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11.9.23

Alrededor de Maryka, por Sebastián Gómez Matus

 

 

(sobre Maryka, de Francisco Garamona, Santiago de Chile, La Calabaza del Diablo, )

 

 

Si el mundo es como la impresión que deja la narración de una historia, la vida es como la impresión que deja la lectura de un poema. A medio camino de la canción y con cierto retinte epigramático, estos poemas de Garamona nos devuelven a lo que antes se conocía como poemas de circunstancia o “a una que pasa”, un tipo de poema que por lo menos acá ha perdido terreno, dando lugar a una poesía de formato y temática. Al contrario, esta poesía escrita en tiempo real, al mismo tiempo que la vida se despliega en un doble movimiento recíproco con la escritura, son poemas sueltos, dicharacheros, llenos de erotismo y camaradería; sabios en su falta de pretensión, surgen del resquicio que se abre entre experiencia y registro. Este hermoso libro es la historia de un amor, de un viaje y una suerte de origen perenne del poema. También es la cartografía de un nombre que responde a una mujer y un territorio.

 

Los poetas van hacia Arica, hacia el mar, el desierto, casi se ve el Perú, que es una suerte de espacio connatural del misterio. La sed que hay en los poemas tal vez refiera a una de las posibles etimologías de “ica”, que significaría “tierras secas”. En el título del libro hay una aglomeración de posibilidades nominales que saltan a la vista de cualquier lector conosureño. Marica, mar e Ica, Arica, Mary, etc. No parece arriesgado decir que el título hace compartir nombre a una persona y un territorio, cuerpo y espacio, gesto que de inmediato nos pone en el plano de la metamorfosis y por lo tanto propone una superación de los límites o fronteras, semánticas o políticas. Esta idea se ve reforzada por cierta dicción a la chilena, como si Garamona recogiera cierto tono después de tantos años de flujo y amistad con poetas de nuestro país.

 

Hacia la mitad del libro hay un poema titulado “Nuestros sueños serán sus pesadillas”. Los poemas anteriores abrieron el camino para este poema directamente político, pero donde diga político, por favor, leamos poético. Cito este poema porque hay una delicadeza que hace ese reemplazo de lo político por lo poético sin enunciarlo, sin discurso: “La sombra de un arma será/ más real que el arma misma”. Si antes la poesía comprometida se quedaba en el compromiso y se alejaba de la poesía, en el caso de Garamona el compromiso es con la poesía y su infinita riqueza abandonada aquí recuperada con un “fusil ultraliviano y bacán”, otra metáfora de la escritura y ejemplo de una dicción transcordillerana. Además, este poema incluye lo que Benjamin conceptualizó como “política del sueño”, la que se puede retrucar como “poética del soñador”. El espacio de la mente, hoy más que nunca en disputa, dispone de esta arma tan extraña como secreta. De hecho, más adelante leemos: “Este poema no lo escribí/ lo soñé recién/ y en mi sueño lo escuchaba/ recitado por los labios de una niña”. Ojalá el mundo fuera dictado por esa pibita.

 

En el poema siguiente da cuenta de cómo ve el aspecto territorial mientras viaja y escribe en un solo movimiento, algo fundamental del libro: “La región despierta como un niño/ y se refriega los ojos para alejar/ las visiones terribles de la noche”. Esa región es Arica, ciudad fronteriza marcada en realidad por la cultura andina que la precede, y estos poemas entienden esa herencia en el goce y en la responsabilidad de no automatizar al Otro, pues “No existe posibilidad fuera del amor”. Garamona, poeta de gran trayectoria, a través de estos poemas nos muestra y entrega una claridad, la búsqueda de la claridad, tan requerida por Oppen, señal de plenitud en el arte de la poesía.

 

Por último, quisiera destacar que estos poemas hacen comunidad, hablan de esa comunidad inoperante o desobrada que forman las poetas y los poetas, en instancias como el festival de poesía adonde llegan Maryka, la persona-territorio, y Garamona, el poeta-terrenal. El territorio que cubren los poemas es a la vez geopolítico y el lugar de un sueño, el sueño que se vive en estos poemas absolutamente latinoamericanos que van al encuentro del otro con una poesía celebratoria, feliz, fuerza de la cual en Chile parecemos desconocer su capacidad rebelde, saturados de hostilidad. “Maryka, la poesía está en el aire” nos recuerda una canción, y estos poemas nos recuerdan la alegría de cantar bajo la noche acompañado de un gran amor y vino, mucho vino en lo posible y todavía más amor. “Son días únicos,/ los del amor que se pregunta/ por su flecha indiferente”. Recuerdo que alguna vez Juarroz dijo que todo poema era un poema de amor. Maryka no es un libro temático, pero el amor está al centro de la poesía de Garamona y, si me apuran, la poesía y el amor están al centro de todo, solo que el centro está desenfocado y de la enemistad y la agresión se ha hecho una política portadora de una justicia que no es tal. Así como una vez Whitman dijo que quien tocara su libro tocaba a un hombre, quien lea estos poemas recordará que la amistad existe, que el goce de vivir es una fuente inagotable de subversión, que el pensamiento es comunidad. Siempre atento al presente, el poeta Garamona nos advierte que “Hay coronas de laureles,/ también dosis de cicuta”.


16.1.17

La vida de Kafka no puede considerarse “kafkiana”, por Carlos Correas


Carlos Correas prefiere apropiarse de su breve biografía a través de las cartas a sus novias y amigos. En ellas se evidencian categorías pasionales: el amor, el detalle, la soledad, la lucha, el deseo, la prostitución, la clarividencia y la enajenación.

Les voy a presentar una serie de categorías para nuestra apropiación de Kafka. Con esto también se constituirá un intento de mostrarles a ustedes mi itinerario en la frecuentación de Kafka.

La primera categoría es el amor, y el deseo adosado a él. De inmediato una pregunta: ¿Qué hombre más amable en la historia de la literatura que Franz Kafka? Yo amo a Kafka, y este amor hacia él no ocurre sólo a partir de sus obras, sino más bien de su biografía. El pilar biográfico acerca de Kafka es la biografía de Max Brod, su amigo personal, su albacea, el que prefirió rescatar los manuscritos de Kafka antes de la invasión nazi a Checoslovaquia en vez de rescatar sus propios manuscritos. Max Brod es un factotum insoslayable en toda biografía acerca de Kafka. Su amigo personal, amigo también de la familia, es una fuente insoslayable, pero insuficiente. Por lo menos en la primera edición de su biografía tuvo que omitir detalles por consideración a los familiares sobrevivientes de Kafka. La primera edición de su biografía en alemán es de 1937. Kafka ya había muerto, pero aún vivían sus hermanas, los cuñados y los sobrinos, que luego morirían asesinados por los nazis en los campos de concentración. Ya antes habían muerto los padres de Kafka pero, como dije, aun vivían sus tres hermanas. Brod suprimió muchos pasajes bastante iracundos del propio Kafka acerca de su familia. En biografías más recientes este obstáculo ya no existe. Les recomiendo las biografías de Klaus Wagenbach, La juventud de Franz Kafka y Franz Kafka. Últimamente han surgido varios estudios acerca de Kafka, que también tocan el aspecto biográfico; entre ellos, un estudio muy inspirado de Elías Canetti, algunas páginas muy sutiles de Walter Benjamin y un libro de Pietro Citati, del cual hay una traducción inglesa que sigue un género tradicional, de aparición reciente, llamado psicobiografía.

¿A qué se debe esta profusión, incluso excesiva, de estudios sobre Kafka? A la edición correlativamente reciente de un texto inédito de Kafka, las Cartas a Felice, y otra correspondencia de la época del noviazgo: un título característicamente alemán, por lo gravoso. Se trata de las cartas a Felice Bauer, la joven berlinesa con la cual Kafka estuvo de novio durante cinco años; con la cual se comprometió dos veces, y con la cual dos veces rompió el compromiso.  

Estas cartas fueron publicadas en castellano en 1978. Recuerden ustedes las categorías de amor y deseo. La biografía de Brod me hizo amar a Kafka por los detalles de su vida. Ya lo conocíamos por sus obras: las primeras traducciones de Kafka al castellano son de la década del ‘30. Por lo menos La metamorfosis, que aparentemente figura como traducción de Borges, es de 1938. El propio Borges, en reportajes, ha dicho que esa traducción no le pertenece, pero la Editorial Losada la sigue editando como traducción de Borges. Hay detalles en la traducción misma que indican que no es el estilo de Borges. Incluso Borges ha dicho que no le hubiera puesto La metamorfosis; éste es un mal recuerdo de Ovidio, sino que le hubiera puesto La transformación.

