26.5.13

Inventario de cangrejos, por Sergio Rienzi





Javier Fernández “puso el oído a trabajar” en la calle. Le dijeron una vez algo como “tenés que hacer servicio comunitario”. Pero hizo mucho más que eso con eso.

El cangrejero son los diarios de un diario. Un diario callejero, un diario de la calle con el que se tapan los vagabundos cuando llueve mucho.

Es una lista. ¿Y qué es una lista? Una lista es un inventario.  El cangrejero es un libro de formas sinuosas y exultantes. Un inventario de formas sinuosas, de siluetas difusas que se van desvaneciendo entre páginas, charlas como al pasar de otros pasares, discusiones que transcurren en la calle y no en bares: hombres, vagabundos y personajes como si estuvieran subidos en un tren fantasma que se perdió en el espacio-tiempo. Pero por sobre todo, hay un inventario sutil de personas.  

Son las personas que no están registradas en ningún registro, en ningún lado. Son personas que los demás ya se olvidaron. Son perros perdidos. Perros perdidos. Otros desaparecidos. Los que no pertenecen a ninguna lista, los que dejaron atrás cualquier hilo conductor de algún linaje. Cuando todo es tan residual, tan lejano, hasta el linaje y la historia se evapora.  

Perros no queridos. Perros sin perrera, sin guarderías. Es el diario de un diario. Es el diario de los perros callejeros que hablan. Que hablaron alguna vez. No se debería soltar esta idea. Es el inventario de los perros escuálidos y borrachos y drogadictos que se perdieron en las calles de Buenos Aires y en los alrededores, y nadie fue a reclamarlos. Javier Fernández no salió a hablar con ellos y a contar “sus historietas”. No construyó una cronología de anécdotas. No. Es otro no rotundo. Podría haber sucedido así pero así no fueron las cosas. Alguien tiene que contar cómo fueron las cosas. Javier Fernández se los fue chocando, los fue interceptando o lo fueron interceptando a él en las calles. No es la crónica del niño bien y rico que sabe escribir bonito y salió a cazar historias y crónicas, a hacer periodismo marginal de vanguardia e investigación.
No. Es otro no rotundo. Savino nos enseñó a más de uno que su “lista del no” es una lista radical, visceral: no es cualquier no, no es cualquier lista: es una lista de no que son rotundos.

El cangrejero no fue un “experimento de entorno social”, o “una investigación de campo”. No, no y no. Es el inventario del no rotundo, es el diario de un diario escrito en la calle y escrito por la calle.

Generalmente al crack-up se lo interpreta como un derrumbamiento. Fitzgerald le dio una vuelta de tuerca al concepto. Deleuze lo analiza muy bien, lo interpela, lo pone en interrogatorio. Pero esto es otra cosa. Este es otro crack-up. Este crack-up que construye Fernández no es el de la grieta o el del derrumbe, es el crack-up de la supervivencia. No se trata de un autor desgarrado que opera desde el desgarramiento y la pérdida. No. Será otro no rotundo. Será una lista de no rotundos.

Este es el invento de un nuevo crack-up: este es una música jodida, golpeadora, que se baila al ritmo de la calle, del andar de cangrejos andrajosos que caminan hacia atrás: es el andar desandado del Gallego, son las peripecias callejeras y oscuras de Culo de Mandril tan porfiado como él solo; son las conversas rítmicas  de San Cayetano, con sus pasadizos secretos, con sus tranzas, con sus grutas construidas debajo de la iglesia, linderas, al costado, las que nadie ve ni siente ni escucha.

Es el crack-up de estos amigos efímeros que se van deshilachando con el tiempo en este tren de pasajeros de encuentros pasajeros. Nada de desmoronamiento.

No hay desmoronamiento. No hay desmoronamiento alguno en el baile de los escombros. Se baila en los escombros. Un baile bailado por personas-detritus, escombros entre escombros. ¿Dónde está al desmoronamiento en lo que ya está hecho añicos? Nada de desmoronamientos.

