Mostrando entradas con la etiqueta nicolás moguilevsky. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta nicolás moguilevsky. Mostrar todas las entradas

3.2.25

Conversación con Nicolás Moguilevsky

(Javier Fernández Paupy)


A través de los años, Nicolás Moguilevsky fue completando cuadernos de dibujo, donde esa mesa de trabajo de hoja lisa resultó un laboratorio íntimo de experimentación. Atravesada por discursos, retazos de narración y poemas en prosa, recuperando bocetos, croquis, retratos, viñetas, paisajes oníricos, personajes que aparecen y desaparecen, surge una novela ilustrada sobre el fondo sinuoso de la imaginación inclasificable de su autor.


Javier Fernández Paupy: ¿Cómo fue el proceso de selección de las obras de Una hora de locura y placer?

Nicolás Moguilevsky: Fue principalmente un sistema de uso y exclusión. Todo el material existente en el libro proviene de cuadernos; es una verdadera causa. Desde mi más tierna infancia me ha gustado siempre dibujar en esas páginas ya encuadernadas. En aquellos que usaba para la escuela primaria, mientras hacía las tareas del colegio, los llenaba de dibujos y una vez que terminaba el ciclo lectivo pegaba con plasticola sobre los ejercicios de lengua o matemáticas distintos materiales que producía o encontraba. Era una manera de convertir un cuaderno escolar en uno propio. Disfrutaba mucho mirar esos cuadernos intervenidos, en lo posible cubiertos de nuevos elementos, convertidos en algo completamente nuevo. Aún hoy, cuando trabajo en un cuaderno lo hago con cierta tensión: la necesidad de completarlo, de que sea una unidad en sí misma y no una simple suma de notas y bocetos. El problema es que siempre que dibujo, sufro de altos niveles de ansiedad. Cuando escribo a mano, en esos mismos cuadernos, no se presenta ninguna clase de problema, pero a la hora de dibujar… Ahora mismo estoy dibujando (al comenzar esta entrevista el editor acercó al autor un papel y un marcador) y ya empiezo a sentir cierta opresión. El proceso de dibujar no es algo que me genere placer, se acerca más a una administración bastante desquiciada de cortisol al cerebro. Pero el hecho de completar páginas en un cuaderno sí me genera placer. La página completa es el eje de ese placer. Entonces ahí es donde se equilibran la locura y el placer a los que refiere Whitman: un trabajar obsesionado en el intento de completar cuadernos. Agarro un cuaderno en cualquier página, empiezo a dibujar, empiezo a escribir, empiezo a pegar algunos papeles recortados o encontrados con un único objetivo: terminarlo. Que el cuaderno, ya sea un block, un espiral, de tapa dura o una sucesión de hojas abrochadas, sea completado hasta la última página. Muchos de ellos los terminé, otros esperan con ansiedad su concreción. A partir de esta obsesión se han ido acumulando multitud de materiales. Mi idea para Una hora de locura y placer, en un principio, era publicar uno de esos cuadernos tal cual era. Hice los registros y después el traspaso a blanco y negro, porque casi todos esos cuadernos tienen partes de color. De hecho muchas de las páginas que aparecen en este libro han sido convertidas a escala de grises, a blanco y negro, siendo originalmente dibujos en colores. El hecho de darme cuenta de que no podía publicar caprichosamente un cuaderno específico de principio a fin, ya por distintas cuestiones de narración o criterio estético que no conseguían la unidad necesaria, ya por su extensión, me llevó a pensar que el proyecto consistía en abarcar varios cuadernos de cierta época, intercalando sus contenidos para generar un material orgánico que construyera el “relato” que tenía intención de desarrollar.

JFP: ¿Pero pensás que este libro recupera el espíritu de esos cuadernos, aunque no sea la edición facsimilar de uno en particular?

NM No. Por la sencilla razón de que los cuadernos no tienen márgenes: hay mucho collage, cosas matéricas que incluso pasan de una página a otra, a veces se pegan o se empastan, agujeros en una hoja que deja ver el contenido de otra, ese tipo de procedimientos a veces un poco brutos. En principio, la cuestión objetual del cuaderno no está.

JFP: Esto (toma en sus manos el libro) está mucho más limpio que tus cuadernos.

NM: Mucho más limpio. Eso por un lado. Esto está como purificado. Como si te subieras a una barca y llenaras un balde con agua del Riachuelo y después la llevaras a una planta purificadora para intentar hacerla potable.

JFP: Tuvimos nuestras discusiones sobre el tema de los márgenes. Vos me mostraste pruebas de bitácora sin márgenes.

NM: Sí, habíamos hecho dos armados, uno era mucho más alusivo al proceso de trabajo en sí mismo, más similar al original y el otro era más prolijo, que fue como quedó el libro.

JFP: Por ahí, a vos te parecía un poco fanzinero.

NM: En realidad a vos te pareció más que nada eso… (Risas) Y creo que tuviste toda la razón. Me dijiste: “Va a fanzinear”. Y yo, que vengo del mundo del fanzine y he hecho muchos fanzines, ya que han sido tantos años de fanzines, quería cambiar un poco el ángulo de la inclinación. Sobre todo, sin ir más lejos, estos números de Un Faulduo (hay distintos libros y revistas producidos por el autor sobre la mesa) como el 4 es muy fanzinero. De hecho, el primer número de esta revista que me parece no es estrictamente un fanzine es el 6. En el número 5 la idea fue que se editara puramente en la tradición del fanzine, fotocopias, tapas hechas a mano, todos esos condimentos que tiene este tipo de publicación. Con tantos años de copias y abrochadoras, cuando vos me hacés esa aclaración de que “un libro no es un cuaderno” aparece la clave. Ahí nace la idea de que esto es un libro y no la reproducción de aquel otro formato. Entonces, por un lado ese principio rector. Y por el otro, de una forma, al principio muy azarosa y después, en una segunda y hasta tercera revisión, quería tratar de hilar un poco una cierta historia que arrancó a escribirse en 2010 y publicó en 2015, en una edición muy limitada, Eloísa Cartonera que es El discurso de la cocina. Este pequeño volumen es una especie de primera versión de lo que yo realmente quería hacer: una novela. En la mayoría de los cuadernos publicados en Una hora de locura y placer están las notas de ciertos esbozos de capítulos. Quise entonces desarrollar un poco esa historia o presentar todo el material que tuviera alrededor de eso. El hilo de la parte escrita de Una hora de locura y placer es un cierto orden a partir del desorden de las notas que servirían para escribir alguna vez El discurso de la cocina