Max Brod nos daba los detalles de la vida de Kafka; de la vida de oficina, de la relación con los padres, de la conversión de Kafka al vegetarianismo. Con una amiga, Kafka concurre al acuario de Berlín, se detienen frente a una piscina iluminada, con peces. Y para gran horror de la dama que lo acompaña, Kafka les dice a los peces: “Ahora os puedo mirar tranquilo, ya no los comeré más”. La dama le cuenta esta anécdota a Max Brod, y éste la registra en su biografía.

El detalle de Kafka, el amor y el deseo dirigidos hacia el detalle. Amamos y deseamos los detalles. El detalle es otra categoría.

Las cartas a Felice son aproximadamente 500, enviadas durante esos cinco años de noviazgo. Las cartas de Felice a Kafka se han perdido. Probablemente Kafka las tiró, o las quemó, o Max Brod no se preocupó por rescatarlas. Quinientas cartas a través de cinco años de noviazgo. Al comienzo de la relación, las cartas de Kafka son muy frecuentes; tanto, que llegan hasta tres por día. Cartas que llegan, el algunos casos, hasta las 30 páginas. ¿Qué demanda Kafka en ellas?: demanda detalles. Le dice a Felice: “Quiero saciarme en los detalles”, y le pide a ella que le escriba por lo menos una carta por día y que le dé detalles. Kafka está en Praga y Felice en Berlín.

¿Qué detalles? Kafka trabaja en una compañía de seguros contra accidentes de trabajo. Felice trabaja también, en la oficina de una empresa de la cual llegará después a dirigente. Será una gran y exitosa empresaria. Detalles de la vida familiar de Felice, sobre todo acerca de la comida de Felice, acerca de su salud, de los compañeros de trabajo, de los amigos, sobre todo de los amigos intelectuales de Berlín, acerca de los que Kafka confiesa que está celoso de antemano. Detalles acerca de qué está haciendo Felice, en el momento en que recibe sus cartas. Qué estaba haciendo, cómo recibe las cartas, cómo estaba vestida, si es que estaba vestida; cómo abre el sobre, cómo extrae el papel de adentro del sobre, cuántas veces la lee, dónde se ubica para leer la carta, qué hace después con la carta, cuándo decide contestarla, cómo está vestida cuando la contesta, cuánto le lleva escribir la carta, etcétera. Felice no le contesta ni con la frecuencia ni con los pormenores, con la minuciosidad que le pide Kafka. La relación en la correspondencia continúa, y llega a un punto en que Kafka entra en dependencia de sus propias exigencias, y le pide a Felice que, o se corte la correspondencia, o se interrumpa por un tiempo.

Curioso procedimiento de Kafka. Ustedes dirán: “Es Kafka”. Pero se trata justamente de reflexionar sobre ello. Le manda una carta a Felice donde comienza diciéndole: “Felice, te lo advierto. Te lo dije ya el otro día: ésta es una de esas cartas que debes dejar de leer a la tercera o cuarta frase. Ya, Felice, rompe esta carta! Ahora, rómpela!”

Curioso tratamiento del género epistolar, porque, o bien nuestro silencio es la respuesta cuando nos mandan una carta, o bien no tomamos la iniciativa de mandar una carta. Pero comenzar una carta intimándole al destinatario a que la rompa y no la siga leyendo es singular. ¿Cómo interpretar esto? La carta se ha conservado, lo que significa que Felice no la rompió, y seguramente si nosotros recibimos una carta con ese encabezamiento, seguiremos leyéndola, al menos para saber por qué tenemos que romperla.

Si obedecemos al mandato, la rompemos, qué contestamos: he roto la carta, no puedo contestarte más porque ignoro el resto del contenido. Felice la siguió leyendo. Curioso tratamiento del género epistolar. Por otra parte, ¿creería Kafka en serio que Felice rompería la carta? No será tal vez que él le expresaba de alguna manera que quería romper la correspondencia, y por lo tanto romper una relación? Un año después de iniciada la correspondencia, Kafka le propone matrimonio a Felice en una carta muy turbulenta, en la cual, como si fuera un libro de debe y haber, pone las ganancias y las pérdidas. Le dice: “Contigo yo perdería mi soledad”. Amor, deseo, detalle, soledad, ésta es otra categoría para la apropiación de Kafka. “... soledad que la mayoría de las veces es horrible. Y en cambio, te ganaría a tí, que eres el ser que más quiero en la vida. Pero tú, ¿qué perderías?: perderías tu vida en Berlín, tus amigos, que te son tan queridos, perderían tu vida placentera, perderían la posibilidad de casarte con un hombre sano y tener hijos sanos. ¿Y qué ganarías? Me ganarías a mí. ¿Y yo qué soy?: un hombre infantil, débil, enfermizo, taciturno, insociable, triste, rígido, y desprovisto de esperanzas”. El matrimonio no se  consumó.

Las cartas prosiguen, ya con un tono más quejumbroso, e incluso Kafka le dice que esas cartas le quitan tiempo. En un viaje que hace Max Brod a Berlín, se entrevista con Felice, quien le dice: “No sé por qué, pero el caso es que Franz me escribe bastante, pero sin embargo, sus cartas no logran tener sentido. No sé de qué se trata”.

Si leemos en el Diario de Kafka, con respecto a la literatura podemos hallar frases tales como “El deseo de representar mi fantástica vida interior ha desplazado todo lo demás. Ninguna otra cosa podría conformarme” (...) “El mundo prodigioso que tengo en la cabeza. Pero, ¿cómo liberarlo y liberarme sin destrozarme? Y sin embargo, preferiría mil veces destrozarme antes que retenerme”.

Las veces en que Felice y Kafka se han encontrado no han sido muy felices para Kafka, ni siquiera por semejanza fonética. Felice le reprocha constantemente, por ejemplo, que Kafka lleve su reloj pulsera adelantado una hora y media durante tres meses. Felice se lo pone en hora. Felice le reprocha que tenga las uñas afiladas y largas, le pide que se las corte, que se las lime, que se las limpie. Felice le reprocha errores en la dicción del alemán, pues Kafka era bilingüe, checo y alemán; Felice era berlinesa. Felice le reprocha el color de las corbatas, la falta de elegancia; en fin, podemos decir que Felice representa la moral del cuidado de sí, y Kafka la del descuido de sí. Felice le pide a Kafka mesura, y un límite. Kafka le responde que cualquier límite y mesura en literatura serían suicidas, él no los puede aceptar, y se debate en lucha entre la literatura y el casamiento.

Lucha es otra categoría que agregamos al amor, al deseo, al detalle, a la soledad. Kafka le ha escrito a Felice: “Creo que nadie en el mundo ha luchado jamás por una mujer como yo he luchado por ti. Desde el comienzo, siempre cada vez, y quizá para siempre”. Si tomamos el Diario, también leeremos de Kafka: “En épocas de paz no adelantas nada; en épocas de guerra, avanzas desangrándote”. Kafka eligió la época de guerra, y así avanzó.

En el Diario, refiriéndose a Felice, cuando la conoce en la casa de Max Brod, el mismo día en que la conoce, en agosto de 1912, escribe en el Diario acerca de ella: “Un rostro vacío que exhibe abiertamente su vaciedad”. Repite esta frase con variantes en el Diario en sus cinco años de noviazgo. No es una frase aplicable a un rostro amado. Pero es una excelente muestra del estilo kafkiano. Un rostro lleno de nada, pero por eso mismo capaz de llenarse con todo el amor de Kafka.  Y como ocurre casi siempre, la consistencia, la integralidad, la vida propia de Dulcinea del Toboso se cumplen en las alucinaciones y en los fantasmas de Don Quijote. El nombre real será Aldonza Lorenzo, la misma que le dice a Max Brod, después de cinco años de noviazgo y de 500 cartas: “No sé de qué se trata”. Y se trata de Kafka.

Un poco más atemperada será la relación de Kafka con Milena, la joven checa, de la cual también se han conservado las Cartas a Milena, y no las cartas de Milena a Kafka, que se han perdido, o se han roto. En estas cartas encontramos a un Kafka más calmado, más transido. Con Felice se muestra muy celoso; con Milena, no. O sí, pero no tan celoso. Precisamente en un momento de la correspondencia con Milena, ella le dice que él está celoso y que eso la mortifica, que él lo hace a propósito para mortificarla. Kafka le responde que él no está celoso, en base a la siguiente argumentación: El mundo, Milena, es tan diminuto, y tú y yo somos tan gigantescos, que no hay nadie más. Entonces, de quién podría estar celoso?” Pero más adelante, Kafka se muestra celoso. Él mismo se lo dice: “¡Pobre Milena!, éste es el que no era celoso. Ya ves, me vas conociendo”.

