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8.6.13

Philippe Sollers - La guerra según Debord





Nunca, como se puede observar, el poder y la arrogancia de la mercadería fueron tan fuertes y tan frágiles. Una crisis en Wall Street, y estalla la convulsión que pronostica un posible derrumbe (como anuncia con orgullo la prensa: “200 millones de dólares se hicieron humo en una hora”). Si no se produce el crac final, se debe probablemente a que es permanente y no tiene fondo. ¿Qué es un libro en este torbellino cada vez más ficticio, que moviliza el dinero como espectro eficaz? ¿Qué quieren decir esas frases impresas para alguien que vuelve de la Buchness de Frankfurt donde, en un horizonte de escaleras mecánicas y de robots ansiosos, una treintena de personas se tiran por la cabeza cientos de miles o millones de dólares mientras hablan de escritores muertos que están más o menos encerrados entre cuatro paredes y bajo control? ¿Y qué es un cuadro bajo el fuego cruzado de las ventas oficiales o paralelas? Mejor no pensar en eso, viva la fuga hacia adelante. Pero igual quiero hablar de un libro que nadie leerá, o que se leerá apenas, de un libro tan destructor y tan invisible a la luz del día como la carta robada de Edgar Allan Poe; de un libro que dice la verdad que nadie quiere, pinchazo en el enorme globo de los intercambios. No lo lean sobre todo si quieren seguir soñando o corriendo por los túneles de la época. Como dijo un filósofo genial cuyo nombre en lo sucesivo es mejor no pronunciar: “el proceso del intercambio se ha identificado con todo uso posible, y lo ha reducido a su capricho”. Y Debord, hoy: “Por primera vez, los dueños de todo lo que se hace y los de todo lo que se dice acerca de los que se hace son los mismos.”

Harían falta muchas páginas para describir las actividades clandestinas de Guy Debord, escritor francés del cual algunos amateurs saben que es, de lejos, el pensador más original y más radical de nuestro tiempo. Un lector en Jerusalén, otro en Estocolmo, uno más en Sydney, dos en París, cinco o seis en otros lugares, es por demás suficiente. Dejemos de lado la Internacional Situacionista y las famosas tesis de La Sociedad del Espectáculo, tesis corregidas y profundizadas en los Comentarios de 1988. Y ahora Panegírico, primer tomo de las memorias de alguien a quien se creía consagrado definitivamente a la impersonalidad de la crítica revolucionaria. Pero en fin, ¿quién es este Debord? ¿Se lo conoce? ¿Dónde se lo puede encontrar? ¿O entrevistarlo? ¿O fotografiarlo? ¿O filmarlo? ¿Cómo vive? ¿Quién le paga? ¿Por qué su editorial no manda sus libros a los periodistas? ¿Quién se cree que es? ¿Por qué nos desprecia? ¿Será un megalómano? ¿Paranoico? ¿Nos opone un silencio implacable? Silenciémoslo. Que no sepa que un individuo de este fin de la historia escapa a nuestra vigilancia. Porque la historia terminó, ¿no? ¿El milagro democrático es eterno? ¿Nuestras tesorerías están alertas las veinticuatro horas? ¿Nuestros faxes también?