Es la “belleza mendiga” bailando el combate cuerpo a cuerpo de la música de la calle: sonidos crudos, ásperos,  estilo “Street Fighting Man” de los Stones.   

Lo complicado en todo esto, es ir haciendo lo que Javier Fernández hizo: es poner las frases en su lugar. Construir de San Cayetano más que una iglesia, por decir un ejemplo. Poner a hablar a los perros perdidos y que se entienda algo de ese gran malentendido.

Porque Javier Fernández habla la voz de los perros perdidos. No es un lenguaje. Es una caterva de dialectos. Para hablarlo hay que ser políglota, y saber lo que se está hablando. Y las consecuencias de lo que se hace.  Es el inventario de los perros perdidos y de los cangrejos.


//

La literatura argentina se vuelve escarpada, y un poco embrutecida, salvo algunas excepciones.  Este vagabundeo de Fernández le da una bocanada de aire fresco porque por un lado parece no querer pertenecer a ella, y por otro, porque es un vagabundeo. 

Un inventario incluye una cartografía. Sin darse cuenta, Javier Fernández fue reconstruyendo las huellas de esos bueyes perdidos, de esos perros perdidos, de esos cangrejitos afónicos de tanto gritar en la oscuridad. Y El cangrejero tiene que ejecutar el arte del Cangrejo: que es caminar hacia atrás.

Para atrapar cangrejos El cangrejero tiene que imitarlo y caminar hacia atrás, y meterse en los pliegues de su propia historia y de su propio pasado, y nadar en las turbulencias de la memoria y los recuerdos, y cargar con las mochilas de arena de las historias de los otros, que salpican, impactan, duelen.

Son arenas movedizas. Son acantilados. Un paso en falso y Fernández hubiera caído en un vacío del que nadie lo habría rescatado. Los cangrejos caminan hacia atrás, y escuchan voces. El cangrejero tuvo que escuchar voces pedregosas, testimonios, confesiones oscuras, confusas, anécdotas, y esquivar peligros, choques, declaraciones, todo. Esquivar de todo. Es un esgrima de cómo esquivar escribiendo las historias ajenas y la propia. A veces se dejará tentar por algunos peligros, porque los cangrejos no son idiotas, no hablan con uno si uno es demasiado forastero. Los cangrejos son un bosque espeso en el que si te adentras, tenés que tener lo que hay que tener para ellos.  Pero todo el inventario de javier Fernández es un gran accidente. Esa es la magia de su escritura en este libro épico. Está hecho de la falla del encuentro fortuito, causal, coincidente. Del accidente recíproco. De la intercepción.

Del encontronazo esquinal que deja esquirlas.

Son esas cosas que dejan marca-cicatriz. Por eso Fernández tuvo que hacer el inventario de esas cosas que dejan cicatriz: es un inventario de cangrejos con nombres, apodos, también con el espacio en el que van sucediendo esos accidentes de espacio-tiempo. Así, se da una cartografía lenta, que es como  un doblez arremangado y sublingual de ese inventario de fantasmas.

El cangrejero existe porque Javier Fernández vivió. Digo, son los diarios de un diario: son las crónicas que se escriben en la calle, sobre la calle. Son las crónicas de una guerra que no le interesa a nadie contar, y por eso nadie las contó hasta ahora. Porque no se animan. No se animarían nunca a impostar tanto una voz. Y está bien que sea así.

Javier Fernández es hablado por el lenguaje de los cangrejos y los perros perdidos que él tradujo, y los reescribe. Desgraba ahí. Eso es la traducción de la calle.

Es un diario callejero de otros diarios. Insisto. Tengo que insistir.  

Mal que les pese a los escritores que  escriben diarios de tertulias. Siendo esta una indulgencia que ni siquiera me la puedo dejar pasar a mí, después de haber leído este libro.

19.5.13

Malón en cautiverio, por Luis Tedesco





Sobre Malón en cautiverio, poema de Luis Osvaldo Tedesco


Un habla desde el fondo, como viniendo de un cuerpo desterrado, desencajado de lo que no le pertenece, del ámbito que lo excluye, y que lo lleva al desierto.

