Para Régine Blaig
Nos
quedamos con los apuntes, con los cuadernos de notas tal cual o muchas veces
camufladas adentro de novelas, o entre las páginas de inconcebibles diarios
íntimos, o en epistolarios castigados por la infaltable supra-conciencia
biográfica. – Néstor Sánchez, Márgenes.
Néstor Sánchez re-trabajó sus deudas, asumió sus rupturas, sospechó
de la ruptura, intuyó rápido que se venía la época de todos, en la ruptura, supo que es inevitable una poética del
rechazo, una idea del valor:
“-¿Qué quiere decir valor? Convengamos
que el valor en sí, el culterano, lo dan los profesores y periodistas de todas
las edades. Yo hablo como un tipo apasionado por lo que hace y por lo tanto
arbitrario. Cuando uno quiere algo, conocer y convencerme a través de la
escritura, cuando lo quiere todo el tiempo, no pide ni da cuartel; y tampoco lo
merece.”
Las notas de Ojo de rapiña acompañaron la escritura de sus novelas, son de su trabajo, de sus libros. Néstor Sánchez
fue envolviendo el vacío, con sus novelas y con sus apuntes. Con sus
entrevistas. Una continuidad. Rescato las dos palabras: notas y apuntes. Contra
la idea de ensayo. No escribió ensayos. Ojo
de rapiña era un proyecto de libro –Gabriel Rodríguez a Claudio Sánchez:
“Tenés razón, hablaba de un proyecto “Ojo de rapiña”.”
Supo que lo precario no lo
abandonaría nunca, que se trataba de
enriquecerlo. Escribía en el momento en que la sacrosanta ficción empezaba su
reinado. El realismo llegaba. O se redefinía, para decirlo ampuloso a risa. Una
escolaridad de la literatura ya se había instalado, una profesionalización
ocupa todo el terreno. La maldición
escolar. Todos empezaban a escribir la misma novela: “Lo cierto es que en
este tipo de novelas bastante parecidas
entre sí y por lo general llamadas “realistas”, lo más fácil de comprobar es
que el lenguaje, esa aventura artísticamente descomunal y bastante desacreditada,
ha sido enajenada para otros fines”. En la guerra del lenguaje apareció la
decisión de acabar con lo artístico descomunal. Liquidarlo. Ponerle la tapa. Había
que impedir que Jarry, o podemos decir Macedonio Fernández, se repitieran. Un
ejército de profesionales de la estética y de la enseñanza (la demencia universitaria dijo Samuel
Beckett) se consagró a eso. Una guerra que todavía dura.
Entre libros permitidos y libros no
permitidos. Empezó de manera oficial la
guerra contra el poema. Sánchez escribió toda su obra en el inicio de esta
guerra. La vio venir. No se la ocultó. El imperativo de esos profesionales era
decir algo, tener personajes claros, definidos, había que transmitir, había que
saber lo que se iba a decir:
“El oro por ninguna parte, para
desaliento de los acreedores de confianza: nada que transmitirle a nadie, ni
convicciones para representar, ni la menor idea de lo que irá a decirse porque
es demasiado incierto lo que querría decirse y sobre todo porque seguirá en pie
eso de que no estamos en condiciones de merecerlo.”. Lo refractario Sánchez se
escribía al costado del éxito social, del fracaso social. Dos cosas sin
interés. Salvo que uno sea profesional. Sánchez ni siquiera fue profesional de nada. No quería que la
Sociedad lo engrampara. Sólo eso. Pero, junto a su manera de escribir, su mayor pecado. Apostó al desconcierto acumulado, no retrocedió. Un escritor librado “a su
propio juego”, “haciendo todo lo posible por expresar aquello que no conozco”. Refractario
a la mercadería transmisión: maestro
transmite, alelado ingurgita, y después pía la lección sin cambiar una coma: “Una:
hacerse divulgador por escrito, o titular de cátedra amenazada por el
sentimiento inmediato del porvenir y por el tedio que implica toda convención
hombre-que-supuestamente-sabe frente a
hombre-que-supuestamente-escucha-o-lee.”. En fin, se entiende que la obra de
Sánchez mueva el piso, que se la vigile como
una amenaza al empleo, pero los dueños de la transmisión pueden no leerla,
finalmente pueden darse esa libertad y salir un poco de la angustia de
controlar todo. Dan ganas de decirles que su trabajo está más seguro que nunca.
