16.3.18

Bajo las lilas, por Jorgelina Vittori



Debajo de las sábanas frescas, todavía sé que fue el nombre de una novela que fijé hermoso en mi memoria temprana de verano. Lo guardé pragmática en todas las estaciones para usarlo alguna vez; lo guardé involuntaria cada vez que por una razón u otra se me presentaba.

Y Lila además era el nombre de la muchacha que limpiaba la casa y cuidaba a nuestros amigos, hija e hijo de madre profesional y separada. Excepcional para un pueblo en tiempos de no divorcios.

Debajo de las lilas había kilómetros de personajes y escenas de calor sofocante de verano. Las lilas eran un paliativo sonoro y visual, fresco en la tapa de un libro de colección de época.

Ahora bien, bajo las lilas, y no debajo, rebota poética y consume todo intento racional, se lo chupa, lo devora. Da cobijo a la mirada, oveja negra de la familia, y atrae un cuerpo que de vez en cuando se da cuenta de que siente intenso y por sí solo.

La galería en verano era lo más fresco y Lila se sentaba ahí a descansar la frente y el cuello sudados, mientras yo sacaba el libro y me ponía a leer en el cuarto a dos o tres casas de distancia, casi a oscuras por completo y con un solo hilito de luz mientras mis hermanas simulaban dormir. La oscuridad amortiguaba el calor temprano de la siesta y el temor fantasma de mamá a las calles vacías tomadas por algún sátiro. La tapa era dura, con un cartel de fondo rojo, de un tamaño adecuado para una mano de nueve o diez años y la figura predominante de un muchacho sentado en un umbral a lo Tom Sawyer o Huckleberry Finn.

Las voces apretaban fuerte palabras de amor ahogadas, de labios contra labios. El novio de Lila se movía nervioso y expectante en la vereda después de haberle tirado, apasionado, del brazo para que saliera. Entonces Lila era una palabra fresca y sensual en la tapa de nuestras bocas, ahora precoces, que, dos o tres persianas de por medio, cuchicheaban.

Había que juntar coraje y pronunciar la palabra, el nombre propio que hacía arder el cuerpo zigzagueante; la frase, confesar el estado de la cosa: primero era frío, frío; luego, caliente, caliente; y finalmente quemado.

No había mucho más para agregar. El resto se completaba solo.

Enero de 2018