28.4.23

Una tarde con Carlos Regazzoni, por Roni Bandini

 “Viene una señora muy linda con un tapado de piel  «Mirá, Carlos, a mí no me sale nada. Yo no entiendo como podés hacer esto.» Le digo «¿Hacemos una apuesta? Yo te hago pintar.» Le pongo un papel y la mina se para como si tuviera que resolver un examen del último año de Ingeniería. Yo me acerco, le meto la mano por debajo y le digo «Hacé de cuenta que te está violando el Hombre Montaña en la zona de Mataderos.» Al final hizo una casita... con chimenea, con humo... una boludez, pero porque era una pelotuda.” Regazzoni, Mundo Casella, 2012.

 

Un cartel dice “Usted está siendo filmado” Otro cartel dice “Toque la campana para anunciarse” pero como no hay campana empujo la reja y entro la moto por el empedrado. Hay un tipo subido a una escalera pintando la cima de una escultura de hierro. Transpira como un violador. En lugar de preguntar por Regazzoni, le pregunto por Carlos. No tiene mucho sentido, no me va a dar ninguna ventaja para la entrevista pero no puedo contenerme, es como un estornudo. El pincel chorreante señala un amontonamiento de gente en torno a una parrilla. Ahí voy.

 

Regazzoni es un hombre gordo, viejo pero no tan viejo. Tiene el pelo gris enrulado, un poco largo. Barba de tres días, también gris. Viste un pantalón cargo militar, un buzo holgado y borcegos abiertos. Las cejas son negras, de un contraste casi pintado. Está sentado detrás de un tablón y me mira sosteniendo un cuchillo. Del otro lado del tablón hay varias personas. Saludo respetuosamente al grupo y a Regazzoni le extiendo la mano. Tarda en responder unos segundos que intentan dejar en claro un mensaje: yo pude haber venido recomendado y da lo mismo. Le recuerdo la conversación telefónica de la mañana y le regalo uno de mis libros. Lo mira de un lado, del otro.

 

–¿Conocés a Piglia?

 

La pregunta puede significar muchas cosas, si lo leí a Piglia, si oí hablar de él, si lo conozco personalmente. Digo que no lo conozco personalmente. Regazzoni parece decepcionado. Pasa las páginas de mi libro y dice:

 

–Como cualquier libro... lees la primera página, lees la última y ya sabés todo.

 

Hasta puede ser, pero en literatura no suele haber empleados que transpiran haciendo equilibrio en la punta de una escalera mientras el escritor se clava un asadito a la sombra. Igual no contesto porque mi objetivo es conseguir respuestas sobre el arte ferroviario y escribir mi encargo. Su opinión sobre los libros en general, hasta sobre mi libro en particular, me resbala.

 

Regazzoni me pregunta si quiero comer. El asado se ve muy bien y huele mejor pero yo acabo de almorzar. Al mismo tiempo que digo “No, gracias” él dice “Veinte pesos” No se ríe. El mismo tipo que dice tener un castillo de 157 habitaciones me está tratando de vender un pedazo de carne a veinte pesos.

 

El silencio crece y me asalta una sensación de urgencia. En cualquier momento el clima se va a poner más tenso y no voy a poder hacer las preguntas. Sé que no es la mejor circunstancia, le caigo mal, está comiendo y hay mucha gente pero igual saco mis hojas, una birome y un anotador. Regazzoni no me mira directamente. Es algo que le vi hacer también en los reportajes de la tele. Mira de costado. Su atención real, total, siempre está en otro lado. 

 

–No sé si te dijeron pero yo no contesto preguntas. Si querés, caminá por ahí y escribís lo que querés.

 

No sé quién se suponía que tenía que avisarme y en todo caso parece ser una nueva política. En Internet hay cualquier cantidad de entrevistas. Quizás sea ese el punto. Treinta años de obra, veinte de cierta fama y las mismas preguntas. “¿Qué importancia tuvo el ferrocarril en su vida? ¿De qué trabajaba antes de su consagración artística? ¿Es cierto que compró un castillo en Fontaine-Française?”

