20.1.13

La Lima de Vargas Llosa, por Gustavo Calandra




Conversación en la Catedral, novela que Vargas Llosa dice ser la única que salvaría del fuego, en un prólogo de 1998, va a transcurrir principalmente en Lima aunque el agite viene de Arequipa, ciudad de nacimiento del autor durante la dictadura de Odría (1948- 1956), si bien desde 1950 es un mandato constitucional, tras un llamado a elecciones sospechadas de fraudulentas. Podemos ubicar al texto dentro de la narrativa de la dictadura, tradición característica de los autores del boom: El señor presidente (1946) de Asturias, como un antecedente más lejano en el tiempo, y después, en los 70’s, El recurso del método (1974) de Carpentier, Yo el Supremo (1974) de Roa Bastos, El otoño del patriarca (1975) de García Márquez, una de Vargas Llosa, más reciente, La guerra del chivo (2000). Sin embargo, son escasas las imágenes de este dictador. Sigo acá a un inglés, David Wood, De sabor nacional. El impacto de la cultura popular en el Perú, IEP, que marca una tendencia hacia el populismo o lo nacional popular, de un gobierno que favoreció los intereses de la oligarquía terrateniente. Con los gobiernos de Belaúnde y Velazco Alvarado (1962-1968) termina de plasmarse el cambio hasta llegar a lo que él denomina la “cholificación” de la cultura en 1970. El fuerte impacto migratorio interno desde la mitad del siglo XX da cuenta de un cambio, Lima pasa de ser la “ciudad jardín” para ser “horrible”, tal cuál lo perciben las altas clases medias y la oligarquía. Hay una fuerte presencia de la gente del interior. Esa preocupación la podemos resumir en la conversación entre Fermín Zavala y Bermúdez sobre el ingreso de su hijo a San Marcos: tiene miedo que los cholos le contagien malos modales. Odría es cholo, es el peor tirano de la historia para algunos, tiene buena memoria, como buen serrano. Y se instala dentro de esta idea de los serranos y su vocación para el ejército. Cava es el arquetipo en La ciudad y los perros (1962). Es serrano. Terco y persistente en sus ideas y para nada cobarde según sus compañeros. Pero parece que también a los serranos no los acompaña la buena suerte y a Cava lo echan del Leoncio Prado cuando se descubre el robo de unos exámenes. Por otro lado, también estaban excluidos de la marina, reservado para familias acomodadas. Y se cuenta que quienes no querían entrar al servicio militar obligatorio, se cortaban un par de dedos. Una raza con excelsas virtudes guerreras. Luis Valcárcel, en un librito, Tempestad en los andes (1927), no desdeña este dato, porque si bien por estadística son indios casi la totalidad del ejército, policía y gendarmería –cosa que casi siempre eluden el blanco y el mestizo– y esto lleva a que los fusiles sean disparados contra sus propios hermanos, solo basta un cambio de mentalidad para rebelarse, ya las armas las tienen en sus manos. Vamos a ver que esto opera en otro autor clásico de la literatura peruana. Misma propuesta que aparece en el poema de Roque Dalton, “Los policías y los guardias”. En el Perú se desviaría luego hacia Sendero Luminoso.

De quien sí se va a conocer mucho más es de Cayo Bermúdez, compañero de escuela y amigo de la infancia en Chincha de otro general, de Espina, que lo manda a buscar, le da un cargo y así hasta que llega a Ministro del Interior. Una figura que concentra mucho poder, manda reprimir, secuestra, torturar, matar y, a pesar de ser mestizo resentido y vengativo, asciende socialmente. Retratado como alguien de talle chico y desproporcionado, feo, sucio, maleducado. Especie de cuervo, cuyo padre, el Buitre, un prestamista que se alimentaba de cadáveres, se había enriquecido en el gobierno de Benavides, rematando la casa de apristas encarcelados o deportados. Su madre, una mujer dedicada a orar, la beata. Su esposa Rosa: la hija de la lechera Túmula, un ser bastante feo que arrea un burro vendiendo poronguitos de casa en casa (así cuenta Ambrosio). Son unas vasijas de barro donde se toma la chicha. Habrá que pensar en otro significado, sino qué nos queda de la librería del viejito español donde se juntan los marxistas, queda en jirón Chota. Es el nombre de un pueblo de la serranía y en Lima calle céntrica, de prostitutas y travestis. En un artículo para el diario El País, en 1998, Vargas Llosa se refiere a un escándalo por una denuncia contra Vladimiro Montesino, asesor presidencial de Fujimori, y todo un tema con el narcotráfico. Acá va a decir que todo régimen tiene su Rasputín, encargado de ejecutar los crímenes de estado, y en América Latina, aunque a veces los dictadores terminan mal, los rasputines casi nunca salen mal parados, de algún modo zafan, se toman unas vacaciones en Nueva York o París y retornan sin problemas, luego de un tiempo, del extranjero a su patria que los recibe con respeto. (Vladimiro cumple condena en una cárcel de lujo, más allá de todo, porque tiene mucha información que pondría en aprietos a varios.)

