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3.9.25

Borges igual a Borges, por Néstor Sánchez

 

 

(Entrevista)

 

 

La primera virtud de Jorge Luis Borges se experimenta casi al mismo tiempo de entrar a ese salón incalificable de la Biblioteca Nacional donde atiende a todos los que necesitan entrevistarlo, sin excepción alguna; deja las manos sobre una mesa de dimensiones  casi tan irreales como las del salón y, a partir de una pausa que viene de antes, dispone de todo su tiempo: en resumidas cuentas Borges no es un hombre ocupado.

 

Poco más tarde necesitará saber con qué tipo de periodismo se topará una vez más su peligrosa inclinación al diálogo. Pero lo cierto es que Borges necesita forzar su nueva entrevista hasta volcarla hacia los hábitos de una entrevista ejemplar, casi una entelequia, a la que daría la impresión de responder desde hace mucho tiempo.

 

Y esa sensación de tiempo detenido en el tiempo de hablar no es la segunda virtud de Borges, a lo sumo el tono obligado de aquella entrevista idéntica a sí misma que él reinstala con un par de movimientos algo sonambúlicos de sus manos.

 

Sin embargo (a pesar del salón, y de la mesa, y de sus manos), casi al mismo tiempo entrará en juego otro viejo compañero suyo: aquel humor atravesado por la ironía. Y hasta parece justo que él lo sepa justo. Entonces inicia su primera parábola basada,. aparentemente, en su desconfianza física ante todo interlocutor desconocido. Una especie de parábola anti-entrevistas periodísticas:  “Hace muchos años trabajé durante algunos meses en el diario Crítica –recuerda casi sorprendido-, fui sin lugar a dudas el peor periodista del mundo. Fíjese que yo he conocido –eran los años veinte- mucha gente que debía muertes. Claro, en aquella época en que todavía funcionaba el cuchillo se hacían casi comunes las personas que debían dos muertes o tres; se trataba de personas interesantes, cordiales; uno podría pasar horas con ellos y hasta cultivar su amistad sin que las muertes pesaran en ningún momento. No puede negarse que eran mejores que los periodistas”.

 

¿Quién de los dos Borges contesta generalmente un reportaje?

Yo trato por todos los medios que sea el primero, pero generalmente no puedo evitar que el segundo, el Borges literato, se entrometa. Es realmente muy entrometido.

 

¿Antes de identificarse con el ultraísmo, tuvo alguna oportunidad de ser influenciado por jóvenes como Guillaume Apollinaire y Blaise Cendras?

En realidad no. Creo que en mi obra (no hay otra manera de llamar a lo que he escrito) no hay influencias. En todo caso hay desmedro de todo aquello que me ha tocado de cerca, que ha significado algo para el escritor en mí.

 

¿Cree que esa falta de contemporaneidad real de su juventud pueda vincularse al hecho de que sus poemas aparezcan como de menor interés en relación con sus cuentos y prosas de cámara?

Pienso que mis poemas y prosas no difieren esencialmente. El verso libre es un asunto tipográfico. Todo lo que he escrito son atributos o adjetivos míos, yo diría diversas facetas de un mismo fenómeno.

 

A pesar de la notoria influencia del Eliot político en usted ¿por qué nunca habla de su poesía?

¿Cómo sabe usted que no hablo esos temas con mis amigos intimos?

 

Usted fue incluido en el desopilante libro de Powells pero alguna vez se refirió, entre otros, a Pedro Ouspensky. ¿Cree deberle mucho al auténtico esoterismo occidental, desde Pitágoras a Gurdjieff?

Yo también, como mucha gente interesada en el tema, tenía idea de que Powells no era otra cosa que un charlatán; pero cuando lo conocí en Europa me di cuenta de que era como yo, un agnóstico.

 

¿Cómo aquellos que debían dos muertes?

Mas o menos. El no estaba seguro respecto de la cuarta dimensión, de la trasmigración, de la transmisión del pensamiento; todas esas alternativas más allá del positivismo. Almorzando con él lo encontré muy simpático y afín a mis dudas, incluso me habló de su “espíritu borgeano” y nos hicimos amigos. Por otra parte puedo asegurarle que nunca pase, en estos temas, de una actitud de curiosidad intelectual. Mi madre católica a la manera Argentina, sin mayor fervor; mi abuela protestante; y mi padre discípulo de Spencer, un libre pensador. El clima familiar en que me formé no pasó de una discordia amistosa. Mi literatura, no es fantástica para asombrar al lector, todo eso corresponde a estados del alma que he tenido. Es una literatura fantástica pero no irreal. Incluso hay un poema mío en un puente de Constitución que bien podría relacionarse con una búsqueda mística. Yo creo que se trató de un estado poético, nada más.

 

¿Entonces su pasión por la metafísica no fue nunca más allá de una actitud “rara”, filológica?

Nunca. A lo sumo nunca de un modo trágico como lo ha elegido Unamuno, por poner un ejemplo.

 

¿Siente haber exagerado la figura de Macedonio Fernández?

No, creo que es el hombre más inolvidable que he conocido a lo largo de mi vida; eso lo sentimos todos sus contertulios.

 

Se lo preguntaba desde el punto de vista estrictamente literario.
Le voy a hacer nombres de muertos y vivos: Santiago Davobe, Enrique Fernández Latour y Manuel Peyrou. Claro, la grandeza de Macedonio estaba en el diálogo más que en lo escrito por él. Incluso se considera un pensador, un místico, y no un escritor. Fíjese que a pesar de ser un conversador brillante era lacónico y tímido. Si bien no desaconsejo la lectura de sus libros tampoco puedo negar que se trata de un hombre que nunca se entregó enteramente en ellos. Era un hombre de genio, pero su instrumento fue el diálogo, como en el caso de Sócrates (y para poner un ejemplo que no sea polémico). Macedonio fue amigo de Lugones, Ingenieros, J.B. Justo, Molina y Vedia, de Jorge Borges, mi padre. Sin embargo, después de muerto empezó a aparecer (y todavía siguen apareciendo) todo tipo de gente que asegura haber frecuentado su amistad; y esto no favorece su recuerdo. Pero siempre pasa lo mismo con hombres notables una vez que están muertos.

 

¿En algún periodo de su vida necesitó alcanzar un aliento más riesgoso que el cuento? ¿Lo intentó?

Nunca. Bastante trabajo me da hasta el final de mis cuentos. En la actualidad, sin embargo, pienso en algo que va a ser menos una novela que un cuento largo y que se va llamar El Congreso. Por supuesto que este título no tiene nada que ver con una alusión de tipo político.

 

¿Lo político entra en su concepción de lo fantástico?

No podría contestarle con exactitud.

 

¿Cuál es el cuento suyo que más quiere?

