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8.8.25

Usos del grabador, por Javier Fernández Paupy

Al pasar, en un cuento de Bernardo Jobson aparece esta frase: «Con un grabador y una filmadora uno podría, en diez minutos, escribir los diez tomos del Testut». Humorada que, hipérbole mediante, solapa una verdad sobre los usos del grabador. Son muchos los libros escritos a partir de las ventajas de la tecnología. Pienso en Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis; Memorial de los infiernos, de Julio Ardiles Gray o Magnetizado, de Carlos Busqued. Libros en los que la oralidad está trabajada explícitamente. Libros que salen de un grabador, como El fin del «homo sovieticus», de Svetlana Aleksiévich. Libros que parecen reportajes novelados y se leen como novelas hipnóticas. Pero ¡Oh, nuestra maestra de canto! Una biografía de Lucía Maranca  (Mansalva, 2022), de Pablo Dacal, se inscribe en otra saga que posiblemente haya inaugurado Jean Stein en colaboración con George Plimpton, con su Edie, an American biography (1982). Me refiero a las memorias corales. En ese sentido, Del infinito al bife. Una biografía coral de Federico Manuel Peralta Ramos, de Esteban Feune de Colombi (Caja negra, 2019) o Fogwill, una memoria coral, de Patricio Zunini (Mansalva, 2014) revelan, en parte como punto discutible, la mitificación del artista y la apología del personaje por encima de la persona que hizo posible una obra. Pero más allá de la perspectiva encontrada y el recorte de sentido, en toda biografía coral la aglutinación de diferentes voces hace que el relato avance sin pausa. Sea Edith Sedwick, Billie Holiday, Luca Prodan o Fabián Poloseski, los  relatos de vida que recuperan testimonios suponen puntos de vista y subjetividades intercaladas. ¿A Lucía Maranca le gustaba cómo cantaba Frank Sinatra o prefería el registro de Tony Bennet? Es lo de menos. Si hay testimonios que se contradicen lo que ratifican es otra cosa.


El libro está dividido en capítulos que son las letras vocales de nuestro abecedario. También recupera la voz de Lucía Maranca, maestra de canto: «Hay que tirar para atrás y hacerse a un costado para que salga el Aparecido. Hacerse a un costado del ego con humildad, sin falsa modestia, para que un enano picarón corte los hilitos que tenemos en la quijada y la boca se abra completamente. La mandíbula entonces se suelta, como sucede a los idiotas, hasta que vuelve a subir. Se abre hacia abajo, blanda, y el Aparecido sale a ocupar el espacio. Lejos de nuestro cuerpo. Nosotros no somos necesarios y mucho menos nuestra buena voluntad, que solo interrumpe su presencia. (…) No abrimos la boca para llenarla de a sino que la abrimos porque decimos una a» (…)  «Tengo que decir, para ser honesta, que yo me replegué mucho, en mí misma y ya no formo parte del mundo funcionante. Pero estoy en contacto con la radio, con la televisión, y me da la impresión que es un mundo más rápido, más superficial y más arribista» (…) «Entonces, si vos me contás lo que sentís mientras revolvés el azúcar en la taza de café… No, hay que encontrar una forma más sublimada y poética de contar lo que a uno le pasa, suponiendo que al otro le interesa». (…) «A lo mejor el deber de alguna gente anciana, digámoslo así, es el de conservar cierto mundo que yo no existe sin plegarse al mundo nuevo. Yo, que también soy joven, conservo ciertas cosas, incluso ciertos ritos, que la gente ya no tiene» (…) «La masa popular rehúye de la música culta porque no la entiende y los que pueden entenderla se aburren. ¿Quién nos escuchará?» (…) «Hablé de cultura. Una de las formas de adquirirla es leer, leer, leer, conocer lo desconocido. Escuchar lo que hacen otros: no cómo cantan, si no lo que cantan».