JFP: Una hora de locura y placer se puede leer como una novela en sí misma o como una novela gráfica. Discutimos sobre el tema. Pero más allá de la indeterminación genérica, sea un sketchbook, sea un estudio o una novela, ¿cómo surge la idea de darle cabida en el libro a todas estas obras que se reúnen en el tomo? ¿Cómo surge la idea de cruzar el dibujo, la supervivencia de la viñeta, con pintura, con collage y con literatura? ¿Es una idea espontánea? ¿Es parte de tu trabajo y de tu canal expresivo? ¿O es algo que se fue dando solo a medida que ibas seleccionando las obras para pensar el libro? ¿Es algo propio en tu concepción estética? ¿Va todo junto?

NM: Contestando automáticamente a tu respuesta, sin pensar, diría que todo es un conjunto indivisible. “Vamos todos unidos, vamos juntos podemos”, dice una canción que canta cierta barra de fútbol. Lo que intento hacer es algo que no puedo pensar como una serie de compartimientos estancos.

JFP: Lenguaje verbal, pintura, collage, ¿todo una misma masa?

NM: No me sale hacerlo de otra forma. No creo que pueda haber una separación consciente donde yo diga: Ahora a pintar, ahora a hacer un dibujo, ahora a comer, ahora a escribir, ahora a lavar los platos… En donde sí encuentro diferencias es cuando trabajo como diagramador, como diseñador. Pero cuando hago cosas de propia cuña, ahí no hay ninguna diferenciación. Sí en el material. Justamente cuando quiero pintar, digo: “Dibujar es más fácil”. Cuando quiero dibujar: “Qué ganas de pintar”. Hay siempre una especie de inconformismo en relación al material.

JFP: ¿Podrías desarrollar un poco ese inconformismo? 

NM: El inconformismo es lo que soy. Nuevamente citando los cánticos, los trapos que se cuelgan en la cancha: “Un sentimiento inexplicable”.

JFP: En el proceso de este libro, Una hora de locura y placer, ¿primero vienen las imágenes y después los textos o no hay un antes y un después?

NM: Es un acontecer al mismo tiempo. Porque cuando yo agarro una hoja, primero se aparece la cuestión formal. En una página, por ejemplo, mi idea es incluir dos columnas de texto, después dejar un espacio para los dibujos y después otras dos columnas de texto. Entonces esta columna que empieza acá, al principio de la página, tiene que terminar acá en esta otra, correspondiendo sonido y sentido en relación a la anterior. Como en un juego para completar, 
en esa autoimposición aparecen nuevos signos de escritura.

JFP: ¿Sos ouliponeano para trabajar? ¿Usás restricciones?

NM: No con palabras, no con términos. Pero sí con el espacio.

JFP:Con tus propias restricciones, íntimas, relacionados con el espacio, con el color, con la forma.

NM: Casi nunca con palabras. Eso de no usar una “e”, no usar una “a”, me parece demasiado literario. Nunca me gustó lo literario.

JFP: En relación a los materiales, trabajás mucho con tinta china, con plumín, con estilográfica, en el collage hay un lenguaje que tiene que ver con muchos materiales, cortando y pegando, ¿con qué otros materiales trabajás?

NM: Me gusta mucho el recorte de diario. Recorte de papeles encontrados en cualquier lado. Por ejemplo, esto que acá dice “ABAJO” (señala una página del libro) era un panfleto del Partido Obrero que decía “NO AL TARIFAZO SÍ AL TRABAJO” y yo lo recorté. 

JFP: ¿Tijera y pegamento?

NM: Más bien romper con la mano y pegar con plasticola. En una época había un muchacho que era compañero de mi hermano en la cerrera de periodismo deportivo y jugador de Boca. Estaba haciendo sus primeros pasos en primera división, no sé qué será de él ahora porque tampoco recuerdo su nombre. Entonces yo le pedí un autógrafo para Guillermo Iuso y para Fabio Kacero, grandes amigos e hinchas desquiciados de ese club. Acá dice: “Para Guillermo. Para Fabio” (señala otra página). Finalmente nunca le entregué el papel a mi hermano y este muchacho abandonó el club. Pero apareció en algún momento entre mis papeles y lo usé.

JFP: Plumín, estilográfica, tinta y pegamento.

NM: Sí. Estoy completamente abocado a la tinta china y sus derivados.

JFP: ¿Lápiz?

NM: No, me cuesta muchísimo el grafito.

JFP: ¿Témperas? ¿Acrílicos?

NM: No, de hecho cuando preparábamos ¿Cómo hacer una exhibición entre dos personas que se consideran?, una muestra que hicimos junto a Bruno Grupalli en la sala Gabriela Sabatini en noviembre de 2023, hubo una consigna que estuvo bien de Juan Laxagueborde, el curador, quien me hizo producir obras a color. Trabajé en una serie de obras en acuarela y acrílico, cinco paneles del mismo tamaño, que se llama Un café conmigo mismo. Usé unos pomos de acrílicos que alguna vez había comprado en oferta y otras pinturas que tenía guardadas desde hacía años. Al no trabajar en color, casi nunca las había usado. Siempre que había probado pintar, salvo puntuales excepciones, hacía cosas horripilantes que no me gustaban y las tiraba. Para esta serie hice un plegado de hojas sobre otras hojas y, mientras tomaba café, se lo tiraba a los paneles todos juntos y eso le dio una materia como de papiro. En cuanto a las pocas pinturas que pude ejecutar con éxito, la tapa del libro es una de ellas, se llama Homenaje a mi psiquiatra, hecha con pintura de pared blanca, témpera negra y algo de esmalte blanco, es decir, no tiene color. Pero al trabajar en cuadernos, muchas páginas originales sí tienen color por el material del collage. Mucho papel de regalo, de envolturas, volantes entregados en la vía pública o materiales encontrados en la calle.

