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21.10.13

La anda acompañando, por Ariel Liendo


(Acerca de Convoy de Esteban Bertola)

‘Y todo lo que es inexplicable se derrama.’

La escritura de Bertola, la escritura que uno enfrenta, que en frente tiene en la lectura de Convoy de Esteban Bertola, es un ir y venir (que va que viene, que viene y que va), baile traqueteo o partida de regreso sabido (o enterado al efectuarse el viaje, perdón, digo el baile- enterado porque Bertola no sabe nada cuando a andar se dedica escribiendo –¿diario de viaje?– Convoy es un diario de viajes, pero no un diario de un viajero, pero no un diario de un sujeto que se apresta a un viaje y anota –azorado asombrado desencantado movido al fin por deseo alguno (el viandante aquí no se encuentra), no es una anotación de un viajero que desea viajar –Convoy diario de viaje de un viajero de profesión (DICE: ‘cada línea que une esos puntos y cada uno de esos viajes se pegan en los platos y parecen pelos’) (cuando dice viajes dice viajes en plural-son muchos), que trabaja de ello, Bertola usa bitácora de viaje como un contador un libro de cuentas, y esto por andar de viajante en tren de acompañar, en tren de escolta-guarda (figura del transporte de pasajeros, el guarda acompaña protege, y el guarda abunda en Convoy), y eso que Bertola no importa bailar, pero en alta de compadrear él se dice que acompaña, no que baila… (a Bertola, ¿le habrá vez alguna tocado bailar con la más fea?) no le quedo otra que bailar, ergo que laburar y hacerle el séquito –digámoslo de una vez para frenar el delirio que ya prejuicia al oyente, al lector de esto: CONVOY: (fr. Convoi) Escolta o guardia que protege alguna cosa, ya por mar ya por tierra (si es tren lo casual le cae mejor a la escritura que Bertola quiere contar). Conjunto de cosas escoltadas. Fig. Acompañamiento, séquito-  y el séquito lo efectúa para convoyar el cuento… convoyar es conseguir una cosa con falsos halagos, confabularse, conchabarse… Bertola conchaba una narración conspirando con un recurso que se acaba y se hace tierra en sus bolsillos (polvo…). Para conchabarse hay que entenderse, tramar en fin, entender separar las diferencias de la lana, hacer el hilo, elegirlo…

No es una novela (joder con la novela!!), son textos seleccionados, anotados, conchabados entendidos y conspirados por el baile-viaje de Bertola que en convoy de tren lo sostiene. La crítica se asombra de la aparición de convoy diciendo que se sale de los cánones de la época, que es un milagro: NO NO NO, equivocación consistente en que la critica lee todo lo que sale, y la escritura de Bertola es una escritura muy de época diría yo (una escritura que no sale), porque es él el que escribe y él, señores críticos, es humano: el error consiste en: primero buscar esencias (Savino) y en segundo término (error este derivado de la equivocación primera), creer que una escritura es producto de una época en vez de considerar aquello de que una época (: paréntesis) (y en este parentizar se produce un corte, se encuentran parientes, digo paréntesis, digo esencias) es producto de la escritura que la escribe…

En definitiva Bertola asume un CONVOY sólo como excusa a mano para rodear el cuento, para andar la narrada, pero Bertola no narra, Bertola escribe, y baila y baila  -y se sube a un tren como milico de incognito protegiendo un tesoro que él nunca sabe (así de profesional es este botón), de ida no sabe, pero cuando vuelve, en busca de más ‘cosas’ por guardar, ahí se entera, y lo escribe, lo anota, para contarle a alguien en la que anda, la que anduvo y seguro volverá a andar…

Que va que viene, que viene y que va, el tun tun, baila baila y se safa, y ante el espanto de zafarrancho, manotea una bitácora (ponele cuaderno, Esteban ¡¡ponele cuaderno!!, como Néstor por Manhattan)

Yo no tengo idea la genealógica de esta escritura que hoy aquí se me presenta,  -y ante lector salteado (que soy) lo que salta es la tramoya que la lengua de Bertola me anda proponiendo para embaucarme y como viejo limón bancarle la parada…

‘el piso de retiro, que tiene como mica, alumbra el paso que va metiendo la pata. La aventura de la caravana se descubre con lo que la neblina oculta y confunde, hecha también de humo echado. En convoy a Tucumán, antes de preguntarme, con el rigor del que lo pierde, cualquier cosa con motivo que me pique….’

