1.7.13

La mañana sol de limón (VIII), por Hugo Savino






Todavía no llegué a mi éxodo. El nudo de este libro. Pero ya empiezo. Infinitamente. En este invierno impreciso de medias de lana y bufanda.  Paso por la catedral de la plaza Alsina, de la misa salen las mujeres, y las miro con el terror de un ateo, y  las viejas que piaban misa de once, y  los viejos que trataban de saltar por el horizonte del tiempo que le corresponde a Dios, y las chicas de tapadito rojo, verde, o azul, que sueñan con despegar del barrio. El cielo azul les corre la marca de tiza, por ahora. Sueños de grillos mañaneros perfumes barriales de las pibas que saldrán de la cajita de buriles, quemarán de amor al gavilán de la esquina, lo mandarán al infierno para que se cocine entre notas de piano, pobre sombra será, hundido en la caída. Ni será recordado en el reclinatorio de la misa dominguera. Hará la valija de cartón. Y ellas, crujientes como un hojaldre, prolijas, seguirán a la procesión por Avenida Mitre en el día de Pascuas de 1952, ¡Oh! Y la historia hoja al viento de la generación de dormidos dará la vuelta a la plaza y todos volverán a la iglesia Catedral, cura a la sacristía,  fieles a casa. Lola ni está en los planes de la maternidad remasticada.  El sol se refracta en las ventanas y los ojos miran el cielo del mediodía.

Por alguna esquina de las doce del mediodía pasa un carro perdido mercado de abasto de Avellaneda, va para la eternidad de la no foto, del no registro, camino a la nada, ruidos de jaulones vacíos atados con cinchas, eco perdido de cascos en adoquines de esa misma mañana de Pascuas de 1952.

Las mujeres le rompen el corazón todo el tiempo, hoy está desesperado y puede escribir esto: Lola nunca estará en su madrugada, no habrá martingala posible, siempre se estará alejando, Lola, siempre aplazará las ganas, se impuso ese límite que no atravesará. Pero ella estará en todos lados.

¿Y si mi rencor viene de una lejanía oscura, lobreguísima, chueca, transmitido como un veneno napolitano? No sé.  El veneno es el miedo al desprecio.

Escribo en los tiempos de condena al escritor sofisticado. Leer escribir es el sueño del manco de la escritura, no puede, ni lee ni escribe, y lo resuelve en odio, tira los libros ahí, a un costado. Sueña con sacárselos de encima. Los apila, los acumula, los odia. La pereza. Como la pereza de las mujeres que no trabajan, a las cinco de la tarde toman té y sueñan con amagos mínimos una confesión, en el bar inmaculado, esa pereza que no suelta, esa misma que te manca, que te encajona en el apronte. ¿Puro apronte, entonces?


O el otro, ese proyecto de maldito que hace reseñas y pone cosas del tipo: “su mundo narrativo no tiene verosímil”. Hay que escuchar a un hijo de puta que vuelve todos los días a tomar la sopa en casa de mamá decir esas cosas en el suplemento del sábado. Ratoncito de la entrevista a maldito. Estará en algún círculo del infierno. Está en las filas de los que dicen qué quién es mejor escritor que aquél que éste. Sólo puede hacer eso una vez a la semana. Pero en algún extremo alguien se sacude esa nube pasajera,  y avanza, entrecierra los ojos y escribe frases, trata de releerse y avanzar sólo porque le gusta la frase, escribir una frase cualquiera, una aureola de frase para caminar en el mediodía, por ejemplo, nada de acción, de mundo narrativo, nada de eso, una frase, ahí, hilada a otra, alejar la melancolía, desviarla, metido en la memoria, sacarse de encima esa condena de la expresión, del cómo expresarlo, la memoria enroscada en la puntuación, no lo leerá nadie, no es para que alguien lo lea, ni sencillez ni expresión son mis problemas.   

Es la pregunta de todos: ¿qué lee, qué escribe? ¿Memorias?  

Amarillo, mañana de amarillo limón, mañana.

