A veces, en los puertos,
hay bloques que entorpecen la visión. Formalidad bajo el magisterio,
estructuras de hierro que cumplen el objetivo de acopiar material en desuso.
Espacios de imprecisión que pueden ser entendidos como monumentos a la falta: a
la falta de materia, a la falta de gusto, al exceso de información. Cuando
estos depósitos se encuentran llenos de piedras, estamos ante el binomio
arte-estupidez. Progresivas escenas se funden en su color, porque esa es la
forma que algunos le dan al tópico que piden analizar. Las luces apagadas en el
jardín, los lentos principios de la termodinámica, el comprobante de
operaciones entre un cliente y su proveedor.
Un contenedor espera su
momento...
Hay quienes chillan en
los pasillos y están los que suspiran. Pero el objetivo siempre totaliza:
estamos aquí reunidos, contemplando bellas obras en compañía de amigos y
amigas, en el apacible anochecer del centro de esta ciudad. Entonces, pensar un
argumento, sus cribar a esta acción conjunta de los ejes propuestos va a
llevarnos, si no es a un sentido común, por lo menos a cierta entidad portuaria
de bloques mentirosos, donde algunos supuestos expertos munidos de amplios
talleres, fuertes sumas para el balancear de sus caprichos y colegas que ríen
conservados en formas oficiales, desistentes, se harán creer a sí mismos que
las piedras son diamantes. Las fricciones de la máquina evolutiva han de
contar, sin dudas, con mayores méritos para abordar esa tarea.
La estupidez y el arte
tienen tantas cosas en común...
Si las piedras hablaran
podrían dar la respuesta perfecta. Pero no lo hacen, se hunden. Hay un pequeño
arroyo donde se pierden, se alejan. Hay árboles, un cielo encapotado. Y
mientras miramos todo se autoriza un pago que no se cobra en ventanilla: un
mecanismo de absorción y derrotas: las de los otros, las nuestras. Para llevar
a cabo un trabajo de pintura es indispensable conocer las particularidades
de cada producto con respecto a sus propiedades y manera de aplicación.
Están las formas, las
firmas, los necesarios sellos que necesita un contador...
Así, el beneficiario
debe dirigirse a la última oficina (¿en el paisaje hay un museo, una
galería?), abajo en los sótanos, esa donde la luz del sol no toca sus puertas
ni lo hará. En la pared de aquel lugar, sostenido por tres pedacitos de cinta
de pintor, puede leerse un cartel: "Solo se abre fácil el camino para
quien por lo difícil pasó". Arte, estupidez, cobros y pagos atrasados. La
ambición y el aturdido contemplar, los rastros y los rastreros, bajo la forma
de lo que algunos denominan un desprecio completo por escrito. Así pueden ser
las cosas, y este texto podría y debería continuar, más los organizadores han
pedido brevedad.
(Leído con
modificaciones en las Primeras jornadas de arte y estupidez)