No quiero preguntarme acerca del conjunto de cosas, (recuerden: CONVOY: conjunto de cosas escoltadas) sino que me pregunto acerca de la voluntad de alguien –de cualquiera-, del ejercicio de la voluntad de cualquiera –de alguien—en este caso de Esteban para andar por la vida escoltando algo: la imagen es esta: Esteban-convoy: el sólo es el séquito (le hace el sequito decía mi abuela, la anda acompañando contestaba mi tía), el conjunto de seres que acompaña que alardea de proteger un conjunto de cosas: y vaya qué conjunto anda contando y protegiendo,  que se anda protegiendo en este libro: si, es un libro,  ‘pero no es tan así’

El hecho ensayístico-lectual-escritural-lectual de utilizar la definición indiferente el diccionario por ahora de lo que Convoy significa para la lengua que hablamos, que es la materna -¿la misma madre para mí que para Esteban? ¿nostalgia quizás del procedimiento aquel que hace de algo particular la general -el ‘para todos’- para decir o al decir la general decirlos todos? Uno –yo no porto ya tales procederes (mi vieja no es la de Bertola) abro corchetes, ya no me alcanzan los paréntesis –los parientes? digo lo que quiero decir: el desmadre de la lengua de Bertola es tal, que el haber nacido se torna un milagro... (ahora sí Mariano, ahora sí)

Me  dejo decir bien: si utilizo la definición del título en nuestra lengua, no es un procedimiento,  una forma de ensayar, es una forma de pensar dado que considero que leer se lee desde el principio si se lee, además de ello ejecutarlo (el análisis del significado del título que a sandeces me puede llevar) por la convicción aquella de que yo nada decir puedo acerca de la escritura de otro, por ello, intento una lectura, si bien la escribo, es una lectura, no una escritura que vendría a definir lo que Esteban anduvo escribiendo vayan todos a saber en qué trasuntos en que climas en que polvos en que abrazos en que deberes en que horarios en que subtes en que tangos en cuales barrios en que amigaciones: pienso en el título, lo veo a Esteban  : TANGO TIMBA TUMBA …

CONVOY se lee sin garantía de comprensión alguna, quien quiera comprender leyendo, quien quiera enterarse de algo, que lea a la Bonelli, no a Bertola; aquí, en Bertola, cualquier intento de hilado lectual se desbarata a renglón seguido; grata forma de la lectura que escritura propone: abismal: jamás se intuye algo aquí, la intuición es otra cosa, poco que hacer tiene con Bertola escribiendo…

CONVOY desata una escritura al traspasar su lectura…, ello es suficiente para que este texto se instale como marca iniciática de una trama: convoyado entender que se escribe: CONVOY.



Córdoba.15-08-2013.

7.9.12

Bienvenidos al tren, por Mariano Dupont


Una primera novela que tiene al lenguaje como protagonista.

En la literatura argentina cada tanto se produce un milagro y aparece una primera novela como Convoy, de Esteban Bertola. Muy cada tanto, es verdad. Pero a veces pasa. Y es la felicidad. La felicidad de toparse con una novela que no busca adecuarse al murmullo tedioso de la época. Al murmullo familiar. Al sonsonete. Aire fresco, o sea. Novelas que parecen caídas del cielo. Del espacio exterior. De otra galaxia. Objetos no identificados. ¿Qué es esto? ¿De dónde salió? ¿Cómo se agarra? ¿Eh? Sí: Convoy es una novela que se desmarca, que no hace los deberes. Que no hace de la copia su mejor cualidad. Desde el comienzo, con “Pajarracos”, Bertola parece advertirnos: ésta no es “una novela más”. Esto es otra cosa. Algo distinto, eh. Al menos eso intento, parece decirnos Bertola, como aclarando la voz, en esas primeras páginas en las que la escritura va de sacudón en sacudón, de repliegue en repliegue. Escribir distinto. Apoyando la oreja. Y enseguida la belleza de “Caravanerías”. Una belleza inactual, fuera del tiempo. Los parentescos hay que ir a buscarlos allá lejos. No está el guiño a la parálisis de todos los días. No hay “actualidad”. Tampoco fórmulas, recetas, truquitos. Faltan los yeites de la novela “joven” argentina. Una novela desacatada, sola, Convoy.

