25.11.21

Cuestionario Proust a Cristino Bogado


¿Cuál es el colmo de la miseria?
Ver tv, series.

¿Qué virtud valora más en las personas?
Que no militen por abstracciones, fantasmas.

¿Qué es lo que más le gusta hacer?
Perder el tiempo.

¿Dónde querría usted vivir?
En Lambaré, donde vivo actualmente.

¿Cuál es su ideal de la felicidad terrestre?
Que nadie me moleste.

¿Con qué errores tiene la mayor indulgencia?
Con ese que busca el reencuentro con la vida, pujando por obtener en cada intentona la perla de los Gnósticos.

¿Cuáles son los héroes de novela que prefiere?
Watt de Beckett, cualquiera de Los posesos de Dostoievski, Jorge Malabia de Onetti, Dagoberto bizco, monópodo y folísofo de Murena. Tyaratyondyorondyondyo, joven de extraordinaria belleza que según un cuento herero fue asesinada por la envidia de las otras jóvenes igualmente bellas, pero, como dicen los pastores, Tyaratyondyorondyondyo sobresalía como el dedo del medio entre las demás. (Antología negra, Cendrars).

¿Cuál es su personaje favorito de ficción?
Ese Archibaldo de la Cruz noir de Obsession (Hidden room) de Edward Dmytryk, 1949, se trata de un marido cornudo que decide disolver al amante (su amigo) de su bella e infiel esposa.

¿Cuáles son sus heroínas favoritas de la vida real?
Las mujeres cheyennes tiernas y amables madres y esposas en la vida diaria- salen con cuchillos para mutilar los cuerpos de los enemigos muertos.

¿Su pintor favorito?
Los trogloditas que pintaron los caballos de Chauvet

¿Su músico favorito?
Cualquier músico africano, el tecladista etíope Hailu Mergia, el antropólogo y cantautor camerunés Francis Bebey o Traoré Amadou llamado Ballaké (Burkina Faso).

¿Su cualidad preferida de los hombres?
El silencio. 

¿Su cualidad preferida de las mujeres?
“Una mujer con quien beber y morir”.

¿Su virtud preferida?
Virtud del rey Arturo para ver el miligramo milagroso.

¿Cuál es su ocupación preferida?
Que en la monótona e interminable serie de vocablos carentes de sentido‚ en determinado punto‚ encuentre la palabra mágica‚ aparentemente similar a todo el resto

¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
No salir nunca de la pobreza, venero de la fantasía.

¿Cuál es su miedo más grande?
Un planeta donde se prohíba tomar cerveza y coger con mujeres.

¿Cuál es el rasgo que más deplora de usted mismo?
La curiosidad.

¿Cuál ha sido su mayor atrevimiento en la vida?
Ninguno.

¿Cuál considera que es actualmente la virtud más sobrevalorada?
La indignación digital.

¿Qué es lo que más le disgusta de su apariencia?
Su virilidad hirsuta y heathcliffiana.

¿Cuáles son las palabras que más usa?
Nambré (no me vengas con eso)

¿Qué es de lo que más se arrepiente?
No haber aprendido a andar en bici y nadar y manejar un coche.

¿Quién habría amado ser?
El viento en un bosque de b0ambú y tacuaras.

¿El rasgo principal de su carácter?
La inconstancia.

¿Su sueño de felicidad?
Que el canto de mis luchas cotidianas, no muera. Que sea cantado siempre y viva más tiempo que todos los reyes y tiranos y héroes.

¿Cuál sería su mayor desgracia?
Haber nacido.

¿Su principal defecto?
El aburrimiento, todo termina aburriéndome.

¿Eso que querría ser?
Yo a los 16 sin granitos en la cara.

¿El color que prefiere?
El rosicler, el rosado del amanecer.

¿La flor que más le gusta?
Las de los cactus.

¿El ave que prefiere?
El chingolo lugonesiano o el colibrí (mainumby o mainó) mbya guarani.

¿Sus héroes en la vida real?
Arecayá, Guyraverá, lideres de las rebeliones indígenas de los siglos XVII.

¿Sus heroínas en la historia?
Fanni Kaplan.

¿Sus nombres favoritos?
Agripina, Eleuterio, Anastasia.

¿Dónde y cuándo es feliz?
Cuando duermo y sueño.

¿Cuándo miente?
Todo el tiempo, ahora.

¿Cuál es su idea de la muerte?
Para los vivos la muerte no existe; en cuanto a los muertos, no existen ellos.

¿Qué no perdonaría?
No dejarse matar por las tres obras que veneras.

¿Cuál considera que ha sido su mayor logro?
Jugar el juego de la vida hasta la última baraja o pieza, a pesar de su manifiesta trampa y final cantado.