Lola se perdió en la mañana. Todos se pierden en la noche. Pero Lola en la mañana.  Entra en la ensoñación del día, camina por la calle Alsina y huele los tilos, cruza Avenida Mitre, llega a Sarmiento, acá es anónima. Solitaria, efimerísima.

O Lola se levanta de la siesta. Levi´s de tela, botineta de gamuza roja sin tachas. Odia las tachas, odia los acordes metálicos.  O pantalón de blanco, remera rayada, viene algo tostada, ¿dónde tomó sol? Desteñimos cuando aparece.  

Yo también soy esa especie de cafisho fracasado que vuelve a casa, cuando casi tuve el éxito en mis manos, y se perdió, puta madre, se perdió, y vuelvo a casa, a vivir a costa de quién, sigo escribiendo, sí, pero no puedo comportarme como un autor. Para eso hace falta mucha solemnidad, escuchar el propio eco, toda la convicción, la solemnidad de encontrarse sublime, el ridículo de ser poeta.

Llegó de dónde: algo perdido, sin origen, no estaba sucio, todo lo contrario, sólo algún pullover olía poca tintorería, se fue quedando, se quedó en el paisaje ¿tuvo nombre? Caminaba despacio, casi flotando, lo mirábamos pasar y sabíamos que no era el padre de Lola. Fue lo primero que supimos. Alivio. Y ya no averiguamos nada más. Vino con su misterio y ahí se quedó. Un día apareció en el patio de Negro Jorge. Le di la mano. Nos presentamos. Me contaba bobe meises encantadas. Así me dijo: yo cuento bobe meises.

¿Seré capaz de sobrevolar la virtudes del vacío? ¿Aceptarlas es la palabra precisa?

Esto es un escolaso. Así que no lo recomiendo. Se lo pueden saltear. Tienen historias más redondas, más edificantes, más narradas, más enchufadas a moderno, jarroncitos Biedermeier de la futura literatura argentina, aprobados y garantizados como copias fieles para poner en la vitrina. Entrevistas trabajadas horas y horas destinadas a la nada.   

Contra viento y marea la regla de la separación absoluta. Hay que obstinarse en la idea fija de la soledad, no ceder al chantaje del amor o la amistad, o la integración o la responsabilidad social, predicada por los que se cagan en la escritura. Mancos de toda manquedad. Que te comen el tiempo.

¿Se puede contar por qué uno llega a la mierda? ¿Qué se puede contar? Sólo gritos, sonidos. Pero se puede contar. O mejor: no se puede contar, y se puede escribir. ¿Cito algunas novelas?   

Estoy aquí escribiendo este libro – que como corresponde ya tiene sus detractores – la rutina– y todavía mi éxodo no empezó, pero más o menos hice la lista de nombres de los que saldrán de Barracas, no de los que se quedan, a los que perderé en alguna niebla, nos vamos con lo que cabe en ese camioncito no rastrojero – éxodo de desalojo en este marzo con grandezas de referencias esfumadísimas – y si rascan – justas – y en el camino soñaré  con esos livings de los ricos de la avenida Montes de Oca que tantas veces veré en los intentos retorno que fracasaron siempre –¿dónde estoy sentado? ¿en la cabina entre Roque Juan y el chofer? ¿quién era ese chofer en la magia futura de esa mañana futura evocada de 1950 en este marzo invierno soleado?   

Camino de pedrones por Olavarría. Apisonado. Salida limpísima, organizada por los oficiales de justicia, los abogados de la fábrica, la policía, las miradas de los vecinos, la alegría de vernos caídos, corderos de Yitro en camioncitos rumbo a Puente Barracas, a patio inquilinato, de patio de inquilinato a patio de inquilinato, a la inexorable Avellaneda. Aguantadero final. Punto de anclaje. Nada que contar salvo estos detalles.

Y estos son los nombres del desalojo: Irma, Roque Juan, Martha, Lucio.

Los italianos: Carlo, la Tana, Emilio, Beppina. 

Los chaqueños: Don Nicolás, Rosa Amanda, Rulo, Teresa, Óscar.

Los polacos: Pepe, Marysia, Bougaslaw, Mariucha, la Vieja. 

