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17.8.25

Otros ámbitos, por Cecilia Bainotto

 

Un hueco en el cantero

 

 

Esta mañana algo pesaba sobre mi costado. Un ardor, un hueco…

Era algo inidentificable incluso pudiera ser un cosquilleo.

Salí temprano y caminé varias cuadras. De una avenida seguí hacia una calle medio desierta decorada con un cantero de piedra laja rebosante de plantas. Cuando llegó a este punto de contar la experiencia, la escritura se detuvo y además de lo que sentía se sumó el desasosiego de la página blanca, las “divinidades blancas” de una llanura que está muy lejos.  Era   demasiado en ese cuarto pequeño de hotel francés y además lo que quiero contar no tiene nada de extraordinario.

Envío  un mensaje a HB, un amigo avezado en estas cuestiones. Él escribe y es filosófico, pero no sabía que diera diagnósticos médicos a la distancia. Me dice que es otro aprendizaje que le viene de la meditación y cada tanto levita. Para él pueden ser síntomas de una enfermedad y las asociaciones, que realizó en segundos, parecían las de un algoritmo especializado.

Casi una catástrofe.

Por suerte en este caso el algoritmo estuvo equivocado Y retomé la escritura sin descartar que la conversación pudo ayudar porque escribir también es una coralidad aun cuando las otras voces estén ocultas. Pero dejamos aquí para no incurrir en teorías literarias. De todas formas, le digo a otra persona amiga, después de leer su publicación en este blog, lo bueno que estaría viajar y grabar testimonios de la gente, diseñar un poco “la maqueta” o la reconstrucción con cientos de autores anónimos. Nace un libro, una obra homérica.

Con este tema y dilema, el ardor, el hueco o lo que fuera seguía como una extensión de mi cuerpo. Al mirar de cerca ese abigarrado de hojas, en el cantero descubrí espacio en un ángulo. Si hiciera la descripción geométrica era lo más semejante a un cilindro de tierra vacío.

Me di cuenta de que lo que sentía en mi costado hacia minutos había desaparecido y de cierta angustia pasé a una curiosidad hiperbólica. Sentí que lo que ya no tenía era ese hueco oscuro por contraste con el verde de las hojas. Ese espacio era el lugar de algo truncado en el inicio. Sea por debilidad o por engendro. Tomé un puñado de tierra y tapé con apuro el hueco que deslucía en el conjunto. Mis zapatillas mostraban manchas y las uñas estaban ennegrecidas por mover tierra. No había agua cerca. Pedí al viento por ella y por si fuera insuficiente mojé con saliva.

Entre la brisa que movía las hojas y dos chicos que hacían cabriolas con sus bicicletas el espacio quieto comenzó a moverse. Me alejé del lugar con el deseo de que allí renaciera alguna hoja.

En una vereda frente a un taller de carpintería vi a un artesano en tarea de reparar sillas rotas: los respaldos no eran los mismos de antes, al igual que los asientos y los travesaños. La escena me llevó a deshacer un anhelo de crepúsculo. Cuanto más miraba el ceño fruncido, las manos en lucha con martillos y la camisa sudorosa, algo providencial me unía al hombre. Quizá la lucidez de una metáfora. 

 

 

 

Justo el Día de la Pachamama

 

“Sigamos” dice J.

“Preparar tus cosas y empacarlas”  Para ir... ¿a dónde?

Prever el destino de viaje y  sobre todo por el clima. ¿Por qué? pregunta Alicia.

¡Vamos al grano! Científicos de la Universidad de York y The London School of Economics anunciaron que en el planeta aparecieron dos nuevas estaciones. Una síncopa en la música tradicional de las cuatro estaciones. La irrupción de dos fenómenos: la niebla y la basura alteran el ritmo de la naturaleza. No es espontáneo. La mano del hombre es la responsable. La estación de la niebla se observa en Indonesia, Malasia e India cuando queman los residuos de cultivos.