El Rasputín de carne y hueso del cuál nace Cayo Bermúdez se llama Alejandro Esparza Zañartu (suena más a militante de ETA). Un López Rega. Los bigotes de Aníbal Fernández. Para cerrar con Cayo mierda, como se lo apoda en la novela, en su fugaz etapa de esplendor se va a mudar a una casa en San Miguel, lugar de fiestas, espacio de excesos visitado por políticos, gente del régimen y putas. Ahí vive con Hortensia, la Musa, prostituta, bisexual, una estrella de la farándula venida a menos, aficionada al alcohol, las pastillas, las drogas y que no tiene un final feliz –esto parece una lección de moral– pero es cierto, termina mal, hay que adelantar eso por lo menos. Ya en el primer capítulo se anticipa algo cuando Zavalita, ya borracho, le dice a Ambrosio que hable de la Musa, del padre, y le pregunta: “¿él te mandó? ¿Fue papá”?. Aunque sí tiene tiempo de mostrar un poco de sensibilidad cuando se enamora de un joven español llamado Lucas, cantante del mismo cabaret donde ella trabaja. Y también en el trato con las mucamas, no seamos injustos. Para pasar a uno de los protagonistas, especie de antihéroe, me voy a apoyar, sobre todo, en el libro de Marth Robert, Novela de los orígenes y orígenes de la novela (1972) y siempre teniendo en cuenta la inclinación del autor hacia la lectura de novelas de caballería, de Dumas, de Hugo, de la literatura francesa en general y en Flaubert en particular, a quien admira –La orgía perpetua (1975).

En la novela burguesa del siglo XIX, género plebeyo que ha triunfado sobre los otros géneros, destaca la figura del advenedizo. El renegado adolescente de 18 años que, en el momento de tomar estado, rechaza la elección familiar porque quiere correr mundo, por el deseo de aventuras, indudablemente pero sobre todo, para hacer fortuna rápidamente y levantarse así, de un golpe, por encima de la mediocre vida que le preparan los suyos. Como pequeño burgués contento de su suerte o, en todo caso, resignado con ella, el padre del joven se alarma muy seriamente de ese deseo de “ascender mediante las hazañas”, que juzga en el fondo impío y lleno de peligros. La transgresión contiene un castigo y la ruptura radical, ese alejamiento del mundo, se lee como un parricidio. Hijo de nadie, huérfano absoluto, solitario, renace en un mundo nuevo. Es el advenedizo insaciable, es Robinson, es Defoe que “rompe con las convenciones de la utopía puramente teórica, en la que la vida se sostiene solo de modo milagroso, sin suscitar problemas concretos. Por primera vez, agrega ya refiriéndose directamente a Robinson Crusoe, en la literatura novelesca, la tierra soñada será la misma que va a ser necesario desbrozar. Todo esto marca cierta insatisfacción del individuo con su nacimiento. Será la fortuna del bastardo, genio liberador de la novela moderna, en el modelo de Napoleón, bastardo encarnado, renegado perfecto que revuelve el mundo llevando a cabo sin escrúpulos ni remordimientos, lo que sus semejantes apenas se atreven a soñar. Entonces, si pensamos así, ¿cómo es Zavalita respecto a esos tipos de héroes? ¿Podemos leerla como una novela de iniciación? 

En el texto-reportaje sobre Vargas Llosa de Luis Haars, Los nuestros (1966) hay una cita del auto sobre sus novelas publicadas: “el aprendizaje de la madurez concebido de una manera arbitraria, incluso monstruosa”. Sobre la novela en Lukács, Teoría de la novela: “La novela como epopeya burguesa” El héroe novelesco es alguien que está siempre en busca de. Pero esto no debe entenderse en el sentido de una definición formalista ni estructuralista. No se trata de funciones, ni de acciones, ni de héroe como actante, con ayudantes y oponentes, como en los modelos estructuralistas o greimasianos. Porque lo que define la búsqueda del héroe es la búsqueda de un sentido. Textualmente: “la inmanencia perdida del sentido”. ¿En qué momento se jodió el Perú? ¿En qué momentos se jodió él, Zavalita? O en otras palabras: la búsqueda (imposible) de la totalidad. Esto quiere decir que para Lukács el héroe no es una mera función del relato. Es una categoría constitutiva. Para Lukács, el héroe novelesco nace de la alteridad entre el yo y el mundo exterior. Sin alteridad, no habría héroe novelesco, habría héroe épico. Carlitos, amigo del diario le dice “parece que hubieras dejado de vivir cuando tenía 18 años”, cuando evoque su efímero paso por la militancia política, actividad que no resulta bien para él. Norwin, uno de sus amigos del periódico le dice: “ya te estoy viendo hecho un burgués”. Él se imagina el crecimiento de su abdomen y piensa que tendrá que hacer deportes para corregir su panza.