¡Oh, nuestra maestra de canto! es un elogio de la música, de la disciplina, de la entrega a la enseñanza, de la transmisión, del trabajo. «Estaba deseosa porque todos seamos libres», recuerda Daniela Aphalo. El libro, de manera oblicua, habla de la importancia del arte. Pretende a un músico médium, en oposición a toda persona que pida ilusiones a la altura de su ego. El periplo vital de Lucía Maranca evocado en el libro, de Italia a la Argentina, repone buena parte de las búsquedas vanguardistas musicales del siglo XX, el dodecafonismo, la técnica del “parlar cantando”, la técnica Brugnoli y un método personal en el que la postura corporal, la relajación y el peso de los brazos ocupan un lugar central.  Portadora de la clave para descifrar el  secreto de la interpretación de los  nuevos sistemas armónicos y tímbricos, Maranca, según sus propias palabras: «cantaba todo y lograba que la gente que no entendía nada dijera: “no entendí nada, pero me encantó». Según la maestra de canto: «Cantar es mover el mundo. Decir con verdad». Como si se diseccionara a la maestra, el libro revela secretos o un legado, como cuando Maranca afirma: «Las alturas, en la música, no existen. El  que afina es El Otro. No hay notas altas ni bajas: hay notas más o menos exigidas». Apunta Pablo Dacal: «La música, para ella, dejó de ser una carrera profesional para transformarse en la práctica diaria de un ejercicio espiritual». Lucía Maranca: «Pienso que, al hacer algo, el primero que tiene que estar emocionado es uno. Y en la emoción van unidos el talento, pero también lo que llamamos alma, corazón, estudio. (…) Mi función es muy clara: se trata de enseñar lo que yo sé y lo que he aprendido. (…) ¡Un maestro tiene que ser implacable! Yo no lo  soy suficiente, porque aguanto que un montón de mis alumnos no estudien, pero hay que pedir cada vez más. La dulzura queda en último plano y lo importante es no dormirse nunca, como maestro». Consejos prácticos de una maestra de canto: «No cantamos con el aire: cantamos hablando y para eso hay que hablar bien relajado, dando importancia a la pronunciación y a la modulación. Para cantar tenemos que recuperar la belleza en el hablar cotidiano». Como si en Lucía Maranca se actualizara esa divisa de Nietszche: «El que nació para maestro, no toma las cosas en serio sino en cuanto se refieren a sus discípulos; ni aun se toma en serio a sí mismo».

El libro también despliega un repertorio que inspiró o formó a Lucía Maranca y propone una introducción a la música clásica tanto como contemporánea y de vanguardia. Es posible armar una lista de autores y composiciones a partir de la lectura de ¡Oh, nuestra maestra de canto! Música popular florentina, música renacentista, música del medioevo, música barroca, Falú, Cuchi Leguizamón, Atahualpa Yupanqui, Troilo, Gardel, Mozart, Bach, Schubert, Schumann, Debussy, Chopin, Ravel, Eric Satie, Haendel, Monteverdi, Mahler, Berlioz, Stravinski, Schönberg, John Cage, Charles Ives, Luigi Dallapiccola, Anton Webern, Luciano Berio, Alban Berg.

A través de testimonios de quienes la conocieron, el libro propone una práctica de la memoria como ejercicio colectivo y construcción coral. Todo retrato plural supone la operación de narrar una vida particular –o escenas en las que una vida singular adquiere cierta trascendencia– desde un punto de vista múltiple. ¡Oh, nuestra maestra de canto! sugiere, incluso sin pretenderlo, una reflexión sobre la escritura biográfica y testimonial.

16.4.25

Empiezo este poema porque se terminó la vida, por Alejandro Rubio

 

Empiezo este poema porque se terminó la vida.

Por un tiempo contuvo

Las ráfagas de fuego

Que salían de mi boca cariada.

Siempre sentí ese ardor

Entre el estómago y los sesos.

Sin imágenes y sin ritmo.

Ahora descanso tomando café y

Duermo mucho y nunca me acuerdo

De mis sueños. Un día

Es igual al siguiente.

 

Gris y callado, mi gente se oculta en sus casas

Y solo el viento corre libre entre los edificios.

 

Este poema va a fracasar. Yo

Soy un fracaso. No se apenen,

Es nada más que un mal día.

La psicóloga de mi hermana

Dice que todo pasa.

 

A menos que tu memoria se resista

A dejar días como hoy en el pasado.

