Carlos Correas prefiere apropiarse de su breve biografía a través de las cartas a sus novias y amigos. En ellas se evidencian categorías pasionales: el amor, el detalle, la soledad, la lucha, el deseo, la prostitución, la clarividencia y la enajenación.
Les voy a
presentar una serie de categorías para nuestra apropiación de Kafka. Con esto
también se constituirá un intento de mostrarles a ustedes mi itinerario en la
frecuentación de Kafka.
La primera
categoría es el amor, y el deseo adosado a él. De inmediato una pregunta: ¿Qué
hombre más amable en la historia de la literatura que Franz Kafka? Yo amo a
Kafka, y este amor hacia él no ocurre sólo a partir de sus obras, sino más bien
de su biografía. El pilar biográfico acerca de Kafka es la biografía de Max
Brod, su amigo personal, su albacea, el que prefirió rescatar los manuscritos
de Kafka antes de la invasión nazi a Checoslovaquia en vez de rescatar sus
propios manuscritos. Max Brod es un factotum insoslayable en toda biografía
acerca de Kafka. Su amigo personal, amigo también de la familia, es una fuente
insoslayable, pero insuficiente. Por lo menos en la primera edición de su
biografía tuvo que omitir detalles por consideración a los familiares sobrevivientes
de Kafka. La primera edición de su biografía en alemán es de 1937. Kafka ya
había muerto, pero aún vivían sus hermanas, los cuñados y los sobrinos, que
luego morirían asesinados por los nazis en los campos de concentración. Ya
antes habían muerto los padres de Kafka pero, como dije, aun vivían sus tres
hermanas. Brod suprimió muchos pasajes bastante iracundos del propio Kafka
acerca de su familia. En biografías más recientes este obstáculo ya no existe.
Les recomiendo las biografías de Klaus Wagenbach, La juventud de Franz Kafka
y Franz Kafka. Últimamente han surgido varios estudios acerca de
Kafka, que también tocan el aspecto biográfico; entre ellos, un estudio muy
inspirado de Elías Canetti, algunas páginas muy sutiles de Walter Benjamin y un
libro de Pietro Citati, del cual hay una traducción inglesa que sigue un género
tradicional, de aparición reciente, llamado psicobiografía.
¿A qué se
debe esta profusión, incluso excesiva, de estudios sobre Kafka? A la edición correlativamente
reciente de un texto inédito de Kafka, las Cartas a Felice, y otra correspondencia
de la época del noviazgo: un título característicamente alemán, por lo gravoso.
Se trata de las cartas a Felice Bauer, la joven berlinesa con la cual Kafka
estuvo de novio durante cinco años; con la cual se comprometió dos veces, y con
la cual dos veces rompió el compromiso.
Estas cartas
fueron publicadas en castellano en 1978. Recuerden ustedes las categorías de
amor y deseo. La biografía de Brod me hizo amar a Kafka por los detalles de su
vida. Ya lo conocíamos por sus obras: las primeras traducciones de Kafka al
castellano son de la década del ‘30. Por lo menos La metamorfosis, que
aparentemente figura como traducción de Borges, es de 1938. El propio Borges, en
reportajes, ha dicho que esa traducción no le pertenece, pero la Editorial
Losada la sigue editando como traducción de Borges. Hay detalles en la
traducción misma que indican que no es el estilo de Borges. Incluso Borges ha
dicho que no le hubiera puesto La metamorfosis; éste es un mal recuerdo
de Ovidio, sino que le hubiera puesto La transformación.
Max Brod nos
daba los detalles de la vida de Kafka; de la vida de oficina, de la relación
con los padres, de la conversión de Kafka al vegetarianismo. Con una amiga,
Kafka concurre al acuario de Berlín, se detienen frente a una piscina
iluminada, con peces. Y para gran horror de la dama que lo acompaña, Kafka les
dice a los peces: “Ahora os puedo mirar tranquilo, ya no los comeré más”. La
dama le cuenta esta anécdota a Max Brod, y éste la registra en su biografía.
El detalle de
Kafka, el amor y el deseo dirigidos hacia el detalle. Amamos y deseamos los detalles.
El detalle es otra categoría.
Las cartas a
Felice son aproximadamente 500, enviadas durante esos cinco años de noviazgo.