Soledad era una de nuestras categorías. En una carta a Brod, Kafka le dice: “Ayer, de pura soledad, me llevé a una prostituta a un hotel. Era demasiado vieja para seguir siendo melancólica. Y sólo le apenaba que los hombres no fueran tan cariñosos con las prostitutas como lo son con sus amantes. Y no la consolé porque ella tampoco me consoló”. Soledad, y búsqueda de las prostitutas. Las prostitutas no solamente eran buscadas por Kafka y Brod cuando se iban de viaje, a París, a Suiza, al norte de Italia o a Weimar, cuando fueron a visitar la casa de Goethe; también en Praga, y en las calles frecuentadas por las prostitutas. Kafka en ocasiones se llevaba a una prostituta a un hotel, y en ocasiones simplemente la contemplaba. Creo que la prostitución habrá de ser también otra categoría para nuestra concepción de Kafka.

En cuanto a la prostitución en relación a la soledad, se ha observado justamente que la relación con figuras femeninas que aparecen en las obras que Kafka llamaba historias, está hecha como si las mujeres fueran prostitutas, y que tienen una función respecto del héroe. En El proceso, Leni, enfermera, enfermerita del abogado al que debe consultar Josef K., es una suerte de prostituta. Y sobre todo en El castillo, Frieda, la mesonera. Son mujeres toscas, arrabaleras, embrutecidas y compulsivas, y, con expresión de Kafka, “que siempre están pensando en los pequeños horrores del momento”, y de las que emana, en la descripción de Kafka, “un olor amargo y excitante, como de pimienta.”

Frieda, desde luego, es Milena. Todos ustedes conocen la importancia de los nombres propios en Kafka. Hay que descifrarlos. Milena y Frieda. Frieda es Milena; tienen la misma cantidad de vocales, la misma cantidad de consonantes, y el orden de las vocales en estos dos nombres es el mismo. Esto fue corroborado por Brod y por Wagenbach.

Además, el nombre Frieda evoca paz y quietud; se relaciona con el alemán Friede: paz y quietud. Y Kafka ya le ha dicho a Milena que ella es fuente de paz y quietud para él.

Estas relaciones con mujeres presentadas como prostitutas, constituyen por lo común para el héroe un obstáculo. Parecen ofrecer ayuda, pero finalmente constituyen un estorbo, una dificultad, un motivo de angustia, de desdicha y de frustración para las metas que por el momento se propone el protagonista. Leni es la enfermerita del abogado, y por acostarse con Leni, Josef K. pierde la oportunidad de entrevistarse con el abogado que podría ayudarlo en su proceso. Frieda es la amante del poderoso señor Klamm. El nombre en alemán es “rígido”, “estrecho”, y evoca deliberadamente al marido de Milena. Cuando Kafka y Milena se conocen, él tenía 38 años y ella 24. Milena residía en Viena. La correspondencia es entre Merano, una colonia naturista -a Kafka ya se le ha diagnosticado la tuberculosis- y Viene, donde reside Milena. El marido de Milena se llamaba Ernst, palabra que en alemán significa “seriedad”, “gravedad”. Así que se emparenta con el nombre del señor Klamm, del cual Frieda era servidora. La relación de K en El castillo con Frieda se realiza en un estado de inconciencia, o de semi-conciencia: ruedan por el suelo, en donde permanecen horas abrazados. Es una especie de seducción en lugares extraños. Es precisamente una relación con prostitutas. Una de las ayudas que busca Josef K en El proceso se la puede brindar un sacerdote. Josef K se entrevista con el sacerdote, quien le cuenta la famosa leyenda “Ante la Ley”, que Kafka retomará en Un médico rural. Hay variantes en ese capítulo de El proceso de la leyenda “Ante la Ley”, y finalmente, el sacerdote lo despide sin proporcionarle la ayuda que Josef K espera, y el sacerdote le dice: “La justicia nada quiere de tí. Te toma cuando vienes, y te deja cuando te vas”. La justicia es una especie de prostituta.

La leyenda “Ante la Ley” es la del campesino que pretende entrar en la ley, o sea legalizarse, reglamentarse. El campesino pretende entrar en la ley. Diríamos que ésa es la meta a la que aspiran todos los protagonistas de las historias de Kafka. Pero hay metas? Sí, según Kafka hay metas. Según la frase de Kafka en el Diario: “Hay metas; lo que no hay son caminos. Llamamos caminos a nuestras vacilaciones”.

En 1911, Kafka tiene una entrevista con el entonces itinerante teósofo y antropósofo Rudolph Steiner, que está en Praga dando una de sus ocasionales conferencias. Kafka se entrevista con Steiner y le habla contándole sus propias experiencias. Kafka le dice que tiene momentos en que experimenta una gran clarividencia, en los que se siente que no sólo llega a los extremos de sí mismo, sino también a los extremos de la humanidad. Clarividencia será otra categoría que agregaremos a nuestra comprensión, a nuestra apropiación de Kafka. Aquí enlazo clarividencia con su opuesto, enajenación. Amor, deseo, detalle; y el amor y el deseo dirigidos en el detalle. Deseamos los detalles, amamos los detalles; saciar, colmar nuestro deseo en los detalles. Y lucha, soledad, prostitución, clarividencia y enajenación.

Milena ha correspondido a esto, a esta clarividencia de Kafka. Se dice que Milena es la mujer que mejor llegó a conocerlo; se dice que Felice no lo entendió en absoluto. De todas maneras, algo debe haber entendido Felice. Luego de la separación definitiva con Kafka, Felice, en 1917, al cabo de un año se casa, tiene hijos, es una exitosa esposa, una exitosa madre, y una exitosa empresaria. Culmina su carrera de empresaria justamente vendiendo las 500 cartas que conservó, a un editor neoyorquino por una corpulenta cantidad de dólares en 1958. Diez años tardaron los dos redactores, cuidadores, como se dice en alemán, los preparadores alemanes, en ordenar el material. Muchas cartas no tenían fecha. Diez años tardaron en preparar para la imprenta esa edición de las cartas a Felice, y recién en 1968 salen las ediciones inglesa y alemana, y en 1978, sale la traducción castellana.

Milena, la mujer que mejor llegó a comprenderlo. También podemos leer en el Diario la siguiente frase: “Si tuviera alguien que me comprendiera, si tuviera una mujer que me comprendiera, eso sería tenerlo todo; tener a Dios”.

Amor y deseo por los detalles. Los detalles son lo circunstancial, lo patético. Son el contenido también. Para quien desee tener una muestra clara del interjuego entre el deseo y los detalles, puede releer el cuentecillo “Una confusión cotidiana”, de una fuerza humorística irresistible. Milena en una carta a Brod le dice: “Todos nosotros tenemos, al menos en apariencia, un refugio en y con el cual protegernos. Sea una mentira, sea el pesimismo, sea el optimismo, sea una convicción, o cualquier otra cosa. Pero él (Kafka), no tiene refugio alguno. Vive en el mayor desamparo. Es tan incapaz de mentir como de  emborracharse. Su ascetismo no tiene nada de heroico, lo que lo hace más grande y elevado. Todo heroísmo es cobardía y mentira. No es un hombre que usa su ascetismo como un medio para un fin. No, es un hombre al que su terrible clarividencia, su pureza y su rechazo de toda impostura lo llevan al ascetismo”.

Kafka le dice a Brod, hablando de Milena: “Es un fuego vivo, como jamás he visto, pero a la vez, delicadísima, graciosa, y todo lo arroja en el sacrificio; o mejor dicho, todo lo ha adquirido por medio del sacrificio”.

Clarividencia y enajenación. Leemos en el Diario de Kafka: “ Nada me falta. Sólo me falto a mí mismo”. ¿Qué falta será ésta? ¿La falta de ser tal vez? ¿Esta faltancia de sí mismo será quizás lo que podemos llamar, lo que yo propuse, como pareja de opuestos de clarividencia-enajenación?

