12.7.24

Palermo: la primera derrota, por Gustavo Calandra

 

 

¡Bienvenidos a mundo hippie! Los esperamos en nuestra casa dentro de un típico palazzo nobiliario, de hace doscientos años, donde en cada habitación amontonamos cuchetas hasta meter diez viajeros con sus mochilas a cuestas, concentrando una aromatización de oso que los transportará a su mismísimo hábitat en el bosque.

(Leí en algún lado que, por ejemplo, en París, en los años 80 se realizó una exposición de olores en el Museo de l' Homme, sobre su importancia sensitiva y cultural.)

El hotel donde me ofrecían trabajo y mísera paga no estaba muy limpio ni ordenado. Se percibía una descomposición de la vida cotidiana que aclamaba desde el desorden. Parecía como la voz de un presentador de televisión que me iba descubriendo, lentamente, las virtudes del lugar. Cada cosa que uno quiera usar, la deberás lavar. Y no se pierdan nuestros baños. Dos. Para veinte personas que beben una birra barata en lata con los pies sucios sobre la misma mesa donde luego van a morfar. Nuestros baños les recordarán esas largas filas irrespirables de orín de los entretiempos en tu cancha favorita.

(En la presentación de su libro La cultura de los olores, la autora, se pregunta: ¿por qué nuestra sociedad se obsesiona tanto por rechazar socialmente el mal olor, enmascarando sus diversas manifestaciones mediante la proliferación de desodorantes y aromatizantes? ¿Por qué prevalece la difusión de una desodorización corporal que intenta rescatar los aromas naturales para asentar un modelo de salud?)

–Podrán disponer de una pequeña terraza interna con dos o tres sillas rotas, el incesante rugido de la bomba de agua que nunca alcanza, un sillón destripado de goma espuma, y podrán abandonar vasos con restos de bebidas. No se sequen mucho. Las toallas no alcanzan. Las almohadas desaparecen y aparecen en otro colchón sudoroso. Acá es así, calentito. Buena onda. Promiscuidad inevitable. Fa caldo. Caldo de cultivo. ¿A qué huele?

(Hay una jerarquía sensorial que relega el olfato al último peldaño y lo asimila a la animalidad –caza, cópula, nutrición–, mientras que convierte la vista en el sentido civilizado por excelencia que objetiva el ideal estético –la pintura– y la base del método científico –la observación– respondiendo a un refinamiento estético proveniente de las clases burguesas.)

Algún distraído o no tanto habrá pensado que ése que llegó un viernes con una perra negra, que durmió en el altillo sin puerta de la casa, con cortina tumbera, junto a otro pibe empleado que roncaba, perforó el umbral de tolerancia higiénica y se precipitó en marcha furtiva, víctima de una ansiedad metafísica sobre la putrefacción.

Descenso de escaleras, el ascensor no funciona.

Recién bajamos del tren y parecería que ya nos estábamos yendo.

Antes, frente a la estación central, en la plazoleta, encontronazo con pareja fisura. Hablan ese español marroquí de Tánger. Hola guapo, te echó tu mujer que te traes todas tus cosas. Me muestra un papel de la Questura di Napoli y no sé qué embrollo. Y él, con el tranquilo, que no vamos a robarte, solo necesitamos un euro. La mano mugrienta de su compañero se apoya en mi valija. Ella me pregunta de dónde soy. Y la respuesta no se hace esperar: soy argentino y, a él, no toques mis cosas porque te stacco la testa. Necesitamos ayuda, no te enojes. Búsquenla por otro lado, yo aquí vengo a trabajar.

Venía a trabajar. Dadas las circunstancias no se concretó el laburo. No tenemos hospedaje. La ciudad rebalsa, se desborda por el mar.

Llegamos a Palermo: la primera derrota.

Será preciso buscar alguna trinchera y trazar un nuevo plan estratégico.

Aquí reclutará soldados de reserva Escipión el africano en la guerra contra los cartagineses.

Ciudad áspera y atractiva, con sus noches bañadas en ocre, sus bares jazzeros, gente durmiendo en la calle frente a montañas de basura y ratas, aromas de kebab y especias, edificios históricos, paseos en carroza, algunas playas paradisíacas, antiguas iglesias y hasta un ex leprosario. Así se nos presenta Palermo.

Puerto fenicio hace más de tres mil años, su posible nombre griego antiguo lo corroboraría: Πας (pas) tutto y ορμος (ormos) porto. Un poco de erudición de Google que tal vez sea fruta.