En Bali la estación de la basura es de diciembre a marzo y los vientos monzónicos arrastran residuos hacia las costas. Países a los que afecta: Filipinas, Tailandia y Estados Unidos.

Registrar los lugares y meses para que los fenómenos no sean obstáculos de tu viaje. Hace tiempo que hay señales del estrés climático. Más allá de ciertas contriciones espasmódicas, las cosas se toman con toda naturalidad como el caso de El bigote de Emmanuel Carrère .

“Credo quia absurdum” dice un amigo emulando a Tertuliano. No lo dice por los fenómenos expuestos sino por la sinrazón del hombre en la falta de cuidado del lugar que habita. Elon Musk lo previene. Quiere construir estaciones en el espacio porque dentro de 8 millones de años la Tierra será inhabitable  por el fuego del sol. Un hombre previsor con todas las letras. Resulta gracioso de tan “ Cómo decirlo” pregunta Samuel Beckett.

 

 

24.6.25

Cine, por Cecilia Bainotto

  

   El ruido del tren cerca de la ruta

Nada, poco, mucho interés por los otros. Alguien dice algo preciso, alguien dice y trastabilla, alguien no sabe qué decir. Tuvo una nostalgia linda, una pasión a medias y otra que explotó las medias y quedó con los pies desnudos. Estaba durmiendo, estaba soñando, ¿Vos que hacías? Por lo pronto seguía. Y era una calle con gente extraña y preguntó por una plaza. Nadie respondía y mostraba algunos libros, pero no había caso. Nadie entendía su balbuceo onírico ¿estaban sordos? ¿era poco perspicaz? ¿estaban soñando ellos y ella estaba despierta? ¿era un cuatro de copas? ¿era una flor para el truco? Vaya a saber qué es lo que era. ¿Él que hacía? ¿Ellos? Entre la timidez y una fiesta social terminó en su cuarto después de medianoche. No había fumado. No estaba borracha. Había comido lo justo. Sintió el silbato del tren que el viento acercó a su oído: No querer ser otra cosa tatam tatam que lo que una es tatam tatam no querer ser otra cosa tatam tatam que lo que una es.

Sintió que la cabeza se le unía al cuerpo.

 

*

 

No lo había entendido. Me olvidé que usa la analogía todo el tiempo. ¿Y si meto la pata y lo jodo todo? ¿Cuándo sucedió? ¿Fue a primera vista? ¿Mirabas de frente?  ¿Fue progresivo? ¿Estamos aquí o nos vamos?  ¿Usamos las mismas palabras? ¿Qué parte del cuerpo te duele? Siguió así con una cascada de preguntas. Cada tanto se aquieta “está todo bien” aunque el café tiene gusto raro. Entre las horas y los días las cosas funcionan y eso está bueno, pero, pero siempre existe uno.

Todo apunta hacia las sorpresas con risas alentadoras que terminan siendo excesivamente complacientes. ¿Seremos in/comprensivos? ¿No podremos salir de los hábitos del pensamiento? De vuelta el ensayo sobre la duda, ¡ah! recordar la totalidad es insoportable. Recordar con pinceladas de acuarela al agua.

A la noche, cuando regreso después de dar vueltas por la ciudad cuadrada, pongo en funcionamiento el GPS, porque la vida espera en otra parte, o más exactamente la vida nos pone en lugares diferentes y no hay forma de volar con el cuerpo.

Cualquier tentativa es en falso. Caliento agua y tomo unos mates. Para despejarme. El patio, el viento que araña la pampa. 

 

*

 

   Una película

Doblar la esquina y llegar. Abro la puerta e inmediatamente enciendo la notebook y abro YouTube. Tengo en mi cabeza la música de la película como fondo musical durante los créditos.

La busco en YouTube y no la encuentro. Es muy buena, rítmica, melodiosa, es Bossa Nova, es Jazz y nuevos ritmos que son híbridos. 