Las cartas de Felice a Kafka se han perdido. Probablemente Kafka las tiró, o
las quemó, o Max Brod no se preocupó por rescatarlas. Quinientas cartas a
través de cinco años de noviazgo. Al comienzo de la relación, las cartas de
Kafka son muy frecuentes; tanto, que llegan hasta tres por día. Cartas que
llegan, el algunos casos, hasta las 30 páginas. ¿Qué demanda Kafka en ellas?:
demanda detalles. Le dice a Felice: “Quiero saciarme en los detalles”, y le
pide a ella que le escriba por lo menos una carta por día y que le dé detalles.
Kafka está en Praga y Felice en Berlín.
¿Qué
detalles? Kafka trabaja en una compañía de seguros contra accidentes de
trabajo. Felice trabaja también, en la oficina de una empresa de la cual
llegará después a dirigente. Será una gran y exitosa empresaria. Detalles de la
vida familiar de Felice, sobre todo acerca de la comida de Felice, acerca de su
salud, de los compañeros de trabajo, de los amigos, sobre todo de los amigos
intelectuales de Berlín, acerca de los que Kafka confiesa que está celoso de
antemano. Detalles acerca de qué está haciendo Felice, en el momento en que
recibe sus cartas. Qué estaba haciendo, cómo recibe las cartas, cómo estaba
vestida, si es que estaba vestida; cómo abre el sobre, cómo extrae el papel de
adentro del sobre, cuántas veces la lee, dónde se ubica para leer la carta, qué
hace después con la carta, cuándo decide contestarla, cómo está vestida cuando
la contesta, cuánto le lleva escribir la carta, etcétera. Felice no le contesta
ni con la frecuencia ni con los pormenores, con la minuciosidad que le pide
Kafka. La relación en la correspondencia continúa, y llega a un punto en que
Kafka entra en dependencia de sus propias exigencias, y le pide a Felice que, o
se corte la correspondencia, o se interrumpa por un tiempo.
Curioso
procedimiento de Kafka. Ustedes dirán: “Es Kafka”. Pero se trata justamente de reflexionar
sobre ello. Le manda una carta a Felice donde comienza diciéndole: “Felice, te
lo advierto. Te lo dije ya el otro día: ésta es una de esas cartas que debes
dejar de leer a la tercera o cuarta frase. Ya, Felice, rompe esta carta! Ahora,
rómpela!”
Curioso
tratamiento del género epistolar, porque, o bien nuestro silencio es la
respuesta cuando nos mandan una carta, o bien no tomamos la iniciativa de
mandar una carta. Pero comenzar una carta intimándole al destinatario a que la
rompa y no la siga leyendo es singular. ¿Cómo interpretar esto? La carta se ha
conservado, lo que significa que Felice no la rompió, y seguramente si nosotros
recibimos una carta con ese encabezamiento, seguiremos leyéndola, al menos para
saber por qué tenemos que romperla.
Si obedecemos
al mandato, la rompemos, qué contestamos: he roto la carta, no puedo
contestarte más porque ignoro el resto del contenido. Felice la siguió leyendo.
Curioso tratamiento del género epistolar. Por otra parte, ¿creería Kafka en
serio que Felice rompería la carta? No será tal vez que él le expresaba de
alguna manera que quería romper la correspondencia, y por lo tanto romper una
relación? Un año después de iniciada la correspondencia, Kafka le propone
matrimonio a Felice en una carta muy turbulenta, en la cual, como si fuera un
libro de debe y haber, pone las ganancias y las pérdidas. Le dice: “Contigo yo
perdería mi soledad”. Amor, deseo, detalle, soledad, ésta es otra categoría para
la apropiación de Kafka. “... soledad que la mayoría de las veces es horrible.
Y en cambio, te ganaría a tí, que eres el ser que más quiero en la vida. Pero
tú, ¿qué perderías?: perderías tu vida en Berlín, tus amigos, que te son tan
queridos, perderían tu vida placentera, perderían la posibilidad de casarte con
un hombre sano y tener hijos sanos. ¿Y qué ganarías? Me ganarías a mí. ¿Y yo
qué soy?: un hombre infantil, débil, enfermizo, taciturno, insociable, triste,
rígido, y desprovisto de esperanzas”. El matrimonio no se consumó.
Las cartas
prosiguen, ya con un tono más quejumbroso, e incluso Kafka le dice que esas
cartas le quitan tiempo. En un viaje que hace Max Brod a Berlín, se entrevista
con Felice, quien le dice: “No sé por qué, pero el caso es que Franz me escribe
bastante, pero sin embargo, sus cartas no logran tener sentido. No sé de qué se
trata”.