¿Para usted qué es un buen insulto?
Anus Caín, la de Céline contra Sartre.

¿Cuál es su idea de la fidelidad?
La del escritor a su escritura.

¿Qué cosas detesta por encima de todo?
La obsesión por los fantasmas en el hombre moderno.

¿Personajes históricos que más desprecia?
Papa Inocencio VIII, perseguidor de la magia popular.

¿El hecho militar que más admira?
La de Gral. Díaz en la batalla de Curupayty, la única victoria paraguaya de la Guerra Guazu.

¿La reforma que más admira?
Las leyes germanas que protegían a las mujeres: “El que corta la cabellera de una jovencita, esta condenado a pagar sesenta y dos monedas de oro; el ingenuo que ha apretado la mano o el dedo de una mujer de condición libre, es punido con una enmienda de quince monedas de oro; de treinta, si le ha apretado el antebrazo, y de cuarenta y cinco si le ha tocado el seno (si mamillam strinxerit)”.

¿El don de la naturaleza que quisiera tener?
El del chamán, todo lo que toca es más bello, sano, grande y fabuloso.

¿Cómo le gustaría morir?
Cogiendo se dice en Paraguay, tatuári.

¿Estado presente de su espíritu?
Zen, Tao.

¿Cuál es su frase preferida?
Macht kaputt, fue euch kaputt macht! (Destruye eso que intenta destruirte). ¡Que es, por cierto, el estado actual de mi WhatsApp!

7.11.21

Bumba meu Boi, por Carlos Rosendo Quiroga

 


El Atelier del Mestre Lua queda a media cuadra del corazón del Pelourinho, en San Salvador de Bahía, sobre una callecita lateral que desemboca en una plaza seca (hay tantas plazas como iglesias en Bahía). Llegué hasta allí viajando, había estimado en cuatro meses el tiempo necesario para recorrer los más de ochocientos kilómetros que separan la ciudad de Recife, en el estado de Pernanbuco, con la ciudad de San Salvador de Bahía, la capital del estado de Bahía, desde donde tenía el vuelo de vuelta, viajaría sentido al sur. Ir de pueblo en pueblo, de playa en playa y sin ningún itinerario establecido era todo el plan. Si la estaba pasando bien me quedaba y si no seguía viaje. El centro de la Ciudad de Bahía y el Pelourihno son destinos obligados para cualquier viajero que pase cerca y que tenga tiempo. Fue así que me encontré recorriendo sus callejuelas laberínticas y sus becos, sintiendo el calor abrasador del sol en la suela de las ojotas que se me derretían bajo la planta de los pies, sobre los adoquines calientes. No recuerdo exactamente qué fue lo que me llevó a entrar al atelier del Mestre Lua, pero entré. Quizás me llamó la atención que se tratase del taller de un Luthier de instrumentos de percusión, estaba lleno de ellos, quizás solo buscaba refugio del sol, lo cierto es que entré. Luego descubriría que Mestre Lua era mucho más que un luthier. Durante un buen rato miré los instrumentos colgados en las paredes y nadie vino. Materiales vírgenes por doquier, maderas, hierros, flejes de acero enrollados, rollos de cuero. Materias primas, pensé. Se destacaba la variedad de pandeiros, los había con parches de cuero de vaca, de reptil, con aros de madera, lisos, grabados, con chin chines dorados o chin chines negros. También había tumbadoras de varios tamaños y diámetros, congas y requintos por todos lados. No toqué ninguno, solo imaginaba como sonarían. Pasado un buen rato seguía solo y como estaba cómodo e interesado no me importó. Creo que cuarenta minutos después apareció desde atrás de una cortina un flaco, alto, desgarbado, de pelo muy corto, de modales temblorosos y mal quemado por el sol, que en un dubitativo portuñol intentó venderme algo.

–Hablo español. Lo interrumpí.

–Ah, bueno, ven vámonos, ¿Cómo andas? Soy Mosquinha. Se presentó y  me dio la mano.

–Vamos a tomar una pinga al bar do Guma, ahora Mestre Lua está encerrado trabajando y no hay que molestarlo.

Hasta ese entonces solamente conocía las pocas manzanas que rodean la entrada al Pelourinho y los alrededores de la estación del ascensor Lacerda. Mosquinha empezó a caminar para el lado contrario, bajando la ladera, alejándose de la ciudadela, en dirección al mar. El Pelourinho está arriba de un morro, es por eso que hay que tomar un ascensor comunitario de una sola estación que transporta a la gente desde el nivel del mar, donde se halla casi toda la ciudad de Bahía, hasta la ciudadela colonial en la cima, el Pelourinho. En los alrededores viven mayoritariamente quienes trabajan en este circuito turístico. Desde los empleados de hoteles y restaurantes hasta guías  personales o traductores ocasionales a la pesca de alguna oportunidad. La situación me inquietó, no es recomendable caminar por lugares desconocidos, en país ajeno y recién llegado, pero la confianza de Mosquinha me animó a seguir. Caminábamos rápido y de cabeza gacha, casi no hablamos en todo el trayecto hasta llegar al bar, otro bar más en Brasil, pero en este nos recibieron con los brazos abiertos. Por la forma en que Mosquinha saludó a todos hacía tiempo que se conocían.

