El poema virgencita de los muertos (Libros de la talita dorada, 2012) de Nicolás Correa carga una escritura rabiosa en despedida de “ese carnaval amargo de los días”. Rabia y grito por “tanta muerte gratuita” se instalan como un lamento y un relato que sopla de lejos: “nunca más vas a volver/ ni vas a traer peste/ van a olvidarte/ hermano silbará una canción/ la lluvia será en la casilla/ la tierra húmeda en la calle/ daremos vuelta el barrio/ y el murmullo la música”. Lo narrativo se escapa en una historia profanada. Son dos series de siete poemas sin puntuar en tono elegíaco. La ceremonia de un espanto “y la forma exacta en que cortaron/ garganta muñecas lengua”. El lamento de una separación resuena en el poema y en el relato “de cada herida inútil (…)/ de salmos en las paredes de un baño”. También es la historia de amor de una madre y su hija que desenmascara, corre un velo, dice a los gritos. Castelnuovo desde los umbrales del libro avisa: “el que tiene oídos para oír, que oiga”. El poema es una profunda evocación, rememorativa y desconsolada que recuerda a la vida como una promesa de amor incumplida. El epígrafe de Castelnuovo no pone en cuestión una posible piedad por la época sino una necesidad de mostrarlo todo y de decir eso que estaba oculto. Los versos de Nicolás Correa no buscan conmiseración. Se puede leer el poema entero como un salmo. Abre “ese dolor la vida/ y esa extraña narración/ la muerte”, pero no exige piedad. Es denuncia, grito, testimonio. La vida como un dolor vuelve en los versos de virgencita de los muertos, como algo que se pudre entre las manos: “mamá quería salir de madre/ y decirte que cómo te masticaron/ y te vomitaron ahí/ si casi estabas creciendo sola/ entre tanto ruido de himno/ te caíste de la bandera” (…) “piden que no llore si total/ que son cosas que pasan/ y yo medida de todas las cosas/ mirando la oscuridad en el techo/ de todo el mundo”. Desde la contratapa del libro, Julián Axat articula una serie de personajes salidos del teatro del conurbano profundo: “armas, droga, bandas, piratas, TV, policías, abogados, show, miedo, jueces conservados de la dictadura, farsa, escándalo, cadáveres, más cadáveres. (…) El nombre de una niña que se la traga la noche”. El poema de Nicolás Correa se hace nudo en estos bordes. La sociedad del espectáculo, la industria de la radio y la televisión, todos se deshacen en el mapa que dibuja un poema que desea, conjura, insulta, espera y confía ser escuchado. De la ternura a la rabia. Lleva un pasado a cuestas y conviven distintos tonos “en esa zona indefinida/ entre la vida y la llorona/ como el sol cuando llovía/ en la autopista/ que camina del norte al este/ y del oeste al sur”. La urgencia del poema detrás de un nombre y un duelo que no quiere cicatrizar. Diseccionados en virgencita de los muertos, la chica y el poema empujan como un viento amargo. La lengua que en pedazos vela la virgencita de los muertos recuerda algo triste, como una lluvia que anega la memoria. En las páginas 30 y 16 y 25 las imágenes miran al lector. “Sigue desaparecida la adolescente que…” (…) “No se olviden…” Son poemas visuales que acompañan la marcha y el relato que el poema nebulosamente devuelve. Una historia en partes diseminadas y una “lengua en pedazos”, sin nombres propios. Una transformación: “el polietileno se te hizo piel”. El animal salvaje del dolor representado por un lenguaje despedazado, masacrado. El drama de un nombre, de una historia y de un cadáver. Es la percepción de un referente ausente. Son los hiatos de un poema que relata con formas de una visión estética que pueden conjurar el pánico y el escándalo: “nena narración de mi sangre/ que campaneo tu retrato/ y te veo un bollo/ acurrucada para adentro/ metida en tus entrañas/ y toda la zona indefinida/ estallada como un vidrio” (…) “leo tu cara en la piel del polietileno/ gruesa piel virgencita/ oráculo puto maldito”. Son grabados partidos en el tono de una lamentación. Sin pintoresquismo, la mirada está puesta en el paciente trabajo de la muerte y un romance con lo lumpen. Castelnuovo con Meta Guacha. Es una aventura fúnebre, una marcha que devuelve la memoria de la región de lo fugaz. Sus protagonistas son sujetos aplastados por
19.2.13
virgencita de los muertos, por Leandro Ribot