La imposibilidad de invitar a sus compañeros a su casa, el inicio de clases en la universidad de San Marcos –una elección propia que lo lleva a rechazar la de los padres, que proponía la Universidad Católica, donde van los muchachos bien– y la inevitable reflexión: “Ese primer día comenzaste a matar a los viejos, a Popeye, a Miraflores (…) estabas rompiendo, Zavalita, entrando a otro mundo.” Imagínense como puede caer en una familiar de la aristocracia limeña, rica, acomodada, con varias casas –una, la casa de Ancón, especie de quinta de veraneo, será sede de una relación homosexual entre dos personajes, de diferentes capas sociales, de diferente color y raza… y hasta nos da la posibilidad de ver invertida la lógica del amo y del esclavo– y con servidumbre, que un hijo milite en las filas del comunismo y tenga amigos cholos. Don Fermín Zavala o Bola de Oro, como se lo va a conocer, es un empresario importante aliado del gobierno que le vende insumos de laboratorio a los militares y construye hospitales y autopistas para el estado. Su mujer doña Zoila, una vieja cheta estirada y religiosa, Los otros hijos, hermanos de Santiago Zavala, el Chispas, expulsado del colegio naval que luego se hace cargo de los negocios de la familia y la Teté, hermana menor, los dos con típicas aspiraciones de clase, mirando como ideal a alcanzar hacia EEUU. Lo señala Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976): las clases altas y las altas clases medias –las nuevas élites– introducen un nuevo estilo de vida cosmopolita, luego de un progresivo remplazo de las influencias europeas. La ciudad como un foco sensible de la influencia exterior. Por ejemplo la Teté se casa con Popeye, amigo de Zavalita de la infancia y la boda se anuncia en la columna social del diario. ¿Dónde se irán de luna de miel? A México y luego a EEUU.

En La ciudad y los perros, el fiestero padre de Alberto, uno de los cadetes protagonistas de la novela, siempre le propone irse a estudiar a EEUU. También viven en Miraflores, cosa que enorgullece y alegra a este joven, que se pasea por las mansiones de frondosos jardines de la avenida Primavera. Su meta: trabajar con el papá, tener un auto convertible, una casa con piscina, ser un don Juan, ir a bailar al Grill Bolívar y viajar mucho. Podemos ver cómo son estas familias de la oligarquía decadente en Un mundo para Julius (1970) de Alfredo Bryce Echenique. Un palacio en la avenida Salaberry, servidumbre, viajes a EEUU, estudios en Europa, Mercedes, el mundo de los toros, las reuniones en el club del golf con dandies y diplomáticos.

Halperín Donghi, en Historia contemporánea de América Latina, menciona no solo una oligarquía de ciudad sino también una de sierra que vendría a complementar la labor de ésta, en el sentido de aquietar las masas campesinas del interior. Acá podemos ver el dúo Fermín Zavala y el estanciero Arévalo (quien lo esconde en un momento difícil). Hacendados que desalojan comunidades van a aparecer en toda esta literatura. Cuando se alcen los pueblos, viene la saga de Manuel Scorza. Bueno, Zavalita deja la casa paterna, se emplea en la Crónica y alquila una pieza en la pensión de Barrancos, barrio pegado a Miraflores pero más bohemio, símil San Telmo, tal vez lo más pintoresco de Lima. Trabaja de noche, se codea con gente de bares marginales, bailarinas de clubes nocturnos, borrachos (tiene un amigo en Chorrillos que según el Chispas parece un forajido con tufo que marea). Al padre esto lo mata: un puesto mediocre, un futuro mediocre, todo el tiempo le insiste para que vuelva a la casa. Y él que reitera que no quiere tener plata, que no le interesa. Cuando se encuentre con el Pecoso, su amigo, le recuerda: “tu siempre has querido ser diferente de todo el mundo”, cosa que Zavalita acababa de pensar hacía un instante de este forma: “ya no eras como ellos, ya eras un cholo”. El Chispas lo anticipa: para demostrar que es diferente terminará casándose con una negra, china o india. Finalmente, se casa con una enfermera que lo cuida tras sufrir un accidente (hay una historia de un amor frustrado, su compañera de facultad y militancia, podríamos decir una entrega patética a otro militante; el rechazo de una bailarina). Va a conocer a Ana, que nació en Ica, un departamento al sur, a unas horas de Lima y vive cerca de la Plaza Bolognesi. Hija de un huancaíno gordo, profesor de secundario y una mulata, obviamente pertenece a un estrato inferior.