 

Pintó el bajón, dice

Mariano Blatt. Él viaja,

No sabe nada del bajón sedentario,

Recalcitrante, el que hace que te muevas

Entre la cama y la cocina con las manos colgando,

Ése que es previo al comienzo de un poema.

No estoy escribiendo sobre eso.

 

Voy a escribir: extraño la época

De los zeppelines, su elegancia

Y su peligro. Tengo una tendencia fantasiosa

A mirar para arriba.

 

Me rehúso a resolverlo todo

Entre la técnica y la costumbre. Quisiera

Que lo que escribo me hiciera nuevo.

La paloma que me cagó recién

El buzo indica que es demasiado tarde.

Alimentar palomas: inofensiva

Caridad.

 

Debo armarme de paciencia

Para no romper de una patada el monitor.

 

Poema, poemilla mío

Que entre meandros cristalinos te hundes

Y te me escondes, estás más allá

De las grandes obras públicas

Y la memoria.

 

Mi registro es perfecto: una

Máquina. Y no tengo nada que decir.

 

Que escriban los otros, los recién nacidos.

Yo con gran tiento les enseñaré.

Ser tutor o maestro

De una palabra nueva…

No soy yo, pero para él

Sería un buen gigante que le muestra cosas

Solo para después quitarles de su vista

Y así hacerle una imaginación.

 

Los recién nacidos son

Fuertes y exigentes. Mi posteridad

Los abraza y les lame los dedos.

Estoy en competencia con las bellas artes.

 

Hace tanto frío hoy.

Tanto, que sólo pido

Abrigarme con una frazada

Antes de que los miembros se me congelen.

 

Aborto el poema

Porque odio hablar de más.

Chau, huellas de pájaros

Sobre el papel iluminado.

Chau, mamá. Adiós a la noción de grandeza

Que demasiado tiempo me guió.

 

Todavía no almorcé y ya estoy cansado.

Hagan de cuenta que no leyeron nada.

Para epitafio es larguísimo

Y para oda no canta.

He perdido de golpe la voz.

Todo pasa, todo pasa.

Pronto llega el verano

Y la ola sexual correspondiente.

Me voy a quedar acá

Mirando el techo.

 

Son fantásticas las sombras que se dibujan en el techo.

 

 

 

Tomado de: Alejandro Rubio, Habíamos pensado, Buenos Aires, Mansalva, 2025.-

8.3.23

El verdadero problema de la droga, por Carlos Correas

 


He visto dos o tres goles soberbios de Maradona. Belleza y precisión conmovedoras. Me evoca a otro también sobrenatural futbolista: Adolfo Pedernera, a quien, a mis diez años, tuve la dicha de ver jugar. Tengo en mí, definitivamente, la imagen inverosímil de un hombre que apenas se movía en la cancha y que sin embargo estaba siempre al lado de la pelota. Se lo comenté a mi padre, que me había llevado a la cancha, y mi padre me dijo: «Ese jugador se llama Pedernera y lo que vos me comentás se llama tener colocación». Ahí, de Pedernera y de mi padre aprendí algo que es una parte de mi vida. Digo, entonces, que Maradona y Pedernera se corresponden en tanto futbolistas. Son casos para los que el lenguaje general y/o popular usa la voz «maestro». En cuanto al lumpencito que nació y se crió en Villa Fiorito y ahora jaranea en Punta del Este y tira dicharachos o balines en lugares de parranda, vistosidad y haraganeo, es normal. Eva Perón es análoga. Gardel, otro maestro, es también análogo. Nuestra sociedad, en su forma actual, los engendra. Todos somos responsables por ellos, tanto más que por nosotros mismos. Yo, profesor universitario de la UBA y de la UNR, los saludo. En lo referente a la droga que tomó o toma Maradona, lo respeto y allá él. Yo, durante décadas, fui adicto a la anfetamina. A base de esta experiencia me autorizo en enunciar que el verdadero problema no es la droga, sino la falta de droga. A saber, el verdadero problema para el adicto, que además es el único problema.


En revista Página/30, N°69 (Buenos Aires, abril de 1996)

Tomado de: Todas las noches escribo algo, Buenos Aires, Mansalva, 2021.