 

Me alejo por el pasto rumbo al primer galpón. Atrás escucho unas risas. Si se ríen de mí tienen toda la razón. Soy un payaso. No sé hacer esto. Nunca supe congraciarme ni entrar en confianza ni hacer preguntas. Debería arrancar la moto, irme ya, pero entro al galpón y hago que tomo notas.

 

Acá funciona su bodegón llamado El Gato Viejo. El editor de una revista gastronómica me dijo una vez que el bodegón sirve Pizza Culera. El nombre viene de la particularidad en el amase: Regazzoni mismo se sienta de culo sobre la masa. Después del bodegón y sin una división establecida, empieza un sector donde están expuestas algunas de sus obras. Hay cuadros grandes y después muchas esculturas de hierro y partes de objetos viejos. En un rincón encuentro un hombrecito con cuerpo de matafuego tocando la trompeta. Hago tiempo, camino para adelante y para atrás y en círculos. Salgo por la puerta trasera del galpón. Sobre unas vías está ubicado el vagón-casa donde duerme Regazzoni. Un equipo de aire acondicionado gotea por el costado. Sigo de largo hasta el segundo galpón. Ahí está el taller. Encuentro un empleado moviendo herramientas y otro empleado retocando una escultura. Me explica que esa obra es parte de una muestra para Dubai.

 

Hasta ahora vi tres personas trabajando y ninguna era Regazzoni. Doy unas vueltas por el taller, por el bodegón, me detengo frente a la barra del bar con un amontonamiento de botellas viejas, vuelvo al taller. Si alguien estuviera monitoreando esas cámaras inexistentes, no entendería mi recorrido. Parezco uno de esos robots que chocan contra la pared, dan media vuelta y siguen hasta chocar con otra pared. Una pérdida de tiempo total y absoluta. Salgo del taller, cruzo la vía, salgo del primer galpón y cuando me estoy acercando a la moto aparece Regazzoni con un cuchillo.

 

–Seguime.

 

Contradecir a un grandote con pantalón militar y un elemento cortopunzante no parece lo más prudente. Lo sigo hasta la parrilla donde quedan ahora unas pocas personas. Me alcanza un vaso de vino. Quizás debería preguntar cuánto me va a costar pero a juzgar por el precio de la carne, creo que lo voy a poder pagar con la plata que traigo encima. Un tipo con sweater Lacoste me extiende la mano, se presenta como Guillermo y me pregunta de dónde soy. De Capital, contesto. Él intenta aclarar el malentendido. Que si soy de algún medio. Le digo que no, que soy escritor y le explico el propósito de la visita. Lo mismo que le dije a Regazzoni por la mañana y hace un rato. Guillermo me cuenta que cuando llegaron a este lugar la rata más chica era así –separa las manos y deja espacio donde entra un perro Labrador- y que Carlos en los primeros tiempos se ataba el pantalón con alambre y que preparaba guiso en latas viejas de dulce de batata y que podían comer cualquier cosa pero siempre tomaron buen vino. Termino mi vaso y Regazzoni me vuelve a servir.

 

Además de Guillermo, hay una mujer alta, linda, maquillada. Debe tener unos treintilargos. Su voz es totalmente nasal y le da besos en la boca a un caniche toy blanco. Hay otro hombre, es un correntino con una campera negra de cuero estilo Ubaldini. De a poco empiezo a adivinar los vínculos. La mujer del caniche es la novia de Regazzoni, Guillermo es su representante, el correntino es un político amigo. Regazzoni se queda en silencio mirando los autos que pasan por una calle lateral mientras los demás hablan. Logro que Guillermo responda algunas de mis preguntas hasta que se produce un silencio breve que aprovecha Regazzoni para eructar a un volumen notable. Ni la novia, ni el representante ni el político lo miran, ni se ríen. Regazzoni entonces le dice a Guillermo que estuvo plantando tomates y albahaca y que necesita un sponsor para la huerta. “Pero nada grande, un sponsor de dos, tres mil pesos.” De repente parece recordar que estoy ahí. Me clava los ojos y pregunta si leí a Ricardo Rojas y si sé quién hizo el primer pozo petrolero en Chubut. Algo de Ricardo Rojas leí. Sobre el pozo de Chubut no tengo la menor idea.

