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27.1.13

Citomegalovirus, por Javier Fernández Paupy






Citomegalovirus es un diario escrito en el vértigo y la incertidumbre de la hospitalización que Hervé Guibert sufrió entre el 17 de septiembre y el 8 de octubre de 1991. El relato muestra la tendencia del autor a documentarse: los reportes sobre su ojo y la posibilidad de perder la visión se vuelven un pretexto para dar con un continuo descubrimiento de sí mismo, del tiempo y de la escritura. Como apunta en la tercera entrada del diario: “Escribir es también una manera de ritmar y hacer pasar el tiempo.” Una voluntad de entenderse y hacer la nomenclatura de sus síntomas mantiene la tensión dramática en las páginas del diario. Para que el destino no hable por él sino que sea su propia huella escrita la que lo muestre. Citomegalovirus desborda los límites en los que testimonio y experiencia se interrogan. Su prosa medida fluye, distante, y ese registro discontinuo y fragmentario del diario recompone la vida íntima del autor. Sus libros anteriores Al amigo que no me salvó la vida (1990), El protocolo compasivo (1991) y L’Homme au chapeau rouge (1992, inédito en español), son crónicas noveladas, sustitutas de su enfermedad. La evocación del sida en Guibert es, más que un motivo o una temática, el desliz por el que se interroga su obra, un momento dramático de su propio entendimiento. Guibert marca, quizás más que Cyril Collard, la presencia del sida en el campo de la literatura francesa. Es en 1985, con La chute de Babylone de Valery Luria, que la enfermedad hace su aparición en ella. Arnaud Genon sostiene que “el sida es un medio para Guibert de desarrollar su escritura y  radicalizarla”, porque es una literatura en la que todo se dice por última vez. Su Diario de hospitalización es un testigo privilegiado del avance de la enfermedad, sin sentimentalismos ni victimización. Entre la debilidad y el cansancio, se vuelve experto de sus males, en los mismos términos técnicos en los que los asume: “me encanta adoptar el lenguaje profesional”, apunta y agrega: “Podría redactarse un diccionario humorístico con los términos del sida.” Citomegalovirus respira un humor parco y por momentos sombrío.

Hervé Guibert muere, a los 36 años de edad, el 27 de diciembre de 1991 en el hospital donde fue admitido después de una tentativa de suicidio. Este breve diario de su anteúltima internación es la memoria de una lucha desesperada contra lo inevitable en la que anota pensamientos, impresiones y, desde distintos registros, intenta conjurar sus miedos. “Me pongo a escuchar viejas canciones de mi adolescencia. No me producen el menor efecto.” La suya es una prosa aséptica de frases cortas; su fuerza de transposición consigue volver más soportable el suplicio hospitalario. También escribe como si pudiera despegarse del relato de su enfermedad: “Queso blanco descremado, con 0,5% de materia grasa, para un enfermo que ha perdido veinte kilos.” En la avidez por pesquisarlo todo descubre tanto una dimensión ética en que los enfermeros hagan bien su trabajo como la maldad de la burocracia médica. Observa comportamientos humanos, esboza estampas y descripciones precisas: “Todos quieren cambiar de profesión. Se levantan a las cinco y media. A las seis, transportes públicos. Llegan a las corridas al hospital para tomar el café con sus compañeros del turno noche.” En la entrada del 28 de septiembre, sopesa: “Pero también existen enfermeras que están muy a gusto con su trabajo. Conocí a una, en terapia intensiva, muy joven, bonita, precisa, valiente. No hay nada mejor para un enfermo. Eso sí, cuando terminaba el turno y dejaba el hospital a las diez de la noche para irse a su casa, estaba molida.” Como apunta Sergio Olguín, primer traductor de Guibert a nuestro idioma, en el prólogo que encabeza su traducción de Citomegalovirus, (Vian ediciones, 1997): “El diario de internación se convierte en un diario de guerra, no sólo contra la indiferencia hospitalaria sino contra cualquier enfermedad.” Parte de síntomas y signos en un cuerpo sitiado de manera tal que muestra, a la vez, la penetración de la ciencia en el cuerpo de los enfermos. Su diario testimonia los avances y los titubeos de la puesta en práctica del saber médico: “Algunas veces no están seguros de lo que hacen, tantean, transpiran, tienen miedo.” Guibert da cuenta de las vejaciones del cuerpo, pero Citomegalovirus es, también, un texto que muestra una particular entereza: “Esta mañana, intenté buscar en el cielo nublado acuarelas de Turner y Constable. A veces las hay. Después el tiempo se despejó y sólo vi un cielo soleado de suburbio parisino. Todos los cielos son bellos.”