22.2.22

Un proyecto de vida, por Lucía Aguirre


Desde hace 20 años, Francisco Garamona viene elaborando una de las obras más sutiles y complejas de la poesía argentina. Apartado de modas y de gestos epocales, sus libros ya se cuentan por decenas, además de sus discos, películas y otros proyectos. Aprovechamos esta entrevista para hablar un poco de su mundo tan inquieto.

 

 

Vos que sos un hombre interesado en distintas disciplinas, ¿encontrás diferencias entre las artes?

La diferencia en el arte sería la del impulso, ya que no es el mismo que se utiliza para construir un pequeño poema o edificar una novela. Hay una araña que trepa por el árbol del lenguaje, que de lejos es invisible pero de cerca da miedo. La mano que hace una escultura es la misma que cava el foso en donde después será emplazada. Como dijo Rimbaud hace más de 150 años, “este es un siglo de manos”. A mí siempre me interesó expresarme de las formas más diversas. Cuando era niño soñaba ser un actor trágico que interpretase su muerte una y otra vez en la televisión, y ahora solo quiero vivir, porque la vida te va llevando, como un río que te arrastra y te deposita en una de sus orillas. La poesía, la música, la pintura, el cine, el teatro, la edición, ¿qué son sino pequeñas actividades del espíritu y participaciones en la vida?

 

A diferencia de El gusanito, mucho gusto, en el que recreaste composiciones de Jorge De la Vega y la orquestación despliega una sonoridad más relacionada con la música de los sesenta, o Los sentimientos, quizás tu disco más roquero, Hemisferio aparte da cuenta de un sonido más cercano al jazz. Canciones de una gran delicadeza en las que suenan trompetas, violines y guitarras eléctricas, además del piano y del contrabajo ¿Cómo concebiste el concepto de este nuevo disco?

Este disco salió sobre todo del deseo de hacer música y llenar el espacio de sonidos. La sonoridad del disco surge de un concepto que hicimos con Ulises Conti y Juan Ravioli, con la intención de darle más naturalidad a la música acústica, y hacer un disco de cámara con violas, violines, contrabajo, pianos. Un disco esencialmente acústico donde brillara la atmósfera de la canción. Alejarme un poco del rock e ir más hacia la música popular e incluso romántica. Canciones que son como fotografías de pequeños instantes. Es muy interesante ver como una canción va creciendo a medida que se le agregan capas de instrumentos, a partir de la colaboración de otras personas, con las que juntos encontramos su forma final. Contó con la participación de grandes músicos y músicas. Entre ellos Melingo, Juan Ravioli, Ulises Conti, Javier Maldonado, Noe Murier, Eugenia Brusa. También participó mi hija Clarisa. Quisimos hacer un disco coral, cantado por muchas personas, con muchas voces en cada canción y creo que lo logramos. Está editado por el sello Metamúsica y también se puede escuchar en garamona.bandcamp.com

 

¿Qué le pedís a una canción?

Que sea como un manto que cae sobre la vida, un momento, y la llena de intensidad, de frescura y de pasión. Además de tener una intención y un deseo de algo transferible, que pasa de mano en mano y continúa. Que la música refleja un momento espiritual y que a la vez sea un vehículo de liberación de la emoción.

 

Este año en tu editorial Mansalva, editaste algunos títulos que son parte esencial del canon de la literatura argentina. Libros como Todas las noches escribo algo, que compila los textos ensayísticos de Carlos Correas que estaban dispersos, o las conversaciones reunidas de Rodolfo Walsh, por ejemplo. ¿Cómo conviven los clásicos de la literatura nacional con la literatura emergente latinoamericana?

En Mansalva siempre quisimos tener un pie en la tradición y otro en el presente. Es así como confluyen Rodolfo Walsh con Mariela Gouric; Carlos Correas con Diego Meret; César Aira con I Acevedo. A la literatura de cerca se la puede ver como todos objetos en sí mismos pero al alejar un poco el lente nos damos cuenta de que es una fuente inacabable donde las partes sueltas conforman un todo. Esa es un poco, para mí, la tarea del editor. Traer al presente voces del pasado y del presente y hacer que esas voces estén más vigentes todavía. A veces me encuentro con personas que me dicen: Gracias por todos los libros que nos hiciste leer. Eso me sorprende. Sin darme cuenta con Mansalva colocamos muchos libros en los estantes infinitos de la literatura argentina. Me alegra encontrarme con esas manifestaciones de cariño que me hacen muy feliz.

