(Sobre Unos domingos de Milton
Rodríguez)
Algunas palabras sin decir, otras
imágenes perdidas o extraviadas, lacónicamente superpuestas en un transcurso
que las aísla no les da salida. La voz del miedo rodea un silencio donde
se cae en un vacío en el que hay una música que se deshace y despuebla los
recuerdos cercanos o las sombras miserables. La casa es un sitio inhallable, y
el alma apenada pide un tiempo que lentamente se escapa. En la penuria de un
insomnio que cubre la vida, se respira, se evita y se susurra, minando señas
que no tienen otro fin que perderse.
Soledad de la ciudad apagada, hostil, deplorable, la elíptica sin
razón que bordea la locura y se apacigua, únicamente las grietas de un ser que
deshilvana sus sueños. La muerte escribe los pasos necesarios, en el encanto de
otro que busca la forma, la pretensión de desdecir temblando ante las imágenes
predecibles y quietas.
Como las palabras no bastan, esa
condición de soledad tendrá que entrar en contacto para purificar el mundo, en
una relación insostenible con el tiempo que horada implacablemente, los huecos
posibles de la memoria.
Pueblos anegados, devastaciones que
someten la locura y el suicidio a la amistad y los olores de un paso
provisorio, que se rememora desfigurándose hasta disolverse en la nada del
fracaso.
Los pájaros viven de la mano del dolor
y de la calle, alimentándose, atontados, sobre su propia sombra, el tiempo los
recupera, cuando surcando el espacio que no podrá separarse de la incertidumbre
del sueño escrito e interminable.
¿Cómo desprenderse de esos sollozos
débiles que se iluminan en la oscuridad? ¿De aquel tiempo real que está sobre
nosotros?
En la vida diaria, aquello que se mira
como un espectador que participa en la brevedad de la curiosidad de los vecinos
asombrados, se rinde a las palabras que guardan un secreto.
Lo que se ausenta en esa vida es la
verdad de sufrir, conmovido por los sucesos insospechados.
No hay una sola respuesta en el pasado
intermitente, en el latido de las horas que se juntan, y despedazan abrumadas
en la desolación.
La ciudad reúne restos de esa
experiencia insostenible, la muerte se quema y el recuerdo se entrelaza y
pronto se despide.
Todo se debe ver, encerrado en el
destierro del departamento, observando con atención los detalles de los cuerpos
desalentados. Los itinerarios son siempre los mismos, los encuentros se repiten
y esta misteriosa escritura es una forma de juntar frases que evocan una cadencia.
Los poemas mantienen su margen de
espera, se cierran en sí mismos, en lo que ocultan abreva el sentido de su
silencio, presentan una palabra justa, irremediable, que no puede despedirse.
Milton Rodriguez en este recorrido, de manera simple, nos habla de su lugar y
de su ensoñación.
* * *
VEREDA
Una tarde,
un eco,
Verde que ilumina
el tacto.
ERA
Y qué te estoy diciendo
cuando tiro la mirada.
Cuando te persigue
a lo largo del pasillo
y se disuelve en la curva
alejada de cualquier contacto.
TIEMPISTA
Tanto tiempo
recurrente y atávico
Una luna sellada
La metáfora del agua en movimiento.
VECINDAD
Miro a través
de la persiana,
en la que
una rotura
deja pasar luz.
Desde el departamento
de una mujer sola;
descabellada.
Luces
Hasta las 3 de la mañana.
Fácil sería deducir
que es una compañía
melancólica.
Pasa,
Hasta seguir
destiñendo.
De: Unos domingos, Editorial La Yunta, 2013.
De: Unos domingos, Editorial La Yunta, 2013.