JFP: Y en relación a los materiales de escritura de tu libro. ¿Sentís que la novela que hay en Una hora de locura y placer empieza con la frase inicial o para vos la novela está en el estado de flotación?

NM: Vos me propusiste el título de Una hora de locura y placer frente a una suma de materiales de los cuales yo tenía una idea previa, que era tratar de que se acercaran lo máximo posible a la bitácora de trabajo alrededor de una novela llamada El discurso de la cocina. Con este título el libro se transforma completamente. Creo que, finalmente, el título lo que hace es referir una manera, un tiempo y estado de ánimo frente a la lectura del libro. Es decir, este proyecto de novela queda encerrada dentro del libro y se puede encontrar en cualquier lugar, en cualquier momento.

JFP: ¿Pensás que es una novela que invita a ser leída de manera oblicua?

NM: Así me gusta leer a mí. Novelas que no empiezan, como Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio. Me gusta leer novelas pero me divierte mucho más leer un libro de manera oblicua. Eso debe venir un poco de la colección Elige tu propia aventura, que me encantaba. Siempre me gustó esa posibilidad de empezar a leer por cualquier lado y seguir por cualquier lado. Ese estado de flotación al que te referías recién. 

JFP: Te acordás que María Guerrieri nos contaba algo que le había producido la lectura de tu libro relacionado con la dificultad que le generaba la lectura. Exigía leerlo con lupa, acercándose al objeto. Una lectura que exigía entender o poder leer la trama.

NM: Recuerdo que el chiste durante la presentación fue que el libro tenía que ser presentado en un folio con una lupa de regalo. Otras personas, con evidentes problemas de vista, también se han enojado por el tamaño de la letra, ya que el esfuerzo de lectura les hacía doler la cabeza. En ese sentido me hace recordar a un librito llamado Mucho trabajo, de Pablo Katchadjian, editado por Spiral Jetty, que tenía la particularidad de estar compuesto en un tamaño de tipografía dos o tres, lo que hacía imposible su lectura sin un elemento que aumentara la capacidad del ojo humano. En este caso, el nuestro ha sido un caso más de necesidad y urgencia que de estilo o ejercicio de vanguardia, ya que el formato en el que el libro fue publicado estuvo condicionado por las variables económicas que la época y la propia editorial determinaron. De haber hecho una edición de mayor dimensión, estos problemas de proporción hubieran desaparecido. Asimismo, el desafío de tratar de entender una letra manuscrita, en mayor o menor tamaño, ya plantea un ejercicio de paciencia y comprensión que es digno de emoción para el autor de la obra. 

JFP: El comienzo de El discurso de la cocina empieza así: “Betina despertó sobresaltada, había tenido un sueño intranquilo”. Este mismo texto aparece en Una hora de locura y placer, promediando el final.

NM: Betina es la protagonista de El discurso de la cocina, junto a Jaime, su marido. Tengo un cuaderno donde está la mayor parte de la novela. Justamente ese el cuaderno que yo quería publicar originalmente, como primera idea, es decir, el germen de esto (toma el libro en sus manos). Pero después, llevándolo a lo que sería un pequeño libro, porque son treinta y dos páginas, me di cuenta que no se sostenía en sí mismo, tanto por su extensión como por su contenido. Un cuaderno no es un libro: esa es la enseñanza que me permitió desarrollar el proyecto. Pero en ese cuaderno está el principio. Yo quería hacer un cut-up con la introducción de Música para camaleones de Capote y las revistas Nuevo Estilo y Caras, pero se terminó corriendo hacia otro lugar, un territorio de sueños infantiles y peleas familiares.

JFP: ¿Pero entonces qué relación encontrás vos con esa especie de dificultad que se le imprime a la lectura?

NM: Tengo mucha dificultad para poder desarrollar una idea consecuente en lo que se refiere a la temporalidad dentro de un relato. De hecho, ahora estoy escribiendo una novela que se llama Si en los momentos más injustos del país… que habla de las contingencias de la historia reciente argentina de los últimos años y de algunos por venir. Es una especie de distopía, contada desde un futuro inmediato. Aquí también me es difícil ser consecuente con la temporalidad de la historia. Me gusta armar un principio y un final, que ingresarán a la historia como momentos intermedios. Después empiezo a agregar escenas, y la idea temporal de lo que se intenta narrar se va moviendo hacia una dirección desconocida. Evidentemente, esto tiene que ver con la formación profesional de mi trabajo de editor. Hay un goce, un disfrute en juntar mucha información y después disponer de ella como si fueran ingredientes para preparar una cena. Para mí es imposible escribir primero el primer capítulo, después el segundo, después el tercero…

JFP: ¿Te pasa lo mismo que con el dibujo eso de la pulsión de llenar la página?

NM: Muchas veces lleno la página copiando una nota que leo en el diario. Así empecé a formar una especie de sistema de corte y pegado propio. Muchas de estas partes son notas de diarios con modificaciones. Le agregaba a la nota transcripta el nombre o las características del personaje de la novela. De hecho, muchos cuadernos los terminé llenando así, con la compulsión de terminarlos, como cuando en los procesadores de texto se elige la opción “rellenar con texto falso”. A veces ese texto falso puede ser la materia más rica de una obra.

JFP: En este proyecto, ¿sentís filiaciones con algún artista, con alguna obra?

NM: Uno siempre está influido por una cantidad de fuentes, procesos, maneras, procedimientos. Efectivamente hay más una influencia de formas de trabajo que de nombres. Pero podría decirse que este libro está condicionado, en distintas proporciones, por el grupo Cobra, de los cuales Pierre Alechinsky, Asger Jorn o Constant son referencias permanentes, Brion Gysin y Jane Bowles, Burroughs, Enrique Medina, la revista D&D, Gertrude Stein, los hermanos Lamborghini. Incluso hay adentro alguna frase del más grande poeta de la modernidad, Lautréamont. Como esto (agarra el libro) tiene más de diez años de juntar papeles, de recortarlos, de pegarlos y de dibujar encima, no sabría decirte en especial qué influencias específicas tiene, pero algunas debe haber.