Enfermedad y escritura se entrelazan en esta crónica de hospital como si el sida lo hubiera confinado a una meditación de sí y de sus acciones: “El escritor también puede hundirse si de pronto se pone a escribir idioteces o cosas inaceptables.” Hervé Guibert –uno de los últimos románticos del atroz encanto de esa, por aquellos años, novedosa enfermedad–, autor bisagra del género “narraciones del sida” en tanto asume los derroteros de su enfermedad sin una posibilidad de salvación, escribe su agonía con estoica lucidez y busca la belleza que sale de su herida. “Una vena que se rompe tal vez sea algo muy bello”, apunta y repasa en la memoria: “Demasiados libros leídos, ¿demasiados libros escritos?”. Los devaneos sobre la “ayuda química” del Prozac lo llevan a pensar en su propia escritura, “la escritura es para mí una especie de antidepresivo”. En una continua reflexión sobre los efectos de la literatura, escribe para sobrellevar el suplicio hospitalario. “Transformar la tortura mental (la situación en que me encuentro, por ejemplo) en tema de estudio, por no decir en obra, para hacerla un poco menos insoportable.” Precursor en mezclar autobiografía y ficción –la hoy tan celebrada autoficción–, en Citomegalovirus los esbozos de historias y los retratos minúsculos de los amigos que lo visitan o de las enfermeras que lo asisten, conviven con el miedo y los avances inapelables del virus. En El protocolo compasivo había escrito: “Gracias a esta enfermedad, tengo la impresión de aprender medicina y a la vez ejercerla. En literatura, los relatos médicos, aquellos en que interviene la enfermedad, son los que más me gustan.”


De publicación póstuma en 1992, en pleno auge de los relatos del sida. Esta nueva traducción publicada por Beatriz Viterbo, en una cuidada versión de Diego Vecchio, permite acceder al exquisito egotismo de Hervé Guivert.

8.1.11

Hervé Guivert - Le paradis

L’écriture c’est la folie, c’est à la fois la folie et la raison, le raisonnement de la folie.
(...)
Rimbaud est obsedé par l’argent, il est prêt à tout pour accroître sa fortune et ne pas se la faire voler : tuer des éléphantes pour son commerce de l’ivoire.
(...)
À l’envoûtement de l’écriture un désenvoûtement, le vide. Quand je n’écris plus je me meurs.
(...)
Rimb. ne m’a rien appris sur l’Afrique sinon qu’on y va pour s’abîmer, pour se perdre, pour s’effacer de la carte, pour s’y griller pour s’y ruiner, pour y être oubliè, pour s’y ennuyer d’un ennui mortel. Je regarde des photographies de l’Afrique et je vois bien que l’Afrique n’existe pas.




Hervé Guivert. Le paradis (1991)

17.11.10

Hervé Guibert: el ocaso del cuerpo del escritor, por Pablo Moreno






La irrupción del sida produce en Francia un auge temático en la narrativa. Se calcula que entre 1985 y 1993 se publicaron más de 40 libros (testimoniales o de ficción) en torno a la enfermedad. La obra que se destaca por sobre el resto de esta irrupción fue la del otrora enfant terrible de las letras francesas: Hervé Guibert.

A veces, la inmediatez de la tragedia puede ser contraproducente a la inmediatez de la escritura. Entonces el “escándalo” oscurece la finalidad de la experiencia de la escritura. La agonía de Foucault y hacer pública la causa de su muerte (lo que relata Guibert en Al amigo que no me salvó la vida), fue un gesto casi imperdonable para los “apóstoles” de Foucault. Es por eso que hay que desligar la contemporaneidad de los acontecimientos que se relatan en primer lugar (que es la urgencia de la crónica), para restituir a la obra de Guibert su condición literaria, y en segundo lugar, para justificar el delicado equilibrio que hay entre la ficción autobiográfica y la memoria, es decir, cuando el espacio de la literatura es “fronterizo”.

Guibert irrumpe en la literatura francesa con su primer libro La mort propagande (1977) cuando sólo tenía 22 años, marcando un trazo que siempre iba a continuar a lo largo de su obra: la construcción de la autobiografía a través de la ficción. La crítica de su país entendió por ficción como mitomanía. Guibert se deslizó por todo el abanico que comprende la literatura del yo: diarios, novelas autobiográficas, correspondencia, textos autobiográficos ilustrados con fotografías de su propia producción. Su figura deja de ser de “culto” en la literatura gala cuando en el año 1984 gana el César al mejor guión por el film El hombre herido, dirigido por Patrice Chereaú.