Volvamos a la lucha, así introducimos otra categoría: el mundo. Con respecto a la lucha, habíamos dicho que nadie jamás había luchado por una mujer, como Kafka por Felice; que en épocas de guerra avanzada desangrándose y en épocas de paz no adelanta nada. En una reflexión de sus Reflexiones sobre pecado, sufrimiento, esperanza y el camino verdadero, leemos: “En la lucha entre tú y el mundo, apoya al mundo”. También a Felice, en una carta le dice: “Mi obligación sería salir fuera de mí mismo, unirme a tí, y combatir contra mí.” Si en la lucha entre tú y el mundo, hay que apoyar al mundo, entonces hay que luchar contra mí mismo. Hagámoslo un poco más complejo, que creo que lo merece. Es luchar a la vez por y contra el mundo. Kafka realiza esta lucha a través del lenguaje. Una de las últimas amistades de Kafka es un joven llamado Gustav Janouch, quien en 1920 tiene 18 años y visita a Kafka en la oficina. Años después publica un libro de recuerdos titulado Conversaciones con Franz Kafka. En una de esas conversaciones, Kafka le dice: “El lenguaje es nuestra eterna bienamada”; yo, Correas, agrego: no “nuestra eterna bienamante”. Y agrego también que el lenguaje es nuestra eterna biendeseada, aporte mío que probablemente Kafka..., en fin, no sé qué haría Kafka. Y si tomamos el deseo por los detalles, acá tendremos entonces un vínculo que nos permite ver desde otra perspectiva, algo que siempre se ha observado sobre Kafka; la extraordinaria capacidad de Kafka para verter el detalle; su observación y actualización del detalle a través de la palabra. El lenguaje es nuestra eterna bienamada, biendeseada; pero no nuestra eterna amante, ni deseante. Es un amor no correspondido. Y un deseo que se enrosca, más bien en crispación, sobre sí mismo.

Acerca del amor, Kafka ha dicho que es el constante deseo de morir y a la vez el constante deseo de seguir resistiendo. Como si el amor fuese constituido por estos dos deseos: el constante deseo de morir, pero que por sí solo no puede bastar para constituir el amor, sino que es el deseo constante de morir y a la vez el deseo constante de seguir resistiendo. Esos dos deseos, íntimamente vinculados, constituyen el amor. Detengámonos en la categoría del amor; después volveremos a clarividencia y enajenación. Dice Kafka en el Diario: “El gesto de rechazo que por siempre ha suscitado no es el que se expresa diciendo ‘No te amo’, sino el que se expresa diciendo ‘No puedes amarme por más que quieras. Solamente puedes amar el amor que sientes por mí, pero el amor que sientes por mí no te ama’”. El rechazo que inspira Kafka, según él, no es el que se expresa diciendo “No te amo”, sino que es como si le hubieran dicho “No puedes amarme porque solamente puedes amar el amor que sientes por mí, pero amor no te ama”. Ese amor, entiendo yo, es el del lenguaje. Es el amor que construye, el amor-verdad por Felice, que construye o inventa. Y el lenguaje es nuestra eterna bienamada, pero nuestra eterna bienamada no nos ama. Así es el lenguaje. Es amor. Pero, ¿qué más fuerte y qué más débil, y qué más sospechoso que el amor?

¿Qué otra función puede tener el lenguaje en esa actualización que hace Kafka del detalle y del gesto? Y en todos los casos sin perder el asombro que provoca la extrañeza del estilo kafkiano.

En la lucha entre tú y el mundo, hay que apoyar al mundo para que más allá de las apariencias logremos desentrañar al mundo en lo que el mundo es, como tal. En una famosa declaración de noviembre de 1917 dice Kafka: “Todavía puedo encontrar una satisfacción momentánea en obras como Un médico rural”. Es un libro dedicado al padre, del que aún no hablamos. El padre que, como de costumbre completa sus veladas de trabajo jugando a las cartas con la madre, cuando su hijo le entrega el libro le dice: “Dejálo en la mesita de luz”. Seguimos con la declaración de Kafka: “Todavía puedo encontrar una satisfacción momentánea en obras como Un médico rural, pero felicidad, sólo podría encontrarla si escribiendo, logro elevar el mundo hasta lo puro, lo verdadero, lo inmutable”. Elevar el mundo a través de la escritura hacia lo puro, lo verdadero, lo inmutable, es la meta. No hay caminos “lo que llamamos caminos son nuestras vacilaciones”. El mundo tiene máscaras y hay que elevarlo a través de la literatura a lo puro, lo verdadero, lo inmutable. Uno de sus aforismo sobre el pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero, dice: “No es necesario que salgas de tu casa, quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera simplemente. Ni siquiera esperes, quédate totalmente quieto y solo. Entonces el mundo te ofrecerá desenmascararse ante ti. No puede evitarlo: extasiado, se retorcerá en tu presencia”. Mundo tiene que ser otra categoría que agregaremos a nuestra lista. “El mundo te ofrecerá desenmascararse ante ti”: ésta es la tarea del intelectual, del escritor. Así lo podemos interpretar en una tentativa.

Clarividencia y enajenación. Algunas narraciones de Kafka, o algunos momentos de las narraciones de Kafka, ocurren en un día domingo. Por ejemplo a Josef K, en El proceso, se lo cita a una audiencia en un tribunal, se le indica el lugar, pero no el día ni la hora. Así es como Josef K decide presentarse por su cuenta, y elige un domingo. El tribunal no es el palacio de justicia; es una casa de inquilinato que está situada en las afueras de la ciudad, y donde la presumible sala de audiencias tiene un techo tan bajo que los que van para estar en ella, llevan un almohadón para no golpearse la cabeza contra el techo. Esta es una estructura onírica. Ocurre en un día domingo. La condena, que termina con el suicidio del protagonista, ocurre en un día domingo. El domingo es un día de pausa, de recogimiento, ideal para volverse sobre uno mismo. Pero como está comprimido entre días de trabajo, se hace patente, por lo menos para el domingo de Kafka, el desorden de la vida interior y el desorden de la vida de aquel a quien el tiempo no le pertenece: enajenación. Digo, a quien no le pertenece el tiempo, y no el ser o la vida, etc., porque estamos hablando de domingo, de días, de períodos de tiempo. Hay una pesadilla del domingo. Algunos de nosotros la conocemos: vivimos ese instante de respiro como si fuera una pesadilla. Otra pesadilla relacionada con la del domingo es la del despertar. Tenemos clarividencia y enajenación, y el domingo y el despertar. Recuerden conmigo el comienzo de La metamorfosis: “Al despertar, Gregorio Samsa, una mañana, tras un sueño inquieto, se encontró en su cama, convertido en un monstruoso insecto”. La prosa es muy clara. Jamás encontraremos una palabra rebuscada o extravagante en Kafka, en absoluto; ni un sólo neologismo. Kafka trabaja en alemán con palabras vulgares, simples; la estructura, la sintaxis es cristalina. Algo nos inquieta, desde luego: despertarse convertido en un monstruoso insecto, pero más profundamente, la inquietud del despertar: “Al despertar, Gregorio Samsa...”. La frase sigue, y ese despertar quedó ahí. El despertar: ¿qué ocurre en ese tránsito entre el sueño y la vigilia?; como si la realidad del sueño, la realidad onírica se fuera disolviendo al mismo tiempo que la realidad material o física se va constituyendo, pero está todavía en fragmentos, que se superponen, se transponen unos a otros. Son los momentos en que todo es posible, incluso la metamorfosis. El encontrarse convertidos en un monstruoso insecto. ¿Qué ocurrirá si damos otra vuelta de tuerca y hablamos del despertar de un domingo? Entonces tendremos una pesadilla por partida doble. Los despertares del domingo; momento de horror, que puede desembocar en el suicidio, como en La condena.

Hemos compartido frases de Kafka, compartamos ahora un cuento breve: “El buitre”; la traducción esta vez sí, es de Borges.

“Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado las botas y las medias, y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo. Volaba en círculos inquietos alrededor, y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato, y me preguntó por qué toleraba yo al buitre. 
Estoy indefenso le dijevino y comenzó a picotearme. Yo quise espantarlo, y hasta pensé en torcerle el pescuezo. Pero estos animales son muy fuertes, y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies, que ahora están casi hechos pedazos.
No se deje atormentar dijo el señor, un tiro y se acabó el buitre.
¿Le parece? Pregunté, quiere encargarse usted del asunto?
Encantado dijo el señor; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, puede usted esperar media hora más?
No sé le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí: Por favor, pruebe de todos modos.
Bueno dijo el señor, voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora ví que lo había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba”. 


Tomado de : LA CAJA N nº5, septiembre/octubre, 1993.
El texto es una desgrabación de la conferencia que el autor dió en el Colegio Argentino de Filosofía (CAF).



