Soy
un ala redonda a la que no dejan volar. Me han dicho que en realidad soy un
techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve. Me abren y
enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre mí. Cuando me
cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor… como un fósforo
apagado.
Ricardo
Zelarayán, ‘La confesión de un paraguas’,
Traveseando
Como
decía el doctor Johnson en el siglo XVIII, hasta la vida de un palo de escoba
puede volverse interesante en manos del narrador sagaz. Nicolás Schuff
demuestra esa premisa en Vida de un lápiz
(Limonero, 2021), historia sobre las posibilidades que supone la existencia y
sobre el hilo misterioso que une las acciones más inesperadas, sobre la vida
mágica de un lápiz pero también sobre el magnetismo invisible que hay detrás de
los objetos.
Hijo de un hijo de un hijo de Scheherezade, Schuff
cuenta historias. Inventa mundos donde prevalece la emoción. Sus libros son objetos parlantes con aventuras en las que
ilustraciones desconcertantes, oníricas o quiméricas dialogan con sus palabras.
Sus poemas también son viajes del lenguaje, sean acrósticos
o metáforas literalizadas. Una literatura pensada para
niños, pero en la que los adultos encontramos un reducto de evasión y fantasía.
En su vasta obra aparecen piedras preciosas, relatos
en los que la vida de las cosas inanimadas se vuelve motor de la narración.
En El paraguas (Lecturita, 2025),
ilustrado por Andrea Antinori, Schuff cuenta la historia de un paraguas verde
que, acostumbrado a ser olvidado, deja crecer su espíritu aventurero y descubre
el placer del extravío. En cada una de las personas que tuvo relación con ese objeto
se desgranan aristas de la condición humana, ya sea el descuido, la generosidad,
la aversión, el entusiasmo o la inspiración. Reflexivo, el paraguas parece
observar a los personajes que lo manipulan, sin pretensiones sociologizantes. Disfruta
de los viajes y de las peripecias. El libro, reforzando el mecanismo milunanochesco
de una historia dentro de historias, lleva en
la guarda un sobre que esconde el tesoro de un pequeño fanzine silente: Momentos incómodos en la vida de una niña y
un paraguas.
El
arte de Andrea Antinori evoca la famosa idea del pintor que afirmaba que a los
doce años ya pintaba como Rafael, pero le llevó toda una vida aprender a pintar
como un niño. Sus trazos gruesos, en apariencia torpes, sin el manierismo de la
perspectiva y el color académico, devuelven el asombro inicial con que vemos
las cosas por primera vez: la lluvia detrás de un vidrio, la saliente de un
precipicio, el trazo infantil cuando se lo observa con atención o la capa de
indeterminación que a veces se extiende sobre el pensamiento.
El paraguas, de
Nicolás Schuff, nos devuelve esa capacidad de mirar el mundo con extrañeza y
maravilla, como si los objetos nos devolvieran la piedad de su mirada. Una
literatura que sigue contando historias para mantener viva no solo la vida de
los personajes, sino también la de las cosas que nos acompañan.