“¿Cómo voy a aceptar, cómo voy a ver a mi hijo casado con una que puede ser su sirvienta?”, solloza esta señora tan simpática el día que la conoce. Habrá una escena terrible (tribunal y fusilamiento) el día de la formal presentación de la esposa de Zavalita. Porque se habían casado a escondidas. Hasta la despedida de soltero será una noche tragicómica, con una muerte y velorio en el medio que arruina los planes. Muere Becerrita, cronista policial, popular, un Enrique Sdrecht descontrolado y que es quien lo lleva a cubrir un asesinato, dándole la posibilidad a Santiago de moverse en otros mundillos. Actividad casi detectivesca, un S. Holmes. Él se va a sentir por primera vez vivo hasta que bueno… se entera de algo no muy agradable que interrumpe su aventura. Es un punto oscuro. Termina emborrachándose con Carlitos en los bares de Plaza San Martín y su constante monólogo interior no parará de repetir: “esa noche te hiciste hombre, Zavalita, o nunca más”. Respecto al trabajo en el diario, existe una película, Tinta roja que recrea toda la movida de los periodistas de policiales, hay un personaje basado en Becerrita y al joven protagonista le van a decir Varguitas. Esta es la vida que va construyendo y viendo desmoronar al rato el personaje. “Yo me desheredé solito”, dice. Ahora está junto a un “huachafita”, otro calificativo cariñoso de la madre. En cuanto a la mujer limeña, aparece una categoría de clasificación –xenófoba. Huachafa, huachafería, por lo que sabemos es un peruanismo, tal vez sinónimo de cursilería, con que se diferencia a personas de mal gusto, recargadas, especialmente en quienes tratan de manera fallida de mostrarse elegantes o finos en el vestir, en el actuar o en el hablar. Un estilo de vida de gustos o preferencias ridículas. «Tomar café en copa de champán». Afectación. Comportamiento fingido. Podríamos seguir a Ramos Mejía cuando ubica al “guarango” dentro de su lista. Las multitudes argentinas. El origen algunos lo remontan al quechua wahcha (huérfano, pobre), otros al español guachapear (hacer algo mediocremente, alborotar, garrapatea) y hasta se lo llega a considerar un colombianismo guachafita (fiesta alegre y bulliciosa).

Volvamos a La ciudad y los perros. Alberto Fernández, este personaje que sueña con su carro convertible, su casa en Orrantia, sus salidas a Chosica, zapatos americanos, camisas de hilo, etc., va a salir con Teresa, una huachafa pobre que vive con su tía costurera en Lince. Salazar Bondy aclara que la pobreza no es huachafería pero es sobre todo entre los pobres donde los satíricos lo advierten. Un intento de infiltrarse en las clases altas mediante la ejecución de ardides que se notan postizos. Un apelativo que sujeta el desborde mediocre. Este autor va a vincular el término con el chiste rosa o lisura limeña de la sátira, un chiste que golpea y acaricia, afrenta y se rectifica, literatura festiva de una sociedad jerarquizada que impide la protesta, que sesga la rebeldía y la violencia. Hay un poema de Nicomedes Santacruz, escritor y folklorista peruano, que lo ilustra bastante bien. Concluyo este mini catálogo de personajes que ascienden o descienden peldaños sociales, menciono a Ambrosio, partícipe de dos hechos importantísimos en la trama de la novela. Chofer y a veces matón de Cayo Bermúdez, luego chofer de Fermín Zavala, va a tener un hijo con Amalia, sirvienta de los Zavala y luego de la Musa. Es con quien se inicia la conversación en el bar La Catedral, dijimos después del incidente con Batuque, el perrito secuestrado por la perrera. Un personaje afroperuano de Chincha, un zambo sumiso cuya construcción en la novela se basa en prejuicio y estereotipos. Fracasa en casi todo lo que intenta y se encamina hacia la degradación y la derrota. Trabaja en la perrera y al final de la novela solo espera la muerte. Este tema está trabajado en la tesis de María Milagros Carazas Salcedo, en el capítulo IV, “Conversación en La Catedral: entre la discriminación y la violencia.” Imágenes e identidad del Sujeto afroperuano en la novela peruana contemporánea.

Un aparte para nombrar a Trifulcio, el padre de Ambrosio, “un negro enorme que caminaba como un mono”, que no bien salga de la cárcel, andrajoso y descalzo (no queda claro si por violación, robo o asesinato), lo convocan para ser matón de Arévalo, el terrateniente de Ica. Ellos están en Chincha, que por lo que nos muestra el narrador, es un rancherío de calles de tierra y que en tiempos de los incas fue una ciudad comerciante y próspera, y los mismos incas adoptarán su lengua, lo que se conoce como el proto quechua, debido a su popularidad. Completa la familia la negra Tomasa, que sigue viviendo en Chincha, y no es casual porque cerca existe un pueblito, El Carmen, un distrito donde predomina aún la raza negra con todas las manifestaciones culturales. Y es en el capítulo VII de la primera parte que recorremos desde el vuelo de un gallinazo, ave carroñera típica, ese espacio marginal. Y siguiendo a estas aves, encontramos un cuento de la pluma de otro autor, Julio Ramón Ribeyro, “Los gallinazos sin plumas” (1954) que transcurre en Lima y nos muestra como se vive en los suburbios. Dos niños y su abuelo, de pata de palo, dedicado a engordar un cerdo con desperdicios que ellos juntan en el basural, rivalizando con perros y gallinazos. (Acá se les dice cirujas). El animal se vuelve insaciable y el viejo más malo y exigente con sus nietos. Tiene un final terrible. En la obra de Ribeyro uno puede rastrear también los cambios que se operan en la ciudad a mitad del siglo XX. Como Miraflores pasa de ser un balneario de quintas a un barrio moderno y lujoso, como se van viniendo abajo las antiguas casas señoriales, a partir de la visión extrañifica de un narrador que regresa del exilio (él autor vive muchos años en París). Esta convergencia de tipos sociales diferentes, en un metrópoli, sigo a Romero, va a producir cambios cualitativos y cuantitativos en una sociedad que quedará escindida. Dos mundos contrapuestos: una sociedad tradicional y normalizada y un grupo inmigrante, conjunto heterogéneo. Debido a la escasez de recursos, resultado de la crisis mundial de 1930, la emigración hacia las ciudades será una búsqueda progresiva de inserción en el tejido social. Todo esto genera desarrollo urbano a la vez que miseria y desempleo.