12.12.15

Apuntes sobre un silencio atroz, por Emiliano Scaricaciottoli


El violento oficio de la crítica literaria en la Argentina
Conseguite un trabajo honesto. (Pappo a DJ Deró, Sábado Bus, 2000)

“Yo escribo, no hago papers”

Uno tiene que remontarse muy atrás en la historia mayúscula (aquella que queda documentada, la que se estudia y se repite) para observar un evento, un horizonte de eventos que desplieguen discusiones reales (y públicas) en y entre la crítica literaria en nuestro país. Aunque el “nuestro país” siempre suena inconmensurable-caracterización que de tan cierta se hace siniestra, pensando en Sarmiento- y mentiroso. Hay una bondad en la esfera pública de la crítica que todos-ocupemos el espacio que ocupemos en el engranaje de hacer y decir literatura- compartimos: hace tiempo que no pasa nada.

En ese remontar azaroso y arbitrario uno recuerda un diálogo de sordos que disparó Ludmer en su artículo
“Las literaturas postautónomas” (2007), mismo año en el que El Interpretador tuvo un digno espacio de intervención en la orilla virtual de la arena  de la crítica literaria-joven, generacionalmente joven, por cierto, al haber sobrevivido la sequía de los noventas, de Los Años 90- y mismo año en el cual se publicó Montserrat, obra jodida de Daniel Link. Jodida por las entradas: pueden ser múltiples, ya no monádicas sino poliplánicas. Si bien, el recorrido se hace más tentador horizontal y subterráneamente, la entrada al barrio convencional es una entrada de estructura, económica y sin demasiadas inflexiones de la imaginación pop. Corroída por la blogósfera, el excesivo (¿?) paisaje post industrial del ferrocarril Roca en, pienso en voz alta y rápido, Washington Cucurto, la estallada sintaxis que había dejado el 19 y 20 de diciembre, algún muerto-seguramente para ella, que no es Ella- en Puente Pueyrredón, en fin, esta pobreza de la experiencia literaria que para Ludmer se volvía ilegible y postautónoma: “Estas escrituras  no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura. Y tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción. Se instalan localmente y en una realidad cotidiana para ‘fabricar presente’ y ése es precisamente su sentido (…) porque aplican a ‘la literatura’ una drástica operación de vaciamiento”.  Selci e Iglesias en El Interpretador le cantan un retruco que nunca vuelve y que explica el recambio generacional que aun hoy no se quiere admitir en los claustros de profesores y de graduados en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, al menos el caso que conozco y del cual puedo hablar. El retruco que le cantan queda obliterado por una payada de sordos, porque jamás una Señora va a responderles a un grupúsculo de escritores que encima osan hacer crítica literaria a espaldas de la universidad-aunque su comité de redacción ya estaba en ella, que insisto: no es Ella-y a espaldas de la Comunidad del Anillo, de cierta rancia y obsoleta mecánica de provocar lecturas y unidades (contenidos) dentro de los programas de la carrera. Inventar un problema donde  no lo hay y luego, a duras penas, renegar por los imberbes que trabajan sobre ese problema que uno creó. Ese afán sectario de la crítica en la Argentina es producto de una confusión, o mejor aún una co-fusión entre crítica y docencia que liquidó o cooptó a una buena parte del underground de la primavera kirchnerista. El Interpretador fue, en sí, una expresión de esa primavera para toda una generación de estudiantes de Letras-entre los cuales me enlisto- que pensó no solo otras plataformas de debate e intervención, sino también otro circuito de circulación de ese saber (por ejemplo, los ENEL) (1). Entiéndase, sostienen Selci e Iglesias: “Ludmer no se equivoca al decir que ya no hay literatura autónoma; se equivoca cuando pretende que existió alguna vez fuera del recortado marco de su metodología.   Una cosa es “usar el blog y hablar de arquitectura de Buenos Aires” (lo que hace Link), otra muy distinta “usar el blog y pedir la renuncia de Julio Grondona como titular de la AFA, remanente calamitoso de una generación en retirada” (lo que Link no hace). Montserrat no alude a los medios comunicativos y a lo “realficticio”, sino a la imposibilidad de una crítica sin proyecto, sin un para qué que logre movernos hacia alguna cosa”. Lo inabarcable poliplánico en el sentido semántico y en el topológico de la obra de Link suele generar esa imposibilidad totalizante y decimonónica. Lo que está fuera de recorte y sistematización en los realismo(s) que lee Ludmer es, justamente, la base programática, de una escritura que incorpora a la serie de lo real-la determinación económica y social de las prácticas del lenguaje-, como dice Ludmer (y en ese sentido acertadamente), lo virtual, lo potencial, lo mágico y lo fantasmático. Indefectiblemente esta incorporación no sistemática, oblicua en términos de Lezama Lima, es muy típica del neobarroco por su referente estallado, pero a decir verdad, no es novedosa en la historia de la literatura de los últimos 60 años, de Cortázar hacia aquí.

El problema en sí no es Link ni la potencial imposibilidad de Ludmer ante esos textos sino el diálogo vacío por una operación de la crítica. De repente, nos encontramos haciendo crítica con las mismas armas que se nos prohíben dentro de la carrera de Letras: el ensayo, la crónica, la coda, la narrativa. No es tampoco un problema paradigmático: no hay relevamiento ni supresión de una comunidad científica. Cuando me referí a la Comunidad del Anillo no lo hice por freak. Si uno recuerda cómo se conforma dicha comunidad en la obra de Tolkien es porque tenemos un problema y no sabemos cómo resolverlo. Quizás, el miedo a la extinción es el problema. Quizás, la extinción sea natural. No lo sé, ni me importa, pero en término de operaciones de la crítica, docencia y escritura confabularon para marcar un cerco, una propiedad privada de quién abre y quién cierra los problemas, las discusiones. Allí donde Ludmer encontró una imposibilidad-de lectura y de escritura-, El Interpretador encontró un evento. De pronto, algo pasa, diría Vitico en  “No pasa nada en esta ciudad “(Macadam 3…2…1…0, 1981): “No pasa nada en esta ciudad/es tan difícil decir la verdad, / nadie responde, todo se esconde…”. La falta de respuesta, sin embargo, fue proclive a una proto comunidad de aquellos que habían estudiado con Ludmer y decidieron abrir el camino yuppie de la post autonomía. Vieron por dónde pasaba el negocio de lo que ella-que, repito, no es Ella- no podía leer. Graciela Speranza dio un hermoso seminario  en 2010 sobre eso que ella llamaba “Nuevas estéticas urbanas…” y el título seguía (suponiendo que lo “nuevo” era realmente nuevo, sorpresivo, sublime en términos románticos) “Ficciones y arte argentinos en la ciudad informe”. Lo “informe” de la ciudad quedó entre Jitrik, Rama y Aliata, y siempre es interesante de leer. Al problema Speranza lo redujo con “Ficciones y arte…”. Seamos buenos entre nosotros, como decía Nicolás Rosa y luego Horacio Pagani, y observemos que mientras El Interpretador quiere hablar de literatura, o de escritura (y aquí empieza la milonga), Speranza lo marida con ese vicio paranoico de pervertir a la literatura con alguna obra permanente o itinerante del
MALBA. Los programas de la crítica, y aquí valdría la interrogación,  terminan siendo los programas de los seminarios y las materias que no intentan pensar si hay o no crítica literaria en la Argentina. Porque si la respuesta es “sí”, evidentemente todo lo que se propone desde la academia es un complejo de estrategias en el cual uno desaprende y olvida, por necesidad, toda posibilidad de sentarse a escribir. Si todo termina en una “monografía” miserable que reponga un estado de la cuestión (es decir, un problema que observó la comunidad científica y que en todo caso el alumno repone) o en una codificación perfecta de lo que se discute, allá afuera y hace tiempo, la escritura pasa a un segundo plano. Ni crítica, ni escritura, ni teoría, ni nada. Ahora, si la respuesta es “no”-“dime que no y me tendrás pensando todo el día en ti”, algo que Arjona y la comunidad científica de la crítica y la docencia en la carrera de Letras tienen muy en claro- les cabe el gorro frigio de los calvos que muchos llaman “estudios literarios”. Entonces el problema de lectura que tiene Ludmer encaja muy bien con esta imposibilidad de pensar la literatura argentina por fuera de lo que se enseña. No es enseñable, no se puede trasmitir o le ponemos “arte” para que todo cierre.