–Hace casi dos años pasé por acá y me quedé trabajando para el Mestre Lua –me dijo, y se tomó el primer trago de un sorbo. Tomábamos pinga (cachaça) cortada con un chorrito de Martini. De una y sin sal. Yo necesité tres o cuatro sorbos para terminar el mío. Se siente cómo el alcohol recorre el esófago por dentro y lo va quemando mientras baja hasta el estómago,  genera una contracción en los músculos del cuello y escalofríos en la nuca. Pero a Mosquinha no parecía causarle el mismo efecto. Después supe que para él era la cuarta ronda del día antes de planificar lo que haría a la noche.

Nos llevamos bien de entrada. Hablamos largo y tendido mientras atenuábamos el sacudón del Rabo de galho con cerveza fría.

–Tenés que conocer Arembepe. ¡Flipante!

Le hice caso y fui, pero esa es otra historia.

Me contó sus viajes y yo los míos, que eran menos y mucho menos interesantes. Había nacido en Barcelona pero hacía bastante tiempo que no volvía a España. Así, sin arraigo en ningún lado, se dedicaba a viajar por el mundo. O por esta parte del mundo. Estaba cómodo y ocupado en el Pelourinho trabajando para Mestre Lua y con eso que ganaba alquilaba una pieza a pocas cuadras del bar.

–Cuánto más te alejas del centro, más barato es el hospedaje –me decía.

Quedamos en vernos al otro día en el taller para ayudarlo con el trabajo que Mestre Lua le había encomendado.

Amanecí con dolor de cabeza, mucho dolor de cabeza, tanto que me costó más de lo habitual recuperarme. Llegué justo al mismo tiempo que Mosquinha salía para la calle de las telas a comprar retazos o cualquier cosa que sirviera para darle vida y color al toro. Sin más preguntas lo seguí, antes de llegar hicimos una parada táctica en lo de Guma. Conseguimos unas bolsas con retazos de Lycra de colores brillantes y unos apliques de fantasía con espejitos dorados y miniaturas de ángeles y santos, todo finamente engarzado en una cadenita de plata. Con todo eso encima volvimos al taller, pasamos directamente al fondo y vimos que Mestre Lua había salido hacía poco, el barril de aceite donde templaba los aros de acero de los tambores todavía humeaba.

–Ya volverá. Venga tío, vamos a trabajar.

               

En el centro del taller se erguía un gran Toro que dominaba toda la escena, estaba construido con el cuerpo de un viejo sillón de mimbre, una calabaza seca con dos pedazos de cuero a los costados que hacían de orejas, dos zanahorias de cotillón como cuernos y un rabo de tela desflecada. El trabajo consistía en hacer pasar un hilo entre la trama del mimbre y atarle tiritas de tela sujetas desde una punta y repetir esta acción todo alrededor del cuerpo, de modo que al moverse bruscamente de un lado a otro, generara un efecto de movimiento solapado. Los espejitos, los colores brillantes de la Lycra y el sonido de los Chin Chines de chapa completaban la ilusión.  Pasamos toda la tarde tomando cerveza y atando tiritas de tela y cadenitas de fantasía al cuerpo del toro. Le hicimos una montura de cartón y cuero, cubrimos la parte de abajo con una esterilla de mimbre para que no se vieran los pies de quien lo guiaba.  Llegó la hora de irnos al bar, pero esta vez nos fuimos con la conciencia tranquila de haber terminado el trabajo para Mestre Lua. Esa noche entendí que en realidad habíamos hecho un trabajo para toda la comunidad. Pedimos otro Rabo de galho y lo tomamos de un sorbo. Esta vez sí pude. Hacía cuatro días que estaba en Bahía y todavía no conocía la playa.