Convoy es, claro, novela del lenguaje. “El lenguaje mete la cola”, se dice por ahí. Bertola en una entrevista: “La escritura es un paisaje para perderse”. Y perdidos en el paisaje con Bertola, coreando, van sus personajes: Cecilio, Tocayo, el egresado Berazategui, Maqui, guarda primero, guarda segundo, los gallos. Entre otros. Una comicidad siempre al borde, asordinada, que se apoya en las volutas del lenguaje, en sus posibilidades sonoras. Ni bajo ni alto. Es el “poema habitando el relato”. O el relato el poema, como se quiera.  Notas. Bitácoras. Todo mezclado. Una mezcolanza en la que todo convive. Un tren que es un ciempiés. Retiro-Tucumán. Idas y vueltas. Del estribo al comedor. Paradas, sobre todo paradas. Ritmo sincopado. Traqueteo y teoquetrá. Combinatorias. Viboreos (“Me voy por el deshilachado de los pasillos con el paso trunco” o “con el movimiento del tren se mueve mi cerebro y escribe mi mano”), melodías improvisadas (“Entonces me vienen al cerebro o salen de los sucuchos adonde viven entre mucho escamoteo unas palabras”). Está claro: nada que comunicar. Simplemente, Dios en los detalles: la belleza de “dos tábanos [que] se afilan en un charco hecho con el agua que pierde un caño”.


Nota publicada por primera vez en la revista Los Inrockuptiblesen el número de julio de 2012.

19.5.12

El tren de Convoy, por Hugo Savino




Todos quieren IRSE
Jack Kerouac


Convoy no pertenece. Es lo primero que sentí al leer esta novela. No es que no tenga influencias. Debe tenerlas. Creo que no interesa mucho. Las influencias se las dejamos a los que leen esencias. A los policías de la literatura. Convoy no pertenece. No tiene marcas generacionales explícitas. Buscadas. Guiños a la familia literaria. Ni siquiera está escrita contra la generación. Sólo que: no es una novela que pueda integrar una comunidad activa. No permite un nosotros. En ese sentido me parece que no es de una generación. Tampoco podemos decir que es una novela de joven generación. Porque Esteban Bertola tiene un oído absoluto, y oído absoluto da a visión propia e irreductible a consensos de lectura, oído absoluto reclama lectores extremos. Esteban Bertola tiene oído absoluto y no lo pone al servicio de causas literarias. O generacionales. Mucho menos sociales. Ninguna causa. La generación pide integración, franeleo, una misma visión. Un nosotros contra vaya a saber qué otro nosotros. Una federación de lunáticos. Y Esteban Bertola tiene un sistema nervioso de fraseo. Por eso digo que Convoy no pertenece. Es una novela asocial. No obedece a las leyes de los manuales actuales de la novela. Esa vuelta al relato clarito, psicológico, familiar, en el que te cuento los avatares de mi época, de mi drama novela familiar. Convoy no ovejea en la regresión literaria del relato eficaz o del poema telefónico. Ya en manuscrito tuvo sus censores. Una señal de su futuro. De que algún lector distinto la espera.


La belleza con la que nos gratifican los viajes ferroviarios provienen a veces de las magníficas sorpresas de lo real.
William T. Vollmann


La Bitácora de esta novela puede ser una partida en la lectura, una posibilidad de visiones. “Sale el convoy, es casi Semana Santa y un poco de Tucumán (destino) se mete en Retiro.” Tren con destino. Sentimientos, azares, paisaje, la noche del tren, amaneceres de tren. Esteban Bertola mezcla las posibilidades, entra en callejones sin salida, desactiva las respuestas, nos deja con la lectura, no hay garantías, no fabrica red de lectura, cruza, combina, deseduca al lector, orfebre emotivo: “Bitácora. La hora que no sé la invento. Una y veinte. Evidencia de que algo me funciona a mi pesar y en silencio, tiempo que se aprende por biología, el otro no, [...] Evidencia también de estas líneas cruzadas, desparramadas y juntas, se entremezclan como en la vida se mezcla todo. Sin ton ni son. La marcha no es distinta. Los rieles siempre serán los rieles, ni más allá ni más acá. Pero. Sin embargo. No obstante hay matices: sobre rieles, sobre ruedas, encarrilado, desvío, entronque, descarrilado. En este momento aparece la primera anotación del diario.”