Si leemos en
el Diario de Kafka, con respecto a la literatura podemos hallar frases
tales como “El deseo de representar mi fantástica vida interior ha desplazado
todo lo demás. Ninguna otra cosa podría conformarme” (...) “El mundo prodigioso
que tengo en la cabeza. Pero, ¿cómo liberarlo y liberarme sin destrozarme? Y
sin embargo, preferiría mil veces destrozarme antes que retenerme”.
Las veces en
que Felice y Kafka se han encontrado no han sido muy felices para Kafka, ni siquiera
por semejanza fonética. Felice le reprocha constantemente, por ejemplo, que
Kafka lleve su reloj pulsera adelantado una hora y media durante tres meses.
Felice se lo pone en hora. Felice le reprocha que tenga las uñas afiladas y
largas, le pide que se las corte, que se las lime, que se las limpie. Felice le
reprocha errores en la dicción del alemán, pues Kafka era bilingüe, checo y
alemán; Felice era berlinesa. Felice le reprocha el color de las corbatas, la
falta de elegancia; en fin, podemos decir que Felice representa la moral del
cuidado de sí, y Kafka la del descuido de sí. Felice le pide a Kafka mesura, y
un límite. Kafka le responde que cualquier límite y mesura en literatura serían
suicidas, él no los puede aceptar, y se debate en lucha entre la literatura y
el casamiento.
Lucha es otra
categoría que agregamos al amor, al deseo, al detalle, a la soledad. Kafka le
ha escrito a Felice: “Creo que nadie en el mundo ha luchado jamás por una mujer
como yo he luchado por ti. Desde el comienzo, siempre cada vez, y quizá para
siempre”. Si tomamos el Diario, también leeremos de Kafka:
“En épocas de paz no adelantas nada; en épocas de guerra, avanzas desangrándote”.
Kafka eligió la época de guerra, y así avanzó.
En el Diario,
refiriéndose a Felice, cuando la conoce en la casa de Max Brod, el mismo día en
que la conoce, en agosto de 1912, escribe en el Diario acerca
de ella: “Un rostro vacío que exhibe abiertamente su vaciedad”. Repite esta
frase con variantes en el Diario en
sus cinco años de noviazgo. No es una frase aplicable a un rostro amado. Pero
es una excelente muestra del estilo kafkiano. Un rostro lleno de nada, pero por
eso mismo capaz de llenarse con todo el amor de Kafka. Y como ocurre casi siempre, la consistencia,
la integralidad, la vida propia de Dulcinea del Toboso se cumplen en las
alucinaciones y en los fantasmas de Don Quijote. El nombre real será Aldonza Lorenzo,
la misma que le dice a Max Brod, después de cinco años de noviazgo y de 500 cartas:
“No sé de qué se trata”. Y se trata de Kafka.
Un poco más
atemperada será la relación de Kafka con Milena, la joven checa, de la cual
también se han conservado las Cartas a Milena, y no las cartas
de Milena a Kafka, que se han perdido, o se han roto. En estas cartas
encontramos a un Kafka más calmado, más transido. Con Felice se muestra muy
celoso; con Milena, no. O sí, pero no tan celoso. Precisamente en un momento de
la correspondencia con Milena, ella le dice que él está celoso y que eso la
mortifica, que él lo hace a propósito para mortificarla. Kafka le responde que
él no está celoso, en base a la siguiente argumentación: El mundo, Milena, es
tan diminuto, y tú y yo somos tan gigantescos, que no hay nadie más. Entonces,
de quién podría estar celoso?” Pero más adelante, Kafka se muestra celoso. Él mismo
se lo dice: “¡Pobre Milena!, éste es el que no era celoso. Ya ves, me vas
conociendo”.
Soledad era
una de nuestras categorías. En una carta a Brod, Kafka le dice: “Ayer, de pura soledad,
me llevé a una prostituta a un hotel. Era demasiado vieja para seguir siendo
melancólica. Y sólo le apenaba que los hombres no fueran tan cariñosos con las
prostitutas como lo son con sus amantes. Y no la consolé porque ella tampoco me
consoló”. Soledad, y búsqueda de las prostitutas. Las prostitutas no solamente eran
buscadas por Kafka y Brod cuando se iban de viaje, a París, a Suiza, al norte
de Italia o a Weimar, cuando fueron a visitar la casa de Goethe; también en
Praga, y en las calles frecuentadas por las prostitutas. Kafka en ocasiones se
llevaba a una prostituta a un hotel, y en ocasiones simplemente la contemplaba.