 

–Ah bueno... escritor sos vos... un híbrido sos.

 

Sonrío como un boludo y me ahogo con el vino hasta que Regazzoni se olvida de mí y cuenta al aire una anécdota familiar en Chubut, pasa a las orejas cortadas de los indios y concluye con una idea sobre la gente que tiene plata en Argentina: que no se esforzaron realmente. Unos metros más allá, en lo alto de la escalera, sigue transpirando el empleado del pincel.

 

La parrilla está ubicada junto a un alambrado que marca el punto límite de ocupación. A unos metros de distancia pasan autos por una especie de colectora y hay una loma de burro. Los autos disminuyen la velocidad a la misma altura de la parrilla. Regazzoni mira a la izquierda y establece contacto visual con el conductor de un Fiat Siena que tiene baja la ventanilla.

 

–Puttooooooooo.

 

El conductor abre los ojos como dos huevos fritos y parece que va a contestar pero ve lo que vi yo antes: un tipo grandote con pantalón militar y un cuchillo en la mano. El auto acelera y se pierde. Estoy acá bastante tiempo y soy testigo de unos tres, cuatro conductores puteados y reputeados. Todos escapan.

Terminamos las botellas de vino y aparece el champagne. Regazzoni, Guillermo, el político, la novia y yo tomamos al mismo ritmo. Escucho anécdotas sobre el auto meado del galerista Daniel Maman, sobre la amistad del ministro de cultura Hernán Lombardi, sobre el castillo en París. Empiezo a sospechar que mis preguntas, esas dos hojas, son mierda fría, un reflote de obviedades para un encargo que a nadie le podría importar.

 

Suena el teléfono. Regazzoni atiende pero antes de acercar el auricular a la oreja dice en voz alta “Quién poronga llama a esta hora....” Ahí acerca el aparato y agrega “Hola” Regazzoni se pone a negociar un evento en su atelier. Lo miro de reojo y noto que está impaciente. “Si vos no sabés lo que querés, yo no te puedo ayudar. Pensalo bien y llamás otro día.” Cuelga y mira por el alambrado. Un Renault Clio baja la velocidad para tomar la loma de burro.

 

–Puttttooooooo. Repuuutttooo.

 

El Clío acelera.

 

Guillermo recuerda cuando Regazzoni cocinaba los domingos para la gente del barrio: “La gente nos veía desde el rulero de Libertador y bajaban bien empilchados a comer choripán. De a poco se fue corriendo la bola y venía más y más gente. Estacionaban Mercedes, Audi, Jaguar, todo.”

 

–Tenemos que buscar un sponsor y reflotamos la parrilla de los domingos. Con cuatro mil, cinco mil pesos lo hacemos. Y ahora además puedo usar las cosas de la huerta. Claro que antes necesitamos un sponsor para la huerta –dice Regazzoni.

 

El sol se mueve y ahora me pega en la cabeza combinando de una forma violenta con todo el vino el champagne.

 

Cruzan la reja dos chicos tímidos, de unos treinta años, con morrales. Quieren conocer el atelier. Regazzoni les pregunta de dónde son. Uno es colombiano y el otro alemán. El alemán tiene un pedazo de cinta aisladora blanca pegada en el labio. Regazzoni dice que el colombiano tiene que pagar treinta pesos y el alemán cinco. A nosotros nos explica que no le gustan los colombianos. Ellos se ríen pero inmediatamente se dan cuenta de que no es un chiste. Dejan treinta y cinco pesos y pasan a los galpones.

 

La novia se para con el caniche toy a la altura del pecho y anuncia que se va a dormir la siesta. Ya alejándose me saluda con su voz nasal “Un gusto, Ricardo”. Yo podría aclarar el malentendido pero para qué. Regazzoni se incorpora apoyado en la mesa y le mira el culo. “Qué bombón me estoy comiendo” dice. A mí me lo dice y yo coincido pero me callo. Regazzoni ahora mira alrededor, como sorprendido de estar ahí, como si el bombón fuera también ese lote ferroviario y por qué no, los últimos veinte años.

