18.12.07

Jorge Asís: la autobiografía como novela realista, por Pablo Moreno




En el año 1981 Jorge Asís publica la novela Carne Picada. La misma se desplaza en una frontera imprecisa entre el género de non fiction, la novela autobiográfica e intimista y un realismo insertado en el presente de su aparición en el campo literario. Es ahí donde radica la incomodidad de su análisis ya que la obra es el producto de su época, y el material narrado es la “realidad” del Buenos Aires en el apogeo de la última dictadura militar.
Toda narración que pugna por ser realista y necesita reflejar el presente inmediato, conlleva a la vez un virus adormecido que es su propio envejecimiento, su fecha de vencimiento. Pero también es cierto que cuando la literatura se arroja sin miramientos y sin recaudos (diría sin red de contención) sobre esa inmediatez, la prosa suele ganar la fuerza del lenguaje que representa el espacio narrado y el habla cotidiana.

Las grandes novelas (la novela como escritura moderna por excelencia) son imperfectas. En su ambición por querer narrar todo (un proceso histórico, la realidad, una vida) radica su carencia, que es a la vez su poder de seducción, es decir, en la fragmentación del relato y en las posibilidades de vidas (narraciones) que se desprenden de esa totalidad, la novela respira, vive.

La obra de Asís es esencialmente autobiográfica. Carne picada forma parte de una serie de novelas denominada Canguros, cuya saga se conforma además por las obras Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980), La calle de los caballos muertos (1982) y Canguros (1983). La saga narra la militancia y las utopías de los años 70´, la actividad delictiva de Asís (vendedor de cuadros en las villas miserias, estafador de una repartición pública), el fenómeno de las barras bravas y la represión policial (La calle..., la menos autobiográfica de las obras) y la profecionalización de Asís como escritor.

El propio carácter testimonial de la obra, lo que genera su condición de crónica de la época vivida, no impide que la autorreferencialidad se torne exasperante, y los alter ego del autor (Rodolfo, “el narrador omnisciente”, Bartolomé Rivarola, Oberdan Rocamora) salpican el texto en una polifonía de voces en donde se pone en juego la propia veracidad del relato. Como en la obra de Roberto Arlt, Asís se sitúa directamente en la ciudad. Ahora bien, si la escritura de Arlt “fluctúa, tironeado entre lo señorial y lo plebeyo[1], fruto de sus lecturas de traducciones, en Asís el tejido urbano es lo que le da sustancia a su lenguaje, ya que la escritura es el producto del habla cotidiana de su época. El campo de saber que da especificidad a la literatura de Asís es la voz que escucha de la calle.

Lenguaje urbano, autorreferencialidad y una permanente reflexión acerca de la forma narrativa que exige la novela son los parámetros en los que se desenvuelven la escritura realista de Asís, si se entiende a la escritura realista como un reflejo formal de la época y en constante mutación.

Linajes
Jorge Cayetano Zaín Asís. En el nombre del escritor radica el linaje de un escritor, su lugar de pertenencia en la literatura argentina. Descendiente de inmigrantes sirios y cristianos ortodoxos que no profesaban el Islam, “turco” en la geografía urbana porteña, de profesión novelista y periodista (fue escritor de aguafuertes en el diario Clarín bajo el seudónimo de Oberdan Rocamora). La escritura en Asís es profesión (como Arlt, Walsh, Soriano o los hermanos Tuñón) y por ende se halla inmersa en las reglas que impone la industria cultural:
El discurso periodístico crea un público que, a su vez, lo modifica con su presencia. La idea de que se está escribiendo para decenas de miles de personas (en caso de los grandes diarios, para centenares de miles) introduce la dimensión de la sociedad de masas en el momento mismo de la producción de escritura. En la sociedad de masas, para la industria cultural, todos forman potencialmente de un universo simbólico en expansión, cuya ley mercantil es el crecimiento indefinido.[2]

Cabe señalar que la tirada de la primera edición de Carne Picada es de 25000 ejemplares y aparece casi en simultáneo con la séptima edición de Flores robadas..., primera novela del ciclo (que alcanzaría las 14 ediciones y terminaría totalizando unos 100000 ejemplares). Asís a comienzos de los 80´s es un escritor de masas, que goza de un amplio favoritismo del público y de la crítica.