Creo que la prostitución habrá de ser también otra categoría para nuestra
concepción de Kafka.
En cuanto a
la prostitución en relación a la soledad, se ha observado justamente que la
relación con figuras femeninas que aparecen en las obras que Kafka llamaba
historias, está hecha como si las mujeres fueran prostitutas, y que tienen una
función respecto del héroe. En El proceso, Leni, enfermera,
enfermerita del abogado al que debe consultar Josef K., es una suerte de
prostituta. Y sobre todo en El castillo, Frieda, la mesonera.
Son mujeres toscas, arrabaleras, embrutecidas y compulsivas, y, con expresión
de Kafka, “que siempre están pensando en los pequeños horrores del momento”, y
de las que emana, en la descripción de Kafka, “un olor amargo y excitante, como
de pimienta.”
Frieda, desde
luego, es Milena. Todos ustedes conocen la importancia de los nombres propios
en Kafka. Hay que descifrarlos. Milena y Frieda. Frieda es Milena; tienen la
misma cantidad de vocales, la misma cantidad de consonantes, y el orden de las
vocales en estos dos nombres es el mismo. Esto fue corroborado por Brod y por
Wagenbach.
Además, el
nombre Frieda evoca paz y quietud; se relaciona con el alemán Friede:
paz y quietud. Y Kafka ya le
ha dicho a Milena que ella es fuente de paz y quietud para él.
Estas
relaciones con mujeres presentadas como prostitutas, constituyen por lo común
para el héroe un obstáculo. Parecen ofrecer ayuda, pero finalmente constituyen
un estorbo, una dificultad, un motivo de angustia, de desdicha y de frustración
para las metas que por el momento se propone el protagonista. Leni es la
enfermerita del abogado, y por acostarse con Leni, Josef K. pierde la oportunidad
de entrevistarse con el abogado que podría ayudarlo en su proceso. Frieda es la
amante del poderoso señor Klamm. El nombre en alemán es “rígido”, “estrecho”, y
evoca deliberadamente al marido de Milena. Cuando Kafka y Milena se conocen, él
tenía 38 años y ella 24. Milena residía en Viena. La correspondencia es entre
Merano, una colonia naturista -a Kafka ya se le ha diagnosticado la tuberculosis-
y Viene, donde reside Milena. El marido de Milena se llamaba Ernst, palabra que
en alemán significa “seriedad”, “gravedad”. Así que se emparenta con el nombre
del señor Klamm, del cual Frieda era servidora. La relación de K en El
castillo con Frieda se realiza en un estado de inconciencia,
o de semi-conciencia: ruedan por el suelo, en donde permanecen horas abrazados.
Es una especie de seducción en lugares extraños. Es precisamente una relación
con prostitutas. Una de las ayudas que busca Josef K en El proceso se
la puede brindar un sacerdote. Josef K se entrevista con el sacerdote, quien le
cuenta la famosa leyenda “Ante la Ley”, que Kafka retomará en Un
médico rural. Hay variantes en ese capítulo de El proceso de
la leyenda “Ante la Ley”, y finalmente, el sacerdote lo despide sin
proporcionarle la ayuda que Josef K espera, y el sacerdote le dice: “La
justicia nada quiere de tí. Te toma cuando vienes, y te deja cuando te vas”. La
justicia es una especie de prostituta.
La leyenda
“Ante la Ley” es la del campesino que pretende entrar en la ley, o sea
legalizarse, reglamentarse. El campesino pretende entrar en la ley. Diríamos
que ésa es la meta a la que aspiran todos los protagonistas de las historias de
Kafka. Pero hay metas? Sí, según Kafka hay metas. Según la frase de Kafka en el
Diario:
“Hay metas; lo que no hay son caminos. Llamamos caminos a nuestras
vacilaciones”.
En 1911,
Kafka tiene una entrevista con el entonces itinerante teósofo y antropósofo
Rudolph Steiner, que está en Praga dando una de sus ocasionales conferencias.
Kafka se entrevista con Steiner y le habla contándole sus propias experiencias.
