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11.1.25

Migrante, por Gustavo Calandra

  

Purtroppo, parece una condición casi innegociable que el migrante deba pasar por una primera etapa incómoda, de sufrimiento.

De hecho, he visto que hay una cuenta de Instagram donde una persona comenta y analiza situaciones “incómodas” de los recién llegados a Italia, para luego, resaltar sus partes positivas. En uno de los posteos, alguien sube el volumen de una radio y canta “L´italiano” de Toto Cotugno mientras ordena las cosas de su nueva vida en Firenze.

Yo mismo llegué a sentirlo. Tal vez sea porque Gustavo Calandra nunca tuvo la plena convicción de haber dejado su tierra natal, y habrá quien vea un acto de cobardía en esto de no soltar del todo la mano patria, y puede que tenga razón.

Al desarraigo y la explotación laboral, yo agregaría el factor climático.

Debido al calentamiento global, cada año la zona mediterránea mide índices muy altos de temperatura, convirtiendo al verano en una estación infernal.

En caso de estar dispuesto a transitar esos primeros infortunios, esos primeros traspiés hasta poder pisar fuerte y firme, Gustavo Calandra debería aceptar que cuatro meses al año serán casi de calores extremos y, por lo que se percibe, de aumento progresivo.

Mañana torniamo a Napoli. Pienso si es allí donde debo estar en este presente de mi vida, acompañado de una perra un poco anciana que ya ha acusado el desgaste que genera este ritmo aventurero en el que nos movemos.

¿Cuál es el mejor lugar para estar con Chicha, hoy?

La primera opción a mano es siempre el regreso a “casa”, a Buenos Aires, donde está tu gente.

E mo. Gustavo Calandra tiene la oportunidad de realizar algo diferente.

¿Hasta cuánto estás dispuesto a ceder en ese mercado de trabajo que sería lo que te permite trazar un camino alternativo?

Y nosotros ya estamos en Napoli, Volvemos. El Vesuvio desde la ventanilla del tren. El hall, atestado de turistas en ojotas, de Napoli Centrale. Giles del mundo en chanclas. Infradito, en italiano. Palabra horrenda. Tira la chancleta.  Y pensar que está de moda la chinela con medias, onda recién salido del vestuario del club. Pero ojotas Armani. Arriba el sol que calcina. La playa y el lungomare. Los barrios pintorescos y el buen humor de la gente. Los gritos y las vespas. Fenómeno de gentrificación, le dicen. Los centros históricos de las ciudades recorridos cual parques temáticos por las multitudes que buscan cazar imágenes con sus celulares. Turismo de masas. Para mí un café y una sfogliatella.

Vive una crisis existencial.

Por momentos, quiere volar hacia el fuego, como esas polillas que veíamos, en las fogatas mochileras patagónicas, enloquecerse entre las llamas danzantes hasta quemarse y desaparecer, tirarse de cabeza a la lava del volcán. La imaginación de la destrucción, de la autodestrucción. El imaginario del Tánatos.

Una salida hacia la disolución.

Una salida diferente. La puerta chica que se abre dentro de la puerta gigante de madera, antigua entrada de la servidumbre al palazzo señorial.

Afuera los bares ya están activos. Del interior de algunos, brota la canzonetta. Aún no llegan los muchachos naranjas de la muni a limpiar la resaca de la noche. Fisuras desperdigados, tirados en los pastos. Vidrios rotos. Ojo con las patitas de la gorda.

Se abren paso, a través del calor pegajoso, los turistas y esquivan a los africanos que se desperezan en colchones mugrientos, en Piazza Garibaldi. Uno sacude, estruendosamente, sus zapatillas destrozadas y ríe, con pocos dientes brillantes, a una pareja escandinava que lo gambetea.

Olor a meo, basura, ratas diurnas y atrevidas.

Arenella – via Domenico Fontana, 57

700 euros – 347 434 9768

San Lorenzo- via Luigi Settembrini, 68

400 euros – 329 073 4335

Apunto direcciones, llamo por teléfono, visito conocidos, uso el chat de las aplicaciones.

Un domingo al mezzogiorno, Gustavo se irá hasta San Giovanni a Teduccio, conocido como el bronx napoletano para tantear un posible hogar. Ante los murales hechos por Jordit, es imposible no tomar una foto con ese Diego con líneas rojas en las mejillas. De espaldas, la piazzetta Maradona se yergue orgullosa. Pasa uno en moto, baja y me saluda con apretón cordial de mano y también me aconseja no vivir allí: mucha malavita.

Se vuelve pesadillesca la tarea de encontrar un lugar, nuestro lugar, el oasis en el desierto de cemento.

Las fotos de las publicaciones distan mucho de la realidad o cuestan demasiado o se encuentran en callejones oscuros y de apariencia no muy pacífica. Se evapora en sudor esa fascinación por sitios antiguos y decadentes.

De golpe, viaja con el Google Maps, al Abruzzo. Me aparecen nombres de pueblitos que hasta el día de hoy desconocía: Celano, Ovindoli, Rocca di Mezzo. Sitios cerca de la montaña, a poca distancia de Roma y con un clima más benevolente.

Pero ahí no conocemos a nessuno y como es agosto te castigan con los alquileres.  Parece una tradición el disparo de los precios en ferragosto, ya legitimada por quienes lo sufren.

Nos pasamos a un hotel de oferta donde me abrocharán con el suplemento del cane.

Nos vamos a Universitá, vicino a la estación del metro, Quartiere Porto.

Amaga con regresar.

Le alquila a M. el departamento donde estuvo en mayo. Paga dos semanas solamente ahí, en el Vomero, para ponerse un plazo y decidir.

Gustavo Calandra habla mucho, por teléfono, con sus viejos, con su hermano, con sus amigos.

Están los que opinan que deben regresar, poner fin a esta aventura, cerrarla y cuidarse en la vuelta y quienes alientan para que continue el viaje, traten de acomodarse en Italia, agoten los intentos, Argentina se hunde, el país está mal y mejor es permanecer en cualquier otra parte con Chicha. Ella descansa sobre la cama, pegadita al ventilador.

Perdimos, luego de mucho tiempo, el beneficio del aire acondicionado.

Hace caldo en serio. Cada tanto le paso una toalla húmeda para refrescarle el lomo.

Si nos quedamos, si la hiciera un poco más larga, debería comprar otro ventilador o esos aires acondicionados portátiles, los pingüinos.

Mientras tanto le escribo a F., el contacto más rico que tengo en mi agenda, a ver si me tira una soga:

Ciao F. come stai? Noi siamo a Napoli. Ho dovuto sospendere tutto il giro…

…ho bisogno d´un altro lavoro per restare qui…

…scusa la lunghezza del messaggio…

…ti lascio anche il mio numero…

El lunes temprano en una galería compro un aire acondicionado portátil.