Debord, Guy: escritor, pensador estratégico y aventurero francés nacido en París en 1931, en una familia burguesa arruinada por la crisis. Nihilista desde los veinte años. Al contrario de la mayor parte de aquellos que desempeñaron un papel predominante en la explosión de 1968, Debord no renegó de ninguna de sus ideas, ni de su comportamiento, ni de su estilo. Vivió en la oscuridad total, algo que basta para hacer de él un ejemplo de carácter relevante. No recibió ninguna distinción. No parece comprable. Se atrevió a esta frase increíble. “Mi círculo de allegados está formado sólo por aquellos que vinieron por su propio voluntad y supieron hacerse aceptar.” Autores predilectos: Tucídides, Maquiavelo, Retz, Gracián, Lautréamont. Se desentiende del siglo veinte y parece que no espera nada del veintiuno. Desencadena automáticamente algunas furias muy divertidas. Se interesa sobre todo en el arte de la guerra que identifica con el de la escritura. Confiesa sin ninguna molestia su gusto desenfrenado por la bebida y por la borrachera intensa (“una paz magnífica y terrible, el gusto verdadero del paso del tiempo”). Habla admirablemente de François Villon. Vivió mucho en Italia y en España, pero también en una casa perdida de Auvernia (algunas descripciones de paisaje, páginas de antología). Retratos de mujeres brillantes. Prefiere el Borgoña al Burdeos, elección discutible. Prevé con calma catástrofes inauditas. Piensa que la servidumbre es más que nunca voluntaria y lo demuestra con soltura. Hizo que se vuelvan a publicar algunos libros capitales. Formuló una teoría de los juegos que dice aplicar a su vida personal. Hombre de apuestas, pero sin ir más allá. Partidario fanático del conocimiento histórico que confunde, y con razón, con la democracia. Diagnostica el final, ante nuestros ojos, de esa democracia en el momento mismo en que ella celebra su apoteosis espectacular. Piensa que la falsificación es ya general. Sensibilidad extrema subrayada por una frialdad fingida. Perdió diez batallas pero no la guerra. Estilo hiperclásico deliberado, como si el francés estuviera por convertirse en una lengua muerta. Muy fácil de leer, muy difícil de comprender. Fue interrogado por distintas policías. Se burla de la palabra “profesional”, pero escribe: “Fui un muy buen profesional. Pero, ¿en qué? Ese habrá sido mi misterio a los ojos de un mundo condenable.” No está en ningún diccionario. No escribe en diarios. Jamás apareció en televisión. Ejemplo de período oratorio: “El espíritu da vueltas por todas partes y vuelve sobre sí mismo por largo circuitos. Todas las revoluciones entran en la historia, y la historia no abunda en ellas; los ríos de las revoluciones vuelven de donde habían salido, para volver a correr otra vez”.

Precisión: compré este libro de 92 páginas por 80 francos, lo leí inmediatamente en la calle, acto impensable para cualquier otro autor viviente. De ahí mi opinión a los conspiradores del mercado fantasma: hay que prever un alza fulgurante e incontrolable –no necesariamente de manera póstuma.



Traducción del francés: Hugo Savino

Publicado inicialmente en la revista DERIVA n° 2, año 1997.

19.7.12

El socialismo dimanche. El despido de Sollers y el repudio a Bernard Henry Lévy, por Luis Thonis