Kafka le dice que tiene momentos en que experimenta una gran clarividencia, en
los que se siente que no sólo llega a los extremos de sí mismo, sino también a
los extremos de la humanidad. Clarividencia será otra categoría que agregaremos
a nuestra comprensión, a nuestra apropiación de Kafka. Aquí enlazo
clarividencia con su opuesto, enajenación. Amor, deseo, detalle; y el amor y el
deseo dirigidos en el detalle. Deseamos los detalles, amamos los detalles;
saciar, colmar nuestro deseo en los detalles. Y lucha, soledad, prostitución,
clarividencia y enajenación.
Milena ha
correspondido a esto, a esta clarividencia de Kafka. Se dice que Milena es la mujer
que mejor llegó a conocerlo; se dice que Felice no lo entendió en absoluto. De
todas maneras, algo debe haber entendido Felice. Luego de la separación
definitiva con Kafka, Felice, en 1917, al cabo de un año se casa, tiene hijos,
es una exitosa esposa, una exitosa madre, y una exitosa empresaria. Culmina su
carrera de empresaria justamente vendiendo las 500 cartas que conservó, a un
editor neoyorquino por una corpulenta cantidad de dólares en 1958. Diez años
tardaron los dos redactores, cuidadores, como se dice en alemán, los
preparadores alemanes, en ordenar el material. Muchas cartas no tenían fecha.
Diez años tardaron en preparar para la imprenta esa edición de las cartas a
Felice, y recién en 1968 salen las ediciones inglesa y alemana, y en 1978, sale
la traducción castellana.
Milena, la
mujer que mejor llegó a comprenderlo. También podemos leer en el Diario
la siguiente frase: “Si
tuviera alguien que me comprendiera, si tuviera una mujer que me comprendiera,
eso sería tenerlo
todo; tener a Dios”.
Amor y deseo
por los detalles. Los detalles son lo circunstancial, lo patético. Son el
contenido también. Para quien desee tener una muestra clara del interjuego
entre el deseo y los detalles, puede releer el cuentecillo “Una confusión
cotidiana”, de una fuerza humorística irresistible. Milena en una carta a Brod
le dice: “Todos nosotros tenemos, al menos en apariencia, un refugio en y con
el cual protegernos. Sea una mentira, sea el pesimismo, sea el optimismo, sea
una convicción, o cualquier otra cosa. Pero él (Kafka), no tiene refugio
alguno. Vive en el mayor desamparo. Es tan incapaz de mentir como de emborracharse. Su ascetismo no tiene nada de
heroico, lo que lo hace más grande y elevado. Todo heroísmo es cobardía y
mentira. No es un hombre que usa su ascetismo como un medio para un fin. No, es
un hombre al que su terrible clarividencia, su pureza y su rechazo de toda
impostura lo llevan al ascetismo”.
Kafka le dice
a Brod, hablando de Milena: “Es un fuego vivo, como jamás he visto, pero a la
vez, delicadísima, graciosa, y todo lo arroja en el sacrificio; o mejor dicho,
todo lo ha adquirido por medio del sacrificio”.
Clarividencia
y enajenación. Leemos en el Diario de Kafka: “ Nada me
falta. Sólo me falto a mí mismo”. ¿Qué falta será ésta? ¿La falta de ser tal vez? ¿Esta faltancia de sí mismo será quizás lo que podemos llamar, lo que yo
propuse, como pareja de opuestos de clarividencia-enajenación?
Volvamos a la
lucha, así introducimos otra categoría: el mundo. Con respecto a la lucha, habíamos
dicho que nadie jamás había luchado por una mujer, como Kafka por Felice; que
en épocas de guerra avanzada desangrándose y en épocas de paz no adelanta nada.
En una reflexión de sus Reflexiones sobre pecado, sufrimiento,
esperanza y el camino verdadero, leemos: “En la lucha entre tú y el
mundo, apoya al mundo”. También a Felice, en una carta le dice: “Mi obligación
sería salir fuera de mí mismo, unirme a tí, y combatir contra mí.” Si en la
lucha entre tú y el mundo, hay que apoyar al mundo, entonces hay que luchar
contra mí mismo. Hagámoslo un poco más complejo, que creo que lo merece. Es
luchar a la vez por y contra el mundo. Kafka realiza esta lucha a través del lenguaje.