En el Perú, en la década de 1920, comienzan los serranos a bajar hacia Lima por el camino que se ha abierto desde Puquio. Esto aparece en Yawar Fiesta (1941) de Arguedas, que da cuenta de la llegada de los serranos del norte, sur y centro a la capital por los caminos nuevos. “En todas las provincias cundió así de repente, como una fiebre, el ansia de conocer la capital. ¡Llegar a Lima! Ver el Palacio, las tiendas, los autos, los tranvías.” Por otro lado, va a generar la imagen de ciudades abandonadas, Ayacuco y Cajamarca o de ciudades museo, Cusco. Y continuando con Arguedas y su Yawar fiesta, se cuenta que en Lima los que van llegando primero consiguen trabajo doméstico en la casa de los ricos de su pueblo que también se habían desplazado hacia la capital. Y ya familiarizados con la ciudad, acogen a los que llegan en olas sucesivas. Y esto sin que nadie lo organizase. Se ayudarán entre chalos, mistis, puquios, según su ayllu, su comunidad. Se ubicarán en cuartitos cerca de la universidad o de la escuela de ingenieros, los estudiantes; en cuartitos para sirvientes, en azoteas, en casas señorales antiguas a punto de caerse o la peregrinación será hacia los bordes despoblados. Prolíficas en sus lugares de origen, estas familias numerosas se arraciman en barrios pobres, en zonas marginales, barriadas (villas) en las faldas del cerro San Cristóbal, o como marqué antes en viejos palacetes, casa solariegas de hasta el siglo XV, conventillos diríamos acá, lo que produce un deterioro y descenso de categoría del casco histórico. Va a surgir el suburbio residencial que da cuenta del progreso de zonas vecinas y nos encontramos con Miraflores, San Isidro y Monte Rico, con su centro comercial de moda, su evidente búsqueda de exclusividad.

Es cuestión de acompañar en sus salidas a los Zavala, al Cream Rica de Larco, por milk shakes y hot dogs a la Herradura y sus restaurantes, al Malecón de la Reserva, muchas veces mencionado en La ciudad y los perros como una serpentina que abraza Miraflores con un cinturón de ladrillos rojos, paseo obligado (fue casi impuesto a la moda de esos barrios, así evitaron que la gente echara la basura al acantilado que separa la ciudad del mar). Reencuentro de padre e hijo en el club Regatas. El club Terrazas y sus piscinas. Un paseo por la alameda Ricardo Palma cerca del Parque Miraflores (justo el máximo exponente que identifica Salazar Bondy en cuanto a la lisura limeña). Son los distritos de la élite, de la sociedad normalizada, una vez que se da la dispersión por clases, característica del desarrollo de las ciudades de sociedad escindida. La otra sociedad, yuxtapuesta en guetos incomunicados, amplía Romero, esa masa heterogénea en su origen y homogénea en un ocasional sentimiento de fracaso, también va a tener sus espacios de esparcimiento y diversión. Basta que sigamos a la pareja Amalia –Ambrosio, desde el cuartito de Ludovico de la calle Chiclayo, el bulín de la calle Chiclayo, a comer chicharrones al Rímac, a comer chifa, esa comida que nace con la inmigración china, a Francisco Pizarro, a los barrios altos, en tranvía, a bailar a una carpa de circo detrás del ferrocarril, saturada de borrachos que pululan en el piso de tierra. Esta escena de salida de pobres, tranquilamente puede ser otra versión de la milonga del cuento de Bestiario, “Las puertas del cielo”.