JFP: ¿Pensás que este libro tiene un público ideal al que estaría dirigido?

NM: No, pensar eso sería coquetear con la idea de una soberbia extrema. ¿Viste esos escritores que hablan de “mis lectores”? Creen que han inventado un mundo, y dejan entrar a quienes los leen en él, munidos de elementos que los distinguen de una vez y para siempre del resto del mundo de la literatura: sueños luminosos que se apagan al salir de sus mentes narcisistas. En efecto, no me corresponde a mí decir quién sería el “lector ideal”. Me sentiría muy acotado, además. Yo trabajo pensando en dos o tres lectores, personas que conozco y respeto como lectores, y a quienes intento que el material interese. En este caso trabajé para vos y para mis compañeros de Un Faulduo. Quería que el libro te gustara a vos, sobre todo. Siempre hay uno o dos lectores que uno imagina a la hora de trabajar en su producción, y a quienes quiere hacer reír, tratar de conmover. Francisco Garamona es mi lector ideal. Ahora estoy escribiendo esta novela y mi primer lector es Bruno Grupalli. Compartimos pasiones que tienen que ver con la interpretaciones de la realidad argentina, la noche, el exceso, la década del 90, la patria judicial, Maradona, los duendes, la sección policiales. En ese compartir nace el deseo de escribir, de producir para que el otro se divierta.

JFP: ¿Qué desafíos encontrás al trabajar con el lenguaje visual y el verbal? Con tanto oficio de collagero, de cuadernista.

NM: En algún punto esto que hago, lo cual involucra palabra e imagen, es una manera de la incapacidad frente al deseo de hacer historietas clásicas. Todo esto que está en Una hora de locura y placer es mi forma de expresarme frente a la imposibilidad de generar material historietístico tradicional. A esta altura ya no sé si haría el trato, pero en caso de que un genio hubiera salido de una lámpara y me hubiese dado a elegir entre ser el autor de este libro o dibujar para la DC Comics, en la adolescencia no lo hubiera dudado. Quería ser un buen dibujante de superhéroes, dentro de la prolijidad de un rectángulo. Mis cuatro profesores de historieta han sido Quique Alcatena, Ariel Olivetti, Marcelo Sosa y Juan Bobillo. Cuando empecé a hacer Un Faulduo me di cuenta que se podía dibujar historietas de otra manera.

JFP: ¿Cómo surgió en vos el interés por la literatura y por el dibujo?

NM: Como muchos chicos de mi generación, surgió primero con los libros de Robin Hood, después con las enciclopedias ilustradas. Cuando venía para acá pasé por una casa de historietas antigua, que ya no está más, donde yo compraba historietas cuando era un niño. Cuando entré al mundo de la historieta hubo una especie de epifanía. 

JFP: ¿Vos consumías superhéroes?

NM: Consumía, casi totalmente, superhéroes. Quería ser ilustrador de DC comics. Siempre quise ser dibujante y nunca pude. 

JFP: Lo lograste.

NM: No logré mi objetivo, que era dibujar bien.

JFP: Deseabas ser un dibujante alienado con fechas de entrega.

NM: Quería poder dibujar un Batman, un Superman en continuado, ¡no tenía idea de las presiones de los editores y las fechas de entrega! (Risas) En mi imaginación, ser dibujante era el trabajo perfecto. Mi sueño era poder idear una página y que el personaje fuera el mismo en cada viñeta, saber dibujar un perro, un caballo, un cabello… Hoy en día, así como no puedo tocarte una canción en el piano, no puedo dibujar una figura humana proporcionada. Voy a ver si me sale, quiero dibujarte un Superman acá (comienza a dibujar en la hoja), seguramente no me salga. No sé dibujar.

JFP: ¿Y con la literatura?

NM: Con la literatura lo mismo, en cuanto a que entré por la ventana. Nunca estudié Letras ni Edición. Siempre fue pura curiosidad. Siempre fue una cosa de ser curioso y de ver qué había ahí adentro. Me acuerdo que mis viejos querían que yo estudiara en la universidad, como cualquier padre nacido en los años cincuenta, querían que fuera un “profesional”. Mis viejos tienen carreras universitarias y no les ha ido bien ni económicamente ni profesionalmente. No han sido exitosos. Yo tenía todo un tema con eso, ya que veía que del fruto de ese esfuerzo solo habían cosechado frustraciones y penurias económicas. Yo sabía, cuando estaba terminando el colegio secundario, que ya tenía que ir pronunciándome en el algún estudio superior, como lo indica el camino tradicional para un adolescente que está terminando la escuela. Cursé quinto año en el año 2002, pura anarquía. Mi idea era trabajar, como ya lo venía haciendo durante el colegio, y tener mi propio dinero para comprar discos, libros, alcohol, drogas. Y yo decía: “Qué voy a estudiar”. Se venía el fin de un país, el albor de un nuevo siglo cargado de miseria y dolor. Se venía el mediodía del cacerolazo y el piquete. Me di cuenta que la historia era como una canción de Flema. No había futuro. No terminé el colegio y no quería terminarlo…

JFP: ¿No lo terminaste?

NM: No. Terminé de cursar debiendo once materias de las cuales, por una fuerte presión en la casa familiar, rendí algunas con diversos resultados. Era el año 2002, nada importaba demasiado.

JFP: ¿Qué escuela?