Me afeito un poco. Voy a hablar a un mesón español por lavoro. Noventa mesas. Sirven tapas.

No da tregua la ola de calor.

Tengo miedo por Chicha.

Nos volvemos.

Hablo con mi amigo Robert que, desde Barcelona, me apoya y se quiebra de nostalgia: el regreso de un migrante abre esa pesada puerta que comunica los dos continentes, demostrando que, en realidad esa puerta nunca estuvo cerrada sino es con el fruto de la fuerza y entereza que precisa el desarraigo.

ITAL ARWAYS

INTERCITY

HOTEL RIMINI

No solo hay que saber irse de viaje, sino también cuando regresar.

Si hay algo que me queda claro, es que no hay un lugar que pueda ser más importante que el amor por los seres queridos.

Pongo un tema de Pino Daniele en el celu, le hago una caricia a mi perra y cierro la maleta negra y roja que nos acompaña hace cinco meses. Guardo la imagen del Gauchito Gil, ese muñequito comprado en el santuario de Mercedes, Corrientes que, en cada sitio donde estuvimos, nos cuidó siempre desde la entrada del hogar.  Le pido su protección y salimos.

11.12.24

La fiesta de San Giacomo que no pudimos ver, por Gustavo Calandra

 

 

 

Nos van a echar a cañonazos. Y si afirmo algo tan difícil de creer es porque literalmente tuvimos que dejar Capizzi debido a los disparos de un cañón, al tercer día de habernos instalado en la casa que nos dio Nino, el ragazzo del bar Milenium y que me había prometido, una noche, cuando vino a Sant Agata con su familia a cenar.

 Ya habían comenzado en los primeros días de julio con los cañoncitos y, ahora, que estábamos en la semana de fiesta, cada vez que terminaba una misa especial dada por curas importantes de la zona, hacían temblar el paese con nosotros adentro. Nunca vi desde dónde tiraban ni calculé el calibre de las piezas de artillería. No era muy lejos de donde se realizaba la ceremonia religiosa y tenía participación militar debido a que la Orden de Santiago como cofradía de nobles caballeros había peleado contra los moros en antiguas disputas. Supongo una explanada que daba al vacío de las colinas del emplazamiento. La cosa es que Chicha se cagó toda. Con el primer estruendo quedamos sorprendidos los dos y yo, que ya había leído un folleto en el bodegón donde almorzamos con Daniel ese domingo al mediodía, nuestro primer mediodía, digo que el folleto hablaba de una de las formas de representación militar y el uso de la pólvora cuál droga que se quema, al toque, me avivo y trato de desviar su atención. Pongo la radio en el celular, al palo. Pero es tarde ya: Chicha acaba comprender que eso es una forma de amenaza sonora mucho peor que los fuegos artificiales, parientes lejanos de las armas, que ella conoce. Poco tardé en aceptar que estábamos frente a un problema y que ése era el principio.

 Creí ver la silueta de la parca que acechaba. Los ojos se me llenaron de sombra.

 Hablé con algunas personas, con Nino, su mujer tedesca, el otro pelado de anteojos que está en el bar desde que fui en 2011, y sí, parte de los festejos serán cañonazos y en cantidad progresiva.

 Podrían meterse en el sótano, dice ella, le dice a él pero como para autorizar una propuesta absurda que así y todo, terminaré poniendo en práctica ese mismo día, a las 18, porque estaban anunciados más cañonazos

 El sótano parecía un refugio antibomba de la Segunda Guerra. Paredes de ladrillo ocre y telas de araña prehistóricas. Tenía un baño en cual nos encerramos de humedad, FM Kiss Kiss para animar la velada, y vamos mi gorda que no pasa nada. Y si pasó no escuchamos. ¿Seguro que era a las seis de la tarde?

 Salgo en cuero medio chivado a la puerta. Hay una pibita sentada en su zaguán pétreo, Le consulto acerca de la hora de los cañonazos. Siete y media, se asoma celoso el novio con respuesta cortante.

 Repetimos la escena a la hora señalada y salimos ilesos, creía, de aquella guarida subterránea, en busca de oxígeno. Una vez en el balconcito ya se respiraba bien el fresco del ocaso. Lejos, el bravo Etna se fumaba unas secas de bocanada volcánica.

 Decidí ir a comprar agua mineral, pues apenas me había stockeado. Eran trescientos metros, un mercado de pueblo, con su cartel que anuncia bagatelas en venta. No alcancé a leer la segunda de las ofertas mientras avanzaba a paso decidido, cuando otro cañonazzo  me sacó de órbita. Otra vez hacían fuego.  Estuve a punto de girar, acalorado, sobre mis talones y emprender una vuelta vertiginosa hacia la casa pero recordé que tuve ocho clavos de titanio en la tibia y tobillo derecho: me fui enfriando resignado, a paso largo.

  El saldo: dos sillas volcadas y un pis en la cama de abajo, a partir de ese momento, clausurada para mi estadía. Por suerte en la planta alta hay otra pieza donde durmió Daniel la primera noche.

 Habíamos llegado a la hora de los fideos y hacia allí dirigimos nuestro horizonte. Daba la sensación que solo los girosos quedaban en las mesas de los bares de Capizzi. Nino era uno. Que había tenido que ir al aeropuerto, que el bar no cierra nunca, que me voy a dormir y cuando me levante, veremos el tema de tu casa.

 Ejemplares masculinos bastante rudos, detrás de vasos de cerveza calentita, gruñen saludos. Estaban en mesas de plástico que habían agregado, en la vereda, los muchachos del bar, extendiendo su dominio a la calle de enfrente. Era obvio que el evento místico aumentaba la presencia de los pobladores en las calles, sobre todo, la gente que pertenecía a la congregación de San Giacomo.

 De pronto, dopo pranzo el pueblo había enmudecido. No quedaba nadie afuera. Decidimos dar una vuelta por el Nebrodi y pasar la tarde en Cerami, otra comarca amable, a ocho kilómetros, y con la diferencia, positiva, de poseer una gran plaza con pasto y árboles, sencillo accidente geográfico que Capizzi adolece.

 Ya de noche, los padres de Nino me dan la llave de la casa en Capizzi, a dos cuadras de donde se realiza el milagro, lo que significa derribar la pared prediseñada que el próximo viernes, luego de la procesión, de pasear al santo por todo el pueblo, de tomar aliento, de tomar cerveza, de tomar carrera, de tomar vitaminas, en carrera propulsora, los más fuertes conducirán, en ataque frontal, con las puntas del pabellón como lanzas, abatiendo ese muro de los pecadores.

 Por la mañana, por esas calles cortas que siguen caprichosos rumbos adoquinados, pasa la orquesta alegrando el despertar de los vecinos. Era el inicio de la fiesta de San Giacomo que no pudimos ver.