¿Puedo vacilar? Bueno, hay un cuento que se llama La intrusa, y otro El sur.

 

¿Y el que menos quiere?

Sin ninguna duda El hombre de la esquina rosada, yo no lo escribí como cuento realista y, sin embargo, todos se empeñan en leerlo como tal. Un desafío no se hace de esa manera, un compadre auténtico no habla de esa forma. La película es mejor que el cuento. En realidad, si publicar un libro es una gran emoción, ver un film hecho con un argumento propio la supera con creces. Es como si se carnalizaran un grupo de fantasmas que brotaron de uno.

 

¿Cree que algún escritor argentino, alguna vez, llegó a decir algo más o menos inteligente sobre usted y su obra?

Casi todos, argentinos y extranjeros, que han hablado en alguna oportunidad de mi obra resultaron más inteligentes que yo: o si prefiere mucho más imaginativos.

 

Por momentos, ¿se ha sentido tan solo como su obra entre la gente de la revista Sur?

No, nunca, ¿por qué solo? La señora Victoria Ocampo me hizo el honor de invitarme a colaborar en su revista. La revista Sur ha sido muy generosa conmigo, nunca me ha rechazado ningún original. No me sentí nunca solo; la señora Victoria ha sido muy buena conmigo. A ella se debió la idea de que yo fuera postulado como director de la Biblioteca Nacional, a ella junto con Esther Zamborain de Torres. Cuando me lo propusieron les contesté que jamás me iban a dar un cargo semejante, me quedaba grande. Por mi parte, les propuse la biblioteca de Lomas de Zamora, era un sitio que siempre me ha gustado. Sin embargo, el mismo general Lonardi, en persona, justo un 17 de octubre de 1955, me entregó el nombramiento.

 

Usted ha tenido, casi siempre, conciencia de nuestro provincianismo cultural y ha deslizado algunas bromas al respecto. Eso de que “el genio de Joyce era puramente verbal lástima que lo gastó en la novela”, incluido en su breviario de literatura inglesa ¿se relaciona con la misma actitud?

No es ninguna broma. Me parece que la novela no requiere un estilo tan trabajado como el de Joyce, un estilo que ofrece tantas dificultades de lectura. Cervantes y Tolstoi fueron grandes novelistas y no necesitaron recurrir a tanta complejidad formal.

 

¿Quién ha sido el autor de influencia más perdurable en su formación de escritor?

En primer término debo reconocer que todos los libros leídos y todas las personas con que cambié alguna palabra han influido decisivamente en mí. Pero comprendo que la pregunta exige una definición casi categórica. Entonces tengo que nombrar a Chesterton, a pesar de que no profeso sus opiniones religiosas. Y esto no significa que para mí Chesterton sea superior a Bernard Shaw, pero en alguna medida me siento indigno de Shaw. Uno no puede elegir a sus maestros. A Chesterton lo considero más imitable.

 

Sin embargo, uno de sus libros claves, ‘Historia universal de la infamia’, rezuma la influencia de Marcel Schwob.

A pesar de que la idea general de "Vidas imaginarias" de Schwob, me pareció estupenda desde el primer momento, cuando encaré su lectura atenta me sentí, si se quiere, defraudado; otro tanto le pasó a Bioy Casares, él tampoco podía llegar al final. Sin embargo, a pesar de que me costara tanto trabajo su lectura, la idea general del libro empezó a interesarme vivamente. Pensé que se podía hacer algo mejor que esa idea. Sin duda el ambiente general del libro de Schwob fue lo que motivó 'Historia universal de la infamia’.

 

A los treinta años, me parece, la idea de la muerte sólo admite una pregunta ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué sucede a los setenta?

Hace bastante tiempo estoy tentado en escribir un poema sobre esto. Podría hablarle, a grandes rasgos, de la serenidad que trae la vejez, de esa apacible resignación que incluye la tristeza, pero de una manera muy diferente. A los treinta años, eso sí, cultivaba desdicha, necesitaba ser cada día más desdichado, más profundamente desdichado. Aquello ya no cuenta para mí, no cuenta para nada.

 

Después de una pausa bastante prolongada Borges, repentinamente jubiloso, hablará de ciertos detalles de Invasión, un film estrenado en Buenos Aires y cuyo argumento escribiera “sobre esa misma mesa” en colaboración con Bioy Casares. En Invasión, entre otras cosas, se canta su Milonga del condenado a muerte con música del legendario Aníbal Troilo: “fíjese que dos días después que la compuse, el realizador del film, me dijo que a la milonga le ponía música Troilo; y yo le pregunté de inmediato ¿a qué milonga?, pasa que me había olvidado, las milongas son temas populares y la métrica el octosílabo, y a mí me salen tan fácil que una vez compuestas casi inmediatamente las olvido”.


Ahora, aparte de traducir Walt Whitman y de entregar un libro de poemas a la imprenta, tiene en preparación otro argumento cinematográfico: “Los otros”, de corte puramente fantástico.

 

Después de otro rato Borges se pone de pie y consulta el reloj: el mundo, desgraciadamente, es real; él, desgraciadamente, es Borges.

 

 

 

Tomado de: Revista Actual –Revista de la Universidad de los Andes–, n° 8-9, Mérida, enero-diciembre 1971.

Si bien la entrevista apareció originalmente como Borges igual a Borges en la revista ARTiempo, n° 6, abril-mayo 1969, Buenos Aires, está es la versión más desconocida con varias modificaciones en relación a la versión nacional.
(Nota aclaratoria de Federico Barea)

5.6.25

Sobre literatura argentina, por Néstor Sánchez

 

 

¿Qué opina del llamado “boom” de la literatura argentina?

El llamado “boom” ha representado, en alguna medida, un buen negocio algo parcial y bastante contradictorio, para unos pocos sellos editores. Asistidos por el azar –o por esa espantosa necesidad de “inventar la noticia”– ciertas revistas redactadas por poetas y escritores un poco desalentados de la actividad estética no remunerada, iniciaron el fenómeno sumando inflación a la retórica de la contemporaneidad absoluta. Reaparecieron, con mayor desenfado y menos autenticidad, los lugares comunes de todas las revistas literarias de “vanguardia” editadas en el país. De esta manera, me parece, la masa que va de odontólogos a psicoanalistas –con sus numerosos estratos en crecimiento de avidez– tuvo una vaga impresión de inteligencia propia, de gusto, de entusiasmo literario. De ahí que los libros más vendidos en los últimos años difieran tanto entre sí. Recuerdo, por ejemplo, cierta lista de best sellers de unos pocos meses atrás: en ella figuraba un libro de Arlt, otro de Marcuse y otro de Huxley.