El gobierno socialista de Hollande no tuvo un buen comienzo en Francia. El insólito despido de Phillipe Sollers luego de trece años de Journal du dimanche por una boutade sobre la mujer de Hollande y esta nota que escribió en su blog sobre el repudio que genera el film de Bernard Henry Lévy, El juramento de Tobrouk, tienen algo en común: el miserabilismo. ¿Qué se cuece en éstas mentes del socialismo dimanche, una Francia vichy-socialista? ¿No sería mejor atender a la crisis sin solución del euro o los problemas de desocupación sin apelar al eterno “pongo impuestos y luego distribuyo” que ha hecho fracasar a los gobiernos socialistas antes de silenciar a los intelectuales?
Esperemos que no se vuelva a los tiempos de Miterrand que hacía la vida imposible a los periodistas críticos. Si apuntaron a Sollers, con la trayectoria que tiene, qué le espera a los otros. El film trata acerca de la caída de la dictadura de Kadafi y no sería bien visto en la Argentina que postula que cada amo puede hacer lo que quiera en su matadero propio: la Presidente llamó “compañero” a Kadafi y puso el grito indignado en el cielo cuando se intervino en Libia para parar la masacre, apoyó a Al Bashir, el genocida de Darfur, no dijo una palabra sobre lo que sucede en Siria, lo haría si se interviniese para parar la masacre indiscriminada. Condenó el golpe de Honduras y luego que su público se distrajo hizo buenas migas con el nuevo gobierno y es posible que la crisis en Paraguay siga el mismo camino. La nota cómica del asunto fueron las condenas de Castro, Chávez –que apoyan a viva voz la masacre en Siria– y la izquierda caníbal transfigurados en demócratas. El juicio político está legitimado por la constitución pero en la Argentina es imposible violarla porque la constitución no rige.
Para colmo en el film aparece el primer ministro británico David Cameron diciendo que no se puede permitir que Libia se transforme en una nueva Bosnia o una nueva Ruanda. Pero aquí estamos en el país de Voltaire que supuestamente no ama a los dictadores. El film recuerda a La columna Leclec hizo una travesía por el desierto para atacar el fuerte de Koufra controlado por los fascistas italianos y el general Leclerc, líder de las fuerzas de Francia libre en 1941–que entró con los aliados en Paris y Estrasburgo, llegando luego al cuartel de Hilter en Berchtesgaden– pronunció el llamado Juramento de Koufra donde se enuncia el objetivo final de la resistencia y la causa aliada: “...Juramos no abandonar las armas hasta que nuestros colores, nuestros bellos colores, floten sobre la Catedral de Estrasburgo”.
La vigencia de este juramento le dice al futuro que Francia sea libre, no la República de Frankistan. ¿Hay que borrar de la historia a un héroe como Leclerc por no haber sido socialista? ¿De Gaulle, el que organizó desde Londres el movimiento Francia libre contra el gobierno pronazi de Vichy y fundador de a V República sería de derecha? ¿Castro y Kadafi estarían del lado bueno de de la historia? ¿Lévy sería “narcisista” por en soledad total haber obrado para detener un exterminio y dar testimonio de ello?
¿Olvidan que la derecha fantasmal que critican ha sido el obstáculo tanto del nacional socialismo como de la izquierda totalitaria? Se puede disentir con Lévy pero es ridículo llamar narcisista a un hombre que escribió sobre lugares del mundo donde Dios –el espectáculo– no pasó.
El gobierno de Hollande comienza por censurar a un apasionado lector de Dante probando una vez más que el infierno es la Moral y los que repudian el film de Lévy le pasan facturas por denunciar la agresión a judíos a quienes se toma como reflejos de un Israel abstracto, inexistente, inventado a la medida de una izquierda nihilista que se da la mano con los hitlero islamitas o por decir que Benedicto XVI tiene sobrados motivos para afirmar que actualmente los cristianos son el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones en el mundo.
Esta izquierda apuesta al porvenir de la negación emprendiéndola contra una derecha mítica, y el despido de Sollers como el repudio de Lévy por gaullista tienen en común a un público semejante a los votantes de Hollande.
El miserabilismo favorece el embrutecimiento masivo y explica el crecimiento de Marine Le Pen en las últimas elecciones, una nostálgica del nazismo que en la Argentina como dijo James Neilson con su autárquico proteccionismo sería de izquierda.



BHL por Phillipe Sollers



Ya me encontré al menos con veinte personas que me han hablado muy mal del film de Bernard Henry Lévy, El juramento de Tobrouk, sin haberlo visto. Un tipo tan espontáneamente detestado debe tener algo de bueno. Fui a ver su film, que es excelente, imágenes y sonido. Se descubre un actor hiper-surrealista que, por la virtuosidad de desplazamientos y comunicación desencadena operaciones militares de gran envergadura. Miradlo, en pleno desierto libio, telefonear por satélite, convocar a Sarkozy, Hillary Clinton, jefes de tribu, israelíes, Turcos.
Un hombre solo, con los medios personales ¿puede demostrar que se puede salvar poblaciones y hacer mover las líneas?
La crítica, hipócrita, le reprocha su "narcisismo". Es verdaderamente enceguecerse, por celos, sobre los momentos asombrosos, como aquel del barco aproximándose al puerto de Misrata en la noche. Creo adivinar lo que choca más: los documentos sobre la primera victoria de la Francia libre, con el coronel Leclerc, en Koufra, que evocan a Malraux y la guerra de España. Los sonámbulos del espectáculo no quieren más que se hable de Historia. Vaya, una cruz de Lorraine en pleno desierto ¿BHL "gaullista"? Seguramente. Su film, entonces, debe ser execrable, en tanto que es simplemente muy bello.