Mixtura, el mundo. Lo que pasa aquí pasa allá. Igualmente, lo que pasó. Todo se iguala y la escalera de las jerarquías por la que asciende el mando, el mandamiento, es parecido en todas partes al menos en Latinoamérica – que lindo suena Latinoamérica, América, no la cambio por nada a pesar de todo.

Dan ganas de ir a Brasil, la calle, la ruta, no la encuentro, se pierde el recuerdo del sonido, de la voz. Se enrolla como una cortina que luego cae abrupta, y oscurece. No encuentro la forma de poner las palabras exactas para la búsqueda.  

Empalidece el intento, pero “Aun estoy aquí” o  “Ainda estou aquí” (Walter Salles), hermosa, terrorífica, no es Terror Romántico de alguien que ingresa en una casa y aparece un fantasma copulando en un rincón con una bella chica, tampoco es “Gore” género que funciona con leyes propias, fuera, la mayoría de las veces, de la experiencia directa. Es terror en serio cuando te ponen una capucha y te torturan. “Aun estoy aquí”, un film que es testimonio de un suceso.

No debería ser recomendable por los premios y comentarios que recibió y muy merecidos, pero sí debería ser recomendable por el acercamiento y revelación de un hecho que va desde la mirada miniatura a la mirada grande, desde un álbum sepia al registro de la trama en escenas vivas con actuación inmejorable.   

Contar de otra manera, de eso se trata, con respiración pausada para que se entienda. Sin agregar o desagregar nada. Los gestos, los silencios, los diálogos, los claroscuros, redimen en alguna medida la imposibilidad del lenguaje o en tal caso darle al lenguaje la estatura que pide, el de no ser un arsenal al que se acude para no expresar nada.

Lo visual se impone, captura miradas, festejos, pasos cansados o desesperados, gotas de sangre, secuestros, asesinatos, igual que aquí en Argentina durante la dictadura, lucha, la casa sigue viva, pero hay preocupación, ocupación y mucho miedo, mudarse a otra parte, de Río de Janeiro a Sao Paulo. Una familia destrozada se reconstruye con inmenso cariño a pesar de la falta.

Es cine y del bueno y Brasil lo tiene como el nuestro. Otros temas, pero a manera de ejemplo al recordar “Ciudad de Dios” (Fernando Meirelles), Adiós Brasil” (Carlos Diegues) “La dama del autobús” (Neville de Almeida), “Estación Central de Brasil” (Walter Salles).

Con esta película Brasil muestra una parte de su historia bastante oculta por cierto desde la perspectiva del cine y veinte años de dictadura merecían ser contados.  

“Con o sin humor, con o sin melancolía” frase que alguna vez pronunció Javier Fernández Paupy.   

A la que añado " Con o sin miedo" porque la vida continúa con giros de drama y de comedia. 

El título de la película lo dice “Aún estoy aquí”.  

 

 

   Fragmentos de memoria

“Diríase que la historia se ha hecho para olvidarse. ¿Qué humano, a no ser un especialista, reflexiona ahora sobre las exacciones que sufrieron los judíos bajo Felipe el Hermoso o sobre la confiscación y destrucción de los templarios? Por ello mismo, en la historia que se escriba en el año tres mil, la segunda guerra mundial que tanto costó a la humanidad ocupará tan sólo un párrafo y la guerra de Vietnam, una nota al fin del volumen que muy pocos se darán el trabajo de leer. La explicación reside en que el hombre no puede al mismo tiempo enterarse de la historia y hacerla, pues la vida se edifica sobre la destrucción de la memoria” Julio R. Ribeyro, fragmento de “Prosas apátridas”

“Lo perdido con los años, va adquiriendo, a medida que rostros y frases se desvanecen, una piel amorfa que recubre la intensidad de su dolor. Toda pérdida se vuelve con el decursar,  fragmento. Su totalidad nos quebraría”.  José C. Sánchez, “Los extraños mañanas”, ensayo sobre el fragmento.

¿Por qué arrastrar este cadáver en tu memoria? decía Ralph Waldo Emerson. Además, el filósofo trascendentalista, le decía a su hija que era “un vicio recordar” alentándola que se olvidara un poco de los errores que había cometido en sus deberes.