El poema virgencita de los muertos (Libros de la talita dorada, 2012) de Nicolás Correa carga una escritura rabiosa en despedida de “ese carnaval amargo de los días”. Rabia y grito por “tanta muerte gratuita” se instalan como un lamento y un relato que sopla de lejos: “nunca más vas a volver/ ni vas a traer peste/ van a olvidarte/ hermano silbará una canción/ la lluvia será en la casilla/ la tierra húmeda en la calle/ daremos vuelta el barrio/ y el murmullo la música”. Lo narrativo se escapa en una historia profanada. Son dos series de siete poemas sin puntuar en tono elegíaco. La ceremonia de un espanto “y la forma exacta en que cortaron/ garganta muñecas lengua”. El lamento de una separación resuena en el poema y en el relato “de cada herida inútil (…)/ de salmos en las paredes de un baño”. También es la historia de amor de una madre y su hija que desenmascara, corre un velo, dice a los gritos. Castelnuovo desde los umbrales del libro avisa: “el que tiene oídos para oír, que oiga”. El poema es una profunda evocación, rememorativa y desconsolada que recuerda a la vida como una promesa de amor incumplida. El epígrafe de Castelnuovo no pone en cuestión una posible piedad por la época sino una necesidad de mostrarlo todo y de decir eso que estaba oculto. Los versos de Nicolás Correa no buscan conmiseración. Se puede leer el poema entero como un salmo. Abre “ese dolor la vida/ y esa extraña narración/ la muerte”, pero no exige piedad. Es denuncia, grito, testimonio. La vida como un dolor vuelve en los versos de virgencita de los muertos, como algo que se pudre entre las manos: “mamá quería salir de madre/ y decirte que cómo te masticaron/ y te vomitaron ahí/ si casi estabas creciendo sola/ entre tanto ruido de himno/ te caíste de la bandera” (…) “piden que no llore si total/ que son cosas que pasan/ y yo medida de todas las cosas/ mirando la oscuridad en el techo/ de todo el mundo”. Desde la contratapa del libro, Julián Axat articula una serie de personajes salidos del teatro del conurbano profundo: “armas, droga, bandas, piratas, TV, policías, abogados, show, miedo, jueces conservados de la dictadura, farsa, escándalo, cadáveres, más cadáveres. (…) El nombre de una niña que se la traga la noche”. El poema de Nicolás Correa se hace nudo en estos bordes. La sociedad del espectáculo, la industria de la radio y la televisión, todos se deshacen en el mapa que dibuja un poema que desea, conjura, insulta, espera y confía ser escuchado. De la ternura a la rabia. Lleva un pasado a cuestas y conviven distintos tonos “en esa zona indefinida/ entre la vida y la llorona/ como el sol cuando llovía/ en la autopista/ que camina del norte al este/ y del oeste al sur”. La urgencia del poema detrás de un nombre y un duelo que no quiere cicatrizar. Diseccionados en virgencita de los muertos, la chica y el poema empujan como un viento amargo. La lengua que en pedazos vela la virgencita de los muertos recuerda algo triste, como una lluvia que anega la memoria. En las páginas 30 y 16 y 25 las imágenes miran al lector. “Sigue desaparecida la adolescente que…” (…) “No se olviden…” Son poemas visuales que acompañan la marcha y el relato que el poema nebulosamente devuelve. Una historia en partes diseminadas y una “lengua en pedazos”, sin nombres propios. Una transformación: “el polietileno se te hizo piel”. El animal salvaje del dolor representado por un lenguaje despedazado, masacrado. El drama de un nombre, de una historia y de un cadáver. Es la percepción de un referente ausente. Son los hiatos de un poema que relata con formas de una visión estética que pueden conjurar el pánico y el escándalo: “nena narración de mi sangre/ que campaneo tu retrato/ y te veo un bollo/ acurrucada para adentro/ metida en tus entrañas/ y toda la zona indefinida/ estallada como un vidrio” (…) “leo tu cara en la piel del polietileno/ gruesa piel virgencita/ oráculo puto maldito”. Son grabados partidos en el tono de una lamentación. Sin pintoresquismo, la mirada está puesta en el paciente trabajo de la muerte y un romance con lo lumpen. Castelnuovo con Meta Guacha. Es una aventura fúnebre, una marcha que devuelve la memoria de la región de lo fugaz. Sus protagonistas son sujetos aplastados por
Etiquetas:
crónicas,
leandro ribot,
libros,
literatura,
nicolás correa