 Tampoco podré ver al Michael Jackson siciliano que se anuncia con pompas y, menos aún, se me ocurriría presenciar el final de la celebración a todo cohete.

 Seguiré el consejo de mi amigo Robert, desde Barcelona: festejos religiosos habrá muchos; perra, una sola. No debo someterla a mi capricho, la está pasando mal. Otro sitio que deviene hostil para mi Chicha. Tengo los huevos llenos. Si hasta me sugieren estos “parientes” lejanos, dejar a mi perra sola en un campo a varios kilómetros, con una cucha, llevarle comida… E si muore, facciamo un buco e la mettiamo li, di dove è la tua famiglia… Andatealareputísimamadrequeteremilparió. Menos mal, que tengo línea directa con Daniel que puede venir a rescatarnos, atravesar todo el bosque, sortear toda clase de peligros y dejarnos, de vuelta, en la estación de Sant Agata, para enganchar algún tren y desandar el camino de regreso a Napoli. Sentía, en ese instante, el filo de una guadaña que nos perseguía.

 No sé por qué, pero el Intercity, el tren que cruza sobre un ferri, de Sicilia al continente, no estaría funcionando estos días. La viejachotamalaonda de la ventanilla me puede dar del Regionale solo para llegar a Messina y, de allí, tomar el traghetto que cruza el stretto, pero también pone en dudas que me dejen subir con Chicha y vacila en vender el ticket del barquito. Trato de hacerle entender que Chicha sí puede viajar pero ella no lo sabe, nunca lo hizo y por las dudas hasta consulta por teléfono con otra estúpida igual a ella y que tampoco sabe. Véndemelo igual, dale, como te crees que vinimos, pelotuda.

 Cuanto más nos vamos acercando a la península y más nos alejamos del centro de Sicilia, atrás va quedando, también, ese pequeño cortometraje sobre Giacomo, San Giacomo, los Calandra y horas de filmación sin editar que se me presentan inconclusas.

 Cruzamos el Tirreno y ya, pisando tierra firme, intenté un último manotazo de ahogado: sabía que podría contactar a alguna familia de la ‘Ndrangheta en los parajes de Gioia Tauro. Era la posibilidad de reunir fondos para proseguir con mi proyecto cinematográfico.

 No resultará este paraje de Calabria muy amistoso. La hostilidad de algunos de sus habitantes desmiente la apariencia de aldea tranquila: en el primer paseo, cuando bordeábamos el estadio municipal, de una casa rotosa, salió un ser monstruoso, de apariencia rotosa, fofo, con pliegues de grasa asomando por un vestido descolorido, rodeado de niños y niñas desnudos, de edades diferentes, con mugre para repartir. Nunca supe si era la madre, la abuela o un ogro que los tenia cautivos. Me amenazó con envenenar a la perra si llegaba a cagar en su vereda. Le dimos la espalda y la dejamos injuriando o, tal vez, regurgitando alguna alimaña tragada hacía poco, y embroncadísima porque la mandé a limpiar, primero, la basura apestosa de su pueblito. Puzza!

 De golpe lo oía al flaco Skay cantando “La oda a la sin nombre”. Escuché una sirena.

 Del encuentro con los picciotti, descendientes refugiados de Tommasso Buscetta, no diré mucho.

 Seguimos camino pero tuvimos que aguantar dos días más en Scalea por un accidente ferroviario en el sur de la Campania. Los gritos y alborotos de los veraneantes napolitanos nos acercaban ya al mundo partenopeo. El verano no daba tregua. Jornadas agobiantes. Playas privadas vacías y amontonamientos en las públicas los pomeriggios sofocantes.

 Julio sucumbía. Precipitamos el regreso a Napoli como avecillas que vuelven a su nido en busca de cobijo. Un nido con volcán que, en agosto, se vacía de habitantes y se llena de turistas, que transpira en los muros del centro histórico su invasión.

 La literatura me lleva a que esta aventura se trasmute en ideal, que ya no pueda suceder. Fabricar con palabras una trampa para no ser afectados por el tiempo y la muerte.

Escuché un millón de voces en esta tierra. Oí tu silencio al partir. Escuché un susurro que me decía

"Ella baila siempre detrás”.

30.10.24

Domenica, por Gustavo Calandra

 

 

Los fines de semana, vienen desde Catania, el marido y los hijos de Anna, cada uno por separado, y el menor de los jóvenes con su novia y, entonces, la planta alta cobra una vida que no suele tener.

Yo estoy sentado abajo escuchando reggae. Trato de adivinar las conversaciones, a momentos, en tonos fuertes y que hasta sugerirían reproches. Imagino las diferentes posturas de las manos. Gli italiani parlano con le dita. En sus diarios de viaje, a Kafka le llama mucho la atención un italiano que no puede contenerse, unas mujeres que también hablan con gestos. Parecen pellizcos al aire, observa. Al igual que ellos, Kafka está turisteando en Gandria, Suiza.

La App del servicio meteorológico ya mide 28. Será una jornada difícil. Cuando el agua pierde sus azules, celestes y turquesas, cuando no pueden distinguirse las islas eolias, Salina, Filicudi, Vulcano, hay que prepararse: un manto de neblina húmeda viene a cagarnos de calor. Así y todo, aguantamos afuera hasta el mediodía, tipo una, porque ya el sol estará sobre nuestras cabezas y ahí regresaremos a la casa. Mientras tanto, Chicha descansa a mis pies sobre las baldosas frías y, cada tanto, se tira a tomar sol en pose de esfinge y me mira sonriente.

La canícula.

También la avenida con sus bares está más animada y emperifollada cuando la bordeamos, ya emprendiendo la vuelta, siguiendo el consejo veterinario de passeggiata corta y bien temprano en verano.

Lo mismo sucede en las casas vecinas. La presencia matutina de los hombres que, a esa hora, suelen estar trabajando, parece aumentar el volumen de las radios. A los niños les despiertan ganas de jugar y salir en familia. Quien no lava el auto, lava la lancha y la prepara para posibles paseos marítimos.

No hay futbol local. Italia fue se fue rápido de la Eurocopa. Hoy abre un museo lliliputiense del Fiat 500, un Fitito cheto: tienen dos autos y un par más de juguete.

Charlas de cocina y de cubiertos barajados. El aroma pomodoro. Parece una publicidad de Molto. No pasa nada. En realidad, no pasa nada. Ni casi nadie. Ni la grabación de la voz que anuncia los trenes en la estación se siente, porque hoy hacen huelga. Se mangia la pasta, se puede escabiar desde temprano: es domenica.

¡Qué tentación esa minibotellita de Campari, bien fría! Dos tragos colorados de esa bebida así, sin ghiaccio, ni la rodaja de naranja.