Creo que las ventas bajan y bajarán porque el aluvión de papel escrito por cualquiera sobrepasó toda esperanza de cultura propia. Por otra parte: la poesía no se ha vendido más, y ahí están los verdaderos lectores. Tal vez tengan que crearse nuevas revistas con nuevos escribas desalentados y entonces volverá a entenderse que la literatura no es ni ha sido nunca una actividad ni un tema privilegiado, que no existe razón para que despierte un interés mayor que una sonata para piano. Lo contrario sería recaer en los dominios de Sartre proponiendo un destino mesiánico a un hombre que sólo puede pretender descifrar (con un instrumento tan limitado como es la respiración de una lengua) esa cosa un poco extraña que es su relación con la diversidad del mundo durante una vida tan cortita.

¿Existe crítica literaria en la Argentina?

La crítica literaria, tal cual aparece habilitada por nuestra precarísima noción de cultura heredada de la vejez europea, existe de por sí cuando un señor se sienta frente a una máquina de escribir a explicar por qué él no escribe un libro mejor que el comentado. Después existen sociólogos sin empleo –absolutamente convencidos de la comunicación- y que se dedican a escribir más largo, con más bibliografía, con muchas esperanzas de imponerle una preceptiva a ese pobre tipo dedicado a los reinos de la imaginación en prosa, o en verso. En nuestro país no puede haber crítica porque hasta hace muy poco el noventa y ocho por ciento de lo escrito en libros se podía, a su vez, contar por teléfono. Un crítico sería antes que nada un mediador, un adelantado; desde este punto de vista es casi inimaginable porque tiene que tratarse de una persona con humildad casi patológica, con disponibilidad real para reavivar en él la experiencia. Morirá solo y pobre, en un país como el nuestro.

¿Cuáles son sus proyectos inmediatos? 

Mis proyectos son: terminar un libro de “monólogos” sobre mi experiencia de escritura sobre la base de notas que he ido acumulando en cuadernos con espiral de alambre, durante cada uno de mis tres libros. Al mismo tiempo escribo algo que podrían llamarse relatos pero que en realidad no lo son aunque integrarán, alguna vez, un volumen.

¿Cuál es para usted el mejor libro de ficción narrativa publicado en la Argentina en 1969? ¿Por qué?

El amhor, los orsinis y la muerte, Sudamericana, 1969. Porque se parece mucho al libro que quería leer hasta antes de escribirlo.

 

Tomado de: Los libros, ENERO/1970

26.1.25

Chaleco químico, por Santiago Armando

 

 

 

Una mujer blanca de pelo negro

rodeada de dos norteñas gruesas

que parecen enroscadas

a un tata dios ojudo

mujeres como albóndigas oblongas

que se enroscan

con culos

de nueve de bastos

a los ojitos de la mujer blanca

como dos hiedras

de mortadela gigante

que salen del culo

de la ojuda mujer blanca

mostrando un diploma

 

 

6/1

 

Hoy le dije a la comemoco de la coordinadora del hospital de día que los ejercicios de escribir sobre cosas introspectivas e invasivas me tienen cansado. Me recomendó otro tratamiento, con su cara de sorete viejo para George Lucas, a lo que tuve que contestar que para mí era esto, la calle o el loquero, y ahí esbozó una claridad en el rostro, en eso basa su trabajo. Es una psicóloga de loquero. Sucia, se limpia los mocos y se pasa la mano por las tetas el culo y la concha con un tic de la mano. Observen al personal de atención psiquiátrica y verán espectros y animales. Vistos de cerca son alimañas caricaturescas.

 

Tratativas con mi hermana para huir en un futuro.

 

Me escribió Omar. Ambos dentro de un circuito de cobayo.

 

Aparecieron automáticas Cinderella originales de Fast Buds en el Semishop y no puedo hacer nada. También las Kali Mist.

 

Seguiré comprando los tomos viejos de Léon Bloy. Es lo único barato que me rinde. El tomo nuevo de Panero el mes que viene.

 

Es casi la una, seis horas de sueño y volver a ese lugar odioso a bogar entre sopas de letras y espásticos. Al menos no son chorros como en el Frenopático, a veces ni se puede tomar un mate hasta la tarde que Juliana prepara en el último recreo.

 

***

 

Persigo a Verónica por su casa de ladrillo de barro exteriores entre dos palos borrachos enormes, todos la ensucian jugando, están jugando a ensuciarse con hollín, con hielo, con champagne, el marido sabe y no le importa, nunca se la robaría, ¡sobran las palabras! Le meto un picotazo hermoso en un sillón ya está lista para salir se va preparando la demoran con hollín, con agua, gente habla en francés en el chateau, salimos a la Junction. Locura de felicidad. Agradezco.

 

10/1/25

 

Escucho Tom Waits, Big Time. Disco demasiado perfecto, demasiado alto. Una musiquita sienta bien. Trombones y acordeones bailan en fila.

 

Escuchamos con mamá el programa de Yanina Latorre que ahora está de vacaciones esquiando en Colorado. Está Noriega que habla de cine y nos pusimos a hablar con mamá de cine argentino, en la vuelta del hospital de día. Me dijo de una con Andrea Frigerio que vive en España y tiene que venir a declarar en una causa de derechos humanos. Escucho todo lo referente a Andrea Frigerio y recuerdo a Zama, cojo el teléfono y sale en Nefli. Veré si puedo verla hoy viernes o mañana. Juan Manuel Gioannini la re flafheó en el cine. Recuerdo también actores anatemizados como Brandoni. ¿A quién le tocará ahora, a Lali Espósito,  pero qué cantó Lali, qué frasecita cantaron Tini Stoessel o Lali, por favor?

 

El matecito está perfecto, volvió el sodero de vacaciones.

 

Una lectura pedorra

de unas líneas de mi pasada entrega

tildadas de pedofilia

con niños

si vieran a Mica

37 años

destartalada

le bailaban todas sus articulaciones

excepto sus ojos azules

y yo le chistaba

“¡Renguita,

Renguita de la Parroquia!,

¿te querés casar conmigo?”

Y pasaba el trava con su rama

gritando mi apellido acusado

 

11/1/2025

 

No tantos judíos de negro este enero. Tendría que salir a caminar.

El banco me dice que no deposité la plata de la cuota, inútiles, la puse un día antes, igual la debitaron, pero me mandan que no, para joder. Ya está, ya cancelé ese crédito odioso.

Ayer me caí de arriba de la cortina tratando de matar una supuesta araña arrebujada, que terminó siendo una pelusa. Me fui cayendo lento y pegó el costillar y dolió, pero me fui a dormir y me desperté con el hombro jodido, debo tener un hueso fisurado. Puedo hacer todos los movimientos pero con dolor.