 

En mi bolso, además de las hojas con las preguntas, tengo una petaca que compré en un anticuario de la U$80 en Texas. La saco y Regazzoni se interesa por la forma. Después por el contenido: Gentleman Jack, un whiskey de Tennessee. Liquidamos la petaca. El político correntino se despide, Guillermo también. Yo me siento algo incómodo por quedarme a solas con Regazzoni.

 

–Seguramente tenés que trabajar así que mejor me voy yendo.

–Agarrá los vasos.

 

Agarro los vasos y lo sigo hasta el bodegón. Me pide que pase al otro lado de la barra y busque una botella de Chivas. Está oscuro y yo busco entre botellas viejas y siento que si tardo unos segundos más voy a fracasar en algo. No sé bien en qué. Pero encuentro el Chivas y le sirvo y me sirvo y estamos tomando en la oscuridad del galpón y creo que ahora sí, le puedo hacer cualquier pregunta. No cualquier pregunta. Una pregunta. Pienso y pienso y sé que esa pregunta no puede ser desperdiciada. Tengo que incorporar lo más importante, algo sobre los trenes como factor de integración social, algo que a su vez haga foco en el arte, en la simulación del artista y los puntos de contacto con la política y la plata, el significado de la plata y los lugares en disputa. Todo eso en una sola pregunta que salve mi encargo de 25.000 caracteres y ahora, ahora mismo.

 

–¿Te sirvo más Chivas?

 

Ahí fue mi pregunta y ya sabía la respuesta. Seguimos tomando.

 

Regazzoni se para y mira alrededor. “Colombianoooooo” grita. Nadie responde. “Colombianooooooo” Silencio. Yo lo miro en contrapicado. El vaso de Chivas se agita con sus movimientos, tiene los ojos caídos y la voz patinada. Al sexto grito me ofrezco para buscar al colombiano y su amigo alemán. Regazzoni se sienta con la coordinación de un derrumbe y yo salgo a recorrer cada rincón del galpón. Vuelvo y le digo a Regazzoni que el colombiano no está ahí, que debe estar en el taller. Regazzoni me mira, parece que va a decir algo pero el suspenso finaliza en un vomito acompañado de quejidos y tos desesperada. Tose y vomita entre las piernas y vuelve a toser con temblores que casi lo tiran de la silla. Creo que está a punto de morir. Ofrezco un vaso de agua, llamar a alguien, algo, una ambulancia. El me mira sin entender. Después enciende un cigarrillo, me señala el taller y dice “Colombiano”. Bajo del galpón a las vías, atravieso el vagón donde duerme su novia con el caniche. De ahí paso al otro galpón y encuentro al colombiano y al alemán del labio con cinta. Los llevo al encuentro con Regazzoni. El colombiano cuenta que es Ingeniero Industrial, que le interesan mucho “estos temitas” y que hace “cosas parecidas pero con movimiento.” Regazzoni repite “Temitas... los temitas te interesan.” y le pregunta si leyó a Platón. El colombiano leyó a Platón pero no tanto ni tan recientemente.

 

–Si no leíste a Platón, qué temitas te pueden interesar....híbrido, eso sos.

 

Después le ofrece whisky. El colombiano accede con alegría.

 

–Ochenta pesos.

 

El colombiano se apura en decir que le parece mucha plata. Finalmente negocia Old Smuggler a sesenta pesos. Un pésimo negocio. Regazzoni me mira “Servile” Paso detrás de la barra y busco en la penumbra el Old Smuggler, sirvo, le cobro, le doy la plata a Regazzoni.

 

El colombiano quiere saber si puede tomar una clínica de escultura.

 

–Cinco mil dólares sale.

 

El colombiano dice que cinco mil dólares es mucha plata.

 

–Bueno, dos mil quinientos dólares.

 

Sigue siendo mucha plata para el colombiano.

 

–Si no tenés dos mil quinientos dólares... qué querés aprender.