Importa mucho la composición de la imagen. Me empondero como embajador de una estética viajera. Ni siquiera me atrevo a sacar el mate frío y lavado y el termo de la mesa. Junto al ebook, la compu, los celulares, una libretita y hasta una tuca sostenida por un encendedor con la foto de un cachorrito forman el cuadro en el que estamos inmersos y el que el mundo exterior percibe cuando pasa por acá.

En la semana vivo dentro de una postal muda.

En cuero, barbudo y con un perro termino devenido el jipi que critiqué un par de fechas atrás. Encima revoloteando en fiestas litúrgicas que a casi nadie le interesan excepto los lugareños. Y pensar que cuando rajé de mundo jipi, lo primero que hice en el hostel de Giusseppe fue poner un show de Pappo en el Cosquín, tomar whiscola en la puerta y malinconiarme con el rock nacional.

Buenos Aires te quiero desde lejos, dijo una vez Calamaro.

Tomaré mate, hasta que se acabe el termo. Puedo sentir el sonido de los palitos de la yerba cuando se hidratan con el agua caliente. Puedo contar cualquier boludez total recién empiezo. Sigo usando la misma bombilla de caña. Puedo oír la queja del mate luego de la chupada larga. Casi siempre son dos: una primera, corta que, sobre todo en los primeros mates, sirve como precaución por si está muy caliente el agua. Puedo hablar con un perrito marrón que cuando nos ve por la calle nos sigue y le quiere oler las partes íntimas a Chicha. Medio lanudo, con collar, no debe pesar más de seis o siete kilos. Va y viene por el pueblo. Cruza la avenida varias veces entre los autos como la ranita del Frogger. Chicha le tira buena onda hasta que se le acerca, ahí deja de moverle la cola y le gruñe. Gruñe ahora desde debajo de la mesa del patio porque el perrito lanudo descubrió donde vivimos y viene a recostarse a nuestra puerta de rejas para hacerse el lindo. Mirá que Chicha es una señora grande, hijo de puta. Petizo pijudo, lo lamento pero nunca te dejaré entrar. (Igualmente luego, le daré un buen pedazo de pechito de cerdo, restos de un asado con unos muchachos argentos).

 Si no pongo la radio de Napoli, puedo escuchar los interiores de las casas en el momento del almuerzo. En una, al parecer, debe haber una persona muy mayor que se duerme en la mesa y ronca hasta que lo trasladan a alguna cama en otro cuarto, desde donde continúa roncando. Esto ya lo vi, no me acuerdo dónde, ¿en Feos, sucios y malos?, en otra película, ¿en varias? De ahí mismo, de esa casa estallan pedos. ¿Cuál sería la onomatopeya para una ventosidad aflautada de ese calibre? Prrrrrr, pffft, en español. En inglés podría ser fart, poot, toot.  ¿Y en italiano? Peer. Pedere del latín, ventosear. Peer.

En un principio creía que era el niño que se oye jugar pero parecía que ni estaba. Tampoco nadie se reía. Retumbaron un par de pedos largos y la gente siguió con la comida.

Repica el campanario convidando a la celebración parroquial.

Tiene otra jovialidad la iglesia, cuando toca domenica. Estacionan de cola en la plaza de enfrente. Hay casipegado un bar que pone sillones inmensos y mesitas ratonas para grupos grandes que restan afuera.

Una domenica, en la RAI 3 dan La domenica della buona gente, con Sophia Loren, en blanco y negro. El domingo y el futbol. El clásico Roma- Napoli. El hincha, la novia, la madre, el padre fanático.

Come dentro uno specchio… scorre la domenica, qualsiasi domenica.

También será una domenica al mediodía cuando arranquemos para Capizzi. Sólo iremos Daniel y yo con Chicha. No pudimos juntar cuatro paisanos. Y no faltan en la zona. Llegaron de Argentina, muchos  y muchas en los últimos meses para tramitar la ciudadanía con más celeridad.

Un combo de gestores, abogados, empleados públicos, inmobiliarias que incluye gente de los dos países y que ha visto campo fértil para sembrar su negocio, los convoca con promesas no siempre realizables a término, más bien, resbaladizas por el tobogán del chamuyo. Promesas para ese grupo heterogéneo que busca otra opción de vida en el exterior ante la pesadilla fascista y mediocre argentina.

Exodus.

Hace cien años llegó mi bisabuelo.

Hay una vieja de la muni que parece le pone dedicación y le da prioridad al trabajo con las carpetas para la solicitud del trámite. Para un futuro buscar en este suelo.  A la mayoría mucho no le interesa la tierra de sus nonos. Hay hambre y hay dolor, su alma está marcada por la guerra. Pero cuando hay humedad, la señora sufre de achaques y se queda en la casa. Europa quedó atrás, llegaban a montones a estas tierras.  El Consulado te patea el turno para 2030. Surgen gestores sonrientes en la red. La onda es tomarse el palo cuanto antes.  

Bisabuelo viniste al pedo.

Parecería no ser o querer ser permeables a otra cultura, esta juventud migrante. A lo sumo se llevan la cittadinanza y un catálogo de playas.  Son jóvenes provistos de un coraje y una esperanza colocada más allá del océano.

Sería injusto generalizar, aunque da la sensación que prima el individualismo. No forman comunidad. No pasan más allá de un grupo de WhatsApp.

No es el caso de Daniel. Él vive en Sant’Agata porque su hijo vive y trabaja allí en un restaurante. También juega al futbol, el pibe, en el primer equipo de San Fratello previo paso por el Nicosia y está cerrando su pase para vincularse a Orlandina, la squadra de Capo d’Orlando. Ellos han logrado combinar el futbol de ascenso con el turismo regional: cada partido que su equipo debe jugar de visitante es una ocasión excelente para recorrer paesinos de Sicilia.

Daniel, unos cuantos pirulos más que yo pero con sus músculos de acero cuál titán, nos llevará y luego rescatará de Capizzi cuando sea necesario, convirtiéndose en una especie de héroe del capítulo siguiente.

3.10.24

Llorando bajo la lluvia, por Gustavo Calandra

 Nunca olvidaré la sensación de miedo y desamparo que me invadió ese martes de madrugada, cuando bajamos con Chicha, por segunda vez, desde que yo había regresado de la Festa del Muzzuni en Alcara Li Fusi.

 Vos sos mi gorda más linda del mundo. Sos la más linda de las perras. No puedo dejar de acariciarte la cabecita y darte un beso en el hocico mientras escribo.

 Ya cuando me iba, la noté rara, pero creí que, en realidad, le había estado trasmitiendo esa ansiedad previa a una experiencia ancestral.

