Jorge Quiroga sonríe. Quiere hablar.
Pregunta y acentúa la e, la alarga.
Espera.
Hizo lugar. Pinta.
No le importan los puños, los lleva
abiertos.
Huésped bueno de cielos infelices.
–Vieja cita de una rusa desconocida–.
Jorge siempre está ahí, recordando
mientras repite bajito.
mientras repite bajito.
Insiste.
Cuando escucha, queda un poco en el aire.
Vuelve a sonreír.
Jorge trata, ordena, sabe, salva.
Desamparo claro, elegido. Jorge mira
bien.
Sin particular fuerza.
Y dice. Escribe o piensa.
Se demora mucho en las letras.
Se demora mucho en las letras.
Camina a trancos.
y descubro que es bárbaro tirano
pero me regala sus pinturas y una vez
dijo:
San Libertella como nadie.
El archivo que es el diario enloquece.
Corre.
Da la confianza que los que nos rodean
quitan.
Ahí, uno, en un rato, se acomoda.
Libertella:
Wassily Kandinsky jamás pintó su autorretrato. La carne
huyó de él. En 1910 cultivaba la pasión inútil por dibujar su aldea –capturar
los atardeceres de Moscú que eran su obsesión.
(El retrato pertenece al libro Ánimas)