(Traducción: LT)

5.11.11

Philippe Sollers - Los Flirts del Mal

Hay dos clases de flirts. Los del Bien, aproximaciones tímidas, torpes, recelosas, trovadorismo anémico, en vistas de un contrato de no agresión, búsqueda de una afinidad de hermano, de hermana, pudor, rubor, puntualizaciones y cine clásico de la mercancía. Son amables, adolescentes, profundamente inconscientes, nulos. Pero están los flirts del Mal, los más interesantes con toda seguridad.

De un lado, florcita, margarita, te amo un poco, mucho, apasionadamente, hasta la locura, no te amo para nada. Del otro, un poco, no verdaderamente, todavía un poco, y un poco más todavía, es decir, más bien. Los flirts del Bien se deshacen rápido o van hacia una solución de consumación. Los flirts del Mal pueden durar mucho tiempo sin ir a ninguna parte.

No se trata de amor cortés, de galantería, de libertinaje. No tienen nada que ver con la pasión romántica, el amor fusión, el erotismo de catálogo o la pornografía. ¿Entonces qué? Otra cosa. ¿Cómo definir lo que es gratuito? Eso que tiene el aire de nada. Eso que no quiere nada.

El flirt del Mal desestabiliza todo el teatro amoroso. Es más grave que las relaciones íntimas anudadas entre partenaires constantes. Se puede producir no importa dónde, no importa cuándo; como la pasión, es claro, pero sin sanción. Sin embargo, en fin, ¿qué ha hecho uno? Nada. Y esa nada (casi nada) se carga rápidamente de sentido, como si fuera ella misma el pecado. Y en efecto: se blasfema aquí contra ese gran ídolo en que ha devenido la sexualidad. El flirt del Mal tiene lugar entre partenaires conscientes de su inanidad. Todo lo contrario, entonces, de lo que se repite desde hace siglos.

El siglo XIX condenó Las Flores del Mal. El sexo era signo del Diablo. Hoy, es un producto como otros, afásico, que por contra sentido, debe dar valor a la fidelidad, la salud, la seguridad. De un lado, los bajos fondos bestiales, del otro, la eterna flor azul.

El flirt del Mal, en estas condiciones, pone en juego una distancia singular. Ahí, los cómplices sin porvenir, decididos a permanecer disimulados en la muchedumbre crédula. Se reconocen a un golpe de ojo. Conversaciones ácidas, apretones de mano, abrazos furtivos, besos robados pero profundos, deseo que permanece deseo, son especialistas en autoerotismo. El placer es un asunto solitario, va al choque tanto de la publicidad rosa como de la manía orgánica negra.

Estos ladrones saborean, no concluyen. Se atienen al valor de uso contra el valor de cambio. Están al corriente de sus cuerpos, no necesitan profundizar la cuestión. Son los ateos de la nueva religión, y el nuevo clero no se equivoca: es este flirt del Mal –colorido, alegre, improductivo, estéril– lo que hay que prohibir.




Por Philippe Sollers


Traducción: Américo Cristófalo

5.12.10

Simon Leys - Barthes y la China

Esta lectura de Simon Leys fue publicada en La Croix del 9 de febrero del 2009 y es un comentario a la publicación del Diario de mi viaje a China de Roland Barthes.



En abril de 1974, Roland Barthes hizo un viaje a China con un pequeño grupo de sus amigos de Tel Quel. Esta visita había coincidido con una purga colosal y sangrienta, que el régimen maoísta desencadenó en todo el país – la siniestramente famosa “campaña de denuncia de Lin Biao y Confucio” (pi Lin pi Kong).

A su regreso, Barthes publicó en Le Monde un artículo que daba una visión curiosamente jovial de esta violencia totalitaria: “Su nombre mismo, en chino Pilin-Pikong, tintinea como un alegre cascabel, y la campaña se divide en dos juegos inventados: una caricatura, un poema, un sketch de niños en el transcurso del cual, de repente, una niñita maquillada corta entre dos ballets el fantasma de Lin Biao: el Texto político (pero únicamente él) engendra estos mismos happenings.”