 No comió su pollo. Estaba excitada y jadeaba. La había visto amanecer como sofocada los últimos días. Lo atribuí y, quizá fue parte del cóctel dañino, a que el aire acondicionado de mierda que tenía la vieja que me alquilaba tiraba poco y se apagaba tipo cuatro y había que buscar el control en la oscuridad y prenderlo otra vez y, como era un altillo, al toque, se calentaba.

 Me tengo que levantar a rascarte los cachetes bigotudos y hacerte chiva y vos te echas de costado para que te frote con la palma de la mano el pechito, la manta blanca, moteada de negro, pretensión de Dálmata, rasgo característico de la raza negrapechitoblanco, como el Guapo, mi primer negropechitoblanco, sobreviviente de un destino de container de basura, cuando recién tenía semanas.

 Salimos la primera vez, tipo una. No se estaba cagando. Una pilladita, se frena. Caminó con la lengua afuera media cuadra, me miró y me ladró pidiendo una explicación a lo que pasaba. Y yo no podía adivinar. Hubiese hecho la carrera de veterinaria en una hora si hubiera sido necesario. Pero no puedo. No tengo incorporada la inteligencia artificial. Ante la impotencia, barajaba hipótesis: serían los parásitos. Eran los parásitos, tenía que ser eso. Bichitos hijos de puta. Busqué la pastilla que había traído de Argentina. Dos rolas rosas, grandes. Se le da una y quince días después, media más. Pero no comía. Era imposible. No comía el pollo. Me preocupaba. Nunca dijo que no a una pechuga.

 Pasé horas, estos últimos días, viéndote reposar, dormir con un ronquido pesado, con los ojos medios achinados, las orejas puntiagudas -y curadas sus puntas con la crema que me vendieron en la farmacia de Piazza Dante. A esas orejas paradas le susurro que está todo bien, que yo te voy a cuidar, que nunca te voy a abandonar, que siempre vas a estar conmigo para que me espíes desde el sueño y te acomodes en otra postura.

 De vuelta a la casa, no quiso subirse a su cama y se metió debajo, despreciando su colchón. Me quise convencer de que estaba estresada y encima tenía parásitos. Le mandé un poco de flores de Bach con un gotero y las vomitó. Durmió media hora. Se despertó y bajó del altillo, cosa rara. Desde ahí me empezó a chumbar. Se quejaba que algo le causaba dolor. Yo también habré dormido un rato. Tenía el tobillo detonado de toda la caminata por los barrios de Alcara. En cortos, ojotas y en cuero bajamos otra vez.

 Cruzamos miradas. Yo quiero vivir en esos ojos inocentes de ángel perruno. Quiero que sientas que está todo bien, aunque aún respires con dificultad; que ese diurético que te mandó el veterinario te librará del exceso de líquido en el pulmón. Una sobada de busarda para que me apoyes tu pata en el antebrazo, entrelazando una amistad mágica.

 Esta es una región seca. Sicilia carece de agua pero justo hoy se largó la tormenta. Eran las tres y media de la mañana. Fuimos hasta la zona de los juegos de niños, el tobogán, el subibaja, la hamaca. Oscuro y vacío era un escenario tenebroso. Retrocedimos justo enfrente. No podía acertar qué buscaba Chicha. El aire. Necesitaba oxígeno. Eso lo sabré después. Su corazón se había fatigado de tanto andar, del calor africano, de correr como cachorra en la playa escarbando en la arena y desafiando a las olas. Fue un momento de desesperación, de desolación. Tu llanto finito que me reclama. Sentía que estábamos nosotros dos solos en el mundo llorando bajo la lluvia.

 Amanecimos en la pieza de la casa de Sant´ Agata, esperando que sean las nueve para que llegue el único veterinario del pueblo. A las ocho, nos fuimos despacito por una calle que subía a la ruta Messina- Palermo.

 Radiografía. Un diurético para eliminar la acumulación de líquido que la disfuncionalidad de su corazoncito le generó y un corticoide para estabilizarla. Así nos atendió Salvatore, gentil pero no muy afectuoso. Profesional pero no empático, me recomendó no continuar con el recorrido por Sicilia.

 Debíamos regresar a Messina y, desde allí, viajar a Catania, para asentarnos una semana en esa ciudad y que yo pueda hacer la excursión al volcán Etna, justamente en actividad por estos días. Bordeando la costa sur, sudoeste, pegados al Jonio, pasaríamos por Taormina, Giardino Naxos hasta frenarnos en Siracusa y sus ruinas antiguas griegas, lugar de accesibilidad económica que me daba la chance de ir a la barroca isla de Ortigia. Toda esta travesía, para mí, finalizaba en la casa del famoso comisario Montalbano, célebre personaje de Camilleri y de la serie televisiva de Europa Europa. Toda esta travesía finaliza antes de comenzar.

 Fue una señal, una advertencia. Apenas comienza el verano siciliano y la aguja del termómetro, cada día, promete medir más temperatura. Pequé de ingenuo, no sabía ni me informé que, por ejemplo, Siracusa está circundada, en parte, por zonas desérticas y que sube un par de grados más, ni que Raguzza Marina, bien al sur, justo enfrente de Malta, es el sitio más caluroso de Sicilia. Un clima casi inhumano de 46 grados en Julio nunca me hubiese seducido. Tal vez, visto a la distancia, en el otro hemisferio, este tramo del viaje se revestía de un romanticismo simpático, en donde pegábamos una vuelta, describiendo un semicírculo en la isla.

 Regresamos a Acquedolci, el pueblito donde habíamos estado dos semanas atrás. Nos vino a buscar Anna con su Jeep. Nos quedaremos en la casa frente al mar Tirreno que tiene ella, para que Chicha se recomponga del todo. Confío en la brisa que, desde temprano y luego, cuando cae el sol, refresca y revitaliza los ambientes saturados de humedad, confío en la calidad del aire puro que a uno le permite distinguir las diferentes fragancias florales.

 Alimento a unas lagartijas con rodajas de manzana y trozos de fruta que no como.

 Tanta quietud me da la impresión de que estamos detenidos en el tiempo. Que nunca nos podremos ir de este lugar. Me hace acordar a El día de la marmota, con Bill Murray y ese despertador que siempre sonaba a las seis del mismo día. Pero esto realmente no es una condena ni un hechizo gitano. No sé si repetible ad infinitum pero con Chicha, un poco, ya nos habituamos a la rutina en el paese: una passeggiata  dopo el desayuno, primero por una plaza que está a una cuadra, medio abandonada -solo el sector juegos no tiene un pastizal de un metro relleno con botellas, latas, cartones de pizza que tiran los guachos del pueblo cuando se juntan en plan “malitos”-, luego pasamos a otra plaza más grande, un poco más limpia, llena de pinos, desde donde se puede observar el mar, si uno se sienta en determinados bancos, por su posición ascendente hacia la calle principal de Acquedolci, Via Ricca Salerno. No bien arribamos, tenemos el primer bar, con una especie de patio cubierto de árboles de tilo y otro no sé de qué flor dulzona y que al igual que el tilo atrae a las abejas en cantidades que rompen el cazzo. De la misma mano hay otro donde paran un par de paesanos no muy comunicativos. En frente, a cada lado de otra plaza a la que también vamos y que nunca vi a nadie de día, hay otros dos bares. Nosotros ya elegimos el Bar Lo Sport, que de sport solo tiene la sección del diario que hojeo cada mañana, después del segundo y último sorbo del café, junto a dos máquinas tragamonedas de motivos vampirescos, mirando a los jubilados que están en las mesas de los otros bares, y que me miran con curiosidad, aunque no mucha.

