ANENCEFALIA
En un hospital vive un niño con anencefalia,
lo extraño de esto es la palabra: vive.
Un cuerpo boca abajo,
extremidades anfibias,
donde la cara termina
detrás de las orejas: nada,
lo que llaman
un gran defecto de la bóveda craneal.
Un cerebro reptiliano,
bulbo, protuberancia y mesencéfalo,
incapaz de conservarse
entre la progenie omnívora.
La próxima vez que entre en paro
no lo reviviremos,
dice el médico.
(¿Lo revivimos alguna vez?).
CONTAGIO
En una habitación restringida
hay una nena con tuberculosis,
el tipo que se juntó con la madre
le pegó el sida,
a ella y a su hermana.
A él no le importó, a la madre
tampoco.
Él amenaza
con su sangre resentida,
la enfermera no se arriesga,
nosotros
tampoco,
lo esquivaremos varias veces
antes de que termine el día.
La nena, tosiendo en la máscara, va a morir.
La madre
tomará el bondi a Mataderos y tendrá otros hijos
con ese tipo,
los parirá aquí mismo,
y los traerá después muchas veces
antes de la definitiva.
LA MUJER DE LOS PERROS
Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas
y reconocidas una vez que los intereses heridos y los
afectos por ellos despertados han desahogado su violencia.
Sigmund Freud
Muere.
Cinco horas muerta.
Hombres que trabajan de eso
la resucitan,
el chofer conduce,
las consecuencias quizá sean analizadas
más adelante.
Está dañada. Nadie la reclama.
Un olor profundo impregna
las paredes de su casa,
las cosas llevan ya
demasiado tiempo quietas
¿Morirán
sus perros encerrados?
La intuban
¿Para
qué?
La cubren
con telas azules, ligeramente celestes,
la sangre estalla en la incisión,
apenas se apoya el filo
se abre el anillo traqueal,
anexos la nariz, la boca,
la garganta
acumulan saliva inútil.
Mantienen el orificio abierto
con la pinza mosquito,
introducen el tubo
¿Para
qué?
Y las paredes de la terapia
se borronean.
Camino al corredor
llego ciega a las manos de una enfermera vieja.
Me acomoda en una silla y me pregunta:
¿Desayunaste,
nena?
JUAN ANTONIO FERNÁNDEZ
Yo esperé, Juan Antonio Fernández,
ponerme a prueba, resolver,
actuar con celeridad y tino
en las primeras sangres.
La abrupta manera
en que terminan algunas vidas
no pareció fortalecerme,
las almas del sifilicomio
aún sudan mercurio
y soplan su inminencia.
Quise, pero no pude.
Esperé el final
que se osifiquen o mueran
y nunca anhelé tanto
nociones de chamanismo
ni fui tan impotente
y el hombre que la medicina era
devoró mi fe.
(De Formación hospitalaria)
FELIZ CUMPLEAÑOS
El rastro amarillo de los mingitorios
el ángulo del cordón
el atractor de la mugre.
La garganta
como una cañería llena de pelos
un abdomen perfecto encerrado en el placard
y 30 años dando filo a la imaginación.
¡Mujer!
¡A errar o al banco!
RESILIENCIA
Lo esperaba, sucedió (tal como lo había deseado) y sin
embargo
estoy en similares condiciones iniciales.
Absorber las perturbaciones sin alterar, significativamente,
las características de estructura y
funcionalidad
es de provecho en los metales
pero en el hombre
resulta insuficiente semejarse al acero
austenítico
y recobrar la forma original tras haber sido
sometido a
presiones.
Parece que comprendo las cosas un poco mejor:
el objetivo, la búsqueda, el resultado,
y sin embargo, no es más que media cosa la que
veo.
No podré evitar la resiliencia, pero
cómo quisiera destrozarme en las tragedias
y no volver a empezar, aunque digan que
fortalece
que es necesario erguirse de nuevo
dispuesto al desastre.
(De La diástasis de las tibias largas)
Ella derramó perfume sobre mis pies
Evangelio de Lucas
Magdalena llora y habla sola
mientras lava la ropa,
seca sus mejillas con el reverso del antebrazo.
Nadie la ve.
Magdalena se regocija
con el regocijo de los demás.
Comete errores, por supuesto:
no mirar a través de sus ojos,
sus ojos, por ejemplo,
servir la comida a gusto del hombre,
a gusto de los hijos.
La felicidad se encuentra en algunas cosas,
dijo. En alguna de esas cosas.
Sálvate a ti mismo y baja de la cruz
Evangelio de Marcos
Movidos por ese tremendo tirón en el pecho
ponen fin los hombres a todas sus historias.
Y Dios los hace agusanar en la tierra
para que aprendan
a no escuchar consejos, ni siquiera de su boca,
para que aprendan
a tomar la decisión
de pudrirse, o rearmar el presente,
o morir,
pero nunca abandonarse a la salvación.
(De La única cosa necesaria)