Ni una cosa ni la otra. Aun, esa asociación institucional entre docencia y crítica sigue debatiéndose subterráneamente-aunque la topografía de lo que se lee como crítica sea lo que se enseña y luego se copia y se pega en un libro que solo la Comunidad del Anillo hace circular- y no se ha saldado. Si un grado de especificidad se ha perdido con la desolación de Smaug (el estructuralismo) y una necesaria reclusión en los estudios culturales o en cuanto post marxista (que se presenta como originario, como nativo pero con un programa social democrático y lacaniano, como
Žižek) aparezca, delimitan el territorio nostálgico de la teoría literaria y su primera persona a la hora de escribir es porque se ha creado una ilusión de cientificidad que poluciona en las nocturnidades con eso que llamábamos poesía, ensayo o novela. Que llamábamos: acción pretérita y finalizada en el pasado, puesto que la post autonomía borró las fronteras de lo legible. Me pregunto qué sucede entonces con la escritura, ya no con la lectura sino con la escritura. Prefiero, monstruosamente, volver sobre aquella entrevista que Nicolás Rosa brindó en julio de 1998, con motivo de su visita a la Universidad Nacional de Tucumán  para un programa local malísimo conducido por María Blanca Neri llamado “Los juegos de la cultura”. Si usted lo youtubea, lo encuentra. La pregunta de Neri es muy sencilla y yo la reformulo: ¿Por qué a usted no lo llaman “escritor” o, en todo caso, escribirá usted, Doctor Nicolás Rosa, como crítico o como escritor? Parece una broma pero aun hoy, insisto esquizofrénicamente, en el plano de nuestra carrera todavía corre la vulgata y  la máxima ideológica del “decidor”: si usted viene a la carrera de Letras para aprender a escribir, no es este el lugar. El “decidor” es muy respetado, hasta por quien escribe este texto, pero ha sido muy sectario a la hora de abrir la puerta de la Comunidad porque él mismo la conforma y la protege de El Interpretador o de quien sea-aunque él mismo haya publicado allí- que no entienda que los que escriben son unos pocos, los que hacen crítica solo aquellos que enseñan, y los que estudian, los que se presentan a becas. En fin, la respuesta de Nicolás es mucho más lapidaria: “Yo no hago papers, yo escribo. ¿Por qué la gente no me llama escritor?”. Sin duda alguna me he formado en una escuela o en una tradición, para que Trotsky no se enoje, que priorizó la escritura por sobre las posibilidades de la crítica, aun por sobre las posibilidades de hacer teoría literaria. Sigo siendo estudiante-puesto que ese fue el espíritu de los ENEL que rápidamente se perdió: los docentes no dejamos de estudiar y de investigar y seguimos siendo unos alumnos crónicos incurables- y le canto retruco a la falacia del “decidor” puesto que antes que ser un hacedor de textitos masturbatorios bajo el título de ‘informe monográfico’, prefiero claudicar en la marea de los que no expulsamos a los alumnos de la carrera y proponemos pensar la escritura de y desde un espacio institucional. Ya no pasa, como me decía Oscar Blanco cuando me llevó a laburar con él en el interminable Las Letras de Rock en Argentina…, sentirme parte del under, del Umbral (sic) al lado de Boquitas, al lado del comedor, al borde del subsuelo, no, claro que no. Yo escribo, pese-vuelvo a Nicolás- a la academia (2). ¿Por qué la escritura se ha marchitado en la lectura de los padres? ¿Qué deseo tan macabro de solemnidad puede conmover a cierto sector del alumnado de la carrera que siente el trabajo de la crítica como el deseo del Otro, como la voz del ausente, como una mutilación peneana angustiosa, como una herejía innombrable? ¿Por qué Puán se ha convertido en Hogwarts? ¿Qué misterios guarda la cámara secreta en la que la Comunidad evalúa el placer moquiento y adicto de cientificidad radicado en el cadáver de la escritura? ¿Qué simulacro de honestidad debe rehabilitarse en el relevamiento frenético de lo que se ha escrito? ¿Qué afán de totalidad se ha comido la gruesa y mota infamia de la filiación institucional como reina legitimadora de discursos, de mi discurso, de este? Si todo esto es la crítica, estoy en un despacho forense esperando la autopsia.

Fractura del silencio, íncipit crítica

La imputación de Pappo a
DJ Deró en aquel programa de la noche, fría noche de sábado que orquestaba el marido de Florencia Raggi, se debía a la necesidad de un regreso paranoico a lo artesanal. Trabajo versus lumpenismo. Aquel que se reconoce en la pulsión de una práctica y aquel que la economiza, es decir, el ilusionista. La imputación es, en definitiva, capital para pensar el problema de escribir en y para la academia. Ese sudor que implica la escritura ha migrado al sudor de rastrear mitos de origen. O peor aún, de reproducirlos. Cuando pensamos en hacer crítica la imagen acústica te reenvía-y en este sentido es muy alegórica y benjaminiana, al mismo tiempo- a un lugar difuso: ¿qué pretende usted de mí? ¿Escribir sobre otro es dejar de escribir? ¿Pensar la escritura del otro es sacrificar el carácter ficcional de mi propia escritura? La tecnificación ridícula de cierto sector de esta comunidad-que solo puede pensarse desde adentro y cuantitativamente puesto que quien más escribe es quien más enseña, o al menos gana un lugar reificado de enseñanza dentro de la carrera por su sed de acumulación tasada en papers- ha devaluado el peso de la escritura dentro de esa operación ya difusa que llamamos crítica literaria. Ahora, hablemos de signaturas. No vale preguntarse qué es la crítica, sino cómo es la crítica. Los índices de modalidad son las texturas, los detalles, ese afano amoroso que le hacemos a la narrativa cuando ya no sabemos si estamos escribiendo sobre otro objeto-supongamos, sobre Borges, que viene bien además para pensarlo como un “coso” que de tan institucionalizado y canónico uno no sabe de qué o quién está hablando-  o si estamos escribiendo sobre nosotros mismos a partir de ese otro objeto. Esa distancia acrítica, justamente, es la que requiere la comunidad y que yo no estoy dispuesto a hacer puesto que aún me queda un algo de dignidad. Es como cuando un NN, cualquiera, te pide que bajes la voz. Si ni a los propios padres biológicos uno ha respetado a la hora de dosificar silencios y gritos, cómo pudimos retroceder tantos casilleros y merecer el olvido de la escritura. En efecto, la crítica es una operación de violencia sobre ese otro objeto y sobre la fundación de ese objeto en los colchones institucionales. Hay una cierta cordialidad, un estado de bienestar entre los afiliados a la comunidad que el silencio no pudo edificarse sino atroz.

El display de hermandad es parcialmente violado en un diálogo interesante que Nicolás Vilela y Florencia Minici mantienen en “Crítica y despolitización” (Mancilla, 07-08, 2011) y que tendríamos que reactualizar. Porque las preguntas que se hacen, angustiosas preguntas, implican problemáticas del presente continuo, del estado paupérrimo en el cual la carrera de Letras se piensa a sí misma como una máquina expendedora de boletos o avales. Y me interpelan porque homologan crítica y escritura sobre la raíz de tres problemáticas muy concretas: 1) ¿Qué lugar ocupa la teoría dentro de la escritura crítica? Siempre, claro está, suponiendo que la crítica infiera una operación de la teoría; 2)  ¿Qué efectos del subsidio a la investigación académica recepcionamos luego de diez años ininterrumpidos de becarios proliferantes y precarizaciones rizomáticas? ¿Ha contribuido esta política a la escritura o a la cientificidad de la misma?; 3) ¿Podemos pensar una crítica argentina, luego de Viñas, luego de Ludmer, luego de Piglia? Decía Link y ellos reformulan: ¿cómo leer, después?

En relación a la primera problemática, quisiera irme a otro número de Mancilla, a un texto polémico y silencioso (no silenciado, guarda) de Fermín Rodríguez titulado “Los usos de la crítica” (Mancilla, 09, 2014). La interrogación sobre la crítica es, para Rodríguez, reconocer la “Tensión por un lado con la palabra desapasionada de la academia, guardiana del patrimonio y del pasado nacional…” (Rodríguez, 2014: 90). Efectivamente, reconocer ese lugar de enunciación es reconocer la patología dentro de la cual uno funciona. Porque Fermín Rodríguez no podría decirlo por fuera de la propia academia. Sirve, en todo caso como trabajo crítico, si uno se instala y se ubica dentro de una serie de producción. Y acá está el problema: en la carrera de Letras la poiesis es una fantochada aristotélica. No se discuten poéticas (con las minúsculas que le placen a las literaturas comparadas, es decir micropoéticas) sino lecturas sobre esas poéticas, que casualmente claudican en problemas de género (con las mayúsculas que también le placen a las mismas…). Y nunca ese género es la crítica, puesto que pensarlo como tal sería sublimar el peso de la narrativa rectora, de la ficción proletaria, del falocentrismo que impone la novela. Si la crítica ocupa un lugar en las librerías, un lugar físico, ¿cómo no va a ocuparlo dentro de los planes de estudio? ¿Cómo pensar la literatura por fuera de la crítica? O peor aún, ¿cómo no discutir si el bostezo de la academia frente a la literatura es, efectivamente, una operación crítica? Suelo inclinarme, como Fermín, por las relecturas. Cuando él levanta El país de la guerra de Martín Kohan está levantando un movimiento de reescritura mal visto en un parcial domiciliario. Curiosamente, no es Kohan el que lo censura. Él puede moverse con total libertad dentro de esa jerarquización de la escritura por sobre los relevamientos inocuos de los moderadores de tesis, los doctorandos, los topos. El problema no es Kohan, ni Rodríguez, el problema se haya en esa consigna de comprobación de lectura  que todo alumno de la carrera padece. Y acá no nos importa si hacemos teoría, historia o crítica literarias, porque en definitiva hay una discusión mucho más grave que es el lugar de la escritura. Desde un estertor locativo podríamos decir que Kohan hace crítica porque se permite la reescritura y fulanito aprende con Kohan a hacer monografías porque tiene que citar a Benjamin. Es un ejemplo, un simple ejemplo de lo que sucede.