 Estos últimos días cayeron chaparrones justo cuando estábamos ahí, así que la estadía se prolongó de más, hasta le permitió a la gorda, hacerse una siestita con música de gotas en el toldo.

 Cuando regresamos a media mañana, nos quedamos, en el terrazzino, dentro de un vientito que nos envuelve. Yo leyendo, estudiando y ahora escribiendo esto, y ella echada a lo largo.

 En este goce rutinesco, siempre me pregunté por qué Chicha insiste en detenernos en bares, no en todos, sí en los que me gustan a mí. Para ella son solo pisos diferentes, patas de mesas y sillas, piernas de mozos. Creo que ella sabe que, en esos lugares, al menos unos instantes, yo me relajo y disfruto, que son lugares que elegí de purrete como guaridas del mundo, las mesas de los bares y cafetines, y que así se construye la felicidad, en esa suma de momentos, y es esa alegría que le transmito que a ella hace feliz y, por eso, quiere repetir la experiencia cada vez que puede. Quiere sentirme feliz, sentado en la mesa de un bar. Con eso, para ella, ya está bien. Magia de la amistad

 La naturaleza marca el ritmo de la vibración.

 Hay más hormigas y menos gatos. No sé qué les habrá pasado. 

21.8.24

A caballo, por Gustavo Calandra

 

 

Tengo que ir a Capizzi para restablecer contactos. Asegurarme un lugar la última semana de julio más o menos. Qué mejor excusa que la fiesta de San Antonio un 13 de junio. Pero el único autobús que me lleva, el Sberna, no regresa a la noche: hay que tomarlo cinco y media de la mañana. Horario un poco incómodo, teniendo en cuenta que es un pueblo de montaña y baja 20 grados la temperatura en el transcurso del día.

Resulta que una vecina de Acquedolci tiene una amiga en Capizzi y hace mucho que no se ven. Entonces podemos organizar una salida con Anna, la señora que me alquila la casita frente al mar, su amiga Cristiana y Florencia, una chica que vino a hacer la ciudadanía, mientras trabaja ayudando a un carpintero y que se dedica a diseño de imagen.

La tarde de un jueves nublado salimos a recorrer el sinuoso camino que atraviesa parte del bosque del Parco dei Nebrodi para llegar justo cuando comenzaba la procesión, o una de las procesiones. La policía nos hizo dejar el coche a la entrada del pueblo. El acantilado se envolvía de viento. Desde ahí se oían abajo las campanas de las ovejas marchando sumisas sin pastor. Habían formado un cordón humano, cordón vigilante, un corredor donde pasarían los curas, su séquito con estandartes rojos de la iglesia y la orquesta municipal. Luego habría un desfile a caballo.

La calle principal está cortada y es por donde debemos pasar ante las miradas curiosas. En varios balcones se han reunido los que tienen platea preferencial, ancianos de todas las formas. El resto son pasajitos angostos y empedrados que diseñan laberintos y desembocan o en la plaza donde está el Comune y la iglesia o en Via Roma.

 Divididos por sectores y edades, los jóvenes habían elegido agruparse a la derecha y los viejos, cerca de una plazoleta, a la izquierda, lugar aconsejado al grupo familiar, ya que vendían golosinas, baratijas, algodón de azúcar y hasta globos. Podría ser el principio de una película de Fellini.

En el bar Millenium se escabia bene, acodado a la barra, y si fa fila per il bagno. 

Los jinetes, algunos mediomamados, pasarían organizados en grupos, cantando y demostrando sus destrezas ecuestres como pararse sobre la montura y gritar.

Será una jornada con vestigios medievales. Regresaremos ya de noche cuando los robles y las encinas se han vestido de negro. Chusmearemos sobre el otro paese. Una margherita de Mondo Pizza. Chicha revoltosa, feliz de verme. Beberemos, de sobre mesa, un limoncello casero con unos profiteroles rellenos de pastelera, regalo de la amiga de Cristiana.

Es conveniente tomarse el palo cuando estas fiestas populares van llegando a su fin, cuando las familias levantan campamento y retornan a la seguridad de su hogar. Quedarse es jugarle una ficha a la trifulca y la apuesta puede salir mal. Sos visitante. S.O.S. El alcohol fermenta desde temprano. Se inflan las vejigas.  Parecen estallar las venitas de las caras, de las narices enrojecidas, de los ojos con miradas torcidas. Nunca falta el pendenciero que lanza la broma punzante con envoltura de apariencia amistosa. Si te descuidas, te descansan. Elogios injuriosos, injurias elogiosas.

El ruso Bajtín, en su libro sobre la cultura popular en la Edad Media, identifica, en el desborde carnavalesco, una lógica festiva dirigida como apoteosis de la fecundidad y de la superabundancia. Esto lo observaré sobre todo en Alcara li Fusi, con ese ritual relacionado al solsticio y la cosecha, pero yuxtapuesto a la celebración de San Juan Bautista. (En otros tiempos tenían fechas diferentes 21 y 24 de junio pero, aunque se juntaron en una sola jornada, no se realizan en simultaneidad: hasta que el muñeco de San Giovanni Battista no regresa a la catedral de vuelta de su gira en el pueblo, no pueden iniciarse los festejos paganos.)

Serán la muerte y la transformación parte de un principio interior que devora y procrea. La relación con la tierra, con lo inferior, con lo escatológico. En esta línea, Bajtín analiza las groserías y, sobre todo, la risa. Habla de un realismo grotesco como parte necesaria de la vida. Risa. Rissa.

A determinadas horas, en estos eventos, la comunicación casi se codifica en el chiste y su posterior carcajada gutural. Ni el frío que baja de la colina apacigua el Capizzi entre bambalinas. Los caballos asoman sus cabezotas fastidiadas por las puertas de los bodegones. Para los jinetes solo importa la birra. Centauros ebrios tragando arancini, unas bolas de arroz frito y apanado, relleno con carne y otras cosas que colorea las comisuras. Un anca, en la coleada, casi le rompe la cara a una mina que se había hecho chiquita contra la pared.

Kilos de bosta se desparraman por las calles en senderos de esa caca vegetal. Litros de meo descienden como cascadas.