Es el día de Bumba meu boi y todo está listo. Una cachaça, una cerveza y Mosquinha se perdió para siempre bajo el toro. Salimos del taller. En la puerta un nutrido grupo de gente nos esperaba, turistas, curiosos, varios con tambores, birimbau o simplemente cotillón. Ni bien vieron asomar los cuernos del toro los niños comenzaron a correr alborotados alrededor, orgullosos de poder desafiarlo, saltando y esquivando los embistes. Había empezado. Entre cantos y plegarias recorrimos durante horas las calles del Pelourinho, dando vueltas, pasando varias veces por el mismo lugar, riendo, cantando y esquivando las embestidas de un toro que no se cansaba en sus intentos de conseguir cornear a alguien. Mosquinha soportó estoico toda la noche hasta que paramos en una plaza y se armó una ronda. Cantos de Birinbau, temblores de Caxixi, la danza de los que luchan. Así como lo hicieran siglos atrás los habitantes negros del Recóncavo Bahiano, con Besouro como guía y un infierno en sus espaldas curtidas a cuero y planazos.

La ronda siguió toda la noche, y probablemente toda la mañana siguiente, pero yo me fui a dormir. Cuando me acerqué a despedirme de Mosquinha le dije que había decidido irme a Arembepe, decisión que festejó y me invitó a beber una vez más. Antes de irme, alguien me tomó del brazo y me dijo al oído en un susurro:

Lembre desta noite, vai levar con você a Exu a vida toda.

No alcancé a verlo del todo, sólo un reflejo de luna sobre la frente y los hombros. Se mezcló entre los capoeiristas que cantaban y reían mientras se tiraban patadas forzadas e imposibles de descifrar.

Y me fui.

6.11.21

Al filo del tiempo, por José Fraguas

(Sobre El pasado irreal de Jorge Quiroga)


De nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado, y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección.

Macedonio Fernández


¿En qué consiste la irrealidad del pasado a la que hace referencia el título del último poemario de Jorge Quiroga? ¿Es irreal porque es construido y por eso inventado y quizás literario? ¿Será real entonces el presente? O se tratará más bien de un tiempo verbal nuevo, un pretérito que no es perfecto ni imperfecto sino irreal. Quiroga no da una respuesta o da muchas y logra que la poesía hable como ella sabe de cosas como el tiempo, el espacio y la memoria.

Para Quiroga el pasado es un conjunto de fragmentos que como los trozos del vidrio roto de la ventana de la cocina que aparece en uno de sus poemas: “se mantienen en un equilibrio inestable / pueden lastimar / o quedarse inmóviles”. Y su poesía explora con sobriedad porteña los bordes dentados del fragmento: “Los restos tienen una fuerte atracción”, la recurrencia de lo que no está y sin embargo persiste negado con inquietante intensidad: “Teresa está en algún lado de la casa / y ya no dirá lo sabido / porque no espera en la puerta / como siempre”.

La percepción tiene sus tiempos.  Al mirar involuntariamente, poco antes de dormir o medio ya sumergiéndose en el sueño, se capta algo, de súbito y tan solo un instante: “Hay un momento/ que esa presencia / asoma prendida / por alguien / que entorna una puerta / estremecida y solitaria”. También en la  morosidad del recién despierto aparece una mirada nueva que se detiene en la actitud de los muebles o el modo en que entra la luz a la habitación de siempre.

Soñadores, insomnes, locos, videntes y alucinados  pueblan la poesía de Quiroga. “Qué ve que nosotros no vemos”, es el primer verso de uno de los poemas.  En lo no dicho, lo presentido, lo sospechado, lo silenciado parece haber algo más significativo que cualquier afirmación directa pero esa huidiza verdad solo permite ser entrevista, rodeada.

 

El pasado irreal efectúa también un asedio poético de los espacios, privados y públicos, íntimos y compartidos así como de las fronteras más o menos borrosas que los separan. Hay una exploración recurrente de los lugares, la ciudad, las calles, la casa, la habitación. Desplazarse por la vereda es como pensar, hablar o escribir. A veces se camina sin sentido como quien divaga pero también se toma contacto con el afuera, con los otros a los que se observa y registra. En algunos textos las individualidades se diluyen en un conjunto de siluetas: “se aglomeran en la calle estrecha/ todo tipo de vagos”.  Pero de vez en cuando alguien recibe una luz cenital que lo vuelve personaje, una nena que juega sola, un anciano que se protege del sol. Hay algo de Van Gogh en el modo en que son retratados esos seres, por las pinceladas espesas pero también por la capacidad de entrever y mostrar su pulso interior. Alcanzan dos palabras para definir a un personaje, “maestro insólito”, por ejemplo.

 

Hace siglos un poeta español afirmó que ante la fugacidad del tiempo, si juzgamos sabiamente, “daremos lo no venido por pasado”. La poesía de Quiroga lejos de ver pasado en el futuro, encuentra en lo vivido, a través de los diferentes modos del recuerdo y del olvido pero también en la rica diversidad de miradas posibles, desde el registro objetivo al delirio, un material que relampaguea iluminando lo sentido, lo vivido y lo posible.

 

Tomado de: Escritos en las mangas