Sigo con Romero. En un principio –en el shock originario– el número fue lo que alteró el carácter de la ciudad, y lo que atrajo la atención acerca de que algo estaba cambiando. Esta nueva densidad provoca una modificación en la fisonomía de la ciudad. “En el barrio hay caras nuevas”, dice un tango. Cuestión de leer las primeras poesías de Borges. Fíjense esta estampa que nos regala Salazar Bondy en Lima la horrible (1964): “… un urbe donde dos millones de personas se dan de manotazos, en medio de bocinas, radios salvajes, congestiones humanas y otras demencias contemporáneas, para pervivir. Dos millones de seres que se desplazan abriéndose paso –llamo la atención sobre el contenido egoísta de esta expresión coloquial– entre las fieras que de los hombres hace el subdesarrollo aglomerante. El caos civil, producido por la famélica concurrencia urbana de cancerosa celeridad, se ha constituido, gracias al vórtice capitalino, en un ideal: el país entero anhela deslumbrado arrojarse en él, atizar con su presencia el holocausto del espíritu. El embotellamiento de vehículos en el centro y las avenidas, la ruda competencia de buhoneros y mendigos, las fatigadas colas ante los incapaces medios de transporte, la crisis del alojamiento, los aniegos debidos a las tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefónico que ejerce la neurosis, todo es obra de la improvisación y la malicia. Ambas seducen fulgurante, como los ojos de la sierpe, el candor provinciano para poder luego liquidarlo con sus sucios y farragosos absurdos.” Comparémosla con el inicio de la novela. Zavalita piensa en un momento: “qué fea es la gente de aquí”, está en otro barrio, en Chorrillos, casas viejas, cubos con rejas, cuevas agrietadas, viejas pútridas en zapatillas con várices, rocas color moco, café terroso, adobe color caca, el color de Lima, de Perú. Olores: sudor, ajís, cebolla, orines, basura. Y también de forma parecida, da cuenta de otra novela: En octubre no hay milagros (1965) de Oswaldo Reynoso (autor contemporáneo, habitué del Keyrolo, un bar que queda en el jirón Quilca) y su realismo urbano: “Olor a pescado podrido, cielo de ceniza el de Lima (hago otra digresión para comentar una publicidad de Claro: Tema del verano, muchos conocidos de la tele local participan, y el estribillo era: “Todo es posible mi amor este verano, bajo un cielo azul que aquí no hubo jamás”.) Babilonia de la porquería, a sus pies, casas chatas y sucias y, de vez en cuando, un alto edificio de cemento, cristal y acero; pocos parques; por las calles angostas y largas, autos y tranvías destartalados, aglomerados en las esquinas y el cielo gris triste, cochino; basurales colgantes, aéreos, color tierra podrida.” Para la gente de la sierra, tiene color panza de burro.

En contraposición a Lima, el Cusco. “Dos focos opuestos de la nacionalidad”, dice Luis Valcárcel. El Cusco representa la cultura madre, la heredada de los incas milenarios. Lima es el anhelo de adaptación a la cultura europea. Como se puede, desde la capital, comprender el conflicto secular de dos razas y dos culturas. Y se pregunta: ¿Será capaz el espíritu europeizado, sin raigambre en la tierra maternal, de enorgullecerse de una cultura que no le alcanza? Los andes constituyen una muralla infranqueable. Manuel González Prada, en el “Discurso en Politeama” (1888), dice que las agrupaciones de criollos y extranjeros no forman el verdadero Perú, la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminados en la banda oriental de la cordillera. Uno de los textos de Valcárcel, “El licenciado” habla del mal de la ciudad. Un joven vuelve a su choza, a su aldea luego de dos años de residencia en la ciudad, y vuelve raro, débil. “Todos notaron la tristeza de Mariano. ¿Estaba acaso enfermo? ¡Oh la ciudad, la maldita ciudad que troncha la juventud, que consume la lozanía, que acorta la existencia.”

Este muchacho Mariano se reencuentra con su familia y su novia Juanacha. Con ella se va detrás de los tapiales y parece que se desata la pasión pero no, “pobre Mariano, él ya no era un hombre. Habíale robado la ciudad los atributos viriles”. Curanderos, no. Falta de fe. Taciturno. Final predecible: se cuelga de una viga en el granero. Algo parecido ha dicho Evo Morales hace un tiempo. Ciertas costumbres occidentales disminuyen la libido. “Sumirse a cierto excitante estilo de enajenación”, dice Romero. A pesar de todo lo malo de la ciudad, nadie quiere renunciar a la ciudad. Todos quieren disfrutar de los beneficios de la civilización, del bienestar, del consumo.

La vuelta de la ciudad a las sierras es un tema que se reitera en varios autores: Uno, Arguedas, en Todas las sangres (1964), el personaje de Demetrio Rendón Willka, una especie de indio transculturizado, que intenta tener acceso a la enseñanza primaria en San Pedro, lugar donde transcurre casi toda la novela, y no le resulta muy fácil. Decide partir a Lima, donde va a vivir en las barriadas durante ocho años. Allí aprende todo sobre lucha de clases, sindicalismo, etc. Por eso cuando regrese, vestido con ropa occidental, va a generar inquietud en la población criolla, será visto como una especie de brujo, por la forma que tiene de convocar y disponer de los indios de la comunidad para trabajar en un mina, por la convicción de su mirada; y también lo acusarán de comunista cuando trate de romper la lógica feudal que aún pervivía allí. “Algo maligno se trae”, piensan algunos. Para uno de los empresarios interesados en la explotación de la mina: “Los ex-indios son vendidos al diablo. No pretenden otra cosa que arribar; tener mando, especialmente sobre los antiguos miembros de su manada. Tener mando y vengarse: son furiosos y obran contra indios y caballeros con la misma saña, si pueden.” La sabiduría que adquiere lo convierte en líder natural y referente indígena. Se dice que ejecuta la voluntad de Dios, se habla varias veces de la mano de Dios, en esto o aquello, frase que llevan algunos taxis en Lima. Así se lo reclama y anticipa la comunidad el día que parte, cantando un harawi para que vuelva fortalecido.
González Prada se explaya en sus ensayos sobre estas cuestiones: habla del encastado y, en parte, afirma que los peores caporales y opresores fueron los que se elevaron sobre el nivel de su clase social. Pero buen, el indio recibió lo que le dieron: fanatismo y aguardiente. Entonces, su propuesta: al indio no se le predique humildad y resignación, sino orgullo y rebeldía. Si el indio aprovechara la plata que gasta en alcohol y fiestas para comprar rifles y cápsulas, si en un rincón de su choza escondiera un arma, haría respetar su propiedad y su vida. A la violencia responder con violencia. Escarmentar al patrón, al soldado, al gobierno. También dice que la Anarquía es el punto luminoso y lejano hacia donde nos dirigimos por una intrincada serie de curvas descendentes y ascendentes.