 

Tu obra parece la de una persona incansable. Si no me equivoco, sos el poeta que más libros publicó en la Argentina. Más de 45 libros publicados, 7 discos, 3 documentales realizados. Tus últimos dos libro de poemas, Para siempre, editado por Iván Rosado, y Tener un amor, editado por Arroyo ediciones, dan cuenta de las variaciones y las constantes de tu obra. ¿Tenés algún plan en relación a tu obra?

A veces me sorprendo viendo la cantidad de libros que publiqué. Aunque cuando empecé a hacerlo era difícil porque no abundaban las editoriales independientes. Pero tuve suerte. Mis primeros libros fueron acogidos muy generosamente por Daniel Durand en ediciones del Diego que fue una editorial muy importante de la década de los noventa y los primeros dos mil. Creo que escribí para vivir mis sueños y para alejar mis pesadillas, que a veces son la misma cosa, ¿no? Aunque ahora, a veces, me pregunto el porqué de tanta escritura y proliferación y no sé qué responderme.

 

¿Tenés algún proyecto de escritura?

Ahora estoy terminando mi primera novela y en vez de escribirla, nos juntamos con mi editor, Javier Fernández Paupy, y se la dicto. Cierro los ojos y la acción bajo mis párpados comienza. A veces es graciosa y a veces es tristísima. Yo que soy un hombre de la poesía, a veces me sorprendo de todo lo que hay que hacer para construir un lienzo narrativo.

 

En la película Tertulia N° 250, de Mariano Galperín, se muestra la escena literaria que rodea a la editorial Mansalva y cómo tu librería La Internacional argentina, la editorial y lxs autores y artistas allegados conforman un salón literario contemporáneo. ¿Cómo cambió con la pandemia ese modo de relacionarse?

Es un registro de época y también una fiesta, un documental sobre literatura. Tiene muchas facetas. Pero lo más importante es que es muy divertida. Es una película que habla de la amistad, los sentimientos y la aventura. Participan muchos amigos y amigas. Esa película es casi un registro de otra época, con otros modos de intercambios humanos. Es un testimonio de cómo era la vida antes de todo lo que nos pasó.

 

¿Seguís pensando que la poesía tiene que ser trangénero?

Sí, sigo pensando lo mismo. Porque para hablar de las cosas hay que convertirse un poco en las mismas cosas. Hace poco, Marta Delfino, en un artículo crítico, escribió que mi poesía era neo gótica. Me sorprendió.

 

¿Cómo te encontrás con esa definición de poesía neogótica?

Encuentro que se puede ser neogótico en el corazón aún usando camisas hawaianas.

 

¿El arte tiene secretos?

Sí, muchos. Pero no voy a ser yo quien los devele. Me gusta que la obra de arte se oculte y se reste un poco del mundo para darnos la ilusión, al llegar a ella, de que somos sus descubridores.

 

Tomado de: Infobae Cultura/ 24 de Noviembre de 2021


12.8.21

Literatura del escándalo, por Javier Fernández Paupy

 

Todas las noches escribo algo (Mansalva, 2021), libro póstumo de Carlos Correas, se lee como una autobiografía o, por lo menos, da cuenta minuciosa de la vida de un autor inigualable. En este tomo están los elementos para descifrar su obra con más perspectiva. La época en la que vivió, sus lecturas, su derrotero en el universo revisteril de su tiempo, la aventura y el conocimiento de un querer citadino, su soledad, su sexualidad, su afición al diario como un registro y trabajo sobre sí mismo, la práctica de la autobiografía novelada, su amistad con Masotta, sus lecturas de Sartre, Arlt y Borges, sus traducciones de Kafka, Kant, Kierkegaard. Es un contrapunto único para entender la obra de Correas. Compilado por Jorge Quiroga y Federico Barea, el libro está divido en seis apartados. Asistimos a una disección temática de la obra de Carlos Correas.