Se come con glotonería en las fiestas populares, con voracidad de última cena.

Ecos de tono utópico del banquete universal.

Todo se convierte en risa. Una risa que purifica la conciencia de la seriedad mentirosa, del dogmatismo y de los fingimientos que la oscurecen.

Dice el filósofo Spinoza y digo yo en cita de segunda o tercera mano, que el camino de la verdad pasa por la liberación de la pena, y más que nada, pasa por la alegría.

Otro camino, desde Sant´ Agata Militello nos llevará a Alcara li Fusi, a la Festa dei Muzzuni. Daniel, se suma a questa squadra improvisada, maneja un Panda blanco con el que nos mandamos al horario del tramonto.

Allí nos encontraremos con un júbilo popular elaborado en el transcurso de los siglos. Formas de alegre cinismo primaveral, la personificación de la juventud, de la inmadurez. Se harán presentes elementos de la civilización helénica. Invocación a Deméter.

En cada barrio se baila a ritmo del acordeón y de la flauta. En mesas, junto a los muzzuni, se ofrecen vino patero y pan con oliva. Panderetas gitanas relumbran en la noche larga. Se hacen y deshacen trencitos humanos en trance hipnótico.

El muzzuni refiere a elementos de la cultura campesina. No se sabe con certeza pero probablemente guarda relación con una especie de jarra, con el grano de trigo segado, recogido en espigas y también, en su plano católico, con la decapitación del mártir San Juan Bautista. De todo esto, nace un objeto extraño que es el que preparan las mujeres jóvenes en las casas: una jarra sin cuello, cubierta de un pañuelo de seda, adornada con joyas, sobre todo, diferentes cadenitas de oro y, del agujero de la jarra, surgen espigas, tallos de cebada, granos germinados y unas ramitas de lavanda, o de otras florcitas.

En algunas composiciones del muzzuni, hay un juego con las figuras, generando un efecto visual, que, a la distancia, semeja una virgen gorda con pelo de cepillo.

En todo este rito de fecundidades, una de las chicas, al modo de sacerdotisa, coloca el muzzuni en un altar, ya adornado previamente con unos telares tejidos con técnicas primitivas, dando comienzo a la fiesta propiamente dicha. Cada familia que acoge un muzzuni proveerá de comida, bebida y será animada por músicos populares. Un cancionero legado de siglos. Una expresión poética especial, a muchas voces, il Chianote e il Ruggere, que versan sobre el amor; bromas de doble sentido ante cortejos no correspondidos. Detrás están el charlatán de feria y el vendedor de drogas milagrosas. El pregón como género prosaico se infiltra en la literatura.

Dice Bajtín que las groserías, juramentos y obscenidades son los elementos extraoficiales del lenguaje, considerados siempre como una violación flagrante de las reglas normales del lenguaje, un rechazo deliberado a adaptarse a las convenciones verbales: etiqueta, cortesía, piedad, consideración, respeto de rango. Y tiene razón conchasumadre. Dice que la existencia de estos elementos en cantidad suficiente y en forma deliberada, ejerce una influencia poderosa sobre el contexto. Más tarde, ese lenguaje, libre de trabas y reglas, jerarquías y prohibiciones de la lengua común, se transformará en una lengua particular, una especie de argot. El taura que sabe tallarla de guapo lo manya desde lejos y al logi que apoliya se le pianta la mitá.  Como consecuencia, la misma lengua, a su vez, conduce a la formación de un grupo especial de personas “iniciadas” en ese trato familiar, un grupo franco y libre en su modo de hablar. Se trata de la muchedumbre de la plaza pública, en especial de días de fiesta, feria y carnaval.

La festa del Muzzuni es la fiesta más antigua de Italia.

Alcara li Fusi es otro pueblito del Parco dei Nebrodi, pegado a una formación rocosa que en época estival refracta un calor de la ostia. Tiene un caprichoso trazado de calles empedradas en el interior que pueden extraviar al viajero desprevenido.

En Sant´Agata di Militello, nace una ruta que va hacia allí, pasando de camino por Rossmarino.

Sant´Agata di Militello es una pequeña ciudad, coqueta, con algunos boliches y restaurantes, casi en el medio, entre Messina y Palermo. Cuenta con un puerto no muy sofisticado. Una cantidad sorprendente de argentos tramitando la ciudadanía. Da la sensación que han corrido hacia atrás el decorado de los montes que, tan cerca están en Acquadolci. Lamentablemente, sucederán cosas que no nos permitirán quedarnos el tiempo planeado.

12.7.24

Palermo: la primera derrota, por Gustavo Calandra

 

 

¡Bienvenidos a mundo hippie! Los esperamos en nuestra casa dentro de un típico palazzo nobiliario, de hace doscientos años, donde en cada habitación amontonamos cuchetas hasta meter diez viajeros con sus mochilas a cuestas, concentrando una aromatización de oso que los transportará a su mismísimo hábitat en el bosque.

(Leí en algún lado que, por ejemplo, en París, en los años 80 se realizó una exposición de olores en el Museo de l' Homme, sobre su importancia sensitiva y cultural.)

El hotel donde me ofrecían trabajo y mísera paga no estaba muy limpio ni ordenado. Se percibía una descomposición de la vida cotidiana que aclamaba desde el desorden. Parecía como la voz de un presentador de televisión que me iba descubriendo, lentamente, las virtudes del lugar. Cada cosa que uno quiera usar, la deberás lavar. Y no se pierdan nuestros baños. Dos. Para veinte personas que beben una birra barata en lata con los pies sucios sobre la misma mesa donde luego van a morfar. Nuestros baños les recordarán esas largas filas irrespirables de orín de los entretiempos en tu cancha favorita.

(En la presentación de su libro La cultura de los olores, la autora, se pregunta: ¿por qué nuestra sociedad se obsesiona tanto por rechazar socialmente el mal olor, enmascarando sus diversas manifestaciones mediante la proliferación de desodorantes y aromatizantes? ¿Por qué prevalece la difusión de una desodorización corporal que intenta rescatar los aromas naturales para asentar un modelo de salud?)

–Podrán disponer de una pequeña terraza interna con dos o tres sillas rotas, el incesante rugido de la bomba de agua que nunca alcanza, un sillón destripado de goma espuma, y podrán abandonar vasos con restos de bebidas. No se sequen mucho. Las toallas no alcanzan. Las almohadas desaparecen y aparecen en otro colchón sudoroso. Acá es así, calentito. Buena onda. Promiscuidad inevitable. Fa caldo. Caldo de cultivo. ¿A qué huele?

(Hay una jerarquía sensorial que relega el olfato al último peldaño y lo asimila a la animalidad –caza, cópula, nutrición–, mientras que convierte la vista en el sentido civilizado por excelencia que objetiva el ideal estético –la pintura– y la base del método científico –la observación– respondiendo a un refinamiento estético proveniente de las clases burguesas.)

