Yo amo y
veo, creo, que otros no aman, pero no pienso preservar nada. Porque, no nos
hagamos los boludos: es fa-lo-pa. Un
lenitivo. La palabrita es vieja, pero uno la sabe de letrado, y de drogadicto.
Se podría decir que es una verga; que uno ama el falo -o la vagina- y nada
sería más erróneo. Pero nos meteríamos
en el problema de las traslaciones: uno ama el orto, tocar la caquita y decir:
¡acá está! ¡Era esto! Y que un rayo mental de asociaciones y de categorías le
salte a la mente.[1]
Sólo jugamos (virtuosamente, porque am-a-mo-s) el mismo juego. Todos sabemos
que de un lado están los entrenaditos y del otro, los angustiados –o los
enfiestados–,
enfiestadísimos, sacros tocadores de caca; y, que, a veces, se está de un lado
y, a veces, no se sabe el motivo, el porqué, se está del otro. Y que hay que
estar de un lado y del otro. Se podría traducir mal, de nuevo, recurrir a
Deleuze, si quieren, si hiciese falta, para avivar a más de un durmiente. Pero
sería vano: no se entiende porque no se puede o porque no se quiere. Además,
¿quién nos dijo que somos más despiertos que los otros? (Yo sé que un profesor
nos lo dijo para estimularnos, pero callo). Yo sé que la angustia nos hace más
despabilados, pero… Lo de la cajita de herramientas y lo de la gaya ciencia
también, aunque no es eso lo que digo. Me disperso. La fascinación por la
frasecita. El éxtasis en el significante. Ah… Es falopa. Y uno ama una práctica
decimonónica para señoritas burguesas o para pervertidos desclasados como
nosotros, que somos o parecemos la otredad. Mirá, Milita, a lo que recurro. De torpe,
nada más, es obvio. Un jueguito para ociosos: vagos, que sabemos que está todo
mal en este divertidísimo entramado, que
es de lo que hablo. Podría recordarles –mentarles– el chiste de nuestra cultura, pero es
una broma macabra: “tin, tin”. Ya se sabe. Lo que me quiero preguntar (¡Porque
lo importante son las preguntas! –paréntesis, (paréntesis): ¿nunca nadie sintió,
sentiste, oh hipócrita escritor, poeta puto, blah, blah, blah, que suena muy
boludo y binario enunciar de cierto modo orgulloso esta pavada, como si las
preguntas y las respuestas no tuvieran otra dinámica y todo lo demás inclusive?
Una gansada. –)
es… Vuelvo: ¿cómo se habla de lo que se ama sin sacralizarlo, sin estatuir un
discurso consolatorio, sin volverse uno de esos que piensan que ya está que hay que repetir esto y repetir esto y
repetir esto cuando se sabe que no,
que el esto, ¡ahijuna!, es sólo una voz? No lo sé.[2]
No es la
literatura y apenas, sí, siempre me interesó la levedad, sus devaneos, que no
tienen nada que ver con esto, claro, pero debo aclarar que me gusta escuchar(me):
es el ritmo, el conflicto con el lenguaje, la frase, la frase-cita: de lo que
intento hablar. Ahora. No antes. Ahora. Lo que por pedido intento situar, ya
que seguro es una guerra, contra l'ennui de la repetición dóxica, contra la
fosilización de ciertas categorías interpretativas, contra los protectores del
sentido, la construcción social del valor, la represión estética y sexual,
contra la moral, el escándalo ético-literario, contra los géneros y los pactos
de lectura, contra lo pactado, la excusa de la cultura, contra el tono medio
del canon y los discursos idealizantes. Aquello que parece un programa, es cierto, pero que es la singularidad de
una vida; un recorrido sin representación posible. Remarco: una apuesta en el
pulido: un sacarle lustre a lo abyecto, a ese núcleo duro, a la piedra dura del
recuerdo. O del no recordar, quizás, pero nunca se sabe. A lo que se anuda en
la garganta: porque la “goya es todo mi querida. Es el goyete por lo que pasa
todo lo que tiene que pasar y si la goya tuviera madre el goyete tal vez lo
sería. (Esto es Lacan) Y es –creo– como el orto pero aparejado con la argoya
aunque no lo sé seguro: todo es más bien
un hermetismo espiritual”. Teatrino artificial
de la vida, que se juega entre el azar, en el entrelazado y en ese no estar
estando del que tanto se ha escrito. Lo más concreto de un trazo en la grafía,
el ruidito del teclado y el otro ruidito, insoportable: de la cultura. Un puro
surco: "estilete": “única pelotudita fe” en una praxis opuesta a la
metáfora. Lo que es cortar en donde a uno le conviene. Y acá te traiciono de
nuevo, porque me excuso en ser un amante indiferente. In-diferente, pero
amante, al fin. Y mencioné una fe. Un goce que es distinto del placer, usted
que se ríe del chiste –suyo– urdiendo la trama menos eficaz en el camino del
duelo, de la prueba en la cita, del saber, Milita: la obra de arte como bodrio.
Otra apuesta en la derrota, por amor a la literatura, en un mundo en el que la
sintaxis pareciera un fenómeno en retroceso. Aunque todo esto se parece a la
nostalgia, la nostalgia, ah… Esa pulsión desoladora. Pero es mentira, porque no
puede haber lagrimita cuando se habla desde el espacio de un puro presente: “No
te escribí ninguna obra maestra, no revolucioné nada, no logré que nadie se
identificara conmigo y si supieras lo que he sufrido no pudiendo trasladarme,
no representando a nadie, siendo una inútil social, la verdad”.
¿Qué es subrayar –me pregunto de nuevo– sino repetirse,
remarcar, recorrer una y otra vez el mismo camino carente de origen, genia?
Supongo que es producir un surco cuando se intenta tocar lo real –mirá a lo que
apelo–, perforar el lenguaje –ya notarás la que se viene–, transitar los signos
de la cultura –suspenso simplemente–, mixturarlos junto con esa materia
informe, que es la heterodoxia de la vida, la materia que ama el recuerdo, el
azar: hacerle el orto al lenguaje – ya era evidente, insostenible; no genera ni
gracia. Subrayar presupone, en este
punto, según leo, por capricho, hacer un tajo, poner un cuerpo sobre otro: la
intensidad imposible de una vida sobre, tras, bajo, con, delante, contra, la letra:
“Subrayar: meter el lápiz en el verso, hundir la mirada en el pozo del agua
removida, separar la carne pegada a la carroña, salvar un brillo de vida (…),
ver la miguita de la última forma”. Entre el recordar y el no recordar, entre
el saber exhibido y el no saber subrayado, entre el femenino [-o] y el
masculino [-a] se impone el orto cuando
se subraya (¿?), su figura desgarrada o desgarradora: la del poeta puto. Es un boludo el que no es puto, porque
no entiende, supongo. Porque abyecta, vive en la trampa de las represiones, y
esto no lo digo yo (y/o): vive en el exceso representativo y en la teatralidad
de nuestra cultura. Tramada entre la carroña –la cita es doble– y una fe cínica,
“pelotudita”, vertida en la forma, la escritura se torna aristocrática, ya tú
sabes. La frase y el apego a la frase, una chispa de vida. Pero todo esto y
todo lo demás no tiene ningún justificativo, ningún valor. Y, sin embargo, yo
amo y siento que esto es mejor que lo otro, que todo lo otro, que también es un
lenitivo, una falopa, pero fabricada por todo el cuerpo –textual– de la policía
humanista.
I love you, Milita.