Con el  ser en la intemperie, que lo aísla y  lo vincula con el desgarramiento de su vida malograda.

El hijo que no tiene nombre, para perdurar en el tiempo, debe  valerse del silencio, y de ese grito. Porque el que no tiene voz, no puede sino crucificarse en la factura que lo hace rendirse a la prepotencia de la pernada, que el patrón con derechos de lujuria, ha inyectado en  vidas, que están al desnudo.

Un habla que dobla lo plebeyo, para anunciar el encierro, (el mundo cautivo) , envuelto en una atmósfera, donde lo carnal es la ausencia, y la verdadera bastardía, donde se da todo un trasfondo  de  situaciones encadenadas que no tienen ninguna salida.

El  que no bebe, al que le extraen los atributos  de  su simple humanidad,  paran  someterlo al signo de su suprema orfandad, el guacho, el que nada posee, ha sido exterminado,  porque ni siquiera debe aparecer como desecho en la ronda de los ignorados.

El  lenguaje del oprobio sufrido, los trabajos y los días, de un lecho profanado, el que siempre retorna como una imagen de lo que nunca debió fructificar. El mundo en un estado de quejumbre y de crispación  por lo que falta en ese malnacer que el hombre repite en su infortunio.

El ser despedazado, la  tensión que retiene el fluir y descobija todo intento del renacer.-


                                                                                 Jorge Quiroga




III

MALÓN EN CAUTIVERIO



“La civilización no suprime la barbarie,
la perfecciona”.

Voltaire



Señor, usté, el que fuere
de usté mi aparecido!

Me instalo picadito queseyó,
revoleo mi suma de oscilantes,
de ser no mío nunca el que decide,

juicioso pie de lances sometidos
en el quedo sin qué do mal me brego,

sin cabayo, sin daga ni tabaco,
ni siquiera redil mi menoscabo
en los campos albores todo brisa,

pinché de imagen, ésta es mi figura:
andar en pata arreando la finisca,

sin hospedaje en las ciudades,
sin calibres de historia mi futuro
en pozos desta tierra desterrado,

ni de poste se luce mi malambo



II

Observe, su cauce accede,
pliega su norma, tiéndese
que no que sí la siempre mueca,

¡señor, usté, el que fuere
de mí su aparecido!,

viruelas le supuran de la especie,
es suyo lo mío cosa yunta
que se fija binaria de condena,

si se viera, si viera en mí
su par sacrificado, su cuerpo rey
trocado en desertor y malnacido,

tan usté malogrado en mi negrada,
con su espesor desértico de padre
aquí, en la torsión donde me escurro,

aquí, en los remiendos del guachito,

viento sisal de mis costuras sopla



III

No exagero si le digo que tengo
pajaritos Sindiós en mi cabeza,

me vienen
de ayá, del masayá de ayá,
del convulsivo piar de mi añoranza,

unos por aquí, otros a distancia,
todos en santiamén de patrocinio,
ninguna mezcla de vuelo, ninguna
duda pa’terrizar en mi cabeza,

como cualidá que se requiere salva,
tinieblas gratinadas del fantasma,
aquí, en el pensoso, se me juntan,
se purgan, se maltrechan entre sí,
aquí procrean sus naves incestuosas,

aquí tienden sus días emotivos
en repulsivo coito sus alturas



IV

¡Señor, el que fuere
de usté mi aparecido!,

sujéteme, preságieme, intúyame,
necesito un lugar en mi rezago,
entiéndame, no es mucho la cuestión,

ya verá si no es verdá esto que digo:
ni sacramentos ni eternidá
de suavidá en gloria mi sustancia,
ni ramazón teológico, ni tampoco
el deleite que viene con la gracia
o pureza del dolor escatimada,

cosas del día, mensurables,
yo le pido,

y disculpe si profano,
pero puestas las cosas deste modo,
en el cerco de quién que me recluye,

que me regula ratoneando esencias,
decoros del fugaz aparecido,

tan poco me hace falta, digo,
cobijas en el catre, lana materna,
trabajo sin destajo, vestimenta
por si una china en alza me lucubra
con sus trenzas florando mi ternura,