Estábamos todos, no sé de dónde salíamos, de ninguna costilla, ahí, cada uno con sus bártulos, no sé, éramos como gente infinitamente infinitamente perdida para siempre.

Hubo un nacimiento a las tres de la mañana, las parteras daban vueltas, las comadronas Sofía y Púa en el patio,  ayudaron a Irma, todos esperaban ansiosos.  Lluvia. Repartidos en el patio del inquilinato. Debajo del alero, o en la cocina. Mate y café más que obvio.  Mucho silencio, nadie rasca las baldosas, hablan en susurro. ¿Quién saca al orejudo: Sofía o Púa? Qué ínfimo este nacimiento rascabuche, olor a café, tipos de traje de preferencia grises, mujeres de vestido floreado inicio de primavera, licores, todas las almas juntas del inquilinato, a la espera de la mañana, y no había que esconder tres lunas al crío, nadie lo amenazaba, de la cama a la cuna, encajes, blancura, no había que pintarrajearla de barro, nada de eso, tampoco lo pescaron de algún rio, llegó así, ese día de octubre a las tres de la mañana. Todo en el patio sin glicina Barracas, el mismo inamovible patio, mate o café en la mano, toques caló en la conversación, en algún momento del tiempo se nace ¿no? las mujeres se ponen una pañoleta liviana, la lamparita atada al único árbol Mingo traje cruzado puso el bufoso envuelto en un pañuelo  en el macetón del rincón del patio lo mira de reojo la cancel ni suena a esa hora ya están todos adentro todos a patio nadie llora las calabresas duermen los sombreros están en la sala en la banqueta larga nadie baraja los cambalaches del futuro acá la ilusión fue limada nadie la cuelga en el perchero basta con abotonarse o desabotonarse el saco cruzado un poco de café unas palabras es el capricho del tiempo en el repatio barracas de ese nacimiento en la discreción ellas no tejen hablan bajito en otro rincón zumbido de mujeres en el murmullo todavía no había que juntar a nadie para cruzar el puente rumbo a Avellaneda cada una hablaba hacia la otra María iba y venía las comadronas le hablaban sólo a ella tradición de nacimientos todavía no partimos falta sí falta pero ya nos iremos patadas en el culo del desalojo no era tierra de santidad ya lo sé  fallaron todos los enviados hubo que ponerse los zapatos despoetizar juntar las cosas en ese sol joyceano de las 10 de la mañana hacia un lugar del mediodía nueva casa tal vez algún perro pero ir hacia hablar hacia todos moqueando sus tristezas con chancleteo a insolencia a misantropía o a franela de vecindad pero todavía hay nacimiento los hijos los trajes de buena confección de la plata zurda. O la ropa barata del trabajo, del yugo gil. 

Desalojo de un paraíso de chapas a un paraíso de cemento cartón chapa. Cocina de chapa cartón en el patio. Pared en el medio para separar a los italianos de los polacos y chaqueños.    

Dieron por terminado el tiempo del escritor sofisticado.

Amarillo, mañana del amarillo limón, una mañana.

Nunca será. Sé que nunca te dejarás tentar. Esto, se trata de esto Lola. La tentación. Que si no la dejas venir se va como humo negro, por el aire, amarga, resentida de escape de fugas de lo que no podrá ser.

Lola mira con pasado de melodrama todos los  abandonos. Yo arrimo mi melodrama de hijo de familia pobre que no llegó a hacerse aceptar y me pongo a leer al monje Zapallo amargo: ¿la suelto a Lola? ¿pongo la mano sobre los maestros? sí, pongo la mano, los transformo, y me siguen, patalean los devotos los cuida-concha de la regla sin la transformación, y   anoto: “En lo que me concierne, existo por mí mismo y para mí mismo” y descubro que todos los viejos maestros a los que leo me siguen, es casi una continuidad de la lectura, una posibilidad que no estaba. Lola me sigue, no sabe, pero me sigue.    

Aquí en la mañana sol suave en la vereda de la Catedral miro la puerta eterna que protege el retablo.