Miguel Vitagliano en Perspectivas actuales de la investigación literaria (2011) (3) pone en cuestión el simulacro de cientificidad con la que muchos de su generación tuvieron que estudiar. Revive una anécdota que involucra el concepto de “estudios literarios” que sostiene Mignolo al homologar teoría literaria, poética y teoría de la literatura dentro de un campo de prácticas científicas. Una literaturología. Hasta acá aguanto-banco, defiendo, levanto- las argumentaciones de Vitagliano para destruir esa pretensión metodológica de Mignolo y resignificar una frase nominal tan amplia como “crítica literaria”. Coincido además con Vitagliano-que no es más que coincidir con toda una tradición, con un linaje, con una genealogía que abre Nicolás Rosa en nuestro país, y que seguro no fue el único aunque sí el más estridente de todos los traductores y lectores de Crítica y Verdad en la humedad pampeana- en violar el mito de origen, desinstalar a los padres e inaugurar un tragema: “…podríamos cambiar el mito de origen: esto también es una posibilidad. Al fin de cuentas es lo que hace el investigador, cambiar de lugar o disolver lo que hasta ese momento era tomado como origen o principio.” (Vitagliano, 2011: 175). Lo corrijo: no es la tarea del investigador, en la tarea del crítico. Es la violencia de la escritura, en su inflexión crítica, la que permite hallar belleza en esa violación nunca vista. Pero nos gusta Viñas, hemos aprendido a mentir muy bien. ¿Por qué negarlo? Lo negamos, casi siempre, como a un Cristo cualquiera, porque tenemos que ganar becas o porque hay una confabulación de cortesía para sostener a la comunidad. Un humanismo extemporáneo. La regla de permanencia implica el gesto halagador que no es homenaje, porque si lo fuera lo destruiría. Eso se llama: re-se-ñar. Aprendemos a re-se-ñar el deseo del otro.  Lo hizo Panesi con Jitrik en su Historia Crítica de la Literatura Argentina (artículo publicado en la revista Espacio n° 26, octubre-noviembre 2000); lo hizo María Pía López con Walsh (en esta misma revista, El Matadero, n° 1, 1998); lo hizo Nora Domínguez con la Biblioteca Crítica Hachette (Espacios, n° 4/5, noviembre-diciembre, 1986). Y puedo seguir.

Como decía Barthes, el crítico es creador de otra obra pero no necesitada; no es un bombero voluntario. Es un asesino, y serial. Perturba la cohesión de la comunidad porque intenta instalar otro mito de origen o, en su defecto y osadía, dinamitarlo todo. Vaciarlo, vaciarnos.

El segundo problema que instalan Vilela y Minici se refiere a un desborde del lugar que Vitagliano, justamente, le otorgaba al crítico: el investigador. La “hiperespecialización” y el viaducto neobarroso de las becas ha producido un miserabilismo muy poco digno de Castelnuovo. Un retorno eterno a un oro sin linaje, un ethos romano en palabras de Nicolás Rosa. La ficción de las becas creó un nuevo claustro, un nuevo actor, totalmente escindido de esa tarea tan “baja” que es dar clase de Lengua y Literatura en un colegio secundario. ¿Cómo un ingresante de la carrera de Letras podría rebajar su devenir a tan insignificante tarea en el mesianismo prometedor de la investigación científica? Es cierto, no podemos esconderlo debajo de la alfombra: la precarización con la que se levanta el becario en Callao y Corrientes, en su barricada con crema post solar (¿post autónoma?) en el reclamo de sus aportes y un “sueldo digno”, es un espejo de la precarización de su escritura. Resulta, en este sentido, bastante desafortunado el ejemplo de Minici y Vilela para pensar escrituras o aportes contemporáneos que puedan “desinfectar” (es este el verboide, es de ellos, no mío) a la teoría literaria de todo estudio cultural. Disiento. No es un problema de esencialismos, o de los fulgores del simulacro de Jena,  ni mucho menos de si la teoría literaria arrastra o no arquitecturas epistemológicas de otros campos. No es, como sostienen los autores, la revista Luthor el mejor ejemplo para pensar una jugada higiénica. Ars higiénica según Luthor: mezclar 200 mg.  de Bajtín, 1 cucharada de un titular concursado vivo, agitar y servir. El soberbio bancado por el Estado para re-se-ñar es mucho más peligroso que el soberbio infeliz que escribe para publicar por Clara Beter un ensayo sobre la influencia del heavy metal en la Argentina en los últimos treinta años.

La investigación rentada y la escritura están fuertemente divorciadas. Hay, si se quiere, en ese binomio, un grado institucional del cumplimiento, un disciplinamiento. Una ética burocrática. Una cuestión administrativa. No hay cópula, ni encuentro. Por eso, sostenía al comienzo que la docencia universitaria ha dañado la imaginación de más de uno. En un número de Espacios Piglia y Saer hacen que discuten (teatralidad que nos gusta por chusmas) o intercambian, a razón de una pregunta más que válida de Ibarlucía acerca de la relación entre la crítica y la docencia. Piglia responde: “Yo leía el otro día una frase de Don De Lillo, un novelista norteamericano que me interesa mucho, y él decía: ‘la enseñanza arruinó más escritores norteamericanos que el alcohol’”. Muy aplicable al muchacho criado en Adrogué y que todos reconocemos como crítico literario porque hasta Wikipedia lo dice. Entonces debe ser así; pero lo irrefutable acá es cómo se han distribuido los lugares de saber y los lugares de producción dentro de la academia y fuera de ella. Lamento la lectura de trabajos de tesis doctorales que publicándose no hacen más que servirme de “ayuda memoria”, puesto que no registran su registro-y no es un juego de palabras-, confinado a la enciclopedia de un saber específico, ni registran lo que sucede en el cuadrilátero del aula o de la cátedra, donde el auditorio se asemeja a los minions de Mi Villano Favorito. Esclavos de un submundo (como los puercos de Mad Max Beyond Thunderdome), pero que ahora le llaman adscriptos.

El tercer punto que señalan Vilela y Minici ya es una ilustración de ignorancia interna, puesto que realizan una oposición nac&pop, muy epocal, entre las producciones de la crítica que importamos y aquella nacional que, según los autores, elidimos. La dicotomía es falsa y me basta con recorrer las lecturas que rigen la organización del discurso académico actual para observar una focalización implícita en los padres territoriales. Por otro lado, pensar que lo “nacional” es “más y mejor” me espanta, contemplando el cuadro crítico-la epicrisis- de la crítica que hasta acá  vengo señalando. Me espanta aún más pensar que hay que actualizar las lecturas de Borges, que los críticos hacen de Borges, para “exportarlo mejor” (pueden chequear esta barbaridad en la página 151 del número de Mancilla que cito arriba). Pero si creían que esto era poco se equivocan. Vilela y Minici recurren repensar el canon con… ¡Autores del canon! Los ejemplos que ofrecen no ilustran, opacan: Lamborghini, Zelarrayán, Walsh. ¿Acaso no son canon? Actualizar una lectura del canon sería, primero, rediseñarlo. Correr ese mito de origen. Y ese desplazamiento es un costo político que nadie está dispuesto a correr. En todo caso, matar a Borges y poner a Boedo en la tapa del diario, nota central. No conozco a muchos que se hayan animado, pero basta saber que a Viñas y a Rosa no les costaba bancarse el costo político de excomulgar a los padres. Al menos por un rato.