En esa época esta lectura me trajo a la memoria un pasaje de Lu Xun – el panfletista chino más genial del siglo XX: “Nuestra civilización china tan elogiada no es más que un festín de carne humana condimentada para los ricos y los poderosos, y eso que llaman China no es más que la cocina en la que se elabora minuciosamente ese guiso. Los que nos alaban sólo pueden ser disculpados en la medida en que no saben de qué hablan, como hacen esos extranjeros que por su encumbrada posición y su existencia acomodada se volvieron completamente ciegos y obtusos.”

Dos años más tarde, el artículo de Barthes se reeditó en una plaqueta de lujo exclusiva para bibliófilos – con el agregado de un postfacio que me inspiró la siguiente nota: “(…) El señor Barthes nos explica aquí en qué consiste la contribución original de su testimonio (que algunos groseros fanáticos habían entendido muy mal en ese entonces): se trataba, nos dice, de explorar un nuevo modo de comentario, ″el comentario de tono no comment″ que sea una manera de ″suspender nuestra enunciación sin llegar a abolirla″. El señor Barthes, que ya tenía muchos títulos en la consideración de la gente culta, acaba tal vez de adquirir uno que le valdrá la inmortalidad, convirtiéndose en el inventor de esta inaudita categoría: el ″discurso ni asertivo, ni negador, ni neutro″, ″las ganas de silencio en forma de discurso especial″. Por este descubrimiento cuyo alcance no se revela de entrada, Barthes llega de hecho - ¿se dan cuenta de ello? – a investir con una dignidad enteramente nueva, a la vieja actividad, tan injustamente desvalorizada, del hablar-para-no-decir-nada. En nombre de las legiones de las ancianas señoras que, todos los días de cinco a seis, parlotean en los salones de té, queremos darle las gracias de manera emotiva. Por último, en este mismo postfacio, y sin duda es algo por lo que muchos deberán estarle agradecidos, el Sr. Barthes define con audacia lo que debería ser el verdadero lugar del intelectual en el mundo contemporáneo, su verdadera función, su honor y su dignidad: se trata, según parece, de mantener con coraje, hacia y contra todos la ″sempiterna parada del Falo″ de la gente comprometida y otros pérfidos defensores del ″sentido brutal″, ese chorreo exquisito de una canillita de agua tibia.“

Y ahora este mismo editor nos entrega el texto de los cuadernos en los que Barthes había consignado día a día los diversos acontecimientos y experiencias de este famoso viaje. ¿Esta lectura podría llevarnos a revisar nuestra opinión?

En estos cuadernos, Barthes anota en fila india, y muy escrupulosamente, toda la interminable perorata de propaganda que le sirven en el transcurso de sus visitas a la comunas agrícolas, a las fábricas, escuelas, jardines zoológicos, hospitales, etc.: “Legumbres: en el último año, 230 millones de libras + manzanas, peras, uva, arroz, maíz, trigo; 22000 cerdos + patos (…) Trabajos de irrigación. 550 bombeos eléctricos; mecanización: tractores + 40 monocultivos (…) Transportes: 110 camiones, 770 tiros de carros; 11000 familias = 47 000 personas (…) = 21 brigadas de producción, 146 equipos de producción”… Estas valiosas informaciones llenan 200 páginas.

Están mezcladas con breves anotaciones personales, muy elípticas: “Almuerzo: ¡sorpresa, papas fritas! – Olvidé de lavarme las orejas – Meaderos – Lo que extraño: no hay café, no hay ensalada, no hay flirts – Migrañas – Náuseas.” El cansancio, la monotonía, el aburrimiento cada vez más abrumador apenas si están matizados por escasos rayos de sol – por ejemplo un tierno y largo apretón de manos que le concede un “lindo obrero”.

