realmente solos en medio de lo que amamos.
L.T.: Y con un uso de la imagen que cambia constantemente de plano y me ha hecho pensar en el cine mudo.
N.S.: La imagen, así, no miente. La palabra, en cambio, sí. La imagen nos condena a ser lo que somos.
L.T.: Hoy la imagen predomina sobre la palabra. Creo que ya no necesita mentir. Funciona a fuerza de electro-shocks. Pienso que en su escritura la condena se levanta cuando hay un encuentro en esas imágenes de cine mudo y su palabra, esto tiene que ver con los planos, con un arte de escuchar musicalmente el pasado desde otro tiempo irreductible de lectura. Además, esto es lo único que hoy permite subvertir el poder aplastante de unas imágenes que no quisieran interrupción alguna: dividiéndolas, he ahí el efecto mudo, que desconcierta el relato lineal, he ahí la línea auditiva, múltiple, son movimientos que lo dejan a uno sin reflejo donde protegerse, reproducirse. Ahí es donde comienza la lectura.
N.S.: Mi próximo libro trata de todo eso. Se llamará Redención por la delicadeza. Y ahora para terminar quiero me permita un pequeño exabrupto: ya que el amor es imposible –digo–, ¿por qué no cerrar las puertas con cuidado?
L.T.: Hay en esa frase un cierto tono… ¿profético?
N.S.: Espero que no. Los profetas eran enfermos graves. Es cierto que mucho más sanos que los que hoy quieren salvarnos.

Publicado en la revista Pierre Menard n° 1, año 1992.