Veo desde el balcón el jardín quieto.
Alta palmea, cobres en el verde,
el silencio que estalla entre las sombras
de los que ayer dijeron sus palabras.
Es de mañana y la mañana evoca.
Quisiera ser Van Gogh, pero soy Quita,
y no puedo borrar aquella imagen
que confunde jardín y girasoles.
Un sol de mediodía, un inventado
sol caliente en la memoria
resplandece en el alba de las voces
entre nosotras y los seis hermanos.
En torno de la
poesía de Rosita Cedrón
El tiempo presente, el vocativo insólito, el enlace de términos opuestos
que componen la bella y extraña imagen, la insistencia del vocablo “estallido”
condensan, por momentos, el despliegue poético de Rosa Cedrón. A Rosita, como
siempre la llamamos, la conocí hacia los años setenta y enseguida supimos las
dos que algo de una y otra había conmovido por igual nuestro corazón. Un amigo
común, Eduardo Rivero, procuró que nos conociéramos y al vivir las dos en el
mismo edificio de la calle French, empezamos a frecuentarnos. A ella le
gustaban mis cuentos todavía inéditos, y a mí me deslumbró su forma inteligente
y original de celebrar la vida en sus poemas.
Muchas cosas nos unían y entre las más firmes, la rebelión ante la
injusticia con que el poder distribuye los valores económicos y culturales. Nos
contamos, nuestras historias de familia y pronto le dediqué el poema “El jardín
de Rosito Cedrón”, refiriéndome a aquel espacio verde de la planta baja que
tanto le gustaba, que yo veía desde el balcón de mi departamento en alquiler
del séptimo piso, y que no sé por qué me evocaba unos girasoles que mi padre me
había traído del campo en la niñez. Vi este verano a Rosita. Una de esas
casualidades hizo que nos encontráramos después de mucho tiempo,
inesperadamente, entre la multitud de los turistas que llegaba a la vieja
estación de Mar del Plata.
Cuando Hugo y yo bajábamos del ómnibus que nos había llevado a esa
ciudad, de visita a mi hermana Beba, y ciudad donde Rosita vive, pasó ella, nos
descubrimos y nos abrazamos con toda la alegría de otras veces.
De los poemas que Jorge Quiroga eligió, prefiero “Sudestada”, pero en
todos ellos encuentro sino la evocación de la infancia, la fuerte presencia de
esa escena y su contorno, la gracia que reúne la sonoridad de algunas palabras
a veces la onomatopeya y luego la pausa, el silencio que le sigue exaltando el
ritmo. Los poemas acentúan uno de sus amores literarios: Juan L. Ortíz, que
muestra generación tanto amó. Con él, dialoga a igual nivel, porque siempre
supo disolver la distancia entre la voz de un poeta leído, respetado y su
propia voz. Sin recurrir al plagio o a la emulación, construye una poética
donde más de una vez puede dar lugar al brillo de lo grotesco, generoso
simulador de tradiciones, al que, con ardor derriba: “Un camello en el hule”,
“he prometido que me comería ese mar”, “¡Arrogantes… hasta cuándo vuestra
vehemencia asesina!”, “los cerditos, esferas iluminadas atrapadas a la alta
torre.” Sabe encontrar el erotismo en una imagen con la intuición segura de su mirada,
plástica, idiomática, teniendo ante sí el “collage” del mundo en la pupila.
Nada la detiene: es la libertad que también obstruye la llegada del
lector, del público aquiescente, de la popularidad comercial. Sólo una vez le
oí decir en público sus poemas, en una oportunidad, si mal no recuerdo, de la
presentación de un número de la revista “Literal”, en un encuentro en La Boca.
Con voz aguda de susurrante y cálido tono leyó un poema revulsivo, cuyo título,
“Puta”, era desde ya una provocación. No podría decir si estuvo en su voluntad
el deseo de publicar, o de no hacerlo: le era indiferente entonces. Nos unía
cierta indecisión ante el posible lector, al que tal vez considerábamos
inasequible. Cuando más tarde, en mi libro Ciudades,
Rosita encontró el cuento “Descubrimientos” a ella dedicado, tuvo una sorpresa
agradable. Me emociona, cómo no emocionarme, que el poeta Jorge Quiroga me haya
pedido esta breve introducción para los poemas de Rosita en La bicicleta. No sé, hasta dónde mi
actitud de escritora, crítica, lectora y amiga de quien escribió estos poemas,
se une o se separa. Valoro la poética de Rosita Cedrón, sus indiscutibles
hallazgos, su voz rebelde y al mismo tiempo tierna, su conocimiento de la
literatura, su capacidad para crear “en la luz, junto al fuego”, la marcha
inusual del tono propio.
Noemí Ulla
Buenos Aires, mayo de
2005.