Hay una memoria obsesiva que quiere recordar nombres, cifras y detalles.   Hay otra memoria que recuerda episodios a grandes rasgos y que recreamos en el presente.  Son esbozos de paisajes superpuestos a lo que se suma la experiencia del momento del “recording”. 

Es más bien un rompecabezas al que se accede con la memoria.  No es documental ni “cine verdad”

Es más bien un rompecabezas al que se accede con la memoria.  No es documental ni “cine verdad”.

Charan Ranganath, psicólogo clínico, afirma que “olvidar es ser humano” y de hecho los problemas que tenemos con la memoria es porque le exigimos a ésta una cualidad fotográfica y precisa que con el tiempo se borra.   Quizá bajar las expectativas y recordar – cuando se desea o se necesita- que el recuerdo mismo puede ser creativo en tanto contamos una historia “que es un montaje surrealista”.


22.5.25

Entrecruzados, por Cecilia Bainotto

 

 

¿Quién dirá que entiende lo que ocultaban y disfrazaban los dedos en las flores?

Delmore Schwartz

 

 

 

De Colonia a Barracas

 

 

Una compañera de trabajo bastante cercana me invitó a su casa para celebrar su cumpleaños. Vivía en Barracas.

   La reunión era amena, con cosas ricas, en un patio con plantas en macetas y baldosas negras y blancas relucientes.

   Llegó la hora del ritual, y Virginia, así se llamaba, traía en sus manos una bandeja con una torta adornada con firuletes de crema chantilly, moka y chocolate. Una torta de cumpleaños. Lo cierto que estaba muy rica y preguntamos cómo había sido el “work baker”.

   “Les puedo contar cómo la hice, pero nunca el resultado será igual a este” un poco misteriosa y en tono risueño.

   ¡Epa! Hasta un margen de posible ínfula se le podía dar. Después de todo era su cumpleaños.

   “La epopeya de la torta” podría llamarse aquella anécdota.

   Ella, Virginia, nos contó que pocas horas antes, en el traspaso de una bandeja a otra, esa torta impecable en la forma se había caído al piso. Desesperada y decidida juntó los pedazos de bizcochuelo y con una cuchara parte del relleno. Rearmó esa preparación informe de crema y nueces. La torta original era redonda decorada con merengue italiano y la rearmada era cuadrada decorada con cremas hechas a último momento que por razones de temperatura no lograban el punto justo.

   El bizcochuelo estaba exquisito, Virginia era una hábil repostera y sabía improvisar con variados o pocos ingredientes. Han pasado 40 años de esa accidentada e improvisada torta de cumpleaños de Virginia. Por un tiempo el episodio fue recordado “La razón de mi esmero fue por ustedes” nos decía.

 

Diez años antes –invierno de 1975– un evento musical, marcado por la improvisación y accidentada organización, fue uno de los espectáculos mayores de jazz de los que “la cultura de masas” tenga recuerdo. La magia que sintieron más de 1400 personas en el Opera House de Colonia, Alemania occidental, se recrea al escuchar grabaciones de ese concierto, la reproducción técnica de la música que disfrutamos sin haber estado en el lugar con más de 4 millones de copias.

   No obstante, en el concierto de Keith Jarret la contingencia pasó a ser anécdota –que dio para película y ríos de tinta– y la improvisación del músico con mezcla de jazz, góspel, blues y bebop lo consagró como uno de los pianistas más notables del género.

   El piano no era el adecuado. Era un piano para ensayos y requería horas de afinación.

   Keith Jarret daba su concierto con las contorsiones y gemidos que son parte de la prolongación de su cuerpo en el piano o a la inversa, más allá que ese piano en particular no lo merecía: No era el Bôsendorfer Imperial que se había pactado y Jarret, extenuado, estuvo a punto de retirarse.