Cambiavía. Invento el día.”

Novela de apuntes y bitácora. La Bitácora como guía. Como mapa. Y afirmación del que firma la trama de la tela: “Ocuparme de poner y sacar palabras – de callar y no callar sin saber cómo. Lo que se pone y se saca”. Antes, una advertencia que el viajero se hace a sí mismo, como quien le pide ayuda a San Ignacio de Loyola o a Jack Kerouac: “El paso que es la luz, dijo el poeta, no lo pierdas, percantón de lirio.” El oído para no perder esa luz. El oído escucha también la luz. El resto es “chamuyo”. Esteban Bertola pone el cuerpo en el oído. “Porque hay que seguir”, pausa de percantón, duda de percantón, pero enseguida aparece un ruego interior: “Pero me tengo que ir”, que es también un nada que hacer, un escapar de querer saberlo todo y de hacerlo todo, entonces este viaje camina entre irse o quedarse y seguir escuchando. Una trinidad. Novela de trinidades. De ruegos interiores. Y hay un misterio tren que insiste. Convoy tira a preguntas sin respuestas. ¿Radicarse o seguir? Y lo que nunca cede en esta novela es el oído. Se fisura el aire, se raja la tela, todo merece ser escuchado, inventariado: “En La Banda todo es distinto porque del sol cuelga una risa. El aire está intervenido por miles de partículas de tierra caliente que vienen y van o flotan la plancha aérea. Hacer que algunas cosas hagan la diferencia.”, y sí, justamente Esteban Bertola escribe los resquicios de los matices, la entretela, los sonidos que flotan: “¿Cuánto puede callar un gallo?”, respondo desde la novela: todo el tiempo que dura la comedia imposible de “los dos enfundados [que] llevan más de dieciocho horas inmutables, y cuánto de eso, contenido, se expresará en fuerza cuando las cinchas de la funda deshagan el silencio o no.” Callejón de salida a la única vía posible que propone Esteban Bertola: leer Convoy en la emoción del lenguaje, camino de un destino de incompetencia. Creo que Convoy se pregunta todo el tiempo sobre la incompetencia en el abanico más amplio posible. No hay respuestas o en todo caso, cada uno la encontrará en su oído. Como dijo Hugh Kenner: “El camino hacia la incapacidad ideal es largo e intrincado.”, el de la “exploración de la incompetencia” también. En este tren van todos al garete, el destino es apenas el pretexto de un viaje. Atrás quedan los Pajarracos. Que arrancan con un “me tengo que ir.”

Hay en Convoy una dimensión alucinada en forma de crónica cascada, como una quien dice taza cascada: “Y una crónica a medias de lo que en el instante podía juntarse del espacio o de ese rejunte de cosas que hacen la vida de cada uno, que el traqueteo,como a los bolsos, acomoda.”

El traqueteo se despliega en voces que sólo se escuchan en este libro, se vuelven audibles sólo acá, no hay que ir a buscar a otro lado, por eso creo que leer influencias –como hace la vieja mala leche– es una vía muerta: “El libro es un detalle importante como todo detalle, viajo y de paso llevo el libro a Peralta.” Libro de detalles. Exploración del detalle en sus infinitas “incompetencias”. Apuesta a una música argentina, porque novelas hay a montones, pero acá lo que importa es el argentino de Bertola, su manera de hacerlo sonar: “La vida es la que rima.” Se trata de eso, de rimar la vida: de llevar hacia arriba, de poner en movimiento. Atravesar paisaje. Noche. Tardes. Mañanas. Atravesar paranoia, también. Esteban Bertola es un artífice de la paranoia, la redobla: “Los borregos inyectaron la intermitencia paranoica que no hace más que recordar la acechanza ininterrumpida y los empiezo a ver como precoces conocedores del mecanismo.” Novela de acechanzas, de tipos que se mueven por “el deshilachado de los pasillos”. Novela de notas furtivas, escritas en un rincón, mientras el teatro está dormido: “El teatro bajó”. Aceleración y desaceleración, teatro y conventillo de pasillo, humo, murmullos, intrigas, habladores solitarios. Convoy es un inventario de viaje, de voces, de voces en viaje, rosario de una “legión de nombres”, arrumacos. Uno lee Convoy con las palabras firmadas en la trama de la tela Esteban Bertola. Convoy: un cruce infinito de la voz masticada, gritada, susurrada y conventilleada, voces diurnas y nocturnas. Y también la luz que filtra una voz. Bertola le pone matices infinitos. Son resplandores que sólo aparecen cuando se lee. Curiosamente hizo una novela para leer, ahí donde casi todos escriben novelas para contar. Convoy no es peliculera. No es una novela de imágenes, es una novela de pintura. Toque Bertola. Toque en toda su gama y variedades. Vagones que traquetean. Sí. Pero: destino de humo. Embarcados. Composición de frases. Las palabras metidas en las frases. Arrumaco o traqueteo no son palabras de nadie, están ahí, Bertola las pesca y las despliega, las envía con su toque y ya cantan de otra manera, cantan en la frase.