Hoy vienen a comer unos amigos de mis viejos. Los Alén, sus antepasados se cambiaron el apellido de Alem a Alén a causa de ser parientes del verdugo de Rosas. Hace poco murió el hermano de Alén que vivía en Congreso porque le dio una septicemia cuando le sacaron la bolsita para reconectarle el ojete y ahora tuvo que desembarazarse del estudio contable que tenía con él y bajar presupuestos. Ah, quién me manda a escribir estas cosas que traen mala suerte. A Dios riente no le gusta que cuente estos detalles. La última vez que lo vi vino a comer asado con la bolsita y contó que la marcha del orgullo gay no tenía baños químicos y estaban los travas cagando en la vereda. Le dije que tenían que hacer como en la peña de Irala de Boca y poner baños químicos, pero me dijo: “¿Me estás jodiendo?”. Tampoco nadie vio el negocio.

Otra de las cosas que pensé fue que el primer mensaje del macrismo en la ciudad fue el de salir con la bolsita para levantar el sorete del perro. Levantá el sorete de tu perro. Era cierto. La calle estaba llena de soretes y el portero solo pasaba la manguera por la mañana.

 

A mamá le gusta el programa de Yanina Latorre por lo del Wandagate. Dijo que Icardi le había dicho a Wanda que la China Suárez tiene olor. Golpe bajo. Olor a concha te la baja, pero se le puede mandar un sodazo o una Sprite batida. Es hermosa la china, y fuma porro, aunque tiene cara de aburrida.

 

Cada cuatro horas: las pastillas y cinco puchos. Sin poder salir del barrio.

 

Ahí llegó el mensaje del banco que estoy al día. Volveré a endeudarme para comprar una computadora, esta no da más, la tendría que seguir bancando pero hace demasiado ruido. El técnico no la puede escuchar hasta que empieza a recalentar, los cinco minutos que tarda en empezar a hacer ruido no puede escuchar, y me la despacha. Pensé que en sus tomacorrientes industriales no se les recalentaba y no veían el problema, pero no creo, son jeropas. Cuando le pongo el ventilador se calma o no sé si la tapa el ruido. Eso. Debo prender el ventilador para tapar el ruido de la computadora. Y comprar un teclado nuevo. Lo que fue volver al teclado después de la internación, estoy un poco como Mica con respecto al teclado, no estamos unidos, capaz que le tendría que poner WD-40 a las teclas.

 

Me imagino que personas como Gustavo Noriega y Alejandro Agresti y pongamos, José Retik, podrían hacer un programa de radio que yo pudiera escuchar por las tardes al llegar a casa, como a Fernando Peña con Cucuruchos en la Frente cuando llegaba del hospital de día del Borda.

 

Voy marchando por los temas de Tom Waits con un chaleco de fuerza.

 

Hablo con Clarice en la playa de Gesell, le pregunto por el calor de su malla y se va. Mundo inseducible. Pling, la olita. Recorre librerías de ciudades playeras, las de Mira y Pinamar eran las mejores.

Me gusta leer a Néstor Sánchez en verano. Me leí El amhor con techo de chapa sin aire y me voló la cabeza. Julieta no le pudo entrar, Ale tampoco.

La mujer con nombre de sudestada industrial no responde. El viento alto no refresca, la semana que viene anunciaron cuarenta grados.

 

Se fueron los Alén y comí un roll y medio con fritas, estoy pipón. Mamá me dio sesenta gramos de tabaco y ya queda poco, puse el aire y un mate que tendré que suspender porque ya no me da más la tripa de gordo explotado.

Los domingos son odiosos sabiendo que el lunes tendré que volver a ese lugar, pero todavía es sábado y me resisto a dormirme, pero ya me tomé los Valcote, Pregabalina, Clona, Halopidol y Risperidona de la noche.

 

Hay un pibe del hospital de día que según él fuma y me puede conseguir (resultó a 18 dólares el gramo), me dijo de unas animal kush y de unas frosted, que no figuran en mis catálogos, son las grasadas que hacen acá, mencionó una animal kush y después dijo animal OG. Para mí que estoy en el tema es un error comprarle. Debería fumarla cuando llego del hospital de día, hasta la hora de tomar la pastilla, o no sé, después de tomarla podría cortar el efecto, como el mate o el whiski doble que me tomé en navidad. Debería cuidar la plata y comprar libros, el Miércale de Claudio Bertoni tan ansiado. Hay varios, Los Mártires de Chateaubriand, más diarios de Bloy, los de Sánchez, otros para mi sobrina.

 

Escribo como un adolescente. Otro libro que quiero conseguir es el Diario de Irak de Vargas Llosa. Está barato en la colección de Clarín, tres lucas y algo, cortito, 140 páginas.

 

13/1

 

El hombro está intacto, un poco inflamado, me dieron una intramuscular OXA 12. Vi niños con kipá andando en bici y grandes de negro paseando.

Otro día inútil en el hospital de día. Escribí un poema sobre una lectura de Murakami que me sonó como a un Benedetti japonés.

Aumentó el Panero nuevo. Aumentó todo mal en Buscalibre.

Javier me va a mandar libros, ¡por fin voy a salir de Bloy un poco!

Ya me tengo que ir a dormir pero el mate está caliente. Cuando preparo el cuarto prendo el ventilador y el aire acondicionado, vienen mis viejos y putean. Tengo que apagarlo para seguir acá y que no me jodan. No entienden que acá arriba se conserva la temperatura del día. Hoy hicieron 34 grados.

Cada vez se escuchan más helicópteros. A mi hermano le pusieron un helipuerto a unas cuadras, abajo del puente de Panamericana sobre el Reconquista. Allí también lotearon terrenos para barrios cerrados pero no compra nadie con ese helipuerto y el río podrido.

 

14/1

 

La sopapa de los flanes, o hacer el amor sin aire con 115 kilos fumado. Sin fumar apenas me puedo poner los calzones.

Hoy me dijeron que una chica del hospital de día fuma porro y le hicieron un by-pass gástrico. El porro da unos bajones que solo se recuperan comiendo mucho. Parece que nadie le dijo, pero ahora con un estómago tamaño pulgar sigue fumando y come puré.

Hay que fumar sativa buena. La Kali Mist, por ejemplo. Las kush te hacen engordar.

 

15/1

 

Hoy debuta en Boca el mediocampista Rey Domenech. Hijo de un amigo de un compañero de hospital de día. Viene rompiendo las pelotas hace rato el tipo pero ayer salió en el Bolavip del Facebook que iría desde el arranque así que lo voy a poder ver bien.

 

16/1

 

No pasó nada con Rey Domenech, vi el partido veinte minutos y me fui a dormir con ventilador y aire, hoy 37 grados centígrados.

Mamá compró la Caras y la OH LA LÁ.