   Apareció Vera Brandes, la joven organizadora del espectáculo y suplicante le rogó al pianista que no lo hiciera. Keith Jarret bajó el vidrio de la ventanilla del automóvil, la miró, y le dijo “Bien, lo hago por vos”.

   Después lo hizo por todos y la interpretación virtuosa del pianista parió un espectáculo que conectó con las emociones de los oyentes aún con teclas viejas y metálicas de ese piano inapropiado.

   ¿Qué pasó realmente para que todos fueran malentendidos en la acción o todo fuera una pre música desafinada? Jarret pudo desarticular esos enredos que atentaban contra sus nervios y la creatividad se impuso.

   Quizá la celebración del Día del Jazz el pasado 2 de mayo, y por ser amante de este género en el que la improvisación y la libertad son su “alma”, sea el impulso de hacer una libre asociación desde la accidentada torta de cumpleaños de Virginia hacia un punto físico de imposible encuentro pero si  posible en la imaginación.

   Creatividad y resolución bajo condiciones adversas.

   Con las últimas notas armoniosas del piano de Jarret me pregunto si la falta de planificación de aquel espectáculo no fue la réplica sin música de la improvisación misma que es el jazz.

 

Colonia, Alemania , enero 1975 / Buenos Aires, enero 1985.

 

 

Por el ojo de la cerradura

 

En mi casa, la de chica, se pronunciaban muchas palabras con erre; mamarracho, mamá es el rancho, rimbombante, en cinta ribonet, pachorra no era chorra, apenas cleptómana de chocolates, rutilante, los ojos de Dante, será por eso que nos gustaba la paella de arroz que hacía tía Rendú. Otra tía inefable hacía bordados en rococó. Las erres con el tiempo pasaron a eres y la vibrancia se fue apagando en el renacer de otras sutilezas. En todos despertó un impulso vital por la limpieza. Los vidrios eran transparentes, en los pisos se podía comer, y las sábanas perfumadas invitaban no solo al descanso, sino a imaginarlas como telones de juegos de a dos. ¡Uno por vez! apuntaban las tías cómplices y mamá asentía, pero quedaba descolgada cuando papá salía. La disposición de las cosas había cambiado lo que implicaba una intención de movimiento y entre los nuevos espacios que aquellas dejaban nos espiábamos, nos espiábamos cuando nos vestíamos, el perfume que usábamos, las risitas entre las amigas de las que alguna de mis hermanas o yo, o mamá, o algunas de las tías quedábamos excluidas. A mayor exclusión, mayor protagonismo en el motivo de las risas. La abuela estaba en otra. Sentada en el banco de la vereda veía pasar la vida con olor a jabón, vestido floreado y los pies entalcados. Un primor de limpia y perfumada. Papá salía muchas veces por las noches y mamá jugaba a la canasta con amigas y con mis hermanas. Por mi parte, planeando alguna fuga mayor. Tía Rendú ya no vivía en la casa y en su contacto con médicos, era enfermera de la Cruz Roja, pasaba las últimas novedades medicinales para que la abuela siguiera firme en el banco. Beba, la otra tía, entre el rococó y sus novios, era la encargada de organizar fiestas en clubes y en la propia casa. Fiestas inmejorables que por años los invitados recordaron y sobre todo una en la que dos matrimonios amigos se fueron con ropas equivocadas. Ese fue el punto de inflexión y las fiestas se hicieron menos frecuentes. La abuela se fue para siempre, la tía que organizaba fiestas se casó, papá emigró a otros pueblos al igual que yo, que dejé la casa materna para siempre. En la migración frecuente que planteaba la ciudad, grande y desconocida, veía que las cosas se movían, guardaba los zapatos en el fondo de placar, o en un botinero de un pasillo, los bolsos y valijas podían estar arriba o debajo de estanterías, la cama apuntaba hacia el norte o hacia el sur y todo era así, un reacomodo al espacio físico en el que vivía. Y descubrí cierta magia en el cambio que se producía al girar el picaporte de cada puerta. En apariencia, puertas parecidas de madera oscura como son las puertas de departamentos en los edificios. Pero el cambio estaba en el interior de esas viviendas, en la luz del día quebrada por singular arquitectura, en los espejos de cada casa a la que me mudaba y que reflejaban mi inmersión en algo nuevo. Algunas veces, un detalle de la casa materna reverberaba en aquellos.