Algún distraído o no tanto habrá pensado que ése que llegó un viernes con una perra negra, que durmió en el altillo sin puerta de la casa, con cortina tumbera, junto a otro pibe empleado que roncaba, perforó el umbral de tolerancia higiénica y se precipitó en marcha furtiva, víctima de una ansiedad metafísica sobre la putrefacción.

Descenso de escaleras, el ascensor no funciona.

Recién bajamos del tren y parecería que ya nos estábamos yendo.

Antes, frente a la estación central, en la plazoleta, encontronazo con pareja fisura. Hablan ese español marroquí de Tánger. Hola guapo, te echó tu mujer que te traes todas tus cosas. Me muestra un papel de la Questura di Napoli y no sé qué embrollo. Y él, con el tranquilo, que no vamos a robarte, solo necesitamos un euro. La mano mugrienta de su compañero se apoya en mi valija. Ella me pregunta de dónde soy. Y la respuesta no se hace esperar: soy argentino y, a él, no toques mis cosas porque te stacco la testa. Necesitamos ayuda, no te enojes. Búsquenla por otro lado, yo aquí vengo a trabajar.

Venía a trabajar. Dadas las circunstancias no se concretó el laburo. No tenemos hospedaje. La ciudad rebalsa, se desborda por el mar.

Llegamos a Palermo: la primera derrota.

Será preciso buscar alguna trinchera y trazar un nuevo plan estratégico.

Aquí reclutará soldados de reserva Escipión el africano en la guerra contra los cartagineses.

Ciudad áspera y atractiva, con sus noches bañadas en ocre, sus bares jazzeros, gente durmiendo en la calle frente a montañas de basura y ratas, aromas de kebab y especias, edificios históricos, paseos en carroza, algunas playas paradisíacas, antiguas iglesias y hasta un ex leprosario. Así se nos presenta Palermo.

Puerto fenicio hace más de tres mil años, su posible nombre griego antiguo lo corroboraría: Πας (pas) tutto y ορμος (ormos) porto. Un poco de erudición de Google que tal vez sea fruta.

Yo prefiero creer en El genio de Palermo como su fundador y protector. Hombre maduro y barbudo, coronado y altivo, cetro en mano, esculpido con el águila de los Habsburgo a la derecha, una serpiente que parece a punto de morderle el pecho y un perrito echado a sus pies.

Una pieza en lo de Giuseppe, donde empieza el barrio Kalsa.

Caóticos mercados de Ballaro y Vucciria. El pregón de la fruta y la verdura. La pesca del día sobre inmensas barras de hielo seco. Aglomeración de gente chusmeando baratijas. Humito de un brochet de chinchulín que asan velozmente sin darle mucha cocción al relleno. Los mariscos fritos en un aceite oscuro.

También se encontraban, usualmente, al anochecer, camiones pequeños que, en la parte de atrás, cargaban una especie de horno con pizzetas calentitas. Nunca las probé.

Una semana girando por Palermo hasta ver la colección de muertos en las catacumbas de los capuchinos.

“Palermo me tenés seco y enfermo”, dice el tango.

Me pongo la remera de Carlitos Gardel, la camiseta titular de los traslados –avión inclusive– el día que dejemos la ciudad y nos acerquemos los pueblitos del Parco dei Nebrodi. Donde comienza a rodarse el corto-largo-vida sobre la familia migrante que finaliza el día de la Festa di San Giacomo.

Después no sabemos. Habrá que preguntarle al Genio de Palermo.

Ya estamos en el baile. Bailemos.

Según una antigua leyenda, Sicilia se origina a partir de la danza de tres ninfas.

Treno a Acquedolci – San Fratello.

Acquedolci: un pueblito moderno. de principios del siglo XX, sobre la costa.

Una casita frente al Tirreno está bien. Terraza y parrilla, mejor. Entraña, pechito, chori de suino nero de la región y los involtini, especie de arrolladitos de carne con queso, pistacho, un gran descubrimiento cuando hicimos asado con Anna y su familia.

Atardeceres épicos en el mar.

Aquí puedo planear el recorrido que improvisaremos por algunos de los paesinos del Parco dei Nebrodi hasta llegar a Capizzi, el terruño.

Aquí veré ilustrada esa idea leída en los cuentos de Pirandello acerca de una naturaleza extraña y salvaje, presenciando combates nocturnos de gatos donde, literalmente, se sacan los ojos, tal vez, por una minina, hasta configurarse caras pesadillescas nivel Poe que deberé evitar por una mezcla de espanto y pena, asistiendo a intentos de cacería y de defensa en bandada con cuervos gritones, insectos gigantes, flores de un multicolor que embellecen las callecitas en tonos de blanco y rosa, la bravura de las olas en las playas rocosas.

Párrafo aparte para los gatos: nunca he visto algo así, no seguiré con descripciones que parezcan un regodeo con lo morboso. Mientras agrego esto, uno de ellos me mira con su único ojo desde el terreno baldío de al lado. Acaba de comer un poco de alimento de perro con gusto a salmón que le puse en un platito. Desde ayer, rondó la casa pidiendo comida. Hoy, me levanté, abrí la puerta y estaba ahí. Sin temor a Chicha. De hecho, cuando me descuidé, entró y le comió lo poquito que quedaba de anoche, dejando a su paso un rastro de gotas sanguinolentas.  Realmente las peleas son feroces. Éste, al parecer, no puede regresar donde está la comunidad felina. No me animé a acariciarlo. Me parte el corazón, sobre todo, aceptar estos mecanismos tan crueles del mundo animal para dirimir jerarquías.

No faltará el humanista que venga a comparar la maldad humana que acude a la racionalidad y no mata ni lastima por instinto, A lo que le responderé que la humanidad me ne frega un cazzo.

Hoy domingo de junio de 2024, mientras Rusia mueve sus submarinos nucleares y los yankis le devuelven la jugada distribuyendo los suyos por el Caribe y el Mar del Norte, podría decir que me importa más ese pobre gatito negro con manchas blancas, con un agujero en la cara que, luego de llenarse la panza, se ha echado a dormir entre los yuyos, medio escondido, enroscado en sí mismo.

Tierra fértil en dioses y mitos. Iniciaremos lentamente la peregrinación en busca del milagro de San Giacomo, alguno de sus milagros, o, al menos, alguna intervención sobrenatural.

Me quedará tiempo para una fugaz visita a San Fratello, un pueblo en la parte alta, con no más de 4000 almas y un dialecto particular con tintes franceses.

Como despedida, una cerveza Messina y un paseo por la avenida principal de Acquedolci, embriagado por el dulce perfume de los tilos que decoran las veredas en la noche estival.