NM: El Liceo 9, un colegio que tenía un buen nivel en ese momento. Durante muchos años fue como una especie de dolor para mis padres, sobre todo para mi vieja. Me decía: “Yo te voy a ayudar”. Me imprimía los programas de Filosofía de la UBA, como para intentar que rindiera esos exámenes y luego estudiara esa carrera en la facultad. Yo ya trabajaba haciendo archivo y clasificación de documentos en una casa de decoración que tenía mi tía, en el que vendían antigüedades y objetos de valor al jet set. Cuando cerró, ella debía mucho dinero a la AFIP, que era la DGI en esa época, y necesitaba un orden de archivo de años y años. Yo salía del colegio y me iba a la casa de ella, donde había una pequeña habitación llena de facturas, remitos y recibos, y me pasaba horas en ese cuartito haciendo el trabajo de clasificación de esos documentos. Ahí compraban muebles Lanusse, Vilas, Manzano, Susana Giménez, María Julia, entre tantos otros. Nunca me voy a perdonar no haberme guardado una factura por más de U$S 100.000 a nombre de Amira Yoma, con el detalle de cada uno de los artículos que había comprado. Mi tía fue rica durante un tiempo. Después, como todo en la vida, lo perdió. Algún día me gustaría escribir esa saga. Pero lo cierto es que la carrera que yo podría haber seguido más fehacientemente debería haber sido la de contador o de abogado, mucho más que la de artista, disciplina que tampoco estudié. 

JFP: Qué interesante ese inicio con tu tía haciendo cosas de contaduría cuando después, como productor de una editorial, terminarías vinculándote con el Excel, con los números, pagos a proveedores, confección de facturas, recibos y remitos…

NM: En algún punto fue mi primera tarea de coordinación.

JFP: Darle cause a un acervo…

NM: Eso es verdad. Nunca lo había pensado, pero sí. El archivo es la más fascinante de las artes.

JFP: Entonces, furor por las historietas, los superhéroes, ¿y en la literatura? ¿Cuáles son esos primeros autores que te vuelan la cabeza?

NM: Me volvía loco, loco, loquísimo, Julio Verne. Todo lo que podía agarrar de Verne me llevaba a otro universo. Mucho de aventuras, Salgari, Stevenson. Y esa literatura estaba mechada con las historietas de Superman, sobre todo de Batman…

JFP: Están hermanados esos universos, ¿no?

NM: Mucho mundo mágico…

JFP: Épica mental…

NM:Exacto. Había, justamente, una colección de historietas de DC Comics de Batman que se llamaba Otros Mundos. Era donde Batman era transportado al medioevo, a la época victoriana, al futuro.

JFP: Linda saga.

NM: Muy buena idea de parte de Dennis O’Neal, si no me equivoco, que era editor en jefe de DC Comics en esa época de los ochenta y noventa. Había cosas muy buenas. Esa era la parte que más me gustaba. Siempre me gustó el viaje en el tiempo. 

JFP: La distopía, el futurismo, las ficciones científicas…

NM: Sin embargo, nunca fui fanático de la ciencia ficción dura. Leí muy poco a Dick, a Lem… Cuando me hicieron leer Farenheit 451 en el colegio me aburrió horriblemente. La distopía hecha como un procedimiento es soporífera. Nuevamente este tema de la “creación de un mundo”. El otro día leí que Stephen King, un autor que leí mucho entre los diez y los quince años, que me encantaba y por el pudor de que esa literatura no era para adultos cuando tenía diecisiete o dieciocho años vendí todos sus libros a un precio irrisorio en una librería de usados, ha creado una saga, creo que es la Torre oscura, donde despliega todo su universo, al que llama “macroverso”. Todos esos esfuerzos de totalizar una obra me parecen un poco producto del ego, cuando no del bolsillo, en su caso. Cuando me hicieron leer Un mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin, otra que intentó crear “su mundo”, me resultó un bodriazo. Nunca me gustó Star Wars

JFP: Te entiendo.

NM: Después empecé con la lectura de los argentinos. Los siete locos, de Roberto Arlt, algunas cosas de Borges. Y después el derrotero Pizarnik, Artaud, Rimbaud. Después vinieron los beatniks y los surrealistas. Y después ya está…

JFP: ¿Qué lugar ocupa en tu formación la experiencia con el colectivo Un Faulduo, qué aprendiste ahí?

NM: Evidentemente, ocupa un lugar importante. Aprendí a hacer historietas, aprendí que la historieta no es una página que hay que llenar, aprendí que la viñeta es un mapa que hay que ir descubriendo, que tiene que ser trazado. Que el rumbo de una historieta no está formulado o determinado sino que el artista tiene que ir descubriéndolo en cada línea. Es un largo proceso en el aprendizaje de aspectos vitales, una enseñanza en cuanto al método de trabajo fijado, por ejemplo, en una dosis de paciencia necesaria para descubrir el sentido y el sonido de lo que se está dibujando, cualidad que no tengo por naturaleza. Todo esto tuvo que ver también, más allá de la producción, con las actuaciones performáticas, las presentaciones en ferias y festivales, los conciertos musicales de la Songo Sango Orkestro, todas actividades que en la historieta argentina no son muy usuales. Y después, las aventuras que tuvimos con mis compañeros de Un Faulduo. Fuimos un grupo que, en su momento, se divirtió mucho. Con el tiempo nos fuimos centrando en la producción, mas no en la diversión, hecho natural y saludable, aunque quizás eso hizo que las relaciones se volvieran más monótonas, sin esa excitación característica de los primeros tiempos. Pero eso también nos trajo cierta autoridad, nos permitió viajar por el mundo. A veces el tiempo impone sus cadenas de estabilidad y mesura, a veces el mismo tiempo acaba por romperlas.

26.10.23

TATA LEYENDA, por Nicolás Moguilevsky

  

Sopla el viento sobre el sur de la Ribera
unos pájaros levantan vuelo, a lo lejos
bajo el atardecer que avanza y canta
una canción que en la calle se recuerda.

Las estrofas van cambiando, se vuelven
siempre a inventar otra vez, de nuevo
porque todos llevan y traen en su memoria
a ese joven héroe que vivió en el barrio:

TATA LEYENDA

Cantan todxs juntxs junto al fuego
una noche de invierno helada
o tomando unas gaseosas
al calor del verano:

TATA LEYENDA

Se escucha el grito en la placita.