Me compré el Rabo de anti-nube, las Aventuras en Venecia y Los años de Orígenes.

 

17/1

 

No fui al hospital de día porque me levanté mareado. Anulé la compra de los libros pero me pedí Miércale de Claudio Bertoni. Siesta. Mamá me hizo una pizza en una focaccia. Llovió y hace más calor que antes, estoy chivando. Pájaros, niños en la pileta de al lado, calor, mate frio, un trueno. No hay aire. Pagué la última cuota de deuda. Ya lo dije.

Claudio Bertoni es rompebolas, histérico, hipocondríaco y estúpido con la variedad de sus miedos, no hay verdad o chiste o algo impensado y gracioso. Me va sumergiendo en una molestia o dolor de hombro, algo que siempre está incómodo y al pedo, apuro el libro. ¿Se acabaron las lecturas para mí? ¿Ya se acabó la música, ahora los libros?

 

18/1

 

Me despierto mareado de nuevo. Se fue el efecto del OXA y volvió el dolor de hombro. Voy a comprar puchos y me cago en el camino. Termino de cagar en el club house y me limpio todo lo que puedo, vuelvo acá y me doy un bidetazo y me baño, me hago unos mates.

Retomo el rezo y todo esto que escribí lo hice sin rezar, se nota.

 

20/1

 

Me cuesta despertar cada vez más. Pido volverme antes a causa del dolor de hombro, me retiran cuarenta y cinco minutos antes.

180 dólares por diez gramos de porro.

Es el colmo.

 

 

 

Porque nunca hubo un rock para arriba

que bajara

y dijera

me la soba

 

Cerati era un aeroliptus

Su patetismo a Viagra pendejas y merca

su ángel eléctrico,

y sus climas de sultán

todo era hablar

y hablar

y nada que recoja dos tres poses

de guitarra tejana pareja

y concluyera con todo el rock fatuo

con un

me la soba

 

18.6.20

Nota, por Néstor Sánchez




La alusión no es del todo arbitraria: hace aproximadamente una decena de años, en la ciudad de Buenos Aires, un tal Roque Islam (poeta impublicable y desasosegado) necesitó poner el pecho a una especie de exhortación acaso un poco desconsiderada: ¿por qué motivo no escribía prosa?
   Casi sin lugar a dudas él debió experimentar algo bastante parecido a una provocación, a lo alusivo de por sí; entonces preguntó, a su vez, si se le estaba proponiendo que narrara (en los términos más o menos frecuentes), si se le estaba ofreciendo la alternativa de contar alguna historia, o suceso ajeno, o recoveco mnemónico.
   La respuesta no sólo resultó afirmativa sino que además contenía la intención de una posibilidad personal (es decir para él a su edad, de acuerdo con su obstinación sin atenuantes). Casi de inmediato Islam, fiel a cierto octosílabo recurrente, con esfumaturas, optó por ponerse de pie y salir a la calle. Todo esfuerzo por entrever lo que habrá pensado durante el trayecto hasta su casa, solo, a esas horas, resulta poco menos que impensable.
   Ahora, por una rara inclinación a lo inmediato, se presenta la oportunidad de contrapuntear a veinte narradores argentinos que por aquel entonces, en el peor de los casos, sólo llegarían a los veinticinco años de edad.
   De los innumerables lugares comunes de la supuesta crítica especializada rioplatense, entonces, convendría recurrir a tres que, a su modo, terminan de garantizar cierta tendencia a la proliferación y al auge: experiencia directa en lo narrativo que salta sobre la noción de poema (supuesta raíz de la lengua); confianza poco menos que inusitada por parte de las casas editoras; cierto costado de desenfado formal (sobre todo sintáctico) a partir de la segunda edición de Rayuela.
   Sin embargo, releyendo el material, surge casi de improviso un elemento categórico que pretendería enfrentarse a otro un poco más desvaído: por un lado permanencia inevitable del realismo sin atenuantes (o con sus propias esfumaturas y modorras); por el otro la irrupción del texto que querría negarse a ser cuento, o relato, o crónica.
   Y tal vez otro síntoma bastante identificable: casi la mitad de los autores renuncian a la “prosa de cámara” para empezar directamente con el aliento, con la novela o su parodia. En este sentido el material vale la pena porque muestra una transición y, al mismo tiempo, un cansancio, cierta confianza cuestionadora en relación con determinado criterio de realidad (y de palabra), más, al mismo tiempo, la sospecha de que el lenguaje escrito podría protagonizar una sospecha, como tal.
   Por otra parte: las ausencias inevitables pretenderían estar comentadas en algunas de las tendencias que se incluyen aquí.
   En el mejor de los casos la recopilación de veinte autores jóvenes (*) no “da” un solo autor, ni tampoco dos: ofrecería la medida de un conflicto, el titubeo inevitable y bienintencionado de las tendencias más la riqueza obvia de un “estado” semejante. También aparece, por algunos momentos, esa fatiga previa de la convención que tanto atormentara a Roque Islam.
   Caracas, 1970.
                                                                                                                   N.S.


(*) Por dos motivos (exceso de edad y/o divulgación suficiente) fueron excluidos: Manuel Puig, Daniel Moyano, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hernández, Rodolfo Walsh y Juan José Saer.

Tomado de: 20 nuevos narradores argentinos. Antología preparada por Néstor Sánchez, Venezuela, Monte Avila Editores, 1970.-  


2.6.20

Cabezón 2915, por Mariano Fiszman




                                                               “…no rescato nunca hechos significativos…”
                                                                                                                             N. S.