   

 

 

8.4.25

Transformados, por Cecilia Bainotto

  

 

Una visita a La Piedad

 

Entre todos esos depósitos viejos, nuevos, relocalizados, sencillos unos, con mucho oropel otros, despojados y sin identificación no pude sino regresar a un pensamiento vector en cuestiones funerarias: La esclavitud de la muerte a la que someten los deudos y más al ver un panteón ruinoso, hermético, sin nombre. Las telarañas cubrían gran parte de esta casucha de ladrillos como la condensación de un pasado que era podredumbre.

Flores frescas, marchitas, de plástico, lápidas de bronce, herrería artística, vidrios pulidos, vitraux, estatuas de ángeles adustos y angelitos niños, cruces, recordatorios en cartón, floreros viejos, carpetas, manteles, planchas de cemento con inscripciones escritas a mano, senderos cuidados, otros que son yuyales. Mausoleos que semejan castillos y tumbas en huecos que semejan chozas. Pulcritudes brillantes conviven con alimañas.

Las diferencias sociales están bien marcadas, pero bajo la tierra lo enterrado no se salva de los gusanos. Es la misma carne “envasada”. Un lugar que es canto al espíritu esclavo como lo son todos estos lugares.

Leí hace poco sobre el compost humano, un organismo muerto como abono, una tendencia natural y en consonancia con el mismo origen “de polvo somos”. El mismo que se va con el agua y por los sumideros cuando no es captado para engendrar. Volviendo al cementerio.

Arte funerario / des-arte sin mano o con la mano del tiempo.

A ojo vivo creo que La Piedad, así se llama el cementerio, puede albergar a tantos como la ciudad viva de la que está separada por una calle lateral y una avenida de pocos metros que es el ingreso. Busqué una lápida que era  “Homenaje al obrero que no trabajó jamás” pero no la encontré. Menos mal. Por fin aquel que fue había sido liberado por falta de espacio. Me han contado que algunas personas duermen cerca del ingreso de estas ciudadelas, una miniatura de miniaturas de La Ciudad de los Muertos.

La “relocalización” es permanente. No hay lugares y los espacios verdes y los senderos que separan los columbarios se reducen. Hoy para “morirse” hay que solicitar turno. Más o menos.

Al filo del horario de cierre el silencio del atardecer se enrollaba en sombras y hasta el lugar resultaba placentero. De pronto el paisaje de sosiego se interrumpe. Es un instante tan delgado como el filo de un cuchillo o la distancia que separa la vida de la muerte.

Un automóvil fúnebre gris oscuro llegaba para una inhumación. Los dos enterradores de turno discutían en voz muy baja con los choferes del automóvil gris por no respetar el horario. El automóvil a paso de hombre con los empleados de la funeraria y del cementerio, dirimiendo el malentendido. Podían adivinarse sus palabras por los gestos que las acompañaban. El cortejo de seis automóviles, con algunas cabezas curioseando por las ventanillas, prácticamente detenido. Todo resultaba una escena del desatino. El difunto, un tapado de madera y un nombre de letras emplomadas sobre un vidrio espejado, pidiendo paso. Un complot de ceremonia que se desarmaba como gelatina que ni el orden por la cadena de frío que necesita ni el progreso con las tecnologías con el mismo fin puede detener. Algunos deudos ya estaban comunicándose desde el interior de los automóviles con sus celulares. Quizá explicando el motivo de sus respectivas tardanzas por el que no llegaban con los dulces para la hora del té o vaya a saber qué y otros habían abierto las puertas de los coches en puro resuello, aunque la temperatura era fresca.

“La Pietà” era solo una inspiración.

