Anoche
tuve un sueño inquietante y hermoso. Soñé que caía en el vacío y abajo no había
tierra, no había fondos verdes, ni rumoreos de agua. Ningún vestigio de vida
animada. No recuerdo tampoco desde donde fue el impulso. Esa derivación de una
vigilia que se reveló en paisajes impensables para mis sentidos.
Flotaba
en un medio celeste, no azul, y algo como una tromba me elevó a miles
de metros. Un decir, porque el espacio no tiene nuestra obsesión, nuestra
medida. Una boca succionó ese cuerpo, el mío, que flotaba y perdí toda
referencia del planeta que habito. Tuve ante mis "ojos cerrados" la
representación del universo. Era un día esplendoroso en la noche.
Trato
de hilar. Pudo haber sido un pozo de aire, tal vez un motor silencioso que no
se sustentaba por la agitación de un sueño anterior y que no
recuerdo.
Bueno,
después de todo, algunas pesadillas tienen su resarcimiento. Cuando
desperté era una voluta de humo en espirales que buscaba el aire,
serpenteante y ligera.
Los dioses tienen sus constelaciones, pero ellos fueron
invenciones para contener el desmadre.
¿Por qué no podemos los humanos tener un nombre en las
estrellas?
Somos quienes les han permitido a los demiurgos un lugar
en el cielo con el poder del perdón o del castigo.
¡Tan poco somos! ¡Tan ensoñados estamos!
Somos lobos, somos zorros, somos palomas tristes, somos
monitos, somos mariposas con alas rotas, somos polvo, somos olvido.
¿Por qué no escribir un epitafio en la constelación que
más nos guste? El nombre de una fruta, de una flor, el nombre de una canción.
Será el lugar que nos anime en la inconsciencia. En la
disolución de un pronombre que desnombra.
La caída de las gotas nos arrastrará con ellas para
devolvernos al lugar de un nombre cuando las estrellas miren hacia la tierra.
El laissez faire, el laissez passer casi se
emparenta con una política de neutralidad y de descreimiento totales. No es lo
mismo balearte sola o solo en un rincón que apostar por el suicidio colectivo
de los ocho mil millones de seres ante la falta de salida.
¿Son acaso dueños de la verdad? ¿Son la
recreación de Manson o buscan un nuevo Jonestown? La sospecha permanente de una
paranoia social sin techo. Apuestan a un darwinismo, o mejor a ideas
malthusianas, pero... ¿acaso los sobrevivientes serán la semilla de la
renovación de la especie? ¿Quién garantiza que muchos de ellos no sean
portadores de células metastásicas? Y ahí sí, la especie no tendrá posibilidad
de renovación porque es el cáncer que sobrevive en términos biológicos.
No hay antídoto todavía. Ha corrido mucha
tinta, han discurrido muchos discursos iracundos, así que
mejor no incendiarse con esa flama. La mesa de la pandemia los tuvo como
invitados.
Hay versos de Espronceda que les caen justo,
aunque el poeta sublimó su desesperación a través de la poesía. No van en
zaga versos oscuros de Claudio de Alas, y que no les espante el charco. Están
muy a gusto chapoteando en la sangre mientras escuchan el traquido de los
huesos. Al menos, mentalmente.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
José de Espronceda
La suegra de una amiga, muy cautelosa, es mayor, difícil
calcularle la edad, aunque conserva lucidez mental y elasticidad en los pies. A
tal punto que se hizo más cautelosa con sus papeles y preparaciones de todo
tipo; alimentación, salud, bienestar y ensayos de funerales. Daba que no quería
una ceremonia secreta, pero la gente cambia sus preferencias, está
claro. Al final y por amontonamiento en los cementerios, Maruca -la
bailarina de un club nocturno que pelaba sus pies mientras el marido hacía lo
suyo gambeteando en San Lorenzo- días pasados habló por teléfono con
la empresa de servicios sociales y funerarios, chapa y pintura hasta
la fundición del motor, cambio de pernos, bombas de agua, etcétera, aquí,
en este pueblo de la pampa húmeda. El empleado de la funeraria, filósofo y
en una actitud de consuelo para la deuda, se explayó en la conveniencia de
volver al aire o al agua, en la conveniencia de elegir un ritual que el difunto
agradecerá porque eso de estar muerto en un tapadito de madera y seguir
prodigando alimento desde las entrañas, más añadidos de cuotas, es
bastante desagradable para el muertito y caro para los deudos. El
empleado, en un espasmo de verdad, le estaba contando la propia incluyendo
tratados ontológicos con la visión casi de que todo bicho que camina va a parar
al asador.
No sé qué dirá la empresa, porque su negocio con el
parque es una mina de oro inagotable, por ahora, con un crecimiento como los
hongos durante la peste. También es dable pensar que el empleado está
formado para los nuevos tiempos, y el argumento se adapta a cada necesidad
y gusto. Los he visto en circunstancias y son más afectuosos que los familiares
del extinto. Es el negocio necesario, y una es socia con el exesposo y mi
amiga también con su prole. Todos estamos en el club de discreta y alta
gama, la cuota no es muy barata.
El escrito amerita líneas para darle pie al epitafio
que puso Maruca al decirle al empleado y para darle un corte al papel del
mercadito escatológico. Desenvoltura total de desacralización por parte de la
futura occisa.
-¡Oiga, usted está hablando con el propio
cadáver!
Nuevamente se llevó los aplausos de sus hijos, nietos,
nueras y amigos. Ella conserva todavía el rol de alguien que estuvo en los
escenarios de un club. Ahora, para uno de distinta
envergadura.
Ahí tenés, Nielsen, si alguna vez leés esto, un bobi
excluido del adentro de tu cuento. Maruca quiere estar afuera del tapadito
y de la jaula de tus pájaros tapada con un hule.
En una esquina viven los sordos que creen en lo que
escuchan. En la otra esquina viven los ciegos que creen en lo que
ven. Entre una esquina y la otra vive sin olfato quien escribe y
cree que algo huele mal.
Sinsentido total sin tres sentidos pero suficientes para
demostrar que no se sabe si eran gritos reales los que venían de la calle, si
era de noche o si era de día y por último si algo huele mal en la
bolsa arrojada desde la ventana del edificio.
La remota posibilidad está que en el zapato de color
tan pero tan chillón, el sordo algo escuchó, el ciego se lo imaginó y la
última, por el color, tal vez lo adivinó.