Una de las últimas amistades de Kafka es un joven llamado Gustav Janouch, quien
en 1920 tiene 18 años y visita a Kafka en la oficina. Años después publica un
libro de recuerdos titulado Conversaciones con Franz Kafka. En
una de esas conversaciones, Kafka le dice: “El lenguaje es nuestra eterna
bienamada”; yo, Correas, agrego: no “nuestra eterna bienamante”. Y agrego
también que el lenguaje es nuestra eterna biendeseada, aporte mío que
probablemente Kafka..., en fin, no sé qué haría Kafka. Y si tomamos el deseo
por los detalles, acá tendremos entonces un vínculo que nos permite ver desde
otra perspectiva, algo que siempre se ha observado sobre Kafka; la extraordinaria
capacidad de Kafka para verter el detalle; su observación y actualización del detalle
a través de la palabra. El lenguaje es nuestra eterna bienamada, biendeseada;
pero no nuestra eterna amante, ni deseante. Es un amor no correspondido. Y un
deseo que se enrosca, más bien en crispación, sobre sí mismo.
Acerca del
amor, Kafka ha dicho que es el constante deseo de morir y a la vez el constante
deseo de seguir resistiendo. Como si el amor fuese constituido por estos dos
deseos: el constante deseo de morir, pero que por sí solo no puede bastar para
constituir el amor, sino que es el deseo constante de morir y a la vez el deseo
constante de seguir resistiendo. Esos dos deseos, íntimamente vinculados,
constituyen el amor. Detengámonos en la categoría del amor; después volveremos
a clarividencia y enajenación. Dice Kafka en el Diario: “El gesto de
rechazo que por siempre ha suscitado no es el que se expresa diciendo ‘No te
amo’, sino el que se expresa diciendo ‘No puedes amarme por más que quieras.
Solamente puedes amar el amor que sientes por mí, pero el amor que sientes por
mí no te ama’”. El rechazo que inspira Kafka, según él, no es el que se expresa
diciendo “No te amo”, sino que es como si le hubieran dicho “No puedes amarme
porque solamente puedes amar el amor que sientes por mí, pero amor no te ama”.
Ese amor, entiendo yo, es el del lenguaje. Es el amor que construye, el
amor-verdad por Felice, que construye o inventa. Y el lenguaje es nuestra
eterna bienamada, pero nuestra eterna bienamada no nos ama. Así es el lenguaje. Es
amor. Pero, ¿qué más fuerte y qué más débil, y qué más sospechoso que el amor?
¿Qué otra
función puede tener el lenguaje en esa actualización que hace Kafka del detalle
y del gesto? Y en todos los casos sin perder el asombro que provoca la
extrañeza del estilo kafkiano.
En la lucha
entre tú y el mundo, hay que apoyar al mundo para que más allá de las
apariencias logremos desentrañar al mundo en lo que el mundo es, como tal. En
una famosa declaración de noviembre de 1917 dice Kafka: “Todavía puedo
encontrar una satisfacción momentánea en obras como Un médico rural”. Es
un libro dedicado al padre, del que aún no hablamos. El padre que, como de costumbre
completa sus veladas de trabajo jugando a las cartas con la madre, cuando su
hijo le entrega el libro le dice: “Dejálo en la mesita de luz”. Seguimos con la
declaración de Kafka: “Todavía puedo encontrar una satisfacción momentánea en
obras como Un médico rural, pero felicidad, sólo podría encontrarla si
escribiendo, logro elevar el mundo hasta lo puro, lo verdadero, lo inmutable”.
Elevar el mundo a través de la escritura hacia lo puro, lo verdadero, lo inmutable,
es la meta. No hay caminos “lo que llamamos caminos son nuestras vacilaciones”.
El mundo tiene máscaras y hay que elevarlo a través de la literatura a lo puro,
lo verdadero, lo inmutable. Uno de sus aforismo sobre el pecado, el
sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero,
dice: “No es necesario que salgas de tu casa, quédate en tu mesa y escucha. Ni
siquiera escuches,
espera simplemente. Ni siquiera esperes, quédate totalmente quieto y solo.
Entonces el mundo te
ofrecerá desenmascararse ante ti. No puede evitarlo: extasiado, se retorcerá en
tu presencia”.
Mundo tiene que ser otra categoría que agregaremos a nuestra lista. “El mundo
te ofrecerá
desenmascararse ante ti”: ésta es la tarea del intelectual, del escritor. Así
lo podemos interpretar
en una tentativa.