Con Maines fuimos espectadoras de esta tragicomedia en un acto sin libreto que duró unos quince minutos. No había nadie más a las 18 horas de esa tarde de otoño en el cementerio.

 

 

 

Una rata al horno

 

La cara remota sin control en la mano. Supe desde el principio, por una leve intuición, que eso podría ser un propósito o una locura. Tardé varios días en abrir el sobre y saltaron flores de seda dorada dispuestas en un herbario por lo que no eran frescas, aunque por apariencia lo eran. Como recién cortadas de la planta.

Debajo de cada pétalo había una gota y lo raro para mi tacto fue al tocarla porque me mojaba. Era un placer. Mis nervios afiebrados, por horas, le ganaban a la razón y sin prejuicios por un caos magnifico me sometí a ese sentir oculto. Luego descubrí una fantasía perversa ante pequeños detalles: oír girar picaporte, escuchar al perro ladrar a la nada, ver las cortinas hacer globos blancos, manchas que aparecían y desaparecían sobre las paredes, olores nauseabundos, ver a la gata, con las orejas paradas, buscando en silencio al igual que yo, un fantasma.

Me asomaba al vacío que se presenta cuando se deja una ubicación cómoda y entrás a un lugar perturbador.

Pasó el tiempo y un día, una fuerte sudestada hizo estragos con los árboles. Muchas ramas quedaron en el patio. El tiempo, sin lluvias por unos meses, fue secando ramas que había arrinconado al fondo sin objetivo definido, inconscientemente quizá. Sentía que esa escultura irregular con apariencia de esperpento y en su inmovilidad podía ayudarme. ¿Por mi familiaridad con su procedencia? Puede ser.

Un atardecer casi noche, como sin querer queriendo dejé por la mitad el cigarrillo que fumaba y lo tiré a ese ramaje seco. La brisa ayudó y en minutos unas lenguas rojas incendiaban el fondo. En su imparable ardor devoraban el pasto, las plantas, insectos ocultos, caracoles y un trozo de tronco que usaba para ikebanas Mis ojos eran testigo de un espectáculo de fuego como si ese elemento se impusiera sobre la tierra que arrasaba. Ante el poder hipnótico del fuego no hice nada. Dejé todo en brazos de Vulcano. Porque en efecto ese lugar se asemejaba a un volcán en erupción.

De pronto escuché un chillido claro y agudo que me trasladó a la cocina de mi infancia cuando mi madre abrió la puerta del horno. Era una rata grande envuelta en llamas y asaz repugnante. Una bola de fuego dejaba ver lonjas de carne informe y corría desesperada. Rebotaba ciega en el patio desde una pared a otra como pelota. Con los últimos estertores de vida de la rata llamé a los bomberos y la casa fue la imagen de una evacuación a gran escala. Desmedida por otra parte. El fondo era un barrizal en el que yacía el inmundo roedor que hasta al felino repugnaba. Era algo achicharrado que mostraba solo dos patas y aún seguía emitiendo un chillido insoportable. Los bomberos terminaron la tarea y mientras enrollaban la manguera me miraban con desconfianza.

Aún faltaban detalles. Tomé una máscara improvisada, una bolsa negra de nylon y me puse los guantes de látex para recoger los restos de cosas que quedaban incluída la rata que daba señales con los últimos espasmos.

Esa noche dormí extenuada y no escuché ruidos raros. Los días siguientes la casa se pobló de sonidos naturales y de silencios que eran pausa de una música relajante. No pude menos que pensar que el fantasma molesto era aquella rata que ingresó a mi casa por intersticios ocultos el día que recibí unas flores doradas.

Es posible haber llegado a esa conclusión tan cerrada para tranquilizar la mente. Poner un punto puede tener un propósito que se acopla a determinadas circunstancias. La luz del tiempo cambia las percepciones de las cosas. La rata fue una maldita coincidencia con aquella que encontró mi madre en el horno de la cocina y el asco que había provocado una rata cocinada. Los elementos confluyeron para que abominara de las flores doradas.

