6.9.25

Un paraguas, mil historias, por Javier Fernández Paupy

 

 

Soy un ala redonda a la que no dejan volar. Me han dicho que en realidad soy un techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve. Me abren y enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre mí. Cuando me cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor… como un fósforo apagado.

 

Ricardo Zelarayán, ‘La confesión de un paraguas’, Traveseando

 

Como decía el doctor Johnson en el siglo XVIII, hasta la vida de un palo de escoba puede volverse interesante en manos del narrador sagaz. Nicolás Schuff demuestra esa premisa en Vida de un lápiz (Limonero, 2021), historia sobre las posibilidades que supone la existencia y sobre el hilo misterioso que une las acciones más inesperadas, sobre la vida mágica de un lápiz pero también sobre el magnetismo invisible que hay detrás de los objetos.

 

Hijo de un hijo de un hijo de Scheherezade, Schuff cuenta historias. Inventa mundos donde prevalece la emoción. Sus libros son objetos parlantes con aventuras en las que ilustraciones desconcertantes, oníricas o quiméricas dialogan con sus palabras. Sus poemas también son viajes del lenguaje, sean acrósticos o metáforas literalizadas. Una literatura pensada para niños, pero en la que los adultos encontramos un reducto de evasión y fantasía. En su vasta obra aparecen piedras preciosas, relatos en los que la vida de las cosas inanimadas se vuelve motor de la narración.

 

En El paraguas (Lecturita, 2025), ilustrado por Andrea Antinori, Schuff cuenta la historia de un paraguas verde que, acostumbrado a ser olvidado, deja crecer su espíritu aventurero y descubre el placer del extravío. En cada una de las personas que tuvo relación con ese objeto se desgranan aristas de la condición humana, ya sea el descuido, la generosidad, la aversión, el entusiasmo o la inspiración. Reflexivo, el paraguas parece observar a los personajes que lo manipulan, sin pretensiones sociologizantes. Disfruta de los viajes y de las peripecias. El libro, reforzando el mecanismo milunanochesco de una historia dentro de historias, lleva en la guarda un sobre que esconde el tesoro de un pequeño fanzine silente: Momentos incómodos en la vida de una niña y un paraguas.

 

El arte de Andrea Antinori evoca la famosa idea del pintor que afirmaba que a los doce años ya pintaba como Rafael, pero le llevó toda una vida aprender a pintar como un niño. Sus trazos gruesos, en apariencia torpes, sin el manierismo de la perspectiva y el color académico, devuelven el asombro inicial con que vemos las cosas por primera vez: la lluvia detrás de un vidrio, la saliente de un precipicio, el trazo infantil cuando se lo observa con atención o la capa de indeterminación que a veces se extiende sobre el pensamiento.

 

El paraguas, de Nicolás Schuff, nos devuelve esa capacidad de mirar el mundo con extrañeza y maravilla, como si los objetos nos devolvieran la piedad de su mirada. Una literatura que sigue contando historias para mantener viva no solo la vida de los personajes, sino también la de las cosas que nos acompañan.