Estoy por tocar el timbre de la casa de Néstor Sánchez por primera vez. Es el año 92 o principios del 93, lo que me acuerdo bien es la hora por su manera de decir “a las doce” en el teléfono haciendo sonar todas las consonantes a fondo y la o profunda, un poco a lo Riverito. La casa, baja, la primera desde la esquina, tiene un frente de mármol claro, puerta de chapa con un rectángulo vertical de vidrio oscuro en el centro y dos ventanas a los costados, las celosías cerradas siempre. El timbre suena fuerte, se enciende una luz a través del vidrio, el cuerpo atrás de la puerta lo oscurece, abre. Néstor es alto y corpulento, usa la ropa de los viejos del barrio, alpargatas con suela de goma, pantalón de tela liviana con elástico y camisa. Nos damos la mano, me hace pasar, nos sentamos alrededor de una mesa baja, carpeta tejida, en los sillones del juego de madera oscura, de estilo, duros, con apoyabrazos, cada uno ocupa el lugar que va a mantener después durante años, yo a la izquierda de la puerta, frente a la pared descascarada y el cuadro que le regaló Gorriarena y él a mi derecha, enfrente de una biblioteca también de madera oscura con tres puertas de vidrio y cortinitas que no dejan ver adentro, él a mitad de camino entre la puerta de entrada y otra, la que esconde el resto de la casa sin terminar de filtrar las voces de mujeres, los tangos de radio, el olor del bife o las milanesas cocinándose. A sus espaldas enmarcada la foto infantil. Hablamos de literatura, del barrio y sus personajes, que conozco bien porque viví casi toda la vida en esta misma manzana, justo a la vuelta, sin saber que esta era la casa de Néstor Sánchez, al lado de la pescadería que para nosotros sigue siendo la farmacia aunque cerró hace quince años, y cuando más adelante me presente a su madre la voy a conocer de haberla visto barrer la vereda. Pero si en la charla hay entusiasmo es mío, y es mudo. Néstor se sienta erguido y saca cigarros del bolsillo de la camisa, Particulares 30, fuma en silencio. Su cara es redonda y grande, como sus ojos, y la boca ancha. Tiene una sonrisa enorme, contagiosa, se ríe con toda la cara, asintiendo, y los ojos le brillan intensamente. Otras veces la mirada se opaca, apagada, el contraste es grande. Me veo obligado a llevar adelante la conversación, no es mi juego y lo hago torpe, pregunto por ejemplo si esa foto que se ve es de la nieta y me dice que no, que es el hijo, o pregunto fechas, tratando de situar su viaje en el tiempo, y me dice ah, no sé, yo de años no sé nada, meneando la cabeza con los ojos cerrados, como si lamentara no poder ayudarme. Le pregunto qué lee. Casi nada, dice, con la misma desolación, Joyce, “Estoy preso en esta escena ardiente”, cita y se le ilumina la cara. De Claude Simon hay un libro que está bien, El viento, una edición de Fabril, de tapas duras. No lo conozco. En el silencio, se pasa las palmas por los muslos, cruza los brazos, mira fijo la biblioteca, respira pausado y de pronto hondo y suelta todo el aire con un soplido fuerte. Tiene el mismo pelo con el que aparece en las fotos de joven, sin canas, ondulado, bien peinado, y un gesto repetido de alisárselo con la palma, no a los costados, no por coquetería, sino la parte de arriba, unas palmadas, como achatándolo. En cambio la dentadura es postiza, parece que le molesta, todo el tiempo la acomoda y corrige con la yema del pulgar. Cuando su reloj de malla negra y agujas sobre un fondo blanco marca una menos cuarto me dice que se tiene que ir a comer. Llamame, dice. Nos volvemos a dar la mano y salgo.
Ese esquema de visitas se repite un par de años, siempre día de semana, siempre a las doce y hasta la una menos cuarto. Néstor no ve a casi nadie, no lo llaman. Dice que es traductor de inglés, italiano y francés pero que no le dan trabajo, es una mafia. ¿Escribe? Ya no. Estoy seco, dice, sin expresión, sólo confirmando el hecho. No escribe porque no tiene una épica. Antes tenía una épica, una épica de vida, y esa vida se volcaba en la literatura. ¿Ahora de qué voy a escribir, de la vejez? Le dejo una copia de algún cuento que estoy escribiendo, él la hojea y la guarda en esa biblioteca que me empieza a intrigar con sus cortinas. Lee y llama enseguida, no es complaciente ni jodido, ninguna pretensión. Hablando de un cuento que le pasé, dice que le pareció parte de una novela, y yo a partir de ahí arranco mi primera novela, como si me hubiera dado permiso o hecho creer que estaba en condiciones. Como estoy por irme a Francia por un tiempo, le pregunto si hay alguien a quien pueda ir a ver. No. Estaba Beckett, lástima que murió. Después no pasa nada, y repite el gesto desolado.
Cuando nos volvemos a ver nos reímos de los parisinos y del clima, de París no. En la biblioteca del Pompidour encontré sus libros traducidos y editados por Gallimard en los setenta. Estaba Cómico de la lengua pero prefiero esperar a leerlo en castellano. No tengo ninguno, dice Néstor, se perdió todo. Sí leí El viento y también encontré, medio de casualidad, a un lingüista argentino con el que cenamos un par de veces en la rue Dunois, fuimos a bares y a la presentación de un libro de poesía en idisch en una librería del boulevard Saint-Michel con buen vino y comida y un borracho gritón con su perro al que nadie se animaba a echar, y cuando el lingüista me pregunta a quién leo le digo, para desalentarlo, Néstor Sánchez, entonces el tipo se ahoga con el bordeaux y dice que Néstor lo inició en la literatura a los quince años, era novio de la hermana de uno de sus amigos, educó a toda la barra, nunca más lo vio, me pregunta o me dice, como se dicen esas cosas, si no estaba internado. Esa noche somos dos personajes de Néstor Sánchez buscando a nuestro autor.
En Cabezón y Nazca, a las doce, cada uno vuelve a su silloncito. Un día aparece recién levantado, en pijama celeste de pantalones cortos y camisa con botones blancos, solapas y un bolsillo para los Particulares, y chancletas con dos tiras de cuero en equis, como otros vecinos de esta cuadra no hace tanto, a lo Siberia. Las novelas las escribió en un año, catorce meses cada una, no más. Era como un ciclo. El tiempo siempre presente, la fecha de escritura de la novela al final, su rúbrica. Escribía ocho horas diarias todos los días. Cuando se escribe la novela es todo el día y toda la noche, hasta en los sueños. Antes que los personajes envejezcan, dice. El tiempo y la muerte. Cuando le pregunto por el barrio, dice muchos muertos. ¿Ruido? ¿El 90 que pasa por la puerta? No, muertos, se está muriendo mucha gente. Pregunta por Martini Real, de qué murió. Me avisa que murieron Burroughs y Ginsberg, dudo si es reciente o pasó hace mucho y me olvidé o si ya me lo dijo. Sigo dejándole mis textos. Aparece en