 

 

 

Son

 

La barba encanecida 

sube y baja

arriba un quepí verde oliva

movés los brazos, las piernas

y batís tambores, platillos, 

lo que venga,

tu son de isla

con el pie en el pedal

Una inyección en la vena

una cajita de pastillas

y nos vimos más viejos.

11.2.25

Islas en Occidente, por Cecilia Bainotto

 

Una cuestión de disposición

 

Cuando los barcos cruzan la línea del Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno, dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.

Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.

El “cruce de la línea”, según la tradición marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…

Hoy, por comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.

 

 

 

Me gustás


Me gusta tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni ruegos.

Tu visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso. Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.

Me gustás robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos. O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica, claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de semen cuánticos.

Te cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o por no, expansión y retracción constantes.

Sos tan claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.

Me gustás robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep” porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos azulados. 

¿Sabés “Blue sheep”?

La sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.

Son tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata. Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.

Por lo pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras humano.

El tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.

 

 

 

Parecidos

 

Los dos se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de administrar no sabe nada.

Los dos se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.

Los dos se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.

Los dos se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está convencido de ser un milagro.

Los dos se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.

Los dos se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.

Los dos se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.

Los dos se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren ser habitantes del espacio.

Los dos se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero no se conocen.

 

 

 

Costumbres post modernas

 

Las manos enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.

Alguien dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron caminar con canvas en tubos bajo el brazo.

Los aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.

Alguien aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica, otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y corriente.

“La imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de un inubicable.

“Siempre cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre ambos.

 

 

 

Balada

 

En cada separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica no solo en las películas. 

Pero siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar. 

Otra caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más. 

Una caja de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del sillón. 

Una con documentación que parece un sobre de DHL en un estante. 

Otra más pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con chucherías importantes. 

Cosas en cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas. 

¡Ah! sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo descubren se van en mimos (con el felino). 

¡Vamos! Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.

 

 

 

Más o menos así

 

Yo soy breve, usted es extenso.

Yo soy clara, usted es ambiguo.

Yo soy ambigua, usted es claro.

Yo no explico mucho, usted explica mucho.

Yo cuido los puntos, usted derrocha puntos.

Yo tengo pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.

Yo uso diálogos, usted usa la narrativa.

Yo voy a lo general, usted va a lo particular.

Yo soy deductiva, usted es inductivo.

Yo inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.

Yo escribo por la noche, usted por la mañana.

Yo fui amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling

Yo gusto de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta el primero y el último. 

Yo escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.

Yo sé muchas cosas, usted sabe pocas.

Yo sé pocas cosas, ¡usted sabe muchas!

¿Lo sabe?

No, no lo sabe.

 

 

 

No pienses frente a una máquina

 

Es una experiencia que puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una  cuenta en Facebook y después cerré indefinidamente.    

Pensaba en esa experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en varias etapas de la vida acompaña   la música más algunas lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les sucede a muchos.

Quería recordar la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.

¿Cuánto tiempo estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.

Dejo de lado el intento. Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de recordar y no pude.

YouTube me los servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.

Estaba sola. Todo fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por guardianes invisibles.

No tengo otra explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para darle un somero orden a un hecho raro.

 

 

1984 de George Orwell, las teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus gustos, tus pasatiempos, etc.

Sos un paciente algorítmico.

Solo que en lugar de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.

¿Se podrá?

La IA tiene su fondo en un redil estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas, nombres.

Una hiperrealidad que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el resto del cuerpo que deberá intervenir.

Blow Up, una película de 1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta. “Explosión” es la traducción.

El marco ideal para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren, la nutren sí, los humanos.

Para ser redireccionada hacia la preservación de un orden.

¿Dónde se cuece todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia lo individual. 

La civilización; un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?

¡Dale, tomala! Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que nos susurra sus pensamientos.

¿Buscarle el reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la colonización a la que nos somete el artefacto?

Lo primero que ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.