¿El espectáculo de este inmenso país aterrorizado e idiotizado por la rinoceritis maoísta anestesió completamente su capacidad de indignación? No, pero se la guardó para denunciar la detestable comida que Air France le sirvió en el avión de regreso: “El almuerzo de Air France es tan repugnante (pancitos como peras, pollo informe en salsa con olor a fritanga, ensalada coloreada, repollo con fécula chocolateada – ¡y nada de champagne!) que ya estoy a punto de escribir una carta para protestar.” (El subrayado es mío)

Pero no seamos injustos: cada uno de nosotros anota una montaña de tonterías para nuestro uso privado; no se nos puede juzgar sino por las tonterías que usamos públicamente. Sea lo que sea que pensemos de Roland Barthes, nadie podría negar que tenía ingenio y gusto. Y que también se abstuvo de publicar estos cuadernos. Entonces, ¿quién cuerno tuvo la idea de esta exhumación lamentable? Si esta extraña iniciativa proviene de sus amigos, esto me recuerda entonces el llamado de atención de Vigny: “Un amigo no es más malo que cualquier otro hombre.”

En el último número del Magazine Littéraire, Philippe Sollers estima que estos cuadernos reflejan la virtud que celebraba George Orwell, “la decencia ordinaria”. Al contrario a mí me parece que, en lo que allí se calla, Barthes manifiesta una indecencia extraordinaria. De todas maneras esta comparación me parece incongruente (la “decencia ordinaria” según Orwell se basa en la sencillez y el coraje; Barthes tenía por cierto cualidades, pero no ésas). Ante los escritos “chinos” de Barthes (y de sus amigos de Tel Quel), me viene a la memoria esta cita de Orwell: “Usted debe formar parte de la intelligentsia para escribir semejantes cosas; ningún hombre común podría ser tan estúpido.”




Por Simon Leys

Traducción: Hugo Savino

7.10.10

Philippe Sollers - Un inocente en un mundo de imágenes

Todo es bueno para sacarse de encima a un escritor que se impone: mitologías, fotos, cine, novela familiar. Con Fitzgerald, se juega una y otra vez el mismo film hecho de clisés: héroes desencantados, Musset de la autodestrucción, ebriedad de la perdición, perseguidor de Zelda, perseguido por él mismo. Costa Azul y crisis de 1929, imprevisión, gastos y alcohol. Ahora bien, hay que leer a un escritor según lo que dice, según lo que expresan sus frases, y no según lo que se dice de él. Según creo, hay que aislar las frases de Fitzgerald y ver cómo funcionan: es particularmente flagrante en sus Cuadernos. Cuando leemos las palabras unas después de las otras, y no las limitamos a la simple dimensión de los mecanismos de una narración, de una story, se alcanza el momento en el que ellas derrapan para decir otra cosa. De esta manera, uno puede encontrar puntos comunes insospechados, paradojales, entre Fitzgerald y Kafka. “Un hombre en la habitación vecina había encendido un fuego. El fuego había consumido el colchón. Tal vez habría sido mejor que el fuego lo hubiera consumido a él también, pero para eso se hubieran necesitado unos pocos centímetros más. El colchón fue llevado con mucha ceremonia.” ¿Es de Kafka? No. De Fitzgerald. Fréderic Berthet fue el primero que estableció, en su Diario, un paralelo entre estos dos autores. Eso da una profundidad que, en general, no es de buen tono en los comentarios sobre Fitzgerald, y lo pone en una dimensión “a la manera de Kafka”. Por otra parte, eso permite encarar la desenvoltura y la gran libertad de Kafka, que muy pocas veces es señalada. Este paralelo tiene la ventaja de aclarar a uno por el otro. En los dos hombres se encuentra un trasfondo de culpabilidad, que acerca a Fitzgerald al universo de Alfred Hitchcock, especialmente a films como Con la muerte en los talones. En sus conversaciones con François Truffaut, Hitchcock dijo una frase que se volvió famosa – frase que no encontró ninguna reacción de la parte de Truffaut. Truffaut le pregunta si su educación con los jesuitas explica la atmósfera de culpabilidad de Mi secreto me condena. “¡Cómo puede decirme eso, responde Hitchcock, puesto que todos mis films describen a un inocente en un mundo culpable!” Esta respuesta hay que entenderla en términos metafísicos. Fitzgerald, al que se le negó un entierro religioso, era también de origen y de sensibilidad católica; en su trabajo encontramos a este inocente en un mundo culpable, figura que lo acerca al trasfondo bíblico de Kafka.

