“El amor es una agitación despierta, viva y alegre”. Un
cuerpo clandestino desliza sus pasiones en cartas secretas, en esa agitación de
la cita de Montaigne, a Méry Laurent. ¿Nada
de un fauno…? Modestia para ir rápido: el fauno solitario envuelve a la
Loba con palabras, el fauno cómico, el fauno impresionista si la ocasión lo
requería. De su mujer: “Es tan inteligente como puede serlo una mujer sin ser
un monstruo. Yo la haría artista”, pero es otro capítulo. Mallarmé ya se había
hecho esta pregunta ¿adónde huir en la
rebelión inútil y perversa?: acá entra la palabra clandestinidad: los pocos
lectores que quedan no necesitan más aclaraciones: la época abunda en
charlatanes con diplomas y un buen lector sabe eludirlos y encontrar los buenos
libros que llevan a otros libros, al laberinto del fauno, a la biblioteca, a la
alusión, a la obscenidad y “a la sensualidad a un grado increíble”. “Todo lo que se le puede ofrecer al poeta es
inferior a su concepción y a su trabajo secreto”. Algunos pormenores: Ella:
hija de una lencera y de padre desconocido nace en Nancy en 1849, a los quince
años se casa con un almacenero del que se libera al poco tiempo y se va a
París. Allí se hace mantener por el Doctor Evans, un dentista norteamericano
muy rico. Mallarmé: profesor de inglés, pocos alumnos supieron valorarlo. A
veces se sacó algunos días de licencia: no es para tanto. Viélen-Griffin: “Lo
adoramos, pero mientras tanto fumamos su tabaco, bebemos su ponche, y es muy
pobre, y no hacemos nada por él, y eso que algunos de nosotros somos ricos…
“Manet: no pintaba de la manera que se esperaba, parece que no hacía obras de
arte, en sus telas faltaban las señales apropiadas, todo era muy poco definido,
el retrato de Mallarmé tenía muchos empastes, el cuello de palomita del maestro
está lleno de impresiones borrosas color ocre. Cuando había un dibujo mal
hecho, el clásico mamarracho, los que decían saber se burlaban diciendo “parece
un Manet” (Sorlin).
Si seguimos la línea de Marchal, el Dr. Evans le asignó una
renta, Manet la puso en una tela, y Mallarmé en poemas y misivas.
Villiers fue una amistad: cuando escribió la conferencia Villiers De L’Isle Adam, la representó
ante su mujer, su hija Geneviève y dos amigos, y ellos “la siguieron con el
sentimiento de no perderse ni una palabra”. La iglesia mallarmeana se sacude:
¿qué hace este Swift contando así la agonía de su amigo a esta cocotte que
Manet pintó en 1882? Mallarmé no pedía permiso, sabía con precisión la clase de
lector que hay en un Literato que sólo da tantas líneas a la semana: ¿qué se
puede esperar de un tipo que no sabe apreciar a Rodin?: falta de delicadeza,
estupidez.
Méry, a veces, soñaba con la literatura, él respondía: “De
qué me hablas, palomita; te molestan mis cartas y quieres literatura. No hago
(…)”
“La mujer esa eterna ladrona”.
Ardor luminoso de la alegría, la gracia del mobiliario del
siglo XVIII, o los acordes de Haydn: Mallarmé.
Publicado
inicialmente en Tokonoma 5,
agosto de 1997.