 

Regazzoni se levanta con dificultad, camina en zigzag hasta la puerta del fondo y se pierde por las vías de tren. Pasan segundos, minutos. Alguien dijo que los ojos no ven, los ojos recuerdan. Recuerdo entonces que me gusta aquel hombrecito con cuerpo de matafuegos que toca la trompeta. El alemán me mira fijo, mascando chicle, con ese pedazo intrigante de cinta aisladora en el labio. El colombiano se para y me pregunta si Regazzoni va a volver. Me encojo de hombros y termino mi vaso de whisky. El colombiano y el alemán se van.

 

A oscuras en el galpón, entre botellas y cámaras que seguramente no me miran, trato de pensar si algo en todo esto merece ser contado. Entonces me doy cuenta. Estoy sentado en una butaca vieja de teatro. Miro a lo lejos, al fondo, ahí donde salió Regazzoni, me paro y mi aplauso retumba en los tinglados.

 

 

 

 

Tomado de: Revista Aglaura

19.4.23

La ruta de la edición: CENCERRO

Preguntas a editorxs

Hoy responden José Fraguas y Santiago Erausquin de Cencerro



¿En qué año arrancó la editorial? ¿Cuántos títulos llevan publicados desde entonces? ¿Quiénes son lxs editores?

JF: El nombre de la editorial dice mucho sobre su identidad y se vincula a varias cosas. Es una cita de un diálogo de la película La flor de mi secreto de Almodóvar en la que la madre de la protagonista le dice a su hija que acaba de separarse de su marido que se ha quedado “como vaca sin cencerro”. En 2003 yo me encontraba un poco así porque estaba recién separado pero la metáfora es de todos modos reveladora de una situación existencial humana básica, la de estar desorientado, sin rumbo, sin ritmo, etc. En ese momento fundar el sello fue un intento más intuitivo que consciente de orientar los esfuerzos, la creatividad, el deseo a través de un proyecto colectivo. El cencerro, palabra que tiene de por sí un sonido muy particular, es también un instrumento musical y la editorial empezó publicando poesía. Además está vinculado a un animal del paisaje argentino, la vaca, que es al mismo tiempo una suerte de arquetipo universal asociado a la fertilidad, la generosidad, la vida y la serenidad.

Cencerro nació en 2003 inspirado en las plaquettes que editaban Vox y B&F pero también en la primera autora que publicamos, la artista visual Lulú Jankilevich, que creaba con muy pocos elementos, tules y luces sobre todo, un ambiente de fantasía en su casa y compartía sus poemas y fotos en copias que uno podía encontrar desparramados por ahí y llevarse. Fue muy importante también encontrar espacios apropiados y amigables para hacer las presentaciones que fue primero el club Mantis de Beto Fabbiani que estaba en la esquina de la calle Pringles y el pasaje Obrero Nuñez, construido sobre el solar en el que funcionó una calesita durante por muchos años, y luego el Multiespacio Pasco que funciona en un viejo caserón en el barrio de Balvanera.  El diseño de las tapas lo realizó Diego Jankilevich hasta que en 2005 se sumó Santiago Erausquin que además de ser editor se ocupa desde ese momento de todo el diseño interior y el arte de los libritos. Hemos publicado trece libros de poesía, quince de narrativa, tres obras de teatro, siete clásicos, un ensayo y dos antologías. Desde el principio apostamos por la potencia de lo micro que se manifiesta tanto el tipo de fabricación artesanal del libro como en las tiradas pequeñas y el precio accesible de los ejemplares. 

SE: Cencerro tiene muchos aspectos hermosos, pero uno de los más interesantes es que se trata, estrictamente, de un proyecto sin fines de lucro, que no intenta poner en circulación grandes cantidades de ejemplares, ni tener una distribución convencional. Pero sí pone el acento en el mimo, en el afecto con el que se confeccionan los libritos, la celebración de poder presentarlos, la alegría de que se agoten.