En la tela de la lengua, Esteban Bertola organiza su fraseo. Las palabras están, pero hay que organizarlas, como decía el Santo. Y Bertola las organiza en traqueteo de frases. Las firma en la trama de mismísima tela: “Se hace de noche y salgo a deambular por el pozo de sombras, garúa, por supuesto, camino lento hasta que las púas en las rodillas me tararean el descangaye, me meto acá y allá.” Ninguna pequeña campaña de malicia podrá desanimar su lectura, podrá con ese descangaye. Convoy ya está apartada, de los lugares comunes del bosque de la lengua.

Y está lo político, no la política. Lo político en Convoy es un revulsivo. Convoy elude las trampas de lo mimético, no es novela de maestro ciruela, o predicador de lecciones, no fija consignas, ninguno de los personajes se comporta como “si tuviera decisión, como si la política le dictara sus palabras” (Milner), hay que escapar de lo social y la novela misma escapa de lo social, no es testimonio, es cuerpo en el lenguaje, acá nadie discute política, ese es el revulsivo, novela del fragmento como quien dice “política del fragmento”, foco en el detalle y en la voz, rechazo de las ideas generales, no es novela lírica, es voz en la emoción.

Bertola escribe en “El gallo del ojo [que] lo persigue con su quietud que todo lo abarca”, una prueba de que el infierno existe acá, en Convoy, por lo menos. Esteban Bertola conoce el secreto de los ruidos en viaje. Los escribe. Con el lenguaje que tiene a mano. Su novela tiene la claridad de su voz. Y con esa misma claridad introduce el infierno: pasa por el infierno: en una Bitácora, esta frase: “Quién dijo que el infierno no existe.” Habría que rastrear la palabra infierno en este libro, pero uno corre el riesgo de acercarse mucho. Creo que hay que dejar abiertos los callejones sin salida.


Esteban Bertola, Convoy, Editores Argentinos hnos, 2012.

16.3.11

ACTUALIDAD, por Esteban Bertola






Veo recortes de los días
en que la ciudad estallaba de cerca
cada vez más cerca

sangre del asfalto
a la alcantarilla
como en the wall,
sangre pintando las paredes rosa
y las del congreso

vidas tiradas en las escalinatas
como sapos de provincia estampados por una rueda en
el camino
sin ese cielo
sin siquiera ese aire

frente al día de saturación
hubo condensación de noche,
como intento de ganar
esa porción de vacío que nadie supo hasta ahora
más que iluminar;

una espera ansiosa y violenta
de inminencia amanecía
entre tanques cisterna
y gas lacrimógeno
una espera ansiosa y violenta
de inminencia amanecía
en luz solar difuminada por el agua de los tanques

una multitud enraizada
enfrentada
fuera de alcance,
produciendo al ojo
dos bandos
separados por hordas de ausencia

hubo uno que se desprendió
del bando como pena inquieta
y saliéndose con un paso
se arrodilló
y los chorros de agua le alcanzaron el pecho
huesudo

en lo más profundo
del murmullo de todo
convertido ya en un gran silencio
puso una cruz

una cruz escuálida y larga,
una cruz frente al tanque cisterna.




dieta insectívora, Buenos Aires, Perro Ediciones, 2002.