Cerca de la calle, lejos de todo
él siempre vivirá en tu corazón
desde el camino de la desolación
al nuevo amanecer de la esperanza.

Cuando hay dolor, miramos al cielo
y vemos que hay una cierta inclinación
de la luz que nos oprime pero volvemos
a levantar la voz, a gritar fuerte:

TATA LEYENDA

Cantan todxs juntxs esas tardes
de otoño, mate y bizcochos
o entre baile y cerveza
al llegar la primavera:

TATA LEYENDA

Se escucha el grito allá en la esquina.

Son tantas las sonrisas que se llevó la vida
que a veces se hace difícil seguir
pero hay que dar las gracias a todos
los que han amado en sus corazones,
profundas gracias a todos los que se han demorado para escuchar esa música
que es el recuerdo de Antonio,
ese héroe de Fiorito.

TATA LEYENDA

TATA LEYENDA

TATA LEYENDA

9.2.21

Cuando el lenguaje se aleja, por Javier Fernández Paupy

 


Ayer amanecí tan pensativo, y me decía:/ “Con amor y turismo, con turismo y amor,/ quiero que vayamos a una casa en el campo/ y hagamos las cosas románticas/ y las cosas sexuales./ Tirando maderas a un fuego,/ acostados sobre la piel de un oso/ que murió de viejo y un poco/ también para nosotros/ que dormimos ahí arriba,/ bien pegados”.
Zanjas VIP, Francisco Garamona


Algo en la lírica de Nicolás Moguilevsky recuerda la historieta. Sus poemas van hacia el cómic o vienen de ese choque de hemisferios entre las imágenes y las palabras, en ese pasaje sin determinación de lo narrativo a lo ensoñado. Son poemas sin huellas visibles de intimidad pero donde lo íntimo está en tensión con una miríada de visiones sobre la vida moderna. El poema que despliega Con amor y turismo (Triana, 2020) da cabida a las formas más variadas de la existencia. Un micro a San Luis, carteles que dicen “Nada es gratis” o “Prohibido fantasmear”, trenes, bares, colectivos, helicópteros, hospitales, albergues transitorios al amanecer, contraseñas, “reptiles, insectos y otros seres vivos”, “pequeños animales sin nombre”, “una isla de pájaros”. Y también, o sobre todo, formas abstractas de la vida social, como cesaciones de pago, recibos de expensas, sociedades comerciales, rúbricas, impuestos, sellados, consultorías, documentos no registrados, engranajes de la administración tributaria, “carpetas anilladas con expedientes en tamaño legal”, inanes burocracias, medidas, trabas legales, papeles, firmas, escritorios de jueces y de oficinas inmobiliarias, maniobras bursátiles. Pero esa lírica fiduciaria que recorre el libro muestra algo más, la influencia materialista que niega lo que está más allá de las cosas. Una zona sensible de la poesía argentina contemporánea llena de insultos, gritos y silencios, de representaciones sutiles de las relaciones humanas, de la aventura amorosa y de la amistad, así como de la pasión del arte, vista desde distintas perspectivas: (“En la sala de exhibiciones/ habían montado la muestra de un artista/ que nadie conocía/ (…)/ Se ha dicho que un espacio/ (de esos que cuestan caro)/ si no tiene un público dispuesto/ a pagar lo que piden los jóvenes/ por el arte del futuro,/ no tiene motivo ni destino”, Solo para coleccionistas.)

Estos poemas hablan del vértigo de la vida urbana, sin regodeos en la copia o traslación de la trama semanal de las ciudades, sino más bien desde el punto de vista de una parodia épica a la modernidad, segundo a segundo cambiante y, por eso, evanescente o vencida en las leyes de su propia decrepitud. El título del libro, quizás tomado de los versos del artista y conspirador asociado Francisco Garamona, nos recuerdan un cruce entre el collage y la materialidad milimétrica de la experiencia de vida. Sentimiento y sentido de la aventura como una forma de medir la emoción.

El poema de Nicolás Moguilevsky (“un poema/ que se escribe/ mientras se piensa”, Avistaje) compone un guión enloquecido de la vida moderna y está gobernado por un orden diferente al de las representaciones miméticas. No está basado en la razón sino en la libre asociación y en la sugestión sutil, componentes sin fecha de vencimiento de la alquimia verbal. La presencia de la ciudad es un pretexto para montar esa escenografía paranoica de fondo que hace de infinito en los poemas. Un pretexto y no un motivo. Un viaje y no un destino pactado de antemano. Es posible que la poesía ya no pueda describir un paisaje inocente a partir de una intimidad imposible de nombrar. Quizás de ahí venga la pulsión de Moguilevsky por generar una yuxtaposición de planos y secuencias mentales que ocultan su intimidad. Algo en sus poemas me recuerda esos versos de Zona, de Apollinaire: “Al final estás cansado de este mundo antiguo/ (…) Acá hasta los automóviles parecen antiguos”. En los poemas de Con amor y turismo, las preguntas sobresaltan como intrigas: (“¿Quién va a responder si no hay quien pregunte?”, La llamada exterior; “A la hora de la droga: ¿dónde se encuentran/ los químicos en su vía de incidencia/ sobre los pasillos del cerebro?”, El amigo oscuro). Hay, también, recursividad y movimiento que bordea lo tautológico: (“la vida lo es todo mientras la vida sea todo”, La llamada exterior; “pidan la palabra y el consejo del Consejo”, Sentencias bajo un nogal; “(…) Taya talla una estatuilla/ y sí, talla también un estallido”El amigo oscuro).  