todo cerca,
en la mira,
comprensible



V

Ahora me doy cuenta, ahora sí
me veo de corrido,

soy parte suya, patrón, pareciendo
usté que goza, yo su rastro seco,
usté se luce y yo ni de aparato,

cuál haya sido su intención, no sé,
paga poco el maltrato que me da,
¿no le hubiera valido más un reino
extendido en imagen con la suya,
y que sean cuales fueren las distancias
yo siguiese de usté la lejanía?,

si todo lo puede, ¿por qué no pudo
hacer deste que soy, que le desciende,
alguien emancipado con orguyo
en el diario crecer de sus dominios?

Claro, me dicen, vengo de pernada,
no soy la cepa pura de su clase,
usté es heredero de prosapias,
el regocijo es alto en su cocina,

afuera está la chusma que trabaja,
y en los ranchos, benditas de melaza,
chinitas que le trancan su lujuria,
no sea que extrañe, patrón,
sus raudales de soltero.

Bien jodido será su proceder
que de juerga nomás, de puro dueño,
me larga la perrada judicial
mientras duermo enroscado en mis deleites
de malón que acamala sus borregas.

En la dormida usté me crucifica,
estoy al palo y Dios, acaso el Diablo
–jerarcas son los dos en el Oscuro–,
el juez, el comisario, los letrados,
la murga del Estado liberal,
todos con su reputísima jeta,
todos con la sotana en triste yama
pezuñan en mi verga mientras gritan:
“¡Cabecita pijudo malparido,
sin perdón arderás con tu pecado,
y ni pa’l meo te quedará chorizo!”

Entonces desperté, quedar tuyido
no estaba en mis desgracias esa noche,
me repalpé, migraba donde siempre,
sin quemas de mí, ni blando ni erecto
el canelón suavito que la dama
busca para saber de su reyeno.

Suerte, me dije, aun en cautiverio
mi malón se alzará con la cautiva


VI

Uy, uy, uy, qué lances, patrón, qué gesta
manoplan sus ricinos en palacio,
todo legal, cubil parlamentario
me ordena combatir en la frontera
al bolita, al paragüa, lo que venga
parduzco en las mejiyas contemplado.

Y usté, antes patrón, fue general,
vistió casaca, flecos al dorado,
medayero, sombrero Napoleón,
lienzos ceñidos, lástima las nalgas
cayendo en pulpa e’ pera ya madura,
larga capa de británico paño
y botas relucientes como el filo
de una daga lamiendo una mejiya.

Ni albos ni oscuros, éramos mestizos,
malón en cautiverio, montonera
crujida en los destinos de la patria.
La comida era mala, pero caña,
caña fuerte para reír nos daban
luego de matar, esa era la transa.

La máscara fatal nos valentona:
carne de muerte igual que l’enemigo,
la misma piel, la misma ropa sangra,
la misma barba crespa en las viruelas.

En la loma, montado, el general
medita en los degüeyos de la historia:
chupa un mate, lo endulza con guindado,
en silencio se baja del cabayo
y a la sombra del árbol auspicioso
se juega un ajedrez con su teniente.

Abajo es lo de menos, sangre sobra
y a tronar el doquier civilizado,
“el coraje es mejor”, eso lo alegra,
abajo se masacran los iguales,
abajo la bataya siempre gana,

ningún dolor enluta su ironía


VII

Me sacaron del cepo porque el indio
en tierra magra rinconando l’anca
merecía por ser lenguaje infiel
la marca de verdá en lo cristiano:
exterminio total o esclavitú
de sus cuerpos adictos al demonio.

De nuevo a la bataya me ordenaron,
cada indio que cacés tendrás en premio
caña, tupida juerga, pulpería
y el púlpito de Dios en las alturas
murmuyando oración en tu rebenque.