Fitzgerald es víctima de un film que se proyecta ininterrumpidamente; y sin embargo, fue el primero que percibió la lucha –violenta– que iba a desencadenarse y a intensificarse entre el espectáculo y lo escrito. Lo expresa con mucha claridad en El Crack-up, en 1934: “Entendí que la novela […] empezaba a subordinarse a un arte mecánico y comunitario incapaz de reflejar algo distinto, no importa en qué manos esté, en las de los negociantes de Hollywood o de los idealistas rusos, al pensamiento más banal, a la emoción más evidente. Era un arte en el cual las palabras estaban sometidas a las imágenes, en el cual la personalidad era erosionada para llegar al bajo perfil que la colaboración impone inevitablemente.” Y más aún: “Había una indignidad repugnante, que se me volvió casi una obsesión, en la subordinación de la palabra escrita a otro poder, a un poder más deslumbrante, más grosero…”. La sumisión de la palabra a la imagen…

Como a Faulkner, a Fitzgerald lo dejaron agotado en Hollywood; vio cómo llegaba ese ascenso de la dictadura de la imagen, con una rarefacción del lenguaje, ¡en la que ahora estamos en un 2000 %! ¡Hay que insistir en esto! La gente, en los días que corren, abre un libro para ir a ver una película. La crítica literaria misma no sabe hacer otra cosa que rumiar una ideología cinematográfica. Por esta razón hay que aislar las frases – que a veces suenan en Fitzgerald como aforismos – en lugar de entrar en la mera historia, en la narración. “Ella le sonrió de costado, con la mitad del rostro como un pequeño acantilado blanco”. ¿De quién es? Picasso, contrariamente a la doxa de su tiempo, a los cánones estéticos de los surrealistas o de los comunistas, valoraba mucho a Fitzgerald, lo que para mí no es neutral: tienen en común la dimensión “infilmable”, no pueden ser reducidos a una imagen cinematográfica.

Las palabras, si prestamos atención a lo que llevan, invitan a ver, llevan colores, movimientos, sonidos; es sobre este punto preciso que hay que interrogar y leer a los escritores…

“Sus ojos estaban llenos de amarillo y lavanda, amarillo por el sol a través de las persianas amarillas y lavanda por la cola del pelo hinchada como una nube que flotaba indolentemente sobre la cama. De repente ella se acordó de su cita y, sacando los brazos de la colcha, se puso un negligé violeta, echó su pelo hacia atrás con un movimiento circular de la cabeza y se fundió en el color de la pieza.”

Fitzgerald, como se nota claramente aquí, intenta convocar la mayor cantidad de percepción y de sentido a la vez. Ahora bien, a través de este borramiento de las palabras bajo las imágenes, vivimos una expropiación de las sensaciones y de las palabras para decir los diferentes sentidos. Al ser captado por la óptica, nuestro oído desaparece, como el tacto, el olfato, el sabor, etc. La historia fue evacuada de la sociedad en la que estamos hoy; comienza ayer o antes de ayer. No tenemos más que imagen, imagen, imagen… ¿Y lo escrito?

El concepto de sociedad de espectáculo de Guy Debord se profundiza cada vez más: los protagonistas, los extras de nuestra época son hijos de este espectáculo. Vivimos una actualización inmediata de todo esto durante la campaña presidencial, en la que los dos candidatos mezclaron todo: Blum, el papa, Estados Unidos, Jaurès… Todo muy típico de las nuevas “generaciones espectaculares”, educadas en el espectáculo. Desparecen las fechas, se evacúa la Historia, y las percepciones del cuerpo se reducen a una pura y simple imaginería artística. Por consiguiente, es importante saber leer a un autor como Fitzgerald, cuyo genio de escritor no se toma muy en serio, es una leyenda entre otras, y se relata su imaginería con los buenos sentimientos de rigor. A través de una visión de la literatura, se difunde una especie de propaganda subyacente, en general, romántico-nihilista, que se convierte en un bien-pensar sugerido. Algo que por supuesto tiene un alcance difícil. Hemingway tenía razón cuando decía que en las épocas difíciles la literatura está siempre en la línea de fuego, es la primera en ser apuntada: creo que estamos en esa situación.




