9.2.21

Cuando el lenguaje se aleja, por Javier Fernández Paupy

 


Ayer amanecí tan pensativo, y me decía:/ “Con amor y turismo, con turismo y amor,/ quiero que vayamos a una casa en el campo/ y hagamos las cosas románticas/ y las cosas sexuales./ Tirando maderas a un fuego,/ acostados sobre la piel de un oso/ que murió de viejo y un poco/ también para nosotros/ que dormimos ahí arriba,/ bien pegados”.
Zanjas VIP, Francisco Garamona


Algo en la lírica de Nicolás Moguilevsky recuerda la historieta. Sus poemas van hacia el cómic o vienen de ese choque de hemisferios entre las imágenes y las palabras, en ese pasaje sin determinación de lo narrativo a lo ensoñado. Son poemas sin huellas visibles de intimidad pero donde lo íntimo está en tensión con una miríada de visiones sobre la vida moderna. El poema que despliega Con amor y turismo (Triana, 2020) da cabida a las formas más variadas de la existencia. Un micro a San Luis, carteles que dicen “Nada es gratis” o “Prohibido fantasmear”, trenes, bares, colectivos, helicópteros, hospitales, albergues transitorios al amanecer, contraseñas, “reptiles, insectos y otros seres vivos”, “pequeños animales sin nombre”, “una isla de pájaros”. Y también, o sobre todo, formas abstractas de la vida social, como cesaciones de pago, recibos de expensas, sociedades comerciales, rúbricas, impuestos, sellados, consultorías, documentos no registrados, engranajes de la administración tributaria, “carpetas anilladas con expedientes en tamaño legal”, inanes burocracias, medidas, trabas legales, papeles, firmas, escritorios de jueces y de oficinas inmobiliarias, maniobras bursátiles. Pero esa lírica fiduciaria que recorre el libro muestra algo más, la influencia materialista que niega lo que está más allá de las cosas. Una zona sensible de la poesía argentina contemporánea llena de insultos, gritos y silencios, de representaciones sutiles de las relaciones humanas, de la aventura amorosa y de la amistad, así como de la pasión del arte, vista desde distintas perspectivas: (“En la sala de exhibiciones/ habían montado la muestra de un artista/ que nadie conocía/ (…)/ Se ha dicho que un espacio/ (de esos que cuestan caro)/ si no tiene un público dispuesto/ a pagar lo que piden los jóvenes/ por el arte del futuro,/ no tiene motivo ni destino”, Solo para coleccionistas.)

Estos poemas hablan del vértigo de la vida urbana, sin regodeos en la copia o traslación de la trama semanal de las ciudades, sino más bien desde el punto de vista de una parodia épica a la modernidad, segundo a segundo cambiante y, por eso, evanescente o vencida en las leyes de su propia decrepitud. El título del libro, quizás tomado de los versos del artista y conspirador asociado Francisco Garamona, nos recuerdan un cruce entre el collage y la materialidad milimétrica de la experiencia de vida. Sentimiento y sentido de la aventura como una forma de medir la emoción.

El poema de Nicolás Moguilevsky (“un poema/ que se escribe/ mientras se piensa”, Avistaje) compone un guión enloquecido de la vida moderna y está gobernado por un orden diferente al de las representaciones miméticas. No está basado en la razón sino en la libre asociación y en la sugestión sutil, componentes sin fecha de vencimiento de la alquimia verbal. La presencia de la ciudad es un pretexto para montar esa escenografía paranoica de fondo que hace de infinito en los poemas. Un pretexto y no un motivo. Un viaje y no un destino pactado de antemano. Es posible que la poesía ya no pueda describir un paisaje inocente a partir de una intimidad imposible de nombrar. Quizás de ahí venga la pulsión de Moguilevsky por generar una yuxtaposición de planos y secuencias mentales que ocultan su intimidad. Algo en sus poemas me recuerda esos versos de Zona, de Apollinaire: “Al final estás cansado de este mundo antiguo/ (…) Acá hasta los automóviles parecen antiguos”. En los poemas de Con amor y turismo, las preguntas sobresaltan como intrigas: (“¿Quién va a responder si no hay quien pregunte?”, La llamada exterior; “A la hora de la droga: ¿dónde se encuentran/ los químicos en su vía de incidencia/ sobre los pasillos del cerebro?”, El amigo oscuro). Hay, también, recursividad y movimiento que bordea lo tautológico: (“la vida lo es todo mientras la vida sea todo”, La llamada exterior; “pidan la palabra y el consejo del Consejo”, Sentencias bajo un nogal; “(…) Taya talla una estatuilla/ y sí, talla también un estallido”El amigo oscuro).  

Artista plástico, músico y editor, el autor de Con amor y turismo destila en dosis justas sentencias epigramáticas (“Siempre se puede bailar/ si no se puede entender”, En todo el resto del espejo; “La escritura es la pintura del pensamiento”, Sentencias bajo un nogal; “El problema es siempre  de los otros”, El amigo oscuro) con pasajes líricos (“Mientras dormía su familia/ mientras su pequeña infancia/ se montaba en lo que posteriormente/ sería su juventud,/ una imagen de sí mismo/ mirando un noticiero,/ solo y tarde en el sillón,/ recorría su recuerdo/ esa noche en la ciudad”, El amigo oscuro). Son narraciones verticales de largo aliento que sostienen su ritmo y lo aumentan verso a verso. Los paréntesis, recurrencia formal que atraviesa el libro, ramifican un hilo narrativo que no se puede sintetizar a partir de lo que cuentan porque estos poemas enmascaran, en el fragor de sus múltiples acciones, más de una interpretación. Como un caleidoscopio que muestra distintas perspectivas de una misma historia. Y donde el lenguaje, antes de acercarnos a las cosas que nombra, pareciera que las vuelve más difusas y lejanas. (“Y también hay alguien como Jaime,/ alguien que no existe pero habla y balbucea/ en su delirio de pasiones”, El amigo oscuro). Como si la relación entre el lenguaje y lo que nombra no fuese convencional sino mágica, ilocutiva, personal.