En la tranquera de afirmaciones gratuitas y sedantes de los autores, se hace un reclamo insólito: la carrera de Letras no avanza curricularmente sobre el feminismo, los estudios postcoloniales, etc. No solo avanza: los ha quemado, reventado, implosionado. Quizás Vilela y Minici desconozcan el enorme trabajo de Silvia Tieffemberg, Susana Cella, Nora Domínguez y Laura Arnés, es muy probable. Para este caso, existe la fotocopiadora del Cefyl. Allí se consiguen los programas de los seminarios y de las materias.

El reclamo, de este lado, se ubica en una prótesis de la escritura que no tiene que ver con los objetos. Recientemente, sin ir más lejos, el seminario que llevamos adelante con Oscar Blanco sobre las letras de rock como material ontológico y literario, o los seminarios de Armando Capalbo, Cristian Palacios y Elsa Drucaroff, reivindicando objetos no convencionales, para la pacatería académica, sobre los cuales la escritura se piensa y se hace, indican que no estamos carentes de novedad en cuanto a los tópicos o recorridos de investigación que la docencia universitaria propone. Por el contrario, es el déficit de la escritura, vedette maldita, el que nos acongoja y molesta a un conjunto de renegados que insistimos en conformar grupos de escritura en función del deseo y no del subsidio. El gusto de los PRIG es el sabor de poder conformar equipos. Y en un medio tan individualista y hermético como el que se respira en Puán, es innegable el avance de estos programas de investigación y extensión universitarias para ganar un espacio bajo el violento oficio de escribir crítica, narrativa, en fin, de escribir. Que es lo que se extraña por el barrio.







(1) Encuentro de Estudiantes de Letras. Traducción que quizás aún hoy siga siendo necesaria para, justamente, aquellos profesores que han firmado avales en pos de la legitimación del mismo y no lo recuerden.
(2) “La función de la escritura es leer lo negado por la misma literatura-literatura es censura…”, Rosa, Nicolás. El arte del olvido y tres ensayos sobre mujeres, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2004, p. 13.
(3) Ciordia, Martín… [et al.], Perspectivas actuales de la investigación literaria, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2011.

12.4.15

La invención del judío, por Juan Bautista Ritvo


(Sobre El rechazo a los judíos, religión de Occidente, de Isabel Steinberg, Paradiso, 2014)

Este libro de Isabel Steinberg presenta dos caras, solidarias pero no confundibles. Una de ellas presenta al antijudaísmo de la religión de Occidente, como uno de los pilares que sostiene a esa misma religión. Por más que existan los llamados cristianos de buena voluntad, el antisemitismo cala hondo porque tiene su asiento literal en el llamado “Antiguo Testamento”, nominación que levanta la protesta del judío, condenado a contemplarse como el comienzo y la anticipación gris de la gloria del Nuevo Hombre del Nuevo Testamento.
Anexión que anexa la repugnante historia de la crucifixión de Jesús, tan avalada por un pueblo ignorante e idiotizado, más degrado aún si lo percibimos desde la óptica indiferente y desdeñosa de Poncio Pilatos. Bajo el estigma de “Antiguo Testamento” esos libros que son a secas El Libro de un pueblo, se convierten en letra muerta de una Ley sin piedad que debe ser reanimada de continuo por el soplo de su  purísima causa final.
La otra cara presenta repercusiones más difíciles de asir.
Si la religión imperial segrega, ¿cuál es el efecto de esta segregación? ¿ En qué incide sobre la identificación del judío; identificación que sueña la impenetrable identidad?
Sabemos que toda identidad de grupo, etnia, colectividad, incluso nación, es reactiva y opositiva, como para cumplir al pie de la letra con la sentencia de Spinoza: omnis determinatio negatio est.  Shakespeare acudió a Enrique V y a Falstaff para definir el espíritu inglés, pero no por casualidad lo hizo en el contexto de la guerra contra Francia.
¿Qué sería del mito francés de Juana de Arco sin el odiado verdugo inglés?
Desde luego: el judío (no el ciudadano israelí)  se caracteriza por vivir, desde la diáspora y en muy diversas circunstancias, como amurallado (y por veces literalmente cercado) en un territorio extranjero al cual lo ligan ambiguamente múltiples intereses.
Su particularidad llama a la universalidad y a preguntas suscitadas por alguien que sabe que el supuesto ecumenismo cristiano se funda en la exclusión de la judeidad y que los llamados emancipatorios apenas velan la extrema discriminación.
Quiero decir: es inevitable que el judío rechace las caracterizaciones cristianas que son todas, desde las más groseras hasta las más sutiles, desde la asimilación a una bolsa de mierda, hasta el reproche al judío que no comprendería el secreto de la salvación, expulsiones tanto del malestar como de la peste que acechan internamente al cristiano.
También es inevitable que al rechazar deba, forzosamente, apuntalar su ser judío de alguna manera.
Y aquí viene en nuestro auxilio una cita sin duda inesperada pero feliz que hace Steinberg de Borges según Foucault que repetiré –Borges según Foucault según Steinberg– por la luz que nos trae.
Cito:
“En Las palabras y las cosas, ese monumental libro de Focault, el autor reconoce su inspiración en un texto de Borges sobre cierta enciclopedia china (incluido en el “Idioma analítico de John Wilkins”), que, confiesa, ilustra, “una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo mismo y lo Otro”. Este es el fragmento de Borges citado:
Los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.
De este remedo de taxonomía es de donde Foucault parte para construir lo que llama “pensamiento en el límite del pensamiento”, o “imposibilidad de pensar esto”.

“Esto” es para mí la palabra “judío”.
Tribu nómada, secta religiosa, raza maldita”.

“La imposibilidad de pensar esto”, repito una vez más la frase. Borges, como  es sabido, jugaba con la arbitrariedad y la necesidad de cualquier taxonomía –y hasta se divertía con las paradojas de la autoinclusión.
Cuando el judío, cualquiera por lo demás, asediado por el cerco del llamado “particularismo” quiere sustraerse al dardo virulento y venenoso de la segregación, está obligado a forjar su  ser  judío como fuera. Y es indudable que la tradición, el mito, la historia, los diversos destinos de la diáspora, el ingenio de los intelectuales que transforma la desesperación en utopías y las utopías en destino eminente, proporcionan los recursos para construir categorías inconsistentes, dispersas, confusas y no obstante imprescindibles:
Se puede definir al judaísmo según la religión que rechaza la racionalidad irónica de la Mitteleuropa semita que era a la vez hondamente europea; se puede exaltar la cultura del desierto palestino y al estado de Israel como causa final del judaísmo; se puede construir un judaísmo laico que reza a un dios ignoto de sabor materialista; se puede predicar la fuerza del naturalismo spinoziano unido al esplendor del mesianismo. O también a  ese grupo de adolescentes judíos que leían a Fanon y a Marx yque la autora menciona con evidente nostalgia, quienes soñaban, en contraposición a buena parte de la misma comunidad, con dos estados socialistas, el palestino, el israelí, conviviendo armónicamente.
El que quiere sustraerse a la taxonomía está tan perdido como aquel que cree descubrir la esencia sea en el Talmud, sea en los escritos cabalísticos, sea en el sionismo, sea en el amor intelectual a Dios.
En cierto momento la autora cita a Spinoza en su reflexión sobre la tristeza y el odio: “además de la tristeza que originó el odio –dice Spinoza– otro odio nace del hecho de haber amado;…”.  Ese odio intensificado por haber sido en el pasado amor, es justamente una de las puntas secretas que une al judaísmo y al cristianismo. Para verificarlo basta leer la gran literatura cristiana, específicamente católica, de la España barroca: el judío en parte execrado, en parte visto con desconfianza, es también aquel que ha hablado y escrito la lengua sagrada que el latín no podrá jamás emular.
Y ya que estamos en la taxonomía, yo aporto otra tan plausible o implausible como cualquiera. Un antisemita tan poco convencional como Carl Schmitt, le reprochaba a los judíos (no sé si era un reproche o una simple atribución de esencia) la denostación de la imágenes –y para él la política es impensable sin la imagen.
Y sin embargo, creo yo, la denostación de las imágenes no equivale a su anulación. Porque hay imágenes más allá de las imágenes, Benjamin es el ejemplo por excelencia, que siguen teniendo potencia de imagen al amparo del nombre y el trazo de la escritura, del mismo modo en que la sobriedad mítica del pensamiento judío cabalístico –tan desconfiado por el racionalismo también judío de la Mitteleuropa– da cobijo a mitos insondables.
Como se verá y como lo señala la autora de manera pertinente en las felices líneas finales de su texto, un psicoanalista se ubica del lado del síntoma. A entender: porque el mismo psicoanalista está allí implicado sin remedio, a veces captando y escuchando más allá de él, otras, como se dice, sordo como una tapia.