Acá retomo esa proposición de Valcárcel, de un ejército mestizo. Otro que vuelve es Benito Castro, en El mundo es ancho y ajeno (1941), parte de la trilogía de Ciro Alegría, junto a La serpiente de oro (1935) y Los perros hambrientos (1938). Este joven que parte a Lima, pasa por Trujillo, casi que lo obligan a enrolarse en el servicio militar, debe pelear frente a un alzamiento guerrillero en Cajamarca por el año 22, encabezada por Eleodoro Benel. Presencia fusilamientos de campesinas, niños, deserta y huye hacia donde está su familia y amigos, vestido de milico y con el poncho encima, llevando su escopeta. Allá se entera de las injusticias a las que fue sometida la comunidad de Rumi, a punto de desaparecer, la muerte del líder de la resistencia, Rosendo Maqui, su padre, y él toma la posta para hacerle frente a los hacendados. Se convierte así en su sucesor pero representando un opción modernizante. Estas alternativas nos dan a entender cierto mensaje: si la comunidad no se transforma, sin traicionar su identidad, no podrá sobrevivir. Habría que pensar en Ambrosio, que en algún momento se va de Lima. Se establece en Pucallpa, maneja un micro destartalado de larga distancia, El rayo de la montaña. Invierte cierta indemnización sucia, cierta recompensa, en una funeraria que hace cajones para niños: Ataúdes Limbo. Y Amalia, la esposa, tenía que vigilar desde la puerta –vivían enfrente– cada cajón que salía, por el tema de las comisiones. Y bueno, hay que ver cómo termina esto. Lo que sí sabemos es que se saca un pasaje a Lima y regresa a la ciudad. Lumpen y todo, prefiere la ciudad. “Lima, la ciudad más corrompida del mundo”, se dice en La ciudad y los perros. También Salazar Bondy diagnostica una alienación –atractiva– que produce Lima y lo relaciona con la trampa de la arcadia colonial: una visión romántica que genera un espejismo de una edad que nunca tuvo su carácter idílico. La meta es la reproducción de un pasado que nunca existió y lo único que se reproduce, al fin de cuentas, es la división en castas. El doble fondo del costumbrismo: exalta el régimen irregular a la vez que exalta la opresión de que se nutría la opulencia dorada del antiguo señorío.

Solamente siguiendo los títulos de cada apartado ya se puede intuir algo: La extraviada nostalgia», «El criollismo como falsificación», «El candado de la grandes familias» y así. Da una vuelta más: ese criollismo -y la viveza criolla inherente- habilita la búsqueda de una vía de ascenso social criollista: el perricholismo: un malinchismo almibarado que no deja de ser traición al grupo de pertenencia. a perricholi es una actriz del siglo XVIII, amante del virrey Amat. Se puede rastrear en alguna de las tradiciones de Ricardo Palma, “Genialidades de la Perricholi”. Un self made man/ woman que se segrega de la mayoría pobre india o mestiza. Valcárcel: “el virus moderno del parasitismo elegante penetra al Perú por la puerta abierta de su capital europiezada.” En cuanto a recorrido de vida, triunfos, derrotas, “la desesperada aventura del ascenso social”, repitiendo a Romero, vimos qué pasa con Cayo, Zavalita, Ambrosio, la Musa. Se puede seguir la tía de Amalia, a Ludovico o a Hipólito, especie de matones de comité. Lima puede ser una ciudad de perros que se devoran mutuamente, un mundo lleno de violencia donde los débiles sucumben. El Esclavo. La rabia de los perros genera el encuentro fortuito que dispara la conversación – que dura cuatro horas. Justamente es Zavalita quien escribe editoriales contra la rabia. Agente moderador de un pueblo sin grandes pasiones, un pueblo suave dice Salazar Bondy, que se desenvuelve en un clima suave, una pasividad que incluye hasta los perros, perezosos e indiferentes. El perro como disparador de la escritura en Los cachorros (1967). Es la historia de Cuéllar, un muchacho que se muda a Miraflores y sufre el ataque de Judas, un gran danés, cuando se está duchando en el vestuario luego de un partido de futbol. A partir de ahí le van a decir Pichulita. El relato gira alrededor de todos los trastornos que experimenta este pobre chico ante esta especie de castración: romances truncos, locuras y excentricidades. Fue por el futbol le recuerdan los amigos. Y lo peor es que él ni siquiera jugaba pero como le insisten, practica todo el verano y lo entrena su primo, que da la casualidad que es el Chispas. Se va a rodear de malas compañías, se entrega a excesos, va al Embassy –tal vez a ver a la Musa– y termina mal. 