El escritor profesional descendiente de inmigrantes es el linaje de Asís que se remonta desde la tribuna de Boedo. Y no por ello, en Asís, cierto cinismo “embarra” esa pertenencia. Se es escritor porque también es una manera cómoda de ganar dinero, un “curro”:
...y no por temor a ser sindicado como discípulo de Sebreli, sino por considerar que estoy en el curro de la novela, que no es Rayuela y no soy Cortázar, que tampoco soy Macedonio Fernández, y entonces no me atrevo ni hacer antiliteratura ni a teorizar dentro de la novela acerca de una problemática tan asumida como la del curro, tan luego, cimiento primordial de nuestro estilo de vida y máxima característica de nuestro ser nacional...[3]

En Asís el acto de escribir es la variación delictiva del robo. Podría decirse que en la novela su primera profesión es robar vendiendo cuadros en las villas miserias (“cazar canguros”, clientes) y luego estafar a una repartición pública. Sustituye el robo (que esta fuera de la ley) por la escritura, y el escritor se forja en el confort que depara trabajar en un diario que se ampara en los gobiernos de turno. Esta el anhelo en convertirse en un novelista de renombre. La confesión no deja de ser cínica y descarnada:
...Olga me auguró un futuro espléndido, si es por ella en una década Faulkner y Fogwill seran dos dactilógrafos con redacción propia a mi lado y tendré tanta guita como Bioy o Ignacio Xurxo.[4]

Convertirse en escritor es la premisa, escribir para juntar guita. Imposible no pensar en Arlt, aunque los alcances de la dicotomía escritura-robo sean distintos.[5]

Ciudad

Carne Picada narra la historia de cuatro amigos. Luciano, perdedor nato, es el motor de la novela. Los otros tres (Jesús, Matías, Rodolfo) proceden de una novela anterior que no forma parte de la saga, La familia tipo (1974). Carne Picada desarrolla la historia de estos cuatro personajes en el período que va de noviembre de 1975 a mayo de 1981 (sitúa el relato en fechas precisas, marcas de “veracidad” del mismo). Asís sigue la actividad delictiva de los cuatro personajes (una sociedad de “amigos que estafa a una repartición pública) hasta la caída de Luciano, quién no delata a sus amigos. Los derroteros de los otros tres personajes serán diferentes. Jesús va del misticismo hippie para terminar siendo un próspero fabricante de muebles. Rodolfo deviene escritor. Matías permuta el robo (que lo hunde en deudas) al negocio del servicio parapolicial, conduciendo un “falcon verde”, esgrimiendo una valija con armas de diversos calibres para acabar siendo una “mano de obra desocupada” y no logra salvarse, la olla de sangre también lo extermina:
No te olvides que ya había caído en desgracia, que Buenos Aires ya estaba lleno de asesinos desocupados ¿y qué podían hacer con ellos? Ya nadie los quería, estaban usados, quemados, sabían demasiado, sobraban. Y con lo ligero que Matías era no pudo trepar, no logro enganchar nada como la gente, para salvarse”.[6]

Cumplida la condena, Luciano sale de prisión, para luego deambular en una prisión mayor, una Buenos Aires de violencia nocturna. Asís ancla el Buenos Aires de 1981 en una arquitectura realista, que cobra vida y que a la vez agoniza. Es preciso detallando las calles y en la desigualdad que provoca las transformaciones que ocurren en la ciudad:
Y esa noche en Buenos Aires ocurría un concierto temible, una sinfonía terrorífica de sirenas policiales, persecuciones y razzias a las que podía después de todo, acostumbrarse. A pesar de los años y los miedos, encontró idéntico a la Paternal, bajó del 24 en las avenidas San Martín y Alvarez Jonte, camino dos cuadras por la San Martín, ella es horrenda y poblada por edificios de confort inexplicable, combinadas con casas viejas y para destruir, un almacén antiguo y al lado una boutique prepotente, moquetes y al lado una reja de casa vacía, y calles laterales empedradas que son testigo de una ciudad que se va a la mierda o se transforma, entre el confort y los automóviles, la soledad y el desencuentro, humo espeso del fuego del tiempo.[7]

El espacio urbano es la geografía del terror. El aparato represivo se extiende a toda la ciudad, actúa sobre el cuerpo de sus habitantes. La ciudad se asemeja a un campo de concentración sin límites definidos. Las armas materializan el carácter coactivo:
Automóviles rigurosamente revisados en la avenida de Mayo. Ojos omnipotentes que hurgaban tarjetas verdes, patentes y cédulas, baúles que se abrían para demostrar que adentro no llevaban fusiles ni muertos, manos y brazos de ciudadanos temerosos sobre los techos de los autos, mirada despavorida hacia la metralla imperturbable, caño nervioso...[8]

Hacia 1981 Buenos Aires se hallaba en una amplia modificación de su circulación vehícular. La intendencia de Cacciatore derrumbo casas para ensanchar avenidas, erigir autopistas en toda la ciudad, en una empresa faraónica que no llegó a buen término, la ciudad aún hoy presenta los espacios libres en donde se erigían casas, signos de transformaciones nunca realizadas:
-Habrás seguramente, encontrado todo muy cambiado. Buenos Aires, en demasiados aspectos, quedo como tu calle Lima, le arrasaron la vereda de enfrente...arrasaron con los mazazos, pasaron por la ciudad con varias topadoras gigantes, a machetazos pretendieron rebanar cualquier brote que se atreviera por ejemplo, a crecer, a pensar.[9]

La narración del espacio urbano es el marco en donde se desarrolla la época en la que transcurre la novela. Son las marcas que constituyen al narrador como cronista.