La ballena blanca un viejo artículo suyo sobre la novela y le pregunto, buscando las palabras, por algo que él dice ahí, si entonces ya contemplaba la posibilidad de dejar de escribir. Sí, asiente con la cabeza, ya la contemplaba, y me queda mirando. Ahora había empezado una novela pero la abandonó. Setenta páginas. No le gustaba. Me muestra una antología de Perfil en la que aparece Adagio. Están Macedonio, Lamborghini, Gusmán. Al día siguiente le dan 300 pesos, le da risa, es lo que se paga en las antologías. Leo la reseña, el libro de cuentos es del 88, ¿tanto? Yo también pensé que era menos, dice con la mano derecha sobre el pelo y ojos muy abiertos. ¿El personaje de Adagio es su padre? No, es Juan L. Ortiz. Es el relato de una visita a Juan L. Ortiz, aunque no pasó nada de lo que se cuenta, sonríe. Iban a verlo a Paraná con Hugo Gola. Su poesía le gustaba, pero hablaba mucho, tenía logorrea. Tomaba mate todo el día y anfetaminas. Vivía con un montón de animales, no se acuerda si perros o gatos. Era alto y flaco, y las plumas que usaba para escribir y la bombilla del mate y su boquilla, todo era fino y alargado. Voy rearmando su itinerario. Perú, ya metido en Gurdjieff, Venezuela, Monte Ávila, la traducción de Muerte a Crédito, con eso se pagó los pasajes a Europa, Italia, España, en esa época andaba bien, llegué a tener auto y todo, después París siete años y Estados Unidos ocho, en total veinte años afuera. Lo invito a cenar alguna vez a mi casa. Queda en pensarlo. Al centro no voy, dice. A todo lo que está más allá de Chacarita, en Villa Pueyrredón se le dice el centro.
Empiezo a verlo afuera, en un café de esa frontera que es Chacarita, adonde se reúne los sábados, a las cinco de la tarde, con Raschella, Hugo Savino y Pablo Ingberg. Hasta acá Néstor viene de zapatos y jeans, y ahora nos saludamos con ese abrazo porteño con choque de mejillas. Entre otros recupero un poco mi silencio, se habla de tango y de jazz, de escritores que no conocía, José Agustín, El oro, de Cendrars, Kerouac, “Y yo me vuelvo a casa, habiendo perdido su amor. Y escribo este libro”, cita Néstor y le brillan los ojos, cuenta cuando fue a Big Sur ilusionado, creyendo que lo iba a recibir una colonia de artistas pero no había dónde quedarse ni cómo volver, un desastre, se entusiasma con Molina, “Bañándome en el río Túmbez un cholo me enseñó a lavar la ropa”, si alguien nombra a Saramago él pregunta quién es, de Borges le gustan Historia universal de la infamia, El Aleph y Otras inquisiciones, lo entrevistó en la Biblioteca antes de irse, la secretaria tres veces interrumpe “Borges, teléfono”, y el viejo “Le dije que aparentara que era un hombre ocupado pero creo que está exagerando”, y el sábado que estaba en la cama antes de ir al bar y se le apareció un recuerdo olvidado de esa entrevista, un flash, él dale con Gurdjieff y con Ouspensky hasta que Borges lo interrumpe “¿Usted es teósofo?”, la risa de Néstor nos hace felices, escritura en estado de gracia, como cuando escribía, a veces estaba escribiendo un capítulo y se le armaban los seis siguientes, anotaba, después del seis al doce, la novela se iba armando sobre la marcha, un esqueleto después la escritura, para los personajes nombres de jugadores de primera C, Orsinis se iba a llamar La juntidad espeluznante, Cómico por los cómicos de la legua, trashumantes que recorrían América, además en esa época como una manera socarrona de dirigirse, “qué hacés, cómico”, o “éste es un cómico”, escrito en Barcelona algunas partes que salían directas a máquina otras a mano, anotaciones en papeles sueltos, con letra grande, a veces escribía “con trago”, de noche, en un bar vacío, el dueño un fantasma, de mañana las pasaba a máquina, Chicago vista un sólo día, el viaje en auto ida y vuelta desde el aburrimiento profundo de la residencia para escritores de Iowa, la gente que escribe “temas” y la imposibilidad de escribir una novela con personajes que no tengan nada que ver con uno, como un militar, qué se yo cómo es un militar, para eso hay que ser novelista (peyorativo).
Cuando muere la madre queda solo, la casa se me abre, de la sala pasamos al comedor que corresponde a la otra celosía que da a la calle, juego de mesa y sillas tapizadas y vajillero, la cama de Néstor, pastillas sobre la cómoda, atados de Particulares, monedas, páginas de cuaderno llenas de su letra cursiva, de ahí a la pieza que era de la madre adonde están el teléfono y el televisor y un diploma que imita un pergamino con caligrafía cuidada y muchas firmas. Los muebles, artefactos, cuadros, adornos, todo es de hace treinta años, todo mantiene su lugar. Lo desperté. Se peina y tomamos mate en la cocina oscura, uno a cada lado de la mesa, yo de espaldas a la heladera, él cerca de la hornalla encendida a mínimo, un reloj cuadrado de fórmica imitación madera clara y la inscripción Aconcagua nos vigila. Néstor es muy puntual. Se acuesta temprano, se levanta tarde, duerme siesta. Me aburro, como no escribo me aburro. Sin dientes se parece un poco a Benedetti. Querían meterme en el boom y yo me fui a la mierda. Se ríe de Vargas Llosa, “la luz entró en el cuarto como un cuchillo en la carne”, de Carlos Fuentes codeándose con presidentes y embajadores. ¿Hoy pasa el basurero? Tiene que sacar ramas a la calle, a la mañana estuvo el jardinero. También la chica que limpia. Se nota, ¿no? Igual vos sos ordenado. Si, soy ordenado. La cocina da al jardín por una puerta de alambre tejido. Salimos. El contraste con la casa golpea. El jardín es una isla de claridad. El pasto, las enredaderas sobre las paredes, muchas variedades de plantas y flores, a un costado hasta un banco de madera, todo crece fuerte, cuidado, alegre, mágico.
Aparece lo de la computadora, dice que sí y en el café nos ilusionamos, ¿y si empieza a escribir de vuelta? Un sábado al mediodía llego a Villa Pueyrredón en remise y me está esperando en la puerta de su casa. Bajamos la máquina del baúl y dejamos todo sobre la mesa del comedor. Preparó bifes y una ensalada de lechuga bien condimentada, hay pan lactal, fruta, tomamos cervezas hablando de Alberto el almacenero, de Fanego, salimos a buscar una ferretería abierta por el barrio para comprar una zapatilla, el nombre del artefacto lo hace reír, caminamos por Cuenca abajo del sol, le gusta caminar, las calles están vacías, mantiene la espalda recta, el paso un poco rígido pero elegante. Empezó a escribir de chico, en el colegio, tenía aptitud. Redacciones, cartas. A los dieciocho años un maestro le dijo que escribiera. ¿Un maestro de escuela? No, un maestro, un tipo. No había terminado la secundaria, a los dieciséis años estudiaba en el Normal Mariano Acosta cuando murió el padre, dejó la escuela y fue a trabajar. Al