Artista plástico, músico y editor, el autor de Con amor y turismo destila en dosis justas sentencias epigramáticas (“Siempre se puede bailar/ si no se puede entender”, En todo el resto del espejo; “La escritura es la pintura del pensamiento”, Sentencias bajo un nogal; “El problema es siempre  de los otros”, El amigo oscuro) con pasajes líricos (“Mientras dormía su familia/ mientras su pequeña infancia/ se montaba en lo que posteriormente/ sería su juventud,/ una imagen de sí mismo/ mirando un noticiero,/ solo y tarde en el sillón,/ recorría su recuerdo/ esa noche en la ciudad”, El amigo oscuro). Son narraciones verticales de largo aliento que sostienen su ritmo y lo aumentan verso a verso. Los paréntesis, recurrencia formal que atraviesa el libro, ramifican un hilo narrativo que no se puede sintetizar a partir de lo que cuentan porque estos poemas enmascaran, en el fragor de sus múltiples acciones, más de una interpretación. Como un caleidoscopio que muestra distintas perspectivas de una misma historia. Y donde el lenguaje, antes de acercarnos a las cosas que nombra, pareciera que las vuelve más difusas y lejanas. (“Y también hay alguien como Jaime,/ alguien que no existe pero habla y balbucea/ en su delirio de pasiones”, El amigo oscuro). Como si la relación entre el lenguaje y lo que nombra no fuese convencional sino mágica, ilocutiva, personal. 

21.2.18

Una misma inquietud espiritual, por Nicolás Moguilevsky



A veces, en los puertos, hay bloques que entorpecen la visión. Formalidad bajo el magisterio, estructuras de hierro que cumplen el objetivo de acopiar material en desuso. Espacios de imprecisión que pueden ser entendidos como monumentos a la falta: a la falta de materia, a la falta de gusto, al exceso de información. Cuando estos depósitos se encuentran llenos de piedras, estamos ante el binomio arte-estupidez. Progresivas escenas se funden en su color, porque esa es la forma que algunos le dan al tópico que piden analizar. Las luces apagadas en el jardín, los lentos principios de la termodinámica, el comprobante de operaciones entre un cliente y su proveedor.

Un contenedor espera su momento...

Hay quienes chillan en los pasillos y están los que suspiran. Pero el objetivo siempre totaliza: estamos aquí reunidos, contemplando bellas obras en compañía de amigos y amigas, en el apacible anochecer del centro de esta ciudad. Entonces, pensar un argumento, sus cribar a esta acción conjunta de los ejes propuestos va a llevarnos, si no es a un sentido común, por lo menos a cierta entidad portuaria de bloques mentirosos, donde algunos supuestos expertos munidos de amplios talleres, fuertes sumas para el balancear de sus caprichos y colegas que ríen conservados en formas oficiales, desistentes, se harán creer a sí mismos que las piedras son diamantes. Las fricciones de la máquina evolutiva han de contar, sin dudas, con mayores méritos para abordar esa tarea.

La estupidez y el arte tienen tantas cosas en común...

Si las piedras hablaran podrían dar la respuesta perfecta. Pero no lo hacen, se hunden. Hay un pequeño arroyo donde se pierden, se alejan. Hay árboles, un cielo encapotado. Y mientras miramos todo se autoriza un pago que no se cobra en ventanilla: un mecanismo de absorción y derrotas: las de los otros, las nuestras. Para llevar a cabo un trabajo de pintura es indispensable conocer las particularidades  de cada producto con respecto a sus propiedades y manera de aplicación.

Están las formas, las firmas, los necesarios sellos que necesita un contador... 

Así, el beneficiario debe dirigirse a la última oficina (¿en el paisaje hay un museo, una galería?), abajo en los sótanos, esa donde la luz del sol no toca sus puertas ni lo hará. En la pared de aquel lugar, sostenido por tres pedacitos de cinta de pintor, puede leerse un cartel: "Solo se abre fácil el camino para quien por lo difícil pasó". Arte, estupidez, cobros y pagos atrasados. La ambición y el aturdido contemplar, los rastros y los rastreros, bajo la forma de lo que algunos denominan un desprecio completo por escrito. Así pueden ser las cosas, y este texto podría y debería continuar, más los organizadores han pedido brevedad.

(Leído con modificaciones en las Primeras jornadas de arte y estupidez)

23.11.15

Gráfica y plástica, por Javier Fernández Paupy


(Sobre La historieta en el (Faulduo) mundo moderno,  Tren en Movimiento, 2015.)


Como si de tanta cantata crítica en torno a la ilegibilidad y el sentido este colectivo de artistas, Un Faulduo, se hubiera cansado y arremetido a componer un relato con requechos de su propia estética recogiendo el guante del relato. En este caso, las glosas de un ensayo. Una experiencia con la sensibilidad de la historieta y el dibujo. Una secuencia rítmica de imágenes que despliegan una exposición ordenada en su propio caos. ¿Hay que leer a Oscar Masotta para entender La historieta en el (Faulduo) mundo moderno? No hay nada que entender para apreciar esta versión, apropiación y manifiesto en formato libro. Si no fuera por los hiatos en el sentido que proponen, su relato no sería el que es. La apuesta de este grupo de prolijos delirantes alrededor del campo de la historieta es otra. La historieta en el (Faulduo) mundo moderno, por todo mandato estético, propone ambigüedad y un camino a deshacer de sentidos relacionados.

¿Es arte abstracto? No. Hay proliferación de sentidos y una red de asociaciones libres hilvanadas con imágenes y dibujos intervenidos. Todas las formas del pastiche, del collage, del palimpsesto atraviesan el libro de manera intensa. Gráfica y plástica. Operaciones con la parodia que van del homenaje a la apropiación, la cita y la malversación. El libro recuerda esa idea de Guy Debord: “La malversación es lo contrario de la cita, de la autoridad teórica siempre falsificada por el solo hecho de haber devenido cita; fragmentos arrancados de su contexto, de su movimiento, de su época, como referencia global de la opinión precisa que estaba en el interior de esa referencia, exactamente reconocida o errónea. La malversación es el lenguaje fluido de la antiideología.” (La sociedad del espectáculo). En Debord resuena la frase de Lautréamont: “El plagio es necesario. El progreso lo implica.” Una diáspora de sentidos puestos en cada página, una atmósfera onírica y un trabajo sutil con la ambigüedad de las imágenes. Mafalda con Lawrence Alloway con Dick Tracy con Art Spiegleman con Tarzán con Carlos Correas con Batman con Lichtenstein con Hulk con Balzac con Krazy Kat con Apollinaire con Popeye con Flash Gordon con Godard con Schulz con Crumb con Daniluk con Ezequiel García con Nicolás Moguilevsky con Nicolás Zukerfeld con Tintin con Alfred Jarry con Borges con Büchner con Mickey Mouse con Flaubert con Mort Cinder con Duchamp con Stendhal con Grimmelshausen con Richard Hamilton.  