Yo prefiero creer en El genio de Palermo como su fundador y protector. Hombre maduro y barbudo, coronado y altivo, cetro en mano, esculpido con el águila de los Habsburgo a la derecha, una serpiente que parece a punto de morderle el pecho y un perrito echado a sus pies.

Una pieza en lo de Giuseppe, donde empieza el barrio Kalsa.

Caóticos mercados de Ballaro y Vucciria. El pregón de la fruta y la verdura. La pesca del día sobre inmensas barras de hielo seco. Aglomeración de gente chusmeando baratijas. Humito de un brochet de chinchulín que asan velozmente sin darle mucha cocción al relleno. Los mariscos fritos en un aceite oscuro.

También se encontraban, usualmente, al anochecer, camiones pequeños que, en la parte de atrás, cargaban una especie de horno con pizzetas calentitas. Nunca las probé.

Una semana girando por Palermo hasta ver la colección de muertos en las catacumbas de los capuchinos.

“Palermo me tenés seco y enfermo”, dice el tango.

Me pongo la remera de Carlitos Gardel, la camiseta titular de los traslados –avión inclusive– el día que dejemos la ciudad y nos acerquemos los pueblitos del Parco dei Nebrodi. Donde comienza a rodarse el corto-largo-vida sobre la familia migrante que finaliza el día de la Festa di San Giacomo.

Después no sabemos. Habrá que preguntarle al Genio de Palermo.

Ya estamos en el baile. Bailemos.

Según una antigua leyenda, Sicilia se origina a partir de la danza de tres ninfas.

Treno a Acquedolci – San Fratello.

Acquedolci: un pueblito moderno. de principios del siglo XX, sobre la costa.

Una casita frente al Tirreno está bien. Terraza y parrilla, mejor. Entraña, pechito, chori de suino nero de la región y los involtini, especie de arrolladitos de carne con queso, pistacho, un gran descubrimiento cuando hicimos asado con Anna y su familia.

Atardeceres épicos en el mar.

Aquí puedo planear el recorrido que improvisaremos por algunos de los paesinos del Parco dei Nebrodi hasta llegar a Capizzi, el terruño.

Aquí veré ilustrada esa idea leída en los cuentos de Pirandello acerca de una naturaleza extraña y salvaje, presenciando combates nocturnos de gatos donde, literalmente, se sacan los ojos, tal vez, por una minina, hasta configurarse caras pesadillescas nivel Poe que deberé evitar por una mezcla de espanto y pena, asistiendo a intentos de cacería y de defensa en bandada con cuervos gritones, insectos gigantes, flores de un multicolor que embellecen las callecitas en tonos de blanco y rosa, la bravura de las olas en las playas rocosas.

Párrafo aparte para los gatos: nunca he visto algo así, no seguiré con descripciones que parezcan un regodeo con lo morboso. Mientras agrego esto, uno de ellos me mira con su único ojo desde el terreno baldío de al lado. Acaba de comer un poco de alimento de perro con gusto a salmón que le puse en un platito. Desde ayer, rondó la casa pidiendo comida. Hoy, me levanté, abrí la puerta y estaba ahí. Sin temor a Chicha. De hecho, cuando me descuidé, entró y le comió lo poquito que quedaba de anoche, dejando a su paso un rastro de gotas sanguinolentas.  Realmente las peleas son feroces. Éste, al parecer, no puede regresar donde está la comunidad felina. No me animé a acariciarlo. Me parte el corazón, sobre todo, aceptar estos mecanismos tan crueles del mundo animal para dirimir jerarquías.

No faltará el humanista que venga a comparar la maldad humana que acude a la racionalidad y no mata ni lastima por instinto, A lo que le responderé que la humanidad me ne frega un cazzo.

Hoy domingo de junio de 2024, mientras Rusia mueve sus submarinos nucleares y los yankis le devuelven la jugada distribuyendo los suyos por el Caribe y el Mar del Norte, podría decir que me importa más ese pobre gatito negro con manchas blancas, con un agujero en la cara que, luego de llenarse la panza, se ha echado a dormir entre los yuyos, medio escondido, enroscado en sí mismo.

Tierra fértil en dioses y mitos. Iniciaremos lentamente la peregrinación en busca del milagro de San Giacomo, alguno de sus milagros, o, al menos, alguna intervención sobrenatural.

Me quedará tiempo para una fugaz visita a San Fratello, un pueblo en la parte alta, con no más de 4000 almas y un dialecto particular con tintes franceses.

Como despedida, una cerveza Messina y un paseo por la avenida principal de Acquedolci, embriagado por el dulce perfume de los tilos que decoran las veredas en la noche estival.