Todas
las noches escribo algo (Mansalva, 2021), libro
póstumo de Carlos Correas, se lee como una autobiografía o, por lo menos, da cuenta
minuciosa de la vida de un autor inigualable. En este tomo están los elementos para
descifrar su obra con más perspectiva. La época en la que vivió, sus lecturas,
su derrotero en el universo revisteril de su tiempo, la aventura y el
conocimiento de un querer citadino, su soledad, su sexualidad, su afición al
diario como un registro y trabajo sobre sí mismo, la práctica de la
autobiografía novelada, su amistad con Masotta, sus lecturas de Sartre, Arlt y
Borges, sus traducciones de Kafka, Kant, Kierkegaard. Es un contrapunto único
para entender la obra de Correas. Compilado por Jorge Quiroga y Federico Barea,
el libro está divido en seis apartados. Asistimos a una disección temática de la obra de Carlos Correas.
La literatura de Correas apunta en contra del aburguesamiento. «La literatura
agoniza por exceso de críticos» anotaba a sus veintidós años, cuando reseñaba una
novela de Valentín Fernando para la revista de Héctor Murena, Las ciento y una. En esa nota que hoy se
lee como un manifiesto, el joven Correas proponía su programa de escritura en
contra de una literatura anodina: «Nuestra tarea de escritores debe abarcar la totalidad sintéticamente.
Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo
en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo. Una literatura de
suicidas para suicidas. Podríamos decir, que la nuestra tiene que ser una
literatura homeopática, es decir, que cure los males con los males mismos. Y
debemos hacerla con todo rigor, inflexiblemente, sin pedir ni dar tregua ya que
no tenemos otra manera de amar a nuestro público y este es nuestra única
esperanza».
En este libro vemos la transformación de la mirada de un autor. Desde esos
textos tempranos y belicosos, al aplomo minucioso y mordaz con el que
desacredita malas traducciones, hace exégesis de distintas versiones de
traducciones de Marx, elogia casos aislados como la traducción incompleta de El idiota de la familia que hizo
Patricio Canto. Correas se burla de traductores a los que
define de “garruleros y botarates”. Con gracejo destruye la impericia de las
malas traducciones y de los divulgadores de mala estofa. Así, anota: «La
traducción de Manuel Lamana, en 1963, de la Critique de la raison dialectique (edición
francesa de 1960), para Editorial Losada, es execrable y sólo puede llevar al
lector a la idiotez». También dice con desacato: «De Ruggiero
sufre de pereza mental y confusionismo y ramplonería y se desliza al inevitable
parasitismo que brota “como hongos” en todo movimiento filosófico que cobra
influjo espiritual». Agresión, ironía, burla, sentido profundo, talento.
Para mí, Correas es el heredero absoluto de Roberto Arlt. Carlos Correas es un
escritor del futuro. Y las generaciones venideras lo van a seguir descubriendo.
Van a encontrar la fuerza y la precisión de su escritura para dar cuenta y
reponer las condiciones materiales de una época y su mirada singular de la vida.
En una entrevista con Jorge Quiroga, Correas dice sobre Arlt: «Desde y por
Arlt sabemos que hasta ahora no hay cultura argentina posible si no comienza
ejerciéndose en el elemento de la violencia opresiva y la prepotencia. Y que
toda respuesta a esa situación deberá fundar y practicar la cultura a través de
la contraviolencia y la contraprepotencia. Contra los cultos que necesariamente
nos violentan y los violentos que necesariamente nos cultivan, no seremos
cultos de otro modo ni haremos otra cultura si no violentamos y prepotenciamos
a nuestra vez». Correas entiende que «Arlt, (…) nos divulgó que el secreto de
la cultura yace en la violencia». La tragicidad de su obra y de su vida
aparecen en sus personajes pero también se desliza en sus comentarios críticos.
La presencia de la muerte como un reconocimiento ineludible. La posibilidad del
suicidio como una voluntad soberana.
Correas, lector de Kafka, analiza la obra del checo desde categorías
singulares: detalle, amor, deseo, clarividencia, alienación, soledad,
prostitución, el mundo. Correas afirma que «habría que vivir 300 años para leer
todo lo que hay que leer». Y en esa entrevista publicada hace más de veinte
años en El ojo mocho muestra sus
intereses como lector y sus relecturas. Casi nada de “novedades” y la
insistencia de unos pocos autores. Se podría pensar que el característico y minucioso detallismo de Correas
que sugiere con la descripción material la atmósfera moral muestra en sus
crónicas de la televisión argentina la decadencia de nuestra civilización.
Mariano Grondona, Mario Pergollini son los títeres de turno para mostrar la
idiotez de nuestro Gran Guiñol espectacular y sin vida de la decadencia local. Me
parece que el lenguaje claro y limpio de Correas, su registro variado y
preciso, su tono reconocible, ese es su estilo y lo llevó a todas partes. Hay
algo que me parece absolutamente extraordinario en Correas y es su capacidad de
decirlo todo en un lenguaje llano no exento de profundidad. Haber dejado por
escrito, en clave autobiográfica, lo que cualquier otra persona que aspira a la
decencia burguesa se cuidaría en ocultar.
Es un lugar común pero no por eso menos cierto decir que hay editoriales que
publican libros para un público que existe, mientras que hay otras que arriesgan capital económico y también
simbólico para un lector que quizás todavía no existe. Habría que decir que los
textos que estaban dispersos de Carlos Correas, ahora reunidos en un libro
editado por Mansalva, me lleva a pensar en esos lectores y esas lectoras que
todavía no existen. Como en su momento fue un hallazgo de la editorial la
publicación de Los jóvenes (2012). Estaba
faltando este libro que ahora existe con el título de Todas las noches escribo algo.
A la vez ya existía pero no en forma de libro sino como una suma de textos
dispersos que un grupo reducido de lectores apasionados ya conocía. Es un libro
fundamental para nuestro presente y también para las futuras generaciones.