Para mí Cencerro es José Fraguas. Y fue conocerlo a él y entrar en mundo Cencerro. Yo no dejo de hacer presente al sello editorial de la vaquita con ojos desorbitados en cualquier emprendimiento que realice: videos o registros audiovisuales de muestras de pintura, presentaciones, lo que sea, Cencerro está en los créditos acompañándome, porque me acompaña siempre Jóse.

 

¿Qué están leyendo?

JF: Estoy leyendo Huaco retrato de Gabriela Wiener, Nadja de André Breton y La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica de Mario Praz. Increíblemente también un texto que aborda específicamente el tema de la ruta de la edición: El libro en movimiento. La política autónoma y la ciudad letrada subterránea de Magalí Rabasa, editado por Tinta Limón en 2021. La autora propone entre otras cosas pensar al libro de edición independiente como un fenómeno vivo, indisociable del modo en que se fabrica, los contenidos que hace circular, las redes alternativas que establece, etc. 

SE: Claus y Lucas, de Agota Kristof. Tiene varios asuntos que me interpelan últimamente: guerra, niños, adolescentes, hermanos gemelos, madres abandónicas, abuelas desalmadas, cementerios, soldados, amistad, humor, locura, lugares extraños y amenazantes, cuartos de hotel, trenes… y desde la forma las diferentes voces en primera persona, la prosa limpia y directa, cierta amabalidad para el lector.

También estuve leyendo un libro sobre la vida y obra de Thomas Eakins, un pintor estadounidense de fines de siglo XIX, famoso por sus clases de dibujo con modelo vivo y desnudo, que parece que protagonizó más de un escándalo. Lo sigo hace bastante por sus trabajos que no son muchos, lamentablemente.


¿Cuáles son esos autores a los que siempre vuelven?

JF: Marosa Di Giorgio, Hebe Uhart, Mario Levrero, Felisberto Hernández, Héctor Viel Temperley, Aurora Venturini. Cuando estoy desconectado, angustiado, escéptico o no sé bien qué leer, recurro a El final de la historia de Lydia Davis, una novela que sin ser afectada ni literatosa habla, entre muchas otras cosas, de la escritura, la lectura y la memoria y santo remedio.     

SE: La casa de Bernarda Alba y la poesía de Federico García Lorca; Los miserables de Victor Hugo; Rosaura a las diez de Marco Denevi; Guan tu fak de Alejandro Lopez; las crónicas y cuentos de Alejandro Dolina.

 
¿Cómo es el proceso de lectura de un manuscrito?

C: Casi todo lo que nos llega está casi listo para ser publicado. Lo revisamos para que no tenga erratas y vamos pensando en prólogo, contratapa, tapa. El manuscrito se va transformando así en libro y en el proceso nos comunicamos con otros escritores y artistas que colaboran en la edición y/o en la presentación que consideramos una oportunidad también para el encuentro y la fiesta.

 

¿Qué tiene que tener un libro para que les interese publicarlo?

C: No pensamos en un autor ni en un lector abstracto, la edición está atravesada por afectos, diferentes tipos y grados de empatías y afinidades, historias compartidas. Todo comenzó en parte como un juego y nos gusta que los autores no se tomen demasiado en serio a sí mismos, que no los devore el rol o la pose de escritor. Eso no quiere decir que sean personajes o hagan un personaje como parte de su propuesta estética. Si hay alguna solemnidad o seriedad es la que requiere la entrega y el amor al juego.

 

¿Cuánto intervienen en los textos que publican?

JF: Al principio la torpeza, la inexperiencia y la soberbia juvenil hacían que me metiera demasiado. Con el tiempo comprendí que está muy bueno cuidar y curar lo que se publica pero en un proceso en el que se aúnan esfuerzos del autor y el editor para que quede “objetivamente” lo mejor posible. Tratar de evitar entonces en lo posible el capricho personal, el perfeccionismo insensible, el detallismo improductivo, la corrección vinculada a la obsesión inconducente.

SE: Agregamos a veces prólogo e ilustraciones y una contratapa.  Hay que tomar decisiones en función del espacio, la distribución del texto en las páginas, la articulación con las ilustraciones si las tiene.

 

¿Qué relación buscan entre el arte de tapa y el texto que presenta?