En el año 1990 el mundo literario francés es sacudido por la aparición de Al amigo que no me ha salvó la vida que iniciaría el ciclo de obras alrededor del sida (enfermedad que fue la causa de su muerte) y que continuarían con El protocolo compasivo (1991), L´homme au chapeau rouge (1992, inédita en castellano) y el diario editado póstumamente Citomegalovirus.

La controversia que genera la obra de Guibert es la de todo relato autobiográfico: que se relata o qué se omite, cuál es límite de este tipo de relatos (lo público y lo privado) y cuál es el criterio de utilización de la materia prima de estos tipos de narraciones, que no es otra que la vida misma.

Indudablemente el espacio literario se fractura “topográficamente” cuando la novela autobiográfica se transforma en confesión. A la ausencia de privacidad, toda la vida puede ser narrada. La propia y la ajena. Y cuando la amistad es “traicionada” (hablamos de revelar la causa de la muerte de Foucault), la obra se desdibuja y se produce el acontecimiento, el escándalo. Insistimos con el uso de esta palabra. Revelar ser portador de HIV genera escándalo y precede a la “muerte social” del sujeto. Es un cuerpo que contagia y que es portador de muerte y que revelaría “prácticas sexuales no convencionales”. Predomina el discurso de la muerte.

“…En última instancia, en el sida esta predominando un discurso de la muerte y se está olvidando que el deseo no es una cosa tan fácilmente controlable. Hay peligro, pero tampoco en nombre del peligro vas a decir “Dejemos de vivir”, que es el gran mensaje de la medicina.” Néstor Perlongher, entrevista en Papeles insumisos.

Centrarnos únicamente en el “caso Foucault” sería acotar los alcances de la escritura de Guibert. En todo caso, una de las funciones de su prosa es la de perpetuar la memoria. Un acto de urgencia para los ausentes y para la propia y futura desaparición. Aunque a veces no se es partícipe de esos recuerdos:

"(Christine Ockrent) pasó un corto extracto que yo no me hubiera perdido por nada del mundo durante su telediario de la noche de la muerte de Muzil, en junio de 1984. Christine Ockrent, a la que él, exultante, llamaba con frecuencia ma petite o ma grande chèrie, no emitió en realidad más que una inmensa e interminable carcajada, filmada durante esa emisión de variedades, de un Muzil vestido con traje y corbata, imágenes en la que él se retorcía literalmente de risa en un momento en el que se esperaba de él que estuviese serio como un papa para glorificar uno de los reglamentos de esa historia de los comportamientos cuyas bases destruía, y esa carcajada me reconfortó en un momento en que me sentía helado, cuando puse la televisión en casa de Jules y Berthe, donde me había refugiado la noche de su muerte para ver cómo iban a tratar su necrológica en el telediario. Esa fue para mí la última aparición visual animada de Muzil que consentí recibir de él; deseé entonces no he querido, por miedo a sufrir, luchar contra ningún simulacro de su presencia, salvo con lo de los sueños, y esa carcajada tan formidable, tan impetuosa, tan luminosa, justo en una época anterior a nuestra amistad." Al amigo que no me salvó la vida.

Restituir la ausencia, porque el olvido es un tormento. De ahí la necesidad de recuperar la memoria, perpetuarla, fotografiarla, conjurar el ritual de la desaparición:

"En cuatro meses el tormento de la ausencia había tenido tiempo de depositarse sobre las cosas como un polvo imposible de quitar otra vez, las cosas se habían vuelto intocables, de ahí que hubiera que fotografiarlas, antes de que nuevos desórdenes las cubrieran." Al amigo que no me salvó la vida.

Si las funciones de la memoria serían la de perpetuar el recuerdo, la novela autobiográfica se sigue escribiendo mientras la enfermedad sigue su curso, minando las fuerzas. En Guibert es constante la lucha contra el tiempo. La autobiografía es la biografía del cuerpo consumiéndose. A lo largo de este ciclo de obras de Guibert, la forma narrativa muta de novela a bitácora, en donde se deja asentado los retrocesos y avances de la enfermedad. No podemos denominarlo diario (a excepción de Citomegalovirus). El Diario es la materia prima de la ficción autobiográfica en Guibert, de lo ahí se extrae se transforma en ficción novelesca.