La literatura de Correas apunta en contra del aburguesamiento. «La literatura agoniza por exceso de críticos» anotaba a sus veintidós años, cuando reseñaba una novela de Valentín Fernando para la revista de Héctor Murena, Las ciento y una. En esa nota que hoy se lee como un manifiesto, el joven Correas proponía su programa de escritura en contra de una literatura anodina: «
Nuestra tarea de escritores debe abarcar la totalidad sintéticamente. Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo. Una literatura de suicidas para suicidas. Podríamos decir, que la nuestra tiene que ser una literatura homeopática, es decir, que cure los males con los males mismos. Y debemos hacerla con todo rigor, inflexiblemente, sin pedir ni dar tregua ya que no tenemos otra manera de amar a nuestro público y este es nuestra única esperanza».

En este libro vemos la transformación de la mirada de un autor. Desde esos textos tempranos y belicosos, al aplomo minucioso y mordaz con el que desacredita malas traducciones, hace exégesis de distintas versiones de traducciones de Marx, elogia casos aislados como la traducción incompleta de El idiota de la familia que hizo Patricio Canto.
Correas se burla de traductores a los que define de “garruleros y botarates”. Con gracejo destruye la impericia de las malas traducciones y de los divulgadores de mala estofa. Así, anota: «La traducción de Manuel Lamana, en 1963, de la Critique de la raison dialectique (edición francesa de 1960), para Editorial Losada, es execrable y sólo puede llevar al lector a la idiotez». También dice con desacato: «De Ruggiero sufre de pereza mental y confusionismo y ramplonería y se desliza al inevitable parasitismo que brota “como hongos” en todo movimiento filosófico que cobra influjo espiritual». Agresión, ironía, burla, sentido profundo, talento.

Para mí, Correas es el heredero absoluto de Roberto Arlt. Carlos Correas es un escritor del futuro. Y las generaciones venideras lo van a seguir descubriendo. Van a encontrar la fuerza y la precisión de su escritura para dar cuenta y reponer las condiciones materiales de una época y su mirada singular de la vida. En una entrevista con Jorge Quiroga, Correas dice sobre Arlt:
«Desde y por Arlt sabemos que hasta ahora no hay cultura argentina posible si no comienza ejerciéndose en el elemento de la violencia opresiva y la prepotencia. Y que toda respuesta a esa situación deberá fundar y practicar la cultura a través de la contraviolencia y la contraprepotencia. Contra los cultos que necesariamente nos violentan y los violentos que necesariamente nos cultivan, no seremos cultos de otro modo ni haremos otra cultura si no violentamos y prepotenciamos a nuestra vez». Correas entiende que «Arlt, (…) nos divulgó que el secreto de la cultura yace en la violencia». La tragicidad de su obra y de su vida aparecen en sus personajes pero también se desliza en sus comentarios críticos. La presencia de la muerte como un reconocimiento ineludible. La posibilidad del suicidio como una voluntad soberana.

Correas, lector de Kafka, analiza la obra del checo desde categorías singulares: detalle, amor, deseo, clarividencia, alienación, soledad, prostitución, el mundo. Correas afirma que «habría que vivir 300 años para leer todo lo que hay que leer». Y en esa entrevista publicada hace más de veinte años en El ojo mocho muestra sus intereses como lector y sus relecturas. Casi nada de “novedades” y la insistencia de unos pocos autores.
Se podría pensar que el característico y minucioso detallismo de Correas que sugiere con la descripción material la atmósfera moral muestra en sus crónicas de la televisión argentina la decadencia de nuestra civilización. Mariano Grondona, Mario Pergollini son los títeres de turno para mostrar la idiotez de nuestro Gran Guiñol espectacular y sin vida de la decadencia local. Me parece que el lenguaje claro y limpio de Correas, su registro variado y preciso, su tono reconocible, ese es su estilo y lo llevó a todas partes. Hay algo que me parece absolutamente extraordinario en Correas y es su capacidad de decirlo todo en un lenguaje llano no exento de profundidad. Haber dejado por escrito, en clave autobiográfica, lo que cualquier otra persona que aspira a la decencia burguesa se cuidaría en ocultar.