 JF: Uf, es un tema que nos interesa de los pies a la cabeza. La tapa es el rostro del libro y uno desea que sea siempre la mejor posible. Como en muchas otras cosas demanda alcanzar un delicado equilibrio: tiene que relacionarse con el contenido sin ser demasiado obvio, responder a la poética de la obra, decir algo por sí misma. A todo esto la experiencia enseña que muchas veces aparece medio involuntariamente.  

SE: Tratamos de ponerle onda. Hemos realizado con la técnica de grabado y el esténcil tres tapas logradísimas. Me refiero al proceso de hacer esas tapas que fue muy lindo, que es clave en Cencerro. Los libros de poemas presentan los desafíos más atractivos: tratamos de buscar imágenes que no sean literales, pero que ambienten el relato, que le aporte, que funcione como un paratexto que habilite la interpretación.

 

¿Qué consejos le darían a lxs escritorxs que buscan publicar sus obras?

JF: Que conciban la tarea de escribir como una artesanía que requiere tiempo, concentración y que tiene sentido en sí misma. Es importante también trabajar el vínculo propio con la palabra que es un bien social, comprender cómo y para que se la usa, percibir la relación con la oralidad, con lo inconsciente. Es una tarea infinita y enriquecedora. Y desarrollar conciencia y sensibilidad sobre eso es una vía indirecta para que las cosas que se producen “sin querer queriendo” estén listas para compartirse. Nos ha ocurrido varias veces cuando quisimos publicar un texto que el autor se negara por juzgarlo poca cosa. “Esperen que escriba algo mejor”, dijo alguien que había escrito unos monólogos divertidísimos. Hay que ser crítico con lo que uno hace pero nunca dejar de mirarlo con buenos ojos. Ponerse en el lugar de juez implacable como en muchos ámbitos de la vida no lleva a buen puerto.


SE: Les diría que lo hagan, que tengan en cuenta las distintas alternativas pero que no pierdan esa magia de la creatividad, ese regodeo en el proceso más esencial del vínculo con la escritura, ese carácter de artesanía que mencionaba José. Cencerro tiene eso. Y celebrar la publicación, porque publicar es poner al servicio del otre un discurso, una manera otra de ser y leer al mundo.

3.4.23

Deslecharrington, por Santiago Armando

 

 

 

Larreta

 

Se está dejando la barba,

pronto lo veremos

fumando pipa con gorra vasca,

pero es un travesti

y recibe por las noches

luceros de guasca

en su rostro de

mil conogoles operados

para refrescarse el picor

por lo peludo que fue,

ex depilado con pelada y todo,

para que patine mejor guasca,

igual se rasca, Es

rasca, y le pica

y se alivia con guasca.

 

 

En su moto con farolito

no valía nada

y acababa de costadito

a la vera

del supermercado genético

de Benegas Lynch

y en el bitcoin

con esperma espacial

huía un Telerman geniol

que alcanzó un Motomells

y tomaron los tres

cortadito con guasca

y le ofrecio el Rapipago

al espacio.

 

 

 

No habrá celular para mi ojete

 

Me flamenco

Con el mate

En el atardecer naranja

Y pasan los cazas

Y vuelo al mate

Con los crots flamencos

Luz Maná

Y Agripina

Que quedó pegada

La rubia lobotomizada

Al garito

De la Autopista Interpolos

 

 

Espero que Milei, al menos

nos haga chapa y pintura

después del trabajo diario

con nave espacial,

que nos garpamos ya todo

con nuestra acción social.