Entonces me dije, ¿de qué?, ¿de quién
soy su aparecido?, el patrón, mi padre,
me desecha por ser de la pernada,
el general me arroja en su bataya,
sobrevivo y la ley me cancerbera,
Dios, el oscuro Dios de las iglesias,
me cilicia los faunos cuando en sueños
me prendo en los encajes de mi dama,

ni catrera ni terrenito tengo
donde afincar mi culo los domingos,
con otros tapes soy de la partida
que embosca al indio vichador de estancias.
Es noche de tinieblas, noche muerta,
ni ruge ni acaricia el cierzo antiguo
ni la maleza es pilcha de fantasmas,
es casi mudo el habla de la tierra.

Lo que embisto es mujer, es cosa frágil,
los hombres se relamen que da gusto
y un chanfle de memoria me tenebra:
esas tetas y vientre fueron madre
y yo soy su raspón americano,
“me tendrán que matar si de cogerla
es saña la que plena sus agayas”,

eso les grité, mal entrecruzadas
las palabras, y nada los detuvo,
vinieron sobre mí, me redujeron,
me alisaron el cuero con lonjazos
y no morí, ya ven, lo estoy contando,
la india dejó su sangre como abono
y murió en mitá de un porongazo.

“Ya vas a ver la lidia que te espera”
dijeron mis iguales
con risas deste mundo


VIII

Madre se me hace herida, patrón, madre
fue casi como usté, pero tendida,
fue casi como usté, pero yorosa,
madre como arpiyera su vientre pardo

yace donde usté la poltronó sumisa,
yace con su marca de patrón sudado,
usté rechoncho de grasa despareja
ni una masita le trajo pa’ rendirla,

usté, como quien yerra su ganado,
coge sin ver y con asco de lujuria,
ni la perfumó siquiera con sus galas
de hombre generoso en el kilombo,

sabe, uno a usté no le pide complacencias,
ni estilo ni rococó ni ropa fina,
ni cabayerosidá siquiera uno le pide,
pero algo de su vulgar pago de coimas,
un ruidito sin meya en sus alforjas,
usté, tan ducho en manejar la mercancía,
ni un biyete le dejó para pañales,

fue así que de su lechosa porquería
nací yo sin que nadie me quisiera,
usté cogió y se fue, abotonando
su chaqueta de patricio a lo francés,
los meses que pasé dentro e’ mi madre
los yevo de convicto endemoniado,

yo me quedé ahí, navegando turbio,
ya de feto en malicia de venganza,
mi madre hizo poco de alimento,
no me mató porque estaba escrito
que de olfato, patrón, en usté daría
mi respirar de puma en la yanura.

Entre mis planes oiga el que le cuento:
me gozaré a sus hijas, las de su mundo,
la grosaré cautivaditas en mi rancho,
ya verá, ya verá qué lindos cabecitas
le escupirán la jeta cuando grandes

vengan por usté, papá, a desquiciarlo


IX

Escarbo en mi gujero y meten miedo
su esqueleto formal, los percheros
donde cuelga la carne de mis días,

tan fornidos turbiones en la lucha
cuando pampa y jinete eran cadencia
y los vientos me alzaban luminoso
y era lindo andar sin disciplina.

Miremé, cepiyado por la ley
son tientos mis andrajos pulmonares,
quebrado el esternón, manco el zurdaje,
ni con puré me chairo los colmiyos
y barbijos de fusta me acicalan.

Miremé, tan enclenque me acorralo
en las chapas sinuosas del escabio,
por si acaso nomás si se me dieran
ciertos bríos de pronto cacheteando
la margura social que calavera,

digo que vengaría deste cuerpo
sus plenos revoleados en desgracia


X

Tan magro y semifijo me retuerzo
ciñendo mis rebusques quejumbrosos,

peludear hacia arriba todo alma
y que su sino crudele no me arrime,

es el nublado, un don de las alturas
la baraja torcida con mi suerte
petaleando barrosa sin figura,
escarnio que me parte la cabeza.