Work in progress

Carne Picada es una novela en permanente construcción. Crece y deviene en forma híbrida en donde entra en juego la crónica social, el relato autobiográfico, su condición realista y la veracidad de los hechos narrados.

El carácter verídico (la no ficción) es relatado en el capitulo titulado “Llegar a Dios por intermedio del Diablo”. En el mismo se narra el socorro de un amigo advirtiendo a Rodolfo que puede ser “chupado” ya que “levantaron” a Oscar y a Lucina. Lucina Alvarez y Oscar Barros son los destinatarios de la dedicatoria del libro (y el hijo “que deben criar los abuelos”). Asís alude a la condición de “desaparecidos”, señala una ausencia, menciona a militantes e intelectuales que fueron exterminados por el terrorismo de estado: Walsh, Urondo y su amigo Haroldo Conti, a quién había dedicado su novela anterior Flores Robadas, en la que ratifica su ausencia, su desaparición (la dedicatoria rezaba a Haroldo Conti ¿in memoriam?):
Luciano, me acuerdo de mi amigo Haroldo, el sí creía que por ser escritor lo iban a respetar, que no se la iban a dar, y así le fue, se peló todos los premios que había y ya van para cinco años de su ausencia, de su evaporación, es apenas un desaparecido más...[10]

Ahora bien, el aparato formal de la novela entra en un área de desestabilización. Hay un epílogo al principio, uno intermedio y otro al final que pone en jaque el desenlace, un ¿continuará? que expresa a la novela como algo inasible, imperfecto en su concepción, epílogos que no se comportan como tales, solo debería existir un epílogo. Terminar una novela es asesinar al narrador, y los epílogos señalan una agonía que no debe perpetrarse, la mentira es la materia del realismo y sus cimientos son la tergiversación de la vida propia, y la de los otros:
...téngase en cuenta que él vivía de recuerdos, los elementos de trabajo que tergiversaba, muy grande es el despelote que puede hacer un mentiroso con el realismo, resulta excesivamente obvio decirlo después de todo lo que se contó, antes de todo lo que me faltaría para contarles, pero me voy a morir.[11]

La necesidad de decirlo todo, contarlo todo, estructura a la novela en una polifonía de voces. Asís y sus alter egos dialogan con el resto de los personajes (hasta con los ausentes, como ocurre con Matías). Si la polifonía es la característica fundamental de la novela, Carne Picada es un artefacto que se asemeja al cine, y más precisamente a la forma narrativa de Citizen Kane de Orson Welles (en donde la sumatoria de testimonios no terminan por delinear el retrato del magnate Kane). La polifonía en la novela (en todas las novelas) no conforma un retrato estrictamente realista y sólo se obtiene de los personajes la fragmentación propia de la modernidad. A mayor número de voces, mayor es la fragmentación de las vidas narradas y sólo queda recuperar datos, hechos, razonamientos para edificar la novela (o la mentira):
Yo soy ejecutor, decía Rodolfo, y a menudo sigo diciéndolo, yo ejecuto los razonamientos de mis amigos, no descubro, cuento lo que puedo ver, lo que me dicen, no quiero tener razón, soy tan solo un repetidor, un eco, soy una mentira, créanme.[12]

Robar, asesinar, militar, amar, madurar, ser joven, vivir, sobrevivir, escribir. Es el cúmulo de acciones que recorre Carne Picada. Es la ambición de registrarlo todo, y es su grandeza y su limitación ya que ninguna novela puede lograr tal totalidad. Pero en tiempos en que la literatura argentina se preocupa solamente por cuestiones formales y no por la sustancia de la narración (si, me refiero al contenido) la obra de Asís (aunque Asís personaje público, sea insostenible, un derechista recalcitrante) se constituye quizás en la última gran avanzada realista.
Contar una vida, la propia vida, es ponerle el cuerpo a la literatura. Y es en ese acto donde se halla un escritor.



[1] Entrevista a David Viñas realizada por Alejandro Margulis en “Los libros de los argentinos”. Librería –editorial “El Ateneo”.Buenos Aires, 1998.
[2] Sarlo, Beatriz. “Identidades culturales. Las marcas del siglo XX”, en “Tiempo presente”. Editorial Siglo XXI, 5ta. Edición, 2001.
[3] Asís, Jorge. Carne picada, pág. 127, Editorial Legasa, 1981.
[4] Carne Picada, pág.242.
[5] (En Arlt) “Robar”, por lo tanto, como escapatoria del trabajo o escribir para eludir la humillación y las carencias. Y finalmente inventar medias metalizadas que enriquezcan “ya mismo” provocando asombro y evitando todo deterioro. Viñas, David. “Literatura argentina y realidad política”, pág.65, Buenos Aires, Siglo XX, 1974.
[6] Carne Picada, pág. 14.
[7] Carne Picada, pág.112
[8] Carne Picada, pág. 139
[9] Carne Picada, pág. 205.
[10] Carne Picada, pág. 268.
[11] Carne Picada, pág. 29.
[11] Carne Picada, pág.287.