ferrocarril. Retiro. El padre y el tío eran ferroviarios. Tiene un hermano ocho años menor que vive en Italia y también escribe. El padre parece que escribía también, era muy lector, a Néstor le quería poner Florencio, Florencio Sánchez, se ríe, por suerte después lo convencieron. Primero escribía poesía, después dejó. No se me da la poesía, me pongo filosófico, me voy por las ramas. En cambio, creó esta escritura que llama poemática. Pero sus relaciones siempre fueron con poetas, no con narradores. Era amigo de Aguirre, Bayley, Madariaga, Molina, Ortiz, Gola, Alonso. Le gusta mucho Molina, más que Girondo. Es más denso, Girondo no es un gran poeta. Cuando él lo conoció, a través de Madariaga, Girondo andaba en silla de ruedas, lo había atropellado una moto por Florida. Era muy mujeriego, hacía grandes fiestas. De Bayley dice que necesitaba la murga, y que él se fue, no lo soportó. Fueron los primeros lectores de Nosotros dos, a la novela no le dieron el premio en el concurso de Primera Plana porque dijeron que tenía influencia de Cortazar. A Cortazar no lo conocía, le había enviado la novela a Paris y él escribió una carta fuerte de recomendación para Sudamericana, y discutiendo lo de su influencia. Así entró a publicar. ¿Cortazar? Le había pegado mucho Rayuela. También Marechal, Adán, pero más todavía El banquete.
Cada dos o tres sábados en el café, con Pablo, Hugo y Roberto, ahora algunos asados, otra noche en una pizzería brindando por los libros que aparecen y la perspectiva de que por primera vez se va a editar Cómico de la lengua en Argentina, ese fin de año todos juntos en la casa de María Teresa, pero al mismo tiempo en el comedor oscuro clases de computación que los dos queremos que terminen rápido para ir al bar de Mosconi, a cinco cuadras, adonde va todas las tardes. Entrando, levanta el brazo derecho y muestra la palma de la mano junto a su cara y cabecea apenas. Alfredo, el mozo, le trae un sifón y dos vasos, uno lo llena hasta el borde de vino Toro que Néstor va estirando, cuando se le termina el mozo se acerca y le vuelve a servir. La reacción rápida, sin necesidad de palabras, la precisión de cada gesto. Pregunto por las drogas. En esa época en Buenos Aires había droga por todas partes, estaba a la orden del día. Tomó eso que estaba dando vueltas para Orsinis, pero él no la usaba. Una sola vez fumó y le hizo mal, se separó en cinco, no sabía donde estaba. El verbo como en inglés, usar marihuana, usar cocaína. En el televisor pasan un amistoso Holanda-Brasil, le causa gracia que conozca los nombres de los jugadores. Desprecia el fútbol a favor del turf, aristocrático, aunque es de River y los domingos en la casa escucha los partidos por radio. Le divierte mucho el apodo Muñeco, de Gallardo, por la cara que tiene. Atrás de las mesas juegan al billar. Jugaba de chico, de prohibido, después ya no. Lo que sí le gustaban eran las carreras, y la quiniela. Ahora es imposible, hay carreras todos los días, y sorteos, lotería, quini, loto, raspadita, provincia, nacional, uf, sopla a través de los dientes. Para jugar a las carreras hay que estudiar, hay que leerse la revista. Una tarde en el café de Chacarita, hablando de las carreras, dice ese fue mí vía crucis. Y que en París trabajaba de mañana en Gallimard y a la tarde iba a las carreras. ¡Tres mil quinientos dólares en Boulogne! Además estaban Saint-Cloud, Auteuil, que era de vallas. Y también el póker, con Mariani y Juan Carlos Martelli. O en vez de ir al bar de Mosconi compró dos botellas de cerveza y yo traje una de whisky y cuando salgo de su casa es de noche, es invierno, necesito mucho caminar, las frases se agolpan, ¿un Gorriarena puede valer 40 pesos?, meo en los pastos de una vía por Monroe, en Triunvirato y Olazábal subo a un 127 y me despierto en Boedo e Independencia, salto al viento frío, a un taxi, cuando se lo cuente va a sonreír con la punta de la lengua entre los dientes y los ojos muy abiertos brillándole.
La casa es alquilada de toda la vida, ahora por el hijo del antiguo dueño. Solo, le queda grande, y piensa buscarse otra más chica o una pieza. Le da vueltas al asunto. Una de las últimas tardes que voy me dice que si se muda va a tener que desprenderse de los muebles, también de la biblioteca, y que elija qué libros me quiero llevar. Abre las puertas. Veo uno o dos estantes con libros. El único que quiere conservar, además de los suyos, es la antología del surrealismo creo que de Pelegrini, un volumen gordo de Fabril, por el poema de Daumal Hechos memorables. Me lo hace leer, “Acuérdate de tu guardián”. El texto está marcado con algunos puntos negros al margen, tiene correcciones a la traducción, algunos yo tachados. Resaltan tres Cómicos, y un Nous deux del 74 que le mandó a la madre desde Paris, con una dedicatoria cariñosa de tono tanguero. Son los únicos ejemplares que tengo. Después, el resto, libros de conocidos, curiosidades, un Alambres dedicado con devoción por Perlongher. Abochornado, al final elijo El conocimiento silencioso, de Castaneda. Hablamos de Castaneda, le pregunto por Gurdjieff, dice que es muy complicado, que no quiere saber nada con eso. A mí me llevó a la locura. Un mal camino. Sí, asiente, un mal camino.
Lo seguimos encontrando cada mes en el café de Chacarita. El cinco de abril lo vemos ahí, en algún momento de la charla pide si alguien le puede conseguir un almanaque grande, que se vean bien los números. Dos semanas más tarde me estiro hasta Villa Pueyrredón por última vez, es un lindo domingo de otoño, bajo del 90 por adelante y las piernas me llevan solas, paran frente a la puerta de chapa pintada de beige, acá quisiera que me dejen, al sol, con un pie sobre el umbral de mármol y a punto de apretar el botón de bronce mudo, mirando la chapa 2915 blanca, su borde de óxido que avanza, detenerme antes de ir al kiosco de a la vuelta, antes que salga la mujer se ponga una mano sobre la boca y diga que era tan correcto, un señor, que a los vecinos les extrañó no verlo, uno notó que la llave estaba puesta, habrán entrado, más tarde voy a entrar yo a una estación de servicio y voy a hacer los llamados, mañana en la comisaría 47, en Judiciales, el sargento primero Méndez, todas son escenas y nombres de una novela cómica escrita por él, pero ahora, en este instante, lo que yo quiero es parar el tiempo, que nada de esto pase, quiero tocar el timbre y que suene, que la luz no esté desconectada, que no haya este silencio, se abra la puerta y aparezca Néstor Sánchez.






Este texto apareció publicado por primera vez en el nro. 1 de la revista Zélema, Buenos Aires, 2010. Forma parte de Visiones de Sánchez, recopilación de testimonios de escritores que conocieron a Néstor Sánchez. Pertenece al libro inédito Tres encuentros.