En el fondo, me pienso, lo que duele
es el pasmo, el resueyo tragantado,
el fin sin fin del tiempo donde purgo

guacho mi ayer, mi jeta pozo negro



XI

Verme arribar en ascos de la historia,
todo fardo el cenobio de mis cruces,

tierras de pan yevar la de unos pocos
que lontanan premura con sus goces,
bendichas del cristiano que acamala
templos de gloria en áureos duraderos,

yo de Jesús profeso el sacrificio
y peno por cribarme con el tinto
cuando el cuerpo me cruje punitivo,
azadón de mi carne es la conciencia,

y así nomás me doy en entelequias,
perjuro mi sostén, me muerdo en humo,
liviano como sábana en penumbra
voy donde quieran ir mis resentidos,

vengan, les promiscuo mi avería:
áspero, débil, abandonao, contrito,
los sudores me tripan mancha helada
a mercé del sangrado subcutáneo,

pata y corazón juntos en mi tacha,
soy convicto, enfermedá, soy estorbo
en la luz provechosa de provincia,

los pagos del destierro son mis pagos,
no hay rumbo que pabile este desierto,

ya ni lejanías pienso de consuelo


XII

Nada hay como lamerse codiciado
y usté sabe, patrón, que lo codicio,

que mis piernas están donde su rumba
parroquia omnipotente los estrados,
grite nomás, patrón, que yo le cumplo,
no tengo drama en humiyar orguyos,
yo quiero ser usté cuando latiga.

Usté sale y me ve, medio acabado
pero firme en mis lienzos dependientes,
yo le envidio, papá, su casa en orden,
los cauces de la ley que lo potencian.

Su escalón de abajo, eso vengo a ser,
usté, de verme, baja la mirada,
yo, pa’ verlo, la subo hasta marearme,
usté es como Dios en entrecasa.

Usté suma, decreta, es armazón
de misal su posar indiferente,
su sombra es amplia, mueve las alturas,

mi sombra va de bajo, es como tela
que se arrastra pesada por la mugre.

Así da lo social a cada humano
un lugar en el mundo: usté domina,
yo clamo ser de usté que me rebalsa,
nada hay como lamerse codiciado,
a usté le sobra lo que a mí me falta,
no es cosa personal, es el manubrio,

usté maneja y yo que me deshago


XIII

Y de paso, papá, y ya que está,
puesto que vino a dar en estos yuyos
con todos los engarces de su gloria
a presenciarme saldo que rebaña,

¿vino a fantochear, vino a darse dique,
a solfear con mi olor en matadero,
a tirarme un subsidio si lo voto
y que empoyen, patrón, sus multitudes?

Mire lo que soy, fusca ensangrentada,
digo poco si le digo que me ofende
arrimando un pociyo a mi ventura,
más poco si le digo hijo de puta.

No finja que no sé que usté me sobra,
con plata cualquiera goza, con plata
usté ronca su reyeno, con plata
no hay zanja que le niegue sus enjuagues.

Usté viene de estar en donde quiso,
yo devengo de hacer lo que me ordena,
cuídese, mesié, no se le hagan contra
los pliegues de su toga enarbolada.

Ya no tengo lugares de cobijo,
chingado del camino me hago solo,
recuérdeme, papá, en montonera,

caudiyo de mi muerte yo lo mato


XIV

Cuando a uno se le fruncen las costuras
y se le prende junta la malaria
–la propia que viene por mal nacido
y la otra, la adquirida en lo social–,
solo el can del husmeaje se te arrima,
y digo bien, no pifio cuando afirmo
que si venís de lejos en pobreza
sos del hermano impuro, el que contagia
olor de peste y mal agüero encima.

Retirao del litigio ciudadano
quise emprender solaz en el desierto:
mi china, mi corcel y cuatro chapas
donadas en el siglo venidero
–premio por mis acoples al progreso–,
con eso lugareño plan de vida
tracé en los potreros de mi mente,
y así con apariencia de destino
deserté de ley, vivo como tierra
que aspira de su viento mientras labra.

No retengo de más, no fluyo menos
que lo mucho que miro en lejanía,
la china ceba, vuelvo la mirada
hacia yanuras doctas de su altura,

no tengo prisa en maniatar y gozo,
con el pucho embriago
mis fiebres de soñante,

me esencio baruyando simetrías