30.10.24

Domenica, por Gustavo Calandra

 

 

Los fines de semana, vienen desde Catania, el marido y los hijos de Anna, cada uno por separado, y el menor de los jóvenes con su novia y, entonces, la planta alta cobra una vida que no suele tener.

Yo estoy sentado abajo escuchando reggae. Trato de adivinar las conversaciones, a momentos, en tonos fuertes y que hasta sugerirían reproches. Imagino las diferentes posturas de las manos. Gli italiani parlano con le dita. En sus diarios de viaje, a Kafka le llama mucho la atención un italiano que no puede contenerse, unas mujeres que también hablan con gestos. Parecen pellizcos al aire, observa. Al igual que ellos, Kafka está turisteando en Gandria, Suiza.

La App del servicio meteorológico ya mide 28. Será una jornada difícil. Cuando el agua pierde sus azules, celestes y turquesas, cuando no pueden distinguirse las islas eolias, Salina, Filicudi, Vulcano, hay que prepararse: un manto de neblina húmeda viene a cagarnos de calor. Así y todo, aguantamos afuera hasta el mediodía, tipo una, porque ya el sol estará sobre nuestras cabezas y ahí regresaremos a la casa. Mientras tanto, Chicha descansa a mis pies sobre las baldosas frías y, cada tanto, se tira a tomar sol en pose de esfinge y me mira sonriente.

La canícula.

También la avenida con sus bares está más animada y emperifollada cuando la bordeamos, ya emprendiendo la vuelta, siguiendo el consejo veterinario de passeggiata corta y bien temprano en verano.

Lo mismo sucede en las casas vecinas. La presencia matutina de los hombres que, a esa hora, suelen estar trabajando, parece aumentar el volumen de las radios. A los niños les despiertan ganas de jugar y salir en familia. Quien no lava el auto, lava la lancha y la prepara para posibles paseos marítimos.

No hay futbol local. Italia fue se fue rápido de la Eurocopa. Hoy abre un museo lliliputiense del Fiat 500, un Fitito cheto: tienen dos autos y un par más de juguete.

Charlas de cocina y de cubiertos barajados. El aroma pomodoro. Parece una publicidad de Molto. No pasa nada. En realidad, no pasa nada. Ni casi nadie. Ni la grabación de la voz que anuncia los trenes en la estación se siente, porque hoy hacen huelga. Se mangia la pasta, se puede escabiar desde temprano: es domenica.

¡Qué tentación esa minibotellita de Campari, bien fría! Dos tragos colorados de esa bebida así, sin ghiaccio, ni la rodaja de naranja.

Importa mucho la composición de la imagen. Me empondero como embajador de una estética viajera. Ni siquiera me atrevo a sacar el mate frío y lavado y el termo de la mesa. Junto al ebook, la compu, los celulares, una libretita y hasta una tuca sostenida por un encendedor con la foto de un cachorrito forman el cuadro en el que estamos inmersos y el que el mundo exterior percibe cuando pasa por acá.

En la semana vivo dentro de una postal muda.

En cuero, barbudo y con un perro termino devenido el jipi que critiqué un par de fechas atrás. Encima revoloteando en fiestas litúrgicas que a casi nadie le interesan excepto los lugareños. Y pensar que cuando rajé de mundo jipi, lo primero que hice en el hostel de Giusseppe fue poner un show de Pappo en el Cosquín, tomar whiscola en la puerta y malinconiarme con el rock nacional.

Buenos Aires te quiero desde lejos, dijo una vez Calamaro.

Tomaré mate, hasta que se acabe el termo. Puedo sentir el sonido de los palitos de la yerba cuando se hidratan con el agua caliente. Puedo contar cualquier boludez total recién empiezo. Sigo usando la misma bombilla de caña. Puedo oír la queja del mate luego de la chupada larga. Casi siempre son dos: una primera, corta que, sobre todo en los primeros mates, sirve como precaución por si está muy caliente el agua. Puedo hablar con un perrito marrón que cuando nos ve por la calle nos sigue y le quiere oler las partes íntimas a Chicha. Medio lanudo, con collar, no debe pesar más de seis o siete kilos. Va y viene por el pueblo. Cruza la avenida varias veces entre los autos como la ranita del Frogger. Chicha le tira buena onda hasta que se le acerca, ahí deja de moverle la cola y le gruñe. Gruñe ahora desde debajo de la mesa del patio porque el perrito lanudo descubrió donde vivimos y viene a recostarse a nuestra puerta de rejas para hacerse el lindo. Mirá que Chicha es una señora grande, hijo de puta. Petizo pijudo, lo lamento pero nunca te dejaré entrar. (Igualmente luego, le daré un buen pedazo de pechito de cerdo, restos de un asado con unos muchachos argentos).

