(Sobre la serie Nuditas Criminalis de Malkka Bentivegna)
Como si lo que falta a una imagen pudiera ser completado por otra. La iglesia del espectáculo es la promesa de que habrá una última imagen. No es tan ingenua como se cree la prohibición bíblica de hacerse imágenes: la imagen es excedida por la creación y retorna a ella como un agujero que interroga y donde la imagen se corta de la sucesión mediante un efecto primero.
Es una operación estrictamente poética.
En la serie de fotos Nuditas Criminalis de Malkka Bentivegna la imagen habla hasta en su mismo silencio, cava en la representación y el lugar del relevo lo ocupa el llamado de una memoria abierta. La foto es a veces un diálogo tenaz entre la sombra y la luz con una placa de testigo. Testimonia una imagen que en las lenguas latinas tiene una raíz en referencia a lo mental. ¿En qué imagen cada sujeto está capturado? ¿Resuena en ella algún nombre? Hay quienes no quieren saber nada con imágenes de sí mismos: temen que la imagen se lleve algo de ellos. Otros quieren quedarse, perpetuarse “ahí”.
La imagen puede fascinar como reposo del ser pero también puede ser su prueba. En toda imagen fuerte hay el deseo de capturar un objeto primero. La imagen es un modo de integrarlo. Aveces integrarse a través de él supone la expulsión del otro como si fuera un excremento. Es la forma más fácil de integración. No hay expulsión de lo otro sin incremento del la propia imagen. Las Nuditas traen la huella de algo que ha sido expulsado sin que se integre dócilmente: lo criminal por esta vía no pertenece al orden del crimen sino al de la creación.
Para una artista como Malkka la imagen coexiste con un agujero en la representación que se abre en el entre dos mismo de lo porno y el arte a través de un ritmo que habla de una memoria que pudo no haber existido como las fantasías que puede suscitar la pornografía que se imaginan pero nunca se practican. Inciden en las tramas del sujeto. No creo mucho en los ismos, salvo como una aproximación a las obras. En las estas fotos veo cierta tendencia expresionista. Pero acusan una marca propia. En esas figuras que exceden a la “buena forma” hay mucha tensión radioactiva, como si se tratara de plutonio al punto de alcanzar su masa crítica. Malkka también escribe poemas afines a esta estética: “Es hora de hurtar las manos/ al asesino que sin compadecerse/ Ha Mirado dentro de mí./ No alcanzo a ver esa gratitud inesperada. /La lujuria del pescador ha arrebatado mis sueños en la marea.”
La desnudez de las nuditas no es natural, no está desnuda como la pornografía no es pornográfica en la novela del mismo título de Gombrowicz y es tratada con humor.
Como todo hoy es pornográfico no se advierte en una primera mirada que es arte porno. La retórica porno –videos, películas, imágenes– tradicionalmente ha sido asociada a los usos del género masculino pero en esta última época las mujeres se han interesado en ella. Muchas reconocen haber visto pornografía alguna vez y haberse excitado con ella. La pornografía, señalan otros, no está exenta de romanticismo y es aceptada como una forma hogareña. Se extiende hoy a los mismos ideales. Nada de esto tiene que ver con el arte de Malkka. Su espacio no es afiebrado, está hecho de fibras: niveles de memoria que sacuden el ser, con un quantum de energía visual y la frecuencia granulosa de corpúsculos de tiempo.
Malkka, creo, no quiere contribuir a la “salud sexual”, “mejorar” la sexualidad femenina, masculina o el sexo que quiera imaginarse. Tal vez muestra la otra cara, lo que no se dice en su prédica pre o posporno. El sujeto porno tiene mucho de melancólico: no dice “yo no soy nada” sino el Otro –todo lo que desconoce– no existe para mí. Malkka dice que su “drama” es ser demasiado apasionada y esto no es ajeno a su tratamiento humorístico y satírico de eros. Prefiero no polemizar con una bella maestra en artes marciales pero en estas nuditas lo porno desaparece como exhibición como también su cara obcena para que aparezca lo siniestro como repetición de lo semejante.
El gadget y el fetiche y la identificación al cuerpo son modos de eludir la prueba de tener una memoria que abre la instancia de otro cuerpo haciendo un eco retroactivo en el origen que sólo puede ser reinventado a través del amor. Pocos salen indemnes de tal prueba.
En su ensayo sobre lo siniestro, lo no familiar –unheimlich–, Freud dice que nadie osaría considerar algo siniestro cuando Blancanieves abre los ojos el en ataúd, en las historias de resurrección de los muertos del Nuevo Testamento, que de pronto se anime la estatua de Pigmalión.
Lo siniestro aparece en la mano cortada de un relato de Hoffmann. La desnudez es esa mano cortada: se convierte en un crimen contra la misma pornografía en bloque, sacudida por el retorno de lo reprimido.
Lo siniestro irrumpe como repetición de lo semejante en el ombligo de la representación.
Nuestra época favorece la cosificación de la imagen, quiere reducirla a un potencial cero: gadget o fetiche, política de cerradura para la imagen que paga ese ahorro con su indefensión ante lo siniestro. El humor de Malkka convoca y trabaja lo siniestro y lo convierte en material de esta serie donde cada foto lleva en sí un grano de tiempo que la empuja más allá de sí misma donde hay algo encorsetado que pugna por salir y parece custodiado por impotentes gnomos.