Clarividencia
y enajenación. Algunas narraciones de Kafka, o algunos momentos de las
narraciones de Kafka,
ocurren en un día domingo. Por ejemplo a Josef K, en El proceso, se lo
cita a una audiencia en un tribunal, se le indica el lugar, pero no el día ni
la hora. Así es como Josef K decide presentarse por su cuenta, y elige un
domingo. El tribunal no es el palacio de justicia; es una casa de inquilinato
que está situada en las afueras de la ciudad, y donde la presumible sala de
audiencias tiene un techo tan bajo que los que van para estar en ella, llevan
un almohadón para no golpearse la cabeza contra el techo. Esta es una
estructura onírica. Ocurre en un día domingo. La condena, que
termina con el suicidio del protagonista, ocurre en un día domingo. El domingo
es un día de pausa, de recogimiento, ideal para volverse sobre uno mismo. Pero
como está comprimido entre días de trabajo, se hace patente, por lo menos para
el domingo de Kafka, el desorden de la vida interior y el desorden de la vida
de aquel a quien el tiempo no le pertenece: enajenación. Digo, a quien no le
pertenece el tiempo, y no el ser o la vida, etc., porque estamos hablando de domingo,
de días, de períodos de tiempo. Hay una pesadilla del domingo. Algunos de
nosotros la conocemos: vivimos ese instante de respiro como si fuera una
pesadilla. Otra pesadilla relacionada con la del domingo es la del despertar.
Tenemos clarividencia y enajenación, y el domingo y el despertar. Recuerden
conmigo el comienzo de La metamorfosis: “Al despertar, Gregorio
Samsa, una mañana, tras un sueño inquieto, se encontró en su cama, convertido
en un monstruoso insecto”. La prosa es muy clara. Jamás encontraremos una
palabra rebuscada o extravagante en Kafka, en absoluto; ni
un sólo neologismo. Kafka trabaja en alemán con palabras vulgares, simples; la estructura,
la sintaxis es cristalina. Algo nos inquieta, desde luego: despertarse
convertido en un monstruoso insecto, pero más profundamente, la inquietud del
despertar: “Al despertar, Gregorio Samsa...”. La frase sigue, y ese despertar
quedó ahí. El despertar: ¿qué ocurre en ese tránsito entre el sueño y la
vigilia?; como si la realidad del sueño, la realidad onírica se fuera disolviendo
al mismo tiempo que la realidad material o física se va constituyendo, pero está
todavía en fragmentos, que se superponen, se transponen unos a otros. Son los
momentos en que todo es posible, incluso la metamorfosis. El encontrarse
convertidos en un monstruoso insecto. ¿Qué ocurrirá si damos otra vuelta de
tuerca y hablamos del despertar de un domingo? Entonces tendremos una pesadilla
por partida doble. Los despertares del domingo; momento de horror, que puede desembocar
en el suicidio, como en La condena.
Hemos
compartido frases de Kafka, compartamos ahora un cuento breve: “El buitre”; la traducción esta vez sí,
es de Borges.
“Érase un buitre que me picoteaba los pies.
Ya había desgarrado las botas y las medias, y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un
picotazo. Volaba en círculos inquietos alrededor, y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró
un rato, y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
–Estoy indefenso –le dije–vino y comenzó a picotearme. Yo quise espantarlo, y hasta pensé en torcerle el pescuezo. Pero estos animales son muy fuertes, y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies, que ahora están casi hechos pedazos.
–Estoy indefenso –le dije–vino y comenzó a picotearme. Yo quise espantarlo, y hasta pensé en torcerle el pescuezo. Pero estos animales son muy fuertes, y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies, que ahora están casi hechos pedazos.
–No
se deje atormentar –dijo el señor–, un tiro y se acabó el buitre.
–¿Le
parece? –Pregunté–,
quiere encargarse usted del asunto?
–Encantado
–dijo
el señor–;
no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, puede usted esperar media hora más?
–No
sé –le
respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí–:
Por favor, pruebe de todos modos.
–Bueno
–dijo
el señor–,
voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente
nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora ví que lo había
comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y, como un atleta que arroja la
jabalina, encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación;
que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre
irreparablemente se ahogaba”.
Tomado de : LA
CAJA N nº5, septiembre/octubre, 1993.
El texto
es una desgrabación de la conferencia que el autor dió en el Colegio Argentino
de Filosofía (CAF).