Por Philippe Sollers


Traducción: Hugo Savino

27.5.10

Historia(s) del cine o Adrián Cangi dice que Godard..., por Pablo Moreno





Y pongo mi mayor esfuerzo pero no logro entender lo que dice el texto. Son las 22.35 hs. Terminé mi jornada laboral y encuentro un asiento en el colectivo 110. Fila del fondo, entre dos personas, sin intimidad para leer.

Leo el prólogo de Cangi de Historia(s) del cine y me revuelvo en el asiento. Primera enumeración: Broch, Mann, Bloy, Malraux, Adorno, Benjamín, Heidegger (esto empiezo a no entenderlo), Debord, Foucault (¿Foucault?), Blanchot (¡Blanchot! ¡Ira de Dios!), Deleuze, Sollers…y suspiro. Levanto la vista y me cambio de asiento, en la ventanilla.

Sigo leyendo, qué prosa difícil, imágenes subordinadas, texto-imagen. Si el texto es bueno se puede hacer cualquier cosa. Como Sallman con Zoo de Sklovski. Varias veces es nombrado Heidegger. Hay tipos que cometen los peores actos y nunca caen en desgracia. Y encima son filósofos. Si al menos escribieran como Céline. Continúo. Estratigráfica. Repito la palabra como un mantra. Rezo en silencio. Me estaré embruteciendo. No entiendo lo que leo, no entiendo al Godard de las últimas décadas. Será porque su morada en Suiza le da mucho tiempo para pensar y termina afirmando pelotudeces, sale suelto de cuerpo a pontificar la muerte del cine, o del cine tal como lo conocíamos. O quizás todo esto sea la tragedia de no poder explicar mi incomprensión. De mis fobias hacia el lenguaje técnico. Del odio que me producen los intentos teóricos de querer dar un status científico a todo aquello que amamos, sean libros o films. Ya lo sé. Todo esto son teorías sin calle, ni sangre. Las teorías de un mundo muerto.

Entonces trato de legitimar mi compromiso con las imágenes. Y vuelvo atrás.

Me acuerdo haber visto casi toda la filmografía del Godard de los 60’s en un par de semanas en la Lugones. Tendría unos 18 años y el cine estaba vivo. Me encantaron las historias, las traiciones de las heroínas, las calles de Paris y Anna Karina. Iba al cine a ver a Anna Karina. Manuel Puig decía: “los rostros de la Garbo y de la Crawford eran los autores de sus films”. Y lo rajaron a patadas del Centro Sperimentale di Cinematografia.

Seguí viendo films. Miraba los de Ferreri porque estaban la Schygulla y Ornella Mutti. Los films eran intensos, feministas. Fassbinder era frío como un témpano, pero era una fuente inagotable de historias. Los parámetros estéticos y narrativos se van corriendo con los años. Godard decía algo así en Introducción a una verdadera historia del cine: “hay que partir de cero, pero ese cero se ha corrido y ha dejado de ser un cero”. Las historias son verdaderas si las formas narrativas son sinceras. Sentidas. A partir de ahí todo es susceptible de ser experimentado, porque todo es experiencia. Narrar es una experiencia y un privilegio de pocos.

Hace un par de años vi dos veces seguidas un film de Apichatpong Weerasethakul: Syndromes and a century. El film, como todos los del tailandés, no ofrecía una historia, trama ni argumento. Eran los mismos personajes en dos mundos distintos (un hospital rural y un hospital de ciudad). Al día de hoy no puedo explicar la fascinación que me produjo. Era sumergirse en la película y disfrutar de ese mundo. Nunca puede transmitir esa emoción.

La felicidad no tiene explicación.

Miro por la ventana y veo la calle Artigas. Villa Pueyrredón es un barrio hermoso. Antes que me cuestione por enésima vez para qué la literatura, el cine, todo esto, al recapitular, recuerdo el mail de la mañana. El Joven Poeta ante mis dudas de tipo imbécil me escribe: “Amigo, métase a Hamlet en el culo”.

Y entonces me río solo.


Buenos Aires, 16 de abril de 2010.