Final de la tarde en Barracas Marigny, Dante se fue. Lola está ensoñada en la mesa de la ventana, yo sigo en la terraza. La luz profunda de sol suave de las 7 de la tarde, la verja color verde inglés de la casa de departamentos década del cuarenta por la que entra una mujer. El 102 sigue parando a mitad de cuadra. Lola anota en su libreta. ¿Qué? ¿Se decidió a registrar los sueños? No me acerco, no me acercaré. Un tarado vendrá a decir cómo escribir esta novela. Hablará de mundos narrativos, de personajes no logrados. La monserga clásica.

¿Tristes alegrías que resuenan en el chancleteo? Por supuesto. ¿Qué otras? Quedarse ahí, quieto, corralón Negro Jorge, marroco, conversación o  silencio, depende de los días, ahora trajes Carlo Emilio Gadda: “Escriba usted que la ropa que yo llevaba era ropa triste, nunca elegante. También esto me atormentaba.” ¿Se entiende mancos de la pluma? No se olviden de comprar el Alma que Canta, por si no entienden.       

Lola anotó en su libreta esta cita de Jack Dulouz: “siempre odié que se acabara la mañana.”

No quedar atrapado en lorerías de mujeres.

Nos mudamos al sur del Paraíso. Estaba lejísimo de ser currado a centavos la palabra de traducción. ¡Oh la confianza en el futuro de la cultura! Changuitas de traducción francesas.

El enlace de las secuencias.

Desalojo mañanero – el sol se despide de la luna raquítica, que acunó el insomnio de Roque Juan esa noche de 1950, y ahora esa luz sol de limón le pone algo retorcido a esa lona verde comprada en la toldería de Angelita. 

Claude Riehl sobre Arno Schmidt: escribir “ ‘literatura pura’ como quien dice ‘matemáticas puras’ distintas a ‘matemáticas aplicadas’ ”

¿Qué recitarse para resistir al cotorreo de la malicia? Por ejemplo, Arno Schmidt.

Lola: en la carnicería. La mira desde los zapatos crema al hoyuelo – Lola despierta esa mirada – Lola rara y encendida en los pliegues de ese hoyuelo – pausa del carnicero y sigue a los ojos, ojos adorados de Lola. ¡No te caigas adentro! Lola compra huevos, carne, un pollo, se va. Todos quieren perderse en los ojos de Lola, llevar en el alma su mirada. Esfumado de ojos Lola.

¿Habrá llegado a esa línea, la habrá pasado, habrá llegado a ese punto de no retorno, a ése en el que Lola tal vez lo espere? En la pared de ladrillos de Paláa y Alsina, a cien metros del callejón, Lola camina con una revista en el bolsillo.

El paisaje se desalojaba con nosotros, las nubes habían desaparecido, el sol verde limón nos miraba inmutable, el viento de febrero nos hablaba al oído. Se disponía a viajar a Avellaneda con nosotros. Dos pasos, después de todo.

A bolsillo seco –¿cantilena?– estás al pie de la pared de todos los psicologismos, de la familia, de los amigos, de los enemigos, el antilirismo encarnado viene a buscarte, todas las escuelas se proponen para colgarte, la más tenaz, la más laboriosa, industriosa, policíaca, la expertísima en linchamientos sutiles, es la del inconsciente, te cocina a la cacerola, conejo sangüino a fuego lento, es la que mejor liquida a las naturalezas débiles, esas que se quedan varadas en el medio del rio, cáscara de nuez, soñadores del sueño despierto, esquife en la pesadilla, pero a veces el viento toma impulso, te sopla al oído, viene en tu ayuda, tropieza un poco y te embarca en la visión, infinitos de soplo, lejos, lo más lejos posible, bendita soledad.

La generación te tira del saco, te trae al redil, te quiere domesticar, no te deja andar solo.  “Los deslizamientos de terrenos llevan generaciones, yo trato de acelerar el movimiento.”  Me embarco. Acelero.

Perro hambriento, algo infame, algo pulgoso, algo lengua afuera. Algo chucho asustado. Y un día llegué ahí y descubrí el maldito cambio, la respetabilidad les mordía el culo: no había un solo escritor, sólo tipos con estudios literarios, tipos serios, con opciones políticas clarísimas: había un olor a extorsión.