De la luna
Salgo para fumar al patio y
ver la luna
no hace calor ni frío y se
escuchan en el aire
un rumor televisivo y voces
y risas
y puteadas superpuestas a
las risas
como exigidas esta noche
por las risas
y las puteadas no sucesivas
de la televisión
que llegan saltando por los
postes a las casas
y de las casas al patio, su
rumor
que me recibe, acá, cuando
salgo
al patio para fumar y ver
la luna
porque acosté temprano a mi
hijo
y siempre que fumo, acá,
miro la luna
cuya fase a esta altura del
mes ignoraba
pero el paredón del vecino
hoy
no deja ver ni el disco ni
el semidisco
ni la variable moribunda o
naciente de la luna
solo lo negro azulado del
fondo por encima
de los últimos ruidos
comunales de la noche
después no quedará, cuando
entre, más que
un efluvio de humo y el
sabor del humo
en mi boca y la
consecuencia del humo
en el futuro quieto de la
noche vacía.
Veredas
Salir por la
mañana y ver
después de haber pensado y discutido
las configuraciones de la posmodernidad;
salir y ver, digo,
a la luz real de la mañana
un caballo solo
pastando en la vereda.
Pero también
el revoque
conurbano de las fábricas
que se asienta en el país, y se decanta.
Artero, el elemento de la tarde
colmada una vez más
de voces que recaen
disímiles en la vereda baldeada del
vecino.
De una casa corre hacia el cordón
un trazo perpetuo de agua sucia
no hay hora que no esté
y con los meses
y con los meses
ha aparecido un verdor
casi invisible pero vivo.
También ahí, en ese charco: vida.
Pero también
escuchaba en la
distancia
el bajo de una cumbia:
tres notas (undos-trés)
que se repetían (undos-trés)
o mejor, un modelo
que variaba pentatónico el sonido pero
cuya figura se conservaba inalterable
para felicidad de la especie humana.
Nada más llegaba:
los gritos de los chicos se quedaron
en la tarde. Y de repente
algo se hizo sentir
no mucho más allá
era de noche como ahora
y se sintió
ineludible como una duda
atravesó el patio de baldosas y
abrió su paso entre las sábanas colgadas y
subió después por las paredes ásperas y
paseó audiblemente por los techos y
levantó las viejas capas de membrana y
cuando estuvo adentro
nadie lo nombró pero
ahí
estaba.
Los
polos
Cruzaron transversalmente los días
las horas de casualidad asintomáticas
fueron llenando
el espacio vacío entre aquel pedazo de
vida
y este otro pedazo apenas de latidos
y metabolismo; entre las dos porciones
(digamos) de homeostasis
temporaria; entre las dos
paciencias sobornables; entre
la vulnerabilidad de un hueso expuesto
y las voces de alto ante la maquinaria
servil de la paciencia;
entre las bocas de las hojas verdes
que sabían tragar la tarde sofocada y la
visión
de un hombre sentado entre las vías, visto
de arriba,
el hombre más solo del mundo entre las
vías.