Tranquilizarlos. Pueden no leer a Néstor Sánchez: “no pide ni da cuartel; y
tampoco lo merece”.
La
poética (del cambio) de Sánchez apuesta a la aparición de azares,
encuentros, recovecos, cuchitriles tangueros, un paso de baile, una voz, a la pasión sostenida. Pavese y
su Oficio de poeta no son una receta
de oficio perdido, para Sánchez es una posibilidad de transformación, una
anti-pedagogía. Una posibilidad contra el escritor que “desciende-al-pueblo”,
contra esa falacia de creer que se le habla a una multitud. Enamorados de la
multitud abstenerse de leer a Néstor Sánchez. Irritados y ofendidos, también. Gadda
ayuda: “Todos estamos irritados, u ofendidos por algo… Pero la polémica franca,
la diatriba, el grito, la injuria son preferibles a los términos
seudo-narrativos de una pretendida objetividad… Puedo equivocarme…” Sánchez,
como Gadda, hace bailar las preguntas en
la oreja.
Carlo Emilio Gadda y Néstor Sánchez:
una propuesta de deseducarse: “¿Es el lector que se educa en la reverencia
hacia un ritmo?”. De despojo: “Y lo
cierto es que dentro de esta pobreza entrará también despojarse del prejuicio
de vanguardia: zonas oscuras. Onírico, fronteras de la razón, automatismo:
cualquiera sueña, está semiloco, asocia de la mañana a la noche, convive a su
modo con ideas inconfesables. El ‘todo nos está permitido’ es siempre gestual,
urgencia para volverse el cuco de las tías como si esas tías – o estos
‘burgueses’ – representaran la medida de algo, de algo que nos concierne.”
Escrito en 1971. No perder de vista las fechas. Soltó amarras. Rechazo de todos
los lugares comunes de mayo del 68, de las vanguardias, de la crítica
triunfante. Sólo en un rincón. No servir. Imperdonable. Son frases que hacen
mal, ofenden. Deseducan. Pueden caer en manos de lectores. Sánchez no es bueno
para la clientela de los maestros. Verificación
recontra empírica de ambición a tiempo propio, hace mal.
Ojo
de rapiña no es un libro de
aplicación, no da lecciones de estética, no habla sobre la belleza. Es verdad
que no se preocupa del lector de “la convención narrativa”. Que desalienta “a
los acreedores de confianza: nada que transmitirle a nadie”. Es un libro no permitido. Acelera el “impulso de
‘omisión’ voluntaria”. Manotea en lo desconocido. Temblores de poemas. Tienta
al desacato: “ausencia de valores inculcados donde sentirnos y reconocernos
pobres sin que intervenga el menor tipo de esfuerzo para ocultar esta pobreza.
Mejor todavía: fomentando la verosimilitud ilimitada de su presencia.” Ir
llegando a la voz propia: “Escritura que se escribe a sí misma, libro
convertido en la historia un tanto secreta de una voz sin transcurso organizado
de una cultura.” Botella al mar para lectores extremos, asociales. Secretos.
Pero, la verticalidad de la poesía no
soporta un poema escrito. No digo nada nuevo, pero lo machaco. Por gusto. De
machacar. De tocarle con “un pelo de tío, caca de paloma, una uña de Quevedo”
la nariz a la gallareta organizadora de literatura, sea hombre o mujer, aunque
sé que gana ella, socialmente
hablando, la gallareta, tocarle la nariz con citas de Néstor Sánchez.
Néstor Sánchez: Ojo de rapiña. La Comarca Libros, 2013.
http://www.nestorsanchezescritor.com/