Historias sin número de página sobre lo moderno en la historieta: “Y no nos ocupamos de historietas porque pretendamos ser modernos: es que la historieta es moderna.” Un Faulduo muestra esa consigna en cada una de sus páginas. Un Faulduo, “un lector sin edad, aunque adulto” que sueña con literatura dibujada. El libro reflexiona de manera oblicua sobre la relación de los barrios bajos y de las clases altas con el consumo de historietas. Aunque en su lectura resuena la frase de Nabokov: “Un autor no tiene que entregar un mensaje porque no es un cartero”, Un Faulduo indaga sobre el misterio de lo popular en el arte. Poemas y una vertiente delirante para “arquitectos bailarines de la viñeta”. Un libro sobre la historia de los estilos en la historieta moderna que teatraliza esos cambios desde raptos de inspiración, donde leemos: “La novela necesitaba gráfica, o la gráfica, novela”. Y todo se vuelve relato visual, “en páginas al corte” con yuxtaposición de esbozos y relatos. ¿Qué quiere comunicar este libro de Un Faulduo? Una sociología de la historieta moderna, en apretada síntesis visual y, lo que es mejor, sin jerga alguna.

Robert Crumb: “Los mejores comics combinan una imagen potente con un relato de peso. La mayoría de los profesionales dominan una u otra facultad. Muchos artistas técnicamente capaces son buenos creadores de imágenes, ilustradores, básicamente. Otros cuentan con un talento artístico reducido, pero son buenos contadores de historias, conocedores de la estructura de una trama, el desarrollo de los personajes y la dinámica del diálogo. Es raro encontrar ambos elementos equilibradamente con la debida fuerza en un único artista” (Recuerdos y opiniones, 2005) ¿Es Un Faulduo ese artista plural y exigente, en estado de desacato creativo, que aúna en cada pliego el relato de nivel con la imagen lograda? Literatura de dibujos y esbozos como un libro de viñetas sueltas.

Analizando la obra en viñetas de Copi, César Aira dice que “el comic nos hace ver el tiempo”. Otra pregunta que surge después de leer, en una placentera desconexión de los hemisferios, La historieta en el (Faulduo) mundo moderno es qué tiempo espacializa este libro. ¿Espacializa el debate de Massotta sobre la historieta? ¿Espacializa un clima intelectual y discursivo sesentoso? ¿No espacializa ningún tiempo? ¿Espacializa, en sordina, la actualidad actual del año 2015? Puede que como su título avizora, espacialice, entre muchas otras cosas, a la historieta en el Faulduo mundo.



8.8.15

¿Qué es un no músico?, por Leandro Ribot


(Sobre Los peligros que nos rodean de Nicolás Moguilevsky, Buenos Aires, Metamúsica.TV, 2015)


Lo importante es que creo que hay que empezar dando con la manera de enfrentarse a un instrumento sin pensar que el instrumento plantea una serie de problemas táctiles. Estos problemas existen, por supuesto, pero hay que reducirlos a su mínima expresión. El problema radica en si tenemos la suficiente intuición o vivencia extratáctil de la música para que nada de lo que pueda suceder por culpa del piano se convierta en un obstáculo.
Glenn Gould. Conversaciones con Jonathan Cott


El piano de Los peligros que nos rodean, de Nicolás Moguilevskynos lleva a un estado de inocencia. Hay una delicadeza en su manera de ejecutar el instrumento como especulando sonoridades por detrás de las teclas sin saber con exactitud hacia dónde van las melodías que parecen ser tan efímeras e irrepetibles como instantáneas. Algo rompe el silencio, algo que no se sabe bien qué es, aparece y se desarma en una progresión de sonidos cautos que transmiten un poco de fragilidad, como si alguien caminara a tientas en lo oscuro. Artero, el pianista improvisa. Es posible que la idea de experimentación esté sobrevaluada. Ya lo dijo el poeta: no hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Pero en el caso de Los peligros que nos rodean las melodías destejen lo no escrito. Arbitrario, exultante, audaz, el disco muestra que todo hombre es un artista. ¿Qué es un no músico y qué ventajas tiene?, parece querer preguntar, siempre entre líneas, Los peligros que nos rodean. ¿Algo de Keith Jarret sobrevuela en este disco producido por Ulises Conti? Sí, y también algo de Cassavettes en la manera de aprovechar los pocos recursos. Moguilevsky, como si fuera un dibujo para escuchar, usa el espacio sin titubeos.

Sus composiciones son tan breves como inquietantes y parecen no resolverse en acordes esperables sino que abren hacia lo incierto de las disonancias. ¿De dónde surge ese flujo continuo de notas? Una de las fortalezas más sobresalientes del disco es su originalidad. Las composiciones de Moguilevsky recuerdan esa aguafuerte, “El idioma de los argentinos”, donde Arlt apuntala: “Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que, no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan palabras nuevas o giros extraños; pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista.” La metáfora de Arlt extrapolada del boxeo sirve para pensar en Los peligros que nos rodean. Moguilevsky saca notas de su mente en una libre asosiación de hemisferios, de cualquier parte, sin importarle si lo que toca es pentanónico, dórico, de una escala mayor o menor. Es posible que su osadía genere envidia o indignación en los que pasaron su vida estudiando música, obedientes, sin poder dar con la modesta felicidad de descubrir algo propio. Profesores capados de solfeo, absternerse. Moguilevsky toca lo que siente y le dicta, como en un flujo de escritura automática, su nervio auditivo. El autor sigue el pálpito de una intuición.

Los treinta minutos que duran las trece sugerentes composiciones de Nicolás Moguilevsky fueron grabados en La orquesta de cristal durante tres jornadas del mes de julio del año 2014.