 

 

En la mañana de la luz

Del Excelsior Rivera Indarte

Con colores y chichitos del comando

Nos sumamos a la era espacial

Los crotos cisnes

Que nos quedamos sin piernas

Y dactilamos con el culo

Por atender el teclado, y mendigo

A Madre doblando

El horizonte de la luz

 

 

Tres tanques de zeppelines criogenados

de esperma selecto, cada zeppelin espacial,

que lleva el piloto de Michelín: 

Enemas de homosexuales

que soñó Michael Jackson,

para casarse con la Rafaela Larreta,

esposa de Kennedy, pero no, jamás,

Pujolls dijo basta,

Pujolls no estaba de acuerdo

Con Mirtha Legrand y su familia

de darle pie a Ricky Fort y a Marley

De brindarles el supermercado genético

Solo de Mirtha, para sus nietos

Y sus gargantillas de guasca

Que dejaron vuesos atlantes obesos

Y disparaba yo chistes

mis sterlings guascas

y melodías de ojos de polacas

Y ganamos con Canelo Mc Allister

Y ahora la resaca mundial

Lanzó la era espacial

 

El esperma es espíritu en la familia

no lo dice Harvard,

esto lo decimos con Batman

en Deschelíns

el laboratorio genético

de Benegas Lynch

y todos ponen la boca de costado

como Ruggeri

para que el glande esmaltado

escupa estucos

que son de Horacia.

 

 

Te conocía del mercadito de pajas

eras más buena en el telo

pero no tenía plata

y mejores eran esas páginas de invierno

donde el porno y la sensualidad del úh

dice Michael, úh, aquella

movilidad de la guasca para arriba

de quien se pájea como

Julio Iglesias

imitando a Michael Jackson, y los dos

se la hacían juntos

y Horacio se tragaba

altos sterlings estucos

hasta que Leonel Larreta, hijo

lo hizo deponer por envidia,

envidia claro, de tal palo tal astilla, pero

creó

la bombilla de guasca.

 

 

Mi Patria

Es una orca jugando

Con los lobitos y

Fui,

vinieron de a tres formadas

Atacaban en la espuma y pifiaban

Porque yo resbalaba por la baba

Y me caían en tres piques antes que Chaplín

como toros caíns de panza

Y yo

Tenía muertito

El choto con baba

Quels metía entre vuestres orcs

por sus ojos,

y chistes hacían

los polacos, de ú-ú

Y me hacían

 julio iglesias

Con traje rosado

Bajo el farolito

Como Michael Jackson

de gozo turbans

Y gime un Claudio Aireado

Su sonido es de

la carne con hueso que silba

como Michael Jackson.

Polacs

Del cataforesis

Que no lecheanhs

Porque dejan a vuesos Eluchanhs.

 

 

 

Pujolls

 

                                    pararls Mejicanhs:

 

Lo que en Méjico proliferaba más

acá aparecién Maxi, Híper Balcóns:

son galpones gigantes con ventilación

para mejor fulbito de los pibes

de supermercados chinos que huyeron

porque la amarga inflación permite

los

hipergalpons

con aire acondicionado

para que jueguen pibes finals

y nuestra lengua política es industrialhs

y australs y nórdic-ks,

y en el catre y la mesa de luz

los libros de arquitectura

más caros al gordo.

 

 

Siento lejos

la totora

para que el cisne haga

sus grullas

y lagarpijas pringuen

en el agua

 

 

 

Virgen de la transfixión

 

Llora sus lágrimas de caca sobre mí,

Cuando es todo una mierda

Cuando el agua más pura

Es la Cimes

Que trae el sodero,

Virgen de la Transfixión

En el Génesis del Rosario

Y tus rosas, lo tuyo, Madre

En el cielo

El jazmín de frufrú

Es de la Arabia de paqueros en Rosario

Es del opio, Madre

Vírgen Judía

Podías comprender

Una Batalla de Roma

En el Apocalipsis

Y el periodismo gimnástico del apocalipsis, pero

Los

Interrumpirá

Cuando les salga un apocalipsis

de soretitos

En sus mesas de comentarios audiovisuales en directo

Que ve

la Sentada batata tuerta

de invierno en turismo

Gorda Mapuche Austrohúngara

en la Paraguayania de Género

 

 

 

Madre

 

A la raza mariana de Itatí

llevo mis polaquitos,

a mi Señora Inmarcesible,

Esposa del Espíritu Santo, Madre

Itatí es límite de la trinidad

con los paraguayos, pero

¿dónde siguen Soré y Resoré,

en Santiago Centro?,

y Madre acude en las alturas,

Emperatriz del Universo.