Es un lugar común pero no por eso menos cierto decir que hay editoriales que publican libros para un público que existe, mientras que  hay otras que arriesgan capital económico y también simbólico para un lector que quizás todavía no existe. Habría que decir que los textos que estaban dispersos de Carlos Correas, ahora reunidos en un libro editado por Mansalva, me lleva a pensar en esos lectores y esas lectoras que todavía no existen. Como en su momento fue un hallazgo de la editorial la publicación de Los jóvenes (2012). Estaba faltando este libro que ahora existe con el título de Todas las noches escribo algo. A la vez ya existía pero no en forma de libro sino como una suma de textos dispersos que un grupo reducido de lectores apasionados ya conocía. Es un libro fundamental para nuestro presente y también para las futuras generaciones.

12.11.20

Ese maldito canario, por Ricardo Zelarayán

 



La cosa criolla

 

5 TRABAJO

“¡Pero señor! ¿Para qué voy a trabajar si soy pobre?”

 

30 AL SOL

–¿Qué dice el hombre? ¿Qué anda haciendo?

–Estoy haciendo sombra.

 

53 FORD

“Juancito el Escobero

se compró un auto Ford

Le faltaban las cuatro ruedas

Los asintos y el motor”.

 

60 NADA

“Señor, si usted no tiene nada que hacer, no lo haga aquí”.

 

74 ENIGMA

–Borges, lo primero que le voy a decir es que usted no existiría si Urquiza no hubiera sido asesinado. ¡Usted es Borges de pura chiripa!

–Ajá… ¿De qué provincia es usted?

–Soy entrerriano de Paraná.

–¡Ah!... Mi padre también era de Paraná.

 

 

[Los orígenes de Borges]

 

   Sabido es que el azar dispone en gran medida de nuestros orígenes. Así, Borges no hubiera existido, por falta de antecesores, de no haber mediado un hecho trágico; el asesinato de Urquiza, y su consecuencia inmediata: la revolución encabezada por Ricardo López Jordán al producirse la acefalía del gobierno de Entre Ríos.
   El controvertido coronel, hombre de entera confianza del general, a pesar de las claudicaciones de este último, sobre todo después de Pavón, una batalla que Urquiza tenía ganada de antemano –si lo sabría López Jordán, jefe del estado mayor. “Tenemos que retirarnos”, le ordenó Urquiza sin embargo. El triunfo había sido negociado con Mitre, es lo más probable. Era un renunciamiento en favor de la pacificación del país y una traición para otros. Pero sin entrar en detalles polémicos, al proclamar la Legislatura entrerriana a López Jordán como gobernador y al hacer pública su decisión de asumir el gobierno, Sarmiento, acérrimo enemigo de Urquiza, ordena la intervención armada a la provincia sublevada otra vez contra el centralismo porteño.
   Fuerzas nacionales al mando de Emilio Mitre desembarcan por el sur, el general Conesa aparece en Paraná y Gelly y Obes avanza por el norte desde Goya. López Jordán vuelve a la táctica de las montoneras. Domina cuatro o cinco departamentos entrerrianos. Su fuerte son las apariciones súbitas y los ataques sorpresivos. El primer enfrentamiento se produce en 1870 en El Sauce, departamento Nogoyá, donde es rechazado por las fuerzas de Conesa, en las que combate el coronel Francisco Borges, que meses después sería designado jefe militar de Paraná. Precisamente en esa ciudad se celebra un baile para festejar la llegada de refuerzos para terminar con la rebelión jordanista. Pero ya Fanny Haslam ha visto pasar desde el balcón de su casa al coronel Borges. “A mí nunca me gustaron los petisos, pero cuando lo vi a Pancho por primera vez pensé que me hubiera ido con él incluso sin casarnos”, le habría confesado a su nieto Jorge Luis, según recordó años atrás este último al autor de estas líneas.

 

Tomado de: Ricardo Zelarayán, Ese maldito canario. Compilación y prólogo de Osvaldo Aguirre, Mansalva, 2020

9.9.19

Kafka, por Alfredo Novelli


¿A quién llamamos Kafka? ¿Al doctor Kafka? ¿A sus escritos? ¿A la lectura de sus escritos? La última pregunta se aproxima a la respuesta. Pero ¿a qué lectura de sus escritos? A nuestras lecturas. Por esa razón somos nosotros que nos llamamos Kafka.


Tomado de: Alfredo Novelli, Un ejemplar de prueba, Buenos Aires, Mansalva, 2019.