Tarzán vs. Supersabio. Podemos tratar de entrar por los deportes, que casi no se mencionan en la novela, solo la asistencia de Trinidad al estadio del Municipal. Para las clases altas, deportes de elite, individuales, importados. Para los adolescentes miraflorinos el fútbol ya no tiene lugar, solo en la infancia, y por eso se instala como una práctica cultural de las clases populares. Así lo leemos en La ciudad y los perros, por ejemplo. El enfrentamiento entre Alianza, equipo de negros, desde sus orígenes, perteneciente al barrio La Vcitoria y la U, equipo de la burguesía. La inserción de la población afroperuana. El valor simbólico para la construcción de una identidad.

Otro monólogo interior de Zavalita: “¿no habías vuelto a ver a nadie de la promoción, flaco? Piensa: la promoción. Los cachorros que ya eran tigres y leones, Zavalita. Los ingenieros, los abogados, los gerentes. Algunos se habrían casado ya, piensa, tendrían queridas, ya.” Los jefes (1958): sistema de ásperas jerarquías establecidas ritualmente, pandilleros jóvenes y adolescentes. Pugnas por el poder a través del reto y del combate. En Lima y en Piura: “En el Perú estamos en la edad de piedra, mi amigo”, dice el empleado de la perrera mientras apalean a un pichicho.
Conflicto interracial, el predominio de una clase que se cree superior sobre otra. En el diario de Granado, el que viaja en moto con el Che, aparecen algunos comentarios cuando están en Perú: en los transportes públicos, anota, si subía un blanco y no tenía lugar para sentarse, algún cholo se paraba y cedía su asiento.

En otro plano, en el sexual, también hay voluntad de sometimiento: al comienzo de la novela y al final, miembros del clan Zavala van a utilizar una droga estimulante para acceder a favores corporales de algún subalterno. Un polvito llamado yohimbina. Un químico sacado de un árbol, el yohimbe que provoca excitación, un vaso dilatador que aumenta el flujo sanguíneo. No había viagra ni pastillita azul. Símil lo que se conoce como Popper, un vasodilatador utilizado en intoxicaciones con cianuro. Enfrentamiento de razas en una ciudad trazada a cuadrícula. La rectilineidad arquitectónica, cito a Salazar Bondy que cita a Mumford, es una disposición urbana de carácter militar, explicada por las circunstancias bélicas de la conquista de Pizarro y su gente. Menciona poetas que la comparan con Damasco o Bagdad, con una población morisca. Uno recuerda las hipótesis analógicas de Sarmiento.
Otros lugares de Lima: La universidad de San Marcos (donde estudió el autor y militó en Cahuide, la juventud comunista) y el parque universitario: escenario de resistencia al régimen de Odría. Cayo Bermúdez pasa cuando lo están llevando desde Chincha, y profetiza mano dura. Carteles contra la dictadura de apristas y comunistas. Militancia y formación de cuadros. Se pueden seguir ideas y miradas sobre el APRA, su oposición, sus alianzas. “Una olla de grillos” (bolsa de gatos). En el presente de la novela, apristas y odriístas que tanto se odiaron antes, ahora eran uña y carne. Frente, la plaza San Martín con la estatua del bronce dándole la espalda al parque universitario y a los jóvenes, esta curiosidad la señala Reynoso. El mismo Bermúdez toma la facultad y esta maniobra política lo fortalece. El saldo son estudiantes presos y torturados, hasta les ponen armas y manoplas. Para el gobierno es un foco subversivo en el centro de Lima. Parece que siempre molestó, porque luego de la antigua casona jesuita del siglo, se traslada a San Marcos hacia las afueras. Otro dato curioso es que el 1 de mayo de 1953, llegan a Lima El Che y Granados. Anota este último en su diario cuando visitan San Marcos: “Encontramos un fermento revolucionario en sus aulas, particularmente en la facultad de Derecho, que es la única que tiene un centro de estudiantes organizado.” Algo de esto hay al principio de la novela. Paro tranviario y la unión obrero estudiantil que no prospera. Manifestaciones relámpago en el Jirón de la Unión. Lima noctámbula: podemos seguir recorridos por bares y prostíbulos *El embassy *La Catedral *Montmartre *Bar Zela *Negro-Negro *El América (los peloteros de Ivonne y la Paqueta, etc).

Estilo: este recurso faulkneriano de multiplicar los puntos de vista: “el propósito es crear una ambigüedad, asociar dentro de una unidad narrativa dos o más episodios que ocurren en tiempos y lugares distintos, para que las vivencias de cada episodio, circulen de uno a otro y se enriquezcan mutuamente.” En Los nuestros. También trabajado en La casa verde (1965), donde en el prólogo habla de las hechicerías de la ficción que ha leído en Faulkner.