 Si no pongo la radio de Napoli, puedo escuchar los interiores de las casas en el momento del almuerzo. En una, al parecer, debe haber una persona muy mayor que se duerme en la mesa y ronca hasta que lo trasladan a alguna cama en otro cuarto, desde donde continúa roncando. Esto ya lo vi, no me acuerdo dónde, ¿en Feos, sucios y malos?, en otra película, ¿en varias? De ahí mismo, de esa casa estallan pedos. ¿Cuál sería la onomatopeya para una ventosidad aflautada de ese calibre? Prrrrrr, pffft, en español. En inglés podría ser fart, poot, toot.  ¿Y en italiano? Peer. Pedere del latín, ventosear. Peer.

En un principio creía que era el niño que se oye jugar pero parecía que ni estaba. Tampoco nadie se reía. Retumbaron un par de pedos largos y la gente siguió con la comida.

Repica el campanario convidando a la celebración parroquial.

Tiene otra jovialidad la iglesia, cuando toca domenica. Estacionan de cola en la plaza de enfrente. Hay casipegado un bar que pone sillones inmensos y mesitas ratonas para grupos grandes que restan afuera.

Una domenica, en la RAI 3 dan La domenica della buona gente, con Sophia Loren, en blanco y negro. El domingo y el futbol. El clásico Roma- Napoli. El hincha, la novia, la madre, el padre fanático.

Come dentro uno specchio… scorre la domenica, qualsiasi domenica.

También será una domenica al mediodía cuando arranquemos para Capizzi. Sólo iremos Daniel y yo con Chicha. No pudimos juntar cuatro paisanos. Y no faltan en la zona. Llegaron de Argentina, muchos  y muchas en los últimos meses para tramitar la ciudadanía con más celeridad.

Un combo de gestores, abogados, empleados públicos, inmobiliarias que incluye gente de los dos países y que ha visto campo fértil para sembrar su negocio, los convoca con promesas no siempre realizables a término, más bien, resbaladizas por el tobogán del chamuyo. Promesas para ese grupo heterogéneo que busca otra opción de vida en el exterior ante la pesadilla fascista y mediocre argentina.

Exodus.

Hace cien años llegó mi bisabuelo.

Hay una vieja de la muni que parece le pone dedicación y le da prioridad al trabajo con las carpetas para la solicitud del trámite. Para un futuro buscar en este suelo.  A la mayoría mucho no le interesa la tierra de sus nonos. Hay hambre y hay dolor, su alma está marcada por la guerra. Pero cuando hay humedad, la señora sufre de achaques y se queda en la casa. Europa quedó atrás, llegaban a montones a estas tierras.  El Consulado te patea el turno para 2030. Surgen gestores sonrientes en la red. La onda es tomarse el palo cuanto antes.  

Bisabuelo viniste al pedo.

Parecería no ser o querer ser permeables a otra cultura, esta juventud migrante. A lo sumo se llevan la cittadinanza y un catálogo de playas.  Son jóvenes provistos de un coraje y una esperanza colocada más allá del océano.

Sería injusto generalizar, aunque da la sensación que prima el individualismo. No forman comunidad. No pasan más allá de un grupo de WhatsApp.

No es el caso de Daniel. Él vive en Sant’Agata porque su hijo vive y trabaja allí en un restaurante. También juega al futbol, el pibe, en el primer equipo de San Fratello previo paso por el Nicosia y está cerrando su pase para vincularse a Orlandina, la squadra de Capo d’Orlando. Ellos han logrado combinar el futbol de ascenso con el turismo regional: cada partido que su equipo debe jugar de visitante es una ocasión excelente para recorrer paesinos de Sicilia.

Daniel, unos cuantos pirulos más que yo pero con sus músculos de acero cuál titán, nos llevará y luego rescatará de Capizzi cuando sea necesario, convirtiéndose en una especie de héroe del capítulo siguiente.