“La memoria da sin duda un salto y yo no tengo ganas de seguir refiriéndome a ese diario para evitar hoy, cinco años después, la tristeza de lo que, reproduciendo con demasiada exactitud lo que sucedió, lo restituye con malevolencia…” Al amigo que no me salvó la vida.

No se registran fechas, se registra la progresión de la obra:

"El libro lucha contra la fatiga que produce la lucha del cuerpo contra los asaltos del virus. Solo dispongo de cuatro horas de validez al día, tras levantar las inmensas persianas de la cristalera, que son el potenciómetro de mi aliento que se debilita, para volver a hallar la luz del día y ponerme a trabajar de nuevo."

O contrariamente se registra el fracaso de la empresa, el cuerpo es el vector de la escritura. La experiencia de la escritura es la guerra contra el abatimiento, la ficción se desarrolla en consonancia con la respuesta del cuerpo, el cuerpo materializa la forma narrativa o más precisamente la dinámica de la escritura señala el principio y el fin, lo imprevisto o solución de continuidad de la obra:

"…antes de ayer me sentí un poco mejor desde la mañana y emprendí este relato que, aun siendo siniestro, me parecía presentar cierta alegría, ya que no viveza, que se debe a la dinámica de la escritura y a lo mucho que en ella pueda haber de improviso. No hay libro sin estructura inesperada, que se perfila con los azares de la escritura. Pero ayer volví a verlo todo negro y no escribí una línea." El protocolo compasivo.

La tolerancia de la medicación es la que puede seguir produciendo el relato:

"Sigo sintiéndome tan mal y estoy esperando el alivio de este medicamento, que, en realidad, llevo cinco días tomando, sin sentir otro efecto que la producción de este relato." El protocolo compasivo.

La escritura del Diario también sufrirá los vaivenes de la resistencia del cuerpo. La continuidad de la vida origina la escritura y hace progresar la narración. La supervivencia genera el relato y el plan de la obra. El cuerpo se encuentra en “guerra” contra el virus que avanza, Guibert se pregunta por la extensión de la obra:

"El Diario de Guerra de Babel: si pierdo mi ojo es uno de los últimos libros que yo habré abierto.
Este diario debe ser también un diario de guerra. (…)
Este diario, que debería durar quince días, pude detenerse de un día para otro debido al desaliento absoluto. (…)
Mi médico paso a verme hace un rato. Me anunció que, si la colocación del porta-catch transcurría normalmente bajo anestesia local en el quirófano, pondrían en marcha los trámites administrativos que me permitirían ser trasladado a mi domicilio lo más rápidamente posible y más pronto de lo previsto (pensé a la vez Genial, y ¡Mierda! Mi diario no va a durar quince días)." Citomegalovirus.

Así como Severo Sarduy construyó el relato autobiográfico a través de la arqueología del cuerpo, Guibert escribe acerca de la belleza de los cuerpos, de la plenitud y del ocaso de los mismos. Toda construcción autobiográfica necesita del escritor ese compromiso con el cuerpo. El cuerpo es la experiencia de la escritura en el que se narra la vida y también puede ser narrado con una cámara:

"Al dejar la cámara en su bolsa bajo la piel de pantera del sillón de escritorio, fui al instante a acariciar, ante los ojos de la asistente polaca, ese intersticio de carne tan suave entre los dos senos de mi tía abuela. Una carne joven y erótica pese a sus noventa y cinco años. No siento ninguna repugnancia hacia esa carne, a veces fofa, de mujer muy anciana, sino, al contrario, una gran ternura cercana hacia la atracción, una atracción gozosa, no viciosa. Suzanne debe de notar que a mí me da tanto placer como a ella frotar mi nariz contra la suya en nuestro beso esquimal., desde que no podemos hablarnos, acariciar su frente con un gesto repetido en el sujetador de los cabellos, estrechar su mano en la mía, somos dos enfermos moribundos que buscamos aún un poco de voluptuosidad en esta tierra antes de volver a encontrarnos en el infierno." El protocolo compasivo.

En junio de 1992, Guibert se filmó en video en distintas situaciones cotidianas, registrando su enfermedad, con sus familiares, en su rehabilitación, con sus amigos, desnudo. El montaje final de ese film, emitido póstumamente se llamó La pudeur ou l´impudeur (El pudor o el impudor), titulo por demás emblemático que refleja los parámetros en que se desarrollo toda su obra.

Evitando el ocaso final de su cuerpo, Guibert se suicida en Paris, en diciembre de 1991.